Roja esfera ardiente. Una historia en la encrucijada de lo común y los cercamientos, del amor y el terror, de la raza y la clase, y de Kate y Ned Despard

 

El 21 de febrero de 1803, el coronel Edward (Ned) Marcus Despard fue ahorcado y decapitado en Londres ante una multitud de 20.000 personas por organizar una conspiración revolucionaria para derrocar al rey Jorge III. Catherine (Kate), su esposa de origen caribeño y raza negra, le ayudó a escribir el discurso que pronunció desde el patíbulo, en el que se proclamaba amigo de los pobres y los oprimidos. En él expresó también su confianza en que «los principios de la libertad, la humanidad y la justicia triunfarán finalmente sobre la falsedad, la tiranía y el engaño».

Y sin embargo el mundo giró. Desde los sucesos de las revoluciones estadounidense, francesa y haitiana, y la fallida revolución irlandesa, conectadas entre sí, al nacimiento del Antropoceno en medio de los cercamientos, el belicoso capitalismo global, las plantaciones con trabajo esclavo y la producción con máquinas en las fábricas, Roja esfera ardiente introduce a los lectores en el momento crucial de los dos últimos milenios. Esta historia monumental ofrece, con gran riqueza de detalle, una crónica extensa de la resistencia a la desaparición de los regímenes comunales.

El extraordinario relato de Peter Linebaugh recupera el heroísmo de redes extensas de resistentes soterrados que, desafiando a la muerte, lucharon contra la privatización de lo común impuesta por dos entidades políticas nuevas, Estados Unidos y Reino Unido, que, ahora sabemos, seguirían desposeyendo a personas de todo el mundo hasta la actualidad. Roja esfera ardiente es la culminación de toda una vida dedicada a la investigación, condensada en un épico relato de amor.

 

Peter Linebaugh*

 

Los fenómenos mundiales de resistencia a los cercamientos han sido liderados por los zapatistas en México (1994); los movimien­tos contra la globalización de la propiedad intelectual en la «bata­lla de Seattle» (1999); las mujeres de Vía Campesina contra la incautación corporativa del germoplasma planetario; los chabolistas, desde Durban a Ciudad del Cabo; las mujeres del delta del Níger que protestan desnudas contra los vertidos de petróleo; los pue­blos indígenas de los Andes contra quienes se hacen con el agua; los conservadores de semillas de Bangladesh; los ecologistas del Himalaya; el movimiento de «círculos y cuadrados» en los cientos de Occupys municipales (2011); y los miles de protectores del agua de Standing Rock (2017). Inspiradas por estos fenómenos, las revi­siones del significado de «lo común» y su relación con el comunis­mo, el socialismo, el anarquismo y el utopismo han pasado a for­mar parte del discurso mundial contra el esfuerzo por eliminarlo o cercarlo. En general, esta historia tiene doscientos años.

En 1793, William Blake, el artista, poeta y profeta londinense, llegó a la conclusión de que cercamiento = muerte. Dos de sus con­temporáneos decidieron hacer algo al respecto. Este libro cuenta una historia de amor entre un irlandés y una afroamericana, Ned y Kate, dos revolucionarios que ansiaban otro mundo e intentaron hacerlo realidad. El amor mutuo que sentían y su nostalgia por lo común nos señalan un mundo y un corazón nuevos.

He aquí lo que escribió Blake:

Me dijeron que tenía cinco sentidos para encerrarme, 
y encerraron mi cerebro infinito en un estrecho círculo, 
y hundieron mi corazón en el abismo, una roja esfera ardiente, 
hasta que de toda vida fui anulada y borrada.

Blake tenía el poder profético de imaginar un mundo y un cora­zón distintos. Esa única expresión, «una roja esfera ardiente», po­dría hacer referencia a la guerra entre Inglaterra y Francia, o a la lucha de los esclavos africanos por la libertad, o a los fuegos que permitían obtener vapor para los nuevos motores de su tiempo –guerra, revolución y trabajo– pero es incluso más profunda que eso. Hace referencia al planeta en sí. La geología de Blake anticipa el Antropoceno planetario, la «roja esfera ardiente». En cuanto a los cinco sentidos que encierran su corazón y su cerebro, hacen referencia a la filosofía dominante en aquel momento –laica, empí­rica, utilitaria– y a la economía política resultante. ¿De qué otro modo podría obtenerse el conocimiento?

Edward Marcus Despard retratado por John Chapman en 1804 (National Portrait Gallery)

Edward Marcus Despard y Catherine Despard eran camaradas que pretendían cambiar el mundo de los cercamientos y la explo­tación. Por sus esfuerzos, a él lo ahorcaron y decapitaron en febre­ro de 1803 en Inglaterra, mientras que ella huyó a Irlanda. De niño, al coronel Edward Marcus Despard, el imperialista anglo-irlandés que se convirtió en combatiente por la libertad irlandesa, lo llama­ban Ned. Puesto que estoy escribiendo una especie de historia de familia, lo llamaré Ned para hacerlo más familiar. A su esposa, Catherine, la «pobre negra que se llamaba su esposa», la trataré con la misma familiaridad. En consecuencia, será Kate.

La evolución general de su historia coincide con las tres partes de este libro. Comienza con mi búsqueda de Ned y Kate, y de lo común («La búsqueda»), que a su vez me llevó a lo que el poeta William Blake llamaba las «Montañas Atlánticas». Las experien­cias americanas allende y bajo los mares se describen en la segunda parte de este libro. Cuando volvieron del Caribe a Inglaterra, en el año 1790, la Revolución francesa ya había empezado y los símbolos de lo común –liberté, égalité y fraternité– habían incendiado la época, el segundo significado para la «roja esfera ardiente». La ter­cera parte de este libro, «Amor y lucha», muestra cómo se expresó el amor mutuo de Ned y Kate, a través de la resistencia al lema de «Rey, Dios y Propiedad» utilizado en Inglaterra para justificar las guerras contra la igualdad y las guerras de conquista imperial.

La guerra entre Francia e Inglaterra comenzó en 1793 y no con­cluyó hasta 1815. Hay una historia de posibles repúblicas –Fran­cia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Haití y Estados Unidos– pero nin­guna alcanzó la igualdad o una noción real de república. Francia se convirtió en un imperio gobernado por Napoleón. Inglaterra se convirtió en un imperio denominado Reino Unido. Una isla (Irlan­da) dejó de tener un gobierno independiente, mientras empezaba a surgir de hecho la independencia de otra (Haití). Estados Unidos se consolidó, con las elecciones de Jefferson (1800), como un régi­men de propietarios colonos blancos, y triplicó con creces su tama­ño con la compra de Luisiana (1803).

El continente norteamericano fue dividido, medido en cuadrí­culas y vendido. En Inglaterra, miles de leyes de cercamiento par­lamentarias vallaron el país, parroquia civil a parroquia civil. Esta­dos Unidos (1789) y Reino Unido (1801) eran nuevas entidades políticas dedicadas a cercar lo común. Ambas se entrelazaron pro­fundamente a medida que la producción de plantación pasaba del azúcar caribeño al algodón continental, destruyendo la producción algodonera en India y en el Imperio otomano. Las importaciones de algodón crecieron de 32 millones de libras esterlinas en 1798 a 60,5 millones en 1802, mientras que el valor de las manufacturas inglesas exportadas subió de 2 millones de libras en 1792 a 7,8 millones en 1801. En 1801, se adoptó el telar de vapor de Edmund Cartwright. En 1793, estaba en funcionamiento la desmotadora de Eli Whitney, y en 1800, la producción de algodón se había triplicado. Fue la máquina, en especial el motor de vapor y la desmotadora de algo­dón, la que conectó económicamente las otras dos estructuras, los cercamientos y la esclavitud. El barco las conectó geográficamente.

Supervisión de cercamientos en Henlow (Bedfordshire) en 1795-1798 (ilustración procedente de Tate, English Village and Enclosure movements)

El cercamiento hace referencia a la tierra, donde trabajaba la mayor parte de la población. El cercamiento de aquella significaba una pérdida para esta. Al no poder subsistir ya de la tierra, las per­sonas quedaron desposeídas, y de una manera dolorosa y literal se volvieron desarraigadas. Arnold Toynbee, creador de la expresión «revolución industrial», mostró en las conferencias pronunciadas en 1888 que estuvo precedida por los cercamientos de lo común. Karl Marx entendió este fenómeno y lo convirtió en el tema del origen del capitalismo.

Además de la tierra, los cercamientos pueden hacer referencia a la mano. Artesanías y manufacturas quedaron cercadas en fábri­cas, donde la entrada y la salida se vigilaban de manera muy estric­ta, y mujeres y niños sustituyeron a los hombres adultos. Aliado del cercamiento en la fábrica fue el cercamiento del castigo en la cárcel o penitenciaría.

Además de la tierra, la mano y la cárcel, el cercamiento puede hacer referencia al mar. Quienes hayan leído The Slave Ship de Marcus Rediker o estén familiarizados con el infame «pasaje del me­dio» por haber leído a algunos de los primeros abolicionistas, como Olaudah Equiano o Thomas Clarkson, o por haber visitado los museos de Detroit, Washington, Liverpool o Elmina dedicados a la experiencia afroamericana, se verán de inmediato abrumados por el hedor, la crueldad, la claustrofobia y el intento de deshumaniza­ción dentro de «los muros de madera».

Para Marx, el «pecado original» del capitalismo estaba escrito «con letras de sangre y fuego». Las viviendas de Armagh, los cuar­tos de los esclavos en las plantaciones caribeñas, las casas largas de los iroqueses, la cárcel gigantesca de Newgate y el molino de Al­bion en Londres fueron incendiados. El carbón sustituyó a la ma­dera como combustible para el fuego, el fuego ardía para producir vapor, y las máquinas de vapor provocaron la ruina de todo un modo de vida. Esto ocurrió durante la guerra, cuando el suelo de Europa quedó empapado de sangre, y la sangre de los cuerpos encadenados de los esclavos tiñó de carmesí el Atlántico. Ni la san­gre ha dejado de fluir ni el fuego de arder, roja esfera ardiente.

«El coronel Despard reclutando descontentos en los bajos fondos», gouache sobre papel de C.L. Doughty (1913-1985)(imagen: Fine Art America)

Hubo de hecho un año de paz en el que las armas de fuego se silenciaron, durante la Paz de Amiens, entre 1802 y 1803. Fue de­cisivo para el intento revolucionario de Despard. Napoleón conso­lidó su dictadura, uniendo Iglesia y Estado. Jacques-Louis David pintó en 1802 al primer cónsul, que pronto se convertiría en empe­rador, cruzando los Alpes ataviado con una ondeante capa de color escarlata perfilada en oro y montado en un corcel blanco piafante. Era la imagen del imperio expresando su pomposa grandiosidad de dominación. (¡En realidad, cruzó a lomos de una mula!) El mis­mo año, mientras Despard y sus cuarenta compañeros de la taber­na Oakley Arms estaban detenidos, Beethoven publicó la Sonata claro de luna, una fantasía para piano cuyos arpegios, al principio soñadores y después tempestuosos, transmiten a la perfección el espíritu de esperanza y lucha.

El de lo común es un término ómnibus que comporta mucha carga y abarca mucho territorio. Lo común hace referencia a una idea y a una práctica. Como idea general, lo común significa igual­dad de condiciones económicas. Como práctica concreta, hace re­ferencia a formas de trabajo colectivo y distribución comunal. El término sugiere alternativas al patriarcado, a la propiedad privada, al capitalismo y a la competencia. Elinor Ostrom, Maria Mies, Ve­ronika Bennholdt-Thomsen, Naomi Klein, Silvia Federici, Silke Helfrich, Leigh Brownhill, Rebecca Solnit, Vandana Shiva y J. M. Neeson son destacadas estudiosas que han escrito sobre lo común6. No es que los hombres se hayan olvidado del tema. Gustavo Es­teva, George Caffentzis, Michael Hardt, Antonio Negri, David Graeber, Lewis Hyde, David Bollier, Raj Patel, Herbert Reid, Bet­sy Taylor, Michael Watts, Iain Boal, Janferie Stone y Massimo De Angelis han contribuido al debate planetario. Históricamente, lo común ha sido mejor aliado para las mujeres (y los niños) que la fábrica, la mina o la plantación. Este libro trata de lo común, cuyos significados emergen gradualmente a través de la historia aquí re-narrada. Los siguientes resúmenes pueden ayudar a entenderlo. Las tres partes de este libro se dividen en diez secciones.

1. El amor es el comienzo de lo común, y la razón por la que murió este renegado anglo-irlandés fue «la raza humana», en las palabras que Ned y Kate compusieron juntos y Ned pronunció de pie en el patíbulo, el 21 de febrero de 1803. «La búsqueda» de la tumba de Catherine Despard y la búsqueda de lo común van uni­das. Un capítulo presenta a una desconocida pero extraordinaria afroamericana y cómo ayudaron los revolucionarios irlandeses a protegerla después de que su esposo fuera ejecutado por traidor a la corona inglesa. Este es un relato sobre una pareja y sobre lo común. Sin duda, el eros formaba parte de su amor –Ned y Kate tuvieron un hijo– pero también la filia, o ese amor igualitario entre camaradas y amigos. El amor de lo común era similar al amor que los griegos denominaban ágape, el amor creativo y redentor a la justicia, con sus connotaciones sagradas. Silvia Federici ha descrito el ágape de esta forma: «Lo común es imposible a no ser que nos neguemos a basar nuestra vida, nuestra reproducción, en el sufri­miento de otros, a no ser que nos neguemos a vernos a nosotros mismos como algo separado de ellos. De hecho, si la “puesta en común” tiene algún significado, debe ser el de la producción de nosotros mismos como sujeto común». La raza humana como la entendían Ned y Kate era un sujeto colectivo. No estaban en él por las riquezas ni por la fama, sino por la libertad y la igualdad. Lo común era tanto un objetivo como un medio para alcanzarlas. Henry Mayhew, investigador victoriano del proletariado urbano y contemporáneo de Karl Marx, describió dos medios de igualar la riqueza, el comunismo y el agapismo. Si no descuidásemos lo co­mún y sus cercamientos podríamos descubrir que el primero –lo común– es el puente que vincula el romanticismo con el radicalis­mo, la filia con el ágape. Ese es el proyecto de este libro, es decir, cruzar ese puente, de la mano de Ned y Kate. «La búsqueda de lo común» sitúa la noción de lo común en un ámbito específico –Ir­landa– y en un momento específico de la historia irlandesa, en re­ferencia a la revuelta de Robert Emmet en 1803 y al tratamiento gótico y romántico de lo común.

Despard en el patíbulo, grabado de Alexander Hogg (1804)(British Museum)

2. Dos obstáculos dificultaron nuestra búsqueda. Uno fue el pa­tíbulo, que mató y de ese modo silenció a quienes sabían, y el otro fue la clandestinidad, con la que cubrieron sus huellas quienes sa­bían. Tanatocracia significa gobierno mediante la muerte. Tres ca­pítulos exploran los ahorcamientos de Estado. El primero («Des­pard en la horca») fue el 21 de febrero de 1803, cuando el coronel Edward Marcus Despard fue ejecutado en Londres junto con otros seis reclusos acusados de traición.

A menudo se cuenta la historia de Despard a la manera empíri­ca del relato policiaco, o, más bien, qué hizo o qué dejó de hacer. Después de detenerlo junto a otros cuarenta en la oakley Arms en noviembre de 1802, lo declararon culpable de traición por conspi­rar para destruir al rey, subvertir la constitución y capturar la torre, el banco y el palacio. La clase capitalista destila su poder financie­ro, económico, militar, político y cultural en establecimientos cen­tralizados del Estado, que en tiempos de Despard incluían la Coro­na, el arsenal, la ceca y la iglesia. Todos ellos se convirtieron en objetivo de la conspiración que lleva su nombre. Varios historiado­res experimentados han estudiado la conspiración (E. P. Thomp­son, David Worrall, Ann Hone, Malcolm Chase, Iain McCalman, Marianne Elliott, Roger Wells) y dos biógrafos (Clifford Conner y Mike Jay) lo han situado en escenarios irlandeses y atlánticos. Mi enfoque sustituye la pregunta de quién lo hizo por la de por qué preocuparse, que se responde mediante las perspectivas cambian­tes de lo común, desde lo local a lo nacional, a lo imperial, a lo te­rráqueo, a lo trasatlántico y a la esfera roja.

Las «últimas palabras» de Ned («Despard en el horca») expre­san la visión que Ned y Kate tenían de lo común. «Dones de la ci­vilización» muestra cómo el desarrollo del humor patibulario em­pezó a debilitar los efectos represivos de la horca. Toma ejemplos significativos de los principales componentes del proletariado, a saber, criados, artesanos, esclavos y marineros. Estos pueden con­vertirse en divisiones políticas dentro de la clase obrera. «Manza­nas del árbol verde de la libertad» finaliza con las «últimas pala­bras» de otros revolucionarios irlandeses martirizados durante la Rebelión de 1798. Sus discursos demuestran tanto la liberación colonial como lo común. Los combatientes por la libertad irlande­sa transformaron el patíbulo, de escenario de terror, a plataforma de resistencia.

Ejecución de Edward Marcus Despard, John Francis, John Wood, James Sedgwick Wratten, Thomas Broughton, Arthur Graham y John Macnamara en un grabado del Morning Chronicle del 22 de febrero de1803 (imagen: University of California Press)

3. El primero de los dos capítulos de «Subsuelo y clandestini­dad» hace referencia a los estratos geológicos situados bajo tierra («El Antropoceno y los estadios de la historia»). La raza humana estaba cambiando, al igual que el planeta Tierra. Los cercamien­tos, la esclavitud, la energía de vapor y el carbón, estos últimos con consecuencias ctónicas involuntarias, estaban sobre nosotros. La Co­misión Internacional sobre Estratigrafía, perteneciente a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, ha tomado en considera­ción el término Antropoceno para designar una nueva era que, se­gún se dice, ha comenzado en este tiempo, con sus «perturbacio­nes humanas del sistema terrestre».

En lugar de asociarla con las terribles connotaciones del Antro­poceno, la época ha sido relacionada tradicionalmente con las con­notaciones progresistas de la Revolución industrial. Sus máquinas accionadas con energía de vapor y alojadas en fábricas formaron un sistema automático que trastocó la relación entre el trabajo hu­mano y las herramientas, eliminando la inteligencia, privando del interés, prohibiendo el juego, y consumiendo la vida y porciones de cuerpo de los humanos. Un error en parte de nuestro pensa­miento actual salta de nuestra era de puesta en común en internet a los bienes comunales agrícolas de la Europa medieval, omitiendo el periodo en el que «la mecanización asumió el mando»12, en el que el archipiélago de cárceles comenzó a extenderse por el mun­do, y en el que los barcos de la muerte (el pasaje del medio) y los campos de la muerte (plantaciones) se convirtieron en motores de acumulación. Esta omisión impide analizar la lucha entre quienes perdieron lo común y los terratenientes, los banqueros y los indus­triales, que fueron responsables de las «perturbaciones humanas del sistema terrestre» y que pusieron el mundo de cabeza, al inver­tir la litosfera y la estratosfera.

El historiador que describe los orígenes del capitalismo observa con escepticismo el aura de inevitabilidad que lo acompañó, por­que en su desfile de la victoria los dirigentes de la historia no solo pisotearon a los perdedores, como señaló Walter Benjamin, sino que afirmaron que no había alternativa. La historia se convirtió en una máquina con leyes, determinaciones, e inevitabilidades lla­madas «mejora», «desarrollo» o «progreso». Ned y Kate propor­cionan un antídoto a ese determinismo. Ned y Kate fueron revo­lucionarios, un hombre y una mujer que trabajaban de manera consciente con otros para cambiar el curso de la historia y obtener fines específicos.

«E. P. Thompson y lo común en Irlanda» trata de la necesidad de la organización soterrada cuando el aparato represivo de la cla­se dominante empuja a la oposición al exilio, el silencio o el enga­ño. Inspirándose en Hamlet, historiadores como Hegel o Marx han equiparado este soterramiento con el topo. Otros lo relacio­nan con el infierno, «el vientre de la bestia». Lo común persistió bajo la superficie. Por una parte, su radicalismo, del cognado raí­ces, desarrolló un vasto micelio. Los significados geológicos, políti­cos y míticos, por otra parte, se aplican a una falsa filosofía de la historia y a una asombrosa omisión en la historiografía. Abundan las coincidencias en el momento de la detención de Despard, en noviembre de 1802: el socialismo científico (Engels), la teoría de la tierra (Hutton), el carbón como energía industrial y, por último, el propio Antropoceno. Uno de los temas de esta historia es lo «su­mergido», de modo que pensar en montañas bajo el mar no es más extraño que encontrar pruebas del mar entre las montañas, como tan a menudo hacían los buscadores de fósiles de la época.

Petición presentada al parlamento en 1793 en favor de una reforma radical del sistema representativo (foto: mikejay.net)

4. Los cinco capítulos de «Irlanda» buscan significados de lo común a través de hechos biográficos en la vida y la familia de Ed­ward Marcus Despard.

En primer lugar, lo «común» expresa aquello que la clase obrera perdió cuando se le retiraron los recursos de subsistencia; y en se­gundo lugar, expresa visiones idealizadas de liberté, égalité y fraterni­té. Como término, común es indispensable a pesar de sus complejas asociaciones con el romanticismo y el comunismo. Podemos pensar en lo común como negación, es decir, lo opuesto a la privatización, la conquista, la mercantilización y el individualismo. Esto, sin em­bargo, es poner el carro delante de los bueyes. Si lo común constitu­ye una categoría demasiado general porque es susceptible de un mal uso idealizador, el remedio no es descartarlo sino, por el contrario, empezar el análisis por medio de la inducción histórica. Cuando Tá­cito, el historiador romano del siglo I, lo describió entre las tribus germánicas, se convirtió en un galimatías lingüístico y económico para generaciones y generaciones de estudiosos de lo común.

Estamos inclinados a situar lo común en la Edad Media, como un hábito de la mente o un hábito del ser –incluso una nostalgia del habitus u hogar– que deriva de la teoría de las fases de la histo­ria conocida como estadialismo. Para la historia contemporánea, la dinámica antagonista entre el Estado y lo común empezó en el si­glo XVI. En sus orígenes renacentistas, el Estado se oponía a lo común. En vísperas de la disolución de los monasterios por Enri­que VIII en 1536, la mayor incautación estatal de tierras en la his­toria británica, Thomas Elyot, asesor de Enrique VIII, escribió el Book Named the Governor (1531). Elyot comienza distinguiendo la res publica de la res communis, definiendo esta última como «todo aquello que debería ser de todos los hombres en común». Afirma que estaba defendida por los plebeyos y que carecía de orden, es­tado o jerarquía. Esta distinción entre lo público, o ámbito del Es­tado, y lo común, o ámbito de la gente corriente, se convirtió en esencia del arte de gobernar.

La concepción planetaria de lo común hace referencia a la idea desarrollada en el cristianismo, la Ilustración y el Romanticismo. Gerrard Winstanley, cavador radical de la Revolución inglesa, de­cía por ejemplo que la tierra es un tesoro común para todos, mien­tras que el filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau tomó lo común como punto de partida de la historia del hombre. Los poetas ro­mánticos ampliaron la noción en la década de 1790, ayudados por Thomas Spence, el humilde e incansable defensor de los espacios comunales agrarios.

Despard era una parte menor de la ascendencia protestante an­glo-irlandesa, es decir, la clase dominante de protestantes de len­gua inglesa, en contraste con el campesinado católico y de habla irlandesa («Habendum» y «Hotchpot»). Sus ancestros llegaron a Irlanda en tiempos de la reina Isabel, cuando uno de sus conquis­tadores –John Harington (1560-1612)– apuntó que «La traición nunca prospera. ¿Por qué razón? Porque si prosperase nadie osa­ría llamarla traición», relacionando indirectamente la liberación colonial con el cambio revolucionario en la metrópoli. La narra­ción irlandesa se mantenía abierta; conservaba y expresaba rela­ciones milagrosas («¡Y de todos modos, eso es cierto!». El propio Ned prosperó más por talento que por propiedad y logró escapar de la guerra agraria de los «Chicos Blancos» irlandeses contra los cercamientos gracias a un cargo en el ejército británico, que le acabó llevando a su traslado al Caribe («Un muchacho entre los Chicos Blancos»).

Desahucio de campesinos en Irlanda, grabado del Illustrated London Times, 16 de diciembre de 1848

5. En los cuatro capítulos que componen «América», presenta­mos a Kate y el significado del «amor» en una sociedad esclavista («¡América! ¡Utopía! ¡Igualdad! Una mierda»). Como escribía el irlandés Lawrence Sterne al africano Ignatio Sancho, «No es raro, mi buen Sancho, que una mitad del mundo use a la otra mitad como bestias, y entonces se esfuerce por convertirlos en tales». La relación del amo con la esclava era vil y violenta. Se describen dos significados de América: uno condujo a la creación de Estados Uni­dos, que de manera deliberada y consciente se opuso a lo común, mientras que el otro exaltaba lo común. «Cooperación y supervi­vencia en Jamaica» relata cómo la carrera de Despard como oficial de artillería lo llevó a obtener éxitos en Jamaica tras la revuelta abolicionista de Tacky (1760). El capítulo sobre «Nicaragua y lo común entre los miskitos» describe la desastrosa expedición mili­tar de 1780, cuyos resultados estuvieron a punto de salvarle el cue­llo a Despard veintitrés años más tarde. Hizo amistad, entre otros, con los indios miskitos, y esa amistad formó parte de su política, descrita en «Honduras y lo común entre los mayas». Rechazó la política imperial y la supremacía racial blanca. La comprensión so­lidaria de las prácticas indígenas fortaleció su compromiso con lo común, haciendo que los plantadores coloniales exigieran que fue­se destituido.

En esta búsqueda han emergido tres tipos de común: el de sub­sistencia, el ideal y el americano. El común de subsistencia asume la mutualidad, o el trabajar juntos. Tú practicas lo común, tú pones en común: «Buena parte de la tierra se compartía de algún modo». El cercamiento es una abolición de lo común. Por supuesto, hay eco­logías –bosque, montaña, humedal y mar– distintas del terreno ara­ble, con sus campos de trigo (pan) y cebada (cerveza). En estas eco­logías, el forrajeo perduró milenios, proporcionando la base de ese común «bárbaro» descrito por James C. Scott15. Aun así, el común clásico tiene raíces clásicas en el ager publicus por el que luchó Es­partaco. La denominada «Ley Agraria» de distribución igualitaria de la tierra fue defendida por los hermanos Graco, Tiberio y Cayo. El derecho comunal es un poder de apropiación directa y mu­tua, en contraste con la exclusividad de la propiedad privada que avanza en un sentido: del «nuestro» al «mío». Elude la forma de mercancía y el intercambio de mercancías, cubriendo de manera directa las necesidades humanas, por lo general en forma de traba­jo a domicilio o subsistencia doméstica, como en el caso de la leña como combustible para cocinar o el pasto para obtener leche de vaca. Lo común en cuanto relación social está emparentado con lo común en cuanto recurso natural, pero no son lo mismo. Los dos significados del término inglés commons se sugerían en el Dictio­nary del doctor Johnson (1755): 1) «miembro de la gente del co­mún; hombre (¡sic!) de bajo rango; de condición mezquina», y 2) «campo abierto usado igualmente por muchas personas»16.

El segundo tipo es el común ideal. «Todo el trabajo del hombre son las artes y todas las cosas en común», escribió William Blake, grabado en cobre. A los primeros cristianos se les ordenaba poner «todas las cosas en común» (Hechos 2: 44, 4: 32). Desde «la edad de oro» de la Antigüedad griega y romana al medieval «país de Jauja» (donde no hay piojos, moscas ni pulgas, y los frailes vuelan de verdad), oímos hablar del ideal de lo común, o podíamos soñar con él. Estas ideas no se ceñían a la propiedad en común; descri­bían condiciones generales de mutualismo y felicidad para todos. Es también importante ver que estos estados de perfección surgie­ron en condiciones históricas más o menos comprendidas pero que no obstante ocurrían en este mundo y no en el más allá. Son nocio­nes estimulantes, capaces de excitar el idealismo de jóvenes y vie­jos. Desde que la enseña arcoíris de la revuelta campesina de 1525 exigió poner todas las cosas en común, omnia sunt communia es el programa de quienes se oponen a la privatización respaldada por el Estado.

El tercer tipo de lo común se observa (no se sueña), y se aplica a toda la sociedad (no a quienes la abandonan). Lo llamo lo común americano por una poderosa y peligrosa ambigüedad que alberga en su interior: no es ni completamente real ni completamente ima­ginario. Como «América», fue un nombre europeo cuyo referente eran los pueblos indígenas, en contraste con los colonos europeos. Los europeos mezclaron las observaciones de los viajeros con sus propios miedos, fantasías y esperanzas proyectados. Lo común se volvió literalmente utópico, un neologismo derivado de dos pala­bras griegas que significan buen lugar y ningún lugar, y título del libro de Thomas More publicado en 1516. En Utopía, una man­comunidad isleña situada frente a la costa de Sudamérica, «todas las cosas son comunes, todo hombre tiene abundancia de todo». Este común podría ser un aspecto de los primeros días de la colo­nia de asentamiento, con su robo de bienes comunales indígenas.

La plantación Trinity, uno de los escenarios de la revuelta de los esclavos de Jamaica en 1760-1761 (imagen: Hakewill, A Picturesque Tour of the Island of Jamaica)

«Al comienzo, todo el mundo era América», escribió John Loc­ke, «y más aún que ahora; porque en ninguna parte se conocía el dinero». La ambigüedad del común americano se encuentra en la influyente teoría antropológica del «comunismo primitivo» desa­rrollada por Lewis Henry Morgan, cuyos estudios sobre los pueblos iroqueses (y su defensa de sus tierras) influyeron directamente en Marx y Engels, así como en la noción antropológica de «comu­nismo primitivo»: una condición de ayuda mutua, simplicidad de herramientas y propiedad grupal de los recursos.

Ned y Kate experimentaron los tres tipos de común: el de sub­sistencia, el ideal y el americano. No fueron los únicos. Personas con experiencia en los tres empezaron a reunirse en la década de 1790. Debido a la promesa revolucionaria de tales encuentros, los dirigentes intentaron destruir y eliminar lo común con los cerca­mientos de la prisión, la tierra, la fábrica y la plantación: el abismo de Blake, la «roja esfera ardiente». La roja esfera ardiente podría hacer referencia a lo que denominaríamos el Antropoceno, con su calentamiento planetario, o a las luchas revolucionarias de la época y los incendios en las plantaciones esclavistas.

6. «Haití» muestra que no hay forma de entender la Europa ni la América modernas sin situar exactamente en medio la Revolu­ción haitiana. Comenzó en un terreno comunal, el Bois Caïman, en agosto de 1791, y duró hasta obtener la independencia, una década después, por la época de la conspiración y la ejecución de Despard, en 1803. Susan Buck-Morss dice, acerca de 1802 y el ataque simultáneo de Hegel a Adam Smith y a la revuelta haitiana, que «en este momento histórico convergieron la teoría y la reali­dad». Nadie personificó más plenamente esa convergencia que la pareja formada por Edward y Catherine Despard.

«Haití y Thelwall» presenta a un importante reformador de In­glaterra que se opuso a los cercamientos. El Gobierno rodeó a John Thelwall mientras hablaba y lo encarceló. Las reacciones de Thelwall a la revuelta haitiana revelan la separación histórica entre el revolucionario práctico y el idealista poético. «Irlanda y Volney» está dedicado al aristócrata filósofo y revolucionario Constance Volney. Su obra, traducida al inglés por Jefferson, influyó en los militantes haitianos e irlandeses, por su crítica laica a la religión y su análisis de clases del poder político. El pensamiento de la clase dominante afirmaba que las «divisiones» entre hombres y mujeres, patricios y plebeyos, negros y blancos, pobres y ricos eran «natu­rales» y «eternas». Al introducir la exactitud temporal en los orígenes políticos de estas divisiones, el capítulo «Un punto en el tiempo» muestra que no es así. ¿Qué significaba la raza y cómo cambiaron sus significados con la expansión de la esclavitud ra­cial? Ned y Kate tuvieron un hijo, un niño mestizo llamado John Edward, que refuta una de esas divisiones.

John Thelwall se dirige a la multitud (imagen: grabado de 1975 de James Gillray, titulado Copenhagen House (imagen British Museum)

7. «Inglaterra» sigue a Irlanda, América y Haití como el cuarto pico de las montañas atlánticas. Ned y Kate se embarcaron en un proyecto revolucionario con un desdichado final. Inglaterra estaba dominada por terratenientes, tanto de tipo aristocrático y militaris­ta como de tipo burgués, decidido a obtener rentas elevadas. Para progresar en sus causas de conquista y beneficio, el cercamiento de tierras y la abolición de lo común en su propio país se volvieron parte integral de la guerra contra los súbditos coloniales y su co­mún. «Un sistema de devoradores de hombres» describe la siste­mática violencia mundial liderada por el primer ministro William Pitt, y la oposición a ese sistema en Inglaterra, que incluyó la ac­ción directa de Despard. «La oca y lo común» se inspira en lo fol­clórico, abordando lo común desde el punto de vista de un peque­ño kōan poético sobre una oca. «La guarida de ladrones» examina la ley de cercamientos de Enfield, que tuvo lugar por la misma época que la conspiración de Despard. Con «Lo común y lo verda­deramente común» concluye la sección sobre Inglaterra, exploran­do directamente qué significaba lo común durante la década de 1790, cuando lo común real fue destruido por la ley de los terrate­nientes, pero lo común virtual fue elevado a ideal revolucionario.

8. «El negocio» es un eufemismo que Despard y los demás conspiradores que lo acompañaban utilizaban para hacer referen­cia a la conspiración insurrecta y a sus intenciones revoluciona­rias. Su «negocio» era necesariamente subrepticio, y las fuerzas populares a las que apelaba estaban necesariamente soterradas. El eufemismo abarca a un grupo de fuerzas indeterminado, algunas de las cuales se describen en la segunda parte («Las montañas at­lánticas»), donde se abordan las luchas por lo común en Irlanda, Inglaterra, el Caribe y Centroamérica. En Londres, Despard y sus compañeros de conspiración conocieron un proletariado de revo­lucionarios irlandeses exiliados –veteranos de guerra, marineros, criados y artesanos enfrentados a la degradación provocada por las máquinas– influidos por ideas de los demócratas londinenses. En paralelo al cercamiento de tierras, vieron su trabajo en artesa­nías y manufacturas cercado en la fábrica o criminalizado por las autoridades policiales, como se describe en «La criminalización en el proceso de trabajo». Artesano, criado y jornalero fueron alie­nados de los medios y los materiales de producción, así como de los productos de esta. A medida que los productos se convertían en mercancías, la costumbre se convertía en delito. Ned y Kate pueden interpretarse como personificaciones coloniales de las energías volcánicas, «ardiendo» desde abajo. El «negocio» de ese momento era lo común, entendido como descripción de prácticas de subsistencia saludables y como aspiración revolucionaria a la libertad humana. Las fuerzas termodinámicas se volvieron esen­ciales para la lucha, como se muestra en «Mano de obra irlandesa, carbón inglés». La tos se convirtió en signo de los tiempos.

9. La sección titulada «La cárcel» consta de cuatro capítulos, cada uno dedicado al encarcelamiento de Despard y el cercamiento de lo común en Inglaterra. La «reforma» de las prisiones a final del siglo xviii pretendía 1) proteger la propiedad privada y 2) estable­cer la disciplina social y un súbdito obediente a las jerarquías eco­nómicas, sociales y raciales. «Endeudado en la cárcel» empezó para sustituir al patíbulo, alcanzando su culminación en el panóptico nombrado y elaborado por Jeremy Bentham, arquitecto utópico del cercamiento en su sentido amplio. Arthur Young, el agrónomo, por su parte, fue su defensor práctico en el sentido estricto. Young se concentró en el ámbito agrario, al igual que Bentham lo hizo en los fabricantes en su defensa del cercamiento social. Despard fue en­carcelado en la prisión del King’s Bench por deudas. En la prisión de Cold Bath Fields sufrió una privación extrema y se encontró casi literalmente «En la cárcel sin cuchara». También en la King’s Bench vivió en un entorno poroso, en el que el deporte («Rackets en la cárcel del King’s Bench») se practicaba en un espacio común. El último capítulo, «Catherine Despard se enfrenta a la penitenciaría», conduce La roja esfera ardiente a su clímax. La cárcel era una encru­cijada de países y de ideas. Ni el patíbulo, ni las vallas, ni los muros, la guerra o el exilio lograron eliminar o hacer desaparecer lo co­mún. Kate, la intrépida abolicionista, la incansable reformadora del sistema carcelario, la mujer perteneciente a la Sociedad de los Irlan­deses Unidos, es la protagonista de este relato.

Prisión de Coldbath Fields (foto: British Library, reproducida en voyagerofhistory.wordpress.com)

10. «Dos relatos» está compuesta por dos capítulos. «Todos los negocios del hombre» hace referencia a Blake y Despard vecinos y contemporáneos. Los dos resumen esta época en la historia de la humanidad, el primero con la poesía de la profecía y el segundo con los hechos proféticos. Al hacerlo, apuntaron a caminos que no se tomaron. Los dos capítulos siguientes cuentan historias reales. El primero («El gorro rojo de la libertad») es un relato de fantas­mas de los tiempos del hambre que recuerda los tiempos revolu­cionarios de la época de Despard en el 98. Es un relato en el que la esperanza está firmemente arraigada en el condado de Laois, lugar de nacimiento de Ned en Irlanda. El segundo es un relato de ani­males («El pájaro crestirrojo y el ánade negra») que surgió en la región de los Grandes Lagos de Norteamérica y volvió a contarse en 1802 entre los anticuarios de Dublín, que lo compararon con Homero. Estos relatos, de naciones de narradores, dan sentido a las derrotas históricas. La roja esfera ardiente concluye con una pregunta. «¿Qué es la raza humana?» comienza con el discurso de Ned y Kate en el patíbulo. Plantear la pregunta reafirma el poder de la voluntad humana, de la libertad.

Las formas contemporáneas de defensa de lo común (zapatis­tas, movimiento occupy, Standing Rock, y similares) inspiraron el discurso renovado de lo común, y también me animaron a investi­gar su historia y a descubrir que las ideas no eran mero humo, aunque el curso de la clase dominante y sus cronistas digan lo con­trario. Si el conocimiento de lo común, cuando este se producía verdaderamente, fue suprimido, esta supresión estuvo relacionada, pensé yo, con la supresión de la historia de las mujeres en la repro­ducción social. La profesora Neeson nos enseñó en la década de 1990 que los regímenes de propiedad comunal eran más amigables con las mujeres que los regímenes económicos y sociales basados en la propiedad privada.

Ned y Kate fueron súbditos coloniales que perdieron su apuesta por situar a la humanidad en una trayectoria distinta, una senda no tomada. Su amor mutuo formaba parte de su amor por lo común. Eros, filia y ágape encontraron su perdición en el amor maltusiano de la reproducción calculada, o ektrofeia, que está al servicio del Estado y del capital. Si recordar a Ned y Kate es decir que la ecua­ción blakeana, cercamiento = muerte, no tiene por qué imponerse, y si su memoria nos ayuda a afirmar la asociación entre nuestro amor por los demás y el proyecto de puesta en común, sin duda, pensé, mi investigación debía empezar con los restos de Kate.

Grabado satírico de James Gillray titulado «La barca de Caronte» (1807), que representa el viaje hacia el infierno de «todos los talentos»: católicos, whigs, republicanos, revolucionarios, etc., entre ellos Edward Marcus Despard (imagen: British Museum)
Índice
Primera parte. La búsqueda

A- La búsqueda

          1. La tumba de una mujer
          2. La búsqueda de lo común

B- Tanatocracia

3. Despard en la horca
4. El humor patibulario y la horca de la civilización
5. Manzanas del árbol verde de la libertad

C- Subsuelo y clandestinidad

6. El antropoceno y los estadios de la historia
7. E.P. Thompson y lo común en Irlanda

Segunda parte. Las montañas atlánticas

D- Irlanda

8. La cláusula de habendum y el dominio anglo-irlandés
9. Hotchpot, o el comunismo celta
10. «¡Y de todos modos, eso es cierto!»
11. Un muchacho entre los chicos blancos
12. Lo mismo cont.

E- América

13. ¡América! ¡Utopía! ¡Igualdad! Una mierda
14. Cooperación y supervivencia en Jamaica
15. Nicaragua y lo común entre los miskitos
16. Honduras y lo común entre los mayas

F- Haití

17. Haití y Thelwall
18. Irlanda y Volney
19. Un punto en el tiempo
20. El hijo

G- Inglaterra

21. «Un sistema de devoradores de hombres»
22. La oca y lo común, ca. 1802
23. «La guarida de ladrones»
24. Lo común y lo verdaderamente común

Tercera parte. Amor y lucha

H- El negocio

25. «El negocio»
26. El beso del amor y la igualación
27. La criminalización en el proceso de trabajo
28. Mano de obra irlandesa, carbón inglés

I- La cárcel

29. Endeudado en la cárcel
30. En la cárcel sin cuchara: la comida en común
31. Rackets en la cárcel del King’s Bench: los juegos en lo común
32. Catherine Despard se enfrenta a la penitenciaría

J- Dos relatos

33. «Todos los negocios del hombre»
34. El gorro rojo de la libertad
35. El pájaro crestirrojo y el ánade negra
36. ¿Qué es la raza humana?

Libro sobre el proceso contra Despard, publicado en York por E. Lower-Ousegate y reeditado en varias ocasiones

Introducción e índice de Roja esfera ardiente. Una historia en la encrucijada de lo común y los cercamientos, del amor y el terror, de la raza y la clase, y de Kate y Ned Despard (Tres Cantos, Akal, 2021)

*Peter Linebaugh, profesor de la Universidad de Toledo (Ohio) y miembro del colectivo
Midnight Notes (junto a Silvia Federici y Georges Caffentzis), grupo pionero
en el estudio y difusión de los comunes históricos y contemporáneos, es autor de  La hidra de la revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico (con Marcus Rediker, Barcelona, Crítica, 2005), El Manifiesto de la Carta Magna. Comunes y libertades para el pueblo (Madrid, Traficantes de Sueños, 2013), Nedd Ludd y la Reina Mab. Destrucción de máquinas, romanticismo y los comunales de 1811-12 (Barcelona, Descontrol, 2018) y La incompleta, verdadera, auténtica y maravillosa historia del Primero de Mayo (Pamplona, Katakrak, 2020).

Portada: William Blake, Visions of the Daughters of Albion, lámina 1 (fragmento)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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