M. Engracia Martín Valdunciel
Universidad de Zaragoza

Resumen:

“Las mujeres abolicionistas estamos poniendo el mundo del revés”, constataba Angelina Grimké en su diario el 25 febrero de 1838, una de las mujeres más conocidas por su actividad política abolicionista en los EEUU. Junto a su hermana, Sara M. Grimké, pasaron a la historia como rebeldes frente al esclavismo y al patriarcado. En los años 60 del siglo XX la escritora Gerda Lerner se interesó por la vida de las rebeldes abordando una relevante pesquisa historiográfica —recientemente traducida al castellano— que marcará el inicio de su actividad como historiadora. Su trabajo puso de manifiesto que, como tantas mujeres anónimas en el siglo XIX, las hermanas Grimké contribuyeron a socavar los cimientos del racismo y el sexismo. La obra de la historiadora de origen austríaco continúa siendo un poderoso referente para la historiografía feminista.

 

Introducción. La autora y su obra

 Lerner[1] (Viena, 1920 – Madison, EEUU, 2013) se doctoró en 1966 con una tesis titulada: The Grimké Sisters from South Carolina, rebels against slavery cuyo objeto de análisis fueron las dos mujeres citadas. Para la investigadora, las poco dóciles Grimké, mujeres de “fuerte carácter”, supusieron un objeto de interés por su heroica peripecia vital pero también por su claridad de ideas, por su proceso de reflexión-acción en la sociedad en la que les tocó vivir.  La investigadora se preguntaba por qué y cómo surge la rebeldía en mujeres insertas en sistemas de poder (el patriarcal, el racista, el de clase…) que funcionaban, y funcionan, de forma tan eficaz. A pesar de las múltiples trabas, optaron por cuestionar el statu quo y remover los cánones sociales que las oprimían por el hecho de ser mujeres. Como otras muchas, “pusieron el mundo —su mundo— del revés”, al constituirse en sujeto político y defender en la esfera pública la igualdad de los seres humanos, abriendo así nuevas vías de liberación para el conjunto social. Gerda Lerner, conocedora y seguidora de estudios de reconocidas autoras que le precedieron[2], emprendió un proyecto en la misma línea de trabajo para recuperar las experiencias de mujeres obviadas en el relato histórico convencional. En su investigación, la historiadora arrojó luz sobre el protagonismo de colectivos femeninos en movimientos sociales del siglo XIX y contribuyó a poner los cimientos de la Historia de las mujeres[3] en los EEUU.  

Una vez finalizada, la tesis doctoral de Lerner sobre las precursoras antiesclavistas tuvo escasa difusión. Sin embargo, a partir de la primera edición en rústica (Schocken Books, 1971) su suerte cambió debido al creciente interés por el conocimiento del pasado de las mujeres, unas expectativas que el potente movimiento feminista abrió en los EEUU en los años 70.  Fenómeno que se extendería también por el mundo occidental y que no ha cesado de crecer. De ahí, la importancia de la reciente, aunque indudablemente tardía, traducción al castellano de dicha investigación sobre la genealogía feminista en los EEUU: Las hermanas Grimké, antiesclavistas y feministas, Katakrak, 2022.  Efectivamente, haciendo justicia al título elegido por la autora, la correcta traducción recoge la idea de forma sucinta al adjetivar en subtítulo a Sarah y Angelina como pioneras de los movimientos contra la esclavitud y a favor de los derechos de las mujeres. Dos luchas que se encuentran muy unidas, como la obra pone de manifiesto.  Este estudio es el tercero que Katakrak traduce de la investigadora de origen austríaco tras La creación del patriarcado, 2017 (Ed. original de 1985) y La creación de la conciencia feminista, desde la Edad Media hasta 1870, 2019 (Ed. original de 1993).

La edición de Katakrak incluye una introducción a cargo de la autora en la que reflexiona sobre el siempre interesante proceso de gestación de su tesis así como de la andadura exitosa de su libro, ya que la biografía de las Grimké forma parte desde hace décadas de la bibliografía académica sobre historia de las mujeres en los EEUU. La obra se compone de 19 capítulos y dos anexos; el primero recoge discursos de Angelina Grimké y el segundo manuscrito de Sarah Grimké. Desafortunadamente, la editorial ha prescindido en la obra impresa de índices temáticos y onomásticos —tan necesarios para facilitar la consulta ágil y otros análisis sobre el documento— y del corpus bibliográfico, imprescindible para estudiosos y estudiosas e interesante para cualquier lector. Bien es cierto que se han mantenido las notas ubicándolas a pie de página, pero su existencia no debería eximir de la integración de índices y fuentes en el libro.

Para contextualizar la investigación de Lerner habría que recordar que los abordajes histórico-biográficos, las semblanzas de mujeres singulares, como la que llevó a cabo la investigadora[4] formaron parte de los primeros tanteos de la Historia de las mujeres ya que intentaban recuperar aquellas “que no pertenecían a los modos conocidos de sumisión y de dominación” (Morant, 1995: 39) poniendo de manifiesto su presencia en espacios sociales estudiados por la historiografía en un intento de historia que se conoce como “compensatoria”. Sin embargo, el objeto de estudio elegido y el enfoque de las dos biografiadas le permitió a Lerner retar la historia convencional que no cuestionaba la construcción social y cultural de la inferioridad de las mujeres; es decir, supuso, como señala Morant (1995:43): «salir de las evidencias sobre los roles sexuales, mostrar su historicidad y analizar los caminos del conflicto y del cambio”. Obviamente, para la historiografía feminista que se estaba iniciando, el objetivo se cifraba en que esa “historia de mujeres” se orientara estableciendo el carácter relacional de los sexos, considerando las diferencias como hechos sociales. Nuevos abordajes que deberían tener efectos sobre el modo de hacer de los y las profesionales de la disciplina y sobre la historia en general:  la “Historia de las mujeres” no debería quedarse en un “aparte” sino formando parte de la historia.

El estudio que Lerner emprendió podría adscribirse así a las orientaciones de la historia social, antropológica o cultural, iniciales tentativas en la historia de las mujeres, como una forma de rescatar del olvido y el silencio las vivencias y aportaciones de la otra mitad de la humanidad al proceso histórico. Unas experiencias que, en general, habían tenido lugar fuera de la esfera pública —debido al tradicional reparto de roles y espacios en el sistema patriarcal— y por tanto, invisibles a la mirada y los valores masculinos que orientaban el relato científico-histórico.  Lerner formó parte del incipiente empeño de las historiadoras que “debía producir visibilidades nuevas y devolver las mujeres a la historia, pero ello sólo parecía posible si se restituía la historia a las mujeres, a sus preguntas y a sus puntos de vista” (Morant, 1995: 41). De hecho, la historiadora proseguiría con ese plan en investigaciones posteriores seleccionando objetos de estudio y abordajes históricos en función de perspectivas y valores nada convencionales (Lerner, 1972; Lerner, 1977).

Gerda Lerner (foto: https://www.womenneedtoclimbmountains.com/)
1.- La doma de las mujeres, la resistencia de las mujeres

 Sarah Moore Grimké (1792-1873)  y Angelina Emily Grimké (1805-1879) nacieron en Charleston, Carolina del Sur, en el seno de una familia patricia de 13 hermanos con amplias propiedades y decenas de esclavos. Conocidas como abolicionistas y feministas, fueron, en sentido amplio, reformadoras sociales, humanistas cristianas. Ambas defendieron el pacifismo como forma de resolver los conflictos humanos, secundaron propuestas de vida comunitaria[5], siguieron proyectos de vida sencilla derivados de un relevante conocimiento e interpretación personal de la Biblia o fueron coherentes a la hora de defender la “producción libre” (una suerte de “comercio justo”) como alternativa a los productos procedentes de la explotación esclavista.

Careciendo de la posibilidad de acceso a una formación reglada, nuestras protagonistas partieron de su experiencia y de su propio sentido de la realidad (el bon sens que defendían las precursoras feministas) para comprender y situarse en el mundo. Experimentaron la violencia de una sociedad puritana en la que los mandatos religiosos y morales ordenaban la vida personal y social —especialmente, la de las mujeres—  sancionando la desigualdad entre los seres humanos. De sus vivencias —ellas invocaban a menudo su impotencia frente a la barbarie esclavista, especialmente, la de las mujeres[6] pero también de sus reflexiones, múltiples lecturas y autoformación surgirá el germen de un sentido elemental de justicia,  su “descontento feminista”, para comprender que la esclavitud era inaceptable,  porque dejaba a las personas “fuera de la humanidad”, y la necesidad de actuar en la esfera pública.

La autora dedica atención a analizar un contexto socio-político que permite comprender la situación de las mujeres a lo largo del siglo XIX —legalmente menores de edad a todos los efectos—  y calibrar su posterior evolución: entrevemos en su investigación el esfuerzo vital que supuso para las Grimké, a pesar de su estatus social, y de su “respetabilidad”, contravenir los mandatos sexuales y sociales. En un siglo, recordémoslo, caracterizado por la producción de una poderosa misoginia  (Puleo, 1993) y el desarrollo del mito de la complementariedad —léase, inferioridad de las mujeres—  de la mano de científicos, médicos, psicólogos, evolucionistas, pedagogos, etc. Sus iniciales intervenciones a favor de la abolición de la esclavitud  —primero en pequeños grupos de mujeres y, más tarde, en audiencias mixtas más amplias— significaron para Sarah y Angelina Grimké agrias polémicas, entre otras, con jefes de agrupaciones religiosas[7] y civiles que reclamaban su silencio, basándose en la tradición religiosa canónica.  Lo propio ocurrió en la Convención organizada por la Sociedad Antiesclavista británica y extranjera en Londres, en junio de 1840, en la que no se permitió hablar a las representantes abolicionistas y que propiciaría la trascendental Convención de Séneca Falls en 1848. Un acontecimiento revolucionario —liderado en buena parte por mujeres de trayectorias abolicionistas, como Lucrecia Mott o Elizabeth Cady Stanton— que transformó las conciencias y propició un movimiento imparable a favor de la dignidad de la mitad de la humanidad.

Fugitive Slave Law Convention en Cazenovia, New York, 21 a 22 de agosto de 1850; las hermanas Edmonson, Emily y Mary, ade pie con sombreros y chales, Frederick Douglass sentado a la izquierda, con Gerritt Smith de pie detrás de él. Se cree que la mujer sentada en el escritorio sería Theodosia Gilbert Chaplin. (foto: Caribbean National Weekly/Getty Images).

En un momento histórico que negaba, por tanto, la autonomía a las niñas, se muestra el proceso de socialización que restringía las vías de independencia de las mujeres —a cargo de la propia familia, la sociedad civil, las congregaciones religiosas, las tradiciones, las costumbres, los prejuicios….— Una auténtica doma, como mantendría Emilia Pardo Bazán, que negaba la capacidad y la ambición intelectual de las mujeres.  Las niñas de cierta clase recibían una instrucción en clave moral que hacía desprecio absoluto de sus capacidades o deseos: tenían que educarse para ser “damas” —adquirir “buenos modales”— mientras los niños podían elegir la profesión que deseasen. Por consiguiente, de forma más o menos explícita, uno de los ejes que permea el pensamiento de las hermanas —común a lo largo del feminismo desde Mary Wollstonecraft en su debate con el misógino Rousseau— es la exigencia de educación para las mujeres.  En este sentido, resultan de especial interés los pasajes dedicados al viaje al Norte que una joven Sarah emprende con un padre enfermo y el duro proceso que siguió en soledad hasta su muerte: supone toda una reflexión sobre la división sexual del trabajo. Las mujeres educadas en la moralidad, en el “ser para otros”, no sólo debían dedicarse al hogar, a la crianza y educación de las criaturas, sino asistir a pobres y enfermos o cuidar de los moribundos. A las lectoras actuales nos permiten comprender el potente calado del iter espiritual, vital y social que seguirá Sarah en su proceso de emancipación.

Sus posturas firmes a favor de la humanidad, la autonomía y la libertad de los esclavos, permitieron a las dos hermanas y a muchas otras mujeres ser conscientes de sus propias cadenas, de su estatus de subalternidad y por consiguiente de la necesidad de reivindicar su dignidad como seres humanos. Ello porque entendían que ambos colectivos, esclavos y mujeres, eran tratados de por vida como seres inferiores e intelectualmente incapaces; ni esclavos ni mujeres podían tomar la palabra en público; a ambos se les negaba la autonomía o el acceso a una formación intelectual o profesional[8]… La mujer, argumentaban las abolicionistas, no podía reivindicar la humanidad y la igualdad de los esclavos “cuando ella misma está a los pies del hombre y se la avergüenza para que permanezca en el silencio” (Lerner, 2023:227). Esta es la tesis de la historiadora: la andadura de las dos insumisas en favor de la humanidad de los esclavos se hará inseparable de la toma de conciencia de su propia situación y de la necesidad de reclamar su estatus de seres morales con responsabilidades cívicas;  la primera, el derecho a tomar la palabra. Así, «a través de la lucha por la liberación de los esclavos Sarah y Angelina Grimké encontraron la clave para lograr su propia liberación. Y eran muy conscientes de sus actos” (Lerner (2022:37).

Efectivamente, la defensa y el compromiso por la libertad de los esclavos llevaron a Angelina y Sarah a desarrollar una intensa actividad. Formaron parte de diferentes asociaciones —como la Sociedad de Mujeres Antiesclavistas de Filadelfia, en cuyas filas se encontraba también Lucrecia Mott— colaboraron con diversas agrupaciones Antiesclavistas, como la de Boston; establecieron relaciones con figuras relevantes de la época —como el editor William Lloyd Garrison, el reformista y antiesclavista Theodor Weld o muchas de las mujeres que se reunieron en Séneca Falls— impartieron múltiples conferencias, publicaron cartas, elaboraron estudios e informes, hicieron llamamientos a diferentes colectivos, mandaron escritos a la prensa, asistieron a convenciones, insistieron para que las mujeres secundaran peticiones abolicionistas al Congreso, fueron docentes en colegios libres, etc. Con tan enérgica actividad generaron un caudal documental del que se sirvió Lerner para hilvanar un apasionante relato en el que a menudo se percibe el palpito vital de las dos protagonistas. El seguimiento, a veces minucioso, de la vida de las dos insumisas  —en detrimento, quizá, de análisis contextuales políticos y sociales más amplios que pudieran permitir calibrar mejor el significado social y político de la actividad de las Grimké y de los grupos antiesclavistas y feministas de la época— no resta interés al conjunto de una exposición que ahonda en la producción intelectual de las sureñas y los conflictos personales y sociales a los que se enfrentaron. Las Grimké se convirtieron en precursoras que legitimaron la voz pública de las mujeres: allanaron el camino de la generación que reunió en Séneca Falls la indignación y las vindicaciones políticas de muchas mujeres, punto de arranque del potente movimiento sufragista[9] en los EEUU.

Comité ejecutivo de la Pennsylvania Anti-Slavery Society, c. 1851, incluidos (sentados de derecha a izquierda) James Mott, Lucretia Mott, y Robert Purvis (foto: Friends Historical Library, Swarthmore College)
2.- Esclavitud sexual y racial

El proceso metodológico y el uso de una gama variada de fuentes, le permiten a la historiadora componer una atractiva semblanza biográfica de dos mujeres en el contexto social, primero, del patriciado de Charleston y, más tarde, en los diferentes marcos sociales en que desarrollaron su intensa actividad política las dos hermanas, principalmente, en Estados de Nueva Inglaterra, donde llevarían adelante su compromiso. En ese escenario, resalta el protagonismo de la tradición y de las congregaciones religiosas — la actividad de diversos reformistas y la influencia de los “avivadores” del sentimiento religioso en la sociedad del XIX son asuntos recurrentes —.  Así, podemos percibir el peso social de diferentes corrientes: episcopalianos, presbiterianos y, especialmente, cuáqueros, La Sociedad de Amigos, en la que se insertaron durante buena parte de su vida las dos protagonistas.  En las comunidades cuáqueras Sarah y Angelina vivieron experiencias de relieve vital, como la posibilidad de compartir en cierta igualdad sus creencias, tomar la palabra o aprender de mujeres ministras de relieve, como Lucrecia Mott. Las Grimké vivieron también las tensiones que se produjeron dentro de las Sociedades de Amigos entre las tendencias ortodoxas —muy tibias frente al tema de la esclavitud o la participación de las mujeres en el espacio público—  y las más abiertas y críticas con la desigualdad social, como las hickistas (nombre derivado de uno de sus líderes, Elías Hicks) que apoyaban explícitamente las posturas antiesclavistas y defendían cierto estatus de igualdad de las mujeres a la hora de comparecer en el espacio público. En cualquier caso, aunque más igualitarias, las comunidades cuáqueras no dejaban de estar lastradas por una visión subalterna de las mujeres: éstas podían, efectivamente, tomar la palabra y expresarse o ser ministras pero siempre en situación jerárquica, inferior, con respecto a los hombres; así, por ejemplo, aunque impartía catequesis “la mujer no podía elaborar la disciplina por la que ella misma ha de regirse” (Lerner, 2023: 228).

Sin embargo, también empezaba a germinar en la sociedad el legado ideológico y político ilustrado. Los ideales de libertad, igualdad y justicia supusieron una crisis de legitimación del Antiguo Régimen y condujeron al cuestionamiento de la esclavitud sexual o racial.  Así, la emancipación de los esclavos en las colonias británicas, que había comenzado en 1833, influyó en el nacimiento de las Sociedades antiesclavistas en los EEUU, como la relevante Sociedad Antiesclavista Estadounidense de 1833.  Inicialmente hubo formaciones antiesclavistas específicas de mujeres[10], de acuerdo con la segregación sexual de la sociedad del XIX.  El libro se hace eco de las posturas encontradas entre defensores de las dos grandes tendencias sobre la esclavitud porque las dos protagonistas tuvieron que batallar ampliamente en favor de una de ellas. Por un lado, se encontraban los colonialistas, partidarios de la liberación gradual y posterior reasentamiento de los ex-esclavos en Africa (apoyaban el Plan de la Sociedad Estadounidense por la Colonización). De alguna forma, esta posición implicaba un neto prejuicio racial: blancos y negros no podían convivir en el mismo espacio. Por otra, se encontraba la postura abolicionista que defendía una emancipación inmediata, opción por la que se decantaron las Grimké. Los y las inmediatistas entendían que blancos y negros podían vivir en un mismo país, esto es, deberían ser compatriotas, lo que suponía, de facto, reconocer la humanidad y la igualdad de todos los seres humanos. En este contexto de tradición y cambio, ambas hermanas cuestionaron la esclavitud desde perspectivas que aunaban la matriz religiosa —que alimentaba un humanismo igualitario  — y la racionalidad moderna en defensa del derecho natural de todos los seres humanos a la libertad. En su andadura, incluirían también a la otra mitad de la humanidad.

De la enorme producción escrita de las hermanas, cabría destacar su aportación a los derechos de las mujeres, como: Cartas sobre la igualdad de los sexos (1838) de Sarah Grimké, publicadas diez años antes de la Convención de Séneca Falls, que tuvieron una gran difusión e influencia en su momento como, por ejemplo, en la redacción de la Declaración de Sentimientos (Lerner, 1998); no obstante, como ha ocurrido con la producción intelectual o artística de muchas mujeres, cayeron en el olvido hasta bien entrado el siglo XX.  Su reflexión intelectual, señala Lerner, fue por delante de su generación, incluso de su siglo: la autora tuvo en cuenta la clase y la raza como ejes de poder y vinculó la subordinación de las mujeres a la falta de educación y a la opresión sexual (Lerner, 2022:396). Angelina, por su parte, redactó, entre otros textos, una serie de artículos que se recopilaron y publicaron como: Cartas a Catherine Beecher (1838).  En ellas, Angelina consiguió conjugar los análisis religiosos con los sociales a la hora de abordar la inferioridad de las mujeres como grupo: defendió su estatus de ciudadanas y su responsabilidad civil; pero, además, la abolicionista, avanzó temas clave para el feminismo, como la violación de derechos humanos de las mujeres y la usurpación de poder y explotación por parte de los hombres. Escritos que, en conjunto, les valieron a las Grimké una censura radical, la enemistad de la Sociedad de Amigos de Filadelfia, las críticas de grupos antiesclavistas o la animadversión de su ciudad natal (que ambas hermanas no volvieron a pisar bajo amenaza de prisión).

Además de crear su propios textos, ambas colaboraron activamente en diferentes proyectos, entre ellos, una obra de amplio eco en la época y referente sobre la esclavitud: Slavery As It Is: Testimony of a Thousand Witnesses (1839), un texto que perseguía constituirse en arma contra el racismo: “el resultado fue una denuncia demoledora del sistema esclavista, una exposición de horrores y atrocidades que se convirtió en modelo de “listas negras” documentales de diversa índole” (Lerner, 2023:287). Coordinado por el reformista Theodore Weld, las dos hermanas se comprometieron a fondo con el libro, bien documentando y recopilando fuentes, bien ofreciendo testimonios como testigos directos de la violencia esclavista.

No obstante, al igual que ocurriría a lo largo del siglo XX hasta la actualidad, la participación de las mujeres en distintos movimientos emancipadores del XIX no se vería correspondida. La defensa de los derechos de la mitad de la humanidad relativos a su dignidad y autonomía no se encontraban entre las prioridades de liberales, socialistas, comunistas o anarquistas. Efectivamente, la causa de las mujeres también fue postergada en el marco del vigoroso movimiento antiesclavista de los EEUU, como señala Lerner:

Para Weld [líder reformista y abolicionista] igual que para la mayoría de los dirigentes de la Sociedad Antiesclavista Estadounidense, la cuestión de los derechos de la mujer era una amenaza para la concentración del movimiento reformista en la causa contra la esclavitud. Lo consideraba….un asunto secundario (Lerner, 2022:225).

Ciertamente, a  lo largo del siglo XIX trayectorias de mujeres como las Grimké estaban “poniendo el mundo del revés”,  agrietando viejas estructuras y jerarquías de las que la prensa se hacía eco pero sin ofrecer una atinada visión de la realidad. Las abolicionistas fueron consideradas o bien heroínas  —para unos pocos—  o bien excéntricas, solteronas amargadas, frustradas y ridiculizables — para la generalidad—.  La dificultad radicaba para la gran mayoría, deudora de tradicionales imaginarios misóginos,  en concebir la humanidad, la dignidad o la capacidad intelectual de las mujeres. Por tanto, resultaba inadmisible y repudiable su presencia en el espacio público e incomprensible su compromiso ético y político.  Sobre Sarah y Angelina cayó un doble anatema: por una parte, desde la sociedad conservadora y racista;  por otro, desde diferentes iglesias y  Asociaciones antiesclavistas que entendían que la cuestión femenina podría dividir al movimiento y hacer peligrar la lucha abolicionista. Esa ceguera implicó la negación y la invisibilidad del protagonismo de las mujeres en diferentes movimientos sociales a lo largo del siglo, incluyendo el feminista.

Las luchas de las antiesclavistas tuvieron sus frutos con la abolición de la esclavitud y el derecho al voto de los hombres negros en los EEUU —sancionados por las Enmiendas XIV y XV, de 1865 y 1870 respectivamente. Por su parte, las mujeres no consiguieron el derecho al sufragio en los EEUU hasta 1920 (XIX Enmienda)—.  Se abrió entonces una sociedad segregacionista, un apartheid para todas las personas que no fueran blancas. Se conquistaron derechos, pero se abrieron nuevos frentes de lucha. Faltaban décadas para que hitos y acontecimientos decisivos desencadenaran nuevas batallas, entre ellos, el gesto de Rosa Parks —cuando desafió el racismo estadounidense al sentarse en una zona de blancos en un autobús de Montgomery en 1955— o la marcha sobre Washington de 1963 en la que Martin Luther King habló para miles de personas. Por otro lado, La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan puso sobre la mesa el malestar de muchas mujeres por la obligada vuelta a casa tras el paréntesis de la II Guerra Mundial y encauzó una nueva ola feminista en los EEUU y en el resto del mundo.

Lista de firmas de la «Declaración de Sentimientos» de Seneca Falls, 1848 (Wikimedia Commons)
3.- A modo de conclusión: necesidad de la genealogía.

 Tal vez el «derecho» más preciado que hemos ganado en estos dos siglos, es el derecho a conocer nuestra propia historia, para aprovechar el conocimiento y la experiencia de las mujeres que nos han precedido, para celebrar y emular nuestras heroínas y finalmente saber que la «grandeza» no es un atributo sexual (Lerner, 1998: 40).[11]

 Investigaciones como las de Lerner pusieron de manifiesto las relaciones entre diferentes sistemas de poder.  Ahora bien, mientras la situación de los esclavos en los EEUU se consideró políticamente “un problema”, el estatus subordinado de las mujeres se encontraba tan naturalizado que apenas se cuestionaba, aunque la dominación patriarcal, la subordinación de las mujeres, fue la primigenia forma de poder en la especie humana (Lerner, 1985). Son temas que siguen sin resolverse y por tanto continúan interpelando a ciudadanas y ciudadanos del siglo XXI en un contexto reactivo patriarcal y ultraliberal que no sólo no contempla como “problema” la histórica esclavitud sexual de las mujeres, sino que ha levantado un lucrativo negocio criminal alrededor de ella.

Gerda Lerner se interesó por la vida de unas mujeres “incómodas” con los corsés sociales y culturales de su época, tal y como le ocurrió a la historiadora en el ámbito de su comunidad judía, en Austria, y, posteriormente, en la racista y desigual sociedad norteamericana. Comprobamos la cadena de conversaciones e intereses comunes entre las mujeres en diferentes momentos del pasado.  Las luchas abolicionistas y sufragistas, los apoyos de las mujeres a los liberales del XIX o a la Comuna de París; su presencia en el socialismo, en las filas comunistas y anarquistas….Todos esos ecos encuentran su correlato en las disputas que llevaron a cabo en los años 60 las feministas, el nacimiento del propio feminismo radical, su aporte a la defensa de los derechos civiles de la población nativa y afroamericana, las luchas anticolonialistas o las pacifistas.  Nos sigue interrogando el pasado actualmente porque continúa siendo necesaria la genealogía feminista en su doble dimensión, epistemológica y política.

Susan B. Anthony izquierda) y Elizabeth Cady Stanton (foto: Bettmann/Getty Images)

Un justo empeño que choca con los códigos de construcción de las disciplinas —incluyendo la histórica— y con la geopolítica patriarcal capitalista actual que pretende legitimar la cosificación y deshumanización de las mujeres. Pioneras, como Lerner, fueron conscientes de la necesidad de revisar los cimientos de una disciplina que había obviado la experiencia de la mitad de la especie humana. Una posición que entroncaba con uno de los nervios del feminismo radical de los años 60: la crítica al androcentrismo — un resorte de poder a la medida de los intereses de una sociedad eminentemente patriarcal— que permea todos los ámbitos de saber y, por tanto, la necesidad de visibilizar las aportaciones de las mujeres a la historia.  Pero, además, la consolidación de referentes era necesaria porque legitimaba la voz de aquellas. Porque: “haciendo memoria y reconocimiento de las mujeres del pasado se quería vindicar presencia y reconocimiento para su existencia presente» (Morant, 1995: 33). Podemos añadir que la reflexión de la historiadora sigue siendo plenamente válida en el presente. Sabemos que el compromiso por construir un conocimiento útil socialmente podría interpretarse, y se interpreta, desde una academia sustentada en visiones y valores patriarcales, como “proyección ideologizadora, impropia de la tarea científica” (Morant,1995:40). Pero ante este planteamiento, presuntamente neutro, cabría señalar lo cuestionable que resultan — en la investigación en general y en la ciencia social, en particular—  conceptos como objetividad o neutralidad (Bourdieu, 1999) e invocar la relevante investigación feminista que se viene realizando desde los años 70.

Establecer la genealogía de la historia de las mujeres tiene, por tanto, una repercusión intelectual y política. En este sentido, Lerner sigue siendo un referente porque cultivó una historia que se comprometía con la necesaria transformación social: “El pensamiento liberador está siempre conectado con la acción liberadora en la esfera pública; el pensamiento y la acción representan dos aspectos del mismo proceso por el cual se genera el cambio social: con la teoría y la práctica siempre en una tensión y una interacción complejas” (Lerner, 2019:338). Así, puede observarse que estudios como los de nuestra autora evidencian la dimensión humanista del feminismo, su atención por la raza y el sexo como ejes de opresión: el movimiento sufragista es indisociable, precisamente, de la lucha antiesclavista, del mismo modo que el feminismo es inseparable de la impugnación de la esclavitud sexual de las mujeres (De Miguel, Palomo, 2011).

La historiadora inició una senda que fue extendiéndose a medida que categorías como género[12] se difundieron y que pretendía romper con una mirada engañosa: «la imagen de permanencia en el pasado de las mujeres, la imagen en la que las habían colocado las ciencias sociales con sus explicaciones biológicamente deterministas y filosóficamente esencialistas» (Morant, 1995:50). A varias décadas de distancia la trayectoria de la autora de La creación del patriarcado continúa siendo estimulante porque la perspectiva feminista constituye un referente inexcusable para interpretar la realidad —si no se quiere tener una visión distorsionada del mundo ni una autoconciencia sesgada de nuestra especie— (Amorós, de Miguel, 2005:21).

Elizabeth Cady Stanton en el primer encuentro por los derechos de las mujeres en Seneca Falls, New York, el 20 de junio de1848. Ilustración de comienzos del s. xx (foto: Monadnock Center for History and Culture)
Bibliografía

Amorós, Celia, de Miguel, Ana. (2005). Teoría feminista. V. I, de la Ilustración al Segundo sexo. Madrid: Minerva.

Bourdieu, Pierre. (1999). Meditaciones pascalianas. Barcelona:Anagrama.

Campo Alange, María. (1973/1993). Concepción Arenal. Barcelona: Círculo de Lectores.

De Miguel, Ana, Palomo Cermeño, Eva. (2011).“Los inicios de la lucha feminista contra la prostitución, políticas de redefinición y políticas activistas en el sufragismo inglés”, Brocar, 35,

Lerner, Gerda. (1967/2022). Las hermanas Grimké, antiesclavistas y feministas. Pamplona: Katakrak.

Lerner, Gerda. (1972 ). Black women in white America. A documentary history. New York:Vintage Book Editions.

Lerner, Gerda. (1977) The female experience, an american documentary. Oxford University Press

Lerner, Gerda. (1985/2017). La creación del patriarcado. Pamplona: Katacrak

Lerner, Gerda. (1993/2019). La creación de la conciencia feminista, de la Edad Media a 1870. Pamplona: Katacrak.

Lerner, Gerda. (1998). “The meaning of Seneca Falls: 1848-1998”. En: Dissent-NewYork-, pp. 35-41.

Morant, Isabel. (1995). “El sexo en la historia”. En: Ayer, 17, pp. 29-66

Un ejemplo de la actitud de la mayoría de los medios hacia la reivindicación de los derechos de las mujeres es este grabado de la revista Harper’s Weekly (11 de junio de 1859), ridiculizando las convenciones anuales, con hombres en las galerías interrumpiendo a las mujeres (foto: Library of Congress)
Notas

[1]Gerda Lerner fue muy consciente de las constricciones que afectaron su vida. Primero, en su propio país, en el marco de una comunidad judía sujeta a convenciones, inevitablemente, patriarcales que ahormaban la vida de las mujeres. Como consecuencia de la anexión de Austria por Hitler en 1938, Lerner estuvo en prisión varios meses junto con otros miembros de su familia. Finalmente, pudo huir de la persecución nazi y llegar a Liechtenstein en donde vivió un tiempo con el precario estatus de refugiada judía. Más tarde, en 1939, consiguió un visado para emigrar a los EEUU.  En la desigual sociedad norteamericana sobrevivió inicialmente realizando diferentes trabajos siendo simpatizante del Partido Comunista en plena Guerra Fría y auge del Mcarthismo. Además, la escritora participo activamente en diferentes frentes, entre otros, la fundación del National Organization of Women (NOW, 1966) o apoyó de forma decidida movimientos a favor de los derechos civiles de la población negra y nativa de los EEUU. Fue también presidenta de la Organización de Historiadores de los EEUU.

[2]Tales como Mary Ritter Beard (Woman as force in History, 1946) o Eleanor Flexner (A century of struggle, The woman’s rights movement in the United States, 1959).

[3]Lerner fue una de las fundadoras de los Women’s Studies: en 1972 desarrolló el primer programa de Master sobre Historia de las Mujeres en el Sara Lawrence College y en 1980, ya en la Universidad de Wisconsin, organizó el primer programa de doctorado sobre dicha área.

[4]Aunque en un contexto distinto, cabe apuntar empeños similares en nuestro país en los años 70. Maria Campo Alange (1973/1993) emprendió un trabajo sobre Concepción Arenal, mujer excepcional, reformista social, abolicionista y pionera en la defensa de los derechos de las mujeres.

[5] En 1853 las hermanas Grimké formaron parte de la Raritan Bay Union, una comunidad inspirada en los falansterios de Fourier. Allí coincidieron, entre otros, con pensadores como H. D. Thoreau o R.W. Emerson, ambos antiesclavistas.

[6]Las mujeres negras eran objeto de una doble opresión: por su condición de esclavas y de mujeres. No sólo estaban sujetas a la explotación laboral, como los hombres, sino también a la violación y la explotación sexual sistemática (Lerner, 1972).

[7] La mayoría de las Iglesias del Norte de los EEUU se alinearon en relación con la esclavitud con las propuestas de la “Sociedad de Colonización”. Por otra parte, era de todo punto inadmisible que las mujeres pudieran cuestionar el trabajo intelectual de los hombres.

[8]     La legislación vigente penalizaba el acto de enseñar a leer a los esclavos, un precepto que la joven Sarah incumplió con una joven a su servicio y que da idea de su carácter.

[9]     Aunque mujeres como Frances Wright o las propias Grimké venían reclamando el derecho al sufragio femenino desde los años 30  (Lerner, 1998).

[10]   En nuestro país, la Sociedad Abolicionista Española surge en torno a 1864 y tuvo a Carolina Coronado como presidenta de la correspondiente Sociedad de Señoras.

[11]Traducción propia. Entrecomillados en el texto original.

[12]   Categoría analítica que permite analizar los sistemas de relaciones sociales como sistemas de relaciones sexuales.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Sarah Grimké & Angelina Grimké Weld. Daguerreotypes from the 1840s, printed January 1910, American Magazine. Article by Ida Tarbell. Vol. 69, no. 3.

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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