Miguel Í. Campos

Doctor Historia Contemporánea (UCM).
Profesor visitante de la Universidad Rey Juan Carlos (URJ)

 

Introducción

El lector, al observar el título de la obra que tiene en sus manos, podrá preguntarse si, tras las decenas de miles de libros, artículos de revista y cientos de tesis publicados, todavía es posible hoy en día arrojar luz sobre aquella guerra que tuvo lugar hace casi noventa años. Mi modesta respuesta es que sí, que aún quedan aspectos e interrogantes que la historiografía no ha aclarado lo suficiente. Tampoco han encontrado respuesta todos los interrogantes. Debido a malas prácticas relacionadas con la desclasificación de documentos en archivos militares, el conocimiento y la mejor comprensión de lo que ocurrió en los casi tres años que duró la contienda habrá de esperar a la decisión del Gobierno de turno para la pública consulta de aquellos sin limitaciones organizativas. Con todo, también existen motivos que permiten un cierto optimismo para continuar con la investigación.

La guerra de España es el acontecimiento más tajante, sin contar lo traumático, del siglo xx e incluso de la época contemporánea españoles. Es lógico que sobre ella se hayan vertido ríos de tinta. Lejos de menguar el interés por la misma, cada año aparece una gran cantidad de publicaciones sobre diferentes aspectos, gracias al hallazgo de nuevas fuentes, el empleo de nuevos enfoques y al calor de la celebración de congresos, simposios y efemérides.

Este libro aborda una de las principales lagunas en la historiografía: las dificultades que tuvo la República para abastecerse de armas en los mercados internacionales debido a la aplicación de la política de no intervención y el viraje obligado que tuvo que dar hacia el mercado negro. Los límites cronológicos en que nos moveremos comprenden desde los momentos iniciales del golpe de Estado semifracasado y semiexitoso del 16-18 de julio hasta la llegada a la presidencia del Gobierno del Dr. Juan Negrín, el 17 de mayo de 1937. El objeto de estudio está indisolublemente asociado al contexto internacional, determinado por factores e intereses geopolíticos, geoestratégicos, económicos y, no en último término, por los prejuicios, temores y planteamientos que cada una de las grandes potencias mostró ante lo que sucedía en tierras españolas. Francia y Gran Bretaña desviaron su mirada para otro lado cuando la República solicitó su apoyo al verse confrontada con un golpe de Estado. Idearon entonces una política de no intervención, de una más que dudosa legalidad de acuerdo a los principios del derecho internacional vigente a mediados de los años treinta del pasado siglo xx. Uno de sus objetivos fue tratar de evitar que la espiral de tensión que asolaba a un país en Europa pudiera convertirse en otra guerra internacional.

La República no fue la única víctima en el altar de los sacrificios para tratar de saciar las ansias expansionistas nazi-fascistas: previamente se permitió el ataque japonés a Manchuria, la agresión italiana a Abisinia y la remilitarización nazi de la Renania. Tampoco fue la última, como demostraron la anexión de Austria al Tercer Reich y el vergonzoso Pacto de Múnich de septiembre de 1938, cuando Francia y Gran Bretaña permitieron la desmembración de Checoslovaquia ante el expansionismo de Hitler.

El presente libro también puede resultar de interés y relevancia para tratar de comprender cómo eran, cómo actuaban y quiénes conformaban algunas de las principales redes del mercado negro de armamentos en el período de entreguerras. Comerciantes y traficantes de armas sin escrúpulos y sedientos de dinero fácil, al ver las necesidades republicanas de armas y conscientes de la gran disponibilidad de recursos auríferos para adquirirlas en el mercado clandestino, ofrecieron sus partidas —en muchos casos piezas de museo y pagadas a precios más elevados que si fueran nuevas— a los enviados que se esparcieron por toda la geografía europea una vez se cerraron los arsenales franceses, británicos y de otros Estados democráticos. Por otro lado, igualmente puede resultar atractivo este trabajo para aquellos investigadores que realicen nuevas biografías sobre determinados personajes como Luis Jiménez de Asúa, Félix Gordón Ordás, Luis Arquistáin, Julio Álvarez del Vayo, Indalecio Prieto o Francisco Largo Caballero.

La gran mayoría de los enviados republicanos no sabía nada de armamentos y mucho menos cómo lidiar con traficantes sin recatos morales ni escrúpulos. Algunos se dedicaron a llenarse sus bolsillos de cara al exilio y a darse una vida de lujo en el exterior. Miserables los hay en todos lados. Otros hicieron su agosto pactando el cobro de comisiones con los traficantes. La atomización del poder en la España republicana se tradujo en el envío masivo de personajes que entraban en competencia entre sí sin saberlo, encareciendo aún más las mercancías. La labor de emisarios y representantes de los sublevados/franquistas en aquellos países donde existían importantes stocks de armas no vino sino a dificultar y dinamitar muchas de las operaciones republicanas. Paralelamente, barcos alemanes e italianos, con el más moderno material, piezas de repuesto, técnicos, instructores, combustible… afluían a puertos y zonas bajo el control de los sublevados que, según avanzó el tiempo, contaron con una creciente superficie del territorio nacional. Por último, muchos de los comerciantes, muy próximos ideológicamente a los sublevados, informaron a estos de algunos barcos que transportaban armas para que los apresasen o hundiesen.

En las páginas siguientes se señala con documentación primaria, y contra las tesis de la historiografía profranquista, que la República, pese a disponer de las reservas áureas NO pudo comprar en el mercado negro el armamento necesario para oponerse al que recibían los sublevados. Entendemos que los apoyos de material bélico y recursos humanos que afluyeron del exterior son, en parte, una de las claves para comprender la evolución de la guerra. No fueron el único factor: la planificación estratégica y la habilidad táctica también jugaron un rol nada desdeñable, pero estos y otros se tradujeron en la práctica de forma no disociable de los recursos disponibles. Es decir, los suministros exteriores no determinaron por sí solos ni la victoria ni la derrota, pero no cabe duda de que posibilitaron una y otra en la más amplia medida. Si bien es cierto que el material soviético inicial fue de mejor calidad que el italiano y el alemán, las deficiencias cualitativas las compensaron las potencias del Eje de tres formas: acelerando el ritmo de suministros; creando un ariete de acero como la Legión Cóndor y generando una dinámica en la que hombres y material en grandes cantidades se turnaron rápidamente hasta mostrar un balance a favor de Franco.

A tenor de la experiencia obtenida en la presente investigación, podemos afirmar que resulta arduo y complejo estudiar la compraventa de armas durante la guerra de España por dos motivos principales: 1) en cuanto a la literatura, los historiadores nos vemos con frecuencia en la necesidad de distinguir, por un lado, los datos relevantes y comprobados con los procedentes de propaganda y de las «guerras de cifras» derivados de acusaciones recíprocas bajo los que se encuentran ocultos, y 2) en cuanto a los archivos, la documentación primaria se encuentra profundamente fragmentada y dispersa, no solo en España. A ello hay que sumar que una parte se ha perdido por diversos motivos y en algunos casos aún no es accesible su consulta. Somos plenamente conscientes de que este trabajo, pese a todas las novedades que ha puesto de manifiesto, no es definitivo. Contiene lagunas que quizá tratarán de cubrir en el futuro otros investigadores. Aspiramos, por tanto, a hacer progresar, con modestia, las fronteras del conocimiento y sabiendo que no se aclararán todas las incógnitas. Quedan muchos documentos por localizar, que podrán serlo en un futuro más o menos próximo en caso de que hayan sobrevivido a las depredaciones de fuentes.

Conclusiones: días de fuego, soledad y traición

Esperamos haber demostrado al amable lector el interés que tiene estudiar los suministros de material de guerra llegados del exterior. Defendemos que la condición necesaria, pero no suficiente, para ganar una guerra radica no en último término en el volumen y calidad de las armas que se logran poner al servicio de un ejército frente a otro. En la contienda también inciden, obviamente, otros factores como la estrategia, la habilidad táctica, la información sobre el enemigo y el disponer de hombres que sepan manejar ese armamento. Ahora bien, estos elementos no pueden disociarse de la disponibilidad y calidad de las armas. La retracción de las democracias amparándose en la farsa de la no intervención y el apoyo decidido y ultrarrápido de Hitler y Mussolini a Franco constituyeron la primera y mas importante derrota de una República estrangulada desde el 18 de julio.

Durante mucho tiempo, la historiografía ha relegado a discusiones más o menos contables la estimación de los recursos materiales y humanos con los que ambos contendientes se enfrentaron en los casi tres años que duró la guerra. En una primera etapa, el debate se centró en el volumen de los apoyos del extranjero y los envíos de material de guerra. Hubo una guerra de cifras y estadísticas entre historiadores proclives a uno u otro contendiente. En el caso franquista, si se demostraba que la República había recibido más ayuda, el genio militar de Franco se vería revalidado e incrementado. Por parte republicana, la amargura de la derrota sería menor si se demostraba que Franco dispuso de mucho más armamento.

En una segunda etapa, tras tenues avances logrados por historiadores extranjeros, se impuso en la España de Franco la tesis de un equilibrio en los apoyos recibidos por ambos contendientes. Se basó en el principio de acción-reacción y en una especie de supuesto acuerdo tácito entre los intervinientes: la original ayuda francesa indujo a Hitler y Mussolini a actuar a favor de Franco. A su vez, estos provocaron la intervención de Stalin, que indujo el aumento de la ayuda de los dos dictadores. Esto llevó a la contrarrespuesta de Stalin y así sucesivamente. La historiografía franquista abultó las cifras de la ayuda soviética. Se olvidaron» de analizar las diferencias de cadencia y ritmo de envíos de material y hombres.

En una tercera etapa, gracias a estudios rigurosos y basados en fuentes archivísticas de la época, la argumentación apuntó en dirección contraria, pues se demostró empíricamente la exageración de algunas de las afirmaciones de la historiografía franquista. Esto obligó a sus autores a matizarlas y empezó a documentarse que los republicanos en raras y contadas ocasiones consiguieron más de una fracción de lo que necesitaban y que, cuando lo hicieron, sufrieron largos retrasos y costes muy elevados.

En nuestra opinión, a la monografía de Howson le corresponde una importancia estelar en la historiografía más relevante para la cuestión que hemos examinado. Una gran parte de la literatura profranquista ulterior ha tratado de disminuir su significación, sin renunciar en ocasiones a ataques personales. No obstante, nuestro estudio revalida y amplifica las conclusiones de Howson, que no pudo tener acceso como nosotros a una gran parte del material documental republicano y mexicano y solo a una parte del francés.

Pese a la importancia que tuvieron las cadencias de los envíos tanto de hombres como de material, la historiografía franquista tampoco ha prestado demasiado atención a las causas generadoras de las diferencias de ritmos. El armamento llegado del exterior en las primeras semanas tras la sublevación tuvo una importancia en los planos táctico y estratégico mucho mayor que el que afluyó en los meses y años posteriores. Pese a la desidia de gran parte de esta historiografía, se trata de un tema a día de hoy bastante bien estudiado para los envíos soviéticos, italianos y alemanes. El general Dávila, sin quererlo, nos da un ejemplo de las facilidades que tuvo Franco para recibir material alemán, sin necesidad de tener que inmiscuirse en el mercado negro:

(…) cada quince días aparejaba para España un barco a bordo del cual eran expedidas las armas y los refuerzos para completar o relevar las unidades alemanas. Todos los transportes para la Legión Cóndor o el Ejército español partían de Hamburgo y se dirigían hacia el Golfo de Vizcaya y eran desembarcados en El Ferrol (…).1

Trimotor alemán Junkers JU-52 capturado por los republicanos en Azuaga el 9 de agosto de 1936 (imagen procedente del artículo de José Ignacio Rodríuguiez Hermosell «Los aeródromos de Azuaga y el trimotor alemán perdido en 1936», en Revista de Historia de la Vega Alta, Junio 2019, nº 13, pp. 20-31)

El acceso a fuentes documentales que habían sido poco exploradas ha ido poniendo las cosas en su sitio. El estudio de la no intervención, renovado por David Jorge, permite entrever hasta qué punto fue dañina para la República. De no haberse producido, en pocas semanas esta hubiera podido aplicar rapidísimamente las reservas de oro a la adquisición en arsenales nacionales —desde luego, los de Francia y otros países— y de forma subsidiaria en el mercado internacional todo el material bélico que hubiera necesitado, en particular aviones y armas de infantería y artillería, de las que los arsenales propios no estaban bien abastecidos.

También cabe especular si Mussolini primero y Hitler después no se hubieran echado atrás, pero tras la declaración de no intervención, la República solo pudo contar con México primero y con la Unión Soviética después. Los aviones y las armas pesadas solo pudieron proceder de la segunda. Tampoco el mercado negro podía sustituir la potencia de arsenales estatales. Incluso actuó de manera perversa, facilitando la adquisición de una turbamulta de armas ligeras de calidad, calibre, potencia y eficacia absolutamente dispares y, con gran frecuencia, merced al «cariño» de estafadores gubernamentales y privados, absolutamente vetustos.

Por nuestra parte, hemos subrayado y demostrado aún más, con gran cantidad de casos documentados en evidencias primarias, y en contra de lo que defienden historiadores franquistas, neofranquistas y muchos extranjeros que todavía escriben con los prejuicios y anteojeras de la guerra fría, que la República NO pudo adquirir todo el armamento que quiso y necesitaba, pese a disponer de las reservas áureas del Banco de España. Factores externos y también endógenos, en los que hemos hecho hincapié, dificultaron en extremo las adquisiciones fuera de las vías soviéticas.

Quien esto escribe defiende la tesis, al igual que otros muchos historiadores, de que ni el presidente de la República, Manuel Azaña, ni el presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, hicieron todo lo posible para evitar que se produjese el golpe de Estado. Información sobre la conspiración la tuvieron encima de su mesa, pero no adoptaron ningún tipo de medida preventiva realmente adecuada. Si se hubieran tomado en serio y activamente las informaciones disponibles y se hubiesen adoptado medidas contundentes al respecto, quizá las tornas hubieran sido otras.

En la historia contemporánea de España existen casos de golpes de Estado que acabaron en fracaso o en conatos frustrados. Otros triunfaron. El del 16-18 de julio no fracasó en su totalidad, pero tampoco triunfó plenamente, es decir, ni el Gobierno logró reducir del todo a los sublevados ni estos imponerse con claridad. Se creó una situación de relativo empate técnico y de difícil solución con los recursos militares existentes en la España de la época. De ello fueron conscientes tanto los defensores de la legalidad republicana como los sublevados, por lo que se encaminaron al exterior realizando peticiones de armamento a aquellos países que, a priori, pensaban que podían ayudarles.

Los sublevados habían tomado la delantera al Gobierno: el 1 de julio, es decir, quince días antes de que se iniciase el golpe, la trama civil monárquica representada por Pedro Sainz Rodríguez, hombre de confianza del «protomártir» Calvo Sotelo, firmó con la Italia fascista cuatro contratos. Estos implicaban el envío de cierto volumen de ayuda militar para lograr el éxito de la sublevación. Mussolini, para ocultar su responsabilidad en caso de complicaciones, hizo que se firmaran a través de una empresa privada, la SIAI. También recurrieron los conspiradores a la Alemania nazi a través de dos canales: uno, Sanjurjo, vía contactos previos que no prosperaron; y dos, Franco logró enviar una delegación con el objetivo de pedir ayuda a Hitler. Gracias a un sinfín de situaciones que se saldaron con éxito, Hitler dio luz verde al envío de ayuda en la noche del 25 de julio. La petición a Mussolini, en paralelo, se ha abultado y se abulta, para oscurecer los compromisos italianos previos.

Descarga del fuselaje de un avión alemán Junkers 87 B en León (foto: leonoticias)

El Gobierno republicano, por su parte, remitió un escueto telegrama pidiendo auxilio a su homólogo francés. En un primer momento, Léon Blum decidió atenderle, pero en los veinte días siguientes esta postura inicial fue deslizándose hasta la no intervención, que se tradujo en cerrar los arsenales nacionales y en prohibir la venta de las empresas privadas a la República. Las causas de este cambio de opinión se encuentran en factores internos y externos de la propia Francia. Con respecto a los internos, figuran en primer lugar la convulsión y las tensiones sociales del período de entreguerras, que alcanzaron su cénit en la segunda mitad de los años treinta. En la sociedad francesa, al igual que en la británica, fruto de la experiencia traumática que supuso la Gran Guerra, existía un fuerte sentimiento antibelicista. También hubo miedo a un «nuevo Sedán» ante Alemania. Este temor, mayor entre los militares y los conservadores, aumentó de manera notable una vez que Hitler llegó al poder. Prueba de ello fue la falta de respuesta con que quedó la remilitarización de Renania en marzo de 1936 en vulneración del tratado de Versalles. En el plano externo, Francia se convirtió en mera comparsa de los intereses británicos ante el temor de verse sola ante Alemania.

Los británicos presionaron a Francia para que no ayudase ni con un cartucho a la República, la cual amenazaba, de acuerdo a su percepción, con convertirse en una república soviética avant la lettre. Hubo presión en varios planos, pero parece que el que más influyó en la retracción fue el embajador británico en París, sir George Clerk, quien en un primer momento actuó por iniciativa propia, pero que rápidamente fue respaldado por el Foreign Office. La premisa fue muy sencilla: si el Gobierno francés ayudaba a la República y esto propiciaba un enfrentamiento con Alemania y/o Italia, Gran Bretaña no auxiliaría a Francia.

Una vez adoptada la no intervención, las diplomacias francesa y británica pusieron toda su maquinaria en obtener de los demás Gobiernos europeos su adhesión a tal política. Las potencias fascistas recurrieron a múltiples trabas y dilaciones con el claro objetivo de ganar tiempo y poder enviar a Franco el suficiente armamento para tomar Madrid. Hitler y Mussolini se unieron a esta política tan pronto tuvieron la completa seguridad de que era pura y simplemente un maquillaje de cara a la opinión pública de las democracias y que podían seguir enviando pertrechos sin ningún temor. Portugal, base logística de gran relevancia para el envío de material bélico alemán en los primeros meses del conflicto, también puso muchas reticencias para adherirse. No lo hizo hasta el 28 de agosto, cinco días después que la URSS.

La no intervención tuvo una más que dudosa base jurídica de acuerdo a los principios establecidos en el derecho internacional entonces vigente, ya que surgió como una política declarativa al margen de la SdN, único organismo con potestad para tomar este tipo de iniciativas. En realidad, la no intervención se materializó en la adopción más o menos rápida de las legislaciones nacionales pertinentes de cada uno de los veintisiete países que la aplicaron. El 9 de septiembre, se reunió por primera vez en Londres el CNI, dando comienzo a una funesta farsa que significó que Hitler, Mussolini y Stalin vulnerarían la política declarativa tanto como quisieran. Implicó que un Gobierno reconocido internacionalmente y asistido por su derecho inmanente de legítima defensa quedase privado de él y en la práctica tuviera que acudir a la desesperada, por un lado, al mercado subrepticio y, por otro, que virase hacia la URSS.

La no intervención relachée se ha utilizado —incluso a día de hoy— para afirmar que, gracias a ella, la República consiguió un volumen de material de guerra muy por encima del que obtuvo realmente en el país vecino. No es cierto. En puridad, fue Blum quien decidió que Francia no ayudaría a la República, aunque sí permitió la salida de catorce aviones y de otro armamento a lo largo de la guerra mientras ocupó la presidencia del Gobierno. El gran enemigo republicano se encontró en la cúspide del Quai d’Orsay y se llamó Yvon Delbos. Hizo cuanto estuvo en su mano para que no llegase ni un cartucho a la República, directa o indirectamente. Antes de negarse con rotundidad y sin argumentos tanto al envío directo como a través de México, puso excusa tras excusa y obstáculo tras obstáculo, tardando todo el tiempo posible para al final no conceder ninguna autorización de exportación de material bélico. Delbos no fue el único y, por su posición, fueron tan nocivos para los intereses españoles una gran parte de los funcionarios del Ministerio de Negocios Extranjeros y de otros ministerios que tampoco veían con buenos ojos que, supuestamente, Francia se viera confrontada a un posible nuevo enfrentamiento con Alemania por ayudar a los vecinos del sur. A ellos hay que sumar un elenco de prefectos, comisarios de policía, funcionarios de aduanas… que obstaculizaron cuanto pudieron la salida de armas, aviones o voluntarios.

La República, a priori, pensaba que reunía todos los requisitos para obtener el apoyo francés: 1) Francia había sido un suministrador tradicional del precario y mal equipado Ejército español; 2) durante el quinquenio en paz ambos países habían mantenido buenas relaciones; 3) compartían gobierno de Frente Popular, aunque con diferencias; 4) algunos ministros y líderes de la izquierda española tenían gran amistad con varios ministros del Ejecutivo francés, y 5) a finales de 1935, durante el bienio radical-cedista, se firmó un acuerdo comercial con un intercambio de cartas secreto que obligaba a España a comprar armamento en Francia por un importe de veinte millones de francos. Sin embargo, la realidad se mostró muy diferente desde el principio.

Reparto de armas entre milicianos de la CNT (foto: Getty Images)

Francia cambió su postura inicial de concesión a la definitiva de no intervención en dos pasos: el primero se produjo el 25 de julio, cuando el Consejo de Ministros decidió que no se daría ayuda oficial a la República, aunque se dejó la puerta entreabierta a que comprara en la industria privada y se concediesen las autorizaciones para que el material llegase a España. Antes de negarse definitivamente, se produjo un hecho que pudo haber cambiado el signo de la decisión francesa: el 30 de julio se evidenció la ayuda fascista a los sublevados españoles cuando dos aviones italianos aterrizaron (uno malamente) en el Marruecos francés. Pese a ello, Francia siguió defendiendo la necesidad de un compromiso de las principales potencias para no intervenir en España y evitar aumentar las tensiones. Para dar ejemplo, el Gobierno parisino, en un más que tenso Consejo de Ministros, decidió de manera unilateral no conceder ningún tipo de ayuda al de Madrid con el objetivo de que el resto de países se sumasen.

Cuando Francia adoptó la no intervención, el Gobierno republicano, en lugar de desarrollar una política enérgica para repudiarla y luchar por su supresión, se mostró de acuerdo, siempre y cuando se cumpliese. Sin embargo, ya existían evidencias de que Hitler y Mussolini no pensaban respetarla. Esta actitud fue un lastre para la defensa del derecho republicano a nivel internacional y para argumentar y denunciar violaciones en la SdN, como pusieron de manifiesto los representantes mexicanos. A partir de este momento, la República quedó en Francia en manos de aquellos ministros, funcionarios, miembros de partidos de la izquierda que quisieron ayudarla de muy diversa manera, desde la solidaridad a través de la colecta de fondos, el envío de alimentos básicos, de voluntarios de muy diversa ideología, hasta aflojando el control fronterizo y de algunos puertos. El más importante fue el de Marsella y su significación radicó fundamentalmente en ser un puerto de tránsito del armamento de diversos países europeos para su posterior envío a España, especialmente con la intervención mexicana.

En verdad, el enemigo no estuvo solo en el Gobierno francés, sino en el propio cuerpo diplomático español acreditado en París. Los puestos clave de la embajada (el embajador y los agregados militares), pese a sostener durante pocas horas una postura ambivalente, se pusieron con rapidez al servicio de los sublevados, haciendo el mayor daño posible al Gobierno al que habían jurado lealtad: retrasaron la petición, hicieron filtraciones a la prensa, alentaron campanas sobre lo que —supuestamente— ocurría en España… Todo ello sirvió para crispar aún más a la ya de por sí convulsa sociedad francesa para que apoyase la no intervención de su Gobierno. Ante esta traición, hubo que recurrir a aquellos personajes con credenciales republicanas más que seguras y con prestigio y reconocimiento internacionales: Luis Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos, Pablo de Azcárate… Eran intelectuales muy lejos ideológicamente del comunismo y eminencias en sus respectivos campos, pero no habían visto un fusil en su vida, no sabían cómo se cerraban este tipo de negocios y mucho menos cómo tratar con traficantes sin escrúpulos.

Dado este panorama, el nuevo embajador, Álvaro de Albornoz, cuando llegó a París el 27 de julio y ante el aluvión de traficantes y mercaderes que acudían en tromba, conociendo sus propias limitaciones y pensando en el beneficio de la República, firmó un contrato con una empresa, la Société Européenne d’Études et d’Entreprises. En él cedió a la misma el monopolio de la compra de armas y otros productos, tanto de lo que adquiriese en nombre de la República como de otros agentes republicanos por Europa, con una comisión fija del 7,5 %. Hoy en día es fácil criticar esta decisión porque sabemos las consecuencias que tuvo, pero Albornoz cuando lo hizo actuó con la mejor intención. Incluso él mismo se arrepintió después. De no haber existido la no intervención y de haber podido comprar material de guerra en Francia, la firma de este contrato no se hubiera producido. Queda por aclarar en futuras investigaciones el papel real que jugó Alejandro Otero, pues algunos indicios señalan que hubo connivencia entre él y la Société para repartirse cierto porcentaje por las ventas. Lo mismo sucede en otras compras al margen de la Société. Otros testimonios indican, sin embargo, que fue honesto en el cumplimiento de sus funciones.

Ante la necesidad de comprar material de guerra y la gran cantidad de ofertas que iban recibiéndose, se creó la Comisión de Compras con el fin de centralizarlas y cribarlas. Esta Comisión tuvo tantos problemas y actuó de manera tan descoordinada y dispersa que Araquistáin constituyó otra que comenzó a funcionar oficialmente el 9 de octubre. No actuó solo en Francia, sino que se extendió por la geografía europea. No fueron pocas las decisiones imprudentes que tomaron en su seno los principales integrantes: Calvino, Martí Esteve i Guau y el director, Alejandro Otero. Además, la Comisión tuvo que lidiar con grandes dificultades, algunas provocadas por el exceso de delegados y enviados por las diversas regiones, partidos y sindicatos que acudían directamente a París o a otros países en los que la Comisión operaba, interfiriendo en ofertas que ya se habían recibido y aceptado en mejores condiciones. Incluso en ocasiones obligaron a la Comisión a perder tiempo y dinero en muchas que ya había rechazado por ilusorias. Otro de los problemas fue la organización de los transportes por mar. Cuando una oferta se presumía como seria, se establecían las bases del negocio y se llevaba a la Société para legalizar el contrato y ya se entendían con ella hasta el final, bajo el control y dirección de Otero.

Lo que sí es un hecho irrebatible es que la Comisión de Compras en contadas ocasiones consiguió adquirir lo que se le pedía desde España y generalmente tuvo que aceptar, debido a las circunstancias impuestas a las que se vio sometida, lo que le ofrecieron los comerciantes, que la mayoría de las veces eran artículos para los tres ejércitos en una misma oferta. También el Gobierno republicano cometió errores, pues muchas veces los pedidos de material llegaban sin referencia a prioridades y el dinero se enviaba a París sin indicar su destino concreto.

Soldados republicanos con armamento de diversa procedencia (foto: historiadelasarmasdefuego.blogspot.com/)

Prieto, en su condición de ministro de Marina y Aire y como encargado de las adquisiciones en el exterior, disolvió la Comisión mediante un decreto el 23 de diciembre. En su lugar creó la Comisaría de Armamentos y Municiones, aneja a su ministerio y, por ende, fue su máximo responsable. Su función sería encargarse de todos los asuntos relacionados con el material de guerra, especialmente el de su adquisición en el exterior. Pese a la disolución de la anterior Comisión, esta siguió operando a su libre albedrío hasta, por lo menos, la primavera-verano de 1937.

En cuanto al material de guerra adquirido en Francia, lo único que pudo llegar antes del 7-8 de agosto fueron pistolas, cartuchos, granadas… cuyo contrabando era muy difícil de detectar y detener al cien por cien en los puestos fronterizos y aduaneros. Por tanto, también hemos contribuido a acabar con uno de los grandes mitos franquistas: Italia y Alemania intervinieron una vez lo hizo Francia. Pues no. Lo hicieron antes y en el caso de la primera, muchísimo antes. También hemos puesto de relieve las dificultades que tuvieron los republicanos no solo para adquirir viejos aeroplanos que reconvertir posteriormente para la guerra, sino incluso para obtener repuestos para aviones españoles. Alemanes e italianos cuidaron hasta los detalles de los repuestos y gasolina para que los aviones que enviaban estuvieran en condiciones óptimas de vuelo desde el primer momento. Como así fue.

En el caso de Londres, las cosas fueron un tanto diferentes. La percepción reinante en Whitehall sobre la República antes de producirse el golpe no era muy favorable. Veían al Frente Popular como un «Gobierno Kerenski» previo a la implantación de un sóviet. A esta visión, distorsionada y alejada de la realidad, contribuyeron los informes y despachos que mandó el embajador en Madrid, sir Henry Chilton. También lo hizo la campaña de intoxicación desarrollada por los miembros de la trama civil del golpe que desde la victoria del Frente Popular contaron a todo aquel que quiso escuchar que en España iba a implantarse una república soviética avant la lettre y que ellos luchaban por impedirlo. Dio sus frutos.

Tras el 18 de julio, el Gobierno británico se negó a inmiscuirse prohibiendo la venta de carburante a la flota leal. Los nefastos acontecimientos y situaciones de caos que se sucedieron debieron de convencer a Londres de que su percepción era correcta. Rápidamente, operó para que no se vendiesen armas a ninguno de los dos contendientes. Como hemos visto, trabajó entre bastidores para que Francia tampoco interviniese y plantease un compromiso global de no intervención. A favor del Gobierno británico hay que senalar que fue muy claro en su posición de negar la venta de armas tanto a los republicanos como a los sublevados y no se anduvo con rodeos, como hicieron los franceses. Pese a ello, algunos pocos aviones comerciales salieron de sus aeródromos con destino a los dos contendientes. Los británicos, de acuerdo a su percepción, si tenían que elegir entre un gobierno comunista o una dictadura militar, se decantaban por la segunda opción. Además, fueron plenamente conscientes, cuando se vio que la guerra de España iba para largo, de que Franco, si resultaba vencedor, tendría que recurrir a la City para recuperar la maltrecha economía española y que con su flota podían permitir u obstaculizar la llegada de víveres y materias básicas a España. En definitiva, Londres, con aplicar una política «del palo y la zanahoria», tendría controlada la situación y salvaguardados sus intereses.

En Estados Unidos, la legislación no prohibía la exportación de armamento. Sin embargo, los acontecimientos que fueron sucediéndose en Europa indujeron al Departamento de Estado a aplicar el denominado «embargo moral» a partir de agosto. Además, en el presidente Roosevelt pesó su alineación con Gran Bretaña y Francia, por lo que tuvo escaso deseo de revocar dicho embargo. Tampoco hay que perder de vista que, ante la cercanía de las elecciones, los demócratas necesitaban el voto católico. El «embargo moral» cumplió las veces de una legislación prohibitiva de exportación de material bélico y dio frutos evidentes. Pese a ello, la Texas Oil Company y otras empresas, cuyos productos no se hallaban en la lista de productos objeto del embargo, suministraron a Franco una ayuda nada despreciable. Este también fue el caso de la General Motors que, al igual que la Texaco, realizó negocios rentables, al principio con ambos contendientes y después casi exclusivamente con los insurgentes, ya que el envío de camiones y de combustible no caía dentro de las resoluciones de prohibición. En diciembre de 1936, como consecuencia de que el traficante Robert Cuse (Alexandre Sjasin) quiso ejercer sus derechos legales frente al embargo moral, se revisó el principio de este y, a comienzos de 1937, se aprobó un embargo con fuerza de ley. La guerra de España fue uno de los acontecimientos que más movió a la opinión pública norteamericana. La de corte liberal se decantó de forma mayoritaria a favor de la República y solo una pequeña minoría lo hizo a favor de los sublevados.

El Mar Cantábrico, apresado por los sublevados en marzo de 1937 cuando transportaba material mexicano a la zona republicana (foto: puentedemando.com)

Cuando la República veía con amargura e impotencia el abandono y la soledad a que la condenaban las potencias democráticas que consideraba «amigas» y estaba a punto de perder el envite lanzado por los sublevados, apareció en escena la ayuda del lejano México. Los 20.000 Mauser y los veinte millones de cartuchos descargados el 2 de septiembre, pese a no ser una gran cantidad, permitieron armar a 20.000 hombres con munición del mismo calibre. Su llegada, por tanto, fue un verdadero bálsamo para las autoridades republicanas, pues por primera vez sintieron que no estaban solas ante los sublevados y sus protectores nazi-fascistas, ya que Stalin aún no había dado luz verde a socorrer a la República.

El presidente Lázaro Cárdenas apoyó decididamente desde el primer momento que se le reclamó. Sin embargo, México no disponía de una industria militar puntera ni de consideración. A ello hay que sumar la lejanía geográfica, lo que complicaba en extremo la recepción de los barcos enviados. La decisión de suministrar armas fue a la vez arriesgada, solitaria y precaria, ya que todos los demás países se negaron a hacerlo y el resto de Gobiernos latinoamericanos simpatizaron con los rebeldes en mayor o menor grado. Cárdenas también autorizó y permitió a sus representantes en Europa que adquirieran armas en nombre de México para posteriormente enviarlas a la República. En contra jugó que la reglamentación francesa en vigor permitía a las autoridades impedir la reexportación de material de guerra con destino aparentemente sospechoso. En la labor de reenviar el material desde Marsella a algún puerto controlado por la República fue fundamental la complicidad de numerosos franceses, desde ministros hasta funcionarios de aduanas, que montaron un sistema clandestino de ayuda. Pese a todas las operaciones, se envió esencialmente cartuchería de diverso calibre y muy poco material pesado.

La ayuda que prestó México fue más allá del plano militar, proporcionando también apoyo diplomático. La cobertura que dio para conseguir armas en Europa tropezó con grandes limitaciones, ya que el mensaje que Cárdenas envió a su embajador en París autorizándole a comprar armamento lo interceptaron los servicios secretos británicos. Cuando se intentó adquirirlo en el Reino Unido, las autoridades declinaron cualquier tipo de venta. A diferencia de los franceses, su respuesta fue rápida, clara y contundente.

En Checoslovaquia las cosas no fueron mucho mejor: a pesar de las buenas relaciones existentes entre ambos países y permitir las autoridades checas una compra de cierto material, la difusión en la prensa internacional de la llegada del barco con detalles muy precisos tuvo como consecuencia que no se autorizasen nuevas ventas, ya que la coalición del Gobierno checo era muy inestable y los partidarios de los franquistas controlaban los ministerios clave para conceder las autorizaciones de exportación.

Lo más destacable fue la compra de cartuchería de diverso calibre en Bélgica, Suiza, Polonia, Holanda y los Estados bálticos. El caso más sorprendente fue el austríaco, que permitió la venta de varios millones de cartuchos. Por regla general, las compras o bien iban en barcos abanderados como mexicanos a algún puerto controlado por la República, o bien se almacenaban en Marsella para que, cuando hubiese un número suficiente, un barco las transportase a algún puerto de la costa levantina. También pudo haber connivencia y reparto de comisiones.

Algunas ofertas que se negociaron con la cobertura mexicana nos muestran cómo se lucraron algunos allá donde se vislumbrara la más mínima oportunidad. También permiten observar la ingenuidad y las carencias de la Comisión de Compras en cuanto a establecer un protocolo mínimo de seguridad, pues sabiendo que la mercancía de alguna oferta se encontraba en la Alemania nazi, no sospecharon que podía tratarse de un chantaje para estafar dinero y que el material acabase en manos de Franco, como sucedió en varias ocasiones.

Mujeres en una fábrica de municiones metiendo cartuchos en cartucheras para los soldados republicanos, Madrid, noviembre-diciembre de 1936 (foto: Robert Capa/International Center of Photography/MAGNUM PHOTOS)

Hemos visto que también se intentó conseguir armas en aquellos países donde existían potentes industrias bélicas, donde se creía que era posible comprar de manera secundaria y en aquellos países desde los cuales llegaban ofertas a las embajadas en París, Praga o México. El Gobierno tuvo que diversificar los mercados potenciales de compra de armas. Fue entonces cuando verdaderamente los republicanos se vieron obligados a recurrir a lo que podría describirse como la mayor red organizada de contrabando armamentístico de la historia europea hasta aquel momento. Sus agentes se sumergieron en el mercado clandestino y cayeron en manos de poderosas redes de traficantes, cuyos miembros estaban en las antípodas ideológicas, pero que se acercaron con un triple objetivo: 1) conseguir jugosos volúmenes de divisas; 2) deshacerse de morralla inservible, más propia para colocar en museos que para utilizar en una guerra moderna, y 3) cuando el material vendido era de calidad, frecuentemente acabó engrosando los arsenales franquistas, tras el correspondiente aviso. Ganancia por partida doble.

La República necesitaba con desesperación armas y municiones, con independencia de cuál fuese su origen. Mostrarse escrupulosa en relación con la procedencia del armamento fue un lujo que nunca pudo permitirse. Estas redes de traficantes estaban ramificadas por toda Europa y muchas habían conseguido sus recursos económicos construyendo ferrocarriles y/o vendiendo armas en otros conflictos en diversas partes del mundo. En sus consejos de administración figuraban importantes políticos nacionales e internacionales, grandes industriales y gente de la banca. Algunos grupos estaban muy bien relacionados con ciertos Gobiernos europeos, como es el caso de Veltjens y su grupo con la Alemania nazi, o de Bodosákis con el dictador griego Metaxás. Todos compartían una ideología que chocaba frontalmente con la republicana, por lo que no iban a permitir su victoria, aunque sí querían todo su dinero.

Debido a la no intervención y al viraje que tuvo que dar la República al mercado negro, los encargados que designó para tratar de adquirir armamento sufrieron continuos chantajes por parte de infinidad de personas: desde ministros, jefes de Estado Mayor y otros oficiales hasta altos cargos de más de una veintena de países. Exigían fondos en cantidades astronómicas y bajo cuerda antes de estampar sus firmas para otorgar dudosas licencias de exportación y que suponían un importe muchas veces superior a la mercancía. Por debajo de ellos hubo desde funcionarios hasta jefes de puerto y estación que no solo exigían el pago de comisiones, sino que en numerosas ocasiones arguyeron pretextos para retrasar la salida o la carga del armamento con el fin de cobrar más derechos por el almacenaje prolongado. Tampoco hay que olvidarse de los citados traficantes de armas, los corredores y demás intermediarios del mercado negro.

Las operaciones encubiertas exigieron invertir muchas horas, capital humano, gestiones políticas y sortear infinidad de obstáculos. Al tener que recurrir al mercado negro, la República se vio expuesta a los peligros que llevaba, y lleva hoy en día, relacionarse con redes de traficantes, sin ningún tipo de escrúpulo moral y ávidos del metal amarillo. Una vez se supo de la salida de España del oro, aumentó el número de los que visitaban la embajada en París. Hemos demostrado que, desde que se produjo el golpe y en los primeros meses de 1937, las actividades de adquisición por parte republicana no llegaron a constituir una estrategia eficiente.

Por otro lado, la mayoría de los aviones que se recibieron durante el otoño de 1936 fueron aparatos de instrucción, ocio y transporte que deben compararse con los Junkers, Heinkel, Fiat y Savoia que las potencias fascistas suministraron a Franco. Aunque no ha sido nuestro objeto de estudio, junto a la superioridad cuantitativa de material, también jugó a favor de Franco el volumen de efectivos extranjeros de que dispuso. Basándonos en los estudios y balances más actuales y rigurosos, los franquistas contaron con unos 180.000 hombres, mientras que la República pudo oponer, en el mejor de los casos, en torno a 40.000 combatientes.2 También hubo diferencias técnicas entre unos efectivos y otros: los que afluyeron al campo franquista, especialmente los que mandaron Roma y Berlín, lo hacían perfectamente equipados. Por el contrario, los hombres que formaron parte de las Brigadas Internacionales lo hacían por razones ideológicas y no llevaban equipo.

12 de octubre de 1936. Llega a Cartagena el primer cargamento de tanques soviéticos a bordo del buque Komsomol

Junto a todos estos problemas y dificultades, la República pronto encontró otro en la conducta de la gran banca francesa, inglesa y norteamericana que dificultó, cuando no negó, todo lo que pudo, a veces con excusas de lo más trivial, la transferencia de fondos desde París y Londres a México y Estados Unidos. Su traducción en el plano práctico fue la imposibilidad de adquirir importantes partidas de armamento, pues los traficantes se negaban a negociar si los agentes republicanos no disponían de fondos como garantía de pago. Se perdió así un tiempo precioso y un gran número de oportunidades mientras que Franco, financiando sus suministros fundamentalmente a crédito, siguió recibiéndolos.

Por tanto, de la misma manera que el cierre de los arsenales estatales e industrias privadas de armamento obligó a la República a virar hacia la Unión Soviética, estos desaires bancarios hicieron lo propio en el plano económico: la URSS disponía de una red financiera lo suficientemente opaca que permitía la transferencia de fondos republicanos allá donde hicieran falta sin dejar rastro. Negrín, como titular de Hacienda, se dio cuenta de ello y no tuvo más remedio que enviar el oro a Moscú si quería disponer de divisas para comprar armas. Por tanto, el traslado del oro del Banco de España a Moscú NO fue una decisión caprichosa y arbitraria de Negrín ni del Gobierno republicano.

La documentación consultada nos ha conducido a dividir la política de adquisición de armamento en tres fases, aunque la delimitación de cada una de ellas es un tanto aleatoria. La inicial fue de absoluto caos. El golpe estaba diseñado para noquear al Estado y su estructura y sus resortes exteriores no fueron una excepción. Se enviaron emisarios desorganizadamente a la Alemania nazi, al Reino Unido, Francia, Bélgica, Suecia y Holanda con un mismo objetivo: conseguir armas y aviones donde fuera posible. En esta primera etapa, tuvo un gran protagonismo uno de los grandes problemas endógenos de la República: la enorme proliferación de enviados y comisionados, pues no solo lo hizo el Gobierno central, sino también algunos partidos y organizaciones políticas, así como el Gobierno vasco y la Generalitat, haciéndose la competencia entre sí y dando una imagen lamentable ante Gobiernos y comerciantes. En la segunda fase, se trató de conseguir el ansiado armamento en América: México y Estados Unidos. Surgieron innumerables impedimentos, y la gran banca, que ya había acorralado a la República en Europa, interpuso obstáculos para dificultar las transacciones financieras.

En la tercera etapa, que hemos denominado la «tournée por Europa, los republicanos intentaron diversificar al máximo sus fuentes de suministro, bien acudiendo al mercado estadounidense, bien expandiendo la red de agentes que se esparcieron por el resto de Europa y diferentes países de Iberoamérica. Hemos documentado que se realizaron gestiones o se recibieron ofertas en, al menos, una quincena de países. De entre todos ellos y de entre todas las operaciones, nos gustaría destacar el intento de conseguir material de guerra en la Alemania nazi y cómo esta, tras rechazar esta petición, vendió posteriormente armamento a los republicanos a través de Grecia. Incluso los soviéticos respaldaron este comercio. El plan partió de Göring, quien vio en el oro español una fuente jugosa de divisas con la que contribuir a desarrollar y acelerar su programa de rearme. Bélgica también contaba con un número de talleres considerable, pero la disposición del rey Leopoldo II, favorable a los sublevados, y un error chapucero de los enviados republicanos acabaron con cualquier posibilidad de obtener armas. El país más importante de todos fue Checoslovaquia, por tratarse del primer exportador de material de guerra del mundo a mediados de los años treinta. En teoría, las fábricas estaban abiertas a cualquier comprador sin necesidad de intermediarios. Sin embargo, factores de orden nacional e internacional hicieron que la República no pudiese comprar con libertad y tuviese que recurrir a traficantes y a buscar coberturas de otros países.

En la búsqueda a la desesperada de armamento, surgieron una serie de dificultades exógenas a la República. Aunque algunas ya las hemos comentado, las recopilamos aquí para una mejor visión de conjunto. Al verse inmiscuida en operaciones fuera de la ley y al tratar con traficantes, el esfuerzo que suponía sacar adelante una operación era costosísimo: 1) criba del aluvión de ofertas; 2) peritaje de la mercancía; 3) logro de un permiso de exportación; 4) si el transporte era por mar, consecución del fletamento de un barco con tripulación de confianza; 5) problemas de tráfico marítimo debido a las agresiones nazi-fascistas en el Mediterráneo; 6) bloqueo de las costas españolas cuando entró en vigor; 7) si el envío se hacía a través de Francia, debía salvarse la vigilancia de las autoridades; 8) la penetrabilidad de las operaciones por parte de agentes adversarios fue considerable, y, no en último término, 9) la gran banca francesa, británica y americana también interpuso obstáculos para dificultar las transacciones financieras.

Los agentes franquistas desarrollaron su labor para evitar que ofertas serias llegasen a buen término y muchos barcos con armamento destinados a la República acabaron en puertos controlados por los sublevados. Tenían mucho terreno ganado tanto por su posición previa como por los contactos y amistades de que disfrutaban, pues muchos eran diplomáticos de largo recorrido y conocían y tenían vínculos con ministros y círculos de poder. Algunos dimitieron rapidísimamente. Otros jugaron a estar a dos bandos durante un cierto tiempo, por lo que estaban enterados de todos los movimientos e iniciativas republicanas. En algunas legaciones, por azar o por imprudencias, se hicieron con las claves para cifrar telegramas, por lo que no era necesaria su presencia en los despachos para conocer los movimientos republicanos. Sirva como ejemplo el caso de Pablo de Azcárate cuando se quejó de que él solo tenía acceso a las personalidades que su cargo como embajador permitía, mientras que el duque de Alba se reunía cuando y con quien quería. Los principales centros en que operaron los agentes de los sublevados fueron Londres, París y Praga.

Representantes del Comité de No Intervención (oficiales belgas, británicos y suecos) revisan las armas confiscadas a los soldados republicanos que cruzan la frontera francesa en retirada en febrero de 1939 (foto: Keystone/Biblioteca Regional de Madrid)

Las complicaciones a la hora de adquirir armas en el mercado negro no fueron exclusivamente exógenas. Los propios republicanos, por si tenían pocas, colaboraron también en la creación de dificultades, a encarecer el material y en no poder adquirirlo finalmente. En cuanto a estos problemas internos que hemos detectado destacan tres: 1) la inexistencia de un plan nacional de compras; 2) el envío masivo y sin control de comisionados y delegados, y 3) la multitud de representantes que se aprovecharon de su puesto, del dinero de que disponían y de las dificultades existentes para enriquecerse. Estas autodificultades, especialmente las dos primeras, pesaron como una losa desde las primeras semanas tras el golpe. En cuanto al primer problema citado, hemos de señalar que no hemos encontrado documentación, lo cual no quiere decir que no exista o haya existido, en la que se establecieran las prioridades o necesidades de material para la guerra y que estas se transmitiesen a los representantes en el exterior. Antes al contrario, muchos de estos solicitaron a Estado o a Marina y Aire que se les enviase nota no solo del armamento que se consideraba prioritario. También reclamaron informaciones precisas sobre lo que realmente ocurría en España con el doble fin de estar enterados y poder lanzar campañas de prensa que contrarrestasen las que desarrollaban los sublevados y sus partidarios. Una vez señalado este problema, y a tenor de los casos que hemos visto anteriormente, en los que los emisarios republicanos se vieron obligados a aceptar el material que se les ofrecía, tenemos que preguntarnos si hubiese servido de algo haber establecido dicho plan.

El segundo problema, la marabunta de comisionados, supuso grandes trabas y acrecentó la mala imagen exterior de la República. Estos delegados iban en muchos casos con buena voluntad, pero su inexperiencia para tratar con traficantes profesionales, el desconocimiento de las lenguas de los países en los que se movieron y el actuar independientemente unos de otros y en franca competencia entre sí los condenó al más absoluto fracaso. Además, dificultaron la labor de la Comisión oficial, obstaculizaron sus movimientos, hicieron perder el tiempo y encarecieron los precios. La cuestión más espinosa de abordar es la de aquellos que saquearon las arcas en su propio beneficio mientras miles de compatriotas se exponían a la muerte diariamente. Nosotros no afirmamos, ni negamos, que ciertos individuos se apropiasen de jugosas cantidades de dinero. Simplemente nos hemos limitado a exponer la información que se recoge en una serie de documentos y que apunta en cierta dirección. De confirmarse al cien por cien algunos casos, el perjuicio para la República radicaría en que estos encargados y representantes iban más pendientes de conseguir jugosas comisiones que material de calidad.

En el plano operativo, las compras realizadas en el mercado negro supusieron que el Ejército Popular contase con los más variopintos materiales tanto en calidad como en calibres, municionamiento y tipología. Un verdadero caos que tuvo sus consecuencias en los campos de batalla. En numerosas ocasiones, el material adquirido, bien por desconocimiento de quien realizaba la compra, bien por obligación para adquirir otro material mejor o por engaño del vendedor o vendedores, incluyó verdaderas piezas de museo, inservibles para una guerra moderna como lo fue la de España.

Nuestra investigación concluye justo cuando el doctor Juan Negrín llegó a la presidencia del Consejo. Con él, la República se dotó finalmente de un Gobierno fuerte, redujo considerablemente las discordias internas que durante el primer año tantos perjuicios causaron en el interior y en el exterior y puso todos los esfuerzos y recursos al servicio de la guerra. Estas discordias habían contribuido a laminar esfuerzos y favorecido el imparable avance franquista, que ya tenía bajo su férreo control militar grandes parcelas del territorio nacional.

Notas

1. Dávila Álvarez, Rafael, La Guerra Civil en el norte. El general Dávila, Franco y las campañas que decidieron el conflicto, La Esfera de los Libros, Madrid, 2021, p. 136. Para ver una cuantificación más exacta, véase: Viñas, Ángel, Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo, Pasado & Presente, Barcelona, 2013, pp. 129-133, o Salas Larrazábal, Jesús, La intervención extranjera en la Guerra Civil Española, Galland Books, Valladolid, 2017), pp. 541-542, 550-551 y 582-587.

2. Nos hemos basado en los datos aportados por Eiroa San Francisco, Matilde, «Brigadas internacionales: la solidaridad de la izquierda», en Ángel Viñas (ed.): En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil, el franquismo, 2012 pp. 265-278, y Viñas, Ángel (ed.), En el combate por la Historia: la República, la guerra civil, el franquismo, Pasado & Presente, Barcelona, 2012, pp. 251-264.

Artillería antiaérea alemana del calibre 8,8 cm. en el desfile de la victoria en Madrid, el 19 de mayo de 1939 (foto: Efe)

Índice

Prólogo de Ángel Viñas
Introducción
Primera parte. Francia abandona a su suerte a la República

1. Petición al Gobierno de París .
Una solicitud inicial de ayuda de curso accidentado – Blum se desplaza a Londres y a su regreso estalla una batalla mediática – La primera puñalada: el Consejo de Ministros de 25 de julio – Dos aviones accidentados evidencian la intervención fascista: .cambiará la situación? – No intervención: una commedia dell’arte de la diplomacia franco-británica

2. Controles, burlas y bulos .
Se aprieta la tuerca creativamente – La obsesión de Delbos, y no solo de él, por el más rígido posible control fronterizo – Nuevos mecanismos con otros apoyos

3. Los sumamente controvertidos aviones franceses 
Un tema desfigurado en sentido profranquista – Bulos de la época –Operaciones con éxito, pero «reinterpretadas» – Vicisitudes ulteriores – Una mezcolanza de aviones – Puntualizaciones sobre los envíos del otoño – La «cosecha» de 1937 – Dificultades mayúsculas para conseguir aviones, repuestos y pilotos – Problemas propios – Un informe secreto francés expone las carencias aéreas republicanas – El sobredimensionado caso de la escuadrilla Malraux

4. Espionaje franquista y nuevas dificultades republicanas .
Las actividades de los agentes de Franco en Francia – La Société Européenne d’Études et d’Entreprises – La Comisión de Compras – Problemas internacionales y nacionales dentro de la Comisión de Compras

5. De anarquistas y negocios sucios .
Los anarquistas hacen honor a su nombre – La disolución de la Comisión de Compras – Un caso de traición y asesinato en el miserable mundo de la adquisición de armas

Segunda parte. La tournée por Europa en busca de armamento

6. El sondeo en la Alemania nazi y los primeros intentos en Bélgica
Sondeo en Berlín – Envíos nazis bajo cobertura griega – El curioso caso belga – Los belgas maniobran hacia la no intervención

7. Fracaso tras fracaso y logros muy limitados 
Enviados que se lían. Los casos del caótico Ovalle y de un despistado llamado Huerta – Se compran aviones viejos, que llegaron o no, pero a precios exorbitantes – Barcos que tampoco arriban o que apresan los sublevados – El expolio holandés y otras operaciones

8. Checoslovaquia también dio la espalda a la República
Una situación favorable? – Las extenuantes gestiones en busca de armas y coberturas – Los malogrados intentos vía la cobertura de Turquía

9. Más sobre otros casos en el «paraíso» checoslovaco .
En busca de otras coberturas desde Praga – La detención de Palacios y otras vicisitudes no exentas de «alegrías» – Corruptos emboscados y al «servicio» de la República – Franquistas al acecho

10. Los malhechores polacos, Suiza y los demás países
La importancia inicial del mercado polaco – El paraíso de Danzig –Intentos en Suiza – Exploraciones a la desesperada

Tercera parte. Más allá de los confines de Europa

11. La sombra de México en América . .
Entre el ego y la eficacia: De los Ríos vs. Gordón Ordás en el hostil mercado estadounidense – Las arduas gestiones en Estados Unidos – Sabotajes bancarios – Cambio de escenario: la acción se traslada a Bolivia

12. La larga mano de México en Europa .
Generalidades – El laberinto inacabable del material Brandt – Otras peticiones a Francia detectadas – La mano de México en Gran Bretaña – El muro nazi – Gestiones en Bélgica, Suiza y Holanda – De nuevo Checoslovaquia – Austria – Polonia – El gran fracaso, paradigmático, del Sylvia – Grecia – Los países bálticos y Suecia

13. Conclusiones: días de fuego, soledad y traición 

Introducción, conclusiones e índice del libro de Miguel Í. Campos, Armas para la República. Contrabando y corrupción, julio de 1936-mayo de 1937. Barcelona, Crítica, 2022.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: armamento de diversa procedencia del Ejército de Euskadi y de la Brigada Expedicionaria de Asturias capturado por los franquistas  en abril de 1937 (foto: Asociación Sancho de Beurko)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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