Jesús Izquierdo Martín
Universidad Autónoma de Madrid. Codirector del programa de radio Contratiempo. Historia y Memoria (Radio Círculo de Bellas Artes)

 

Dicen que la distancia es el olvido; también cuentan que la memoria es irrupción del pasado en el presente, o que la historia convoca el pretérito desde la actualidad. Ahora bien, los enunciados nunca son del todo veraces porque existe la posibilidad de darles otra vida –otro significado- en las interpretaciones que de ellos hacemos. No toda distancia implica extravío. Por su parte, dado que recordamos, intentamos luego construir relatos históricos que den sentido a lo evocado. Finalmente, a menudo la historia crea condiciones para construir memoria, intencionalmente, con alevosía, fijando acontecimientos y significados de manera tan realista y relevante que pareciera que los hubiéramos vivido como experiencias propias, aunque solo sean producto de las descripciones del historiador, el periodista, el hacedor de artefactos culturales.

Este momento que nos ha tocado vivir, tan extraño, tan ajeno a nuestra cotidianidad, será recordado de diversas formas. Habitamos un mundo plural y, por lo tanto, los sentidos de la evocación serán diversos. Ahora bien, seguramente surgirá un relato hegemónico que se ancle en nuestro inconsciente como si lo narrado fuera simplemente lo vivido. Habrá disputas entre recuerdos, pero habrá una memoria de lo acontecido que se establezca como natural reminiscencia dentro de un relato histórico que module el sentido de la nueva normalidad.

Beirut en cuarentena, el 27 de abril (foto: Joseph Eid/AFP)

Ya se está construyendo un relato casi redentor en el que se destaca una víctima, la víctima del coronavirus, una víctima que merece todo nuestro respeto, pero que se va elevando, poco a poco, para dejarnos ver, en el fondo del abismo, un victimario ajeno al propio virus: un gobierno de coalición regido por la ineficacia, conspirativo y criminal. Es un relato que, sin estar todavía cerrado, resuena algunas tardes en el fragor de cacerolas ya abolladas por su recurrente golpeteo. Golpean a la espera de una normalidad vengativa que haga justicia –su justicia-  contra la “irresponsabilidad de los responsables”, sin cavilar, ni siquiera un instante, sobre la imprudencia que comparte toda una cultura, la occidental; sin recapacitar sobre la vanidad de quienes se consideraban al margen de lo que podía iniciarse más allá de sus fronteras “orientales”, de los bárbaros del este. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Y ese relato de recuerdo selectivo señalará, con denodada puntualidad, la intolerable ausencia de sepelios dignos para los muertos del Covid-19, mientras que otras víctimas continúan en el limbo del olvido, sin duelo, como espectros que no alcanzan la muerte definitiva. Nuestra memoria está habituada. Una memoria que ensalzó a unas víctimas hasta la saciedad, las de ETA, mientras negaba el mismo derecho al duelo y a la dignidad de aquellos que fueron inhumados en las cunetas. Con un tiro de gracia.

Otra versión de este recordar tenderá a asumir este presente nuestro como prólogo necesario para una normalización que algunos anticipan como novedosa. Y la cuestión crucial es si esa normalización será o no tan nueva. A tenor de lo ocurrido tras la gran estafa de 2008, lo más probable es que la novedad termine en algo mucho menos insólito. Recordemos:  aquella usurpación se redujo finalmente a una crisis que no tenía nombres ni apellidos; ocurrió y, sin autoría personal, nuestro recuerdo eliminó toda noción de desfalco contra una gran mayoría de ciudadanos. Con esa memoria enraizada, volvimos a consumir y a depredar sin que apenas nos afectaran las iniciativas que habíamos previsto en las plazas donde dimos rienda suelta a nuestra imaginación y a nuestras utopías. Si las experiencias determinan nuestras expectativas, la similitud entre el pasado-presente y el futuro próximo parece ya modulada.

Foto: albertbliss.com

Humildemente, deberíamos hacernos cargo de nuestro recuerdo; evocar a partir de nuestras propias experiencias personales y colectivas. No hacer dejación. Que no recuerden para nosotros quienes siempre lo hicieron en nuestro nombre: profesionales de la historia, gestores de medios de comunicación o partidos políticos. Va siendo hora de que nos encarguemos de lo vivido con ánimo cívico y colectivo. No para crear víctimas que requieren venganza ni héroes –los sanitarios- que no pretenden convertirse en tales, sino para lograr, desde el pasado experimentado, la expectativa de un mundo más justo y solidario. Se trata de evocar lo que nos pasó y pasa, pero asimismo lo que a los demás les ocurrió y ocurre, a los más vulnerables, a quienes solemos enmarcar en el espacio de vidas que no merecen ser vividas.

Vendrán los que pretendan adueñarse del futuro con un relato sobre los despropósitos del pasado y deseen auparse como salvadores patrios, como conocedores retroactivos de profecías cumplidas. Acudirán al concurso del recuerdo los que, protegidos con nuestra supuesta ingenuidad, nos repetirán que “nada será como antes”, para que luego la nueva normalidad no sea tan nueva y volvamos a mirar a otro lado mientras nuestros servicios sociales continúan degradándose. Por eso, habrá que estar alerta, al tanto de nuestras memorias, para que el futuro sea nuestro, para que la normalidad no sea su normalidad. Para que sea la nuestra. Ojalá.

Portada: una paciente de COVID-19 recibe la visita de su hijo en una casa de retiro de Bélgica, el pasado 29 de abril (foto: John Thys/AFP).
Imágenes: Conversación sobre la Historia
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1 COMENTARIO

  1. Las consecuencias de esta experiencia dirá mucho de nosotros como país. Demostrará si sabemos aprender en medio de la incertidumbre y el temor o si, por el contrario, nos rendimos a las falsas certezas que prometen soluciones sencillas a los problemas difíciles. La memoria debería ser la guía que oriente el camino a seguir; sin embargo, al parecer, se trata de una capacidad muy frágil, que distorsiona con facilidad los recuerdos. Ojalá sean mayoría quienes no olviden las alternativas que ofrecen unos y otros ante la situación que estamos viviendo.

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