Roberto Villa y la «historia al revés»

 

Pablo Gil Vico

 

Roberto Villa García, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, ha publicado en abril de 2025 una reseña sobre, creo, dos libros. Digo creo porque cuesta verlo, pero parece ser, por las notas al pie, que uno es el monográfico de Eduardo González Calleja y el otro, Octubre 1934, editado por Desperta Ferro y en el que tuve el honor de participar.[1] Esta obra colectiva, de muy cuidada edición y firmada por especialistas que en su práctica totalidad han investigado algún aspecto del acontecimiento, era previsible que no agradara a todos los públicos y, desde luego, a un sector de la historiografía.

Que el recibimiento del volumen por parte de Villa García era, en definitiva, algo predecible se constata nada más iniciar la lectura de la reseña. Es difícil esperar otra cosa de un autor que hace equilibrios para elogiar las dos primeras obras de Pío Moa y, al mismo tiempo, negar su principal tesis, como si esto tuviera coherencia. Moa alcanzó repercusión precisamente por suscribir que en realidad la guerra de 1936 comenzó en 1934, de forma que “cualquier propósito de silenciarle” se vio frustrado –afirma Villa– por el éxito editorial. Bueno, por eso y porque para difundir su libro de 2003 –el exitoso– Moa fue invitado por Carlos Dávila a su programa El tercer grado, emitido en horario de máxima audiencia y previo anuncio en el telediario que el periodista presentaba en eso que abuelas como la mía llamaban «la primera cadena».

Cualquier autor agradecería ser censurado de ese modo, pero lo cierto es que la imaginación mueve montañas. El primer libro de Moa, de 1999, circuló por la biblioteca de mi facultad desde su publicación y pude consultarlo mucho antes de pagar con euros. En un tiempo sin filtros en el que leía lo que caía en mis manos, reconozco que desconocía al autor y, aunque me resultaba familiar esa miscelánea deudora de una corriente historiográfica bien definida y selectivamente aderezada con las célebres impresiones de Salvador de Madariaga, me sorprendió todo lo que afirmaba, en especial porque adolecía de una parca base probatoria basada en un conjunto reducido de documentos de la Fundación Pablo Iglesias, en tres sumarios bastante conocidos y en un abusivo recurso a la memoria personal. Me sorprende que un historiador de profesión como el señor Villa García afirme que Moa “trabajó a fondo la documentación interna del PSOE y la UGT y algunos sumarios judiciales”.

Y si la principal tesis de Moa no se sostiene y así lo reconoce Villa, ¿cuáles son los méritos de la primera de sus obras? Para el autor de la reseña se trataría de “un libro de historia de notable factura, bien escrito y carente de maniqueísmo o unidireccionalidad, esto es, con suficientes matices para reflejar la complejidad de aquella sublevación”. Aunque resulta difícil concretar esas cualidades, quizá insistir en la importancia de los “audaces” planes insurreccionales de Madrid y Barcelona sea para Villa uno de los mayores activos de la obra de Moa, al representar la verdadera cara de un levantamiento armado encaminado a la toma del poder.

Al firmante de la reseña, a la vista del presunto hallazgo de Moa, le inquieta que varios autores de Octubre 1934 reserven el término «golpe de Estado» para lo que él denomina cambios legales de gobierno instados por radicales y cedistas. Sin embargo, no parecen preocuparle los muchos golpes de estado que Moa adjudicaba a Azaña en esa primera obra, basándose en testimonios indirectos, memorias o proclamas. Que en 1990 Santos Julia hubiera explicado con más y mejores documentos y argumentos la actitud del líder republicano en Barcelona no parece restar méritos a quien, como fuera, quería endosar altas dosis de golpismo a los republicanos moderados de izquierda.[2]

En algo sí coincido con el señor Villa y es que cada uno juega con las palabras como quiere, porque resulta difícil que de su pluma salga la expresión «golpe de estado» para referirse a lo que suele llamar «10 de agosto de 1932» o, lo que es lo mismo, la fracasada intentona de golpe de estado organizada, entre otros, por el general Sanjurjo, cuya profundas y extendidas ramificaciones son hoy evidentes para quien las desee investigar, al igual que los efectos que tuvo en diversos sectores antirrepublicanos. Efectos visibles, en definitiva, a partir de los juicios por lo de la sanjurjada, otra palabra que evoca el pronunciamiento decimonónico y que permite eludir su cruda denominación.

Y claro, Lerroux, tan apartado de eso, tan ajeno…. El paradigma del centro moderado a quien, según Villa, “se le endilga el propósito de establecer una dictadura de la mano del general Sanjurjo…”. Me pregunto, ¿qué se diría de Azaña –qué diría Moa– si en julio de 1932 hubiera invitado a su finca de San Rafael al futuro general golpista, un mes antes de lanzarse a la aventura, para persuadirle de que le permitiera una última advertencia mitinesca? ¿Cómo se entendería que Azaña, a los cuatro o cinco días de la reunión, hubiese pronunciado un discurso en Zaragoza que no pocos interpretaron como una amenaza? No me puedo imaginar lo que se diría de Azaña si después de eso, y siendo presidente del Gobierno, tres días antes de dimitir, hubiera concedido una amnistía que beneficiase al general golpista. Lo que sí sé es lo que el señor Villa afirmaría de esto: que no sería  “exacto circunscribir la amnistía de 1934 sólo al general Sanjurjo”.[3] Y es muy probable que incluso le dedicara a Azaña una biografía para presentarlo como el más insigne representante del centro moderado de raigambre democrática y de esa república que no pudo ser.[4]

Para Villa García, la cuestión es que ese primer Moa, contenido y tan solo afectado del meticuloso empeño por desentrañar, sin pasiones, el complejo devenir de 1934, habría tenido en la notoriedad alcanzada por sus dos primeras obras el detonante de su deriva. Fue esa notoriedad, según el reseñador, la que habría impulsado a algunos autores académicos a refutar sus tesis con poca corrección y argumentos ad hominem, además de ideológicos. Porque sí; en origen lo ideológico no habría venido de Moa sino de sus críticos, lo que estalló en una polémica “de bajos vuelos que tampoco Moa contribuyó a elevar”. Aquel Moa prístino de más altas miras “acabó situándose justo en el terreno ideológico que le querían sus críticos”. Parece ser que habría caído en una provocación.

Desconozco si el señor Villa García incluye a Enrique Moradiellos en esa nómina de discutidores movidos por la ideología. En su día intentó, por activa y por pasiva, debatir desde el más acendrado estilo académico, con la mayor corrección y, sobre todo, con admirable paciencia, las tesis de un autor que ya entonces se quejaba de que desde el ámbito especializado no se le prestaba la atención que merecía, aflicción que, a todas luces, el señor Villa ha convertido en argumento propio. Esa desatendida originalidad que desafiaba a la Academia es lo que, parece ser, debió de llevar al entorno universitario a ignorar los libros de Moa y no las fuentes limitadas que empleó ni las  revividas tesis de Ricardo de la Cierva, Salas Larrazábal, Martínez Bande o Palacio Atard, ni su propensión a las explicaciones simplistas y a establecer responsabilidades personales con cierta fijación en la figura de Azaña.[5]

Las fuerzas sublevadas en Sevilla el 10 de  agosto de 1932 leen el bando de guerra firmado por el general Sanjurjo (foto del blog de Florentino Areneros)

El caso es que la prudente sensatez de Moa y la del propio señor Villa se perdería en las páginas de Octubre 1934, obra que para el reseñador sería “fabulación ideológica”, vinculada a “la mal llamada memoria histórica o memoria democrática”, de la que afirma tener como objetivo conformar un “relato que pretende imponerse a los españoles con los recursos económicos, formativos y coercitivos del Gobierno”. Propaganda, involución, “cábalas sobre pretendidas culturas y mentalidades” y, en definitiva, “una lamentable puesta al día de los sucesos de 1934”. A eso se reduce para el señor Villa el libro colectivo reseñado.

Este visible ejercicio de ponderación, para el que nada hay salvable en las diversas aportaciones del volumen, tiene algunas debilidades. A un lector medianamente informado que conozca las trayectorias de los autores le costaría admitir que los libros y el discurso de Pío Moa son más equilibrados y menos maniqueos que los trabajos de los trece colaboradores de Octubre 1934. Que se pueda concluir esto no hace sino apuntar algunas carencias notables de la reseña. El engañoso formato, que no anuncia con claridad las obras examinadas y las deja en el limbo, no es gratuito porque le permite al autor despachar un revoltijo de afirmaciones generales que vale para todo. De tal modo que no necesita profundizar en las diversas temáticas que cada uno aborda porque para él todo está cortado por el mismo patrón y porque, dicho sea de paso, ese método le permite diluir lo mucho que ignora sobre el tema.

Es evidente que no se encuentra cómodo fuera de la historia política y las urnas y quizá por ello omita trabajos recientes que con toda probabilidad ni haya consultado ni conoce. En el nonagésimo aniversario de 1934, a este libro colectivo y al monográfico de González Calleja, se ha sumado el trabajo de Matthew Kerry, escrito desde un enfoque socio-cultural; no lo cita. Tampoco una obra anterior de este autor ni mi libro sobre la violencia en Asturias en 1934, publicado en 2019. Todo el arsenal de descalificaciones enunciado se sustenta con Brenan, Jackson, Tuñón de Lara, Salazar Alonso, Prieto y los datos ya casi ancestrales de un folleto gubernamental.[6]

En fin, es una reseña; tampoco hace falta más que los desvaríos del propio libro reseñado, pensará Villa. La cuestión es que en un artículo específico, publicado hace unos meses y sin mención de nuestra obra colectiva, no se valió de mucho más para contar lo mismo. Bueno, sí, en ese caso se valió de Stanley Payne.[7]

Con estos mimbres, y con Moa como ejemplo de solidez heurística, resulta llamativo que el señor Villa García aluda recurrentemente a la insuficiencia de las fuentes empleadas por los autores de la obra reseñada o al sesgo de las elegidas. Más asombroso me parece aún viniendo de él, que en alguno de sus trabajos previos ha hecho una selección consciente de la prensa utilizada. No obstante, se ve capaz de asegurar que “no se conoce con exactitud el alcance, cuantitativo y cualitativo, de las represalias gubernativas, para las que se siguen empleando cifras y testimonios de la propaganda de izquierdas como si se evidenciaran por sí mismos”. Tal afirmación demuestra, cuando menos, una lectura muy superficial de Octubre 1934 al ignorar que, para Asturias, la obra recoge una contabilidad mortuoria y judicial detallada, basada en documentos procedentes de fondos militares e incluso sumarios específicos, que ha supuesto la consulta de cientos de cajas de archivo y la lectura de miles de folios. Omitir este «pequeño detalle» le permite desacreditar el conjunto de la obra mientras echa mano de un folleto gubernamental para apuntar el número total de víctimas.

Llegados a este punto, también era de esperar que la complejidad de la violencia asturiana se desdeñara por completo. Hablar del “grave deterioro de las condiciones laborales y de vida de los mineros y de otros obreros empleados en ramas conexas” resulta algo parecido a un anatema para quien solo ve una consigna de la ejecutiva socialista detrás de cada fusil o una orden organizada previa a cada muerte. A Villa García no le interesa conocer la diversidad relacional de cada valle asturiano o las diferentes actitudes demostradas ante el ejercicio de la violencia. Ni por supuesto comparar la heterogeneidad en el uso de la fuerza por los insurrectos con la violencia ejercida por los agentes públicos, que también fue variada, aunque menos. Le resulta mucho más útil prescindir de los detalles, ignorar toda visión a ras de suelo y resumir con una perspectiva política y binaria la “violenta insurrección”, donde los miles de fusiles, las muertes en combate o lejos de él y el total de víctimas quedan fundidos en unas cantidades que todo lo resumirían. La violencia, singular y al parecer única, tendría en la tradición insurreccional socialista su más certera explicación.

En cualquier caso, todo esto era previsible. Lo que no era tan fácil de anticipar es que el citado autor recurriera a la falsedad para intentar desacreditar la obra. No puedo entrar en los comentarios que dedica al resto de colaboraciones, pero, en lo que a mí respecta, se vale de una afirmación falaz como guinda del despropósito que, según él, representa el libro colectivo. Hablando de la violencia en 1934 escribe Villa García:

“Una represión que se inspiraría, valga como colofón surrealista, en coordenadas ideológicas semejantes a las del presidente argentino Javier Milei y a quienes, como Murray N. Rothbard –discípulo de Mises y representante del «liberalismo» de la escuela austriaca de economía– postularían el mercado libre de bebés” [Y cita aquí mi colaboración][8]

Yo no afirmo en ningún momento que lo que el señor Villa García llama «represión» se inspire en coordenadas ideológicas semejantes a las de Milei (¿?) y Rothbard. Tal surrealismo solo estaría en la imaginación –o la maledicencia, él sabrá– del autor de la reseña. La comparación, que me pareció ciertamente llamativa y que tiene un sentido introductorio, solo pretende ilustrar cómo el argumento de la libre disposición de decidir sobre la vida de los hijos, con sus variantes y divergencias que quedan reflejadas con nitidez en mi colaboración, puede servir a objetivos muy diferentes. El magistrado Rull, comentarista de la Revista Técnica de la Guardia Civil en noviembre de 1934, nada tiene que ver con Rothbard –que entonces tenía 8 años, como con claridad afirmo en el texto– ni, como es obvio, se inspiraría en él ni, desde su evidente paternalismo, compartiría sus coordenadas ideológicas.

Villa García sabe perfectamente que esto es así, o debería, pero ha optado por faltar a la verdad para dotar de dramatismo a su reseña despectiva con una obra plagada en su opinión de inexactitudes, que llegaría al apogeo del disparate con ese presunto vínculo entre Javier Milei y, pongamos, Lisardo Doval, poco menos que hermanados en su pensamiento. De cometer errores no se libra ningún historiador ni, desde luego, él como muestran las imprecisiones y los sesgos incluidos en el libro, del que es coautor con M. Álvarez Tardío, Fraude y violencia, tales como situar a una ubicua Pasionaria en dos lugares a la vez o despreciar la prensa local que contradice las propias teorías. Incluso algún estudio argumenta con notable rigor un reparto de cincuenta escaños tan dudoso como dar por reales bloques electorales que no lo eran para obtener una contabilidad consistente –a modo de difusa sugerencia– con las ideas de fraude y derrota frentepopulista.[9]

Todo esto no deja de ser comprensible en investigaciones que manejan muchos datos y más si nacen con la pretensión de apuntalar la responsabilidad –cuando no culpabilidad– de las fuerzas de izquierda en la deriva hacia lo que luego será conocido como «guerra civil». Pero algo muy distinto es atribuir a un autor lo que a todas luces nunca ha dicho para desacreditar una obra colectiva en general y, en particular, un trabajo sobre violencia cuyos pormenores el reseñador ni siquiera menciona.

Al plantearme las razones por las que el señor Villa García se conduce de este modo, me surge la duda de si es una forma de diluir su magro bagaje investigador sobre octubre de 1934. Como para abordar la violencia, en particular, solo parece ser capaz de recurrir a bibliografía genérica o desfasada –ejemplo de ello es el opúsculo gubernamental y coetáneo En servicio de la República– es posible que haya pretendido suplir con displicencia la carencia de datos e investigación.

No debe descartarse, sin embargo, que su propia mente sea un manantial inagotable de comparaciones entre el presente y el pasado, como atestigua un artículo periodístico reciente que lleva su firma y en el que utiliza con una admirable elasticidad la expresión «justicia al revés», atribuida al republicano Mariano Ruiz Funes y difundida más tarde con tanta amplitud como tergiversación por Serrano Suñer. Elasticidad admirable –decía– porque un concepto vinculado al absurdo lógico de considerar, a partir de julio de 1936, rebeldes a quienes no se rebelaron, es utilizado por el señor Villa García para referirse a 1931 y a la amnistía entonces decretada, de la que se excluyeron a algunos miembros de los diferentes gobiernos anteriores al advenimiento de la Segunda República.[10]

Jose Maria Gil Robles en el mitin celebrado en Covadonga el 9 de septiembre de 1934. Segundo por la izquierda, otro de los oradores que intervinieron, José María Fernández Ladreda, dirigente asturiano de Acción Popular que sería ministro con Franco entre 1945 y 1951 (foto: José María Mendoza Ussía / archivo de El Comercio)

Pero lejos de apuntarlo como el mero parangón ilustrativo de una aplicación legal que pueda considerarse poco razonable e incluso ilógica, el señor Villa García escribe que Ruiz Funes se olvidó de que “la «justicia al revés» no había comenzado con la guerra, sino cinco años antes, con la proclamación de la Segunda República”. Tan forzada ligazón, que sugiere continuidad entre dos procesos que nada tienen que ver, mucho me temo que no responde a un enfoque ponderado dirigido a abordar los problemas historiográficos desde los límites propios de la disciplina. Y lo cierto es que ese temor lo alimenta el final del artículo, donde la «justicia al revés» se trasladaría ahora a 2017 y a la no aplicación de la amnistía a cuatro agentes policiales.

Nada puede oponerse a que el señor Villa elabore una crítica sobre lo que considera una falta de lógica y una discutible aplicación del marco legal en los procesos que cita de 1931 y 2017, pero que ligue de ese modo estas amnistías con el empleo perverso de una figura delictiva que, a partir de julio de 1936, nutrió innumerables sentencias que llevaron a la cárcel a cientos de miles de personas y a entre 35.000 y 44.000 al paredón, me parece cuando menos asombroso, retorcido y, por qué no decirlo, incluso provocador. Y lo más importante, todo ello podría explicar que al considerar el trabajo de los demás, como ha ocurrido en mi caso, el señor Villa vea inspiraciones donde no las hay.

Al final, de tanto retorcimiento, quizá el señor Villa García haya acuñado, sin pretenderlo, un nuevo concepto: «la historia al revés». Pero no por defender las posiciones que crea oportunas ni por interpretar octubre de 1934 de forma diametralmente opuesta a como lo hacen, cada uno a su manera, los trece autores de las obras reseñadas. Los enfoques pueden y suelen ser diversos y la sana crítica estimulante. Nada de eso hay al situar al Moa de los inicios como un investigador riguroso y contenido y, al mismo tiempo, desacreditar el trabajo de varios autores que solo habrían consultado prensa de izquierdas; tampoco al descalificar de forma global una obra colectiva con evidente desgana por informarse siquiera de lo que reseña; y, con énfasis muy especial, forma parte del reverso más tenebroso del ejercicio de la Historia inventarse una afirmación y atribuirla a quien nunca ha sostenido tal cosa.

Cuando empecé a escribir el presente comentario pensaba que esta nueva modalidad, la «historia al revés», estaba promovida por el infundio más descarnado, pero mi entorno más cercano me ha hecho ver las cosas de otra manera. Quizá por eso haré caso a un amigo y tendré en consideración que, junto a la posibilidad de la falsedad, no habría de subestimarse el poder de la ideología o, más bien, su capacidad de ofuscar el entendimiento al provocar una suerte de miopía analítica que, en ese caso, sería mi deseo fuera transitoria.

Madrid, 5-10-1934.- Primer Consejo de Ministros del cuarto Gobierno presidido por Lerroux (4/10/1934 – 3/04/1935) y primero del que formó parte la CEDA. De izquierda a derecha: Andrés Orozco Batista (Industria y Comercio), Leandro Pita Romero (sin cartera), Manuel Giménez Fernández (Agricultura), Juan José Rocha (Marina), Diego Hidalgo Durán (Guerra), Eloy Vaquero Cantillo (Gobernación), Ricardo Samper (Estado), Alejandro Lerroux (Presidencia), Rafael Aizpún Santafé (Justicia), Manuel Marraco y Ramón (Hacienda), José Maria Cid (Obras Públicas), Filiberto Villalobos González (Instrucción Pública y Bellas Artes), José Oriol Anguera de Sojo (Trabajo y Sanidad), José Martinez de Velasco (sin cartera) y César Jalón Aragón (Comunicaciones)(foto: Efe)
Notas

[1] Villa García, Roberto: ” La insurrección de 1934. El retorno de los mitos de «Octubre»”, Revista de Libros, 9/2005, vol.3 https://www.revistadelibros.com/la-insurreccion-de-1934-el-retorno-de-los-mitos-de-octubre/ [consultado el 25/04/2025]; Jiménez Zaera, Jesús (ed.): Octubre 1934, Madrid, Desperta Ferro, 2024; González Calleja, Eduardo: 1934. Involución y revolución en la Segunda República, Madrid, Akal, 2024.

[2] Juliá, Santos.: Manuel Azaña, una biografía política, Madrid, Alianza Editorial, 1990.

[3] La cita en Villa García, Roberto: ” La insurrección de 1934. El retorno de los mitos de «Octubre»”

[4] Villa García, Roberto: Lerroux. La República liberal, Madrid, FAES, Gota a Gota, 2019. Véanse muy especialmente las páginas 145-149, buen compendio de lo dicho en los dos últimos párrafos y donde Lerroux sale incólume del trance, eso sí, con sutil omisión de la reunión celebrada el 5 o el 6 de julio entre Sanjurjo y Lerroux.

[5] Las observaciones suscritas por Enrique Moradiellos se repartieron una larga serie de artículos y comentarios breves publicados entre 2002 y 2003 en Revista de Libros, Nódulo y Cuadernos republicanos.

[6] Kerry, Matthew: Un pueblo revolucionado, Granada, Comares, 2024 y del mismo autor Unite, Proletarian Brothers! Radicalism and Revolution in the Spanish Second Republic, University of London Press, 2020.

[7] “Involución y bulos en torno al 90.º aniversario de Octubre de 1934”.

https://fundacionfaes.org/wp-content/uploads/2025/01/Involucion-y-bulos.pdf [consultado el 25/04/2025].

[8] https://www.revistadelibros.com/la-insurreccion-de-1934-el-retorno-de-los-mitos-de-octubre/ [consultado el 25/04/2025].

[9] Como razonan González Calleja, Eduardo y Sánchez Pérez, Francisco, “Revisando el revisionismo. A propósito del libro “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular””, en Historia contemporáneanº 58, 2018, págs. 851-881. Algunas inexactitudes de esa obra de Villa y Álvarez Tardío las comento en Gil Vico, Pablo, 2019, Verdugos de Asturias, Gijón, Trea, pp. 291-293.

[10] https://www.elmundo.es/opinion/2025/04/03/67ed1179fdddffb00e8b458f.html [consultado el 25/04/2025]. Le adelanto al reseñador que, más allá de la exitosa expresión enunciada más tarde, antes de cumplirse un mes desde el golpe estado de julio de 1936 personas sumadas a la sublevación ya evidenciaron el despropósito de juzgar como rebeldes a quienes no se habían rebelado. Y lo que es mejor, lo dejaron por escrito.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Lisardo Doval Bravo con el general Franco (foto: Arxiu Nacional de Catalunya _1_585_N_5027-/Europeana.eu)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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