Luis Castro Berrojo

Historiador. Investigador e impulsor del movimiento memorialista. De sus obras destacan: «Burgos. La capital de la Cruzada» (Crítica, 2006) . «Héroes y caídos. Políticas de la memoria en la España Contemporánea» (Catarata, 2008).“La bomba española. La energía nuclear en la Transición» (2015).

 
La elección de un militar como Millán Astray para participar en los servicios de prensa y propaganda y luego dirigirlos tiene su lógica en la naturaleza del Movimiento y del régimen político al que va a dar lugar. A diferencia de Italia y Alemania, donde fueron los partidos nazi y fascista los que se apoderaron del Estado, incluido el ejército, y lo subordinaron a sus fines, en España fue el ejército –o una parte de él– el que tomó el poder del Estado mediante un golpe militar y una guerra civil, poniendo a su servicio a los grupos políticos que sintonizaban con sus fines. De ahí que todo estuviera “militarizado” desde el primer momento dentro de la zona ocupada por los sublevados, incluido el control de la prensa y de la propaganda. Así se lo expresa el propio Franco a Giménez Caballero: “Quisiera que se ocupara de la propaganda. Como todo está militarizado, hay que contar con algún General al frente. Vea a Millán Astray[1]. Por su lucidez y su cercanía a los acontecimientos, es Dionisio Ridruejo quien mejor ha expresado este aspecto:

En el caso de un ejército que se subleva contra el orden establecido y se convierte en encofrado para la edificación de otro, la militarización es un paso inevitable. Ese paso se dio en España en 1936 (…). Los Gobiernos Civiles, las Jefaturas de Orden Público, las Alcaldías de mayor importancia”, los servicios de transportes, los controles sobre el abastecimiento y la industria e incluso los órganos de información –radio y censura de prensa– fueron entregados a oficiales de las tres armas[2].

Mientras que las democracias asientan su legitimidad en instituciones representativas salidas de la voluntad popular, quedando en segundo plano la educación y la propaganda como medios para afianzar el consenso de la ciudadanía, los regímenes totalitarios, nacidos de la brega violenta contra fuerzas antagónicas o de alguna de las variantes del golpe de Estado, anteponen la violencia política y la propaganda como vías para lograr y mantener su dominio. Carentes de una legitimidad racional, los movimientos fascistas avanzan en la historia sobre dos patas, por así decir: la “conquista del alma popular” –según expresión de Hitler y Goëbbels– y la destrucción del adversario. Dicho de otra manera: la propaganda y la violencia política. En ese contexto, la propaganda es, según Hitler, “ni más ni menos que un arma, terrible en las manos de quien sepa utilizarla”. Y como “la capacidad receptiva de las multitudes es sumamente limitada”, la propaganda debe limitarse a un escaso número de elementos, presentados en forma de “gritos de combate hasta que el último hombre haya interpretado el significado de cada uno[3].
De este modo, en tales regímenes la analogía entre propaganda y violencia contra el adversario es fuerte: sus fines son los mismos y tanto en un caso como en otro se usa el golpe o impacto repetido hasta conseguir el resultado definitivo de la dominación o anulación del adversario.  Podría incluso decirse que la violencia es una forma especial de propaganda, pues sin duda ejerce un efecto psicológico poderoso hasta en aquellos que se limitan a observarla o, al menos, conocer su existencia[4]. Así, los elementos de la propaganda, los gritos rituales, los saludos romanos, los estandartes, los himnos guerreros, los desfiles, las ceremonias fúnebres en honor a los caídos, etc., son otros tantos golpes psicológicos que moldean la mentalidad de las masas y fuerzan su integración espiritual en el movimiento político; en ese contexto, la prensa no es sino un medio más que auxilia y proyecta la actividad de propaganda. Si alguno se muestra insensible, displicente o incluso disgustado ante estos estímulos, es probable que los golpes no metafóricos le lleven al asentimiento, ya sea real o simulado.
Así pues, en Italia y Alemania la propaganda se utiliza como medio complementario de la violencia para asaltar el poder, mientras que los militares españoles en principio fían sólo de las armas para alcanzarlo con una acción “en extremo violenta”, en palabras de Mola, director de la conspiración. Pero una vez que fracasa ese golpe rápido y enérgico, los sublevados ven necesario fortalecer la acción ideológica y propagandística para complementar la violencia y la coerción con el fin de afianzar el orden del Nuevo Estado. Y el primer paso en esa dirección es el control absoluto de los medios de prensa. Muy pronto, es la Oficina de Prensa y Propaganda de Burgos la que teoriza sobre la función de la prensa en el Nuevo Estado. Ella misma se veía como

 … el embrión de un servicio esencial para un Estado del tipo del que está naciendo en España. La concepción liberal, según la que el Estado no tenía otra misión en cuanto a la prensa que la de garantizar la libertad de todos, reprimiendo, después de ocurridos los delitos que pudieran cometerse, ha de ser sustituida por otra que confíe al Estado la función de defender su misma existencia mediante una regulación adecuada a la prensa, un servicio que informe sistemáticamente a las altas autoridades políticas y una labor tenaz y constante de difusión y propaganda del mismo régimen, de sus excelencias y de sus obras[5].

Esto fue argumentado después por algunos teóricos del falangismo como Giménez Caballero, Dionisio Ridruejo o García Venero. Según este, “el Nacional-Sindicalismo postula un periodismo técnico y políticamente al servicio de la Patria. No existirá en España otra prensa que la dirigida por el Estado Nacional-Sindicalista (…). A un Estado fuerte corresponde una Prensa fuerte. No puede existir fortaleza en la Prensa si esta obedece a otros móviles, políticos o particulares, diferentes a los que inspiran el mismo Estado[6]. (Desde este punto de vista, no compartimos la idea de que hubiera en la zona sublevada menos interés en la propaganda que en la gubernamental como medio de intervención política, por muy descoordinada y falta de medios que estuviera, al menos hasta la época de la unificación política en abril de 1937[7]; menos aún si la consideramos en un contexto más amplio, incluyendo la acción ideológica del clero y del sistema educativo.) Joseph Goebbels (Keystone)
Así pues, en la España de Franco la gestión de la prensa y de la propaganda va a seguir pautas semejantes a las de la Italia fascista y la Alemania nazi y ello es consecuencia tanto de sus afinidades ideológicas como de las funciones específicas que este tipo de regímenes otorgan a la propaganda. De ahí que, como hemos visto, tras la llegada de las embajadas nazi y fascista a Salamanca a finales de noviembre de 1936, su colaboración en este tipo de actividades sea algo a lo que se presta mucha atención y recursos. Tanto es así que muchas veces los lemas y consignas del franquismo aparecen como meras variantes o adaptaciones de otros foráneos, desde el enunciado “Una Patria, un Estado, un Caudillo” (que recuerda el de Ein Reich, ein Volk, ein Führer)  hasta la concepción de la guerra como “defensa de la civilización cristiana”; desde el saludo romano hasta la identificación del adversario con el “judaísmo” y el “comunismo internacional”[8].
Además de esos elementos fascistas genéricos, los conceptos ideológicos y los temas propagandísticos específicos que inspiraron las instituciones del Nuevo Estado (nacionalismo conservador y corporativo, integrismo católico, vago imperialismo hispanista, etc.) ya venían siendo incubados desde tiempo atrás por intelectuales y políticos que habían velado armas en la dictadura de Primo de Rivera y elaborado alternativas a la República para cuando esta, de un modo u otro, fuera derrocada (hablamos fundamental, pero no exclusivamente, de los nucleados en torno a Acción Española).
Las consignas de Millán Astray como director de la prensa y la propaganda
Adelanto 2


 

Nombrado por el Jefe del Estado para hacerme cargo del mando de la Dirección de Propaganda, que depende directamente de S.E., le remito las instrucciones que hará saber a los censores, a los directores de periódicos y de toda clase de publicaciones escritas (revistas, libros, folletos, etc.) y a los encargados de las emisoras de Radio y sus censores, con objeto de que sepan a qué atenerse en lo referente a la publicación de artículos, entrefiletes, fotografías… y a las radiaciones de toda clase.[9]

 Observamos aquí la estructura jerárquica del servicio de prensa y propaganda que hemos caracterizado como propia de los regímenes fascistas y militaristas de la época. Como se ve, el director general está a las órdenes directas del Jefe del Estado y de su secretaría, y se dirige a los gobernadores civiles como autoridad suprema que son en cada provincia. Estos a su vez canalizarán las órdenes y directrices a los directores de los medios de comunicación. Seguramente estas directrices también se cursaron a los jefes militares que, como hemos visto también asumían algunas funciones de control de prensa y de censura postal. El espíritu de este enfoque se sintetiza en lo que Millán Astray dice a Giménez cuando este se pone a su servicio: “Yo daré las consignas y vosotros las instrumentaréis”[10]. Como corresponde, el estilo es ordenancista y escueto. Las órdenes se dirigían a todos los medios, incluso los de Falange y de los carlistas, y, como veremos, no siempre se cumplían, dando lugar a las correspondientes sanciones y conflictos. Las infracciones graves se castigarían según el código militar, sin excluir las penas de muerte en casos de espionaje o traición. Conviene, antes de continuar, precisar un poco el término de consigna, sobre el que va a girar lo que sigue.

En primer lugar, resulta evidente la traslación de esa palabra del lenguaje castrense al propagandístico, algo que responde –como venimos diciendo– a una concepción de la labor periodística como complementaria a la de las armas y por tanto subordinada al mando político-militar. Según el diccionario de la RAE consigna –en su acepción militar– sería la “orden que se da a quien manda un puesto y la que este manda observar al centinela”.  En la terminología de los medios, según Justino Sinova, las consignas son “órdenes del poder político dictadas todos los días a los periódicos sobre los aspectos más variados de su labor”, refiriéndose tanto a cuestiones de fondo, como a fórmulas de presentación o a detalles del funcionamiento mismo de los medios. Y no solo versan sobre qué hay que decir y cómo, sino sobre qué hay que silenciar[11]. Aunque este autor indica que la palabra “consigna” solo aparece expresamente tras la Ley de Prensa de 1938, el caso es que ya antes la emplea Millán Astray y, de todos modos, con ese nombre o con otro –órdenes, orientaciones– es aplicada desde el primer momento). La inspiración más cercana en la formulación de este servicio se halla en la Oficina de prensa (Ufficio Stampa) de la presidencia del Consejo Fascista italiano, que tuvo distintos esquemas hasta que se creó el Ministerio de Prensa y Propaganda en 1935. Las primeras tareas asignadas a la oficina fueron precisamente el control de la prensa nacional y extranjera y la elaboración de propaganda fascista. La oficina estaba bajo la dependencia directa del Duce y sus principales temas propagandísticos giraban en torno a la figura de Mussolini y a la de la “Nueva Italia” con sus afanes regeneracionistas e imperialistas. Y, lo mismo que más tarde en la Alemania nazi, desde el gobierno se transmitían a los medios “notas oficiales” o “normas de estilo” u “orientaciones” a los medios con el fin de influir en los contenidos, enfoques y silencios convenientes[12].
Ya hemos visto que, en España, la pretensión unificadora y centralizadora implícita en este enfoque estuvo lejos de cumplirse en esta época, aunque se dieron algunos pasos. Se siguió ejerciendo la censura y  no consta que hubiera problemas en la obediencia de los periodistas a las normas y principios oficiales, si bien en la época de Vicente Gay hubo alguna sanción por no acatar con exactitud las orientaciones emanadas de la Delegación de Prensa. Concretamente, La Gaceta Regional de Salamanca tuvo cinco días de suspensión a partir del 3 de marzo de 1937 y una multa de 50 pesetas en abril. No consta el motivo de la primera sanción, sí el de la segunda: no cumplir la orden que prohíbe la aparición de blancos y machacados de la censura[13].
 
[1] Ernesto GIMÉNEZ CABALLERO, Memorias de un dictador, Barcelona, Planeta, 1979, p. 101
[2] Dionisio RIDRUEJO, Op. cit., p. 149.
[3] Adolf HITLER, Mi lucha, Barcelona, Editors, S.A., 1984, p. 91. El capítulo se titula “propaganda guerrera”.
[4] No está de más recordar que slogan, o mensaje publicitario, viene etimológicamente del anglosajón slog, golpe.
[5]  Cit. en CHOMÓN, Op. cit., p. 35. Se trata de un informe fechado en 24 de septiembre de 1936.
[6] Herbert R. SOUTHWORTH, Antifalange,  p. 174. La cita es de un artículo en F.E. de abril de 1937.
[7] DOMÍNGUEZ ARRIBAS, Op. cit., 20.
[8] DOMENACH, Op. cit., pp. 35-47.
[9] Se trata de una orden que el 4 de diciembre de 1936 y desde Salamanca dirige Millán Astray a los gobernadores civiles con el fin de que, a su vez, la canalicen hacia los directores de los medios de comunicación. (Archivo Histórico Provincial de Salamanca. Fondos del Gobierno Civil).
[10] GIMÉNEZ CABALLERO, Op. cit., p. 103.
[11] SINOVA, Justino, La censura de Prensa durante el franquismo, Madrid, Espasa Calpe, 1989, p. 161-162. Desarrolla ampliamente la aplicación de este método de control de la prensa, junto con la censura, durante toda la dictadura franquista.
[12] DOMÍNGUEZ ARRIBAS, Op. cit., 23.
[13] AHPS, fondos del GC. El espacio censurado debía ser ocupado por una redacción alternativa, de modo que la censura no se apreciara. Pero el examen de los periódicos de la época muestra que no siempre se cumplía esto.
Esta publicación forma parte del libro «Yo daré las consignas». La prensa y la propaganda en el primer franquismo. (Pendiente de publicación).

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