En los últimos años se está produciendo un giro cultural de la memoria colectiva de la Guerra Civil. Los factores que han ido preparando terreno se analizan en la primera parte entre ellos  los de tipo generacional, las relaciones «pacto de silencio»/ ley de Amnistía de 1977; entre la ley de la Memoria Histórica de 2007 y las exhumaciones… La segunda parte estudia el papel desempeñado por la narrativa de la Guerra Civil como medio de articulación de la memoria cultural a través de la representación literaria del pasado. Dicha narrativa se encuadra en cuatro grandes patrones: el de la vivencia de la guerra y la posguerra; el de la experiencia de la guerra como pasado; el de la conciliación, ligado a la cultura rememorativa de la Transición; y el de la reparación, vinculado a la cultura rememorativa posterior a 2007. En la tercera parte, el funcionamiento de estos cuatro patrones narrativos es ilustrado a través del análisis de una serie de novelas representativas.

Severiano Delgado Cruz

 

Este libro –que fue presentado el pasado 4 de abril en el Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca)– constituye una notable aportación al debate sobre la historia y la memoria de la Guerra Civil española, y lo es tanto por su contenido como por la originalidad del punto de vista de la autora, que aborda el tema desde el análisis literario, no desde la historiografía.

Patricia Cifre Wibrow es profesora titular del Departamento de Filología Moderna de la Universidad de Salamanca, especializada en literatura comparada hispano-germánica, en concreto la relación entre pasado y presente, historia y memoria, mito y trauma en la narrativa del siglo XX española y en lengua alemana. Actualmente forma parte del consejo editorial de Memoria y Narración. Revista de estudios sobre el pasado conflictivo de sociedades y culturas contemporáneas.

Giro cultural de la memoria, un estudio de 300 páginas respaldado por casi 500 referencias bibliográficas, supone la destilación de muchos años de interés de Patricia Cifre por el tema de la memoria de la Guerra Civil, sobre todo a causa de la vinculación de la autora con la cultura alemana y la memoria de los crímenes del régimen nacionalsocialista. Cifre se pregunta cómo es posible que en España persistan una gran cantidad de anomalías impropias de una democracia consolidada, siendo la más grave que la Guerra Civil y la dictadura de Franco sigan siendo temas casi ausentes en la educación primaria y secundaria, solo abordados al final de la secundaria; y esto haciendo gala de una neutralidad impropia de un sistema democrático: la conocida equidistancia entre quienes lucharon en defensa del gobierno legítimo y quienes apoyaron la sublevación militar y la violencia desatada a fin de eliminar al adversario político.

Cifre constata que en los últimos años se está produciendo un verdadero giro cultural de la memoria, que está dando lugar a cambios decisivos, como son los esfuerzos emprendidos a fin de incorporar las memorias silenciadas dentro de la memoria cultural. Uno de los principales avances derivados de este giro es la progresiva desaparición de la falsa creencia de que cabe considerar superado aquello de lo que no se habla. Es obvio que la Guerra Civil sigue siendo un trauma nacional y que la sociedad española carece de una memoria común y compartida que permita superar pacíficamente ese pasado.

Para analizar el proceso de reconfiguración de la memoria colectiva de la Guerra Civil, la primera parte del ensayo pasa revista a los factores que han ido preparando el terreno para el giro cultural: las relaciones entre el «pacto de silencio» y la ley de Amnistía de 1977; entre la ley de la Memoria Histórica de 2007 y las exhumaciones; entre el proceso de resignificación de la Transición y el cambio generacional que ha contribuido al surgimiento de nuevos partidos políticos, así como las tensiones entre la Historia y la Memoria de la Guerra Civil.

La segunda parte se centra en el papel desempeñado por la narrativa de la Guerra Civil en tanto que medio de articulación de la memoria cultural a través de las representaciones literarias del pasado. Cifre encuadra la narrativa de la Guerra Civil dentro de cuatro grandes patrones: el patrón de la vivencia, desarrollado durante la contienda y los primeros años de la posguerra; el patrón de la experiencia, que fue cristalizando a medida que la guerra comenzaba a ser percibida como un acontecimiento que formaba parte del pasado; el patrón de la conciliación, estrechamente ligado a la cultura rememorativa transicional y el patrón de la reparación, que cobra fuerza en torno al año 2007, momento a partir del cual se produce un verdadero cambio de paradigma dentro de la cultura rememorativa española.

En la tercera parte, el funcionamiento de estos cuatro patrones narrativos es ilustrado a través del análisis de una serie de novelas representantivas. Si bien cada una de ellas es situada dentro de uno de los patrones narrativos desarrollados a lo largo de la segunda parte, al mismo tiempo se presta atención a las hibridaciones establecidas entre elementos provenientes de patrones narrativos distintos, lo cual explica el carácter ambiguo de algunas de estas novelas. Se analiza la narrativa de Max Aub, cuyo enfoque evoluciona desde el patrón vivencial dominante en sus primeros relatos sobre la guerra hacia el patrón experiencial de La gallina ciega (1971). En otro capítulo se analiza Las afueras (1958), de Luis Goytisolo, situada dentro del patrón experiencial, pero muy limitada por la censura. Las siguientes novelas ilustran los profundos cambios desencadenados por la muerte del dictador y la desaparición de la censura. Reflejan el desarrollo del nuevo patrón narrativo conciliador, que permite narrar la Guerra Civil desde parámetros distintos, incluyendo el punto de vista de los vencidos. La primera novela analizada en este bloque, 377A Madera de héroe (1988), de Miguel Delibes, se ajusta plenamente a este ideal conciliador, tendiente a igualar la responsabilidad atribuible a uno y otro bando de la Guerra Civil, a través de la desideologización del conflicto y de la relativización de la responsabilidad individual. Frente a ello, la novela de Juan Marsé La muchacha de las bragas de oro (1978), parece animada por la voluntad de cuestionar el modelo rememorativo vigente en la Transición, denunciando la mendacidad subyacente a las tergiversaciones autobiográficas perpetradas por los prohombres del régimen tras la llegada de la democracia, pero la ambivalencia en la que finalmente desemboca, con la confusión entre la esfera de la realidad y de la ficción, la inscriben en el patrón narrativo conciliador. En la novela más famosa de Javier Cercas, Soldados de Salamina (2001) se produce una acentuada confusión entre el patrón conciliador y el de la reparación. La encendida reivindicación de la memoria histórica desplegada a través del nivel metaficcional, que abre camino al cambio de patrón, se ve contrarrestada por la tendencia a resarcir a las víctimas a través de una reparación puramente simbólica que evita cargar las tintas en la responsabilidad de los victimarios, lo cual es propio de la narrativa conciliadora.

En directa contraposición a las obras encuadradas dentro del patrón conciliador, las novelas de Javier Marías (El siglo, 1983), Isaac Rosa (¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, 2007) y Rafael Chirbes (La larga marcha, 1996, y varias más), inscritas en el patrón de la reparación, se muestran extremadamente críticas con la cultura rememorativa transicional, alejándose de la ambigüedad reinante en La muchacha de las bragas de oro y Soldados de Salamina para centrar su atención en aquellos aspectos que la cultura de la Transición trató de silenciar o mitificar, como la victimización secundaria sufrida por quienes vieron negada ya en democracia su condición de víctimas. Al anteponer la estabilidad del sistema al derecho a reparación de las víctimas, la Transición incurrió, a juicio de estos autores, en una gravísima injusticia. La denuncia que plantean estas obras fomenta la aparición de nuevas fórmulas narrativas tendentes a distanciarse de las mitificaciones anteriores para acercarse más al plano de la historia y conectar con las teorías del trauma. Con este fin, evitan potenciar la confusión de las fronteras entre la realidad y la ficción, a la que tan proclives se muestran los relatos configurados de acuerdo con el patrón conciliador.

Nos encontramos, en definitiva, con un ensayo profundo, muy bien trabado y argumentado, con sólida base académica, que ofrece materia de estudio y reflexión tanto al historiador de la sociedad como al teórico de la literatura. Si hubiera que poner alguna pega, esta sería solamente su precio  elevado para el comprador particular, pero no podemos perder de vista que Peter Lang es una editorial internacional cuyo público objetivo son las bibliotecas académicas de todo el mundo.


La tercera España como motor de reconciliación

Patricia Cifre Wibrow

Uno de los rasgos más característicos de las narrativas conciliadoras-niveladoras son, a mi entender, sus esfuerzos por deconstruir la polarización reinante entre las dos Españas a través de la escenificación de una reconciliación que suele venir de la mano de una serie de personajes que aparecen como representantes de la así llamada tercera España, siendo caracterizados como individuos cultos y tolerantes que observan consternados e impotentes la progresiva radicalización de una España sacudida por fuerzas centrífugas que se debaten entre revolución y contrarrevolución, pueblo y oligarquía, fascismo y comunismo, socialistas y cedistas, catolicismo y ateísmo, centro y periferias. La importancia atribuida a este tipo de perfiles representativos de una España moderada responde más a la intencionalidad ejemplar de las narrativas conciliadoras que a la representatividad de dichos posicionamientos, pues el perfil ideológico imperante en la década de los años treinta –no solo en España, sino en toda Europa– estaba marcado por la polarización y la radicalización, pero son muy pocos los protagonistas que se ajustan a dicho perfil. Al subrayar la ejemplaridad de los posicionamientos éticos de esa “tercera España”, los relatos que siguen el patrón de la conciliación pretenden ante todo invitar a los lectores a situarse también ellos por encima de las diferencias políticas e ideológicas.

Los primeros antecedentes literarios de este tipo de figuras representativas de la tercera España se encuentran, como veremos en la tercera parte, en algunas de las obras más significativas producidas en la España franquista o en el exilio, y más tarde, ya en democracia, dentro del patrón narrativo de la conciliación. En los Diarios de La gallina ciega. Diario español (1971), Max Aub se presenta, por ejemplo, como un personaje centrista, cosmopolita, de profundas convicciones democráticas. Su posición es en muchos aspectos comparable a la adoptada por Manuel Azaña en su olvidado diálogo La velada de Benicarló (escrito en 1937 y publicado en 1939). Ambos autores insisten en las profundas divisiones que sacudieron la República antes y después de la guerra, volviéndola ingobernable. En Las afueras (1958) de Luis Goytisolo, la tercera España aparece representada por Víctor, un personaje procedente del bando vencedor, que se niega a sumarse a los de su clase, buscando inútilmente el reencuentro con sus antiguos amigos de la infancia. En la novela autobiográfica de Miguel Delibes, 377A, Madera de héroe (1987), la tercera España se ve encarnada en la figura del padre del protagonista,
cuyo carácter tolerante y conciliador no logra contrarrestar la profunda división ideológica que acaba rompiendo la familia. Su hijo Gervasio, el protagonista de la novela, evoluciona desde una identificación total con los sublevados hasta la interiorización de los principios humanistas de su progenitor. Al comienzo de Soldados de Salamina los hermanos Machado aparecen como representantes de las dos Españas, mientras que la tercera España se ve finalmente encarnada en el personaje de Miralles, de carácter marcadamente conciliador.

Esta enumeración de obras y personajes representativos de la tercera España puede prolongarse indefinidamente aludiendo, por ejemplo, a la novela de Manuel Rivas El lápiz del carpintero (2003), protagonizada por un exiliado, Da Barca, que después de su vuelta a España vive reconciliado con su pasado. En los capítulos en los que se relata su experiencia desde el comienzo de la Guerra Civil, al ser detenido e internado en la cárcel, sometido a la amenaza constante de las sacas, este personaje no expresa odio ni tan siquiera resentimiento. Incluso su relación con su antiguo carcelero Herbal culmina en un gesto de perdón que viene a confirmar su superioridad moral. La reacción del exiliado frente al tardío interés demostrado por los medios de comunicación por su persona no está tampoco teñida de resentimiento. A punto de morir, no aprovecha el espacio de la entrevista concedida a un periodista para denunciar la indiferencia con la que fue acogido a su regreso del exilio, ni para reivindicar la necesidad de relato de las víctimas, sino para defender su teoría acerca de una “realidad inteligente”, basada en la
convicción de que lo importante de la memoria individual es la experiencia que la colectividad extrae de ella. Esta presentación de Da Barca como alguien capaz de anteponer los intereses del colectivo al suyo individual lo convierten en una especie de héroe del perdón, en un defensor de lo que Todorov ha denominado la “memoria ejemplar”. En este sentido no cabe duda de las similitudes que dicho personaje presenta con la figura de Miralles en tanto que personificación de una memoria ejemplar preconizadora de la necesidad de perdón. La voluntad de perdón y olvido es representada en todos estos relatos conciliadores como una muestra de la admirable generosidad con que las víctimas de injusticias pasadas aseguran la paz social y la reconciliación nacional, mientras que la rememoración obsesiva del pasado, asociada a personajes como Herbal, es vilipendiada como algo enfermizo y culpable.

Este perfil de la tercera España reaparece en El jinete polaco (2002) de Antonio Muñoz Molina, en donde la actitud del narrador para con los relatos heredados tiene un carácter esencialmente nostálgico y conciliador. Lo que le lleva a interesarse por las historias que le fueron transmitidas por su abuelo no es la necesidad de desenredar la densa madeja de ficciones, mentiras y olvidos que las rodea, sino el deseo de compensar a Nadia, la hija del exiliado Comandante Galaz, por la patria perdida, compartiendo con ella sus propios recuerdos de infancia y juventud. El reencuentro entre los descendientes de la España del interior y del exilio aparece escenificado de esta suerte como un esfuerzo rememorativo compartido a fin de “…poblar únicamente para nosotros dos el espacio vacío de nuestro pasado común”. Una vez más, la memoria es escenificada como un lugar de reencuentro privado entre los miembros de la segunda generación, convirtiéndose en la confirmación definitiva de la superación de las separaciones y los desencuentros provocados por la Guerra Civil. De ahí la despreocupación con la que el narrador acepta la mezcla de realidad y ficción que detecta en los relatos heredados de su abuelo: “era así como le gustaba contar, le digo a Nadia, explicándolo todo, inventándolo…”. Como se ha visto ya en relación con el ensayo de Muñoz Molina “La invención de un pasado”, la ficcionalización del pasado es legitimada también aquí como un recurso encaminado a fomentar la superación de las memorias divididas.

En la novela de Jorge Semprún Veinte años y un día (2003) son varios los personajes representativos de la tercera España, hasta el punto de que parecen estar en mayoría. De hecho, la novela arranca con una escena situada en 1956 y tendiente a ilustrar la superación de los enfrentamientos que tuvieron lugar veinte años antes, durante la Guerra Civil, presentando a los antiguos combatientes de uno y otro bando compartiendo de nuevo risas y opiniones en una charla de sobremesa. Según indica la voz narrativa, a esas alturas ni los unos ni los otros parecen ya tan convencidos de los ideales que los enfrentaron en el 36. En esta situación tan distendida uno de los contertulios narra cómo veinte años antes, el 18 de julio de 1936, en una finca de Toledo llamada La Maestranza uno de los dueños fue asesinado por los campesinos y cómo a partir de entonces cada 18 de julio la familia del difunto organiza una conmemoración en la que los campesinos vuelven a representar dicho asesinato para expiarlo. A raíz de esto, uno de los presentes, un historiador norteamericano, se traslada a la finca para presenciar la ceremonia, siendo informado a su llegada de que la función del día siguiente será la última, porque los campesinos se han negado a seguir haciendo el papel “de asesinos”: “Dicen que basta ya, que ellos no estuvieron aquí cuando la muerte, ni saben de todo aquello… Y que ha llegado la hora del olvido”. La viuda del difunto, doña Mercedes, se muestra de acuerdo en que “ya es hora de enterrar a los muertos”. Una vez más, la iniciativa de dar por enterrado el pasado parte de los descendientes de los republicanos y la decisión de olvidar es tomada finalmente de común acuerdo, siendo valorada como una muestra de madurez y moderación. Es decir que también Jorge Semprún, un autor especialmente significativo por sus lazos con el Partido Comunista, con la resistencia antifranquista, así como por su papel como Ministro de Cultura entre 1988 y 1991 en el gobierno de Felipe González, interpreta la decisión de “echar al olvido” como expresión de la superación de un conflicto del que todos manifiestan sentirse completamente desvinculados. La importancia otorgada a la decisión de “enterrar el pasado” es subrayada en la novela por el lugar central otorgado al enterramiento de dos hombres provenientes de bandos enfrentados que van a recibir sepultura ese mismo 18 de julio en la cripta familiar de los Avendaño: se trata de José María Avendaño, la víctima de aquel 18 de julio del 36, y de Chema, el Refilón, quien fuera jefe de una partida guerrillera que después de la guerra operó a lo largo de muchos años por los montes de Toledo. Mercedes, la viuda de José María Avendaño, justifica este enterramiento conjunto, que viene a simbolizar la voluntad de reconciliación de los españoles, como un acto de humanidad: “Como no tiene familia”, dice sobre el guerrillero, “hemos rescatado el cuerpo de la fosa común, lo hemos traído aquí…” […] “Es que Chema era de aquí, del pueblo y de la finca… El Refilón… Con él hemos jugado todos de niños…”. Durante el funeral, el sacerdote invoca en su homilía los valores de “paz, piedad y perdón” en términos que el hijo del difunto compara con las palabras pronunciadas por Manuel Azaña en una de sus últimas intervenciones públicas y que a su vez resultan muy similares, como afirma, a la Declaración del Partido Comunista de España de junio de 1956. Este fundido entre varios discursos pronunciados en momentos tan diferentes de la historia de España es otro elemento encaminado a subrayar el mensaje de que la solución democrática y pacífica del problema de España pasa por la reconciliación. Así lo indicaba ya el título de la antes mencionada declaración del PC: “Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español”. El profundo y emocionado silencio con el que es acogida la homilía por parte de los congregados en la pequeña capilla familiar de los Avendaño es interpretado como la demostración de “hasta qué punto esa homilía religiosa reflejaba el sentir de los campesinos”. El broche final lo pone la Satur, Saturnina, la sabia del pueblo, al imaginar el diálogo mantenido por los dos difuntos tras vaciarse la capilla: “Se abren los ataúdes, salen los muertos, que siguen siendo jóvenes, como lo eran en el 36, y se hablan, se cuentan toda la historia de sus familias: la historia de España…”. El único personaje que se rebela contra este acto de conciliación en el que participa toda la comunidad es el comisario Sabuesa de la Brigada de Investigación Social. Haciendo honor a su nombre, se comporta como un verdadero sabueso, poniendo de manifiesto un odio visceral contra los “rojos”. A diferencia de la viuda, que insiste en que los campesinos de hoy ya nada tienen que ver con esa “culpa antigua”, el comisario se muestra convencido del carácter inexpiable de la culpa en la que incurrió el contrincante ideológico, insistiendo en que “veinte años no son nada” y que “Todo lo que queda de siglo deberían estar repitiendo esa ceremonia, o alguna parecida”. Asociar la memoria a un personaje caracterizado tan negativamente contribuye una vez más a subrayar la ejemplaridad del olvido encarnado por los restantes personajes.

2.3.4. Aspectos problemáticos de la memoria “ejemplar”

Los personajes representativos de la así llamada tercera España son los portavoces de un modelo de memoria que Tzvetan Todorov denomina “ejemplar”, porque se adapta a las necesidades del presente, buscando conservar del pasado ante todo aquellos recuerdos de los que cabe extraer una lección valiosa para el presente. Todorov no duda a la hora de constatar la superioridad de este tipo de memoria “ejemplar” frente a la “literal”, a la que llama así por permanecer sujeta a la verdad de los hechos y encaminada a mantener vivo el recuerdo:

Se podrá decir entonces, que la memoria literal, sobre todo si es llevada al extremo, es portadora de riesgos, mientras que la memoria ejemplar es liberadora. […] El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy en día.

Al poner la representación de la memoria al servicio de una memoria reconciliada, las narrativas conciliadoras buscan contribuir a la conformación de una memoria ejemplar entendida en los términos de Todorov. La nivelación que establecen entre las responsabilidades atribuibles a uno y otro bando no cumple, sin embargo, con un requisito fundamental para Todorov, que se muestra convencido de que la memoria “ejemplar” solo puede desplegar su efecto terapéutico si va precedida de una memoria literal propiciadora de una toma de conciencia y de un procesamiento de las injusticias pasadas. Al igual que la curación de la neurosis pasa por la recuperación de los recuerdos reprimidos, también la memoria ejemplar se basa en un procesamiento de los recuerdos que trata de superar. Una memoria ejemplar que no haya asumido antes la memoria literal no puede ser considerada, según esto, como tal, y menos aún si su ejemplaridad se basa en una tergiversación o manipulación del pasado.

Aplicada a la narrativa de la memoria de la Guerra Civil, esta reflexión pone en evidencia los puntos débiles de las narrativas conciliadoras-niveladoras. Inducidas por su voluntad de facilitar la superación de la memoria traumática de la Guerra Civil, tienden a pasar por alto los aspectos más conflictivos del pasado, tratando de llegar a la reconciliación sin pasar por un duelo en el que se produzca un reconocimiento de culpa. En lugar de entender el perdón como el final de un proceso dialógico ligado al reconocimiento público de las injusticias perpetradas durante la Guerra Civil, el patrón narrativo conciliador pretende alcanzar su condición ejemplar a través de la confirmación de la equiparación que la cultura rememorativa transicional estableció entre reconciliación y olvido. Ello supone desatender la premisa de Todorov según la cual no es posible saltar directamente a la memoria ejemplar sin pasar antes por la literal.

Un ejemplo paradigmático lo proporciona Anatomía de un instante (2009), una docuficción en la que Javier Cercas logra armar un relato muy vívido sobre la Transición, basándose en documentos y testimonios. El éxito del proceso transicional es presentado como resultado del acercamiento descrito entre dos personajes altamente dispares, representantes de las dos Españas, y que sin embargo colaboran en aras del bien común: el presidente Adolfo Suárez, antiguo miembro de la Falange, al que el rey pone al frente del proceso transicional, y Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista. Se insiste sobre todo en el proceso de aproximación que tiene lugar entre estos dos personajes que durante los años más críticos de la Transición aprenden primero a respetarse y después a apreciarse hasta que la colaboración, forzada inicialmente por la necesidad política, desemboca en un sentimiento de comprensión y de simpatía mutua. El vínculo así establecido se hace particularmente visible al final del relato, cuando se produce el golpe de estado del 23F: en el momento en que el sargento Tejero irrumpe en el parlamento, estos dos hombres son los únicos en permanecer en pie en medio de los disparos. A través de la escenificación de la amistad entablada entre ellos, la reconciliación aparece representada como el elemento central del nuevo relato fundacional. Al igual que en Soldados de Salamina, la escenificación de ese proceso de acercamiento entre contrarios culmina en una reconciliación particularmente impactante debido a la fuerte carga documental del texto. Los logros políticos de estos dos dirigentes son presentados como fruto de un proceso de acercamiento personal. Ello contribuye no solo a la nivelación de las memorias enfrentadas, sino también a una desideologización de los conflictos representados. Tanto más cuanto que al propio tiempo son pasadas por alto las heridas aún abiertas entre los diferentes sectores sociales representados. Muy sutilmente se está apelando de esta suerte al principio de que el fin –el establecimiento de una democracia consolidada– justifica los medios: justifica el olvido y la desatención a la necesidad de reparación de las víctimas. Esta convicción se hace explícita al final del texto a través de un pasaje en el que la renuncia a la justicia es interpretada como una concesión si no irrelevante, sí menor en todo caso, “accesoria”: “Hacer política”, comenta el narrador, “consiste en ceder en lo accesorio para no ceder en lo esencial”. Y a continuación sugiere que la justicia y el resarcimiento de las víctimas debe ser visto en este tipo de encrucijadas históricas como un elemento accesorio en comparación con el objetivo esencial, que es el de acabar con la dictadura. Queda a cargo del lector decidir si con ello se está estableciendo o no una falsa disyuntiva, si es posible disociar la democracia de la justicia, o si lo fue en aquel momento. El narrador, por su parte, no alberga dudas al respecto:

Aunque no tuviera la alegría del derrumbe instantáneo de un régimen de espantos, la ruptura con el franquismo fue una ruptura genuina. Para conseguirla la izquierda hizo muchas concesiones, pero hacer política consiste en hacer concesiones, porque consiste en ceder en lo accesorio para no ceder en lo esencial; la izquierda cedió en lo accesorio, pero los franquistas cedieron en lo esencial, porque el franquismo desapareció y ellos tuvieron que renunciar al poder absoluto que habían detentado durante casi medio siglo. Es cierto que no se hizo del todo justicia, que no se restauró la legitimidad republicana conculcada por el franquismo ni se juzgó a los responsables de la dictadura ni se resarció a fondo ni de inmediato a las víctimas, pero también es cierto que a cambio de ello se construyó lo que hubiera sido imposible construir si el objetivo prioritario no hubiera sido fabricar el futuro sino –Fiat iustitia et pereat mundus– enmendar el pasado: el 23 de febrero de 1981, cuando parecía que el sistema de libertades ya no peligraba tras cuatro años de gobierno democrático, el ejército intentó un golpe de estado que a punto estuvo de triunfar, así que es fácil imaginar cuánto tiempo hubiera durado la democracia si cuatro años antes, cuando apenas arrancaba, un gobierno hubiera decidido hacer del todo justicia, aunque pereciera el mundo.

Significativamente, en el momento de su aparición, Anatomía de un instante recibió toda suerte de elogios por parte de escritores, críticos literarios e historiadores como Jordi Gracia, J. A. Masoliver Ródenas, Javier Pradera, Joaquín Estefanía, Santos Juliá, siendo elegido como libro del año por el diario El País; como mejor libro de no ficción por el diario de El Mundo y galardonado en 2010 con el Premio Nacional de Narrativa. Esta recepción tan entusiasta demuestra bien a las claras que la filosofía conciliadora subyacente seguía conectando en 2009 con la sensibilidad imperante en la sociedad española.

2.3.5. El olvido interpretado como expresión de perdón

El esfuerzo por contribuir a la superación de los conflictos pasados lleva a los autores de las narrativas conciliadoras a cargar las tintas en la ejemplaridad de un olvido reinterpretado como expresión de perdón. Esta conceptualización del olvido hunde sus raíces, como ya se ha visto, en los discursos del tardofranquismo que a partir de un momento dado comenzaron a preparar el terreno para una transición “ordenada”, proclamando que había “llegado el momento no sólo del perdón mutuo, sino del olvido, de ese olvido generoso del corazón que deja intacta la experiencia”, como proclamaba Manuel Fraga Iribarne en un discurso de 1972. Son evidentes los paralelismos entre las fórmulas conciliadoras invocadas por parte del discurso político e historiográfico y los posicionamientos adoptados por los personajes presentados como ejemplares en las narrativas conciliadoras. La amplia aceptación de la que goza aún a comienzos del siglo XXI la vinculación así establecida entre perdón y olvido se pone de manifiesto en el reconocimiento mediático e institucional otorgado al libro de Enrique Moradiellos Historia mínima de la Guerra Civil española (2016), ganador del Premio Nacional de Historia en 2017, en donde se establece una asociación evidente entre las categorías de perdón y olvido, al recurrir al término de “amnesia” en sentido positivo: “El consecuente arrepentimiento y propósito de enmienda implicaba, a su vez, cierta amnesia en la medida que el perdón recíproco exige el olvido voluntario y, en su corolario lógico, la amnistía.”

El aspecto más problemático de este perdón que adopta la forma de olvido es que tiende a ser reclamado a las víctimas sin ser condicionado al arrepentimiento de los victimarios. En las narrativas conciliadoras aparece encarnado en gestos simbólicos desligados de escenas de arrepentimiento. No se encuentran en estas novelas escenas testimoniales de un proceso de duelo por parte de los responsables, ni siquiera se detecta en ellas la huella de discursos alusivos a un reconocimiento social de las injusticias infligidas a las víctimas, de modo que la generosidad de estas no tiene como contrapartida una conciencia social relativa a una deuda social no satisfecha. Contrariamente a las narrativas reparadoras, las conciliadoras reflejan acríticamente las prácticas jurídicas y discursivas propias de una cultura rememorativa que pidió a las víctimas que renunciaran a su derecho a justicia y reparación sin demandar ni arrepentimiento ni un reconocimiento público de culpa de los victimarios. Consecuentemente, en estos relatos nada les es exigido a los culpables ni tampoco a la sociedad. Desde el punto de vista de una memoria cultural comprometida con los valores de verdad, justicia y reparación, ello entraña una profunda injusticia, pues, como remarca Paul Ricoeur en La memoria, la historia, el olvido (2010), “…solo puede haber perdón allí donde se puede acusar a alguien, suponerlo o declararlo culpable”. O para decirlo aún más sucintamente en palabras de Reyes Mate: “no puede haber víctimas sin victimarios”.


Cabe argumentar que los tratados de paz invariablemente han recurrido a lo largo de la historia a declaraciones tendientes a representar el olvido, el perdón y la reconciliación como transacciones necesarias para garantizar el restablecimiento de la paz. Y puede que para sobrevivir a episodios tan violentos como una guerra civil, las naciones efectivamente necesiten pasar página y proceder a la reconciliación mediante categorías jurídicas como el “indulto”, el “sobreseimiento”, la “prescripción” o la “amnistía ”. Lo que resulta mucho más problemático es trasladar tales fórmulas desde la esfera pública a la de lo íntimo y lo privado, exigiéndoles a las víctimas que perdonen a sus victimarios, pues con ello se traspasa el límite de lo jurídico, como ha subrayado Derrida, para quien el perdón es un proceso interior que no puede ser fijado por ley, ni puede ser reclamado, ni mucho menos impuesto, y menos todavía otorgado en nombre de las víctimas. Por este motivo, para Derrida cualquier perdón que no sea la expresión del sentir de la víctima, sino algo que le es exigido o impuesto desde fuera, no puede ser entendido como tal: Me arriesgaré, pues, a decir lo siguiente: siempre que el perdón está al servicio de una meta, por noble o espiritual que esta sea (indulto o redención, reconciliación, salvación), siempre que tiende a restaurar la normalidad (social, nacional, política, psicológica) mediante un trabajo del duelo, mediante alguna terapia o, ecología de la memoria, entonces el “perdón” no es puro –ni su concepto tampoco–. El perdón no es, no debería ser ni normal, ni normativo, ni normalizador. Debería resultar excepcional y extraordinario, un ensayo de lo imposible: como si interrumpiese el curso normal de la temporalidad histórica.

Esto es uno de los aspectos más problemáticos de los planteamientos conciliadores- niveladores: que tienden a equiparar amnistía, perdón y reconciliación, interpretando el olvido, la amnesia colectiva, como una expresión de perdón individual, como una muestra de generosidad y, por ende, como el sacrificio que cabe demandar de las víctimas individuales para que redunde en beneficio del colectivo (incluyendo a los victimarios). Aparte de resultar profundamente hiriente para las víctimas, esta desestimación de sus necesidades individuales en favor de las colectivas entraña el presupuesto de que una colectividad puede estabilizarse gracias al olvido, desatendiendo el hecho de que, al igual que sucede con la memoria individual, la memoria colectiva tiene que enfrentarse a sus recuerdos más traumáticos a fin de superarlos. Al ejercer una presión moral sobre las víctimas, invitándolas a concebir el olvido como manifestación de perdón y de reconciliación, las narrativas conciliadoras contribuyen a trasladar la amnistía desde el ámbito de lo público a lo privado sin caer en la cuenta de que la Ley de amnistía estuvo muy lejos de tener el carácter éticamente modélico que le fue atribuido, puesto que se trató de una medida que no solo sirvió para liberar a los presos políticos de las cárceles franquistas, sino también para garantizar la impunidad de los victimarios de la Guerra Civil y de la dictadura, así como la pervivencia de las élites franquistas.


Índice

Introducción. Giro cultural de la memoria

Primera parte: Los marcos de la memoria

1.1. El marco político

1.2. El marco jurídico

1.3. Las exhumaciones

1.4. El marco historiográfico

1.5. Los estudios de la memoria

Segunda parte

2.1. La memoria de la Guerra Civil a través de sus patrones narrativos

2.2. Las narrativas de la vivencia y de la experiencia

2.3. Las narrativas conciliadoras

2.3.1. El esfuerzo por crear lugares de memoria compartidos

2.3.2. El mito de las dos Españas

2.3.3. La tercera España como motor de reconciliación

2.3.4. Aspectos problemáticos de la memoria «ejemplar»

2.3.5. El olvido interpretado como expresión de perdón

2.3.6. La historización del pasado

2.4. Las narrativas de la reparación

2.4.1. Validación de las demandas de Verdad, Justicia y Reparación

2.4.2. Deconstrucción de los mitos ligados a la nivelación de memorias

2.4.3. Replanteamiento de las relaciones entre víctimas y victimarios

2.4.4. Reconfiguración de los marcos ficcionales

2.4.4.1. Controversia entre Antonio Muñoz Malina y Erich Hackl en torno a las delimitaciones entre realidad y ficción

2.4.5. Replanteamiento de las relaciones presente-pasado-futuro

3. Tercera parte

3.1. Vivencia y experiencia de la guerra: Aub

3.1.1. El modo vivencia! en los relatos sobre los campos

3.1.2. Manuscrito cuervo

3.1.3. La componente experiencia! en Campo de almendros

3.1.4. La experiencia del «turista al revés» en La gallina Diario español

3.2. Una posguerra habitada por fantasmas: Las afueras de Luis Goytisolo

3.2.1. Sensibilidad antifranquista de Luis Goytisolo

3.2.2. El conflicto de las dos Españas desde el punto de vista de un representante de la tercera España

3.2.3. El conflicto entre las dos Españas desde el punto de vista de los vencidos

3.3. Reelaboración de los recuerdos de guerra: 377 A, Madera de héroe (1988) de Miguel Delibes

3.3.1. Elementos de los patrones de la experiencia y de la conciliación en 377A, Madera de héroe

3.3.2. Relativización de la responsabilidad individual a través del determinismo social

3.3.3. La nivelación entre los bandos enfrentados

3.3.4. La desideologización del conflicto

3.4. El destape de la memoria: La muchacha de las bragas de oro de Juan Marsé

3.4.1. Encrucijadas de la memoria

3.4.2. Un país de lotófagos (comedores de la flor del olvido)

3.4.3. El conflicto generacional

3.4.4. La difuminación de las fronteras entre realidad y ficción

3.4.5. Ambigüedad buscada y sostenida

3.5. El boom de la memoria: Soldados de Salamina de Javier Cercas

3.5.1. El epicentro del boom de la memoria

3.5.2. Escenificaciones del olvido

3.5.3. La recuperación de la memoria a través de los testimonios orales

3.5.4. (Des)encuentros entre memorias largo tiempo enfrentadas

3.5.5. La controversia entre Javier Cercas y Arcadi Espada acerca de las delimitaciones entre realidad y ficción

3.5.6. Carácter emocional-sentimental de la rememoración propuesta

3.6. Reacciones críticas encontradas frente a la impostura: Los casos de Enric Marco y Binjamin Wilkomirski

3.6.1. La impostura de Enric Marco

3.6.2. La impostura de Binjamin Wilkomirski

3.7. Controversias dentro y fuera de la obra de Javier Marías

3.7.1. «El artículo más iluso» de Javier Marías

3.7.2. El siglo y la historia de su recepción crítica

3.7.3. Microrrelatos autobiográficos incrustados en la ficción

3.8. La ruptura con el pacto transicional: ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! de Isaac Rosa

3.8.1. Un texto bicéfalo atrapado en la trampa de una doble grafía

3.8.2. Paratexto

3.8.3. Texto

3.8.4. Metatexto

3.9. La memoria intergeneracional: Rafael Chirbes

3.9.1. Excepcionalidad de Rafael Chirbes

3.9.2. La memoria intergeneracional

3.9.3. Interrelación entre lo público y lo privado

3.9.4. El relato

3.9.5. Discontinuidades intergeneracionales

Bibliografía

El lector interesado puede tener acceso a varias publicaciones de Patricia Cifre Wibrow en su página de Academia.edu

Reseña, apartado 2.3.3. (pp. 104-113) e índice de Giro cultural de la memoria : la Guerra Civil a través de sus patrones narrativos. Berlin: Peter Lang, 2021.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: dibujo de Antonio Saura correspondiente a la serie Mentira y sueño de Franco (1958-1962)(imagen: Archivos Antonio Saura)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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