“Franquismo de carne y hueso” explora las vías mediante las que el régimen de Franco buscó seducir a la población para perpetuarse en el poder, especialmente en el mundo rural. Para ello puso en marcha políticas sociales como la de construcción de casas baratas. El libro se adentra también en los canales a través de los cuales la gente de a pie trató de desafiar a la dictadura en su vida cotidiana. Lo logró en ámbitos como el de los abastecimientos, el de la religiosidad o el de las fiestas populares (donde el carnaval ofreció excelentes oportunidades para la irreverencia o la burla). En definitiva, el volumen trata de dilucidar qué significó «realmente» vivir bajo la dictadura franquista.
“Sin armas contra Franco” es el título de la segunda parte de “Franquismo de carne y hueso”. En ella se exploran las pequeñas prácticas de resistencias articuladas frente alguna dimensión de la dictadura en el mundo rural. Partiendo de los postulados teóricos de Scott, se presta atención a las expresiones de descontento en el ámbito de la vida cotidiana. En concreto, se analizan las acciones destinadas a preservar o mejorar las condiciones materiales de vida, caso de aquellas frente a la crisis de desabastecimientos de la posguerra y el sindicalismo vertical en el campo. Pero también las actuaciones dirigidas a mantener la dignidad o buscar espacios de autonomía, como las puestas en marcha frente a la prohibición de celebrar el carnaval, las de carácter irreligioso o la construcción y transmisión de una memoria contrahegemónica. Se reproduce un fragmento del inicio de esta segunda parte. GRR.
Gloria Román Ruiz
Universidad de Granada
«Where there is power, there is resistance».
Michel Foucault[1].
Desde que en 1985 el antropólogo norteamericano James C. Scott publicara Everyday forms of peasant resistance, el concepto de «resistencia» ha tenido numerosísimas aplicaciones en muy diversas disciplinas desde la antropología a la sociología pasando por la politología. La historiografía especializada en las actitudes sociales bajo regímenes autoritarios como la Alemania nazi, la Italia fascista o la Rusia estalinista no tardó en hacer suya la categoría pasando de estudiar la «resistencia» como oposición organizada a prestar atención a las «resistencias» en el ámbito de la vida cotidiana[2]. Los postulados de Scott acabaron por aplicarse también al caso de la España franquista, contexto sobre el que se han publicado diversos estudios tanto regionales como nacionales[3]. Muchas de estas aproximaciones se han realizado desde la historiografía de género y la de los estudios campesinos, dado que la categoría funciona especialmente bien con los grupos subalternos[4].
Sin embargo, la complejidad y la problemática que entraña el concepto de «resistencia» han dificultado que a día de hoy haya podido establecerse un consenso total sobre el mismo. No todos los estudiosos están de acuerdo acerca de las acciones a englobar bajo el amplio paraguas del término, e incluso hay quienes ven resistencia donde otros sencillamente ven pasividad o incluso connivencia con el poder. Los puntos en los que parece haberse llegado a acuerdo son dos: que la resistencia es una «acción» y que esa acción supone de alguna manera una afrenta al poder. Pero existen importantes debates acerca de dos cuestiones clave[5].
La primera de ellas tiene que ver con la existencia de una conciencia de estar siendo oprimido y de estar protagonizando una acción de «resistencia» como condición previa para que ésta sea considerada como tal. Aunque Scott así lo afirmase, lo cierto es que los subalternos no siempre son conscientes de su potencial para erosionar el poder al que se oponen, sino que muchas veces la dominación está en gran medida naturalizada. Además, en este punto no solo cuenta la percepción del resistente, sino también la de aquel contra el que resiste, así como de la sociedad que los rodea a ambos y es testigo de la acción.
La segunda controversia se refiere a la relevancia concedida a la intencionalidad del actor u actores resistentes. Estudiosos como Scott confieren una importancia crucial a esta cuestión amparándose en la idea de que las acciones no siempre lograron sus objetivos. Sin embargo, autores como De Certeau han restado importancia a la intencionalidad a la hora de dirimir si hay o no resistencia tras una determinada práctica, poniendo el acento en la acción en sí. No obstante, esta última postura ha sido matizada por quienes hacen hincapié en los resultados de estas acciones, esto es, en su capacidad para minar el poder con independencia de que exista o no conciencia o intención de ello.
La sentencia foucaultiana que abre esta segunda parte, según la cual «donde hay poder hay resistencia», continúa como sigue: «y consecuentemente esta resistencia, nunca está en una posición de exterioridad en relación con el poder». La resistencia y el poder, entendido como una relación cotidiana entre el Estado y la sociedad, existen como condición de posibilidad del otro[6]. Siguiendo a Vinthagen y a Johansson, entre el poder y la resistencia existe una relación de interdependencia fluida, dinámica e interactiva. Los autores comparten la idea de Foucault y Butler acerca de que el poder nunca es total ni absoluto y de que es en esas fracciones donde surgen oportunidades para el desarrollo de la resistencia. Las acciones de resistencia son capaces de minar alguna parcela del poder, pero difícilmente lo harán en todas sus manifestaciones. Incluso puede que al socavar una de ellas esté a la vez reforzando otra. En la dinámica de confrontación entre poder y resistencia ni uno ni otro desaparecen, sino que siguen existiendo, al menos potencialmente[7].
La «resistencia» ha sido adjetivada de muy diversas maneras. Se ha hablado de resistencia «civil» haciendo hincapié en que estuvo protagonizada por la sociedad civil. Sin embargo, la propia existencia de ésta durante el franquismo ha sido puesta en duda. También ha sido descrita como «no violenta», pero este adjetivo tampoco parece adecuado para nuestro caso puesto que muchas veces adoptó algún tipo de ropaje violento físico o verbal. Ni siquiera sería apropiado caracterizarla como «no armada» en tanto que en ocasiones sí se emplearon armas de las disponibles en el ámbito doméstico como palos, tijeras o incluso escopetas. «Pasiva», en fin, no nos complace por entrañar connotaciones negativas, en tanto que parece implicar que este tipo de acciones estaban exentas de riesgo. Optamos, por tanto, por el adjetivo «cotidiana», entendido como lo ordinario, pero también como lo extraordinario, del día a día. Además, nos decantamos por usar el término en plural, en tanto que plurales fueron sus manifestaciones.
De Certeau definió las resistencias cotidianas como «tácticas populares a las que recurre la gente en sus actividades diarias para revertir el actual estado de cosas para sus propios fines». Sin embargo, a esta definición habría que añadir que se trata de expresiones de disenso, descontento o disconformidad con el poder. Estas pequeñas prácticas contestatarias pueden adquirir la forma de abstinencia o evitación, o bien de enfrentamiento. Aquí tendría plena cabida el «discurso oculto» del que habló Scott para referirse a canciones populares, rumores, chistes, insultos o coplillas que constituyen expresiones difíciles de combatir desde el poder, para el que no siempre resultan reconocibles como expresiones de descontento. Algunos autores han enfatizado el carácter elíptico de esta forma de protesta que revistió una menor espectacularidad que la de naturaleza abierta, pero que no por ello estuvo exenta de riesgo ni de carga política. Además, estas pequeñas resistencias cotidianas, a menudo meramente culturales o simbólicas, pudieron acabar evolucionando hacia formas de protesta abierta[8].
Martin Broszat ha distinguido entre «oposición», siempre políticamente connotada, y «resistencia», no siempre de carácter político. En efecto, no todas las acciones de desobediencia tuvieron una voluntad clara y exclusivamente política, sino que muchas obedecían a la necesidad física de sobrevivir o de mejorar las condiciones de existencia[9]. Incluso se ha señalado que con frecuencia el auténtico objetivo de los subalternos no es tanto vencer, sino mantener una tensión constante con el poder, realidad a la que hace referencia el concepto de «agonismo» empleado por Foucault[10]. Sin embargo, fuera cual fuese su intencionalidad concreta, latía bajo ellas un profundo malestar y descontento que implicaba el cuestionamiento y el desafío del status quo vigente en el ámbito económico, religioso o en cualquier otro, lo cual las dotaba de una innegable carga política[11]. El propio concepto de «política» plantea no pocas dificultades. En este libro manejamos una noción amplia, susceptible de dar cabida a acciones aparentemente irrelevantes puestas en marcha por actores presuntamente despolitizados, en sintonía con lo que Scott calificó de «infrapolítica». Es decir, partimos del supuesto de que los sujetos son capaces de imprimir connotaciones políticas a sus acciones cotidianas. Y ello sin llevarlo al extremo del panpoliticismo que atribuye trasfondo político a todas las actuaciones y minusvalora la existencia de un Estado coercitivo que se hace presente en el día a día de los individuos[12].
Según Scott, siempre existen formas de resistencia cotidiana encubierta que se dan «entre» o «a la par que» las rebeliones abiertas y directas. Pero otros autores han matizado esta visión señalando que la resistencia no es un atributo de los subalternos, sino que solo algunos y en determinadas circunstancias resisten. Esas circunstancias han sido calificadas por Tarrow como «ventanas de oportunidad» y tienen que ver con la percepción de una situación como injusta y con la posibilidad de expresar ese descontento de forma más o menos segura. Desde la psicología social se ha puesto el acento en esa segunda parte de la ecuación, el marco coste-beneficio, afirmando que el sentimiento de injusticia no basta para que estalle un conflicto[13].
Estas acciones de resistencia fueron articuladas en los lugares del transcurrir cotidiano, tenidos por «espacios de libertad» que constituyeron auténticos «refugios emocionales» en los que los sujetos podían pemitirse una cierta relajación respecto de los valores normativos y hegemónicos. Uno de los principales ámbitos de actuación fue el espacio público que aspiraban a controlar tanto poderosos como subalternos y cuyo máximo exponente estaba representado por la calle, a la que Bayat se refirió como una «arena de la política», el espacio físico y social en que expresan su descontento aquellos que carecen de canales oficiales para hacerlo. Sin embargo, frente a la idea de que los de arriba y los de abajo ocupan espacios mutuamente excluyentes, se ha hablado de «tercer espacio» como una forma menos dicotómica de entender la relación espacial entre poder y resistencia[14].
Como afirmara Giovanni Levi, ningún sistema normativo es lo suficientemente fuerte como para acabar con la posibilidad de elección consciente de los individuos «dominados»[15]. Para el caso español, Irene Murillo ha hecho hincapié en que, pese a provenir del grupo de los subalternos, los protagonistas de las pequeñas acciones de resistencia mantuvieron su capacidad de agencia, por lo que han de ser aprehendidos más allá de su condición de víctimas. A pesar de estar encorsetados por las estructuras de poder opresivo y de estar estigmatizados por su ideología política, condición socio-económica, religión o género, fueron capaces de negociar y renegociar con el Estado numerosos aspectos concernientes a su vida cotidiana haciendo uso de lo que Scott denominó «armas de los débiles»[16]. No obstante, también los individuos con mayores cotas de poder estructural pudieron expresar en un momento dado su descontento. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con los subordinados, las quejas de los «grandes», que también poseen múltiples identidades, canalizadas a través de las propias instituciones estatales que reconocen como válidas, no pueden ser consideradas como resistencias en el sentido scottiano[17].
Se ha planteado que la proliferación de acciones de resistencia, lejos de ser un síntoma de la debilidad del estado contra el que iban dirigidas, lo sería de su fortaleza. Las dictaduras habrían manifestado una cierta tolerancia y laxidad hacia estas pequeñas irreverencias, siempre y cuando resultasen inocuas para su estabilidad y no pasasen de un «punto admisible»[18]. Se habría tratado de una estrategia para mantener a raya el descontento y evitar un estallido social de mayor envergadura, una suerte de válvula de escape a través de la cual permitir a las clases bajas descargar sus frustraciones[19]. Ahora bien, como ha señalado Paul Corner para el caso del fascismo, esa pseudotolerancia no puede llevarnos a minusvalorar la envergadura de la represión desatada por este tipo de regímenes[20]. Y es precisamente debido a esa naturaleza represora que la opción predilecta para expresar descontento fueron las discretas resistencias cotidianas.
Aún así, plantar cara al poder dictatorial, aunque fuera de una forma sutil y rehuyendo la confrontación abierta, entrañaba un riesgo nada baladí. Estas prácticas de resistencia cotidiana fueron perseguidas, denunciadas y castigadas por las autoridades, síntoma de que se sintieron de alguna forma desafiadas. Una vez descubiertos por los representantes del poder contra el que actuaron, los resistentes recurrieron a argumentos de descargo a fin de aminorar el castigo por haber transgredido el orden económico o ideológico. Como planteara Scott, entre los más frecuentemente esgrimidos estuvo el de la ignorancia fingida, un uso interesado de los estereotipos que el propio poder aplicaba a los subalternos a los que a menudo presentaba como poco inteligentes[21].
Pero, junto a estas pequeñas acciones de resistencia de las que hablara Scott, bajo los regímenes autoritarios de entreguerras se dieron también practicas de Eigensinn. Esta categoría alemana fue desarrollada por Alf Lüdtke entre las décadas de 1980 y 1990 para designar los comportamientos «obstinados», indóciles y autónomos que buscaban la apertura de un espacio propio fuera del ámbito controlado por el poder. Al igual que el concepto scottiano de «resistencia», el de Eigensinn viene a subrayar la capacidad de agencia de los hombres y mujeres de a pie -incluso los de aquellos que vivieron en dictadura- para actuar dentro de las condiciones dadas. Pero, a diferencia de aquél, remite a prácticas no necesariamente subversivas, aunque generalmente sí pre-políticas. Aquí encajarían bien aquellos comportamientos que, sin tener pretensión alguna de erosionar el poder, mostraban la intención de distanciarse de algún modo del régimen. Bergerson ha descrito el concepto como «una rebelión autoexpresiva e inconformista contra un mundo inestable en un vano intento de recrear la estabilidad». Según este autor, el Eigensinn nazi sería «múltiple, contradictorio y autoengañoso» y haría referencia a «hábitos de la vida cotidiana obstinadamente persistentes a través de los cuales la gente común se expresaba públicamente en rebelión contra las autoridades establecidas»[22].
Las resistencias cotidianas en el ámbito rural bajo el franquismo
Durante largo tiempo se ha aceptado que, hasta el surgimiento de los movimientos antifranquistas de los años sesenta, prácticamente las únicas expresiones de oposición durante la dictadura habían sido la lucha armada de la guerrilla y los intentos de reorganización en la clandestinidad de algunas organizaciones políticas y sindicales. Sin embargo, desde los primeros días de vida de la dictadura la población puso en marcha múltiples y multiformes estrategias «no formales» de contestación política[23], tanto para defender sus intereses materiales como para reafirmar su identidad o su postura ideológica. No obstante, la categoría «resistencias cotidianas» no puede aplicarse de forma homogénea a todas las acciones contestatarias puestas en marcha durante los más de cuarenta años de dictadura, sino que conviene establecer una gradación en función del riesgo asumido por los sujetos y de la magnitud del desafío planteado al poder franquista en cada momento.
Además, tradicionalmente se han minusvalorado las resistencias cotidianas en el mundo rural al haberse asociado este espacio con actitudes de pasividad y apatía. Sin embargo, nosotros partimos de la hipótesis de que el régimen franquista no logró su objetivo de despolitizar completamente a la sociedad la rural. Así, también los habitantes del agro protestaron valiéndose de los medios disponibles en su propio marco local cuando sintieron atacados sus intereses o percibieron como injusta una determinada normativa. Para contribuir a la desmitificación del ámbito agrario y percibir la conflictividad a pequeña escala, adoptamos la perspectiva de la historia desde lo local, que ofrece la posibilidad de ampliar el enfoque de análisis[24].
Po otro lado, la inmensa mayoría de los trabajos sobre resistencias referentes a la España franquista se han centrado exclusivamente en el período de posguerra. Sin embargo, los capítulos tres y cuatro de este libro prestan atención a las resistencias cotidianas acontecidas en el ámbito rural durante las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta, lo cual nos permite asistir a su evolución tanto en lo referente a sus motivaciones como a su morfología. Además, desde el punto de vista temático, estas investigaciones han puesto el foco, fundamentalmente, en el ámbito de los abastecimientos, y no tanto en el de los recursos naturales y el trabajo agrario, a los que prestamos atención en el primer capítulo. Y aún han sido menos los estudios que han abordado las resistencias en el terreno de lo ideológico, concretamente en el ámbito de la religión, las festividades y la memoria de la guerra y la posguerra, a las que dedicamos el segundo capítulo.
Todavía más olvidadas por la historiografía han estado las resistencias simbólicas, que revistieron formas menos explícitas, más sutiles[25]. Tanto las acciones de resistencia activadas en defensa de un mayor bienestar material como aquellas accionadas en la esfera ideológica pudieron adquirir, en ocasiones, vestiduras simbólicas. Así, se podía resistir simbólicamente contra la carestía de pan refiriéndose al Caudillo como «Paco, el castiga-tripas» o entonando una canción en la que se responsabilizaba de la escasez a «un hijo de Ferrol». De la misma manera, se podía expresar rechazo a la sublevación militar del verano del 36 de forma simbólica afeitándose tan solo la mitad derecha del rostro en alusión a que «la izquierda se quedó»[26]. No obstante, las formas simbólicas fueron escogidas en mayor medida a la hora de manifestar disconformidad con el sistema de ideas franquista que cuando se trataba de resistir contra las políticas económicas o laborales de la dictadura.
Las resistencias cotidianas accionadas en defensa de la preservación o mejora de las condiciones materiales de vida (capítulo 3) y aquellas otras cometidas contra el orden ideológico franquista (capítulo 4) presentan sus propias especificidades. En primer lugar, mientras que en las primeras no siempre existió una motivación ideológica inequívoca, sino que muchas veces perseguían sencillamente la subsistencia, en las segundas sí se dio siempre esa convicción. En segundo lugar, y en consecuencia con lo anterior, los sujetos que pusieron en marcha estrategias contestatarias en el terreno económico trataron generalmente de evitar por todos los medios que su acto ilegal fuera descubierto a fin de que quedase impune y les proporcionase la ansiada ventaja material. Sin embargo, quienes resistieron en la esfera ideológica no rehusaron ser descubiertos, sino que buscaron que su afrenta llegase a oídos del poder y que quedase constancia de su acto subversivo, pues de otra forma éste habría resultado en vano. Por último, respecto a la cronología, se detecta una mayor importancia de las resistencias en la esfera material durante el primer franquismo, coincidiendo con una mayor preocupación por los abastecimientos en tiempos de carestía, y una mayor incidencia de las resistencias en el orden ideológico durante la segunda etapa de la dictadura. De todos modos, no siempre es posible distinguir entre las motivaciones económicas y las ideológicas de las resistencias cotidianas, sino que a menudo ambas convergen. Para el caso de la Italia fascista algunos autores infirieron que la primera parte de la década de 1930 fueron «los años del consenso» porque solo había habido protestas económico-laborales. Sin embargo, otros como Corner argumentaron que, no solo la ausencia de protesta abierta no es un indicador riguroso para deducir aquiescencia, sino que además resulta difícil creer que aquellas actuaciones aparentemente económicas no estuvieran también políticamente connotadas[27].
Dado que las acciones de resistencia tanto en su razón de ser como en la tipología concreta que adoptan dependen de la forma de poder contra el que van dirigidas[28], las resistencias en la España franquista fueron experimentando un proceso de variación a medida que iba mutando la esencia de la dictadura. Por un lado, su evolución fue paralela a la de la coyuntura económica y política. Si durante los años cuarenta, marcados por el sello de la autarquía, el repertorio de resistencias cotidianas fue de tipo principalmente económico, en las décadas de los cincuenta y sesenta, coincidiendo con la recuperación y el «desarrollismo», lo será cada vez más de tipo ideológico-moral. Por otro lado, la variable intensidad de los mecanismos represivos de la dictadura en sus distintas etapas condicionó el grado de riesgo que estuvieron dispuestos a asumir los resistentes que, a medida que quedaban atrás los días de la guerra, tendieron a inclinar la balanza de costes-beneficios cada vez más del lado de los segundos. Luego a nivel tanto cualitativo como cuantitativo las resistencias cotidianas del primer franquismo fueron significativamente diversas en sus motivaciones y en su morfología de aquellas activadas durante la madurez y senilidad de la dictadura
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Para el caso de la localidad granadina de Santa Fe, el análisis de 320 expedientes instruidos por infracción de las ordenanzas municipales entre 1936 y 1947 arroja unos datos que vienen a confirmar lo expuesto. Durante los «años del hambre» que siguieron a la guerra el 27 % de las infracciones estuvieron motivadas por incumplimientos de las disposiciones en materia de abastecimientos. Este porcentaje es tan solo superado por el que representan los expedientes motivados por obstaculizar, ensuciar o dañar la vía pública, reflejo del caos urbanístico reinante en aquella década. No obstante, el volumen real de faltas cometidas en el ámbito de los suministros queda infrarrepresentado en el gráfico debido a que la fuente analizada no contempla las numerosas prácticas estraperlistas y contrabandistas, sancionadas por la Fiscalía de Tasas y las Juntas Administrativas de Contrabando y Defraudación, respectivamente. Durante la primera década de vida de la dictadura los incumplimientos de las ordenanzas en materia ideológica resultaron cuantitativamente menos significativos que aquellos en el orden económico, si bien no inexistentes, pues también se recurrió a ellos como vía de escape ante la miseria.[29]
A partir de la segunda mitad de los sesenta, cuando se relajó la intensidad de la represión dictatorial, la conflictividad adquirió un carácter mucho más abierto y un matiz inequívocamente político. Durante el tardofranquismo, las protestas contra alguna o algunas de las parcelas del poder franquista perdieron la espontaneidad que habían caracterizado a las acciones de resistencia cotidiana de los años cuarenta, cincuenta y primeros sesenta, y pasaron a estar crecientemente articuladas y organizadas. A diferencia de lo que ocurría durante el primer franquismo con las pequeñas estrategias de resistencia, generalmente puestas en marcha a título individual, los conflictos de los últimos años sesenta y primeros setenta estuvieron mayoritariamente protagonizados por colectividades. En estos años emergieron con fuerza movimientos sociales como el estudiantil o el vecinal que implicaron a amplios sectores de la sociedad civil en la lucha antifranquista y en la defensa de la democratización del país.
Respecto a los sujetos resistentes, las estrategias de desobediencia no respondieron exclusivamente a la lógica dicotómica que enfrenta a «opresores» con «oprimidos» como si se tratara de dos grupos estáticos y perfectamente delineados, sino a otra mucho más compleja que contrapone a sujetos históricos con identidades múltiples y cambiantes que pueden ser a la vez «poderosos» y «subalternos» con relación a las diversas escalas jerárquicas. Durante el franquismo las resistencias cotidianas estuvieron protagonizadas, no solo por individuos adscritos al radio de los «vencidos», sino también por algunos que se habían alegrado de la victoria franquista. Haberse identificado con el bando de Franco durante la contienda no implicaba necesariamente casar con todas y cada una de las políticas del nuevo régimen, sino que alguna o algunas de sus normativas pudieron ser cuestionadas por ir en contra de sus visiones o de sus proyectos particulares. De la misma forma, la puntual entrada en conflicto con alguna de las medidas adoptadas por la dictadura no implicaba el fin del apoyo brindado a la misma, sino que en otros muchos ámbitos y momentos pudo existir una parcial o plena actitud de conformidad[30].
Así pues, las resistencias cotidianas fueron protagonizadas por individuos «normales y corrientes» en cuyas vidas diarias surgieron conflictos con el régimen y que, pese a los obstáculos y limitaciones derivados del contexto dictatorial bajo el que vivían, fueron capaces de detectar las grietas del poder franquista y de actuar individual o colectivamente contra él. Entre estos brillaron con luz propia las mujeres, que se implicaron activamente en la defensa de unas condiciones cotidianas más ventajosas para sí y para sus familiares. A su acto de desobediencia ellas sumaban la transgresión de los estereotipos de género que les asignaban un rol pasivo y sumiso. A la hora de resistir, los hombres y mujeres del agro contaron a menudo con el soporte prestado por los poderes locales que, como deudores de su cargo a las autoridades provinciales y deudores de su legitimidad a los vecinos, jugaron un ambivalente papel que osciló entre el cumplimiento estricto de las normativas estatales y el apoyo a las reivindicaciones de su propio pueblo[31].
En los capítulos 3 y 4 de esta segunda parte del libro nos centramos en los comportamientos resistentes en los diferentes espacios de la vida cotidiana expresados por sujetos situados, desde el punto de vista actitudinal, prevalentemente en el espectro que va de la resignación a la oposición. A pesar de los importantes límites que la dictadura puso a su capacidad de actuación, muchos hombres y mujeres del agro encontraron la forma de expresar su descontento en un momento dado y respecto a alguna de las manifestaciones cotidianas del poder franquista, ya fuera en la esfera material de los abastecimientos, los recursos naturales y el trabajo agrario (capítulo 3), ya en la esfera ideológica de la religiosidad, el esparcimiento y la memoria de la violencia bélica y posbélica (capítulo 4). El objetivo es poner en valor la capacidad de agencia de los «oprimidos» rehusando victimizarlos. Analizando las motivaciones, significados y repercusiones de estas resistencias cotidianas, que a menudo revistieron formas simbólicas, valoraremos hasta qué punto fueron capaces de poner en jaque la pretendida «paz social» franquista.
[1] Michel Foucault: The History of Sexuality. An introduction, London, Penguin Books, 1990 (1978), pp. 95-96.
[2] Para el nazismo: Jacques Semelin: Sans armes face à Hitler: la résistance civile en Europe, 1939-1943, Paris, Payot, 1989; Frank Trommler: «Between Normality and Resistance: Catastrophic gradualism in Nazi Germany», Journal of Modern History, 64, 1992, pp. 82-101; Alf Lüdke: «De los héroes de la Resistencia a los coatures», Ayer, 19, 1995, pp. 11-21, que ha puesto en entredicho el alcance de las resistencias cotidianas durante el nazismo; o Nicholas Stargardt: La guerra alemana. Una nación en armas (1939-1945), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016, pp. 452-492. Sobre el fascismo: Anna Bravo: «Résistance civile, résistance des femmes en Italie 1943-1945», en J. M. Guillon y R. Mecherini: La Résistance et les européens du Sud, Paris, L’Harmattan, 1999, pp. 37-47; Philip Morgan: «The years of consent? Popular Attitudes and Resistance to Fascism in Italy, 1925–1940», en T. Kirk y A. Mcelligott (eds.): Opposing Fascism: Community, Authority and Resistance in Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 163-179. Para el estalinismo: Sheila Fitzpatrick: Stalin’s Peasants. Resistance and Survival in the Russian Village after Collectivization, New York, Oxford University Press, 1994, pp. 5-15; Gábor Tamás Rittersporn: «Resistencias cotidianas: el folklore soviético no oficial en los años treinta», Cuadernos de Historia Contemporánea, 22, 2000, pp. 275-302; o Lynne Viola: «Popular resistance in the Stalinist 1930s: soliloquy of a devil’s advocate», Kritika, 1-1, 2000, pp. 45-69, donde se evita heroizar a los sujetos resistentes. Sobre el Estado Novo: Paula Godinho: Memórias da resistência rural no sul: Couço (1958-1962), Oeiras, Celta Editora, 2001.
[3] Ana Cabana y Miguel Cabo: «James C. Scott y el estudio de los dominados: su aplicación a la historia contemporánea», Historia Social, 2013, 77, pp. 73-93; y Ana Cabana: «Passive Resistance. Notes for a more complete understanding of the resistance practices of the rural population during the Franco dictatorship», Amnis: Revue de civilisation contemporaine, 9, 2010, pp. 1-12. Conxita Mir: «Resistència política i contestació no formal a la Catalunya rural de posguerra», Revista d’etnología de Catalunya, 17, 2000, pp. 83-97; Ramón García Piñeiro: «Protestas populares de baja intensidad en la Asturias de posguerra», Espacio, Tiempo y Forma, 14, 2001, pp. 351-380; Ángela Cenarro: «Las múltiples formas de resistencia cotidiana al régimen de Franco en Aragón, 1936-1945», en M. Á. Ruiz Carnicer C. Frías Corredor: Nuevas tendencias historiográficas e historia local en España: actas del II Congreso de Historia Local de Aragón, 2001, pp. 349-360; Ana Cabana: «Minar la paz social. Retrato de la conflictividad rural en Galicia durante el primer franquismo», Ayer, 61, 2006, pp. 267-288; Antoni Vives Riera: «La resistencia de la Mallorca rural al proceso de modernización durante la II República y el primer franquismo», Historia Social, 52, 2005, pp.73-87; Óscar J. Rodríguez Barreira: Migas con miedo. Prácticas de resistencia al primer franquismo. Almería (1939-1953), Almería, Universidad de Almería, 2008; o Miguel Ángel Del Arco Blanco: «La lucha continúa: represión y resistencia cotidiana en la España de posguerra», en P. Anderson y M. Á. Del Arco Blanco (eds.): Lidiando con el pasado: represión y memoria de la guerra civil y el franquismo, Comares, Granada, 2014.
[4] Giuliana Di Febo: «Resistencias femeninas al franquismo. Para un estado de la cuestión», Cuadernos de Historia Contemporánea, 28, 2006, pp. 153-168; Mercedes Yusta e Ignacio Peiró (coords.): Heterodoxas, guerrilleras y ciudadanas. Resistencias femeninas en la España Moderna y Contemporánea, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2015; Mercedes Yusta: «Rebeldía individual, compromiso familiar, acción colectiva: las mujeres en las resistencias al franquismo durante los años cuarenta», Historia del Presente, 4, 2004, pp. 63-92; Anna Bravo: «Mujeres y Segunda Guerra Mundial: estrategias cotidianas, resistencia civil y problemas de interpretación», en M. Nash y S. Tavera (eds.): Las mujeres y las guerras. El papel de las mujeres en las guerras de la Edad Antigua a la Contemporánea, Barcelona, Icaria, 2003, pp. 245-246; Irene Murillo Aced: En defensa de mi hogar y mi pan: Estrategias femeninas de resistencia civil y cotidiana en la Zaragoza de posguerra, 1936-1945, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2014; Claudia Cabrero Blanco: «Espacios femeninos de lucha. Rebeldías cotidianas y otras formas de resistencia de las mujeres durante el primer franquismo (Asturias, 1937-1952)», Historia del Presente, 4, 2004, pp. 31-46.
[5] En las siguientes líneas seguimos los postulados recogidos en: Jocelyn A. Hollander y Rachel L. Einwohner: «Conceptualizing Resistance», Sociological Forum, 19, 4, 2004, pp. 533-554; y Anna Johansson y Stellan Vinthagen: «Dimensions of Everyday Resistance: An Analytical Framework», Critical Sociology, 42 (3), 2016, pp. 417-435.
[6] M. Foucault: The History of Sexuality…, pp. 95-96. Según Foucault el poder no se encuentra únicamente en las instituciones estatales, sino en toda la sociedad, y no es estático, sino que funciona de forma reticular y transita de manera transversal, en: Michel Foucault: La microfísica del poder, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1979, p. 144.
[7]Stellan Vinthagen y Anna Johansson: «Everyday Resistance: Exploration of a concept and its theories», Resistance Studies Magazine, 1, 2013, pp. 1-46, pp. 26-27.
[8]Michel De Certeau: La invención de lo cotidiano. I. Artes de hacer, México D.F., Universidad Iberoamericana, 2000 (1990), pp. 44-45. Una matización de la postura de Certeau en: S. Vinthagen y A. Johansson: «Everyday Resistance…», pp. 16-18 y 24-25. Sobre el discurso oculto: James Scott: Los dominados y el arte de la resistencia: discursos ocultos, México, Era, 2003, pp. 160-161. Sobre la protesta elíptica: Helen Graham y Jo Labanyi: Spanish Cultural Studies. An Introduction: the struggle for modernity, New York, Oxford University Press, 1996, p. 260; o para el caso del franquismo: Rafael Cruz: Protestar en España, 1900-2013, Madrid, Alianza Editorial, 2015, p. 152.
[9] Martín Broszat: «Opposizione e resistenza. La Resistenza nella vita quotidiana della Germania nacionalsocialista», en Claudio Natoli: La resistenza tedesca (1933-1945), Milán, Franco Angeli, 1995. Hay autores que, aun reconociendo que las acciones de los subaltarnos pueden tener carga política, defienden que estos se mueven generalmente por la necesidad de sobrevivir y de mantener una vida digna: Asef Bayat: «Un-civil society: the politics of the ‘informal people’», Third World Quarterly, 18, 1, 1997, pp. 53-72, pp. 61 y 62.
[10] Michel Foucault: «El sujeto y el poder», Revista Mexicana de Sociología, 50 (3), 1988, pp. 3-20, p. 15.
[11] Francisco Sevillano: «Consenso y violencia en el ‘Nuevo Estado’ franquista: historia de las actitudes cotidianas», Historia Social, 46, 2003, pp. 159-171, pp. 163 y 165.
[12]Gilles Pécout y Eduard J. Verger: «Cómo se escribe la historia de la politización rural. Reflexiones a partir del estudio del campo francés en el siglo XIX», Historia Social, 29, 1997, pp. 89-110. Algunas notas sobre la política y los procesos de politización y despolitización en: Alba Díaz Geada: «Comunidad y conflicto en el rural gallego durante el franquismo y el proceso de cambio de régimen político (1959-1978)», Actas XIII Congreso Historia Contemporánea, Albacete, 2016.
[13] S. Vinthagen and A. Johansson: «Everyday Resistance…», p. 36. Sidney Tarrow: Power in Movement: Social Movement and Contentious Politics, Cambridge y New York, Cambridge University Press, 2011 (1994), p. 5; José M. Sabucedo y otros: «Los movimientos sociales y la creación de un sentido común alternativo», en P. Ibarra y B. Tejerina (eds.): Los movimientos sociales: transformaciones políticas y cambio cultural, Madrid, Trotta, 1998, pp. 165-180.
[14] Joanne P. Sharp y otros (ed.): Entanglements of power. Geographies of domination/resistance, London and New York, Routledge, 2005, pp. 1-42. Sobre la noción de «espacios libres»: Francesca Polletta: «Free spaces in collective action», Theory and Society, 28, 1, 1999, pp.1-38. Sobre el concepto de «refugio emocional»: Javier Moscoso: «La historia de las emociones, ¿de qué es historia?», Vínculos de Historia, 4, 2015, pp. 15-27, p. 22. Para la relación entre espacio y poder: Michel Foucault y Jay Miskowiec: «Of Other Spaces», Diacritics, 16 (1), 1986, pp. 22-27, p. 23. Acerca de la calle: A. Bayat: «Un-civil society…», pp. 63-66. Algunas notas sobre el «tercer espacio» en: David Butz y Michael Ripmeester: «Finding Space for Resistant Subcultures», Invisible culture. An electronic journal for visual studies, 1999, pp. 1-16, p. 6.
[15] Giovanni Levi: «Les usages de la biographie», Annales, 6, 1989, pp. 1325-1336, pp. 1333-1334.
[16] Sobre el «problema de la victimización»: Irene Murillo Aced: «Comunidades de dolor: narrar lo ocurrido o conservarlo en el cuerpo», en J. C. Colomer y otros (coords.): Ayer y hoy. Debates, historiografía y didáctica de la historia, Valencia, Asociación de Historia Contemporánea-Universitat de València, 2015, pp. 89-92. Acerca de los ejercicios de empoderamiento en la subalternidad: Eider De Dios: «“Yo tenía el sentimiento ese de que había que mejorar esto”. Actitudes políticas de las mujeres en el tardofranquismo», Granada, Actas del IX Encuentro de Investigadores del Franquismo, 2016, pp. 75-83, p. 77. Sobre las «armas de los débiles»: James C. Scott: Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance, New Haven & London, Yale University Press, 1985.
[17] Algunas notas sobre los «grandes» como sujeto y objeto de poder a la vez, en: S. Vinthagen and A. Johansson: «Everyday Resistance…», pp. 13, 26 y 32; J. A. Hollander y R. L. Einwohner: «Conceptualizing Resistance»…, pp. 549-550.
[18] A. Bayat: «Un-civil society…», pp. 62-63.
[19] Así lo ha visto Peter Burke para el caso de festividades como el carnaval durante la Edad Moderna: Peter Burke y otros: La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza, 1991, pp. 286-287. O Marjolein’t Hart para el caso del carnaval y las charivari: “Humour and Social Protest: An Introduction”, International Review of Social History, 52, 2007, pp. 1-20, p. 4.
[20] Paul Corner: «Italian Fascism. Whatever happened to Dictatorship?», The Journal of Modern History, 74 (2), 2002, pp. 325-351, pp. 331-332.
[21] J. Scott: Los dominados y el arte de la resistencia…, pp. 127 y 163.
[22] Alf Lüdtke: «Eigensinn», en Berliner Geschichtswerkstatt, ed., Alltagskultur, Subjektivität und Geschichte. Zur Theorie und Praxis von Alltagsgeschichte, Münster, Westfälisches Dampfboot, 1994, pp. 139-153; Andrew Stuart Bergerson: Ordinary Germans in Extraordinary Times: The Nazi Revolution in Hildesheim, Bloomington, Indiana University Press, 2004, pp. 27, 264-265. Ver también: Thomas Lindenberger: «La sociedad fragmentada: ‘activismo societario’ y autoridad en el socialismo de Estado de la RDA», Ayer, 82, 2011, pp. 25-54; y Claudio Hernández Burgos: «Tiempo de experiencias: el retorno de la Alltagsgeschichte y el estudio de las dictaduras de entreguerras», Ayer, 113 (I) 2019, pp. 301-315.
[23] Esta expresión en: C. Mir: «Resistència política…».
[24] Sobre esta perspectiva metodológica: Pedro Carasa: «El giro local», Alcores, 3, 2007, pp. 13-35. Un buen ejemplo de su aplicación a la España franquista: Claudio Hernández Burgos (coord.): «Dossier. Franquismo local. El desarrollo de la dictadura en provincias», Historia Actual Online, 36, 2015, pp. 36-65.
[25] Se han publicado, no obstante, algunos excelentes trabajos en este sentido como: Luisa Passerini: Torino operaia e fascismo. Una storia orale, Roma-Bari, Laterza, 1988; Francie Cate-Arries: «De puertas para adentro es donde había que llorar. El duelo, la resistencia simbólica y la memoria popular en los testimonios sobre la represión franquista», Journal of Spanish Cultural Studies, 17 (2), 2016, pp. 133-162.
[26] Archivo Histórico del Partido Comunista de España (AHPCE), REI, 173/17, «Correo sin fecha»; y Archivo Municipal de Estepona (AME), Guardia municipal, Q 19, «Informe sobre Manuel Romero Flores», 1948.
[27] Paul Corner: «Italian Fascism. Whatever happened to Dictatorship?», The Journal of Modern History, 74 (2), 2002, pp. 325-351, p. 330.
[28] S. Vinthagen and A. Johansson: «Everyday Resistance…», p. 27.
[29] Archivo Municipal de Santa Fe (AMSF), 172, 173, 179, 180 y 182, Expedientes de multas (infracciones de las ordenanzas municipales), 1936-1947.
[30] Tal y como señala Peukert para el caso de la Alemania nazi: «las diversas formas de criticismo fueron capaces de existir al lado de reconocimientos parciales del régimen o, cuando menos, junto a la aceptación pasiva de la autoridad», en: Detlev Peukert: Inside Nazi Germany. Conformity, Opposition, and Racism in Everyday Life, London, Batsford, 1987 (1982), p. 65.
[31] Algunos ejemplos de trabajos sobre las resistencias femeninas bajo el franquismo en la nota 4. Sobre la ambivalencia de los poderes locales: Daniel Lanero y Ana Cabana: «Equilibrios precarios: una microhistoria del poder local en acción bajo el franquismo», en L. Fernández Prieto y A. Artiaga Rego: Otras miradas sobre golpe, guerra y dictadura. Historia para un pasado incómodo, Catarata, Madrid, 2014, pp. 220-250, p. 246.
Gloria Román Ruiz, Franquismo de carne y hueso. Entre el consentimiento y las resistencias cotidianas (1939-1975). Universitat de València, 2020, pp. 177-191
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: Fondo Colonización. Ministerio de Agricultura.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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