Ricardo Robledo 

Si el himno de la Legión, «El novio de la muerte», canturreado  por cuatro ministros del anterior gobierno fue noticia hace unas semanas, ahora los Veteranos de la Legión quieren convertirse en guionistas de la nueva película –«Mientras dure la guerra»- que Amenábar empezó a rodar a fines de mayo  en Salamanca para recrear los últimos seis meses de vida de Unamuno. De no quedar bien parado el fundador de la Legión, emprenderán las acciones legales para defender a Millán Astray. A tal fin aconsejan que el director de cine «filme la despedida que hubo entre ambos aquel día a partir del único documento gráfico que recoge ese momento, la fotografía que consta en la edición del día siguiente, el 13 de octubre de 1936, en el Diario El Adelanto de Salamanca, donde se inmortaliza una despedida relajada y sonriente». Para los legionarios es la «verdad conocida» y a ella debe atenerse. Ainda mais: Amenábar debe hacer caso al historiador Severiano Delgado y no a los Rabaté, autores de la última y documentada  biografía de Unamuno.  A fines de agosto, la plataforma de legionarios acusó al gobierno de falta de transparencia en la financiación de la pelicula (ABC  22 de agosto). Como está ocurriendo con el episodio del Valle de los Caídos el pasado solo es uno y no debe salir del sitio seguro.

El acontecer cotidiano, agitado por los avatares políticos que estamos viviendo, es también el espejo donde se reflejan las visiones contrapuestas de los sucesos del Paraninfo de la universidad salmantina el 12 de octubre de 1936. Hace años, primero Emilio Salcedo (Vida de Don Miguel, 1964) y luego Luciano Egido (Agonizar en Salamanca,1986)  nos dejaron una bella crónica de aquel “Día de la Raza” que ahora Severiano Delgado (“Arqueología de un mito”, Academia.edu) ha reconstruido razonadamente en un pequeño ensayo objeto de polémicas y menosprecios diversos. Lo que ha cuestionado este autor es la recreación literaria de Luis Portillo en 1941, en un relato, Unamuno’s Last Lecture, que fue más tarde recogido por Hugh Thomas y por Ricardo de la Cierva, hasta llegar a convertirse en el relato canónico del suceso. (Por cierto, y entre paréntesis, Delgado ha sido el primero en consultar el expediente militar y académico de Portillo y aclarar la trayectoria de este profesor de derecho civil de la Universidad salmantina, periodista ocasional como A. Barea en el servicio exterior en lengua española de la BBC).

Estas matizaciones escapan al burdo mensaje de los legionarios, quienes, cogiendo el rábano por las hojas, han deducido por su cuenta que la inexactitud de las palabras pronunciadas en aquel acto  avala la tesis de que no hubo enfrentamiento alguno en aquel acto. Con esto no se hace más que ratificar la versión del periódico ABC el día 8 de mayo pasado cuando tituló la noticia: «Venceréis, pero no convenceréis»: desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray. Como en una discusión escolástica, la exégesis ha dejado a oscuras el contexto que hizo posible el discurso. El peligro es quedarnos en la historia que los franceses llamaron événementielle. Vayamos a los hechos. Gracias a la entrevista que efectué hace unos diez años a Carmina Unamuno y Luis Santos, ya fallecidos, contamos con la carta que  al día siguiente, 13 de octubre, Francisco Bravo, jefe de la falange salmantina, escribió al hijo mayor de Unamuno, Fernando, que estaba en Palencia.  Tras aludir al “grave incidente suscitado con ocasión del acto del paraninfo”, añadió:

Creo, Fernando, que debes irte a Salamanca y convencer a tu padre de que en tanto duren las circunstancias evite actuaciones públicas que alarmen o indignen a gentes que andamos metidos en la guerra … Sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al movimiento nacional es tan significativa y magnífica, sobre todo para el Extranjero, pudiera sucederle algún incidente desagradable.

Estas inquietantes palabras -que dejan malparada la idea de una  «despedida relajada y sonriente»- reflejan la exaltación en la que vivía aquella ciudad convulsa, agitada por falangistas de derecha y de izquierda, militares, legionarios, carlistas, monárquicos o arribistas de todo tipo, que obligaron como mal menor a que  Unamuno fuera destituido de sus cargos en la Universidad  y en el Ayuntamiento.  El problema por lo tanto no está en la exactitud, canónica, del “Venceréis pero no convenceréis”, sino en “los incidentes desagradables”, en conocer lo que se estaba haciendo para “vencer”. Y durante años  el acto del Paraninfo, envuelto en brumas diversas, dejó en segundo lugar el comprender por qué en esta Castilla azul sin amenazas revolucionarias durante la República y donde más bien no llegó a haber guerra civil,  pudo haber tanta violencia y muerte. Hoy sabemos gracias a “Memoria y Justicia de Salamanca” que el número de  víctimas se acercó al millar en Salamanca.

En una provincia controlada a las pocas horas del golpe, la guerra debería haberse reducido, en teoría, a la movilización humana y material y a honrar a los fallecidos en el frente, pero como en tantos pueblos de Castilla se instaló la represión para lograr la construcción de la Nueva España; una represión que alcanzó por otra parte a personajes que se habían distinguido por su centrismo y moderación, como ocurrió con los asesinatos de los amigos íntimos de Unamuno: el pastor protestante A. Coco, el alcalde y catedrático Prieto Carrasco y, entre otros, su discípulo Salvador Vila, Rector de la Universidad de Granada. Comprender la violencia azul de Castilla, de Salamanca, ha sido posible gracias precisamente a Severiano Delgado (y Santiago López). Fueron ellos los pioneros en la investigación del terror de Estado llevado a cabo mediante la liquidación física del enemigo o la cárcel. Los alcaldes y concejales del Frente Popular, los maestros y los jornaleros del campo fueron los sectores más castigados por la represión, en especial en aquellos lugares más significados en el proceso de la reforma agraria.

Los miembros de los piquetes irregulares mantuvieron siempre la impunidad, amparados por la autoridad militar. La eliminación física del contrario se llevó a cabo sobre todo durante los meses de agosto, septiembre y octubre de 1936. Es decir, el acto del Paraninfo se celebra en  la fase dura de la represión. La peculiar versión del último Unamuno efectuada por  Francisco Blanco Prieto (Miguel de Unamuno. Diario final, 2006)  recoge testimonios estremecedores de cómo aquellos acontecimientos del otoño salmantino zarandeaban a aquel  personaje dividido entre su «intrahistoria» y un pueblo que no comprende. Junto a los hechos, obviamente cuenta también el relato que se hace de ellos; es la utilización del pasado que va modelando nuestro presente. Muy tempranamente la historia quiso teñirse de azul falangista, como depositario de la ortodoxia unamuniana. Y el aparato de propaganda franquista en octubre de 1937 –cuenta Fontana en el prólogo a Esta salvaje pesadilla–  utilizó la publicación Spain, con gran despliegue tipográfico, para difundir un texto titulado: «Civilización contra barbarie. El llamamiento al mundo del profesor Unamuno».

En la breve introducción se decía que esta publicación se hacía «en memoria del gran pensador y patriota que falleció el 31 de diciembre pasado». Casi setenta años después  «Venceréis pero no convenceréis» fue  la gran pancarta que en 2005 el alcalde salmantino colgó en el balcón del ayuntamiento para excitar los ánimos contra quienes se llevaban los papeles del Archivo,  instrumentalización que tuvo que ser  denunciada por los familiares de Unamuno. Parece que Unamuno ha sido más manoseado por los “hunos” que por los otros. El último episodio de los defensores de la Legión arrogándose la custodia de la verdad  -«Parece que la verdad les importa una mierda», alegan- resultaría solo un disparate, casi surrealista, si no sirviera para alimentar la fábula de la Anti-España, rota por los frentepopulismos, que sigue teniendo réditos políticos…

Los historiadores reconstruimos el pasado hasta donde las fuentes y las hipótesis lo permiten. Muy probablemente nunca sabremos las palabras exactas que desataron la hybris de Millán Astray cuando gritó  «!Muera la intelectualidad traidora¡». Sin embargo se mira con lupa la última versión del 12 de octubre del 36 salmantino como si la (única) historia se hubiera congelado en esos minutos que duró el discurso de Unamuno. Por eso opino que quedarnos en la mitificación o no de aquel acto, es quedarnos en la espuma de la historia, sin renunciar por supuesto a las consecuencias  del relato, como acabo de exponer. Para terminar, conviene volver a Francisco Bravo cuando el 10 de febrero de 1935 hizo de embajador de Primo de Rivera y Sánchez Mazas en la visita a la  casa de Unamuno, poco antes del primer mitin de Falange en la ciudad. José Antonio alabó al maestro so­bre todo por “su pasión castiza por España”.

Según Bravo (José Antonio, el hombre, el jefe, el camarada, Madrid, 1940), Unamuno se despachó a gusto contra los separatistas. José Antonio, emocionado -«Su defensa de la unidad de la Patria frente a todo separatismo nos conmueve a los hombres de nuestra generación»-, le pidió que se apuntara a Falange, invitación que no tuvo la contestación esperada. La historia de Bravo -que avisó de los posibles peligros que podía sufrir Unamuno por su discurso en el Paraninfo y receptor de una dura carta suya- resulta inquietante dado su protagonismo en la represión como jefe de la Falange salmantina. Esa represión forma parte de la «intrahistoria» unamuniana que se posterga cada vez que la historia del 12 de octubre de 1936  se enclaustra rígidamente en los muros del Paraninfo salmantino.


Foto de portada: Unamuno en La Flecha, paraje del Tormes, que cantó Fray Luis.

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