Artículo de Antonio Bernárdez Sobreira

Si alguno de los acusados de plagio o de titulaciones ficticias (inocentes o no, que para el caso es irrelevante) se hubiese molestado en leer un poco sobre teoría política, caería en la cuenta de que el escándalo de los Másteres se resume en una sola palabra: CORRUPCIÓN. Por eso resulta casi ridícula la pregunta que le hizo el conductor del programa Al Rojo Vivo a un representante político en la que planteaba si el debate sobre estos temas realmente era de calado. ¡Claro que lo es!.

Como señalan algunas voces, desde la llegada de la democracia la universidad pública ha jugado un papel fundamental para las aspiraciones de ascenso social de las capas populares, el sueño del hijo o nieto del trabajador o el campesino que accede a un nivel profesional de mayor prestigio y remuneración. Obviamente este proceso tiene un matiz meritocrático (la cultura del esfuerzo) que se basa en una relación de confianza con la Institución, la cual premiará a quien haga el esfuerzo correspondiente con un expediente y un título que le servirán para conseguir sus metas. Una preciosa utopía que en muchos casos la realidad se encarga de dinamitar, pero esa es otra historia que no viene al caso.
Lo cierto es que los escándalos relacionados con la URJC destruyen absolutamente esta especie de contrato social implícito.

Por un lado, porque demuestran la existencia de privilegiados que reciben un trato de favor, vulnerando flagrantemente el principio de la igualdad de oportunidades e insultando a quien hace un esfuerzo personal (no sólo económico) para acceder a una titulación. Por el otro, porque están mostrando la presencia en la educación superior de redes clientelares que cambian títulos por favores o prebendas, lo cual es escandaloso a todas luces. En su estudio clásico de 1975, J.G.A. Pocock habla de la dicotomía que Maquiavelo establece entre virtud e interés. En este sentido, para el pensamiento clásico “resultaba muy difícil entender cómo cualquier grupo que aspirase a satisfacer su interés privado, podía albergar el más mínimo sentimiento del bien común”{1}. En esta idea de bien común se fundamentaba el concepto de virtud.

La sola idea de una persona que, con aspiraciones de servicio público, es capaz de trampear, mentir, sobornar o tergiversar para conseguir una titulación de manera espuria y rompiendo el principio de igualdad de oportunidades, pone totalmente en cuestión su capacidad como representante de la ciudadanía, habida cuenta que está demostrando que la base de su actividad política no es la búsqueda del bien común sino el beneficio personal. Pero resulta aún más grave, si cabe, la posibilidad de que está actividad ilícita sea alentada, promovida o apoyada de alguna manera por la cúpula partidaria, quien establece relaciones clientelares con los responsables académicos. Entonces hablamos de corrupción, porque, al contrario de lo que se sostiene muchas veces en los medios, la corrupción no es exclusivamente el enriquecimiento ilícito, sea individual o de partido. La corrupción es genéricamente lo contrario de la virtud, y violar principios democráticos fundamentales relacionados con la igualdad de oportunidades para conseguir un trato de favor es corrupción. Por eso el debate es de calado.

Pero luego está el papel de la universidad. Todo parece indicar que el caso de la URJC es la punta de un iceberg, aunque sea notorio. Hablamos de una universidad que tuvo un rector plagiario que se aferró al puesto mientras pudo y que ha puesto en entredicho la transparencia de sus propias titulaciones. En 2017, el Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Santiago de Compostela, José Carlos Bermejo Barrera, publicó un durísimo ensayo que si bien se centraba en el caso particular de la USC extendía sus críticas al sistema universitario en general{2}. En este trabajo, una recopilación de artículos de prensa publicados en el último lustro, Bermejo avisa de los defectos del sistema universitario español, en especial a partir de la aplicación de Bolonia. En esencia, la orientación cada vez más empresarial de la universidad favorece su toma por los captadores de rentas, por los oportunistas y forajidos (estas palabras son mías) que desvían a la Institución de su itinerario fundacional, la de ser horizonte intelectual de la sociedad y lugar de formación de los hijos.

La cultura del plagio surge en este biotopo con la fuerza de los hongos tras las lluvias, porque además la obligación burocrática de producir publicaciones y trabajos de investigación al peso es inversamente proporcional a la calidad.
Repetimos. El debate es de calado porque los graves acontecimientos relacionados con la URJC, los casos Cifuentes, Casado, Montón y los que vendrán, los rectores plagiarios, los profesores corruptos, ponen en cuestión nuestra salud como sociedad empezando por el principio de igualdad de oportunidades. Mi padre, que en paz descanse, solía apostillar con frecuencia con la frase “no es lo mismo clase de tropa que tropa de clase”, tal vez mejor resumida por la dimitida ministra con el ya arquetípico “no todos somos iguales”. Y solo puedo añadir: ¡vaya tropa!
 
{1} J.G.A. Pocock (1975, ed. 2002): El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica, Madrid, Tecnos, p.583.

{2} José Carlos Bermejo Barrera (2017): Rectores y privilegiados. Crónica de una universidad, Madrid, Akal.
 

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