Noticia de libros

Jesús Baigorri Jalón

Grupo Alfaqueque, Universidad de Salamanca

Retos

Este libro contiene un fragmento de la historia de un oficio, el de trasladar oral y gestualmente mensajes entre idiomas, que añade una pieza más al mosaico de la historia general de la interpretación, la de los intérpretes en la Guerra Civil española. La tarea de gestación del trabajo se ha prolongado a lo largo de varios años de búsqueda y recogida de materiales, de elaboración de los mismos y de redacción, empresa que entraña de partida al menos dos retos de envergadura.

Cuando empezamos a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca a comienzos de los años 1970 se nos advertía desde el principio de la línea divisoria que separaba la historia de la prehistoria, a saber, la existencia o no de documentación escrita, dando por hecho que la comunicación oral o gestual entre los seres humanos precedió en muchos milenios a su fijación por escrito. Pues bien, los “documentos” que recogerían la labor de los intérpretes son tan etéreos como sus funciones -esencialmente orales, aunque a los protagonistas de este libro les tocara también manejar y producir textos- de modo que el hallazgo de sus huellas constituye una misión poco menos que imposible. Estrictamente hablando, para reconstruir la historia de una actividad cuyo efímero producto desaparece en el momento de pronunciarse necesitaríamos contar con la grabación oral de las actuaciones de los intérpretes, algo técnicamente inverosímil, al menos de forma generalizada, en aquel período histórico y más inviable aún en pleno conflicto bélico. Ahora bien, aunque no queden vestigios directos de su actividad, sí quedan las referencias indirectas, proporcionadas por quienes los emplearon o por los propios intérpretes, que en algunos casos referidos en el libro que nos ocupa escribieron sus memorias, en fechas más o menos cercanas a los acontecimientos en los que participaron. Esas memorias han sido, junto con el material de archivo procedente de distintos lugares y redactado en una decena de lenguas, fuentes privilegiadas para reconstruir algunas de las trayectorias vitales y ocupacionales de quienes tradujeron oralmente entre los idiomas en ambos lados del conflicto.

Recibimiento a las BI en Albacete
Recibimiento a las Brigadas Internacionales en Albacete (archivo fotográfico del IEA)

El otro gran reto de este trabajo es decir algo nuevo sobre la Guerra Civil española, que ha sido objeto de estudios tan variados y numerosos que se cuentan por decenas de miles. Por eso, con la modestia que procede, considero que esta aportación a la historiografía sobre la Guerra Civil ha de tomarse más bien como una nota a pie de página -un poco larga, admito- en respuesta a una hipotética llamada en el texto principal en la que se apuntara hacia la cuestión de cómo se entendieron entre sí personas lingüísticamente heterogéneas que concurrieron al reñidero de Europa, como lo ha llamado Moradiellos, autor del prólogo del libro.

En el momento de empezar a escribir la versión definitiva del libro tuve mis dudas entre si escribirlo en inglés, con lo cual habría conseguido una difusión inmediata mucho mayor, o en castellano. Prevaleció la segunda opción no solo porque es la más cercana a los acontecimientos sino también porque significa una reivindicación de un idioma que estuvo en gran medida ausente de las historias de la guerra publicadas durante la dictadura aparte de las avaladas por el régimen franquista. Emplear el castellano es, pues, una forma de contrarrestar esa especie de colonización intelectual por hispanistas extranjeros, no pocos de ellos pertenecientes a países cuyos gobiernos aceptaron con cinismo o hipocresía la ficción de la no-intervención.

 

Justificación

El punto de partida es en realidad una tesis más que una hipótesis, porque está tan acreditado el carácter internacional de nuestra guerra que lo raro es que la historiografía convencional haya pasado manifiestamente por alto que la mediación entre lenguas -también entre culturas- fue necesaria para gestionar el funcionamiento de las unidades en ambos bandos así como para facilitar las relaciones mutuas -que también las hay entre los contendientes, aunque sean generalmente de tipo hostil- y con las poblaciones civiles entre las que convivieron.

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Información de la prensa danesa sobre la llegada de niños españoles evacuados (imagen: exposición Los niños de la guerra, Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos- Gogora)

He abordado la redacción de este libro con la sensación de cumplir un deber simbólico hacia mis familiares que vivieron en directo los acontecimientos, quienes no lo van a poder leer porque no están ya entre nosotros, y hacia quienes protagonizaron la actividad de interpretar durante la Guerra Civil, en no pocas ocasiones -como sucede tan a menudo en la vida- por la simple razón de poseer más de un idioma en el momento en el que era necesario descifrar la lengua del Otro o utilizarla con funciones bélicas, es decir, por el mero azar. Tampoco estos lo podrán leer, pero sí lo harán en algún caso sus hijos o nietos, con lo cual observarán -quizá por vez primera- la labor desempeñada por sus antecesores en un entorno europeo en el que aquellos combatientes se vieron arrollados por unos acontecimientos que tendrían continuidad inmediata en la Segunda Guerra Mundial. El libro también es, indudablemente, fruto de mi interés por la actividad de interpretar, que he practicado durante los últimos treinta años, en entornos menos traumáticos que los que vivieron los personajes reflejados en este trabajo, y que he investigado y enseñado desde hace dos décadas.

El trabajo se puede leer en clave de reflexión sobre cómo la investigación en historia de la interpretación sirve para poner de manifiesto el objeto de análisis -en breve, la mediación lingüística y los intérpretes que aparecen en el relato- pero también como reflexión del sujeto que la realiza en tanto que historiador de esa parcela de nuestro pasado, lo que compone una doble reflexividad. Como autor he optado por una visión parcial, no solo porque he limitado la redacción a una parte nada más de los materiales de los que dispongo tras espigar en numerosos archivos y fuentes secundarias, sino también porque el contenido está limitado por mis conocimientos, evidentemente fragmentarios, y por mi propio enfoque, que se apoya en mi doble condición de investigador y de intérprete.

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El dirigente anarquista Buenaventura Durruti, jefe de la columna que lleva su nombre, (dcha) y el periodista soviético Mijail Koltsov, enviado especial del diario «Pravda» (de espaldas), conversan durante su encuentro en Bujalaroz (Zaragoza) en presencia de Marina Ginestà. EFE/ARCHIVO

Por eso he apuntado hacia la idea, inspirada en la profesora Emily Apter (The Translation Zone: A New Comparative Literature, 2006) de que además de las dos zonas en conflicto existió una zona de la traducción. Esta se extendió no solo por los distintos rincones de la geografía española sino también por otros lugares relacionados con la guerra donde fue necesaria la interpretación, por ejemplo, los países donde fueron acogidos los miles de “niños de la guerra” que salieron del país enviados por sus familias para evitarles los sufrimientos del conflicto bélico.

 

Contenidos

Puesto que el libro va dirigido a un público mixto, he aclarado algunos conceptos relativos a la traducción y a la interpretación, así como a las modalidades de esta última actividad, esencialmente oral, que constituye el objeto de análisis del trabajo. La opinión pública en general está familiarizada, aunque sea de forma muy colateral, con la presencia de intérpretes en foros multilaterales, por ejemplo, en las Naciones Unidas o en la Unión Europea. En cambio, suele ser menos frecuente la identificación de intérpretes en conflictos donde intervienen tropas extranjeras, a veces multinacionales, que no hablan los idiomas de los países en los que operan, aunque resulte lógico intuir que sin los intermediarios lingüísticos no se podrían entender con las tropas ni con la población civil del país o de los países en cuestión. El nivel de profesionalización de los intérpretes que intervinieron en la Guerra Civil española y en otras anteriores y posteriores no tiene equiparación con el de los intérpretes de conferencias de las instituciones internacionales de nuestros días. Los cometidos desempeñados por aquellos políglotas en nuestro conflicto -y en otros- fueron muy variados y las expectativas que tenían sus usuarios respecto a ellos tienen más que ver con el hecho de que su labor permitiera la superación del umbral de la comunicación que con una prestación de alta calidad gramatical o estilística: se buscaba la esencia del mensaje transmitido más que la reproducción literal y hasta literaria de una oratoria que a veces podía ser florida.

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John Victor Murra, intérprete en el cuartel general de las BBII en Albacete. Centro Documentación Brigadas Internacionales

Los aspectos que cubre este estudio abarcan cuestiones que tienen que ver con el propio desempeño de las funciones de interpretar, en contextos muy distintos y en situaciones muy variadas, poniendo de relieve no solo los asuntos, por así decirlo, mecánicos del ejercicio de interpretar sino también aspectos éticos y empáticos que subyacen a toda conducta humana y que adquieren una importancia aún mayor en tiempos de guerra. El libro aspira a entender los problemas experimentados en el pasado no para cuestionar lo que se debió hacer de otra manera según los parámetros actuales de la profesión, sino para observar en qué medida las soluciones que se les dieron pueden servir de guía para las que se buscan hoy en día. Es una manera de proponerle al público lector un diálogo entre pasado y presente. En términos generales, permite una reflexión sobre el papel o los papeles desempeñados por la traducción, omnipresente en las sociedades humanas por más que suela pasar inadvertida, aplicada en este caso a un contexto de guerra. Los intérpretes se han caracterizado a lo largo de la historia por ser personajes subalternos al servicio de sus principales, cuya comunicación hubiera resultado imposible (o mucho más difícil) de no haber contado con los intermediarios lingüísticos y ese es, indudablemente, uno de los hilos conductores de este libro.

A lo largo de la narración he tratado de ir dando pinceladas, más concentradas en el último capítulo, sobre la procedencia sociológica de quienes actuaron como intérpretes, sin el menor ánimo de exhaustividad, sino más bien lo contrario, es decir, proporcionando retratos muy impresionistas de algunos casos individuales y colectivos, a modo de pequeño salón de espejos que refleja de forma fractal las múltiples caras que tenían quienes combatieron en la guerra de España utilizando las lenguas como armas. Las breves historias de intérpretes que se proponen en el texto son pequeñas notas, que darían como mucho para un entramado de fragmentos, de unas actividades caracterizadas en conjunto por un aprendizaje práctico y sobre la marcha del oficio mediante el uso de una especie de bricolaje de los idiomas pasado por el tamiz del sentido común de los propios intérpretes o de sus usuarios. En el trabajo se han identificado, a partir de distintas fuentes, más de mil intérpretes, entre los que vinieron con la Legión Cóndor, los de los asesores soviéticos, los de las Brigadas Internacionales, etc. Aspiran a ser pequeñas aportaciones a la microhistoria (en el libro hablo incluso de nanohistorias) de la guerra, aplicando la lente a vivencias del día a día en las que las lenguas fueron herramientas imprescindibles.

Miembros de la Legión Cóndor y militares franquistas, en la iglesia de Santiago. (Archivo loyola galar)
Oficiales españoles y de la Legión Cóndor en Logroño (foto de Julián Loyola, archivo Loyola Galar)

La investigación trata de encontrar pautas de aplicación más o menos general al colectivo de intérpretes, pero la complejidad de las situaciones y la variedad de procedencias fue tan grande que es difícil descubrir moldes de validez global. Los que actuaron como intérpretes cumplieron dos requisitos fundamentales: conocer los idiomas que se necesitaban para facilitar la comunicación y mantener la lealtad a sus mandos. Los casos excepcionales de agentes dobles, que los hubo, confirmarían esa regla. En conjunto, los que actuaron como intérpretes lo fueron de parte, es decir, estuvieron alineados con los fines que sus mandos les encomendaban, que presuponían una incuestionable sintonía ideológica, sin la cual, entre otras cosas habrían corrido el riesgo de ser depurados incluso con métodos radicales. La multiplicidad de situaciones en las que los intérpretes se vieron abocados a actuar hizo que sus tareas resultaran muy variadas, aunque no a todos les tocaron los mismos mandos ni los mismos escenarios. Así, es corriente ver a un intérprete actuando de manera espontánea en el entorno cercano de su unidad para explicar, en idioma comprensible, disposiciones relativas al adiestramiento, órdenes, etc., pero pasando luego a situaciones en el frente, o en un hospital de campaña, en una prisión, etc., viéndose obligado en cada caso a modular contenidos y formas en función de las circunstancias. Pensemos, por ejemplo, la tensión añadida que debió de suponer el de tener que interpretar en un interrogatorio, en un consejo de guerra o en el lecho de muerte de un camarada para quien escuchar su idioma es el único consuelo antes de expirar. Las situaciones extremas asociadas con una guerra, en las que los intérpretes fueron heridos o incluso fallecieron, demuestran que su labor llevaba implícitos riesgos semejantes a los de otros combatientes, aunque algunos obtuvieron, gracias a sus dotes estratégicas, alguna recompensa, a veces con reconocimiento de cierto rango militar y en no pocos casos en forma de condecoraciones.

El ingrediente de la lengua es polivalente, como lo son otros: las palabras representan realidades distintas según la persona que las pronuncia y según el contexto en el que se emiten y se escuchan. En el contexto altamente ideologizado de la Guerra Civil el elemento de la lealtad a los mensajes y discursos añade un factor clave para entender las tareas de los intérpretes. ¿Acaso no se utilizaba la lengua como herramienta de propaganda y como instrumento de censura para ejercer un control ideológico por las autoridades de cada bando sobre lo que se podía decir y lo que no, e incluso para descubrir en lo no dicho atisbos de deslealtad o de disidencia? Por ejemplo, no se pueden entender las actuaciones de los y las intérpretes que acompañaron a los asesores soviéticos leales a la República sin su alineamiento con la ortodoxia estalinista, cuya salvaguardia a ultranza condujo en el entorno de la Guerra Civil a una persecución obsesiva dentro de las propias filas de cualquier desviación que oliera a trotskismo o a anarquismo. La traducción correcta de los textos oficiales emitidos por las autoridades de Moscú, al tiempo que Stalin procedía a las purgas de los camaradas percibidos como discrepantes, era una prueba de fuego para los intérpretes quizá equiparable a los desvelos de la jerarquía religiosa por preservar las versiones canónicas de los textos sagrados, que tantas controversias han suscitado a lo largo de los siglos para los traductores que se aventuraban a proponer textos no avalados por la jerarquía.

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La traductora Adelina Abramson (Centro de Documentación de las Brigadas Internacionales)

 

Precisamente el caso del contingente de unos doscientos intérpretes que vinieron desde la Unión Soviética ilustra un resultado interesante de la investigación, a saber, la presencia de una cifra casi idéntica de mujeres y hombres en el desempeño de aquellas funciones. Se trata de un caso insólito en la historia de la interpretación hasta entonces, no porque no hubiera habido nunca mujeres intérpretes sino porque no habían alcanzado proporciones equiparables a las de los varones y mucho menos en situaciones de guerra. El porqué de esa proporción se explica en no poca medida por la incorporación de la mujer después de la Revolución soviética a sectores antes reservados a los varones.

El público lector encontrará en el libro algunas reflexiones sobre un aspecto que generalmente pasa inadvertido cuando uno se imagina lo que supone la traducción de un idioma a otro: que la lengua no es solo un código de comunicación aséptico, sino que es un conglomerado de idiolectos y acentos y también una interpretación del mundo. Así, tanto los que vinieron al conflicto como los que ya estaban aquí pudieron adquirir impresiones que podríamos tildar de antropológicas a partir del contacto con el Otro. ¿Cómo explicar si no la perplejidad del dinamitero andaluz al escuchar a la intérprete rusa decir que echa de menos la nieve? ¿O la curiosidad del soldado que vigila a los heridos de un hospital de moros ante las costumbres de los musulmanes?

 

Invitación a la lectura

Aunque pueda parecer pretencioso, por ser el autor, me permito anotar en unas pocas líneas por qué considero recomendable la lectura de este libro. Creo que es un espejo retrovisor hacia un pasado que generalmente pasan por alto las historias convencionales sobre la Guerra Civil, pese a lo numerosas que son. Quien lo lea compartirá conmigo la aventura intelectual de buscar a unos personajes subalternos en el conflicto, cuya intervención fue necesaria para que pudieran entenderse los combatientes de ambos bandos y también la población civil en multitud de encuentros. En realidad, las necesidades de intérpretes no se agotaron con el final oficial de la guerra, sino que siguieron existiendo en los campos de concentración en España y en Francia y, poco después, en la Guerra Mundial, en la que también estuvieron representados los miembros de los dos bandos, unos -como los de la División Azul- luchando en las filas de los nazis y otros -como los que combatieron junto a los resistentes franceses- oponiéndose a las atrocidades de Hitler.

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Oficiales de la División Azul con el intérprete Constantin Goguidjonachvili, antiguo oficial zarista, a la izquierda, señalado con una flecha (imagen: blog Españoles en la 2ª G.M.)

Si, como decía Cicerón, la historia es maestra de la vida, este libro puede estimular a una reflexión, históricamente documentada, de lo que sucede en las guerras que ahora vemos por televisión o cuyos ecos nos llegan en los noticiarios. En las noticias suele omitirse que las tropas que intervienen en misiones internacionales contemporáneas necesitan de intermediarios lingüísticos y culturales para poder operar en los países donde actúan y también después de que terminan los conflictos, ya sea en la desmovilización o en los procesos penales que a veces siguen a las guerras. Hace algo más de ochenta años, en el país que habitamos, aquellos intérpretes, hasta ahora no explorados, vivieron situaciones similares a las del presente y actuaron con las herramientas de las que disponían, mucho más precarias que las de hoy en día, para hacer la labor que les encomendaron sus mandos, con el mayor rigor profesional que pudieron, las más de las veces sin otra brújula que su buen criterio y dejando en ocasiones la vida en el empeño.

Jesús Baigorri, Viñas de la Mata, Cáceres, agosto de 2019
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Comentarios de prensa
https://www.lavanguardia.com/cultura/20190713/463437923946/estudio-revela-la-trascendencia-de-los-interpretes-en-la-guerra-civil.html
https://www.efe.com/efe/andalucia/cultura/un-estudio-revela-la-trascendencia-de-los-interpretes-en-guerra-civil/50001113-4022124

https://elpais.com/cultura/2019/11/29/babelia/1575030444_719298.html

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