María Teresa Ortega López
Universidad de Granada
Ana Cabana Iglesia
Universidade de Santiago

 

 

«Ollade a muller labrega
Nin ten as mans coma pombas
nin belida a cabeleira.
Ten os ollos sen olladas,
e a cara é mapa de xeiras.
Leva no peito a esperanza
durísima das colleitas
que lle pon lume no sangue
e a fai moi vella, moi vella» 1.

Darío Xohán Cabana, «Muller labrega»,
Romanceiro da Terra Chá (1970). *

 

Prólogo

Hoy en día pocas, pocas son las investigaciones que, desde la historia, han destacado el papel de las campesinas, su trabajo y su contribución a la economía agraria. Y ello pese a que la participa­ción femenina en las labores agrarias ha sido una realidad histórica constante. Las mujeres rurales han desempeñado tenazmente de­terminadas labores en la recolección, la agricultura y la ganadería; han tenido una significativa presencia como mano de obra en las actividades de transformación de productos agrícolas y en la arte­sanía, y, como es bien sabido, han asumido la totalidad de la carga de trabajo concerniente a las tareas domésticas, rasgo que las ha de­finido hasta el punto de eclipsar su papel en las demás ocupaciones en no pocas ocasiones y a los ojos de grupos que las han signado y construido culturalmente (investigadores, instituciones, etc.) 2.

Si escasas son las pesquisas que han visibilizado el trabajo fe­menino en el agro, de exiguas habría que calificar a aquellas que se han ocupado de analizar el papel de las féminas rurales en el espacio público, es decir, que se hayan encargado de observar su presencia en ámbitos como la acción colectiva. Ausencia que se percibe tanto en fechas más pretéritas como en aquellos episodios más contemporáneos como los movimientos prodemocráticos, los sucesos definidos por el compromiso político y social en la defensa de la agricultura campesina, la soberanía alimentaria y la lucha por la tierra, la justicia social y ambiental o la igualdad y la dignidad de las mujeres y de los hombres del campo.

Sea como agentes económicos, sea como sujetos políticos, las campesinas siguen siendo unas «grandes desconocidas» para la historia. Prejuicios parapetados en perspectivas «agrocéntricas» y «androcéntricas» están detrás de esta «desatención historiográfica». Concordamos con lo señalado por la socióloga rural Rosario Sam­pedro cuando asevera que durante mucho tiempo sobre la historia agraria han dominado dichos enfoques 3 . Obsesivamente ocupada por los procesos de modernización técnica y económica de la agricultura, y por los varones (agricultores, campesinos y jornaleros), como únicos «mártires» o «protagonistas» de dichos procesos de modernización y mercantilización, la historia agraria ha tendido a ignorar el papel de las mujeres. Ha considerado a los hombres como los únicos «sujetos» del cambio social, mientras que ha percibido a las mujeres como «objetos» o simples espectadoras de cualquier mudanza agraria. Los hombres del campo fueron erigidos así en la voz autorizada desde la que construir la historia del mundo rural. Las campesinas se convirtieron, como contrapunto, en las ausentes de esa construcción.

Las mujeres quedaban reducidas al estatus analítico de «elemen­to pasivo» y su comportamiento social era directamente obviado o considerado, en último término, como una respuesta a las nece­sidades de los varones, de la familia o de la comunidad rural. La asunción de la otredad femenina (la mujer como «lo otro» frente al varón como «lo uno») alcanza en este aspecto su máxima expresión. Como elemento de estudio para la historia agraria las campesinas han sido un grupo definido in aeternum desde la inferioridad, la sumisión o la ignorancia, cumpliéndose así las características dis­tintivas que Todorov definió como los tres ejes en los que pivotan las relaciones de las personas con la otredad 4. La consecuencia automática de esta percepción ha sido la suposición del carácter totalmente flexible y acomodaticio del comportamiento social de las mujeres rurales, y la formulación de una imagen arquetípica en la que las campesinas aparecían insertas en un mundo de lealtades familiares y comunitarias en el que el individualismo femenino no tiene lugar ni razón de ser.

En la historia de género también ha pesado el silencio sobre las campesinas. A comienzos de los noventa, la geógrafa Sarah Whatmore indicó dos causas básicas del «silencio feminista» sobre las mujeres rurales 5. Por un lado, el pensamiento feminista se gestó sobre una concepción «urbanocéntrica» de la que se derivaron unas categorías conceptuales forjadas en el espacio urbano industrial capitalista difíciles de aplicar en el espacio rural. En el pensamiento feminista ha prevalecido aquella explicación que sitúa en las áreas urbanas e industriales los escenarios en los cuales se desarrollan la génesis del progreso y del desarrollo económico, los movimientos políticos e ideológicos, los cimientos espaciales (lugares en el es­pacio) y temporales (lugares en el tiempo). En suma, considera a la ciudad como la «tabula rasa» donde los acontecimientos tienen lugar. Esto determinó, en primera instancia, que el espacio rural (la «ruralidad» entendida en un sentido amplio) fuera contemplado por el feminismo como algo marginal, un reducto de atraso conde­nado a desaparecer o a ser absorbido por la sociedad o la cultura urbanas. Y, después, promovió una visión jerarquizada entre mundo urbano y mundo rural condenando a la inferioridad a este último. No deja de resultar paradójico cómo aquellas autoras tan atentas a negar la valía de la concepción binaria del género que adjudicaba valores y características a cada sexo admitiendo una posición he­gemónica del uno sobre el otro, que posibilitaba la justificación de la subordinación femenina, asumieran esa visión dicotómica de los espacios en vez de abogar por deconstruirla.

Por otro lado, al estar anclado el pensamiento feminista en el espacio urbano, en la sociedad industrial y capitalista, este se ha ocupado tradicionalmente de analizar aquellos espacios donde exis­te una clara limitación entre la esfera de lo «productivo» y la esfera de lo «reproductivo». Su arena teórica y política se encuentra en la división entre el ámbito de la producción y la reproducción, del empleo y la familia, de la empresa y el hogar, la forma que adopta la división sexual del trabajo en el modo de producción capitalista. La experiencia de la gran mayoría de las mujeres del campo no se ajusta, sin embargo, con la teoría feminista. La vida familiar y labo­ral de las campesinas se ha desarrollado básicamente en un espacio social en el que los límites entre lo productivo y lo reproductivo son sumamente difusos debido a la omnipresencia de la familia. Si algo ha caracterizado la estructura social del mundo rural es ese predominio de la célula familiar, entendida como institución social globalizadora, como unidad de producción y consumo, convivencia, mutua ayuda y socialización. Tanto en el ámbito de la agricultura familiar como en el de la agricultura jornalera o salarial es percep­tible esa centralidad del grupo conformado por las relaciones de parentesco en primer grado, foco de endoculturación primario. Una familia campesina (y a modo de sumatorio una comunidad rural) cuya organización y funcionamiento interno atienden a una sime­tría estructurada en torno al género y a la edad y que se perpetúa mediante el reforzamiento de la autoridad patriarcal.

El propósito de este libro es, justamente, llamar la atención so­bre este incomprensible descuido y silencio historiográficos y tratar de eliminar las concepciones y los prejuicios antes mencionados. A través de una serie de capítulos, provenientes todos ellos de títulos que han visto la luz en distintas publicaciones especializadas, las autoras mostrarán la visibilidad de las mujeres campesinas, enfa­tizando su contribución en las diferentes actividades productivas del campo y su activa participación social y política en un mundo enormemente masculinizado. Con ello, esta publicación pretende conseguir contravenir interpretaciones y enfoques fuertemente arraigados sobre las campesinas que aún hoy están presentes en la literatura académica y que aluden más que a un empírico análisis de sujetos históricos libres de estigmas a la asimilación de imágenes asentadas sobre el comportamiento de un grupo social en continua posición de subyugación, de un colectivo que se representa como máximo exponente de una perpetua carencia.

Consideramos pues, que esta obra es sumamente necesaria en el ámbito mismo de los estudios de la historia de las mujeres y del género y de la propia historia de España. Pues campo y mujer es una combinación hasta ahora poco explorada en nuestra historia. Si bien es cierto que existe una larga tradición del estudio de la vida agraria, exiguos resultan los escritos que se han enfocado específicamente en la conjunción mujer y vida rural. Las estudiosas francesas Michelle Perrot y Geneviève Fraisse señalaron la larga continuidad en las for­mas de vida campesinas a través de la historia. Esta afirmación está falta de matices 6. La apelación a una sociedad rural o a una cultura rural inmodificable ha sido desarticulada por los estudios agrarios realizados en la última centuria por la historiografía agraria española. Las investigaciones sobre la agricultura y la vida rural han identifica­do cambios rápidos y profundos en los que, a poco que se ponga el foco de interés en el papel de las mujeres, estas se desvelan agentes relevantes que deben dejar de ser omitidos del relato historiográfico. También han colaborado en echar por tierra esa narración impreg­nada de permanencia aquellos que conciben, desde la historia social o la cultural, las identidades como dinámicas y construidas situacio­nalmente (en el lugar y en el espacio), subrayando su historicidad y negando su esencialidad. De ello también se infiere, se quiera o no, la posibilidad de construcción, deconstrucción y reconstrucción identitaria de los sujetos femeninos.

Con este libro buscamos llevar a cabo ese acercamiento a las mujeres del agro español en el siglo xx. Y lo hacemos apostando tanto por realizar una aproximación que combina una visión dia­crónica de largo alcance con una visión sincrónica que establece la correspondencia de un proceso con otro y el efecto causal de sus interrelaciones, como por hacer un ejercicio que atienda a lo mul­tidisciplinar. Al análisis histórico, por fuerza el pilar de mayor peso en estas páginas, hemos sumado aportes tomados de la sociología y la antropología, y hemos dado también entrada a la perspectiva de género a fin de subrayar no solo el papel desempeñado por las mujeres como sujetos, sino la trascendencia de «lo femenino». En el caso de la incorporación de metodologías y conceptos propios de la antropología, debemos destacar la imponderable labor de la antro­póloga social Elena Freire Paz, de la Universidade de Santiago de Compostela, coautora de dos de los textos aquí reunidos. Queremos agradecer, ya en estas páginas iniciales, su generosidad y apoyo al proyecto que ha desembocado en la presente publicación, igual que al resto de coautores.

Otra decisión consciente que hemos tomado en el proceso de elaboración de este libro ha sido la de combinar, con diferentes niveles de intensidad, dos escalas analíticas. Conviven una mirada sobre la realidad española y un examen más en detalle de dos zo­nas rurales disímiles en la práctica totalidad de sus características (tipología de la propiedad, estructuras agrarias, especialización productiva, etc.): Andalucía y Galicia. Estos espacios han sido empleados a modo de observatorios privilegiados de los diversos modelos de mujer, de las diferentes mujeres, en mejor expresión, que habitaron el campo español en la última centuria. Porque tan significativo como abordar la realidad estatal, es dar espacio a las heterogéneas realidades agrarias que la componen, y, por tanto, a las múltiples tipologías de mujer rural.

Así, se destacan en este volumen jornaleras y trabajadoras agrícolas, operarias, artesanas, organizadoras comunitarias, co­merciantes, amas de casa, etc. Se trata de una muy amplia gama de identidades que devienen del sinnúmero de actividades que las féminas desempeñan y cuyo estudio pone en tela de juicio el estereotipo tanto de mujer pasiva como de «elemento accesorio»

*Notas

1 En castellano sería: «Mirad a la mujer labriega / Ni tiene las manos como pa­lomas / ni bonita melena. / Tiene los ojos sin brillo, / y la cara es mapa de jornadas, / Lleva en el pecho la esperanza durísima de las cosechas / que le prende fuego en la sangre / y la hace muy vieja, muy vieja» (traducción de las autoras).

2 Julieta Evangelina Cano, «La “otredad” femenina: construcción cultural patriarcal y resistencias feministas», Asparkía: investigación feminista, 29 (2016), pp. 49-62.

3 Rosario Sampedro Gallego, «Mujeres del campo. Los conflictos de género como elemento de transformación social», en María Antonia garCía del león (ed.), El campo y la ciudad: (sociedad rural y cambio social), Madrid, Ministerio de Agricultura, 1996, pp. 79-102.

Tzvetan Todorov, La conquista de América. El problema del otro, Madrid, Siglo XXI, 1998.

5 Sarah Whatmore, The Farming Women: Gender, Work and Family Enterprise, Londres, Palgrave McMillan, 1991.

6 Michelle Perrot y Geneviève Fraisse, «Presentación», en George Duby y Michelle Perrot (dirs.), Historia de las mujeres, vol. IV, El siglo xix, Madrid, Círculo de Lectores, 1993, p. 5

7 Esta idea ha sido barajada en Elena Freire Paz, «Estereotipos de barro: mulleres na olería tradicional galega», Boletín Gallego de Literatura, 50 (2017), pp. 115-137.

8 Lourdes Méndez Pérez, «Cousas de Mulleres». Campesinas, poder y vida cotidiana (Lugo 1940-1960), Barcelona, Anthropos, 1988.

9 Como así se plantea en Luis Camarero Rioja y Jesús Oliva, «Como si no hicieran nada: la naturalización del trabajo rural femenino», Sociología del trabajo, 53 (2005), pp. 3-30.

Sumario

Prólogo. Aquellas, hacia las que no se ha mirado

I. Introducción

En femenino plural. La perspectiva de género en la historia rural, por Ana Cabana Iglesia

II. Leonas y disidentes. Las campesinas ante la irrupción del siglo XX

«¡No vayáis a la ciudad!». El éxodo rural femenino en España (1900-1930). Aproximación a sus causas y a sus consecuencias, por Teresa María Ortega López

«Guardianas de la raza». El discurso «nacional-agrarista» y la movilización política conservadora de la mujer rural española (1880-1939), por Teresa María Ortega López

 

III. Domésticas y trabajadoras. Las «paradojas» de la ortodoxia franquista ante las mujeres rurales

Mujeres en el tajo. La visibilización de las trabajadoras agrarias durante el franquismo a través del censo de mujeres campesinas (1959), por Teresa María Ortega López

Vendedoras de barro. Mujeres rurales y los límites de «lo doméstico» a mediados del siglo xx, por Ana Cabana Iglesia

IV. Rebeldes y comprometidas. La contribución de las mujeres del campo a la conquista de la democracia

Democratizando la democracia. Estrategias de género de las trabajadoras agrícolas españolas (1977-1990), por Teresa María Ortega López

Mujeres al frente. Rostros femeninos y acción colectiva, por Ana Cabana Iglesia

Haciendo barro, produciendo género. Mujeres en la alfarería de la Galicia rural desde finales del siglo xx, por Ana Cabana Iglesia

 

Fuente: prólogo y sumario del libro Haberlas, haylas. Campesinas en la historia de España en el siglo XX (Madrid, Marcial Pons, 2021)

Portada e ilustraciones: serie Spanish Village, de W. Eugene Smith, realizada en Deleitosa (Cáceres) en 1951 (Magnum Photos/ revista Life)

Artículos relacionados

No verlas no debiera ser posible: la historia rural y lo femenino

Haciendo historia. Mujeres trabajadoras a la conquista de sus derechos (La Rioja, 1860-1936)

Auge y caída de Pontesa. Cómo la lucha sindical cambió la vida de las trabajadoras gallegas

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí