Jónatham F. Moriche

 

La memoria, escribía el maestro de historiadores Jacques Le Goff, «ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas». Amplificada y acelerada por las nuevas tecnologías y formatos de comunicación de masas, esa disputa por la memoria y el olvido se ha convertido hoy, en casi cada rincón del mapamundi físico y su abigarrada sombra virtual, en un elemento estratégico de la gigantomaquia encarnizada que Estados y empresas, partidos políticos y movimientos sociales, ideologías y religiones, libran por moldear el mundo por venir tras el colapso, ya irreversible pero aún inconcluso, del orden material y cultural neoliberal. Continuando la serie de diálogos sobre la Argentina histórica y contemporánea que se inició con el politólogo Pablo Américo (El Cuaderno, 27/10/2020), conversamos ahora con el profesor de historia Juan Manuel Soria sobre cómo se expresa en su país esta disputa universal por la memoria y el olvido, qué pasados escoge como campo de batalla y qué proyectos de futuro trasluce en sus interpretaciones históricas, temas sobre los que escribe frecuentemente en la revista digital Notas – periodismo popular.

 

 

Juan Manuel Soria (foto: twitter)

Los procesos de independencia americanos se fraguaron en la difícil amalgama de la emancipación del poder colonial europeo y la emergencia de estructuras y procedimientos autóctonos de dominación de clase, raza y género a menudo inmensamente opresivos y violentos. Sobre todo en Estados Unidos y Brasil, y avivado por el rebrote del supremacismo blanco y la violencia racista, el debate público sobre esta etapa germinal de las modernas sociedades y estados americanos y sus reminiscencias en el presente se ha recrudecido notablemente en estos últimos años. Los gestos de reconocimiento institucional durante las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de las atrocidades cometidas contra los pueblos originarios antes, durante y después de la larga colonización de la Patagonia (1820-1885), o producciones divulgativas de gran audiencia de la Televisión Pública argentina como Ver la Historiaque incluye valoraciones muy severas sobre esta dimensión antipopular y endocolonial del proceso de construcción nacional, señalan un momento de identificación entre la memoria institucional y los postulados de eso que allí denomináis, con un sentido totalmente opuesto al habitual en Europa, revisionismo histórico, esto es, una historiografía progresista y decolonial, crítica tanto con el poder imperialista europeo y estadounidense como con las oligarquías autóctonas y su sumisión a las nuevas formas de colonialidad. ¿Qué incidencia tuvo el giro a la derecha del país durante la presidencia neoliberal de Mauricio Macri en la memoria de ese período fundacional argentino, tanto en el ámbito estrictamente historiográfico como en la memoria pública más general? ¿Qué episodios recientes de la vida política y social han activado esa memoria larga de las problematicidades originarias del país, cómo se ha expresado y qué repercusiones ha tenido en la esfera pública y el debate político? ¿Qué predicamento real social tienen hoy esos agitadores digitales que de forma desinhibidamente racista contraponen una Argentina europea y una Argentina amerindia, achacando a la segunda todos los males del país?

El debate sobre los procesos de independencia regionales son, tanto en términos historiográficos como en términos políticos más estrictos (como si pudiera existir una separación total de estas esferas), debates de larga duración, que podríamos rastrear hasta el mismo momento de la revolución. Si partimos de la base de que, como afirma Christopher Hill en su clásica obra El mundo trastornado, el pasado debe ser repreguntado y reescrito por cada generación, podemos entender que cada momento histórico va a preguntarle distintas cosas a ese pasado. Ahí tenemos, desde finales del siglo XIX, las lecturas de una historiografía clásica de corte liberal, con los aportes de Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre, los revisionismos de derecha y de izquierdas, los diferentes marxismos, los aportes fundamentales de Tulio Halperín Donghi en la década de los setenta o la consolidación de un campo académico más formal desde la vuelta de la democracia a la actualidad.

Pobladores originarios prisioneros durante la Conquista del Desierto, cir. 1885

Yo creo que el cambio en la lectura de ese proceso de independencia fue bastante brusco, sobre todo teniendo en cuenta que los dos bicentenarios ―esto es, el bicentenario del 25 de mayo de 1810, aniversario de la revolución de mayo y el aniversario del 9 de julio, aniversario de la independencia― son transitados en distintos momentos. El primero, durante el primer gobierno de Cristina Fernández, y el segundo, durante el gobierno de Mauricio Macri. Y como era de esperar, cada gobierno le imprimió una tónica particular a cada conmemoración. En términos simbólicos, y a modo de ejemplo, la asistencia del Rey Juan Carlos como una de las pocas presencias oficiales en el acto de Mauricio Macri ―ya que ningún presidente de la región asistió al acto, a pesar de haber sido invitados―, y la afirmación del presidente en relación a la «angustia» de los revolucionarios al tomar la decisión de separarse de España, dan cuenta del espíritu de la conmemoración.

Por otro lado, si uno observa la foto del bicentenario del año 2010, con Cristina Fernández junto a LulaEvo Morales y Rafael Correa, los exponentes de la llamada década progresista, en el marco de una conmemoración que giró en torno a lecturas más plebeyistas en tanto representaciones del aniversario de la Primera Junta ―aparecía la población afro y las mujeres como partícipes de la revolución―, se nos presentan dos momentos distintos, con lecturas desde el poder bastante diferentes, marcados por una lectura histórica particular de dos acontecimientos fundamentales de nuestra historia. Y eso únicamente en torno a dos fotos, dos momentos puntuales de cada evento. Una de las primeras cosas que hizo el gobierno de Macri al asumir fue retirar los retratos del Salón de los Patriotas Latinoamericanos, inaugurados por Cristina Fernández durante los festejos del bicentenario. ¿Qué cuadros retiró? Entre ellos, los de Salvador AllendeJosé de San MartínEva Perón y Juan Manuel de Rosas, aparte de los de Néstor Kirchner y Hugo Chávez. ¿Qué quiero decir con este somero recorrido por algunos gestos simbólicos mínimos? Que la disputa por el pasado y sus representaciones fue una constante. También podríamos hablar del cambio de los retratos de próceres en los billetes y su sustitución por ilustraciones de animales durante el macrismo. Quizás parezcan cosas pequeñas y anecdóticas, pero no dejan de ser representativas de dos visiones contrapuestas de la historia nacional.

Huelga contra el proyecto de ley de Residencia de 1902 (foto: Izquierda Diario)

En relación a lo que preguntas sobre la reactivación de las memorias largas, creo que dos episodios del año 2017, durante el gobierno de Macri y la gestión de Patricia Bullrich del Ministerio de Seguridad, la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado en el año 2017 durante una represión de la Gendarmería Nacional y unos meses más tarde el asesinato de Rafael Nahuel por parte de la Prefectura, habilitaron, por desgracia, un debate sobre la cuestión de los pueblos originarios. Y digo «por desgracia» porque esta discusión se dio en el marco de dos asesinatos y de una represión estatal y su consiguiente encubrimiento oficial. Pienso, por ejemplo, en relación a los asesinatos de Santiago y Nahuel ―enmarcados en protestas por luchas en torno a los derechos sobre la tierra de los pueblos originarios―, que dieron espacio a la discusión sobre la nacionalidad de dichos pueblos. Y ahí retomaron con fuerza, por ejemplo, el discurso sobre los mapuches como chilenos que invadieron nuestras tierras en el siglo XVI, cuando ni siquiera existían los actuales estados argentino y chileno; desde el macrismo se llegó a hablar de «comandos armados mapuches» vinculados al anarquismo, al ISIS y a la causa kurda. Frente a estas afirmaciones, investigadores y docentes de historia salimos a discutir estos argumentos desde nuestra disciplina: el macrismo respondió denunciando a troche y moche el «adoctrinamiento político» en las aulas y hasta armando líneas telefónicas para denunciar a docentes que tocaran el tema. Me parece clave esa palabra que eliges en tu pregunta: «activar». Si bien los términos de la discusión política responden a coyunturas, se apoyan en constructos ideológicos y simbólicos de más larga duración, que se activan a partir de esas discusiones: los famosos «usos del pasado».

Ese predicamento digital racista al que haces referencia puede relacionarse con lo que veníamos charlando y se apoya en ese mito de la Argentina blanca y del crisol de razas. Esto no es otra cosa que afirmar que, si bien en la Argentina existía una diversidad cultural y de razas, estas se terminan subsumiendo en una Argentina blanca, descendiente de la inmigración europea de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Todo lo que no sea blanco y europeo, entonces, entra en disputa con esta construcción. Desde finales del siglo XIX, esa tensión planteada por parte de las élites tomó determinadas formas: el enemigo fueron los pueblos originarios, el movimiento obrero, el anarquismo, el comunismo, pero también los negros [clases populares] peronistas y la subversión, los piqueteros, las feministas, los planeros [beneficiarios de ayudas sociales], todos modelos antagónicos de esa supuesta argentina blanca, de élite, que supo ser el granero del mundo y cayó en la barbarie luego de «setenta años de populismo», para utilizar una expresión del expresidente Macri. Hoy, en un nuevo escenario planteado por nuevas expresiones de las derechas ―algunas afirman que hasta el mismísimo Macri fue socialista―, esas construcciones toman un nuevo impulso. El «africanizado conurbano», los videos de los exponentes de los sectores más recalcitrantes de la derecha neoliberal destruyendo el Banco Central ―un símbolo de la intervención estatal en la economía―, creo yo, son un reflejo de esa construcción ideológica que, si bien toma nuevas formas, no es algo completamente novedoso. Como decimos quienes trabajamos con la historia, hay rupturas pero también hay continuidades.

Huelga general de 1902 (fotos: Izquierda Diario)

En Europa, aunque en el ámbito historiográfico es un proceso de muy largo recorrido que arranca ya en la década de 1960, ha sido en las últimas dos décadas cuando la izquierda intelectual y política ha buscado más activamente reencontrarse con, por decirlo al modo de Eric Hobsbawm, sus rebeldías primitivas, aquellas experiencias emancipadoras sucedidas antes o al margen del desarrollo de los grandes ramales centrales del linaje revolucionario moderno, los que vendrán a confluir y luego volver a separarse en la Primera Internacional. La excelente fortuna editorial de obras como Calibán y la bruja [Traficantes de Sueños, 2004] de Silvia Federici, La hidra de la revolución [Crítica, 2005] de Peter Linebaugh y Marcus Rediker o la novela Q [Debolsillo, 2009] de Luther Blissett, o la magnífica recepción que ahora mismo está teniendo en España Comuneros, el rayo y la semilla [Hoja de Lata, 2021] de Miguel Martínez, son buenos ejemplos de ello. Todavía lejos de Lenin o Luxemburgo y las revoluciones del siglo XX, personajes como Thomas Müntzer o John Freeborn Lilburne y los movimientos por la emancipación de los que fueron exponentes vienen haciéndose un lugar que antes no tenían en los imaginarios de las izquierdas. ¿Se dan procesos de redescubrimiento y reconocimiento similares en Argentina? ¿Qué rebeldías primitivas del período colonial y las primeras décadas de independencia despiertan mayor interés y afinidad en la izquierda intelectual y política y los movimientos populares argentinos contemporáneos, y cómo se concreta esa atención en términos de cultura política y producción simbólica?

Coincido totalmente con el historiador Raúl Fradkin cuando plantea que estamos en el momento indicado para desarrollar una historia popular que tenga en cuenta a esas rebeldías primitivas que mencionas. Intentos ha habido y han gozado de buen recibimiento. Los estudios del mismo Fradkin, pero también de Gabriel Di Meglio y Ezezquiel Adamovsky, por mencionar a los más renombrados, que retoman de forma clara los aportes de Christopher Hill o Edward Palmer Thompson, pero teniendo en cuenta claves de lectura, por decirlo de alguna manera, autóctonas, son un buen ejemplo de ese proceso paulatino pero amplio de relectura de la historia de las clases populares en nuestro país. También es indudable que la ebullición política generada por los feminismos en el último lustro, proceso del cual nuestro país es vanguardia a nivel internacional, ha favorecido un nuevo impulso para las investigaciones previas pero también nuevas sobre las mujeres en el marco de estas rebeldías primitivas, antes y después del proceso revolucionario, como pueden ser los estudios de Valeria Pita o Andrea Andújar y su diálogo con Dorothy Thompson o Catherine Hall, historiadoras marxistas británicas.

Huelga de 1904 en Rosario (fotos: Izquierda Diario)

Si al principio planteábamos una separación de la producción historiográfica de la política y el campo político, creo que esas relecturas más novedosas no llegan en forma mayoritaria a las grandes discusiones de la militancia de izquierdas en nuestro país. Existe una separación entre el ámbito militante y el académico, más allá de que muchas personas habiten ambos espacios. Sin embargo, creo que figuras como la de Martín Miguel de GüemesJosé Artigas o Juana Azurduy han permitido que ciertas preguntas sobre la participación en el proceso revolucionario de los llamados sujetos subalternos, ya sean los gauchos, las mujeres o la población rural, afloren a nivel más amplio en las izquierdas. A pesar de todo esto, me parece que aún es una tarea abierta y pendiente repensar la participación de estos sujetos y de los sectores populares de las primeras décadas del siglo XIX (las mujeres, los pueblos originarios, los gauchos, la población afroamericana, los sectores rurales) e integrarlos a la tradición política de las izquierdas en nuestro país, recuperando su experiencia y comprendiendo sus diversas formas de praxis en sus propios términos, pero evitando caer en romanticismos, en esa «enorme condescendencia de la posteridad» que criticaba Thompson.

Apenas asomarse al aproximadamente un siglo que media entre el nacimiento de la izquierda moderna en Argentina y el nacimiento del peronismo abruma por las dimensiones y riqueza de sus procesos de organización y de lucha, ya se observe su vertiente social, sindical, política o cultural, sus ramales socialista, comunista o anarquista, sus evoluciones temporales y variantes regionales, sus inflexiones gremiales, comunitarias o de género, sus relaciones con el movimiento obrero internacional y los grandes acontecimientos de su tiempo. Es todo un continente de la historia obrera que, en el imaginario de varias generaciones de militantes e intelectuales de todo el mundo, han simbolizado las agrupaciones sindicales y partidas gauchas de Santa Fe, en conflicto a vida o muerte con los estancieros locales, los inversores extranjeros y el Estado, de La Patagonia rebelde de Héctor Olivera (1974). Como esta película es seguramente el referente cultural que sobre ese período de la historia argentina un mayor número de nuestros lectores comparte, te pido que, con su trama y tipos humanos, sociales y políticos como punto de partida, nos hables de los rasgos que crees más específicos y fundamentales de ese largo siglo rojo y rojinegro argentino, y de cuáles han sido objeto de una investigación historiográfica más completa y cuáles permanecen aún inexplorados, cuáles se asientan con más intensidad en la memoria pública y los imaginarios populares y militantes y cuáles, pese a su relevancia o singularidad, se han desprendido de ellos.

Huelga de inquilinos contra el aumento de los precios de los alquileres (Buenos Aires, 1907)

Si pensamos en ese período que abarca aproximadamente entre la década de 1870, considerando la huelga de la Unión Tipográfica de 1878 como un posible punto de partida de un movimiento obrero moderno, y el nacimiento del peronismo, en la década de 1940, creo que existen algunas palabras claves: síntesis, ebullición, explosión y cultura. La estructura social argentina de ese período va a sufrir una sacudida bastante fuerte, considerando no solo el proceso de rearticulación de las relaciones sociales de producción como resultado del desarrollo capitalista, sino también la enorme fuerza de las corrientes inmigratorias europeas. Ahora bien, sería un craso error afirmar que la conflictividad social en nuestro país nace con la oleada inmigratoria y la influencia del anarquismo o el socialismo que aquella traía desde Europa, en una suerte de antes y después. El problema de cómo controlar la «arbitrariedad popular» ya mantiene en vilo a los sectores de la élite desde la misma Revolución de Mayo y la propia movilización popular que ella misma conllevó. La movilización de los sectores populares en nuestro país va a ser una constante que traerá más de un dolor de cabeza y despertará muchos miedos a los grupos dominantes. Estos grupos van a denostar a los indios, gauchos y mestizos, a la barbarie, por plantearlo en términos de Sarmiento, quien en 1861 afirmó que no había que «escatimar sangre de gauchos». Estas ideas en parte van a sustentar la organización del Estado nacional y obviamente van a tener que ver con el fomento de la inmigración europea, con el objetivo de eliminar la barbarie y blanquear el país. Me parece que entender esta fuerte carga racista y antipopular de las élites argentinas es fundamental para entender el desarrollo de este período al que haces referencia. En base a esta carga racista es que se construye el mito de la población argentina que desciende de los barcos. Ahora bien, el problema para la élite es que gran parte de esa población europea que llega venía con una experiencia de organización y conflictividad que obviamente va a encontrar eco en nuestro país, que introducirá nuevos elementos, desde lecturas teóricas hasta formas organizativas, que entrarán en relación ―marcada por la tensión― con los elementos preexistentes.

Un ejemplo es la figura del gaucho como perseguido y explotado, reapropiada por los anarquistas o los comunistas a principios del siglo XX. Por un lado, esta suerte de síntesis es una de las características más interesantes del período. Por otro lado, el período estará caracterizado por la ebullición de una enorme actividad organizativa de los sectores populares y del movimiento obrero a partir de 1870: desde mutuales, sociedades de socorros mutuos, gremios, el contacto con la Primera Internacional, la celebración del Primero de Mayo en 1890, la formación del Partido Socialista en 1895 o la enorme influencia del anarquismo son algunos hitos claves para entender el período. Con la llegada del siglo XX, la formación de la Federación Obrera Regional Argentina en 1904 o la llegada del socialista Alfredo Palacios al cargo de diputado, observamos que ese movimiento obrero, en formación y transformación constante, cobra mayores niveles de visibilidad y protagonismo, como también es mayor la virulencia de las respuestas represivas del Estado. Es importante tener en cuenta el nivel de conflictividad que se extenderá a lo largo y ancho del país. A partir de 1880 la disputa capital-trabajo se manifestará en una tensión constante, en un despliegue enorme de la lucha de clases. Las primeras lecturas en clave feminista y la lucha por la emancipación de las mujeres agregarán nuevas aristas de conflicto y agendas particulares, muchas veces ninguneadas por sus contemporáneos y durante mucho tiempo marginadas de las investigaciones académicas sobre el período. Es la explosión de una conflictividad que se venía gestando a lo largo del tiempo y que, con la incorporación de nuestro país al sistema capitalista internacional y la consolidación del Estado nacional, tomará un nuevo impulso. En último lugar, pero no por ello menos importante, me parece fundamental recuperar el trabajo cultural sin par de estas décadas: el surgimiento del movimiento obrero estará acompañado de una enorme labor de difusión del ideario de izquierdas a través de la construcción de espacios de sociabilidad variopintos, periódicos, escuelas, bibliotecas, ateneos, clubes de fútbol, grupos de teatro, payadas, entre otras, son muestras de la construcción de la construcción de una cultura anticapitalista y plebeya que irradiaría a amplios sectores de las clases obreras de nuestro país.

Sin lugar a dudas, los conflictos de la Patagonia, la Semana Trágica y también el de La Forestal, por su relevancia, han sido los más trabajados por la historiografía y los que más han calado en las memorias militantes. Resulta paradójico que, en un país tan centralista, el conflicto obrero que probablemente más se recuerde sea, junto a la Semana Trágica porteña de 1919, el de la Patagonia Rebelde de 1920-1921. Pero este es un conflicto más bien tardío dentro del período que estamos analizando. Ya antes se registran conflictos muy importantes, como puede ser el del puerto de Ingeniero White, un barrio de la ciudad de Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires, en el año 1907, que provocó una huelga general a nivel nacional. Aparte de las clásicas investigaciones de Osvaldo Bayer acerca de la Patagonia Rebelde, existe una enorme producción historiográfica en torno al movimiento obrero de principios del siglo XX. Por citar a algunos, referiría los trabajos de Hernán Camarero sobre el impacto de la Revolución rusa en nuestro país, los de Marina Becerra en torno al marxismo y al feminismo o los de Nicolás Íñigo Carrera sobre la Semana Trágica. Al menos desde mi experiencia, viviendo, militando, estudiando y trabajando en la ciudad de Bahía Blanca, la significación de esta huelga general de 1907, al menos para mi generación de las izquierdas locales, es menos visible que la Patagonia Rebelde, aunque existe un buen caudal de trabajos de investigación de docentes de la Universidad Nacional del Sur en torno a aquella experiencia de lucha, organización y sociabilidad del movimiento obrero en Bahía Blanca, como los trabajos pioneros de Jorgelina Caviglia y Norma Buffa, las investigaciones más recientes de Natalia FanduzziEmilce Heredia y Florencia Constantini, o el excelso trabajo de archivo del Museo Taller Ferrowhite y el Museo del Puerto de Ingeniero White. Creo que la tarea que tenemos quienes trabajamos con la historia y participamos en instancias de construcción política es acercar estas discusiones a nuestros  espacios de formación y a la sociedad en general, sobre todo en relación a conflictos tan lejanos en el tiempo.

Manifestación en apoyo de Sacco y Vanzetti (Buenos Aires, 1927)

Como el 14 de julio de 1789 en Francia, el 7 de noviembre de 1917 en Rusia o el 14 de abril de 1931 en España, el 17 de octubre de 1945 argentino es uno de esos días en que las inercias y potencias de la historia se precipitan en un acontecimiento que señala un antes y un después irreversible. El pueblo peronista emerge abruptamente, pero no viene de la nada, porque nada viene de la nada en la historia. ¿Qué dialéctica relaciona el largo siglo rojo y rojinegro argentino con el peronismo, qué se rompe y qué prosigue de la historia obrera argentina en esa inflexión histórica? ¿Qué recuerda y qué olvida, qué desmiente y qué aprende, la clase obrera argentina en esas horas asombrosas en las que mete las patas en la fuente de la historia, doblega a la dictadura, libera a Juan Domingo Perón y lo pone al frente del país? ¿En qué coinciden y en qué discrepan la memoria peronista y la memoria de las izquierdas marxistas o libertarias respecto a ese proceso de afluencia de gentes, ideas y luchas de la izquierda histórica al nuevo caudal peronista?

Resulta fundamental, para comprender esas «horas asombrosas» a las que haces referencia, comprender cómo llega la clase trabajadora a la Plaza de Mayo ese 17 de octubre de 1945. La formación de la clase obrera en Argentina es un proceso que comienza en el siglo XIX y tomará una fuerza imparable para principios del siglo XX. Esa clase obrera, que había dado a luz a un proceso de organización popular de lo más rico y variado, con diversos planos de intervención política, sindical, social y cultural, que había construido alternativas que abrevaban en corrientes ideológicas que iban desde el anarquismo hasta el comunismo y que había protagonizado conflictos a lo largo y ancho del país generando preocupación y miedo a los sectores dominantes, va a sufrir un revés enorme a partir del golpe de Estado comandado por José Uriburu, que derroca a Hipólito Yrigoyen en septiembre de 1930, inaugurando así un nuevo período histórico caracterizado en parte por la intervención militar en la vida política del país y dando origen a la llamada Década Infame, un período caracterizado por la corrupción y la represión política.

Niñas parten hacia una de las colonias de vacaciones de la Fundación Eva Perón, 1948

El significado de esta década para los sectores obreros está descrito de una forma maravillosa en ese gran libro que es Resistencia e integración, de Daniel James. Lo que James plantea es que esa Década Infame es el punto de referencia con el que los trabajadores van a medir la experiencia peronista posterior. Este período se caracterizó no solo por la persecución política a través de la policía ―que inaugurará entonces la tradición de la tortura con picana eléctrica― y de matones a sueldo de la patronal contra militantes sindicales comunistas, socialistas y anarquistas, sino también por la explotación, la dureza de las condiciones laborales y la férrea disciplina en los lugares de trabajo. Los testimonios de los trabajadores de la época son esclarecedores: «el obrero estaba solo», «no podías hacer otra cosa que volver a casa». Pero no solamente fueron la apatía o la resignación las experiencias de los trabajadores de la época, también una ferviente resistencia en el terreno sindical, en los grupos teatrales, en las cooperativas, en los ateneos y bibliotecas o en iniciativas como la enorme campaña de apoyo a la Segunda República española. Este doble juego de la experiencia, entre el desánimo y la organización, son parte clave de esa dialéctica que mencionas. Una de las condiciones de posibilidad que explica la enorme adhesión al peronismo es exteriorizar esta experiencia privada que se transforma en un discurso público. Esto no era algo exclusivo del peronismo, al contrario, era bastante común en otras expresiones políticas de izquierdas. El ejemplo del término descamisado es bastante clarificador: el peronismo toma este vocablo, asociado a la inferioridad social de la clase trabajadora, y lo pone de revés, afirmando el valor mismo de esa clase. Lo mismo puede decirse del término negro, asociado peyorativamente a cuestiones étnicas, que se utilizará como sinónimo de la clase trabajadora: el discurso peronista retomará esta palabra y le conferirá un estatus positivo. Es interesante lo que plantea James en relación al peronismo como un movimiento social herético: las patas en la fuente son una muestra clara de cómo los sectores populares subvierten la jerarquía espacial de una Buenos Aires asociada a las clases dominantes. La llegada de Perón implicó un enorme cambio en términos de derechos sociales, mejoras salariales y de condiciones laborales de alcance masivo entre la clase trabajadora, pero para explicar la adhesión de los sectores populares al peronismo no solamente hay que tener en cuenta las mejoras en términos materiales, hay que integrar también la dimensión simbólica de la experiencia peronista, una suerte de «redefinición de la ciudadanía» en términos amplios, para ponerlo en palabras de James.

Entonces, si decimos que el peronismo redefine la ciudadanía, ¿Quiénes apoyaban a Perón? Durante mucho tiempo circularon diversas teorías en torno a las bases sociales del primer peronismo. Una de esas teorías es la de las «masas en disponibilidad», que afirma que, como resultado del proceso de industrialización e inmigración desde el interior del país a la zona del Gran Buenos Aires, el peronismo se apoyó en sectores de trabajadores sin experiencia de organización previa ni consciencia de clase, que seducidos por el carisma de Perón y los avances materiales legislados por su gobierno, se adherían al peronismo de la misma manera que las ovejas siguen al rebaño, mientras que quienes sí habían participado en experiencias de organización de izquierdas durante el período previo habrían rechazado el peronismo. Sin embargo, lo que demuestran las investigaciones históricas es que la base social de apoyo al peronismo estaba en sectores nuevos y viejos de la clase trabajadora. Lo ocurrido en mi ciudad resulta interesante desde esa perspectiva: las investigaciones de José Marcilese en torno al origen del peronismo en Bahía Blanca nos muestran que, antes de la presidencia de Perón, la mayoría de los sindicatos locales estaban en manos de los sectores sindicalistas y comunistas del movimiento obrero. A partir de 1943, y a nivel local en 1944, la acción de la sección local de la Secretaria de Trabajo y Previsión que dirige Perón va a fomentar la formación de nuevos sindicatos al tiempo que colabora con las entidades existentes mediando en diversos conflictos. Un gran número de trabajadores de diversas ramas va a verse beneficiado por las políticas desplegadas por la agencia estatal, que repercutirán en gestiones tendientes a mejorar la situación de los trabajadores. Sectores de trabajadores del comercio se acercarán a la figura de Perón previo a las elecciones de 1946. Los trabajadores del ferrocarril van a verse particularmente beneficiados con mejoras salariales, beneficios jubilatorios y seguros por accidentes de trabajo, con lo cual su acercamiento será más temprano aún, no sin tensiones con sectores refractarios a la política de Perón. Para mediados de 1945 existía un sector gremial compuesto por sectores más nuevos y otros más viejos en la ciudad alineado con el Coronel, que van a organizar la jornada del 17 de octubre a nivel local, con una afluencia importante de trabajadores de los principales centros fabriles locales. Entonces, si bien el peronismo va a implicar un antes y un después en la historia argentina, es un proceso que articula también experiencias previas.

Movilización por la libertad de Juan Domingo Perón, Buenos Aires, 17 de octubre de 1945

Las lecturas de las izquierdas y peronistas en relación al proceso de génesis del peronismo son variadas, como lo son las izquierdas y los peronismos. Creo que desde determinados sectores de izquierda existe una suerte de planteamiento en torno a un engaño o secuestro de la clase trabajadora argentina: el peronismo, según esa hipótesis, opera como freno a una supuesta e inevitable revolución socialista en el país. Los obreros, engañados y seducidos por las ventajas materiales del peronismo, víctimas de una suerte de falsa conciencia, siguen a Perón y se acoplan a los designios de su gobierno, apartándose de su tarea histórica. Como alguien que se dedica a la historia y también reivindica a las izquierdas, prefiero pensar que el peronismo fue, y es, un fenómeno histórico muchísimo más complejo, construido a partir de la tensión entre la dirigencia y las bases. Me gusta mucho algo que dice Ezequiel Adamovsky en su último libro, Historia de la Argentina: Perón se vio a la cabeza de un movimiento mucho más plebeyo de lo que él hubiese querido. El peronismo es también el resultado de una compulsión histórica entre proyectos en pugna, expectativas y deseos de diversos sectores, una redefinición fundante de la experiencia de  la clase obrera argentina. Reducir esa complejidad y esa construcción de la clase a un fenómeno de falsa conciencia es no solamente subestimar esa experiencia vivida por la clase trabajadora en sus propios términos, sino una lectura histórica bastante pobre.

Por otro lado, también existen algunas lecturas y discursos que ven al peronismo como el momento en el cual la clase obrera encuentra su verdadera identidad a la cual estaba destinada y se encuentra con su líder de forma armónica, alejándose de ideologías foráneas y extranjerizantes. La clase obrera nace en 1945. Esta es una visión bastante flaca en términos históricos, porque no tiene en cuenta que la experiencia previa al peronismo dotó a los sectores trabajadores de niveles de acción, conciencia y organización muy importantes que son indispensables para comprender el país no solamente hasta 1945, sino también de forma posterior. Esta capacidad de acción propia de la clase explica no solamente la adhesión mayoritaria al peronismo, sino también las diversas luchas, tensiones y choques que marcarán la historia del movimiento peronista a lo largo del siglo XX hasta la actualidad.

Movilización de organizaciones peronistas durante el exilio de Juan Domingo Perón, cir. 1970

Tras el golpe cívico-militar y el exilio de Perón en 1955, el peronismo es proscrito en el país, pasa a la clandestinidad, vira ideológicamente hacia la izquierda y adopta la resistencia armada. En una imagen que resume bien la complejidad del personaje, Perón se reúne con Guevara y lee a Nasser en su exilio en la España franquista, mientras en el país se multiplican las puebladas o insurrecciones locales multitudinarias, el activismo sindical y estudiantil, el socialismo cristiano de los curas villeros o las experiencias guerrilleras urbanas o rurales. Aunque coinciden plenamente con la ubicua y diversa oleada revolucionaria global de 1968 ―y a diferencia de otros episodios históricos en la región, como las movilizaciones estudiantiles y sindicales que concluyen con la masacre de Tlatelolco en México o la Marcha de los Cien Mil y otras protestas contra la dictadura militar en Brasil―, rara vez se relacionan episodios argentinos de luchas de masas como el Rosariazo de 1969 o los Cordobazos de 1969 y 1971 con los acontecimientos que al mismo tiempo se desarrollan en París, Praga, Roma, Washington o Tokio. Del mismo modo, es poco habitual encontrar estudios que contrasten las experiencias de Montoneros, las FAP, el ERP y otras organizaciones armadas argentinas con sus contemporáneas en Italia, Alemania, Palestina, Japón, Brasil y otros tantos lugares del mundo. ¿Es ese distanciamiento en la historiografía y la memoria un reflejo veraz de una especificidad y autonomía irreductibles del 68 argentino, o revela una incapacidad o desinterés de historiadores y actores políticos por hacer aflorar los entrelazamientos teóricos y prácticos entre el 68 argentino y el 68 global?

Es una pregunta muy interesante. Sin querer pecar de parroquialista, me parece que, aunque suene tentador querer leer el Cordobazo y los demás azos posteriores en una clave global, que no digo que no exista, creo que insistir en los factores endógenos y regionales puede ayudarnos a comprender mejor las especificidades y temporalidades de estos procesos a nivel nacional. Si bien estamos frente a un momento internacional de conflicto y cuestionamiento de los valores tradicionales en varios niveles, los azos argentinos y el proceso de radicalización política en diversos sectores de la sociedad responden a algunas causas que para mí no hay que perder de vista: la proscripción del peronismo entre 1955 y 1973, la influencia de la Revolución cubana, el proceso de descolonización en Asia y África, el nuevo rol que tomará la juventud y en particular los sectores juveniles del peronismo y las izquierdas y una serie de cambios en la matriz económica argentina que contribuirán al nacimiento de un nuevo sindicalismo antiburocrático.

Movilizaciones del Cordobazo, mayo de 1969

A partir de 1955, la orientación desarrollista del gobierno del radical Frondizi va a plantear la necesidad de inversiones extranjeras para la industrialización, lo que generará la llegada de empresas multinacionales de rubros como la petroquímica o la automotriz, fundamentalmente en el Gran Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades. La proscripción del peronismo tendrá efectos bastante disímiles, y uno de ellos es el proceso conocido como Resistencia Peronista, una forma de lucha clandestina basada en el sabotaje y pequeños atentados sin víctimas fatales. Otro factor es una nueva camada de dirigentes sindicales peronistas surgidos del vacío de poder luego del golpe de Estado de 1955 formarán las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas, que harán del movimiento obrero peronista la columna vertebral del peronismo. Este proceso de lucha y su represión permitirá asomar tendencias más radicalizadas y clasistas dentro del movimiento obrero que serán importantes en el futuro. El programa de «La Falda», por ejemplo, proponía la expropiación del latifundio, el control del comercio exterior y la nacionalización de los recursos naturales. Pero como contracara del mismo proceso de radicalización, se dará un creciente proceso de burocratización por parte de esa nueva cúpula sindical. El gobierno de Frondizi buscará la integración del movimiento obrero como forma de desactivar el conflicto. Con Perón en el exilio, la dirección sindical ganará autonomía respecto al líder. Para este sector, la integración al juego político asegurará su supervivencia, pero a la vez la pasividad frente a las medidas represivas y de ajuste económico les alienaba de las bases: la solución estará encarnada en la figura de Augusto Vandor, referente de las 62 Organizaciones Gremiales, quien representará mejor que nadie la estrategia de «golpear primero, negociar después». El marco internacional es otra variable a tener en cuenta. La potencia política de la Revolución cubana y la amenaza del comunismo a la región en el marco de la Guerra Fría van a decantar en que, en 1964, las Fuerzas Armadas nacionales adopten la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada por los Estados Unidos para combatir al enemigo comunista. Pero también empujará a una nueva generación militante a adoptar lecturas y prácticas políticas distintas. Sumado al fuego generado por la Revolución cubana a nivel continental y nacional, la influencia de la figura de John William Cooke, la experiencia de la Resistencia y la lucha contra la burocracia sindical serán el caldo de cultivo para la  gestación de la llamada izquierda peronista, que verá nacer algunos de las primeras experiencias armadas ya a finales de la década de 1950. Pero por otro lado, la ruptura de muchos militantes con los partidos comunistas después de 1956 y el proceso de descolonización darán nacimiento a la Nueva Izquierda, que también encontrará diversas expresiones en nuestro país.

En este cruce de procesos sociales, políticos y económicos endógenos y exógenos, llegamos a la Revolución argentina, como se autodenominó el golpe de Estado encabezado por Onganía en el año 1966. Fuertemente conservadora en términos sociales y fuertemente liberal en términos económicos, la dictadura de Onganía clausuró la vida política y la actividad sindical y censuró la investigación académica y la expresión artística. Es en este contexto que nace la CGT de los Argentinos, conducida por Raimundo Ongaro, una escisión de la central sindical con una línea de enfrentamiento abierto a la dictadura y con un programa antiimperialista y de transición al socialismo, y que desarrollará una política de acercamiento a sectores estudiantiles, artísticos y cristianos revolucionarios que la transformará en una experiencia muy interesante. Es a partir de todo este complejo proceso, que aquí solo podemos desarrollar muy superficialmente, que tenemos que comprender el Cordobazo de 1969, que marcará el inicio del fin de la Revolución Argentina y las subsiguientes puebladas. En conclusión, yo no sé si utilizaría la expresión «autonomía irreductible» porque no creo que exista proceso histórico completamente autónomo de condiciones más vastas, pero frente a la tentación de articular una lectura que lo plantee como una suerte de reflejo de un proceso global, me parece más rico e interesante atender al proceso interno primero, para luego buscar un diálogo con la coyuntura global. ¿Es este diálogo posible? Sí, por supuesto. Pero primero debe atender dinámicas y particularidades internas, para no caer en reduccionismos.

Primera Junta Militar de la dictadura (1976-1983), presidida por Jorge Rafael Videla

En 1976 se produce el golpe cívico-militar que inaugura una dictadura relativamente breve pero de una aterradora brutalidad, que a los espantosos crímenes de la represión política interna suma el desastre bélico de las Malvinas y la completa ruina económica del país. Pocos episodios de la historia contemporánea parecen encarnar tan quintaesencialmente toda la abyección y violencia de la refundación neoliberal del capitalismo en el último tercio del siglo XX, y en sentido inverso, pocos procesos de esclarecimiento y rendición de cuentas tras una experiencia de este tipo han sido tan exhaustivos y han configurado tan intensamente la cultura política y la misma identidad colectiva de un pueblo como el argentino. Esa memoria vinculante, sin embargo, parece estar debilitándose, con el crecimiento palpable de mensajes negacionistas, entreverados en ese magma proteico de guerras culturales desatadas por las nuevas derechas radicales en auge en todo el mundo, y que salta de las redes al mundo real en forma de banderas confederadas en Estados Unidos, cánticos a la División Azul en España o ese ominoso Ford Falcon verde, el vehículo característico de los comandos de secuestradores de la dictadura, que circuló en una de las recientes marchas contra la legalización del aborto en Argentina. ¿En qué términos se ha ido planteando a lo largo de los últimos años la disputa de memorias, tergiversaciones y olvidos entre el país de los juicios a los dictadores, sus verdugos y cómplices civiles, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas y su informe Nunca Más, la institucionalización de la ESMA y otros lugares de la memoria y la misma memoria viva de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S. y otros movimientos sociales, de un lado, y el país negacionista del algo habrán hecho, del no fueron 30.000 y de los dos demonios, del otro? ¿Qué respuestas está provocando esta irrupción del negacionismo en el debate público en general, y en el seno de la derecha política y cultural en particular? ¿Existe el riesgo de que esa desmemoria negacionista se convierta en la memoria mayoritaria de la derecha argentina?

Personalmente, creo que existen, desde 1983 a hoy, una serie de momentos politizadores en la historia argentina, que van a poner en tensión esa «democracia del miedo» de la que habla Alejandro Horowicz. Como bien decías, 1976 es una refundación de la estructura social, política y económica de la Argentina: la misma dictadura se denomina a sí misma Proceso de Reorganización Nacional. Con la instauración del modelo neoliberal en nuestro país, cuya condición necesaria fue el asesinato en masa de 30.000 personas, podemos decir que comienza un nuevo período histórico. Luego de esa derrota histórica de diversas experiencias populares, lo que sobreviene con la vuelta de la democracia son esa suerte de «vidas de derecha» sobre las que teoriza Silvia Schwarzbock: la victoria en teoría total de los grupos económicos concentrados parecería implicar la instauración de ese «realismo capitalista» del que habla Mark Fisher, esa imposibilidad de pensar vidas y proyectos por fuera de la lógica del capital.

Movilización de las Abuelas de la Plaza de Mayo durante la dictadura militar (1976-1983)

Sin embargo esa afirmación, que posee su cuota de realidad, también puede ser puesta en tensión. La salida de la dictadura argentina es, al menos, catastrófica. En términos económicos deja un país destruido, con una fuerte regresión en la redistribución del ingreso. La derrota en la guerra de Malvinas mina cualquier atisbo de legitimidad que el régimen pudiera aspirar a tener. La dictadura se retira derrotada en términos políticos y en medio de un fuerte descrédito social. La llegada de Raúl Alfonsín y su promesa de que «con la democracia se come, se educa y se cura» hablan de una suerte de horizonte de expectativa para vastos sectores de la población en torno a una normalidad democrática, luego de un siglo XX marcado por la intervención militar. Y el juicio contra las Juntas Militares del año 1986, solo tres años después del fin de la dictadura, cristalizaba esa idea de una democracia fundada en el respeto a los derechos humanos. El marco narrativo de todo este proceso democratizador es la llamada teoría de los dos demonios, según la cual el Estado habría actuado en respuesta a una agresión de las fuerzas revolucionarias, pero en el transcurso de esa respuesta habría caído en excesos. Había que juzgar a las partes igualmente responsables de sumir en la violencia a una sociedad, en teoría espectadora y víctima de este choque entre izquierdas y derechas, para poder seguir con la vida democrática. Pensemos en el rol del movimiento de Derechos Humanos, encabezado por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pero también acompañado por la experiencia de la CONADEP, el SERPAJ, la Liga por los Derechos del Hombre, por nombrar solo algunos, cada uno con sus matices, lógicas y lugares de enunciación propios. ¿Por qué hago este breve raconto? Porque me parece interesante leer que, en perspectiva, la democracia post 1983 estará acompañada de la idea de derechos humanos como una suerte de consenso social básico. Obviamente esa idea no es unilineal ni pertenece de forma única a las izquierdas o diversas expresiones del peronismo, sino que es una suerte de eje transversal a la vida democrática, lo que implica una definición y redefinición constante de la idea de derechos humanos.

Si pensamos 1983 como momento refundante de la vida democrática, también es posible pensar el estallido del 2001 en esos términos: ahí también estaban las Madres y Abuelas, los H.I.J.O.S., luchando en las calles contra el gobierno de De la Rúa, la llegada de Néstor Kirchner al poder y su «formo parte de una generación diezmada» y su «somos hijos de las Madres y Abuelas», las Madres y Abuelas encabezando el no al ALCA. Y también el 2015 y la explosión del Ni Una Menos. Los pañuelos verdes, símbolo de la lucha feminista en torno a la legalización del aborto, pero también combatiendo la recomposición neoliberal que implicó el gobierno de Macri, son una suerte de continuación histórica de los pañuelos blancos de las Madres. En ese sentido, ese país del juicio a las Juntas Militares, ese país que encuentra en los derechos humanos una suerte de núcleo de buen sentido, se viene construyendo desde 1983 y ha generado músculo y gimnasia política, renovó al movimiento popular argentino y lo revigorizó de forma total: frente a esa idea de la retirada de la política durante los años del neoliberalismo menemista, me parece clave recuperar la politicidad desplegada por el movimiento de derechos humanos y otros muy diversos grupos a lo largo y ancho del país.

Si bien es posible leer ese proceso de memoria en torno a la dictadura como un eje fundante de la democracia argentina, convivió y convive con un discurso negacionista que también se fue reinventando. Desde su cristalización en asonadas militares, pero también en las leyes de impunidad sancionadas por el menemismo, hasta el discurso de no fueron 30.000 como síntesis clara de esa idea del «curro [negocio] de los derechos humanos» del que hablaba Macri a los pocos días de asumir, o sus declaraciones en torno al concepto de guerra sucia como manera de leer el proceso dictatorial, por no hablar de ese intento patético del dos por uno [reducciones de pena] a los genocidas del año 2017, que fue respondido con una de las mayores movilizaciones populares de las que yo tenga memoria.

Protesta por la desaparición de Santiago Maldonado, octubre de 2020

Entonces, esa tensión entre memorias no es algo novedoso, al contrario, tiene que ver con esa lucha por los usos del pasado, por la memoria y por la historia, por las ideas de democracia y política en la Argentina post 1983. Y no es un proceso cerrado, al contrario, es un barajar y dar de nuevo constante. ¿Existe una suerte de irrupción negacionista en los últimos años? Sí, claro. Estamos escuchando cosas que antes quizás caían en saco vacío. Pero tampoco implica una novedad total, una ruptura. Prefiero leerlo como la expresión de un avance de las derechas en la arena política y el discurso público que se da a nivel general tanto en nuestro  país como en el resto del mundo, acompañado de un discurso antifeminista, racista y clasista. No quiero decir es más de lo mismo ni es una ruptura total, sino más bien analizarlo como una praxis y un discurso que abreva en viejas y nuevas claves políticas, simbólicas y sociales. Para este último 24 de marzo, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y uno de los principales referentes de Juntos por el Cambio, contó la experiencia de su padre secuestrado por unos días por la última dictadura. Eso me pareció un gesto interesante, en tanto marca una cierta distancia de discursos más radicalizados de sectores tanto de su propio partido como de expresiones de derecha como la mal llamada libertaria. Es decir, al interior mismo de las derechas en nuestro país existe una tensión de memorias: ¿existe la posibilidad de que devenga mayoritaria la lectura negacionista? Sí, pero de ser así va a articular en nuevos y viejos actores. Leer esa dinámica creo nos tiene que plantear algunas preguntas a quienes luchamos contra el negacionismo: ¿Cómo articulamos las memorias y sus representaciones para construir puentes con las generaciones más jóvenes? ¿Cómo evitamos que la memoria se convierta en algo fosilizado, en una suerte de melancolía? Creo que repasar la experiencia histórica del movimiento de Derechos Humanos, sus marchas y contramarchas, su praxis frente a cada nuevo contexto y correlación de fuerzas nos puede ayudar a pensar nuevas estrategias de construcción cuando parece avanzar el discurso negacionista sobre todo en las nuevas generaciones. La memoria y la historia son siempre un campo de batalla, nunca está todo dicho. Parafraseando a Edward Palmer Thompson, el pasado no está muerto: contiene evidencias y signos creativos que pueden sustentar el presente y prefigurar posibilidades de futuro.

Fuente: El Cuaderno mayo de 2021

Portada: campañas del desierto (foto: Notas Periodismo Popular)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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