“EUROPA SE ESTÁ CONSTRUYENDO. Esta gran esperanza solo se realizará si se tiene en cuenta el pasado: una Europa sin historia sería huérfana y desdichada (…)”
Así se iniciaba el prefacio de Jacques Le Goff a la colección de libros que cinco editoriales europeas –entre ellas Crítica- empezaron a publicar en 1992. Le Goff -como director de la colección “La construcción de Europa”- hizo suyas las palabras de Fontana en la presentación del proyecto a fines de septiembre de 1989 en París: “En el espejo de los otros cobra conciencia que el carácter específico de los europeos es menos un hecho que un producto cultural, es decir histórico”. (EL PAÍS )
Treinta años después bien podemos decir que lo que amenaza es LA DECONSTRUCCIÓN DE EUROPA. Y en eso la historia tiene algo que ver. El periódico polaco “Gazeta Wyborcza” titula el Manifiesto proeuropeo de un centenar de historiadores: “Vamos a contar la historia de Europa de nuevo”. Y en el mismo sentido leemos “Pour construire l’Europe, il faut reconstruire son histoire” (“La Libre” de Bélgica). Más allá de declaraciones trilladas, me atrevo a decir que el proyecto europeo nace lastrado, en efecto, por la historia contradictoria de Europa que se ha tergiversado y no siempre se ha difundido. Se ha preferido más la hojarasca, ruidosa al pisarla, que las raíces silenciosas y a menudo ocultas.
Solo cabría decir en esta breve nota que la hegemonía liberal europea tuvo en sus orígenes ‘ilustrados’ una vertiente esquizofrénica: celebrar la libertad y los derechos del individuo al mismo tiempo que explotaba y destruía individuos humanos de carne y hueso (Naredo). O discriminaba a las mujeres negando parte de esos derechos. Y por supuesto a los negros. La preocupación por el racismo y el “Otro” no es una deriva reaccionaria del siglo XXI, está en los genes de la moderna Europa: “uno no puede hacerse a la idea de que Dios, que es un ser muy muy sabio, haya puesto un alma buena, en un cuerpo enteramente negro” escribía Maquiavelo. Siglos después tanto Marx como Weber ayudaron muy poco a rebajar la fortaleza del eurocentrismo y la desconfianza hacia el mundo oriental.
Desde la política económica la creación de la moneda única y el Banco Central Europeo ha impuesto un control de la política monetaria y una disciplina presupuestaria que ha empequeñecido la soberanía nacional. Ciertamente, según se declara en el Manifiesto, “Europa” es un proyecto de solidaridad sin precedentes. Habrá que procurar que la Unión Europea no se quede en el mecanismo disciplinario para no saltarse la estabilidad presupuestaria y evitar ‘democracias inconvenientes’. Y quizás alguien hubiera deseado una mención a los pueblos y naciones cuyos derechos no son reconocidos por la Unión Europea construida como una unión de Estados y no de personas y países. Como concluye el Manifiesto, conviene luchar contra viento y marea “en favor de la construcción de un nuevo tipo de relación consigo misma y con el mundo”.
En efecto: “One heritage, one story: that’s not the Europe we know (“The Guardian”).
Ricardo Robledo
Stéphane Michonneau (Universidad de Lille)
Thomas Serrier (Universidad de Lille/IAS Nantes)
Publicado con la firma de 106 historiadores más (1)
En vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 vemos que está muy extendida la sensación de que hemos perdido la idea de Europa como una Unión. Nosotros, como historiadores y ciudadanos, de Europa y de fuera de ella, observamos una casi diaria desintegración de un proyecto que se sustentaba, así lo creemos, en una visión utópica que ahora tiene casi agotado su significado. Era una visión teleológica en la que mil años de conflicto se reinterpretaban como la posibilidad de una Europa integrada; una visión providencial que pronosticaba una Europa como unidad irreversible, despreocupada de lo de más allá de sus fronteras; y una visión inextinguible, en la que la construcción de tal Europa se creía que era el final de la historia. Pero, después de crisis anteriores, el Brexit finalmente nos obliga a reconocer que Europa como Unión ya no es un proyecto irreversible; por el contrario, está en grave peligro.
Un factor es la inclinación de Estados Unidos a dejar de tratar a Europa como a un aliado automático. La vida en Europa ya no está tan protegida. Los europeos se sienten vulnerables al enfrentarse ahora a cuestiones que han evitado durante demasiado tiempo. Al mirar a ese abismo, ha habido diversos intentos de construir una simplista historia de Europa contra “sus” Otros. Tal vez se podría dirigir una sonrisa cómplice hacia las reconstrucciones simbólicas de una Europa como Fortaleza. Porque este es un continente que no hace mucho dominaba el mundo. Y no se puede hacer como si esa anterior dominación no haya dejado marcas en esos Otros a lo largo de siglos de encuentros coloniales y comerciales. Pero, para las derechas, la historia de Europa aún puede celebrarse como una autoritaria narrativa de una civilización blanca y cristiana que vuelve la mirada atrás, con orgullo y seguridad en sí misma, hacia su poderoso pasado —una narrativa que refuta cualquier supuesta decadencia mediante la exaltación de los “valores fundacionales” de Europa—
Condenamos con firmeza tales puntos de vista, que marginan por igual tanto la diversidad cultural, religiosa y política tan característica de nuestro continente como la responsabilidad heredada de ese modo de nuestro pasado. Las vemos como la simple continuación del proceso de desplazamiento de nuestros sentimientos de frustración e indefensión hacia algún “Otro”: y ello es así tanto si se dirige hacia abajo, hacia “los” musulmanes, judíos, inmigrantes o refugiados, como hacia arriba, hacia “un” Putin, Trump u otro líder mundial. Tampoco vemos valor alguno en obsesionarse con las historias nacionales como una letanía de sufrimientos, guerras y genocidios, o en adoptar una postura exclusivamente acusatoria en la que Europa es colectivamente culpable. En vez de ello, necesitamos abandonar con urgencia esos contraproducentes conceptos binarios y encarar el mundo, reconociendo en cambio las luces y sombras de nuestro pasado europeo: en pocas palabras, repensar Europa a través del prisma de sus opuestos.
¿Cómo responder a ese desafío? Más allá de nostálgicas narrativas lineales que implican una unidad preestablecida (“una” herencia, “una” historia, “una” memoria…) recuperemos memorias que son fundamentalmente polifónicas, y dejemos de comprimir a Europa en un único relato. Las narrativas magistrales ya no son viables como lo fueron en otro tiempo para los Estados-nación. Reconozcamos en cambio nuestra multiplicidad, sin abandonar nuestro sentimiento de unidad, ya que todavía sentimos que compartimos cosas en común: un pasado y un presente —y, si queremos, un futuro—.
Seamos francos. Europa es un mosaico de fronteras invisibles e imaginadas que dividen a los europeos en todos sus países y regiones. Hay una Europa Atlántica cuya mirada es trasatlántica, al coste de vínculos más cercanos a su propia casa. Está la rica Europa del Noroeste que da lecciones a los países del Club Med bajo el disfraz de una buena gobernanza. La Europa Occidental cultiva un viejo desdén hacia los Estados europeos del Centro y del Este con respecto a sus nuevas y defectuosas culturas democráticas. Hay una Europa cristiana que excluye o ignora a las minorías religiosas o ateas que también conformaron su historia durante siglos. Está la Europa de los grandes países que no oyen los miedos legítimos de los pequeños, mientras estos retienen amargos recuerdos de largos periodos de dominación extranjera. Está la Europa de los inmigrantes que son vistos como ciudadanos de segunda clase en los que no se puede confiar. La lista continúa. Europa está hendida por fallas, muchas de ellas fáciles de activar.
Pero sin comprometernos con nuestros pasados ¿qué futuro puede construirse? Permítasenos sugerir dos posibles caminos, cada uno de los cuales puede ayudarnos a armar unas narrativas más claras de nuestra historia. El primero, construyendo nuevas narrativas sobre cómo a Europa la hacen más rica sus divisiones. A medida que reconocemos mejor las memorias divididas, generadas por nuestros incesantes conflictos, nos hacemos más expertos en desarrollar el tipo de narrativa compartida que cada vez necesitamos más. Y lo necesitamos precisamente porque nuestro tiempo es el de una peligrosa competición de poderes, y el del retorno de modelos políticos, económicos y sociales de otra época.
La historia de las divisiones consideradas como una herencia común está aún por escribirse. Pero es posible escribirla debido precisamente a nuestro conocimiento de cómo en nuestro pasado reciente se han superado tales divisiones, en particular después de 1945 y de 1989. Ello no sucedió porque, desde arriba, se nos ordenara reconciliarnos. Por el contrario, surgió desde abajo, como consecuencia de que los europeos emprendiéramos un proceso de genuino “trabajo de la memoria”, que como dijo el filósofo Paul Ricoeur, es siempre un trabajo de “memoria plural”.
Nuestro segundo camino deriva del hecho de que Europa ha sido, a lo largo del último milenio, un continente regido por la ley, que nos ha protegido en la expresión de nuestra diversidad. Muchos enfrentan la soberanía del Estado al régimen de una Unión Europea, con exceso de personal y antidemocrático, con centro en Bruselas. Esta es otra queja sustantiva. Pero es también la Unión que ha garantizado las soberanías nacionales de tal modo que protege e incluso organiza sus divergencias.
Este proyecto es lo opuesto a las pasadas ambiciones imperiales. También es ajeno a cualquier visión de una “cárcel de pueblos” concebida e impuesta por unas élites globales. En vez de ello, “Europa” es un proyecto de solidaridad sin precedentes, sustentado por la voluntad de pueblos que han abolido la guerra entre ellos y que comparten el mismo deseo de libertad. Es una historia que vale la pena contar y defender.
Para reconstruir Europa es vital reconstruir su historia. Y así, a nosotros, europeos y no europeos, nos parece crucial otorgar un sentido y una significación más plenos a esta experiencia europea única y frágil. Mediante la confrontación entre memorias divididas y una renovada forma de “memoria compartida”, podremos contar la historia de una Europa que lucha contra viento y marea en favor de la construcción de un nuevo tipo de relación consigo misma y con el mundo.
EL PAÍS 17 abril 2019 Traducción de Juan Ramón Azaola.
Foto de cabecera: ‘We know how divisions were overcome in our past, after 1989.’ The fall of the Berlin Wall, November 1989. Photograph: Rex Features (“The Guardian”)
(1) FIRMANTES DEL MANIFIESTO (The Guardian)
Thomas Serrier and Stephane Michonneau are French historians;
more than 100 other historians from across Europe have added their signatures to this text. They are Joaquim Albareda, Pompeu Fabra University of Barcelona; Timothy Garton Ash, Oxford University; Justin Bisanswa, Université Laval Québec/IAS Nantes; Alain Blum, EHESS/INED France; Felipe Brandi, EHESS Paris; Marco Bresciani, University of Florence; Neven Budak, University of Zagreb; Jose Burucua, National Academy of History, Buenos Aires/IAS Nantes; Antonio Castillo Gomez, University of Alcala; Johann Chapoutot, Sorbonne University, Paris; Abdessalam Cheddadi, Mohammed V University, Rabat/IAS Nantes; Josefina Cuesta, University of Salamanca; Antonio De Almeida Mendes, University of Nantes; Sofia Dyak, Center for Urban History of East Central Europe, Lviv; Andreas Eckert, Humboldt University of Berlin; Alan Forrest, University of York; Josep Maria Fradera, Pompeu Fabra University of Barcelona; Etienne François, University of Paris 1/Free University of Berlin; Robert Gildea, Oxford University; Maciej Górny, German Historical Institute Warsaw; Catherine Gousseff, EHESS Paris, PIASt Warsaw; Hannes Grandits, Humboldt University of Berlin; Heinz-Gerard Haupt, University of Bielefeld/EUI Florence; Béatrice von Hirschhausen, CNRS Paris/Centre Marc Bloch Berlin; Ton Hoenselaars, Utrecht University; John Horne, Trinity College, Dublin; Keith Hoskin, University of Birmingham/IAS Nantes; Dagmara Jajeśniak-Quast, European University Viadrina Frankfurt-Oder; Bogumił Jewsiewicki, Université Laval Québec; Basil Kerski, European Solidarity Center Gdańsk; Gábor Klaniczay, Central European University Budapest; Svetla Koleva, Bulgarian Academy of Sciences Sofia/IAS Nantes; Kornelia Kończal, Ludwig Maximilian University of Munich; Kazmer Kovacs, Sapientia Hungarian University of Transylvania; Claudia Kraft, University of Vienna; Roman Krakovsky, University of Geneva; Todor Kuljic, University of Belgrade; Audrey Kichelewski, University of Strasbourg; Jörn Leonhard, University of Freiburg; Paweł Machcewicz, Polish Academy of Sciences Warsaw/Imre Kertesz Kolleg Jena; Benoît Majerus, University of Luxemburg; Caroline Morel, European Association of History Educators EUROCLIO; Javier Moreno Luzon, Complutense University of Madrid; Ekaterina Makhotina, University of Bonn; Diana Mishkova, Center for Advanced Study Sofia; Suleiman Mourad, Smith College, USA/IAS Nantes; Akiyoshi Nishiyama, Kiurytsu University Tokyo; Teresa Pinheiro, Technical University of Chemnitz; Juan Pro, Autonomous University of Madrid; Anna Reading, King’s College London; Ofelia Rey, University of Santiago de Compostella; Valérie Rosoux, Catholic University of Louvain; Henry Rousso, CNRS Paris; Krzysztof Ruchniewicz, Willy Brandt Centrum Wrocław; Luule Sakkeus, Estonian Institute for Population Studies, Tallinn University; Magdalena Saryusz-Wolska, German Historical Institute Warsaw; Irina Sherbakowa, Memorial International; Steven Stegers, EUROCLIO European Association of History Educators; Bo Stråth, University of Helsinki; Lakshmi Subramaniam, Centre for Studies in Social Sciences, India/IAS Nantes; Philipp Ther, University of Vienna; John Tolan, University of Nantes; Robert Traba, Polish Academy of Sciences Warsaw; Balazs Trencsenyi, CEU Budapest; Laurence Van Ypersele, Catholic University of Louvain; Jakob Vogel, Sciences Po Paris/Centre Marc Bloch in Berlin; Pierre-F Weber, University of Szczecin; Jay Winter, Yale University; Sergei Zakharov, Higher School of Economics, Russia/IAS Nantes; Paul Zalewski, European University Viadrina Frankfurt-Oder; Robert Żurek, „Krzyżowa“ Foundation for Mutual Understanding in Europe; Carlo Ginzburg, Scuola Normale Superiore, Pisa; Andrea Graziosi, University of Naples; Daniela Luigia Caglioti, University of Naples; Mario Del Pero, Sciences Politiques, Paris; Guri Schwarz, University of Genoa; Francesco Cassata, University of Genoa; Carlotta Ferrata degli Uberti, University College London; Mila Orlić, University of Rijeka; Stefano Petrungaro, University of Venice; Simone Neri Serneri, Università of Florence; Fulvio Conti, University of Florence; Simone Attilio Bellezza, University of Naples; Emanuele Felice, University of Chieti-Pescara; Gabor Egry, Institute of Political History, Budapest; Pieter Judson, European University Institute; John Paul Newman, National University of Ireland, Maynooth; Rok Stergar, University of Ljubljana; Marta Verginella, University of Ljubljana; Laura Downs, European University Institute, Florence; Tvrtko Jakovina, University of Zagreb; Klaus Richter, University of Birmingham; Arturo Marzano, University of Pisa; Michele Battini, University of Pisa; Antonella Salomoni, University of Calabria/University of Bologna; Ann Thomson, European University Institute, Florence; Alexander Etkind, European University Institute, Florence; Lucy Riall, European University Institute, Florence; Stephane Van Damme, European University Institute, Florence; Federico Romero, European University Institute, Florence; Regina Grafe, European University Institute, Florence; Giorgio Riello, European University Institute, Florence; Ilaria Pavan, Scuola Normale Superiore, Pisa; Joanna Wawrzyniak, University of Warsaw; Valeria Galimi, University of Florence; Alessandro Giacone, University of Bologna; Martin Aust, University of Bonn; Laurent Brassart, University of Lille; Anne Couderc, University of Paris Pantheon-Sorbonne; Anne Deighton, University of Oxford; Beata Halicka, Adam Mickiewicz University of Poznań; Sandrine Kott, Université of Geneva; Christina Koulouri, Panteion University of Athens; Ondřej Matějka, Institute for the Study of Totalitarian Regimes, Prague; Elżbieta Opiłowska, University of Wrocław; Jiři Pešek, Charles University of Prague; Judith Rainhort, University of Paris-Sorbonne; Jessica Reinisch, Birkbeck, University of London; Martin Schulze Wessel, Ludwig-Maximilian University of Munich; Nenad Stefanov, Humboldt University of Berlin; Clément Thibaud, EHESS in Pari
s
“One heritage, one story: that’s not the Europe we know”
The Guardian 17 de abril
Según informa Juan Pro en su muro de Facebook, también se hacen eco:
DER TAGSPIEGEL de Berlín (https://www.tagesspiegel.de/…/vor-den-eu-wahl…/24226916.html), LA LIBRE BELGIQUE (https://www.lalibre.be/…/pour-construire-l-europe-il-faut-r…), GAZETA WYBORCZA de Polonia (http://wyborcza.pl/7,75968,24674931,opowiedzmy-historie-eur…), JUTARNJI LIST de Zagreb (https://webmail.uam.es/imp/view.php…) y EFIMERIDA TAN SYNTAKTON de Grecia (https://www.efsyn.gr/p…/191788_i-eyropi-se-thanasimo-kindyno)
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