Un reciente artículo escrito por especialistas en paleobotánica ha puesto en cuestión la idea de que la Peste Negra de mediados del siglo XIV provocó en toda Europa una catástrofe demográfica sin precedentes. La continuidad en los datos de polen, como en Navarra o Cataluña, evidenciaría la continuidad del poblamiento y de la actividad agrícola, que se hubiera derrumbado aceptando la mortalidad que se ha descrito. De modo que, concluyen, la epidemia ni fue tan general ni allí donde se desarrolló fue tan letal como se venía afirmando. Desde hace algunos años, una parte de la historiografía viene advirtiendo de lo mismo aunque con otros argumentos y con poca aceptación por parte de la comunidad de historiadores académicos. Las aportaciones de científicos de otras disciplinas, con sus metodologías y nuevas evidencias, podría reforzar el trabajo de quienes desde la Historia vienen defendiendo las mismas ideas.

 

Guillermo Castán Lanaspa
Doctor en Historia

En un reciente libro en el que aborda magistralmente los conocimientos actuales y los desafíos que implica la investigación sobre la filogenia humana, José María Bermúdez de Castro (Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana. Crítica, Barcelona, 2021) pone de relieve las enormes dificultades que se alzan ante quienes tratan de revisar aquellos contenidos que suelen darse por muy establecidos en las ciencias. La comunidad científica, afirma, reacciona frente a revisionismos y argumentos que, por muy apoyados que estén, van en dirección contraria a la de quienes marcan la pauta de las disciplinas y saberes académicos. Así pasó, por ejemplo, con la cuestión del primer poblamiento humano en Europa, que se vio en el punto de mira por el descubrimiento del Homo Antecessor, o más recientemente con la naturaleza de Neandertales y Denisovanos, a quienes se había apartado de la filogenia del Sapiens, se negaba su capacidad para el pensamiento simbólico e incluso la posibilidad de tener un lenguaje articulado. Tras años de debates, hoy en día, como pone de relieve Bermúdez de Castro, una verdadera revolución se ha producido en nuestros conocimientos al respecto, superándose los dogmas que envaraban el avance en ese campo. Es cierto que  estos asuntos eran frecuentados por científicos de otras disciplinas, por lo que, llegados a un cierto punto, los historiadores tenían que aceptar argumentos, hipótesis y evidencias aportadas por otros.

Si estas cuestiones hubieran seguido fundamentalmente en manos de la corporación académica de los (pre)historiadores los avances en la investigación se hubieran visto mucho más dificultados; pero cuando biólogos, paleontólogos, genetistas o geólogos invadieron el campo de estudio e hicieron suyo el objeto de conocimiento, se produjo una verdadera implosión metodológica y actitudinal, pues los cultivadores de las Ciencias Naturales estaban acostumbrados a otra forma de trabajar, de considerar a la ciencia y de debatir con evidencias; entonces las cosas cambiaron radicalmente. Como señala el autor, precisamente doctor en Biología, muchos debates han sido superados por vías inesperadas hace algunos tiempos; cuando se negaba la posibilidad de hibridación de Neandertales, Denisovanos y Sapiens entre sí, por ser, se decía, de especies diferentes y no coincidentes, la genética ha puesto de relieve que tal hibridación se produjo. La genética locuta, viene a decir Bermúdez, causa finita. Así, la imagen de estos miembros del género Homo está cambiando rápidamente de forma sustancial. No es que los debates hayan concluido, al contrario; es que los debates se han enriquecido considerablemente al saltar por los aires, velis nolis, los vetos de las rancias corporaciones académicas atadas al conocimiento tradicional considerado como prácticamente definitivo por sus más conspicuos e influyentes miembros.

Corresponde a la Sociología de la Ciencia explicar cómo determinados conocimientos, considerados en la práctica como establecidos de una vez por todas (¿?) en una comunidad científica, se transmiten de generación en generación, de maestros a discípulos sin que casi nadie ose revisarlos o ponerlos en cuestión. Cuando se trata de conocimientos sostenidos por quienes en una disciplina ostentan firmemente el poder calificador, se transmutan, y de meros contenidos de la ciencia (y por ende provisionales, sujetos a revisión y superables), acaban convirtiéndose en una especie de seña de identidad corporativa que se supone asumida por todos los miembros de la corporación, y nada digamos por los aspirantes al ingreso en ella. Una costra fosilizada apenas permeable, resultado del balance de relaciones de fuerzas existentes en cada campo, y cuyo respeto e inviolabilidad se exige, de modo que el acriticismo subordinado acaba formando parte del habitus corporativo.

Esto, que ocurre en todos los saberes normativizados, como se ve claramente cuando uno se asoma a la Historia de la Ciencia, tiene una pregnancia y una resistencia muy superior cuando la jerarquía corporativa tiene capacidad para aceptar o rechazar a sus miembros. El argumento de autoridad permanece así recrecido frente a un disminuido pensamiento crítico e impugnador de las verdades establecidas por quienes han adquirido, generalmente por cooptación, la capacidad para deslindar lo aceptable de lo inaceptable. En estas condiciones, las ciencias suelen avanzar muy lentamente.

Detalle de de El Triunfo de la muerte, de Peter Brueghel el Viejo (1562). (Museo del Prado)

Un tema no menor en nuestra disciplina es el que se refiere a la gravedad de la incidencia de la Peste Negra de mediados del siglo XIV en Europa. En España la idea tardó mucho en abrirse paso, pues inicialmente fueron, en el siglo XVI, los frailes historiadores de sus propias órdenes quienes, tomándolo de sus correligionarios europeos, hablaron de extraordinarias y generales mortandades ocasionadas por el morbo; más adelante fueron los ensayistas de la población quienes aceptaron ese panorama aunque con intenciones bien diferentes: se exageraba la mortandad para demostrar que en realidad la dinámica de la población depende de otros factores, como la disponibilidad de recursos. Mientras tanto, los llamados historiadores seglares permanecieron en España ajenos a esa temática por la ausencia de fuentes suficientes que permitieran afirmarlo. Pero desde la segunda mitad del siglo XX, con la recepción masiva y aceptación incondicional de la historiografía europea, la española incorporó sin duda alguna la existencia, durante la epidemia de 1348, de una tan extraordinaria y general mortandad que muchos llegaron a hablar de la desaparición de la mitad, e incluso más, de la población en grandes zonas peninsulares en unos pocos años. Esta idea de una catástrofe sin precedentes ha arraigado tanto en la comunidad científica, en la corporación de historiadores, que permanece casi incólume[1] a pesar de la ausencia de pruebas concluyentes y de las contradicciones que genera a la hora de explicar la evolución económica y fiscal o la historia militar de la época.

Hace un tiempo, este mismo Blog publicó un par de artículos (AQUÍ Y AQUÍ) en los que, apoyándome en una larga investigación que publicó en 2020 la Universidad de Salamanca (La construcción de la idea de la Peste Negra -1348-1350- como catástrofe demográfica en la historiografía española), debatía la cuestión y ponía de relieve cómo se construyó esta idea de la gran mortandad y cómo arraigó a pesar de su evidente debilidad y falta de pruebas.

Ciertamente no es posible responder, por falta de datos, las lógicas preguntas relativas a la mortalidad que la Yersinia Pestis originó en nuestra península. Las fuentes medievales cuando cuantifican lo hacen de manera imprecisa y a menudo hiperbólica, pues la descripción del terror exige siempre máximos semánticos. Por eso Pedro IV pensaba que podrían haber muerto tres cuartas partes de sus súbditos en la Corona de Aragón; otros documentos, como el Cronicón Conimbricense o el Gerundense, hablan de dos tercios de muertos; muchos autores repiten aquello de que apenas se salvó uno de cada diez. Autores modernos, desde los años sesenta del pasado siglo, aceptaron cifras extraordinarias de fallecimientos: el 60% en Navarra, 2/3 en Barcelona y grandes zonas de Cataluña, el 30% en la Corona de Castilla… Pero en realidad no es posible cuantificar ni por aproximación el número de muertos, ni la morbilidad ni la letalidad.

No sabemos, pues, lo que pasó, pero sí podemos saber con alguna aproximación lo que no pudo pasar a tenor de las consecuencias que se hubieran tenido que derivar necesariamente de tales apreciaciones de mortalidad como las que he mencionado. Pues resulta que Navarra, desde 1350, como la Corona de Aragón, incrementa de forma extraordinaria los ingresos fiscales, a la vez que, por ejemplo, se mantiene la producción y la exportación de vino y se desarrolla la minería y las industrias del hierro, de modo que hay que preguntarse, aceptando tales masacres, que quién trabaja y quién paga…La crisis económica en Cataluña no aparece con claridad hasta el siglo XV y, según los especialistas, más ligada al comercio internacional que a las epidemias. Estos datos, que podrían multiplicarse, parecen incompatibles con mortandades tan catastróficas. Pues además las guerras terribles, con grandes movilizaciones de tropas y de recursos y con sus secuelas gravísimas sobre las personas, los pueblos y los territorios, como fue la muy destructiva entre los dos Pedros (Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón) siguieron e incluso se incrementaron en los reinos peninsulares en las mismas fechas.

Esto dibuja un panorama que casa mal con las narraciones que desde el siglo XVI se vienen haciendo sobre la epidemia de peste de 1348 en España. En general, entre los viejos reinos que conservan documentación fiscal (de compleja y discutida aplicación demográfica),  se acepta que las consecuencias fueron especialmente graves en Navarra (de la que se llegó a decir que ostentaba el récord de fallecidos de toda Europa Occidental), muy graves en Cataluña y Aragón y algo menores en Valencia y Mallorca. Castilla, que no conserva esa documentación, parece la menos damnificada, aunque no han faltado autores, empezando por Verlinden, que niegan esa especie de inmunidad meseteña.

La peste negra en Tournai (1349)

Pero un estudio comparando la muy abundante historiografía relativa a la economía, la fiscalidad o la guerra, entre otros factores, apoyado por un modelo informático de evolución demográfica, permite afirmar que ninguna de esas cifras catastróficas responde a la realidad. Mis conclusiones, obtenidas operando con las cifras facilitadas por los especialistas, indican que Navarra no pudo tener más allá de un 25% de pérdidas acumuladas entre 1347 y 1366, a repartir, además, entre la gravísima hambruna de 1347, la epidemia de 1348, la terrible de 1362 y otras calamidades, de modo que la de 1348, por sí misma, tuvo necesariamente una incidencia mucho menor. Lo mismo ocurre en el viejo reino de Aragón que, según algunos autores, sufriría una regresión del 50-60%, cuando  mis conclusiones señalan una regresión en torno al 30% entre 1348 y 1429 por todos los conceptos (varias epidemias, hambrunas, desastres bélicos, emigración…). Para Mallorca, que según algunos se habría despoblado en 1348, Álvaro Santamaría estableció unas pérdidas próximas al 16%. La propia historiografía catalana hace tiempo que rebajó muy considerablemente las extraordinarias cifras que se barajaban (sustentadas en indicios parciales y de carácter local o comarcal).

Para el amplio reino de Castilla se conservan tan solo un puñado de menciones aisladas y de contenido muy vago y genérico en documentos de diversa naturaleza, pese a lo cual, aun sin poder operar con cifra alguna, los historiadores han llegado a afirmar que las pérdidas oscilan entre el 20 y el 30%, según las zonas, pues no cabe duda que la diversidad de este reino es extraordinaria. Esas cifras para el reino más extenso de la Península carecen de justificación suficiente y, en realidad, no pasan de ser meras especulaciones. Pues un repaso minucioso de la historiografía pone de relieve que salvo en algunas zonas muy concretas, la epidemia no cuajó en estas tierras.

De modo que, a falta de pruebas evidentes, las afirmaciones sobre mortalidades del tenor de las que se enuncian deberían considerarse como meras hipótesis de alcance local y más o menos razonables.

Víctimas de la peste negra enterradas en Cambridge (foto: Cambridge Archaeological Unit/Science Alert)

Y sin embargo, las hipótesis y explicaciones tendentes a rebajar tales mortandades y aceptarlas tan solo a escala local, la defensa de la idea de que no se pueden generalizar al conjunto de la Península Ibérica las cifras extraordinarias que algunos cronistas e historiadores modernos europeos dieron para otros lugares muy alejados, está lejos de ser asumida por la corporación, que, por ello, ignora el debate que ya se abrió, aunque tímidamente, hace tiempo entre algunos de los cultivadores de Clío.

Es posible que nuestra disciplina necesite un revulsivo como el que ha vivido la Prehistoria y los estudios sobre los orígenes del ser humano para poder empezar a moverse y aceptar nuevas evidencias, nuevos paradigmas, otras hipótesis, y hacer verdad aquello de que todo conocimiento es provisional y está sujeto a análisis y revisión. Quizás tenga que venir de otras disciplinas el empuje que cambie la manera de ver y de enfocar algunas cuestiones historiográficas importantes; quizás sean especialistas en disciplinas diferentes quienes, haciendo suyo el objeto de estudio ahora en manos exclusivas de historiadores, hagan saltar los dogmas corporativos y, aportando nuevos puntos de vista y nuevas evidencias, provoquen un avance en la manera de entender determinadas cuestiones.

En el caso de la Peste Negra, las ideas tan consagradas por la corporación empiezan a agrietarse no tanto por las aportaciones de colegas heterodoxos, que son ignoradas y arrumbadas cerca del cubo de la basura, sino por genetistas, estudiosos de ecosistemas antiguos, especialistas en análisis polínicos y paleobotánicos, cuyas investigaciones amenazan con hacer implosionar las ideas tan sólida y unánimemente defendidas por historiadores académicos.

 Al menos esto es lo que me parece tras leer un artículo titulado  “Palaeoecological data indicates land-use changes across Europe linked to spatial heterogeneity in mortality during the Black Death pandemic”, publicado recientemente en la revista Nature ecology & evolution, cuya versión resumida reproducimos a continuación. Está firmado por Adam Izdebski, investigador de ciencias sociales del Instituto Max Planck, Alessia Massi, paleobotánica de la Sapienza, y Timothy P. Newfield, especialista en ciencias ambientales y en historia de las epidemias, de la universidad de Georgetown, que, con aportaciones de otros 59 científicos, han estudiado, para todo el siglo XIV, 1634 muestras de polen procedentes de 261 lagos y humedales de 19 países europeos mediante un enfoque novedoso que denominan “big data paleoecology” (BDP), que “permite aprovechar los estudios de palinología para evaluar el impacto demográfico de la peste negra a escala regional en Europa, independientemente de fuentes escritas y de material arqueológico tradicional”.

Puesto que en los últimos años se ha demostrado que los cambios en los datos de polen están estrechamente relacionados con cambios en las poblaciones, han podido comparar el impacto demográfico de la epidemia en buena parte  del continente; su conclusión es que “el número de víctimas no fue tan universal como se afirma actualmente ni fue siempre catastrófico”, pues una mortandad del calibre de la que se acepta “hubiera provocado casi un colapso del paisaje cultivado medieval”. Tal colapso se produjo en algunas zonas, como el sur de Suecia, el centro de Italia y Grecia, pero por ejemplo en Cataluña y la Cornisa Cantábrica, incluyendo el viejo reino de Navarra, no hubo tal, y en el centro de nuestra península el cultivo intensivo en mano de obra incluso se incrementó. De modo que, afirman, para el siglo XIV hay muchas evidencias de la continuidad y del crecimiento ininterrumpido de la agricultura en la Europa central y oriental y en varias regiones de Europa occidental, en particular en Irlanda e Iberia.

Concretamente, el mapa que han elaborado es altamente significativo y muestra que la presión humana sobre el paisaje se incrementa de manera significativa en el centro peninsular, ligeramente en la Cornisa Cantábrica, Navarra, Cataluña y parte de Aragón; y desciende levemente en el Duero portugués. Esto indica la inconveniencia de generalizaciones rápidas, sin pruebas, y la necesidad de abordar la cuestión desde otros puntos de vista aceptando revisiones, argumentos y razonamientos que hasta la fecha han sido muy poco apreciados por la comunidad académica de medievalistas.

Me reafirmo en que, en estos asuntos, quizás lo menos arriesgado y lo más acorde con una práctica científica sería dejar hablar a las fuentes cuando las haya, ponerse en guardia frente a los apriorismos y los razonamientos puramente deductivos, adoptar una postura crítica y abierta ante la cuestión y, en ausencia de pruebas, no afirmar ni suponer alegremente para que tampoco haya que negar.

Crédito: Hans Sell, Michelle O’Reilly y A.I.

Así, El País de 20 de febrero de 2022 publica un artículo de A. Furió, titulado “Sobreponerse a la peste con la reacción lenta y desigual” en el que , hablando de Europa, afirma que esta epidemia de mediados del siglo XIV es “el mayor desastre biológico de la historia de la humanidad, cuyo primer brote en 1348 se llevó consigo entre uno y dos tercios de la población total, aunque en la Península Ibérica la media seguramente no superase el 20%”, y a lo largo del artículo insiste en que estamos ante un auténtico cataclismo demográfico que provocó reducción de la superficie cultivada aunque con incremento de la productividad, “pues la producción agrícola se mantuvo bastante estable e incluso aumentó en algunos momentos…”.

Fuente: el artículo «Palaeoecological data indicates land-use changes across Europe linked to spatial heterogeneity in mortality during the Black Death pandemic» ha sido publicado en la revista Nature, Ecology & Evolution el 10 de febrero de 2022. De este artículo proceden el gráfico y los mapas reproducidos en esta entrada. Hay una versión resumida del mismo en https://theconversation.com/el-polen-nos-dice-que-la-peste-negra-fue-terrible-pero-no-tanto-176987.

Portada: detalle de El Triunfo de la muerte, de Peter Brueghel el Viejo (1562)(Museo del Prado)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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