Prólogo

Francisco Espinosa Maestre

 

Una educación sale de la voz de un pasado oscuro y desconocido. El autor, Antonio Santos Barranca, nacido en 1938 en Huelva durante el gran ciclo de violencia abierto por el golpe militar de julio de 1936, nos cuenta cómo era la vida para los de abajo en los años cuarenta y cincuenta. De ahí el subtítulo: La formación vital de un niño en los años de asentamiento de la dictadura nacional-católica. Constituye una obra rara y especial, casi podría decirse que única, ya que sobre esos años podemos encontrar  novelas y algunas películas, pero resulta complicado hallar memorias y menos aún viniendo como estas del hijo de una familia obrera cuyas esperanzas habían desaparecido junto con la República. Además, la memoria de Antonio Santos desborda el ámbito provincial onubense. Pese a estar situada en Huelva y tratarse de la vida de un niño, nos habla del país en una de sus etapas más oscuras.

​El hilo conductor viene dado precisamente por la educación. Los años infantiles en el Colegio de Ferroviarios, los juveniles en el Instituto La Rábida y una etapa final previa a su traslado al Colegio Mayor José Antonio en la ciudad Universitaria de Madrid para cursar una carrera. Todo ello gracias a una beca especial de la que muy pocos podían disfrutar gracias a sus dotes. La primera parte recrea la infancia, la vida familiar tanto en el Barrio Obrero de Huelva donde nació como en la localidad de Encinasola, junto al pueblo portugués de Barrancos en el noroeste de la provincia. Allí, en la dehesa El Bravo, donde vivían sus abuelos, pasaba todos los años de junio a octubre y las navidades y semana santa, en un tipo de vacaciones un tanto agrestes rodeado de animales y de personajes curiosos y raros.

Barrio Reina Victoria de Huelva, proyectado por la Rio Tinto Company Limited para sus trabajadores y construido entre 1917 y 1929 (tarjeta postal editada por L. Roisin )

En el relato está muy presente el pasado reciente con los desastres de la guerra. Y sobre todo la vida familiar, el padre con su trabajo de mecánico en la Compañía Río Tinto, la madre siempre trabajando en la casa y sus relaciones infantiles. Y de fondo todavía la guerra, con historias como la del guerrillero al que su abuelo oculta y cura una herida, y que más tarde les envía desde Portugal un paquete de café. Son escenas y episodios de infancia que le impresionaron, como la matanza del cerdo, que describe como asesinato colectivo. Recuerda episodios de su vida y de la familia, como el del tío que murió en Annual o el otro tío asesinado en la zona minera tras el golpe.

​El paso del colegio al instituto marca un cambio importante en su vida. Sin duda es una de las partes más atractivas del libro. En ella Antonio Santos recuerda con detalle las clases y los profesores, entre los que por conocido destaca Diego Díaz Hierro, un personaje peculiar que llegó a ser cronista local de Huelva y que cuadraba bien en la Huelva de aquellos años. Yo que conocí su casa ya en gran estado de abandono por ser donde mandaban a quienes buscaban una hemeroteca en la Huelva de los ochenta puedo decir que la descripción que se hace en el libro se ajusta a la realidad, con todo el espacio lleno de misales y de imágenes y estatuillas religiosas. Otro personaje que aparece es un siniestro sacerdote llamado Pablo Rodríguez conocido por Don Litro, que era quien le firmaba el certificado eclesiástico que se requería para obtener la beca. Díaz Hierro fundó la Hermandad de la Borriquita, y Don Litro, quien cuenta aún con calle en Huelva, la de la Virgen de la Victoria.

Diego Díaz Hierro con la sacristana Sor Susana en 1951 (foto de la página de Antonio González Díaz)

​Papel importante en la vida del autor jugaron la literatura y el cine. Por las páginas de la obra atraviesan decenas de libros y de películas que el autor devoraba en aquellos años aprovechando las circunstancias más particulares, como son el hecho de que la biblioteca del Instituto conservara libros que no estaban al acceso de cualquiera y que en los cines, como solía pasar, se hiciera la vista gorda y se dejase pasar a menores a películas marcadas por la censura eclesiástica como “3R” (mayores con reparos) o “4” (gravemente peligrosa). De ahí el muestrario de obras maestras a las que el autor pudo acceder, aparte del raquítico cine oficial. Literatura y cine cumplieron en aquellos tiempos de dictadura una función esencial, ya que fueron puertas a la vida, a la imaginación y a la cultura, y todo ello pese a la censura. No hay exageración en decir que por la mirada del autor pasó buena parte de la gran literatura europea y mucho del mejor cine de los años cuarenta y cincuenta. Para la antología del nacional catolicismo berlanguiano quedará la historia del día en que, esperando en la cola para acceder a la sala donde pasaban El renegado, llegó un coche negro del que bajó un cura que entró en el cine ordenando aplazar el pase de la película hasta que la viera el obispo Pedro Cantero Cuadrado, conocido popularmente como “El adoquín”. Una vez vista por el obispo y otros curas se decidió un nuevo corte aparte de los que ya traía.

​Al acabar bachillerato Antonio Santos pudo percatarse de algo que fue consustancial al franquismo: todos salíamos sin saber lengua alguna, ya fuera clásica o moderna. Y es que la dictadura nunca se preocupó de que la población estudiantil aprendiese otros idiomas. ¿Para qué? Pronto se tenía la percepción de la esencia del cutrerío hispano: lo que se hacía, se hacía mal o a medias. El sistema no daba para más. De hecho se tiene la sensación de que lo que este le ofreció estuvo siempre por debajo de sus posibilidades. Lo único omnipresente, como bien registra el libro, era la Iglesia y los curas, marcando los ritos y costumbres de la gente y provocando en muchos un rechazo que solo se satisfacía con el alejamiento de aquella vida. Finalmente, Antonio Santos obtuvo la beca para estudiar en Madrid y cursar estudios de Medicina. Ahí, en medio de una crisis personal, acabaron las visitas a sus abuelos en la dehesa de El Bravo y sus años de Instituto, de amistades y de primeros escarceos en el mundo de la sexualidad, presentes en diversos apartados del libro. Su vida ya se desarrollaría fuera de Huelva, lo que quizás explique cómo quedaron fijados en su memoria aquellos años de infancia y juventud.

​La lectura de Una educación constituye una experiencia extraña. Es una lectura que nos embarga. Nos atrapa por lo que cuenta y, sobre todo, por cómo lo cuenta, por su riqueza de pensamiento, por el sentido del humor y por la creatividad en la expresión. Uno se pregunta qué memoria es esa que puede recordar hechos tan lejanos con tanto detalle y dónde anda el límite entre realidad y ficción. Ante tales dudas el autor me dijo que escribía diarios desde que era pequeño. Solo eso puede explicar la magia de un relato que capta detalles solo recordables con otros recursos además de la memoria. Muchos de los episodios, como las vacaciones en El Bravo, entran dentro del campo de la literatura de aventuras. Muchas veces nos parece estar ante un relato neorrealista en blanco y negro. Sin duda en la narración influye el cine, que el autor considera como su principal medio de educación. Igual importancia tiene el barrio donde nació, el de la Reina Victoria, construido por los ingleses y conocido por todos como el Barrio Obrero. A Antonio Santos se debe que muchos años después sus calles, denominadas simplemente por letras, se libraran de ser rebautizadas con nombres de santos y vírgenes.

El resultado de Una educación es un retrato insólito y singular de la dictadura franquista desde abajo que brilla por su originalidad y que resulta de lectura obligada para todos aquellos que quieran saber de la España de posguerra y de la Huelva de los años cuarenta y cincuenta.

Fuente: prólogo del libro de Antonio Santos Barranca Una educación. La formación vital de un niño en los años de asentamiento de la dictadura nacionalcatólica, Huelva, Diputación Provincial, 2022.

Portada: la calle Concepción de Huelva en la postguerra (foto cedida por el autor)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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