El artículo premiado cuenta la historia de Theodor Schieder, quien tras su muerte en 1984 fue saludado como uno de los historiadores más importantes de la posguerra alemana, con una trayectoria que parecía impecable. Sin embargo, unos años después, nuevas fuentes llevaron a revelaciones que pusieron en tela de juicio la respetabilidad de Schieder. Especialmente en su etapa durante la II Guerra Mundial, cuando el historiador, estando en Königsberg, desempeñó un papel muy distinto del que presumían sus allegados. Tras las revelaciones, no solamente su figura quedó manchada, sino que también salpicó a los discípulos de Schieder, nombres como Hans-Ulrich Wehler, Wolfgang Mommsen o Martin Broszat, las figuras más emblemáticas de una historiografía, la alemana, que fue acusada de estar contaminada por unas raíces pardas.

ACCÉSIT  I PREMIO CONVERSACIÓN SOBRE LA HISTORIA 2023 

José Luis Aguilar López-Barajas*

Institute of History, Czech Academy of Sciences

 

El 9 de octubre de 1984 los principales periódicos alemanes recogían la muerte del historiador Theodor Schieder, fallecido a los 76 años el día anterior en su casa de Colonia. Los obituarios se sucedieron en los días y semanas posteriores, tanto en publicaciones de carácter periodístico cuanto en revistas académicas, en las que el gremio de historiadores rindió homenaje al gran maestro. Las más destacadas tuvieron la firma de discípulos directos de Schieder, que a mediados de los ochenta gozaban de una presencia mediática robusta y dominaban el ámbito académico. Wolfgang Mommsen lamentaba la pérdida de una de las ‘puntas de lanza de la ciencia’; Hans-Ulrich Wehler recordaba de Schieder su ‘combinación de amplitud intelectual y racionalidad disciplinada con apertura liberal, noble tolerancia y humanidad’ y Martin Broszat lo calificaba como un ‘Néstor de la historiografía alemana’ que ‘supo esbozar con aplomo los contornos de importantes contextos’.[i] Los tres, parte de la plana mayor de la historiografía alemana, parecían partir de un tronco común, el de Schieder, que por su maestrazgo y su talante liberal permitía alumbrar trayectorias que iban desde un liberalismo democrático con ribetes conservadores, Broszat, hasta un progresismo netamente de izquierdas, como el caso de Wehler, Mommsen y muchos otros. ¿Quién había sido aquel maestro de historiadores?

Theodor Schieder fue quizás el historiador alemán más influyente de la posguerra por la cantidad de empresas que capitaneó y que saltaban entre lo institucional y lo académico e historiográfico. Respecto de lo primero, Schieder condujo el proyecto ministerial sobre la expulsión de los Alemanes del Este tras 1945, fue director por casi dos décadas (1958-1977) de la Historische Zeitschrift, la revista de historia alemana más importante, y presidente de la Asociación de historiadores alemanes (1967-1972). Como académico, Schieder no fue el tipo de historiador alemán productor de obras monumentales con gran contenido empírico; más bien aportó reflexiones orientativas y buscó dar respuestas teóricas a problemas generales de la historia como el equilibrio entre ‘estructura y personalidad’ o el rol del estado en la historia. Fue un historiador de olfato y mirada fina, el intérprete de una ‘constelación’ de autores alemanes que preocuparon a la historiografía del siglo XIX y que seguirían preocupando a la de sus discípulos. A partir de 1945, Schieder volvió su mirada a los clásicos para discutir el estado y la historia cuando ambas, a la luz de la catástrofe del nazismo, parecían haber fallado a Alemania. Así, Schieder comenzaba sus seminarios sustituyendo a Leopold von Ranke, para quien el estado era el centro de una historia con mayúscula, por Jacob Burckhardt, cuyas “consideraciones sobre la historia universal” abrían las lecciones inaugurales de sus seminarios y replanteaban las fundaciones mismas de una historia más volcada a la cultura y las ideas. ‘Si empecé con Burckhardt es porque la gente buscaba una nueva orientación intelectual’, afirmaría en una entrevista años después.[ii] Incluso en su etapa más madura, Schieder tuvo apertura intelectual para recibir las nuevas corrientes historiográficas en las que participaban sus discípulos, con una actitud amistosa, pero sin renunciar a ‘lanzar implacablemente por la borda ideas conocidas pero insostenibles’.[iii]

Su posición académica e institucional hicieron de él una bisagra natural entre la generación anterior, la de historiadores como Gerhard Ritter, y la de Hans-Ulrich Wehler -con ambos se llevaba unos 20 años-; una bisagra, además, que Schieder asumió de forma autoconsciente, ya que intentó estimular las nuevas vías que sus discípulos proponían sin desatender las viejas preocupaciones de sus mayores. Schieder, nacido en 1908, fue ya una figura del ‘gremio’ en la etapa de entreguerras; no en vano, su larga relación con sus mayores le granjeó el acceso a su cátedra de Colonia en 1947. Un acceso más que dudoso en el que mediaron intrigas palaciegas que evitaron que la cátedra de Colonia fuera a parar a manos de Hans Rosenberg, historiador exiliado en Estados Unidos que desde los años treinta había roto simbólicamente con los temas y enfoques conservadores predominantes en la historiografía alemana.[iv] De esta forma, Schieder debía una cierta lealtad al gremio que a veces se solapaba con sus más abiertas inclinaciones intelectuales, creando un conflicto de intereses. Para ser justos, cuando esto sucedió, Schieder se decidió por primar su espíritu liberal, como por ejemplo atestigua su disposición a publicar los artículos de Fritz Fischer en la famosa polémica sobre la culpa de la Primera Guerra Mundial, algo que creó malestar entre el bando conservador. Wehler recogía esta dualidad: ‘encarnaba el tipo de conservador decididamente liberal, que es muy raro en este país. Poseía convicciones profundamente conservadoras, pero también defendía con firmeza los valores liberales y en la vida práctica, especialmente en su trato con los más jóvenes, era de una indudable generosidad liberal’.[v]

Schieder, rector de la Universidad de Colonia, Hans-Jürgen Kallman Theodor Schieder, Öl auf Leinwand, zwischen 1962 und 1966, © VG Bild-Kunst, Bonn 2006

Esta actitud abierta provenía de un cambio de orientación que Schieder cifraba en la inmediata posguerra, cuando aterrizó en Colonia en medio de un panorama catastrófico en el que los escombros, literales y figurados, plagaban las aceras y los consejos de facultad. Años después recordaba, cómo en la posguerra ‘todos estábamos en la misma situación, éramos de la misma edad, no teníamos seguridad, estábamos sin nada que comer y en habitaciones sin calefacción’.[vi] Desde aquellas carestías Schieder había cimentado un edificio de prestigio que se reflejó en las elogiosas elegías que recibió tras su muerte. Pero en todas ellas, el periodo entre 1933 y 1945 aparecía como una nebulosa que se despejaba con brochazos imprecisos que extendían, sin quererlo, un manto de duda sobre Schieder. Mommsen lo refería en los siguientes términos: ‘la experiencia de la demencial política del nacionalsocialismo y el consiguiente colapso del Reich alemán le salvó de la seguridad en sí mismo de las antiguas generaciones de historiadores alemanes, que se habían sentido a gusto con el propio proceso histórico. (…) sustituyó esta autoconfianza histórica, que asignaba al historiador el papel de portavoz de la historia, por un enfoque profundamente crítico, incluso escéptico, de la historia’.[vii] Esa visión de Mommsen era cierta y al mismo tiempo trataba al nazismo sólo en función de las consecuencias para el pensamiento histórico de Theodor Schieder tras el colapso del Reich. Aun así, quedaba poco claro qué había hecho durante los doce años del Reich.

Casi todo ese tiempo Schieder había estado en Königsberg, actual Kaliningrado, una ciudad de la antigua Prusia Oriental a la que había acudido para trabajar con el historiador conservador Hans Rothfels. Königsberg era el enclave más oriental del Reich. Una ciudad dominada por el palacio, un extenso edificio con amplios salones diáfanos coronados por una torre gótica de un centenar de metros; el palacio había pertenecido a la Orden Teutónica, que conquistó la plaza en el siglo XIII y edificó en su centro el majestuoso edificio a mayor gloria del dominio germano en el este. En el siglo XVIII, el filósofo Emmanuel Kant salía puntual de su casa tras la cena, a las cinco de la tarde, orillaba la catedral gótica y el palacio y se dirigía hacia el puerto, donde continuaba su paseo diario. El viento del mar Báltico barría el puerto de Königsberg desde el norte; en siglos anteriores los ejércitos suecos habían descendido sobre la ciudad en innumerables ocasiones. Königsberg no solo se veía amenazada por los vecinos del norte, sino que al sur y al este colindaba con los dominios polacos y rusos. Por ello, Königsberg se constituyó como una ciudad defensiva, rodeada por fortalezas militares que flanqueaban la plaza y dificultaban posibles incursiones militares. Königsberg, la ‘montaña del rey’, era el orgullo oriental de los reyes prusianos; por ello, cuando tras la Primera Guerra Mundial quedó aislada del resto territorio del Reich, el revanchismo del nacionalismo alemán encendió sus ánimos. Las potencias victoriosas habían decidido dar salida al mar al reciente estado polaco, lo que suponía despojar al Reich de parte de sus territorios nororientales. Con la creación del llamado ‘Corredor Polaco’ en Prusia Oriental, la ciudad de Danzig, de mayoría alemana, había quedado dentro del estado polaco. Al este, Königsberg quedaba como una pequeña porción de tierra desconectada de Alemania y rodeada por vecinos hostiles. La defensa de Königsberg precisaba de la pericia política de Alemania y de plumas incisivas que señalaran tanto la germanidad de Königsberg cuanto la injusticia histórica de desgajar Prusia Oriental; los historiadores eran los más cualificados para ello.

En 1926, el joven historiador Hans Rothfels partía en un tren desde Berlín con dirección Königsberg, a donde llegó un día después tras múltiples transbordos. Rothfels había nacido en 1891 en una familia rica judía de Kassel, aunque al cumplir la mayoría de edad se convertiría al luteranismo. Fue soldado en la Primera Guerra Mundial y recibió con indignación el tratado de Versalles de forma similar a muchos otros historiadores, incluido su maestro, Friedrich Meinecke. Para Rothfels, Prusia Oriental pertenecía al ‘pueblo alemán, que es el único que ha experimentado este espacio vital en su totalidad y que ha fecundado su gente y su moral.’ En 1926 se le ofreció una cátedra de historia en Königsberg. Marchar al este suponía alejarse del señorial Berlín, donde la historiografía florecía y los grandes acontecimientos tenían lugar; pero el hinchado nacionalismo de Rothfels le impulsó a acometer una misión que era más importante si cabe para el futuro de Alemania. En su cátedra de Königsberg, Rothfels atrajo a una camarilla que destacó por un discurso agresivo y ultraconservador, muy similar al que en Berlín y Múnich adoptaba el incipiente partido nacionalsocialista.[viii] Como historiador, Rothfels se dedicó a denunciar las ideas contrarias a Alemania que desplegaban los académicos de otras naciones. La creación del Corredor Polaco era una herida abierta ‘de cuyas llagas supurantes, los gérmenes infecciosos también invaden el organismo de la ciencia’. Bismarck, una de las figuras relevantes para Rothfels, ya había señalado ‘el peligro de quebrar la unidad del espacio vital en el este’. Desde Francia, Polonia o Inglaterra se hacía un esfuerzo conjunto, entre lo político y lo historiográfico, para echar sal sobre la herida alemana.[ix]

Universidad Albertina de Konigsberg, tarjeta postal del s. xix (Library of Congress Prints and Photographs division /Wikimedia Commons)

Este discurso atrajo a historiadores nacionalistas como Werner Conze y Theodor Schieder. Aunque Rothfels pronto iba a encontrarse con problemas. Con la llegada de Hitler al poder en 1933, poco importó que Rothfels se hubiera convertido al luteranismo y fuera tan nacionalista como cualquiera de ellos. Su origen judío era una mancha imborrable, y en 1934 fue apartado de su cátedra. Sin embargo, las ideas de Rothfels sobre el espacio vital fueron la semilla sobre las que se desplegarían políticas en Prusia Oriental a partir de 1939. No por casualidad la Segunda Guerra Mundial comenzó con un ataque en Danzig, el corazón del Corredor Polaco, que en menos de una semana era reincorporado al territorio alemán. El general Otto Lasch, jefe de la guarnición de Königsberg, en términos similares a los de Rothfels, recordaba cómo en Prusia Oriental ‘una erguida tribu alemana cultivó un suelo parcialmente estéril, en siglos de arduo trabajo, y ahora se aferra a su tierra natal con infinito amor e improbable lealtad’.[x] Pero unos años después la guerra se complicaba, los soviéticos avanzaban sobre el Reich y Königsberg era uno de los enclaves más codiciados. Los bombardeos aliados sobre objetivos civiles en 1944 habían dañado el tejido urbano, destruido el palacio de Königsberg y provocado innumerables víctimas. En marzo de 1945, Adolf Hitler ordenó defender la ciudad hasta el último hombre, costase lo que costase. Otto Lasch, como jefe de la defensa, emitía un bando ‘en una hora difícil’ alentando a todos los alemanes de Königsberg. ‘Haré todo lo posible por cumplir mi cometido. De vosotros, camaradas, exijo la misma voluntad. La patria nos exige un compromiso incondicional y definitivo (…) ¡viva el Führer y nuestro pueblo!’.[xi]A Theodor Schieder, el compromiso demandado por Lasch le llegaba demasiado tarde. En un punto indeterminado entre finales de 1944 y comienzos de 1945, Schieder y su familia dejaron Königsberg a hurtadillas. No está claro cuando, ya que el silencio de Schieder sobre Königsberg le hizo rehuir preguntas sobre el momento exacto. Lo que está claro es que Schieder vio venir la tormenta soviética y decidió abandonar el barco, incluso antes de que la caída fuera inminente.[xii]

Según recordaba años después, el espacio vital ‘durante la época nacionalsocialista se llevó a tales extremos que todo el mundo tuvo que reconocer que se trataba de una gran aberración de la historia europea’.[xiii] Pero Schieder daba respuestas evasivas y se entretenía en circunloquios que no conducían a ninguna parte cuando se refería a su ocupación durante el nacionalsocialismo. Incluso con sus discípulos, con quienes trabó una relación estrecha. Mommsen recordaba llevar ‘libros en mi bicicleta hasta el apartamento de Schieder en la otra punta de Colonia’, donde se reunían una serie de doctorandos en jornadas maratonianas que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada.[xiv] El maestro inspiraba a sus alumnos, pero a veces estos percibían de forma ‘irritante su actitud distanciada hacia los valores políticos basados en las emociones’.[xv] La generación de Wehler y Mommsen tenía una aproximación mucho más directa a la política, mientras que Schieder había adquirido una dimensión ética que marcaba su compromiso con la democracia liberal pero rehuía colocar las dimensiones políticas en el centro. Del mismo modo, sus discípulos más cercanos se atrevían a interrogarle de forma directa sobre su etapa en Königsberg. Wehler recuerda: ‘cuando comíamos o cenábamos juntos, le preguntaba: Sr Schieder, sabe que tengo curiosidad, ahora dígame ¿Cómo era Königsberg en los años cuarenta?, a lo que Schieder respondía algo así como ¿Ha salido ya el texto de Clausewitz que querías leer?’.[xvi]

Tras su muerte en 1984, en un monográfico homenaje a Schieder, se encargó cubrir los años de Königsberg a Werner Conze, que había permanecido en la ciudad junto a Schieder durante los años treinta. Conze también había mantenido una distancia prudencial con respecto a airear los tiempos de Königsberg. Dado que la ciudad fue tomada como campo de pruebas del Reich para la conquista del espacio vital, Conze esbozaba una cierta autocrítica que hacía extensiva a Schieder: ‘para nosotros era una época de espera, de vagas esperanzas e ilusiones, en la que muchos indicios que apuntaban a la fatalidad no se tomaban en serio o ni siquiera se percibían’. No negaba que eran entonces unos jóvenes nacionalistas alemanes interesados por Prusia Oriental, pero no escarbaba en cómo eso encajó, o no, con el ambiente nacional socialista de la época y el lugar. Más bien se dedicaba a glosar en términos intelectuales su labor y la de Schieder, y a recalcar que ambos habían ido en busca de Hans Rothfels, un historiador judío represaliado por los nazis.[xvii]

Königsberg en 1945 F. Bistrick: Königsberg in Rauch und Asche, [1]; Fritz Krauskopf: Königsberg lebt weiter – Dokumentarfotos aus der Zeit 1939 bis 1945 (1954)

No había en realidad motivos para sospechar más allá de unas abstractas simpatías epidérmicas que Schieder pudiera haber sentido por el nacionalsocialismo. Su desempeño en la República Federal le había concedido crédito intelectual y otorgado pedigrí democrático. Wehler recuerda que, en los seminarios de los años cincuenta, las clases de Schieder sobre el nazismo eran de lo más estimulante, sin que hubiese rastro de ningún tipo de justificación o de relativización de los crímenes del Reich, lo cual en los años cincuenta era decir mucho.[xviii] Sin embargo, algunos pasos de Schieder invitaban a sospechar. En 1968 se negó, como presidente de la asociación de historiadores, a viajar a una reunión en Moscú que juntaría a historiadores de ambos lados del Telón de Acero. Aunque Schieder había hecho gala de un cierto talante antibolchevique, a nivel historiográfico estuvo abierto al marxismo; en sus seminarios los autores marxistas eran tratados de forma extensiva y sobre la obra de Marx se volvía una y otra vez. Dada su voluntad de separar la política de la historiografía, además, no hacía gala de un anticomunismo público muy marcado. Por ello su negativa a acudir a Moscú sorprendió a algunos. Como recuerda Mommsen ‘hoy, por supuesto, se por qué. Tembló por el hecho de que el pasado de los años treinta se le pudiera venir encima’.[xix]

Schieder también mostró su inquietud ante el movimiento del 68, cuando activistas comenzaron a destapar la trayectoria de algunos respetables políticos o profesionales de distintas ramas, cuyo pasado resultaba no ser en realidad tan respetable. En 1969 la activista Beate Klarsfeld aireó el pasado nazi del mismo Canciller alemán, Kurt Georg Kiesinger, a quien abofeteó en un acto público de la CDU mientras le gritaba ‘¡Nazi, Nazi, Nazi!’. Schieder temió que los activistas irrumpieran en alguna de sus conferencias, especialmente en su discurso de inauguración del Historikertag de 1970 de Colonia, donde se vio a un Schieder sudoroso y dubitativo, muy alejado del ‘riguroso y rápido’ historiador que sus discípulos recordaban.[xx] Al final el suceso no tuvo lugar, Schieder escamoteó explicaciones y llegó al final de su vida sin que se supiera exactamente qué había hecho en la oscura etapa de Königsberg. Aunque pronto iban a salir a la luz documentos que supondrían un antes y un después para la profesión historiográfica alemana.

Tras su muerte, se instauró la ‘Cátedra Theodor Schieder’ en la universidad de Colonia, donde había enseñado durante casi cuatro décadas. A finales de los ochenta, antes del Historikerstreit, el ajuste de cuentas con los historiadores simpatizantes del nacionalsocialismo parecía concluido, aunque para muchos de forma poco satisfactoria. En realidad, nada indica que en la profesión historiográfica se siguieran criterios muy distintos a los generales o los aplicados en otras profesiones tales como la judicatura. Las cuatro categorías de culpabilidad establecidas en la desnazificación se aplicaron muy a la baja, la mayoría de los historiadores salieron absueltos o calificados como ‘mitläufer’ -simpatizantes-,[xxi] algo que les permitía incluso proseguir sus carreras. Pero Theodor Schieder y Werner Conze no entraron en ninguna de estas categorías, pasaron bajo el radar; en buena parte debido a su localización en el apartado Königsberg, que tras la guerra pasó a manos de la Unión Soviética y con la Guerra Fría el acceso a los archivos quedó vedado. En una de las primeras obras de referencia sobre los historiadores nazis, escrita por Helmut Heiber en 1966, ninguno de los dos aparecía mencionado.[xxii]

En el caso de ambos se daba por hecha algún tipo de simpatía de contornos indefinidos y de duración indeterminada. Hasta que en 1988 el historiador británico Michael Burleigh en un libro sobre la Ostforschung -investigación oriental- en el Tercer Reich puso su foco en Königsberg y levantó a Conze y Schieder como colaboradores intelectuales de la política de limpieza en el Este.[xxiii] El libro no tuvo sin embargo el impacto que, visto hoy, debiera haber tenido. Quizás en parte porque planteaba algunos interrogantes incómodos a un problema con los maestros que la generación de Wehler y Mommsen daba por zanjado. Aunque los debates de finales de los ochenta iban a remover la tierra y en la década siguiente el tema se replanteó por parte de la generación más joven. En 1992 se publicó un documento inapelable que iba a dar un giro radical el adquirido prestigio de los maestros. Los historiadores Karl Heinz Roth y Angelika Ebbinghaus publicaron el ‘Polendenkschrift’, un memorándum con fecha de 7 de octubre de 1939, en cuyo encabezamiento y firma de trazos temblorosos acompañada de un ‘Heil Hitler’ aparecía el mismo nombre: Theodor Schieder. El documento, producido desde Königsberg una vez Polonia había sido repartida entre el III Reich y la URSS, trazaba un plan de expulsión masiva de los judíos, liquidación de la Intelligentsia polaca y prohibición de uniones mixtas, al calor de las leyes de Nuremberg, pero en una circunstancia en la que la Alemania de Hitler había adquirido recientemente miles de kilómetros cuadrados que había que transformar a imagen y semejanza del Reich. El ‘Polendenkschrift’ desprendía tal violencia que era difícil escurrir el bulto y verlo como un documento más o menos circunstancial; era, al contrario, una propuesta para organizar el espacio vital alemán en el Este de Europa ideada por Theodor Schieder.[xxiv]

El Generalplan Ost (Wikimedia Commons)

El efecto del ‘Polendenkschrift’ fue devastador, aunque no inmediato. El propio hijo de Schieder, el también historiador Wolfgang Schieder, afirmó no conocer nada al respecto, lo que es más que probable ya que el celo del padre por ocultar su pasado había sido permanente. Wehler comentó: ‘cuando leí el memorándum, al principio tuve la sensación de que esto no podía ser cierto. Schieder había escrito poco sobre el nacionalsocialismo, pero había impartido muchos seminarios sobre él. Eran absolutamente impecables’.[xxv]Todos mostraron cierta sorpresa que, como algunos argumentan, no vino acompañada de una voluntad férrea por ajustar cuentas con los maestros. Wolfgang Schieder, que había nacido precisamente en Königsberg en 1935, y había sido alumno de Werner Conze en Heidelberg, comentaba lo siguiente al respecto: ‘el hecho de que hayan pasado la mayor parte de su vida después de 1945 y hayan trabajado como profesores universitarios liberales debe, por supuesto, desempeñar un papel en la evaluación de sus respectivas personalidades, sea cual sea el juicio al que se llegue. Personalmente, noté un talante liberal particularmente pronunciado, algo que no era habitual en los años cincuenta y sesenta’.[xxvi] La cuestión residía en si esta actitud que Wolfgang Schieder señalaba sobre Conze y su padre los exoneraba en algún sentido o, por el contrario, había que proceder de forma expeditiva.

A Hans-Ulrich Wehler, Jürgen Kocka o los hermanos Hans y Wolfgang Mommsen les costó reaccionar, pero acabaron accediendo al impulso de la generación posterior, aquella que había desempolvado el pasado de sus maestros. Esto se produjo hacia la segunda mitad de los años noventa e iba a tener como confrontación simbólica el bronco desarrollo del Historikertag -Día de los historiadores- de 1998, celebrado en Frankfurt. Algunos miembros de la generación más joven, en especial Götz Aly, buscaban darle una patada al tablero y se pronunciaron con dureza no solo respecto a los apologistas de Conze y Schieder, sino también a los que no se definían con claridad. Historiadores conservadores como Immanuel Geiss advirtieron ‘contra cualquier arrogancia moralizadora de la generación de historiadores jóvenes’. Geiss, como defensor de Conze y Schieder, clamó que, desde posiciones ‘iliberales y totalitarias’ se estaba juzgando a dos historiadores que habían abogado precisamente por una cultura académica liberal a partir de 1945. A su vez señalaba a los Mommsen y Wehler por no tener el arrojo de defender a sus maestros y ponerse de perfil.[xxvii]

La disputa tuvo una dimensión generacional muy clara. La conferencia de Götz Aly en el Historikertag de 1998, como contrapartida más agresiva, orientó la situación de tal forma que salpicara irremisiblemente a Wehler, Kocka y los Mommsen. Además de los términos de su conferencia, en la que se refirió a Conze y Schieder como ‘criminales de escritorio’ -Schreibtischtäter- no declaró solamente culpables a ellos, sino que también señaló que la Volksgeschichte nazi que habían practicado en Königsberg había teñido de pardo las raíces de la historia social de los discípulos. Así, la cuestión no residía en defender a sus maestros, sino en defenderse a sí mismos.[xxviii] Esto da cuenta del calibre que tomó la situación y de lo agria que se tornó una disputa en la que todos, en principio, reconocían el papel de Schieder y Conze como autores intelectuales de la política nazi en el Este.

El panel sobre los historiadores en el nacionalsocialismo del Historikertag había sido concertado un año antes entre Götz Aly, Peter Schöttler y, como contraste, Jürgen Kocka, cuyo papel sería el de dar la réplica. En los años anteriores se habían producido discusiones similares, pero la de aquel 1998 alcanzó un nivel nunca visto. Ante el discurso de Aly muchos reaccionaron con sorpresa e indignación, y cuando extendió su acusación hacia las raíces pardas de la historia de los discípulos de Schieder, Hans Mommsen, que se encontraba en el público, emitió una reacción airada que condujo a un murmullo en la sala.[xxix] Kocka admitió no conocer el contenido de las conferencias de Aly y Schöttler, ‘el tiempo era corto, tuve que desviarme de mi texto e improvisar’. Poco después reconocía haberse sentido incómodo ya que ‘la puesta en escena fue diseñada de tal manera que primero se presentó toda la crítica del compromiso con el nacionalsocialismo y después (…) existía la expectativa de que alguien les diera la réplica con una defensa’.[xxx]No era en absoluto su intención, aunque las reacciones de algunos de los que se suponía que pertenecían a la milieu de Kocka invitara a pensar lo contrario. La cuestión residió en los términos del debate; sobre todo fue Götz Aly que, con su intento de tender un puente entre el nazismo y la Alemania federal, juzgaba no tanto el pasado nazi de Schieder y Conze como la forma en que habían arrastrado las raíces pardas a la República Federal y las habían legado a sus discípulos. Para la mayoría, sin embargo, quedaba claro que Schieder y Conze debían ser apartados de su pedestal. En el discurso inaugural del Historikertag, el presidente de la Asociación de Historiadores Alemanes, el medievalista Johannes Fried, citó los nombres de sus predecesores en el cargo; de manera deliberada omitió a Theodor Schieder y Werner Conze, presidentes entre 1967-1972 y 1976-1980 respectivamente.[xxxi] Adicionalmente, se retiró el nombre de Schieder a la Cátedra de la universidad de Colonia que había con anterioridad honrado al historiador.

Deportación masiva de población polaca en aplicación del Generalplan Ost (foto: Bundesarchiv R 49 Bild-0137, Polen, Wartheland, Aussiedlung von Polen)

Respecto a las raíces pardas de la historia social deslizadas por Aly, fue una acusación que tuvo una dimensión muy efectista. Las continuidades con la historiografía nazi ya se habían planteado desde los años setenta, aunque no de la forma en la que se hizo en el Historikertag de 1998. La llamada Volksgeschichte -historia popular- nazi había, como muchas otras corrientes, roto con la historia de los acontecimientos clásica y abrazado el estudio de las tradiciones folclóricas, las formas económicas, la cultura en un sentido amplio y, sobre todo y de forma muy ad hoc, señalado la germanidad histórica de Silesia, Pomerania, Alsacia o los Sudetes. Salvo en este último sentido, los demás aspectos habían supuesto una innovación que sobrevivió a 1945, cuando de forma mayoritaria la historiografía abandonó la historia política y de los acontecimientos para abrazar formas de historia económica y social.[xxxii] Además, si echamos una mirada panorámica a la historia que se hacía en otros países en la posguerra se pueden observar muchas similitudes con esta forma de escribir historia de la generación de Hans-Ulrich Wehler.

Las continuidades temáticas y personales existieron, pero Götz Aly formuló sus críticas dándoles una naturaleza moralista que, además, simplificaba la cuestión. Lo que Werner Conze y Theodor Schieder legaron de facto a sus discípulos, a pesar de su pasado pardo, es difícil de identificar con esta tradición en exclusiva. Conze, mucho más que Schieder, en el periodo nazi había adoptado una perspectiva historiográfica étnica, que se cifró en trabajos sobre las minorías en Europa del Este, tema que se expresó en cierta actitud revanchista tras la posguerra.[xxxiii] Schieder, como se decía al principio, enfocaba sus seminarios a temas de la historia presente, no rehusaba incluir a Marx y entraba al quite de todas las innovaciones historiográficas. Además, Schieder nunca practicó un tipo de historia que se pueda remotamente acercar a la Volksgeschichte nazi. Su tesis doctoral, publicada en 1936, fue un reducido estudio sobre el ‘kleindeutscher Partei’ en Baviera en vísperas de la unificación. Era un trabajo nacionalista radical, pero muy tradicional en sus planteamientos políticos, nada parecido al mapeo del territorio y sus tradiciones culturales ancestrales que otros, como Hermann Aubin, Otto Brunner o el propio Conze, sí practicaban.[xxxiv] En su lugar, se interesó por la historia de las ideas, de la política y a las reflexiones teóricas y epistemológicas. Además, nunca compartió la sobrecarga estructural que aquejaba a Wehler; sus trabajos sobre ‘estructura y personalidad’ muestran una especie de tercera vía entre éste y el historicismo más personalista.[xxxv]

De este modo, sobre las continuidades entre la historia popular nazi y la historia social cabe hacer dos apuntes finales. Por un lado, hay que delimitar qué son herencias de aquella y qué son elementos importados del contexto de los años sesenta, cuando en otras partes de Europa se practicaba historia social similar a la de Alemania sin que esta tuviera herencias nacionalsocialistas. Por otro lado, reconociendo los trasvases, dotarlos de una naturaleza intrínsecamente perversa que proscriba cualquier importación puede resultar en una moralización poco productiva. En uno de los primeros estudios monográficos sobre la Volksgeschichte, Willi Oberkrome planteaba la dimensión innovadora de ésta ya que, por ejemplo, tomó por primera vez la interdisciplinariedad como una forma clave de superar el corto alcance del historicismo. Oberkrome caracterizó la Volksgeschichte como una metodología compleja y útil guiada, no obstante, por unas teorías e ideas fuerza deplorables.[xxxvi] Sin embargo, la consideración global de Theodor Schieder y Werner Conze, que con más o menos problemas podemos meter dentro de esta categoría, no puede escabullir el hecho de que ambos fueron colaboradores activos en la limpieza étnica y el genocidio y por tanto son responsables directos de los mismos.[xxxvii]

Esto último, dada la carrera de ambos en la República Federal, no debe verse tanto como una deslegitimación de su trayectoria post-45 y de la de sus discípulos -como pretendía Götz Aly- cuanto de la más que insuficiente desnazificación llevada a cabo por Alemania después de 1945. Además, el caso de Schieder es parte un continuo sostenido de polémicas encadenadas que van al menos desde el Historikerstreit hasta la actualidad. Con los aceros templados y la generación de los discípulos de Conze y Schieder ya en una edad muy avanzada, o lamentablemente fallecidos, el tema de los historiadores proclives al nacionalsocialismo no parece ser un motivo abierto de disputa. La figura de Theodor Schieder concentra todas las aristas pasadas y presentes del vínculo del gremio de historiadores alemanes con el nacionalsocialismo. Una historia de ocultación, olvido deliberado, revelación y uso efectista del pasado que tiene interés en la medida en la que nos ayude a plantearnos preguntas similares para contextos distintos.

Algunos de los acusados de heredar las ‘raíces pardas’ de Schieder. Hans-Ulrich Wehler y Jürgen Kocka (Segundo y tercero por la derecha).  UABI, FOS 4321, Photo: Rainer Seutter von Loetzen/Universität Bielefeld 1980.

[i] Wolfgang Mommsen, ‘Vom Beruf des Historikers in einer Zeit beschleunigten Wandels. Theodor Schieders historiographisches Werk, VfZ, 33, 1985, pp. 387-405; Hans Ulrich Wehler, ‘Nachruf auf Theodor Schieder’, Geschichte und Gesellschaft, 11, 1985, pp. 143-153; Martin Broszat, ‘Nachruf auf Theodor Schieder’, 32, 4, 1984, pp. 689-690.

[ii] ‘In Gespräch. Prof. Dr. Theodor Schieder’, Geschichte in Köln, 8, 1, 1980, pp. 5-24.

[iii] Dirk Blasius, ‘Theodor Schieder. Werkgeschichtliche Konstellationen zwisschen Nationalsozialistischer Diktatur und demokratischer Neuanfang’, Geschichte und Gesellschaft, 45, 2,  Abril-Junio 2019, pp. 222-244.

[iv] Christoph Nonn, Theodor Schieder. Ein bürgerlicher Historiker im 20. Jahrhundert, Düsseldorf, Droste, 2013, pp. 130-139.

[v] Wehler, ‘Nachruf p. 148.

[vi] ‘In Gespräch. Prof. Dr. Theodor Schieder’, Geschichte in Köln, 8, 1, 1980, pp. 5-24.

[vii] Mommsen, Von Beruf, p. 390.

[viii] Eckel, Jan, Hans Rothfels: Eine intellektuelle Biographie im 20. Jahrhunder, Gotinga, Wallstein, 2005, pp. 125-130.

[ix] Rothfels, Hans, ‘Korridor historie. Einige Glossen zu dem Buch “La Pologne et la Baltique”’, Historische zeitschrift, 128, 2, 1933, pp. 294-300.

[x] Lasch, Otto, So fiel Königsberg, Stuttgart, Motorbuch Verlag, 1991, p.7.

[xi] Ibid, p. 139.

[xii] Nonn, Theodor Schieder, pp. 117-122.

[xiii] In Gespräch. Prof. Dr. Theodor Schieder’ p. 13.

[xiv] Interview mit Wolfgang Mommsen, H-Soz-Kult, 25.2.1999.

[xv] Mommsen, Von Beruf, p. 388.

[xvi] Wehler, Gespräch, p. 51.

[xvii] Werner Conze, ‘Die Königsberger Jahre’, Von Beruf des HIstorikers. Akademische Gedenkfeier für Theodor Schieder am 8. Februar 1985 in der Universtiät zu Koln, 1985, pp. 23-33.

[xviii] Wehler, Eine lebhafte, p.48.

[xix] Interview mit Wolfgang Mommsen.

[xx] Nonn, Schieder, pp. 305-315.

[xxi] Angelika Königseder, ‘Das Ender der NSDAP. Die Entnazifizierung’, en Wolfgan Benz (ed.), Wie wurde man Parteigenosse? Die NSDAP und ihre Mitglieder, Frankfurt, 2009.

[xxii] Helmut Heiber, Walter Frank und sein Reichinstitut für Geschichte des neuen Deutschlands, Stuttgart, DVA, 1966.

[xxiii] Michael Burleigh, Germany Turns Eastwards: A Study of Ostforschung in the Third Reich, New York, Cambridge University Press, 1988.

[xxiv] Angelika Ebbingahus y Karl Heinz Roth, ‘Vorläufer des “Generalplan Ost”. Eine Dokumentation über Theodor Schieders Polendenkschrift vom 7. Oktober 1939’, Zeitschrift für sozialgeschichte des 20. Und 21. Jahrhunderts, 7, 1992, pp. 62-94.

[xxv] Wehler, Eine lebhafte, p. 52.

[xxvi] Interview mit Wolfgang Schieder, H-Soz-Kult, 1999.

[xxvii] Interview mit Immanuel Geiss, H-Soz-Kult, 1999.

[xxviii] Götz Aly, ‘Theodor Schieder, Werner Conze oder die Vorstufen der physischen Vernichtung’, en Winfried Schulze y Otto Gerhard Oexle, Deutsche Historiker in Nationalsozialismus, Frankfurt, Fischer, 2000.

[xxix] Volker Berghahn, ‘Deutsche Historiker im Nationalsozialismus by Winfried Schulze and Otto Gerhard Oexle’, Central European History, 34, 1, 2001, pp.134-139.

[xxx] Interview mit Jürgen Kocka, H-Soz-Kult, 1999.

[xxxi] Johannes Freid, ‘Eröffnungsrede zum 42. Deutschen Historikertag’, ZfG, 46, 1998, pp. 869-874.

[xxxii] Lutz Raphael, Einleitung, en Lutz Raphael (ed.) Von der Volksgeschichte zur Strukturgeschichte: Die Anfänge der westdeutschen Sozialgeschichte 1945-1960, Leipzig, Leipzig Universitätsverlag, 2002, pp. 7-12.

[xxxiii] Ibid, p.9.

[xxxiv] Theodor Schieder, Die kleindeutsche Partei in Bayern in den Kämpfen um die national Einheit 1863-1871, Múnich, Beck, 1936.

[xxxv] Theodor Schieder, Geschichte als Wissenschaft. Eine Einführung, Viena, Oldenbourg, 1965, pp. 149-186.

[xxxvi] Willi Oberkrome, Volksgeschcihte: Methodische Innovation und völkischer Ideologisierung in der deutschen Geschichtswissenschaft 1918-1945, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1993.

[xxxvii] Ingo Haar, German Scholars and Ethnic Cleansing, 1919-1945, New York, Berghahn Books, 2007.

*El jurado del I Premio Conversación sobre la Historia   reunido el 27 de enero de 2024 concedió el accésit a este artículo que ahora se publica.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Theodor Schieder (derecha) junto al presidente alemán Heinrich Lübke en 1963. By Magnussen, Friedrich (1914-1987) – Stadtarchiv Kiel, CC BY-SA 3.0 de, h-https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=69381599

Ilustraciones: Conversación sobre la historia y José Luis Aguilar López-Barajas.

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