Noticia de libros

Raquel Sánchez
Universidad Complutense de Madrid

 

La humanidad tiene el derecho a tu trabajo y el deber de remunerártelo. El estudio, la carrera, el oficio, compatible con tus pudores, son tuyos, exclusivamente tuyos. Tu defensa no es tu debilidad, ni tu impudicia es tu inteligencia. El amor sexual no es tu único destino, antes de ser hija, esposa y madre, eres criatura racional, y a tu alcance está lo mismo criar hijos que educar pueblos. ¡Alza, pues, tu frente y mira el horizonte ilimitado de tu actividad de ser pensante! Tu misión es paralela a la del hombre. Entre los dos tenéis que mejorar la especie, y tan necesario es que tu cerebro piense como que sienta el corazón masculino. La vida es una repartida entre los dos sexos
Rosario de Acuña, “A las mujeres del siglo XIX”,
Las Dominicales del Librepensamiento
(10 de diciembre de 1887)

Introducción

Las palabras de Rosario de Acuña que acabamos de leer son una llamada a las mujeres del siglo XIX, una llamada a sobrepasar los límites legales y sociales de su tiempo. Su mensaje no debe ocultarnos una realidad latente: las mujeres de aquella época ya habían comenzado un proceso de visibilización activa en el espacio público a través de sus actividades políticas, profesionales y artísticas. Ciertamente, no es algo que podamos atribuir a todas las mujeres, ni siquiera a la mayoría. Sin embargo, un análisis general, como el que presenta este libro, nos muestra la energía desplegada por las mujeres del siglo XIX en distintos ámbitos, lo que explica que la “cuestión femenina” se convirtiese en uno de los temas más debatidos del fin de siglo. Una mirada atenta nos ofrece situaciones muy plurales en las que encontramos tanto trayectorias que superaron el papel femenino asignado a las mujeres en este contexto, como otras que, sin romper con el discurso hegemónico, lo compaginaron con actividades que, en última instancia y a largo plazo, contribuyeron a normalizar la presencia de la mujer en espacios tradicionalmente masculinos.

Teresa de Acosta (Granada, 1777-1851)

Este libro pretende dar a conocer esas trayectorias con el objeto de evidenciar tres realidades: el papel activo de las mujeres en la toma de decisiones acerca de su futuro (frente a la pasividad del “ángel del hogar” como metáfora de la feminidad normativa); las distintas estrategias empleadas para ello, pues si hay algo que define este proceso es la pluralidad de experiencias; y la ficción que supone la estricta separación entre los espacios privado y público por lo que respecta al trabajo y al ejercicio de la política por parte de las mujeres. Se propone un acercamiento a esta cuestión a través de dos grandes ejes: la politización y la profesionalización. Los dos primeros capítulos analizan la participación femenina en las grandes cuestiones políticas del siglo, cómo compartieron con los hombres luchas y batallas y de qué forma fueron interiorizando tanto las ideas como las prácticas reivindicativas. Los cimientos políticos con los que el liberalismo decimonónico construyó tanto las instituciones del Estado como la narrativa que lo justificaba habían dejado de lado a la mitad de la sociedad, que quedaba bajo la tutela del varón más próximo a ella: marido, padre, tutor, etc. Las mujeres quedaban equiparadas, desde un punto de vista legal y político, a la infancia. Sin embargo, fue el propio discurso liberal el que abrió las puertas a las demandas femeninas. La práctica política por parte de los varones y su propia experiencia a lo largo del siglo sirvieron de espejo para las mujeres, que utilizaron las plataformas y los mecanismos del sistema político liberal para participar en reivindicaciones compartidas o, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo, a demandar sus propios derechos. Desde distintas cosmovisiones, conservadoras o progresistas, católicas o ateas, las mujeres se fueron incorporando a los debates políticos desde la periferia. No podían ejercer el derecho de sufragio, pero sí implicarse en aquellas campañas que, en función de sus creencias políticas o religiosas, pudieran ser importantes para ellas. Es decir, las mujeres no participaron desde las instituciones de la política formal (Gobierno, Congreso y Senado), sino desde la calle, el hogar, la iglesia, el taller, las logias masónicas, la prensa, etc.   

Muller fotografiada. Museo de Pontevedra

La profesionalización de las mujeres constituye la otra base de este libro. El análisis del acceso de las mujeres al mundo del trabajo especializado resulta sorprendente, pues son muchos los escenarios en los que encontramos mujeres implicadas en actividades profesionales especializadas. No siempre se tomó esta alternativa vital por razones militantes, sino que, en la mayoría de las ocasiones fueron la necesidad económica, la vocación, la tradición familiar o la aparición de nuevas oportunidades en el mercado lo que motivó a las mujeres a desempeñar otras ocupaciones, más allá del trabajo en el hogar. Como en historia las compartimentaciones temporales son meras convenciones, hay que señalar que algunas de estas actividades laborales ya eran, en siglos anteriores, realizadas por mujeres. La novedad del siglo XIX viene de la mano de las posibilidades aparecidas para la profesionalización de algunas actividades con la derogación de la legislación restrictiva del Antiguo Régimen (como el sistema gremial), en particular las más especializadas, las que requerían una formación o un nivel cultural medio o elevado. En definitiva, y en líneas generales, las desempeñadas por mujeres de clase burguesa. Es esta una tendencia común al resto de Europa (Clark, 2008). La mujer de clase baja, por su parte, siempre ha trabajado, en casa y fuera de ella, desarrollando labores mal remuneradas y poco creativas. Para ella el trabajo no podía constituir un camino hacia la realización personal, lo que no quiere decir que su incorporación al mundo laboral no fuera, dentro de sus posibilidades, una forma de disponer de cierta autonomía económica, lo que le otorgaba una capacidad de negociación en su entorno social y familiar de la que carecía la mujer que dependía económicamente de su marido o de su padre. Evidentemente, estas afirmaciones necesitan muchos matices y la variedad de situaciones fue enorme, por lo que remito a la bibliografía final. Las grandes ausentes de este libro son, por tanto, las trabajadoras de clase baja, que realizaron labores poco prestigiadas en lo social, pero muy importantes en lo económico (Arbaiza, 2002; Del Amo, 2010). Sin las doncellas, criadas, lavanderas, cocineras y tantas otras trabajadoras manuales, las mujeres dedicadas al periodismo, a los negocios o al arte no hubieran dispuesto del tiempo necesario para centrarse en sus ocupaciones.

Este libro no habría visto la luz sin las aportaciones realizadas por los especialistas que llevan muchos años trabajando sobre estas cuestiones. Tampoco sin las conversaciones con amigos, compañeros y familiares sobre un tema que aun hoy genera interesantes debates. A todos ellos, gracias. A las mujeres y a los hombres del pasado que sirvieron de ejemplo y modelo, gracias también.

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2 COMENTARIOS

  1. Me ha agradado y mucho la dedicatoria dedicada a las mujeres de su tiempo, escrita por Rosario de Acuña, al comienzo de esta nota. Pero no la he pecibido en mi fuero íntimo como sí la misma hubiera sido escrita en las postrimerías del Siglo XIX, sino como sí se tratara de una prosa redactada por una mujer de nuestro tiempo.

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