Raúl García Barrios y Nancy Merary Jiménez Martínez
Académicos del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM
Si como muchos lo sugieren, las crisis sanitaria, económica y climática actuales nos colocan muy cerca del fin del mundo conocido y han demostrado con agudeza que nos encontramos en un sistema complejamente interconectado y frágilmente articulado, reflexionar sobre los conceptos Antropoceno y Capitaloceno es útil. Por un lado, para advertir que es necesario ajustar la relación entre la forma de vida humana imperante y la naturaleza; y por otro lado, para precisar cómo llamarle a esta etapa de la historia planetaria y asignar las debidas responsabilidades. ¿A quién culpar por la debacle, al Homo sapiens o al modo de producción capitalista? ¿Antropoceno o Capitaloceno?
El concepto Antropoceno se refiere a la potencia que la actividad humana ha adquirido hasta convertirse en una fuerza ambiental destructiva de escala geológica. Ha cobrado mucha importancia, formando un campo de debate en el que se discuten cuándo y cómo apareció este poder. Resultado de este debate ha surgido otro concepto, el Capitaloceno, que pretende sustituirlo. En este caso, se considera que la potencia destructiva no proviene de la actividad humana en abstracto, sino de su organización capitalista.
Ilustración: Kathia Recio
Eugene Stoermer y Paul Crutzen emplearon el término Antropoceno por primera vez para describir los rápidos cambios que la Tierra experimentaba debido a la presencia humana.1 Algunos años después, los miembros de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas votaron unánimemente por el reconocimiento oficial del Antropoceno como una época geológica en la historia del planeta. Desde entonces, la comunidad científica de las Ciencias de la Tierra usan el concepto para referirse a los cambios geológicos, morfológicos y climáticos producto del dominio de la humanidad sobre los principales procesos del planeta, siendo este dominio de tal magnitud que condujo a la formación de un nuevo estrato en el récord geológico.
Desde sus inicios el concepto fue debatido, incluso por sus partidarios que no han logrado el consenso sobre su fecha aproximada de inicio. Los autores originales sugirieron el nacimiento en la Revolución Industrial, con la invención de la máquina de vapor en Inglaterra y su posterior proliferación en el mundo, a lo que luego se agregó la expansión del uso de combustibles fósiles. Otros autores, sin embargo, han señalado que el recuento del impacto humano debe remontarse a la revolución neolítica en el Cercano Oriente, pues la transición de las sociedades nómadas a sociedades agrícolas ha dejado huellas en el registro geológico. Y otros autores apuntan que fue después de la Revolución Industrial cuando ocurrieron los impactos humanos más importantes y la Gran Aceleración2 permitió el desarrollo de la bomba atómica, el plástico, la agricultura industrializada y el cambio climático, es decir, los factores técnicos que han dado lugar a las señales estratigráficas permanentes, distinguibles y medibles —los clavos dorados— que identifican y caracterizan al Antropoceno del resto del registro geológico.
Pero el debate sobre el Antropoceno ha alcanzado niveles todavía más profundos. El que estuviera originalmente circunscrito a un grupo de científicos de la Tierra levantó cuestionamientos éticos desde las ciencias sociales y las humanidades, pues se pensó que nombrar a un intervalo de la historia en referencia a una sola especie —la humana— podría estimular el antropocentrismo. En este contexto se señaló que la posición idealista adoptada por los geólogos, al poner al Hombre (Antrophos) en el centro del concepto, reducía un proceso tremendamente complejo a un modelo que homogeneiza a la humanidad y abusa de simplicidad. En cambio, se debía reconocer que los seres humanos somos seres complejos, interna y externamente diferenciados, y en constante desarrollo a través de múltiples contradicciones en el poder y en la (re)producción de las distintas formas de vida. De otra manera sería imposible dilucidar qué personas o grupos humanos, y qué tipo de prácticas, modelos, o estructuras, son responsables de la crisis que nos condujo al Antropoceno.
Aun así, ha persistido entre numerosos científicos, tanto naturales como sociales, una posición que llamaremos acrítica, que señala que el Antropoceno es el concepto más decisivo producido hasta ahora como alternativa a las nociones de lo moderno y la modernidad, y ha hecho la enorme contribución de poner a los diferentes sectores académicos a dialogar. A esta visión acrítica se adhieren quienes promueven el Buen Antropoceno3 que plantea la posibilidad de aumentar el control humano virtuoso sobre la Naturaleza. A esta posición pertenecen: (i) la agenda del Capitalismo Verde, una propuesta tecnócrata-moral que reinstitucionaliza y re-organiza tanto la naturaleza humana como la extrahumana a través del desarrollo económico; (ii) los defensores de la Geoingeniería, una tecno-ciencia dirigida primero a manipular intencional y a gran escala el clima de la tierra y luego a transformar sin ningún límite la Tierra y todo lo que en ella habita. Acompañando estas propuestas, un grupo de científicos sociales considera al Antropoceno como un problema exclusivamente tecno-político a resolverse en el nivel global, en el marco de los regímenes institucionales internacionales, la gobernanza global y las redes civiles transnacionales de defensa ambiental.
A las posiciones acríticas se contraponen otras, que llamaremos críticas, que señalan que las primeras tienen el riesgo de instrumentalizar el medioambiente y concentrar el poder y aumentar la inequidad en la resolución de la crisis ambiental. Para ellas, plantear políticas planetarias sin entender los mecanismos de formación y diferenciación de las agencias y la distribución del poder entre ellas es un llamado a la gobernanza de élite, a que surjan tendencias profundamente autoritarias y despolitizadoras, y a que se refuercen las desigualdades globales a partir de nuevas leyes internacionales y cosmopolitas.
En el marco de esta polémica también ha resurgido el debate por el origen del Antropoceno. La interpretación dominante —acrítica— lo ubica en la Revolución Industrial y la combustión de fósiles. Para los críticos ello supone que el mundo anglosajón fue el origen de los procesos de transformación del mundo y que las soluciones vendrán de ahí. Además refuerza el sesgo tecnológico por el que la innovación técnica es el motor de la historia, el origen de la crisis y el único mecanismo de solución. En consecuencia, insisten que el inicio del Antropoceno se ubique en la década de los cincuenta del siglo XX, pues sólo después de la Segunda Guerra Mundial se generalizó el modelo de crecimiento industrial basado en la combustión fósil e inició la etapa de globalización del capitalismo con impactos decididamente planetarios.
El Antropoceno, al proponer una reflexión de la crisis ecológica contemporánea sin considerar con cuidado sus más profundas causas históricas, separa el crecimiento económico de su base organizacional y omite una reflexión sobre el capitalismo. Por ello, Moore sugiere reemplazar el término Antropoceno por el de Capitaloceno,4 que describe mejor los impactos humanos concretos sobre la geología de la Tierra y reconoce que fueron las sociedades capitalistas —basadas en una nueva forma de organizar la naturaleza y las nuevas relaciones entre el trabajo, la reproducción y las condiciones de vida— las que desarrollaron las externalidades ambientales más notables de la historia del planeta. Un componente central del Capitaloceno es que las condiciones del desarrollo capitalista no pueden reducirse ni al desarrollo tecnológico, ni al mercado mundial ni a la separación de los medios de producción de la fuerza de trabajo como tal. Al poner a la naturaleza en el centro del pensamiento sobre el trabajo y al trabajo en el centro de nuestro pensamiento sobre la naturaleza, el Capitaloceno permite pensar la crisis ecológica mundial de una manera más clara y profunda.
No conviene, sin embargo, declarar una victoria conceptual rotunda en favor del Capitaloceno. Aunque la emergencia del Capital fue necesaria para que la capacidad de transformación de Anthropos alcanzara definitivamente el nivel geológico, es cierto que los procesos humanos con decidida potencia geológica no fueron inmediatos a la aparición del capitalismo, ni tampoco han sido completados hasta el momento. No todos los poderes de Anthropos son dominados por el Capital. Persisten numerosas fuerzas culturales que se le oponen y pueden mitigar o (imaginémoslo) incluso revertir su potencia destructiva. Mientras esto ocurra, el término Antropoceno mantendrá su valor, incluso para las perspectivas críticas. Tal vez (ojalá) el futuro inmediato vea el crecimiento de esos poderes y por lo mismo, la falta de concreción histórica plena del concepto de Capitaloceno.
1 Crutzen, Paul J. y Eugene F. Stoermer, “The Anthropocene”, Global Change Newsletter, No. 41, (2000) 17-18.
2 Steffen, Will., Wendy Broadgate., Lisa Deutsch., Owen Gaffney y Cornelia Ludwig, “The Trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration”, The Anthropocene Review, Vol. 2, No. 1 (2015) 81-98.
3 Bai, Xuemei., Sandervan der Leeuw., Karen O’Brien., Frans Berkhout., Frank Biermann., Eduardo S. Brondizio., Christophe Cudennec., John Dearing., Anantha Duraiappah., Marion Glaser., Andrew Revkin., Will Steffen., James Syvitski. “Plausible and Desirable Futures in the Anthropocene: A New Research Agenda”. Global Environmental Change, Vol. 39, (2016) 351-362.
4 Moore, Jason W., Anthropocene or Capitalocene? Nature, History, and the Crisis of Capitalism, Oakland: PM Press, 2016.
Fuente: Nexos, 13 de julio de 2020
Portada: El Comercio. Foto: AFP.
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