Presentación

El pasado día 2 de Septiembre fallecía en un hospital de Venecia el antropólogo David Graeber,  noticia confirmada por su pareja en la red social Twitter. Graeber no fue sólo uno de los mayores exponentes del hasta entonces poco conocido concepto de  ‘Antropología Anarquista’, una rara avis en el mundo de las Ciencias Sociales. También fue un activista infatigable que, entre otros movimientos, apoyó el ya célebre Occupy Wall Street del que se cumplirán 9 años el próximo día 17 de septiembre. Dicho activismo, según varios colegas, haría a Graeber  víctima de una ‘Caza de Brujas Académica’. A esto pareció responder su cese en el departamento de Antropología de la prestigiosa Universidad de Yale en 2005. En palabras del propio Graeber, su apoyo a GESO, la unión de estudiantes graduados de Yale, puede haber sido la causa de que su contrato no fuera renovado. Hasta su deceso, fue profesor en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres. Su pérdida, deja como herencia su famosa frase “que el 99% restante, ocupe nuestro lugar”.  

Conversación sobre la Historia se suma al homenaje de la mejor manera posible: difundiendo una de sus obras  (según licencia Creative Commons) “Fragmentos de antropología  anarquista”. Este pequeño libro, publicado en 2004  (traducido en 2011) nos hace recordar inevitablemente  otro similar de James C. Scott (1936) : “Elogio del anarquismo”, publicado por Crítica en 2013. En la contracubierta la editorial acudía a la opinión de David Graeber quien realzaba al autor como “uno de los mayores pensadores políticos de nuestro tiempo”. Scott recuperaba la rica tradición del pensamiento anarquista para aplicarla a uno de los mayores problemas de nuestro tiempo: la angustia de vivir agobiados entre el excesivo peso del estado y el desencanto con la revolución:

“Si en el Antiguo Régimen había reinado la desigualdad mantenida por medio de la brutalidad, la lectura que podía hacerse del historial de las revoluciones era igual de desalentadora. Las aspiraciones populares que brindaron la energía y el valor para la victoria de la revolución fueron, se miren desde donde se miren, casi inevitablemente traicionadas”.

Scott no dejaba de hacer un repaso autocrítico a la década de 1960 “el punto álgido de lo que podríamos describir como un idilio con las guerras campesinas de liberación nacional”:

“Caí en la cuenta, aunque con un cierto retraso, de que casi todas las grandes revoluciones victoriosas habían terminado creando un estado más poderoso que el que habían derrocado, un estado que, a su vez, podía extraerle más recursos, y ejercer un mayor control sobre la población a la que suponía que tenía que servir, y servir a la población”

 Muchos puntos en común unen a los dos antropólogos, si bien la experiencia vital era obviamente distinta, pues  Graeber nació al inicio de los “felices sesenta”, y su investigación no era la de las sociedades campesinas y sus armas de resistencia. Son visiones complementarias. El problema no está  en imaginar mundos mejores, confiesa Graeber, sino en confundir  sueños con certidumbres científicas como ocurrió con los estalinistas y su  consiguiente  derecho de imponer sus visiones a través de una maquinaria de violencia.  Todas las formas de violencia sistémica, continua el autor,  son (entre otras cosas) asaltos al papel de la imaginación como principio político, y la única vía para empezar a pensar en la eliminación de la violencia sistémica es reconocer esto. Ya no es el momento de fabricar una vanguardia revolucionaria, sino,  a traves de la etnografía (esa es su propuesta de antropólogo),  «observar a aquellos que están creando alternativas viables, intentar anticipar cuáles pueden ser las enormes implicaciones de lo que (ya) se está haciendo, y devolver esas ideas no como prescripciones, sino como contribuciones, posibilidades, como regalos». (p. 18).

El libro que publicamos ofrece  el análisis y deriva de algunas utopías, las fuentes intelectuales del anarquismo, las diferencias con el marxismo  …  y su intención de  “reanalizar el Estado como relación entre una utopía imaginaria y una realidad compleja que involucra estrategias de fuga y evasión, élites depredadoras y una mecánica de regulación y control” (p. 55).

Finalmente, no hace falta llamar la atención  sobre la importancia de estas  miradas de la antropología, social o  económica, para la historia del anarquismo español, despachado a menudo con diversos sambenitos que parecerían confirmar las actuaciones de los ministros de Gobernación, desde la Mano Negra  a Casas Viejas.

En esta publicación se puede descargar el libro  mediante visualización directa o  en PDF. Previamente se presenta un breve artículo de uno de sus traductores que ayuda a comprender las principales aportaciones de Graeber  y su compromiso;  «Graeber demuestra que el discurso antiburocrático que se hace desde ciertos sectores ultraliberales no es sino una cortina de humo que oculta una burocracia cada vez mayor y en la que lo público y lo privado se confunden cada vez con mayor frecuencia».

El 12 de septiembre The New York Review of Books publicó esta reseña de varios autores:

David Graeber (1961–2020), the radical anthropologist and author known for his work on debt and “bullshit jobs,” movement politics and direct action, died on September 2 at fifty-nine. His friend Astra Taylor, documentary filmmaker, writer, and political organizer, orchestrated a collection of tributes to Graeber by friends, colleagues, and comrades, which we published on the Daily over the course of the last week.

Conversación sobre la Historia


 

Joan Andreanó-Weyland 

Hace exactamente ocho años se publicó el primer libro de David Graeber que traduje. Se trata de En deuda: una historia alternativa de la economía (Ariel, 2012). En aquella época yo era un traductor notablemente menos experimentado en ensayo, y sobre todo en ensayos políticos, económicos y antropológicos. Traducir la obra magna de Graeber me resultó un desafío. Todavía no sé si estuve a la altura.

El libro de Graeber es un tratado exhaustivo de la historia del dinero y de la deuda (que son una misma cosa) a lo largo de las distintas etapas de la humanidad: desde los primeros asentamientos entre los ríos Tigris y Éufrates hasta el actual capitalismo postindustrial, pasando por los grandes imperios de la era axial, la Edad Media, el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Industrial, y todo ello no centrado exclusivamente en Occidente, sino en coordenadas mucho más globales. Esto, así como la relación (íntima, a ratos perversa) entre economía y moral ocupan una parte importante de la obra.

Graeber desmontó la falacia del trueque como sistema preponderante antes de la invención del dinero físico, y con la misma facilidad atacó la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Era su particular modo de devolver al tejado neoliberal la pelota de la acusación de “idealismo” que se solía lanzar hacia, en general, todos los movimientos de izquierdas o alterglobalistas.

Graeber ofrecía una solución al problema asfixiante de la deuda: una “limpieza de pizarra”, algo similar a la anulación de todas las deudas personales que tenía lugar en el Israel de tiempos bíblicos cada siete años. En este jubileo, pues, se levantaban las servidumbres en las que familias enteras incurrían por no poder hacer frente a sus obligaciones.

Recuerdo con claridad dos momentos de epifanía traduciendo el libro: el primero, la noción de que toda deuda económica no es sino una obligación moral, cuantificada. Una vez se comprende en toda su magnitud este hecho, la perspectiva entera de los conceptos de préstamo, interés y deuda queda irremediablemente trastocada.

David Graeber en Ámsterdam en 2015 (foto: Guido Van Nispen)

El segundo momento es algo más personal.

No es casual, creo, que mi editor me encargara la traducción de Graeber. Yo había hecho, tonto de mí, alarde de mi condición de ácrata varias veces. Sin saber muy bien, todo sea dicho, qué significaba realmente ser ácrata, o anarquista, como se prefiera. Era, en realidad, libertario de un modo amplio, vago, poco definido. Y traducir a Graeber me obligó a enfrentarme a mi falta de conocimientos teóricos al respecto. Y a adquirirlos. Y a meditar seriamente si es posible o no (spoiler: no, no es posible) ser anarquista realmente en una sociedad capitalista como la actual. Y solo entonces comprendí por qué a Graeber no le gustaba que lo llamaran “el antropólogo anarquista”: porque el anarquismo se hace, no es.

Esta es la constante con respecto a traducir a Graeber: aprender. Aprender muchísimo. Aprender no solo acerca de los temas traducidos (y Graeber ofrecía toda una panorámica de la experiencia humana: tuve que enfrentarme a problemáticas tan dispares como las medidas de áridos de la antigüedad o los sistemas de microcrédito personal de tribus mozambiqueñas) sino también del oficio de traducir. Graeber, en esencia, me hizo mejorar en mi oficio, pero también en mis convicciones morales y políticas.

Mi segunda tanda traduciendo a Graeber llegó con su colección de ensayos La utopía de las normas (Ariel, 2015). Y aquí conocí a un Graeber más ágil y divertido, menos académico, pero con la carga de profundidad que lo caracterizaba.

Y, como anteriormente, me hizo enfrentarme a conceptos que tomaba por certezas, y darlos por finiquitados como tales. Me vi sumergido, por ejemplo, en una vibrante crítica de la burocracia… desde la izquierda. Y, en el camino, tuve que admitir que la burocracia no es una cualidad meramente estatal, sino que se ha extendido hasta formar parte de nuestra esencia misma: nos hemos convertido, gracias al advenimiento de la informática, en burócratas de nuestras vidas. Dedicamos más tiempo (tanto en nuestra esfera laboral como en la personal) a gestionar papeleo que a labores realmente creativas.

Graeber demuestra que esto no es un efecto, como se articulaba desde las gradas de la derecha, de la intervención estatal, sino una Ley de Hierro del liberalismo, que él enuncia más o menos así: “Cualquier reforma del mercado, cualquier iniciativa del gobierno destinada a reducir los trámites y promover las fuerzas de mercado tendrá como efecto final el aumento del número total de regulaciones, el incremento del papeleo y del número total de burócratas que el gobierno emplea”. Graeber demuestra que el discurso antiburocrático que se hace desde ciertos sectores ultraliberales no es sino una cortina de humo que oculta una burocracia cada vez mayor y en la que lo público y lo privado se confunden cada vez con mayor frecuencia.

La noticia del deceso de Graeber, no lo oculto, me ha pillado a traspié. Pero no es nuevo en la relación que he tenido con él: a lo largo de los años y de las traducciones, David Graeber tomó casi todas mis certezas y les dio la vuelta, me cogió de la muñeca, me señaló sus fallos y (eso es lo que hacen los buenos maestros) me dejó que pensara en la solución. Si a mí, que solo soy un humilde traductor, me enseñó tanto, no puedo sino estar agradecido por las numerosas incertidumbres que ha dejado sembradas para todos nosotros.

Fuente: «Traducir a Graeber», CTXT, 3 de septiembre de 2020.

Portada: David Graeber durante su época docente en Yale

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

David Graeber
Fragmentos de antropología anarquista
Maquetación: Virus editorial
Cubierta: Seisdedos García y Silvio García-Aguirre López-Gay
Traducción del inglés: Ambar Sewell
Primera edición en castellano: abril de 2011
Lallevir SL / VIRUS editorial
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T. / Fax: 93 441 38 14
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Tel.: 94 416 75 18
Fax.: 94 415 32 98
C/e.: luna@imprentaluna.es
ISBN-13: 978-84-92559-22-0


 

Graeber David. Fragmentos de antropología anarquista-1

Descargar Fragmentos de antropología anarquista de Graeber David. PDF

 

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