Barbara J. Fields*
Karen E. Fields**

 

La raza no es una cuestión perteneciente a la biología humana (a diferencia de la respiración o de la reproducción sexual); tampoco es una idea (como el valor de π) que pueda tener vida propia. Se trata más bien de una ideología surgida en un momento histórico concreto y por causas explicables. Y que evoluciona por las mismas razones.

La Virginia del siglo XVII supone un buen punto de partida para presentar esta historia, así como la historia de la sociedad de plantadores en la Norteamérica británica. El Estado, que amenazaba con hundirse en sus inicios, descubrió su vocación a partir de la década de 1620: el cultivo del tabaco. Los futuros Estados Unidos experimentarían entonces su primera expansión, apoyándose más en las espaldas de los “sirvientes bajo contrato inglés” (1) que en la de los esclavos africanos. Estos ingleses “nacidos libres” podían ser adquiridos y vendidos como ganado, secuestrados, robados y apostados a las cartas. Los codiciosos magnates les recortaban la comida y los privaban de sus cuotas de libertad (freedom dues), cuando no directamente de su libertad, al final de sus años de servicio. Los sirvientes recibían palizas, eran mutilados y a menudo asesinados con total impunidad. Por expresar opiniones desfavorables al gobernador o al consejo de gobierno, a un hombre le rompieron los brazos y le perforaron la lengua con un punzón, mientras que a otro le arrancaron una oreja y le obligaron a cumplir un segundo contrato de siete años de servidumbre.

Virginia se parecía a una empresa con ánimo de lucro y no habría sido posible obtener beneficios del cultivo del tabaco mediante métodos democráticos. Solo quienes podían obligar a trabajar a su servicio a un gran número de individuos lograron enriquecerse con el boom del tabaco. Ni su piel blanca ni su condición de súbditos de la monarquía británica sirvieron para proteger a los sirvientes de la brutalidad y la explotación. La única degradación a la que escaparon fue a la de la esclavitud perpetua para ellos y sus hijos, suerte reservada a los descendientes de los africanos.

La publicidad de los distribuidores del tabaco de Virginia incluía frecuentemente la imagen de los esclavos de las plantaciones (imagen: Blackpast.org)

Los especialistas sostienen a veces que si los sirvientes bajo contrato no sufrieron la misma suerte que los africanos fue porque los europeos respetaban ciertos límites a la hora de oprimir a personas de su mismo color de piel. Pero en realidad solo se creen ese cuento porque ellos mismos están inmersos en la atmósfera crepuscular de la raza. Solo a la luz del día logran ver mejor las cosas. Ven que los griegos y los romanos redujeron a la esclavitud a personas de su propio color. Que los europeos tenían esclavos y sirvientes europeos y que, en la Inglaterra de los Tudor, la ley preveía la esclavitud de los vagabundos. También se dan cuenta de que los ingleses no pusieron coto alguno a su brutalidad para poner de rodillas al llamado salvaje irlandés, no obstante su perfecta blanquitud. Oliver Cromwell vendió como esclavos a los supervivientes de la masacre de Drogheda (2) en Barbados y, en las Antillas, sus agentes vendían a los niños irlandeses en subastas. De Peterloo a Santiago de Chile, de Kwangju en Corea del Sur a la plaza de Tiananmen o a los barrios de San Salvador, la humanidad redescubre sin cesar que un color de piel o una nacionalidad compartidos no constituyen una barrera automática para la opresión. A fin de cuentas, la única cosa que la frena es la resistencia más o menos fuerte que se le oponga.

La resistencia es también el resultado histórico de una lucha que puede haber tenido lugar mucho antes de verse consagrada por la costumbre o formalizada por la ley. Las libertades de los ingleses de las clases inferiores y las libertades, algo menores, de las inglesas no fueron regalos de la nobleza inglesa, graciosamente concedidos a aquellos que compartieran su color o su nacionalidad. Fueron el resultado de siglos de luchas cotidianas, libradas a plena luz del día o en la clandestinidad, con o sin armas, con o sin violencia, para fijar los límites. En un combate de boxeo permanente, cada avance en la libertad que las clases inferiores daban por conquistado era el resultado provisional del asalto anterior y la medida que fijaba el peso de los combatientes en el siguiente.

En el asalto que tuvo lugar en la Virginia colonial de época temprana, los sirvientes perdieron gran parte de lo que había sido concedido a sus homólogos ingleses en materia de dignidad, bienestar y confort. Pero no todo. Reducir en masa a los sirvientes al rango de esclavos habría elevado la lucha permanente a un nivel incandescente, una empresa peligrosa dado que los sirvientes estaban bien armados, superaban en número a sus amos y la guerra que sin duda habría estallado habría dado a los indios ventaja sobre sus enemigos. Además, las noticias de la esclavización de los inmigrantes habrían acabado por llegar a Inglaterra, lo que hubiera amenazado la inmigración posterior. Hasta el más avaricioso y poco sofisticado de entre quienes buscaban sacar provecho podría haber vaticinado el desastre que provocaría esa política. Dada la rapidez con la que moría la gente en Virginia, el trabajo de toda una vida de la mayoría de esclavos probablemente habría durado menos que el periodo normal de siete años de servidumbre (entre 1625 y 1640, el número de habitantes ­solo pasó de unos 1300 a entre 7000 y 8000, a pesar de la llegada de 15.000 inmigrantes).

Grabado de Benjamin Henry Latrobe (1798)(imagen: Wikimedia Commons)

Huelga decir que la mala publicidad tenía más posibilidades de acabar con la inmigración voluntaria que con la forzosa. Y lo que es más importante, los africanos y los afrocaribeños no formaban parte de la larga historia de negociación y resistencia a través de la cual los ingleses de las clases inferiores habían moldeado sus relaciones con las clases altas. Por consiguiente, la costumbre y la ley, productos de dicha historia, no se aplicaban a ellos. En otras palabras, cuando los sirvientes ingleses se subieron al cuadrilátero en Virginia, no lo hicieron solos. Lo hicieron acompañados por todas las generaciones que les habían precedido en el combate; las modalidades y las condiciones del combate presente eran el resultado de los pasados.

Los africanos y los afrocaribeños saltaban solos al ring. Era por tanto mucho más sencillo someterlos a la esclavitud perpetua a ellos que a los sirvientes ingleses. Los virginianos podían comprarlos ya esclavizados y listos para su uso, y esto es lo que hicieron al principio de la trata. Aún habría de pasar mucho tiempo para que esto se convirtiera en una cuestión de lo que hoy llamamos “raza”. Pese a la presencia esporádica de esclavos africanos ya en 1619, la ley no avaló la condición de la esclavitud perpetua hasta 1661. De hecho, entre 1619 y 1661, los esclavos africanos disfrutaron de unos derechos que ni siquiera los negros libres del siglo XIX podrían haber reclamado.

A ese respecto podría decirse que la práctica hizo el camino. Antes de que la esclavitud se convirtiera en algo sistemático, no había necesidad de un código sistemático de la esclavitud. Y la esclavitud no habría podido sistematizarse mientras un esclavo africano de por vida costara el doble que un sirviente inglés bajo contrato de cinco años y existiera un alto riesgo de que muriera antes de transcurridos cinco años. No hizo falta que nada cambiara en esta malsana contabilidad hasta los años 1660, pero para entonces muchas otras cosas también habían cambiado. El precio del tabaco había caído y la cifra de sirvientes ingleses que inmigraban a América también. La longevidad de los afroamericanos estaba alargándose lo suficiente como para que resultara ventajoso convertirlos en esclavos a perpetuidad y la esperanza de vida de los euroamericanos se estaba alargando lo suficiente como para permitirles reclamar a la vez la libertad y sus beneficios asociados, tierras incluidas, derechos que adquirían una vez acabada su servidumbre.

Familia de esclavos en una plantación de Georgia, hacia 1850 (Wikimedia Commons)

Este último aspecto llevaría a adoptar contramedidas a aquellos cuya fortuna dependía del trabajo de los sirvientes. Una de ellas consistió en acaparar todas las tierras disponibles en la costa, obligando así a los sirvientes liberados a alquilársela a los propietarios de los terrenos (y a seguir trabajando para enriquecerlos) o a instalarse en las regiones fronterizas, lejos de todo transporte marítimo y expuestos a las represalias de los indios, que obviamente veían con malos ojos esta nueva invasión de los extranjeros que ya los habían expulsado de la costa. En la década de 1670, los gobernantes de Virginia se enfrentan a un problema que amenazaba con volverse serio: una clase importante de varones jóvenes (blancos) liberados, sin tierras ni mujeres, descontenta y bien armada. Entonces estallaron los disturbios. En 1676, algunos de esos mismos jóvenes liberados, a los que se unieron tanto sirvientes como esclavos, desencadenaron la mayor revuelta popular que la América colonial había conocido jamás y saquearon las propiedades de los ricos, incendiaron la capital y obligaron al gobernador real y a sus esbirros a esconderse provisionalmente en la costa este de Virginia. La sublevación terminó brutalmente, sin provocar –o siquiera proponérselo– ningún cambio en el sistema de poder y autoridad vigente. Lo que sí hizo fue despertar la sospecha y el miedo en las mentes de los ricos y poderosos contra una creciente subclase blanca. La importación cada vez mayor de esclavos africanos garantizaba la satisfacción de las necesidades de mano de obra de las plantaciones sin aumentar la carga explosiva que suponían los ingleses armados, frustrados por estar privados de sus derechos como ingleses y con los medios materiales y políticos para hacer oír su resentimiento.

(1) NdlR: Llegados de Gran Bretaña, los sirvientes bajo contrato inglés (indentured servants) se comprometían a trabajar para un terrateniente durante un número de años limitado (generalmente cinco o siete), al término de los cuales recibían una suma de dinero o una pequeña parcela de terreno.

(2) NdlR: Vencedor ante los regalistas durante la Primera Revolución Inglesa (1642-1651), Oliver Cromwell partió a conquistar Irlanda en agosto de 1649. En septiembre, sus tropas lanzaron un ataque contra la ciudad de Drogheda, que se negó a rendirse; varios miles de habitantes católicos fueron masacrados.

*Barbara J. Fields: historiadora en la Universidad Columbia. Coautora de Racecraft. Ou l’esprit de l’inégalité aux États-Unis, Agone, Marsella, 2021 y

**Karen E. Fields: socióloga. Coautora de Racecraft. Ou l’esprit de l’inégalité aux États-Unis, Agone, Marsella, 2021.

Fuente: Le Monde Diplomatique en español diciembre de 2021

Portada: «Desembarco de negros en Jamestown, transportados en un buque holandés, 1619» ilustración del Harper’s Monthly Magazine, v. 102, 1901 Jan., p. 172 (Imagen: Everett Historical Photos / Library of Congress Prints and Photographs Division LC-USZ62-53345).

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

Artículos relacionados

BLACK LIVES MATTER (y II): Lo único que me sorprende es que haya tardado tanto

La otra esclavitud: La historia oculta de indios y esclavos

 

2 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí