Tras la Primera Guerra Mundial, triunfa en Viena el llamado austromarxismo. Sin alinearse con el régimen soviético ni con la socialdemocracia alemana, esta corriente desarrolla una política social en fiscalidad, vivienda y cultura. Su enfoque influirá más tarde en un sector del Partido Socialista francés.

Jean-Numa Ducange

Université de Rouen Normandie

 

La política en Austria está atravesada por la fuerza de las corrientes conservadoras, el peso de la Iglesia católica y su desnazificación absolutamente insuficiente. No obstante, entre los años 1890 y 1934, fecha de la llegada al poder de los austrofascistas (1), se desarrolló en este país una de las corrientes marxistas más peculiares de su tiempo, que recuperó la cuestión del nacionalismo y de la “identidad nacional”. Su capital, Viena, no solo fue el hogar de la dinastía de los Habsburgo, sino que también acogió uno de los partidos obreros más poderosos del mundo.

En 1907, la socialdemocracia austríaca (SDAP) (2) lanzó una nueva revista teórica, Der Kampf (“La lucha”). Poco tenía que ver aquella “socialdemocracia” con lo que hoy consideramos como tal. Nació de los ideales de las revoluciones de 1848 y se arraigó con fuerza entre la clase obrera con el objetivo de acabar con el capitalismo. Otto Bauer, un joven militante de origen austrocheco y judío, desempeñó un papel fundamental. El vasto imperio austrohúngaro de principios del siglo XX era un amalgama de múltiples nacionalidades, entre las cuales se encontraba una fuerte minoría checa. Siguiendo los pasos de Karl Renner, otro socialdemócrata que sería canciller de Austria en 1918 y 1945, Bauer consideró que era necesario plantear la cuestión de la nación desde un punto de vista marxista. Ese mismo año, en 1907, publicó La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (3). Constatando que eran múltiples las nacionalidades que confluían en un solo lugar, propuso un modelo de “autonomía personal” según el cual cada individuo podría ver reconocidos sus derechos en todo el Imperio. Es decir, cada individuo, allá donde estuviera, podría gozar de derechos culturales que estarían reconocidos por una estructura supranacional. Esta audaz teoría desató un debate sobre qué puede constituir una “nación” desde un punto de vista socialista. ¿Podía seguir respetándose “el derecho de los pueblos a la autodeterminación”? Muchos internacionalistas creían que este derecho podría provocar que surgieran pequeños Estados y micronacionalismos, por lo que defendían el desarrollo de grandes entidades territoriales. Por otra parte, al no haber definido de forma precisa los límites de una nación, los austríacos recibieron críticas de los socialdemócratas rusos, entre los cuales sobresalió un tal Stalin, poco conocido por aquel entonces (4).

Más allá de la cuestión nacional, fueron muchos los teóricos que publicaron importantes aportes. La aparición del neologismo “austromarxista” demuestra que los austríacos estaban, efectivamente, en vías de construir una auténtica escuela de pensamiento. En 1910, Rudolf Hilferding publicó El capital financiero, una vasta obra que abordaba por primera vez la cuestión de la financiarización del capitalismo y sus consecuencias (5). Lenin recurrió a esta obra para formular su pensamiento sobre el imperialismo. En cuanto a Jean Jaurès, tomó nota minuciosamente de cara a un extenso informe sobre el imperialismo que habría presentado en agosto de 1914 en Viena para el Congreso de la Internacional Socialista.

Desfile de las juventudes socialistas (foto: revista Profil)

Pero Jaurès fue asesinado el 31 de julio y el congreso de Viena nunca pudo celebrarse. La guerra arruinó una de las grandes esperanzas del socialismo internacional. Cuatro años después, se barrió del mapa a los antiguos imperios de Europa. Austria quedó reducida al tamaño de una región francesa. El 12 de noviembre de 1918 se proclamó la República en Viena. Antes de la guerra, los austromarxistas querían democratizar el Imperio de los Habsburgo y transformarlo en una vasta república centroeuropea. Podría haber sido el origen de una especie de “Mitteleuropa” socialista, pero ya nunca fue posible. Durante un tiempo, los socialdemócratas albergaron la esperanza de unirse a Berlín. Soñaban con una gran República alemana democrática, que retomaría un revolucionario proyecto de 1848. No obstante, los aliados, especialmente Francia, impusieron estrechos límites territoriales a Austria.

A partir de entonces, la cuestión de las nacionalidades cambió de sentido. Los checos y los polacos, entre otros, tuvieron su propio Estado. Sin embargo, el “austromarxismo” aún tenía un ­brillante futuro por delante. En primer lugar, los austríacos intentaron fundar una nueva Internacional Socialista que no estuviera alineada ni con Moscú ni con la línea del SPD berlinés. Aunque fracasaron en su intento, durante los años 1920 siguieron defendiendo, con Otto Bauer, la idea de un “socialismo integral”. Este pretendía aunar, con el tiempo, lo mejor de la socialdemocracia y del comunismo. Se negaron tanto a condenar la experiencia soviética en bloque, como a alinearse con la socialdemocracia alemana en el poder, que había masacrado a los espartaquistas (los primeros comunistas alemanes) en enero de 1919. Los más ­izquierdistas de los austromarxistas, alrededor de Max Adler, apostaron por los consejos obreros que se habían desarrollado entre 1918 y 1919 en el centro de Europa, sobre todo en Viena (6). ­Veían en ellos el origen de una nueva democracia obrera. Esta dinámica político-teórica en torno a la socialdemocracia impidió el surgimiento de un partido comunista poderoso, a diferencia de lo que ocurrió en Alemania o en Francia. Se mantuvo como un pequeño grupo militante.

Estas particularidades ideológicas iban de la mano de una presencia del partido sin parangón en la Europa de la época. En los años veinte, casi uno de cada seis austríacos estaba en una asociación vinculada con el SDAP. En 1929, contaba con casi 720.000 miembros. El SDAP tenía una fuerte presencia en las grandes ­ciudades industriales, pero no era muy activo en el resto del país. La crisis económica y política redujo el numero de afiliados, ­pero en 1932 todavía sumaba cerca de 650.000, de los cuales más de la mitad eran trabajadores. La combatividad de estos últimos pasó a un primer plano (y provocó una sangrienta represión) en 1927 tras la absolución de los asesinos de activistas obreros en el pequeño pueblo de Schattendorf. Austria estaba en ese momento a las puertas de una guerra civil. Estos acontecimientos se reflejan en varias obras literarias importantes, como Los demonios de Heimito von Doderer o Masa y poder de Elias Canetti.

Trabajos de construcción de viviendas sociales (imagen de la exposición Das Rote Wien 1919-1934, en el Wien Museum Musa 2019-2020)

La fuerza de este movimiento está estrechamente relacionada con el papel que tuvo en la capital. Desde 1919 y hasta febrero de 1934, los socialdemócratas gobernaron la ciudad sin interrupción. La “Viena Roja” se convirtió en un escaparate de sus logros a nivel internacional. Se introdujeron impuestos sobre el “lujo”, lo que permitió, principalmente, financiar un amplio proyecto de construcción de viviendas sociales. Su diseño, llevado a cabo por el ­arquitecto Adolf Loos, tuvo una gran influencia sobre Le Corbusier. Fuera de la Unión Soviética, era el único país en el que una gran capital desarrollaba una ambiciosa política socialista. El partido no solo apoyó la cultura como nunca antes se había hecho (cines, teatros, etc.), sino que también respaldó las actividades deportivas de la clase obrera. Viena fue pues un importante centro artístico e intelectual. Allí se desarrollaron múltiples corrientes, entre ellas el famoso Círculo de Viena (Wiener Kreis). Uno de sus fundadores, Otto Neurath, estaba estrechamente vinculado con el austromarxismo. Además, muchos intelectuales que no eran socialistas, como Sigmund Freud, apoyaron la política del municipio.

Sin embargo, todo esto se vino abajo en 1934. Viena era roja, pero el resto del país seguía dominado, en gran medida, por los socialcristianos (movimiento del que es heredero el actual partido conservador), mientras que los pangermanistas nazis estaban al acecho. En febrero de 1934, los socialcristianos se deshicieron por la fuerza de la socialdemocracia para construir un nuevo régimen corporativista semejante al de la Italia fascista. Muchos militantes obreros se armaron y lucharon en las calles de las grandes ciudades para resistir, pero los “austrofascistas” fueron capaces de superarlos. El poder que tuvo la socialdemocracia en Viena escondía otras realidades. Una gran parte del país odiaba que su capital estuviera en manos de los “rojos”. El antisemitismo visceral y el antimarxismo primario iban de la mano: se hablaba, sin pelos en la lengua, de Viena como una “creación judía” por parte del “austrobolchevismo”. La dirección del SDAP tardó mucho en reaccionar a estos ataques de la extrema derecha, que propició un clima de guerra civil desde finales de los años veinte.

El movimiento obrero fue aplastado en 1934 y rematado por el Anschluss nazi de 1938. Un sector se involucró en la resistencia. En 1945, los socialdemócratas volvieron al poder en la ciudad y mantuvieron una política que, al menos en materia de vivienda, se inspiró en sus predecesores. De 1970 a 1983, gobernaron Austria con Bruno Kreisky. Pese a que su política siguió siendo moderada en el plano social, en un contexto en el que la izquierda radical tenía cierto eco, reactivó las referencias al austromarxismo.

Postal conmemorativa de los mártires de febrero, dirigentes socialdemócratas ejecutados por el régimen de Dollfuss tras los hechos de febrero de 1934

En Francia, en el seno del nuevo Partido Socialista refundado en 1971, una corriente de izquierdas, el CERES (7), mostró un gran interés por Otto Bauer y su “socialismo integral”, ya que lo veían como precursor de una alternativa. Didier Motchane y ­Jean-Pierre Chevènement, sus líderes, soñaron con una tercera vía en un momento en que el modelo soviético parecía agotado y en el que muchos socialdemócratas eran anticomunistas. En Italia, el Partido Comunista Italiano publicó varios ensayos austromarxistas. Tras convertirse en ministro de François ­Mitterrand, Chevènement inauguró un coloquio en febrero de 1982 dedicado al austromarxismo (8). Sin embargo, este interés desapareció con las medidas de austeridad de 1983.

Desde entonces, a Viena –que sigue siendo socialdemócrata– se la suele conocer como “la mejor ciudad para vivir” (9). En algunos indicadores, especialmente el de la vivienda, no tiene rival. La actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo, suele referirse, aunque vagamente, a la gestión de Viena. Las ambiciones de reconstrucción política de los años 1970 parecen quedar bien atrás.

En Graz, la segunda ciudad más grande de Austria, las elecciones municipales las ganó en septiembre de 2021 el Partido Comunista de Austria (KPÖ), aunque a nivel nacional sea muy minoritario. Su campaña se centró en el tema de la vivienda. Parece que ciertos estratos de la sociedad siguen recordando aquellos ideales que surgieron en la Viena Roja.

Notas

(1) El término “austrofascista” designa una doctrina y al régimen que la encarnaría: antimarxista y antinazi, inspirado en el fascismo de Mussolini y basado en el partido único.

(2) SDAP es el acrónimo del partido Sozialdemokratische Arbeiter Partei (Partido Obrero Socialdemócrata). En 1945 pasó a llamarse SPÖ.

(3) Otto Bauer, La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, Ediciones Akal, Madrid, 2020.

(4) Jean-Numa Ducange, Quand la gauche pensait la nation. Nationalités et socialismes à la Belle époque, Fayard, París, 2021.

(5) Rudolf Hilferding, Le capital financier: étude sur le développement récent du capitalisme, Éditions de Minuit, París, 1970.

(6) Hans Hautmann, Die österreichische Revolution. Schriften zur Arbeiterbewegung 1917 bis 1920, Promedia Verlag, Viena, 2018.

(7) Centro de estudios, investigación y educación socialista, fundado en 1966. Se integró en el Partido Socialista en 1971.

(8) “L’austro-marxisme: nostalgie et/ou renaissance?”, Austriaca, n.°15, 1982.

Jean-Numa Ducange

Profesor de historia contemporánea en la Universidad de Ruan-Normandía y en el Instituto Universitario de Francia. Ha coordinado, junto con Hélène Lecrerc, la obra L’Autriche 1918-1938, Ed. Atlande, Neuilly-sur-Seine, 2022.
Portada: Karl Marx Hof hacia 1930. En primer plano, la escultura Der Sämann (El sembrador), realizada en 1920 por Otto Hofner y situada en Heiligenstädter Straße 82-92/ 12. Februar Platz (imagen de la exposición Das Rote Wien 1919-1934, en el Wien Museum Musa 2019-2020)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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