Eloy Fernández Clemente

Notas de lectura

 

La civilización de lo impreso

La lectura del nuevo libro de Paul Aubert La civilización de lo impreso. La prensa, el periodismo y la edición en España (1906-1936)  nos acerca a un mundo pasado, que el autor nos muestra casi con fascinación, ya que “la prensa, el periodismo y la edición se desarrollaron antes de que el cine y la radio nos impusieran otra dimensión de la realidad”. Y lo hace posible, gracias a su carrera universitaria de investigador consagrada al papel del intelectual en la España contemporánea, en especial en la llamada “Edad de Plata”.  Los diez años que pasó en Madrid, le permitieron realizar frecuentes visitas a la Hemeroteca municipal. Allí aplicó la metodología que le permite deducir que lo importante es “formular una problemática, criticar las fuentes, evaluar las circunstancias e interrogar los propios criterios de interpretación para explicar el sistema que contiene en germen la nueva cultura nacida de la era de lo impreso”. Algunos de los medios estudiados no eran asequibles cuando Paul Aubert empezó el estudio, mientras que hoy en día podemos encontrar en abierto una orgía de redes que ofrecen miles de libros y artículos, son las hemerotecas soñadas.

La “opinión pública”, garantía de un proceso democrático

En las tres primeras décadas del siglo XX se produce en España un proceso de concentración empresarial, con problemas de dependencia tecnológica y baja capitalización en la industria papelera. El imperio perdido y la Hacienda en quiebra reducen la demanda y permiten el control de los gobiernos. Para crecer surgen respuestas como la cartelización y el casi monopolio de Papelera Española S.A., que dirige Nicolás María de Urgoiti comprando bosques para suministrar papel y adquiriendo una moderna maquinaria.

El gran objetivo era formar, potenciar y escuchar a «la opinión pública”, garantía de un proceso democrático, pero la opinión pública era muy reducida en un país rural como España, donde había aún mucho analfabetismo y la información apenas podía manifestarse a través de los comentarios a la vida parlamentaria. Los gobiernos justificaban su política oligárquica y represiva en esa ausencia de civismo; los antidinásticos les acusaban de descuidar la instrucción pública. En todo caso, políticos, intelectuales y periodistas apenas producían opinión. Los primeros, temblaban ante la posible llegada de la democracia; los segundos, descalificaban al poder del país legal con el real. Los periodistas servían como altavoces y cubrían un decisivo papel en la formación de una conciencia crítica, pero no eran observadores neutros, aunque ejercieran prácticamente el monopolio del discurso social. Además, la inconsistente sociedad civil, aun sin secularizar, el naciente sindicalismo y el débil arraigo de los partidos tampoco ayudaban a sustentar esa precisada opinión pública.

Quiosco a la entrada de la calle de Santa Anna de Barcelona, en una fecha imprecisa de los años 1907-1908 (foto: Frederic Ballell/AFB)

Renovación y concentración, capital y lectores.

Es a partir de la I Guerra Mundial cuando se da un proceso de renovación y concentración de los medios, que precisa de capitales estables y más público lector. Ya para entonces, “toda la expresión social depende de lo impreso. Nacen nuevas publicaciones. Se constituye un mercado. Se forja una opinión”.

Hacia 1915 circulaban en Madrid alrededor de medio millón de ejemplares y 200.000 en Barcelona, más de la mitad del total de los medios españoles radicaban en estas capitales, repartido el resto entre unos 2.000 títulos. Los grandes, con más de 100.000 ejemplares, son ABC, La Correspondencia de España, Heraldo de Madrid y El Liberal (ambos y El Imparcial forman el “trust” del que el último se desgaja diez años después), a los que se unen en los años veinte El Debate, La Libertad y La Vanguardia de Barcelona. El proceso de renovación cultural e ideológica culmina con la aparición de El Sol y la introducción de los criterios de rentabilidad industrial (lo que depende de factores técnicos y económicos) y en la publicidad.

Sin embargo, El Sol no pasó de unos 75.000 ejemplares en los mejores tiempos, a pesar de convertirse en el diario de referencia del mundo cultural, superando a los Lunes de El Imparcial gracias a contar con colaboradores (la Pardo Bazán, Clarín, Azorín, Pérez de Ayala, Unamuno, Baroja, Ortega…) que pasarán después a Crisol, cuando en 1931 se produzca la escisión en la empresa. En todo caso, suple y prepara el tiempo de los semanarios y revistas: Blanco y Negro, Nuevo Mundo, Mundo Gráfico, La Esfera, España, etc. y hasta de las más selectas, Revista de Occidente, La Pluma, La Gaceta Literaria, Cruz y Raya y Leviatán con sus redacciones y tertulias. El árbol genealógico de muchos títulos es complejo, dadas las fusiones, separaciones y creación de nuevos a partir de otros.  Paul Aubert ofrece cuadros con la orientación política, las tiradas, etc. de todos estos medios en una labor trabajosa y útil.

El paso de la prensa de opinión a la de información se dio con muchos sobresaltos. Y lo mismo ocurrió en provincias. Desde 1924, la censura de Primo de Rivera aplastó muchos los títulos citados. En cualquier caso, observar, describir e interpretar los acontecimientos, que ocurren a veces muy lejos, fue y es la tarea principal de la prensa. Huyendo de la propaganda y la mentira, tratando la actualidad con gran cuidado. Los grandes acontecimientos fueron objeto de escándalo en la prensa de la época: el Desastre del 98 y la Barcelona de la Semana Trágica de 1909, la opción por aliadófilos y germanófilos en la I Guerra Mundial, la huelga general de 1917, la cuestión marroquí, la dictadura de Primo de Rivera y la propia República.

La redacción de El Sol: en el centro de pie con barba Nicolás María de Urgoiti; a su derecha con bigote, José Ortega y Gasset; a su izquierda, Manuel Aznar y un poco más allá, de perfil, el dibujante Bagaría. Sentados de ellos Mariano de Cavia junto al director Félix Lorenzo (foto: El Español)

El periodismo como sujeto de la información

En un segundo bloque del libro, se vuelca Aubert en el periodismo que se hizo durante la I Guerra Mundial, dando cuenta de los jóvenes corresponsales demócratas y europeístas desplazados al extranjero (Corpus Barga en París; Rafael Gasset en Melilla, los viajeros a Rusia desde 1917, etc.); las agencias de prensa y los columnistas en países hispanos de América, sobre todo en Argentina. Es de su competencia forjar una imagen de España fuera, y serán acusados y acusadores de peligrosas amistades con unas y otras cancillerías que subvencionaban abiertamente las opiniones de algunos “diarios con dificultades financieras”. Toda una película de espías: “al fin y al cabo, los beligerantes sólo compran los diarios que se ofrecen en venta”.

En este momento, el oficio vive un momento difícil, el periodista no tiene contratos y se le puede despedir libremente, se hace necesario crear una asociación profesional. Es dura, casi cínica, la consideración sobre el oficio de periodista, para quien no existe escuela (la de El Debate se crea en 1926) y que se considera más un arte que un oficio, según el lúcido Rafael Mainar, que recomienda no crear opinión sino explicar el presente. Como las condiciones económicas del negocio (capitales, máquinas) infunden rigor en su trabajo, los informadores deben cuidar el lenguaje y así lo hacen muchos afamados escritores, más intelectuales que periodistas, en muchos de los libros que recogen precisamente sus artículos. Azorín será la excepción, pues fue un profesional completo del periodismo.

Tertulia de la Revista de Occidente, diciembre de 1931. De izquierda a derecha, sentados: Alfonso García Valdecasas, José Rodríguez Acosta, José Ortega y Gasset, Blas Cabrera, Nicolás Alcalá Espinosa, Gustavo Pittaluga, Álvaro Seminario, Antonio Espina, Manuel Alba, Antonio Porras. De pie: Corpus Barga, Lolita Castilla, Mariano Granados, Fernando Vela, persona sin identificar, Francisco de las Barras, Félix Cifuentes, José Tudela, Manuel Abril, Gutiérrez Barral, Gustavo Pittaluga, Antonio Obregón, Gaspar Gómez de la Serna y persona sin identificar (foto: Descubrir el arte)

Como los intelectuales, que pretenden ser la conciencia moral de la sociedad, no aceptan que la libertad de expresión parezca sospechosa y esté sometida a la jurisdicción militar y a otras presiones, se encuentran divididos “entre el discurso cívico y la servidumbre alimenticia”, si bien poco a poco fue desapareciendo el tipo bohemio y fue apareciendo el estricto funcionario. Además, como dirá Unamuno, “es la prensa la que hace del escritor un intelectual”, que en el caso de los universitarios, catedráticos de Enseñanza Media o maestros, preservan su libertad publicando en Madrid y mostrando sus protestas contra el marasmo y la corrupción. Se convierten así en militantes, salvo que se consideren por encima de todo, como Ortega. En este tiempo “se está operando una doble valoración de la prensa por la firma del escritor y de éste por sus colaboraciones”. Y eso que “no todo periodista es un intelectual, pero todo intelectual llega a serlo escribiendo en la prensa”. Lo que trae como consecuencia el hecho de que se vayan convirtiendo en políticos… y entonces infravaloren a la prensa.

De ahí que la relación poder/prensa sea de vigilancia recíproca con dos objetivos: para retener las viejas prácticas clientelares y para luchar por la libertad de expresión y las leyes democráticas. De ahí el repetido recurso a la censura, y otro tipo de coacciones económicas, legales, estructurales, bien con intimidaciones o fijando el precio del papel y el coste del correo, que se pondrán en marcha durante la Restauración arbitrariamente, con la aplicación restrictiva de una legislación liberal y con la ley de jurisdicciones sobre asuntos militares. Los secuestros de prensa y la detención de periodistas estarán a la orden del día. Y cuánto más, con la dictadura “elevada a medio de gobierno”, sin reglas jurídicas, considerando a la prensa como auxiliar del poder y reflejo ideal de la opinión nacional, sirviéndose de notas oficiosas y prácticas totalitarias, multas y suspensiones. Y algo tan pintoresco como que el dictador se haga a sí mismo entrevistas, con preguntas y respuestas que entrega a los directores. Con lo que el historiador concluye diciendo que “es peligroso para el Estado elaborar su norma jurídica en función de las circunstancias, despreciando a la opinión, porque esto puede provocar una fractura del bloque social”. La República legislará en favor de la prensa, volviendo en parte a los tratos anteriores, pero siempre muy vigilante y actuante “en defensa del sistema«. La Segunda República «no marca, pues, -señala Aubert- una ruptura en las relaciones conflictivas entre el poder y la prensa”. Y la libertad tardará en llegar.

Manuel Chaves Nogales en la sala de linotipias de El Heraldo (foto: archivo de María Isabel Cintas Guillén)

Motivos para quejarse

Porque, “la acción política se confunde a menudo con la gestión administrativa y el mantenimiento del orden público”, ante lo que todos los diarios tienen motivos para quejarse. Lo harán los directores de los grandes títulos ante las suspensiones de garantías (27 veces en ese medio siglo), que son “instrumento de hegemonía, la última ratio de las clases dominantes”. Pero sojuzgada o servil, a veces hay prensa que burla esa censura, y traspasa la condición a los periodistas, directores o firmas importantes: amigos o enemigos.

La respuesta deriva a veces en ironías, autocensuras, frivolidades, eufemismos, mimetismos: la caricatura, el humor, la fábula, el relato histórico ejemplarizante… de que el autor da docenas de muestras muy curiosas. Desde el Madrid cómico, Gedeón, a Buen Humor, Gutiérrez, que incorpora la fotografía y dará paso ya en guerra a La Ametralladora; a la prensa festiva y erótica (Mundo Cómico, La Campana de Gràcia, La Traca valenciana, o antirrepublicanos como Gracia y Justicia. Las principales cabeceras, sus anécdotas, constituyen uno de los capítulos más divertidos… y lamentables. Y, sobre todo las muy conservadoras, que ante la República confunden sátira, calumnias e insultos.

Concluye Aubert tras esos problemas, que “las vicisitudes de la prensa española afectan a un país todavía poco desarrollado económicamente, y que tiene dificultades para adaptar sus costumbres políticas a las exigencias de la democracia”.

En cuanto a las reacciones ante el golpe militar, el diagnóstico no puede ser menos favorable: “Lo que está en juego no es solo de orden intelectual o político”; y sólo los jóvenes permanecen junto al gobierno (Alberti, Zugazagoitia, M. Arconada, Machado, Corpus Barga), mientras apoyan a los insurrectos Giménez Caballero y otros. Mientras, “los intelectuales más famosos prefieren escurrir el bulto”: Ortega, Pérez de Ayala, Marañón y el desesperado Unamuno, forman una “tercera España”.

Kiosco de prensa de Juan Rodríguez Pérez en la Plaza de la República de Montijo (Badajoz) a finales de 1935 o comienzos de 1936. El quiosquero, militante comunista, sería asesinado pocos meses después (foto: Ángel Sánchez Mazarrón/Ventana Digital)

Otros agentes culturales relacionados con la prensa

Una última parte se dedica a otros agentes culturales relacionados con la prensa, el mundo del libro, los escritores, editores, ilustradores, libreros, en situación muy cambiante: todo se profesionaliza, el mercado se expande, la propiedad intelectual se regula… y los lectores encuentran en el libro un campo de expansión intelectual y cultural. Cada cual se adhiere a una asociación que defienda su situación. Si a finales del XIX pocos autores pueden vivir de la pluma como Galdós, el autor más prolífico y más leído, habrá nuevos casos ya en el XX, como Blasco Ibáñez. Los editores en Madrid (Rivadeneyra, Hidalgo, Aguado, Minuesa y otras familias) compiten con los más vivos de Barcelona (Montaner y Simón, Espasa, Salvat, Sopena), hasta que se constituyen sociedades anónimas. Todavía mucha literatura aparece en los diarios en folletines.

Porque el libro es caro, un lujo para muchos, las tiradas son pequeñas, las condiciones jurídicas del mercado aún bajo presiones gremiales y privilegios oficiales. Y las dificultades del complejo mercado hispanoamericano (Argentina, Cuba, Panamá, México, etc.) que apenas Salvat arrostra, o las ediciones pirateadas por otros países. Se abordan grandes empresas, como el Espasa, el Diccionario enciclopédico de Montaner y Simón o las muy baratas colecciones de la CIAP (Compañía Iberoamericana de Publicaciones). Un mundo rico, atractivo, cerca de las aventuras y los grandes negocios. Contado todo ello en este segundo libro, que muestra la predilección del autor por la historia del periodismo español y la ingente información y reflexión que ha acumulado durante toda una vida profesional. Una obra imprescindible no sólo para periodistas veteranos o comenzando, sino también para cuantos quieran comprender qué pasa por debajo de las noticias: la política, la economía, la cultura.

Reseña del libro de Paul Aubert La civilización de lo impreso. La prensa, el periodismo en España (1906-1936). Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2021.

Ver y descargar un avance de la obra

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: redacción de La Vanguardia en 1903 (foto del blog La Barcelona de antes)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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