Martín Rodrigo y Alharilla

Universitat Pompeu Fabra

 

España fue el último país europeo en abolir la esclavitud en sus colonias ultramarinas. Lo hizo para Puerto Rico, en 1873, y para Cuba, en 1886. Esa retardada cronología abolicionista se expresa también en el hecho de que la abolición de la esclavitud en el propio territorio peninsular, en Baleares y en Canarias, no tuviera lugar hasta 1837, una fecha igualmente tardía en clave europea. Este artículo parte, en ese sentido, de un doble objetivo: (1) repasar lo que sabemos sobre los últimos esclavos que vivieron en Cataluña, antes de aquella fecha; y (2) plantear, a modo de hipótesis, que hubo probablemente en España personas sujetas a diversos grados de servidumbre, más allá de la abolición formal de la esclavitud, en 1837.

Introducción

¿Hasta cuándo hubo personas esclavizadas en Cataluña? ¿Quién fue el último esclavo o esclava que vivió en tierras catalanas? No resulta fácil encontrar respuesta a ambas preguntas. Hay que decir, de entrada, que la esclavitud fue una institución legal y presente en la España peninsular (y, por extensión, también en los archipiélagos balear y canario, y en las plazas de Ceuta y Melilla) hasta marzo de 1837. No hubo, sin embargo, una ley que aboliera la esclavitud en España. Su ilegalización llegó el 8 de marzo de 1837 cuando la Gaceta de Madrid publicó el “Dictamen de la Comisión de Legislación sobre abolición de la esclavitud”. Aquel breve dictamen finalizaba con una escueta resolución de apenas cinco puntos, el primero de los cuales señalaba: “Queda abolida la esclavitud en la península, islas adyacentes y posesiones de España en África; y libres los esclavos que a la publicación de esta ley existan en ellas”. Debía ser aquella una abolición con indemnización, tal como expresaba su artículo cuarto: “El Estado indemnizará a los dueños de esclavos actualmente existentes en la península, islas adyacentes y posesiones de España en África, y el Gobierno propondrá a la aprobación de las Cortes el modo de verificarlo”.[1] No consta, sin embargo, que ulteriormente se regulase el procedimiento concreto para tramitar la solicitud de dicha indemnización. Aquel “proyecto de ley”, presentado por la citada Comisión, no acabó de convertirse en una Ley aprobada como tal por las Cortes españolas. Aun así, su mera publicación en la oficial Gaceta de Madrid, sirvió para declarar ilegal la esclavización de personas en suelo peninsular a partir de aquella fecha, 8 de marzo de 1837. Adelantemos ahora que todavía había entonces, en aquellas fechas, un número indeterminado de personas esclavizadas en territorio peninsular.

Un barco esclavista, el falucho Bayhano, escapa de la persecución de un buque británico en 1846 (exvoto de la ermita de la Mare de Déu de la Cisa de Premiá de Dalt, actua,mente en el Museu Naval de Barcelona)
Los ejemplos de Cádiz y Madrid

El Reino de España fue una de las últimas monarquías europeas en abolir la esclavitud en su propio territorio. Se había declarado ilegal la esclavitud, de hecho, en las West Indies británicas (en 1833), antes que en la propia España (en 1837). Hay que dejar claro, no obstante, que en aquellas primeras décadas del siglo XIX, la esclavitud era una institución completamente marginal en la Península y, por lo tanto, también en Cataluña. Probablemente, la ciudad española en la que había más esclavos, en el año de su ilegalización, era Cádiz. Disponemos de un exhaustivo estudio de Arturo Morgado en torno al peso de la esclavitud en dicha capital andaluza. Un libro que si bien está centrado en los siglos XVI, XVII y XVIII, dedica su epílogo a ofrecer algunas noticias sobre “la pervivencia decimonónica” de la esclavitud en la tacita de plata. Morgado recoge un total de 19 anuncios publicados entre 1803 y 1805 en el Diario Mercantil de Cádiz, todos de compra-venta de esclavos. Se trata, como señala dicho autor, de “negroafricanos siempre, y dedicados al trabajo doméstico”. Morgado también desvela que en el padrón gaditano de 1830 constaban, al menos, veintidós personas esclavizadas (doce hombres y diez mujeres), quienes trabajaban como sirvientes o sirvientas de otros tantos gaditanos. Infiere, por lo tanto, dicho autor que “debió seguir existiendo un mercado [de esclavos en Cádiz] plenamente operativo aún en los años veinte del siglo XIX”.[2]

Diario Mercantil de Cádiz 11 de diciembre de 1819

Un libro similar de José Miguel López García se ha centrado en analizar la esclavitud vigente en el Madrid de finales del Antiguo Régimen, o sea, entre 1701 y 1837. Allí señala dicho autor que la propiedad de un esclavo acostumbraba a ser un signo de distinción para las oligarquías de la Villa y Corte, y que tres factores hicieron desaparecer la esclavitud, tanto en Madrid como en “el interior de España”, en las primeras décadas del siglo XIX: “el colapso de la trata legal, la quiebra del Estado absolutista y la formación del mercado de trabajo asalariado”. José Miguel López recoge, por otro lado, que la última escritura de venta de un esclavo registrada en Madrid tuvo lugar en 1830, cuando Ramón Vila, afrodescendiente nacido en Cuba, fue vendido por 4.000 reales de vellón al propietario de una fábrica de cerveza llamado Juan Kastler.[3]

No se encuentran testimonios gráficos de esclavos en la península como este retrato de familia datado en Cuba y etiquetado como «Familia Sigarroa y Jorge con la muleca María», foto del archivo de Elisa Vázquez de Gey
¿Y en Barcelona qué?

Arturo Morgado y José Miguel López ponen de manifiesto la presencia de personas esclavizadas, africanos o afrodescendientes, en la España del primer tercio del siglo XIX. Esclavos que vivieron como tales, en Madrid y en Cádiz, prácticamente hasta el momento mismo de la abolición de la esclavitud en la Península. ¿Y qué sabemos, hasta el momento, de lo acontecido en aquellos mismos años en Barcelona? Pocos autores se han preocupado por analizar la presencia de esclavos en la capital catalana durante las primeras décadas del siglo XIX. Cabe destacar, en primer lugar, a Àngels Solà, quien publicó un artículo en 1981, donde se recoge la compra, en 1818, de “un negrito vozal llamado Dionisio, de 12 años de edad, de nación congo” por parte de María Francisca de Ferrer, baronesa del Castillo y Cuadra de Agulladolç. Solà recoge también la presencia de otro esclavo, adquirido en 1812 por un comerciante apellidado Fornells, a quién su propietario manumitió quince años más tarde, en 1827, también en Barcelona. Ambos esclavos habían venido, por cierto, desde América del Sur: desde Río de Janeiro y desde Montevideo, respectivamente.[4]

Eloy Martín Corrales se ha ocupado, en su caso más recientemente, de analizar “la esclavitud negra en Cataluña entre los siglos XVI y XIX”. Afirma dicho autor tener “constancia de cerca de una treintena de negros y mulatos, esclavos o libres, que se compraban o vendían, ofrecían sus servicios o fueron emancipados” en Cataluña, entre 1791 y 1822. Entre las fuentes consultadas por dicho autor están varias notas publicadas en aquellos años en el Diario de Barcelona. Se trataba, en algunos casos, de anuncios de venta de esclavos y, en otros, de ofertas de trabajo publicadas por “negros” y “negras” probablemente libres, algunos antiguos esclavos recién liberados, así como de notas para encontrar a algunas personas desaparecidas, de piel negra. [5]

Otro retrato familiar con presencia de esclavos, la familia de Juan Bautista Sagarra (foto: René Silveira/museo Emilio Bacardí, Santiago de Cuba)

Ambos autores han puesto de relieve que hubo en Cataluña (y, sobre todo, en Barcelona) personas esclavizadas, al menos, hasta bien entrada la década de 1820, en una cronología y con unas características similares a las propias de la esclavitud en Madrid o en Cádiz. La presencia de población “negra” o “mulata” era, por lo tanto, escasa pero cierta y evidente. Algunos de aquellos “negros” o “mulatos” eran claramente personas esclavizadas. Un rico comerciante de la capital catalana, por ejemplo, nacido en Tarragona y llamado Pedro Gil Babot (futuro armador, por cierto, de expediciones negreras y fundador la Sociedad Catalana de Alumbrado por Gas), buscaba, en 1814, un esclavo huido a través de la siguiente nota:

“Quien sepa el paradero de un negro, de edad de 30 a 32 años, calbo de cabeza, de estatura baxa, gordo, con una grande cicatriz en la frente, de nariz pata y muy picado de viruelas, sirva avisarlo en casa D. Pedro Gil, calle de Moncada, y en Tarragona en casa de dicho señor, que a más de satisfacérsele los gastos que tenga echos, se le recompensará con una correspondiente gratificación [sic]”.[6]

Pedro Gil y Babot (Tarragona 1783 – Barcelona 1853) (pastel de Vicenç Rodés, Wikimedia Commons)

Otros anuncios revelan la existencia si no de un verdadero mercado de esclavos sí, al menos, de diferentes operaciones de compra-venta de esclavos registradas en Cataluña. Así, por ejemplo, un pastelero de Arenys de Mar puso a la venta, en junio de 1800, un esclavo de su propiedad, y lo hizo a través del Diario de Barcelona, convencido de que habría más interesados en la compra en capital catalana que en la pequeña localidad donde residía:

“Sebastian Pages, confitero de la Vila de Arenys, tiene de venta un Negro de 14 años, que sabe bien la doctrina christiana, y habla bien el catalán y castellano”.[7]

Un año después, en agosto de 1801, el mismo Diario de Barcelona servía no sólo para publicar una nueva oferta, en este caso de compra de esclavos, sino además para preservar la identidad del anónimo interesado:

“Hay un sugeto que desearía encontrar un Negro o Negra de unos 15 a 18 años, poco más o menos, y ajustará con la persona que la tenga. En el despacho de este Diario darán razón de dicho sugeto [sic]”.[8]

Diario de la Marina, 3 de febrero de 1846

Llegados a este punto cabe señalar un problema con ese tipo de fuentes. Las palabras que se utilizaban entonces, tanto en la prensa como en la documentación notarial, para identificar a las personas esclavizadas son las de “negro”, “negra”, “negrito”, “negrita”, “mulato” o “mulata”, en lugar de las de “esclavo” o “esclava”. Así  se puede ver en las notas que acabamos de reproducir y así sucedía tanto en la España peninsular como en Cuba o Puerto Rico. La identificación entre “negritud” y “esclavitud” indica, obviamente, que en aquellos tiempos las personas esclavizadas eran todas de origen africano, sudsahariano. Cabe tener en cuenta, no obstante, que el uso de determinados vocablos (como “negrito” o “mulata”) evitaba el uso de otras palabras, más precisas (como “esclavo” o “esclava”) pero con una mayor carga moral negativa. Una carga moral que los propietarios y los funcionarios públicos preferían evitar. Vocablos como “negra” o “mulato” funcionaban, por lo tanto, a modo de eufemismos. Así, cuando nos encontramos con la identificación de alguien como “negro” o “negra” no siempre podemos saber si su estatus era el propio de una persona esclavizada o, por el contrario, el de una persona libre. En el lenguaje de la época, “negros” lo eran todos, libres y esclavos. Y esa confusa identificación entre “esclavitud” y “negritud” implica una dificultad añadida a los estudiosos de la esclavitud en España.

Boletín Eclesiástico del Obispado de Astorga, 26 de noviembre de 1853

Valgan, a título de ejemplo, los siguientes tres anuncios publicados en la prensa barcelonesa entre 1834 y 1836. Unos anuncios que revelan, por otro lado, la continua llegada de nuevos sirvientes “negros” y “negras” a la capital catalana en aquellos años:

El pastelero de la calle del Rosario, inmediato a la iglesia de S. Sebastián, informará de un negro venido de Madrid que desea colocarse por criado, cuidar caballos o para la cocina”.[9]

“Un negrito natural de Cádiz busca colocarse de cocinero o para guiar carruajes; es fiel y humilde, y vive en el mesón del Violín”.[10]

“Quien necesite un negrito en clase de cocinero, aunque sea para una embarcación, acuda a la fonda de la Estrella, calle de Trencaclaus, que informarán de él”.[11]

En la medida que aquellos anuncios recogían ofertas o demandas de empleo, cabría pensar que estamos en presencia de una serie de personas libres, las cuales concurren en un determinado mercado de trabajo (servicio doméstico, cocineros, …). Ahora bien, esa genérica denominación de “negros” podría servir, como antes señalé, para esconder su condición esclava. Llego a dicha conclusión a partir de dos premisas. La primera: que en muchos otros anuncios similares se indicaba, claramente, la condición libre del concurrente. Véanse, a título de ejemplo, los siguientes anuncios, publicados todos en el Diario de Barcelona, en diferentes fechas:

“Ha llegado a esta ciudad un negro, el cual desea servir en una casa por mozo o lacayo, o bien para cualquier cosa que se les ofrezca. Dicho negro sabe peynar, componer y servir una mesa, y algo de ropa, porque su oficio es de sastre. Es libre, cuyos papeles demostrará. Habita en el mesón de la Bota”.[12]

“Un negro de treinta años de edad, a poca diferencia, hallándose en entera libertad, desea servir a un hombre solo o alguna familia que no sea de las más dilatadas. Sabe guisar y es muy ecsacto en el cumplimiento de sus obligaciones, de lo que informará (como de otras bellas circunstancias) Buenaventura Albareda, en la Platería”.[13]

La duquesa de Alba con María de la Luz, por Francisco de Goya (1794-1795)(Museo del Prado)

La segunda premisa que me invita a pensar que cuando se habla de “negros” o “mulatos” no siempre estamos en presencia de personas jurídica y completamente libres parte de la lectura de algún que otro anuncio, como el que reproduzco a continuación, publicado en Barcelona tres años antes de que se aboliera la esclavitud:

“Se suplica a la persona que haya encontrado un negrito de edad de 12 a 13 años, que se extravió en las inmediaciones de la Rambla, lo presente a D. Francisco Javier Armenta, que vive en la Rambla, frente del Correo, núm. 11, quien lo gratificará”.[14]

Parece obvio que la relación entre aquel “negrito”, del que no se dice ni el nombre, y el tal Francisco Javier Armenta era una relación de completa dependencia. Más allá de su edad, no hay mucha diferencia, por cierto, entre aquel caso con el de otros esclavos de la capital catalana, huidos también de sus dueños, aunque unos años antes, como el que antes vimos en el caso de Pedro Gil. Así le había sucedido, también, a un tal Josep Ferran, en 1817:

“Cualquiera que sepa en donde está un negro, color amulatado, altura regular, edad 24 años, ojos castaños, nariz larga, boca regular, barba lampiña, pelo de negro, orejas agujereadas, natural de Campeche, y habla el castellano al uso de su país, se servirá avisarlo a su amo Josef Ferran, que vive en la Barceloneta, frente a la Machina, quien satisfará lo que sea regular; y si alguno lo tiene oculto y sucede alguna cosa contraria, queda corresponsable según las leyes establecidas”.[15]

El General Armero, propiedad de Antonio López, primer marqués de Comillas, acuarela de Roberto Hernández (foto: Naucher)

La lectura de algunas notas de prensa, publicadas después de 1837, invita a pensar que aquellas relaciones de dependencia personal se mantuvieron años después de la ilegalización de la esclavitud en la Península. Véase, por ejemplo, esta referencia tan breve como significativa, publicada en noviembre de 1842:

“Se nos ha dicho que se ha fugado una negra de la casa de su ama, y que el señor gefe político ha dispuesto que permaneciese interinamente en clase de depósito en casa del coronel D. Ramon Sánchez Soto, sita en la Ciudadela. Estamos a la mira para ver cuáles serán las ulteriores disposiciones de dicha autoridad”.[16]

¿Por qué fue detenida aquella “negra”, cuyo nombre no recoge el cronista? ¿Acaso no se trataba de una persona libre para contratarse como empleada y, eventualmente, para dejar de serlo cuando le apeteciera? El hecho de que las autoridades militares privasen, preventiva y provisionalmente, de su libertad de movimientos a aquella mujer tras una denuncia de “su ama”, sugiere que dicha criada no era entonces, en 1842, completamente libre. Su detención puede ser interpretada, por otro lado, como una muestra más de la identificación, tan habitual entonces, entre “negritud” y “peligrosidad social”.

Tanto el moderado Diario de Barcelona como el periódico progresista mallorquín El Genio de la Libertad seguían hablando, de hecho, con toda naturalidad de la presencia de esclavos en España todavía en agosto de 1844, o sea, siete años después de la ilegalización de la esclavitud. Se trató, en aquel caso, de un “esclavo” que vivía en Madrid. Ambos medios recogieron y publicaron un truculento rumor que llegó, a Barcelona y a Palma de Mallorca, procedente de la capital española, el cual vuelve a mostrar esa identificación de los afrodescendientes con la peligrosidad social:

“Hemos oído decir que el hombre que fue preso antes de anoche en la calle de Majaderitos, por haber disparado la bomba, es un negro, esclavo del señor Capaz”.[17]

¿Pero no se había abolido la esclavitud en 1837? ¿Un esclavo en el Madrid de 1844? Llama poderosamente la atención que hubiera entonces periodistas y periódicos que no sólo no se escandalizan ante tal hecho sino que lo narraban considerándolo natural. Su crónica sigue, de hecho, en el mismo truculento tono:

Parece que [el “negro” preso] es algo tonto, y que ha declarado que la bomba se la dio un zapatero para que la disparase en la Puerta del Sol, pero que él tuvo miedo de hacerlo en aquel sitio y lo verificó con un fósforo en un portal de la calle Majaderitos”.[18]

Otra muestra, por cierto, de aquella identificación entre “negritud” y peligrosidad social aparece en el mismo Diario de Barcelona al describir, también en 1844, cómo se había truncado una supuesta conspiración urdida por “un negro” en el marinero barrio de la Barceloneta:

“Al celo y vigilancia de nuestras autoridades se debe sin duda la captura que se nos ha asegurado acaba de verificarse en la Barceloneta. Esta es la de un negro que andaba seduciendo soldados y paisanos a quienes ofrecía ocho reales y medio diarios si querían entrar en una conspiración. Por fortuna se ha detenido este plan infernal, y el negro se halla asegurado y según tenemos entendido se le forma la competente causa. Es de advertir que este sugeto es naturalmente conocido por su mala conducta y por otros hechos que quizá se pongan ahora en claro para que sufra la competente espiación”.[19]

Motín de los esclavos que eran transportados en la goleta española La Amistad, en julio de 1839 (foto: John W. Barber, A History of the Amistad Captives (New Haven, Conn., 1840), Library of Congress, Prints and Photographs Division, LC-USZ62-52577)
¿Esclavizados en España, más allá de 1837?

El segundo artículo de aquel dictamen que debía haber significado la abolición de la esclavitud en España, publicado en marzo de 1837, decía así: “Todo esclavo, cualquiera que sea su procedencia, adquiere su libertad por el solo hecho de pisar el territorio expresado en el artículo anterior”, es decir, “la Península, islas adyacentes y posesiones de España en África”. Más aun, el tercer artículo de la citada resolución remachaba, añadiendo: “Las autoridades de los puertos de mar y pueblos de la frontera velarán muy particularmente para que tenga efecto lo dispuesto en los artículos precedentes, dispensando a los esclavos que lleguen a aquellos toda protección y amparo”. A partir de 1837, el mero hecho de pisar territorio peninsular debía servir, por lo tanto, para que cualquier persona esclavizada en América alcanzase la libertad. Sabemos, sin embargo, que no siempre fue así. Aurelia Martín Casares y Margarita García Barranco han estudiado con detalle, por ejemplo, el caso de un niño esclavizado llamado Rufino.

Un caso que comenzó en Puerto Rico, el 10 de abril de 1854, cuando el sacerdote mallorquín Antonio Vilella compraba a un niño de siete años llamado Rufino. Apenas nueve días después, el presbítero mallorquín embarcó desde aquella Isla para Palma de Mallorca, donde llegaría a convivir durante tres años con aquel zagal. En mayo de 1857 el ilegal propietario de Rufino autorizó a su sobrino, Antonio Vilella Deyà, para que lo llevase consigo, a Puerto Rico, con el objetivo de venderlo. En el pasaporte expedido en Mallorca escondieron, por cierto, la condición servil de Rufino al identificarlo como “criado”. Finalmente, el sobrino del sacerdote vendió efectivamente al niño Rufino en Puerto Rico, en 1857. Su nuevo comprador lo remitió pronto a Cuba, donde fue comprado por uno de los grandes comerciantes negreros de la Isla llamado Joaquín Gómez. Aquella sucesión de ventas acabó, sin embargo, en los tribunales españoles hasta que un pronunciamiento del Consejo de Estado afirmó que Rufino debía liberarse, lo que se ordenó mediante una Real Orden publicada en la Gaceta de Madrid, del 14 de septiembre de 1861.[20]

Una buena muestra de que el caso de Rufino pudo no haber sido el único lo revela el hecho de que cinco años después, en octubre de 1866, la Gaceta de Madrid publicase otro Real Decreto en cuya exposición de motivos el Ministerio de Ultramar reconocía que no siempre se había aplicado diligentemente el principio de “free soil” o suelo libre. El primer artículo de ese Real Decreto señalaba que “todo individuo de color, hombre, mujer o niño, que se hallare constituido en servidumbre en nuestras provincias de Puerto-Rico o de Cuba se reputará emancipado y libre al pisar el territorio de la península y de sus islas adyacentes”, un principio que hacían extensivo a cualquier esclavo que “pise el territorio o entre en la jurisdicción de cualquier Estado en que la esclavitud no exista”. Quiero llamar, por cierto, la atención de que en los antecedentes de ese Real Decreto no aparezca citada, en ningún momento, la resolución de aquel Dictamen publicado el 8 de marzo de 1837. ¿Acaso habían olvidado los legisladores de 1866 que hacía casi treinta años, la misma Gaceta había declarado exactamente lo mismo que ellos estaban haciendo entonces? Citaban, eso sí, una Real Orden de 29 de marzo de 1836, que había también declarado “el esclavo, viniendo con su dueño a territorio donde no existiese la servidumbre, sin otro acto anterior o posterior, quedaba emancipado”.[21] El hecho de que en 1866 fuese preciso reiterar unos principios acordados y publicados en 1836 y en 1837 indicaba, precisamente, que esos principios no siempre se habían cumplido, por lo que hubo, sin duda, personas como Rufino tratadas como esclavos, en la España peninsular y las “islas adyacentes”.

Josep Xifré i Casas (1777-1856), propietario de esclavos, concejal del Ayuntamiento de Barcelona y fundador de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona

De cualquier forma, tampoco aquel nuevo Real Decreto acabó con el problema. Muchos propietarios de esclavos, de Cuba o de Puerto Rico, siguieron trasladando su residencia a Barcelona, o a otras ciudades de la Península, acompañados de sus criados esclavos, y algunos encontraron la forma de alargar la condición servil del personal a su servicio, también en la España peninsular. Algo que pudieron hacer con la colaboración de algunos funcionarios públicos, como algunos notarios, quienes contribuyeron a dar una pátina legal a una práctica señaladamente ilegal.

Así sucedió, por ejemplo, con el hacendado vizcaíno Agustín Goytisolo Lezarzaburu, el cual quiso dejar en orden sus asuntos en Cienfuegos días antes de embarcar, desde aquel puerto cubano, rumbo a Barcelona. Resuelto a avecindarse en la capital catalana, Goytisolo tomó algunas resoluciones en torno a algunas esclavas de su servicio doméstico. El 20 de abril de 1870 acudió a la escribanía de José Joaquín Verdaguer para otorgar graciosamente la libertad a “la morena Casilda, de nación gangá”, nacida en África y que sumaba entonces 50 años. No hizo exactamente lo mismo con sus otras dos esclavas, madre e hija, las cuales recibieron aquel mismo día una especie de falsa carta de libertad ante el mismo notario. Según decía, Goytisolo había querido otorgar igualmente la libertad graciosa “a las esclavas de mi propiedad Petrona, morena, de cuarenta años de edad y a su hija, la mulata María, de veinte años, ambas criollas […] en recompensa de los buenos servicios que dichas criadas han prestado a mi familia”. A continuación, la escritura recoge literalmente que ambas mujeres: “… han determinado y se comprometen de su libre y espontánea voluntad […] a servir la primera por cuatro años y la segunda por ocho al expresado D. Agustín Goitizolo y su familia obligándose a ir con aquellos adonde quieran que se dirijan, queriendo que si se niegan a ello se les obligue con todo el rigor de la ley a cumplir dicho término en poder y al servicio del que les ha dado su carta de libertad pues al efecto renuncian a las leyes que pudieran favorecerles”. Ni una ni otra firmaron aquella escritura (según decía el notario, por no saberlo hacer) y lo hicieron, en su nombre, dos testigos.[22]

Agustín Goytisolo Lezarzaburu (Lekeitio,1812-Barcelona,1886) (foto: naucher.blogspot.com)

¿Cuántos más esclavos vivieron en la capital catalana, o en otros puntos de España, en las mismas condiciones que Petrona y que María Goytisolo? No estamos en condiciones de saberlo pero sí de afirmar que debieron ser unos cuantos. Un buen amigo de Goytisolo, por ejemplo, el riojano Venancio Solozabal, acudió ante el mismo notario de Cienfuegos (Cuba) ocho días después de que lo hubiera hecho su socio vizcaíno para dar la libertad, presuntamente graciosa, a “la negra Francisca”, de 30 años. A continuación, el notario recogió unas palabras supuestamente dichas  en su escribanía por aquella mujer: “Sabedora de que este [Venancio Solozabal] y su familia pasan a fijar su residencia en la península, he determinado de mi libre y espontánea voluntad por el cariño que profeso a dichos señores y buen trato que de ellos he tenido siempre y quedo comprometida desde ahora bajo la solemnidad de este instrumento a acompañar y permanecer a su servicio el término de seis años contados de esta fecha no solamente en la península como en cualquier otro punto del extranjero, siendo de cuenta de los expresados señores mantenerme, vestirme, [y] calzarme”. Francisca tampoco firmó, por cierto, aquella escritura, por no saberlo hacer.[23] Aquellas tres mujeres, o sea, Petrona Goytisolo, su hija María Goytisolo y también la tal Francisca, de apellido desconocido, vivieron en Barcelona, en la década de 1870, sujetas a una institución como la esclavitud que, en teoría, estaba abolida desde 1837.[24]

Vicente Lucumí, antiguo esclavo de la familia Goytisolo, posa en 1900 con la bandera de Cuba independiente (foto: perezia.wordpress.com)

Podemos documentar la difusa presencia en Cataluña de aquellos antiguos esclavos, nacidos algunos en África, quienes vivieron, trabajaron (y murieron) al servicio de unos ricos indianos regresados de Cuba o de Puerto Rico, en otros lugares y de otras maneras. Basta leer, por ejemplo, el testamento otorgado en su lecho de muerte, en Barcelona, por un indiano catalán enriquecido en Santiago de Cuba llamado Fidel Marqués Bolet. En una de las cláusulas de aquel su último testamento, otorgado en Barcelona en diciembre de 1869, Fidel Marqués se acordó expresamente de una antigua esclava que había venido con él desde Cuba hasta Cataluña llamada Ceferina. Lo hacía al dejar claro a sus albaceas lo siguiente: “Es su voluntad que si la negra Ceferina que tiene a su servicio determinase volverse a la Isla de Cuba se le entreguen desde luego la cantidad de 600 escudos”.[25] Otras evidencias vienen del mundo funerario. Así, por ejemplo, una lápida situada en un nicho del cementerio de Vilanova i la Geltrú nos revela otro ejemplo similar: Nicho y lápida “Propiedad de Antonio Gispert i Cisneros. Aquí yacen los restos de su fiel criado Francisco, natural de África”.[26]

Una mención especial merecen dos esclavas que vinieron desde Santiago de Cuba hasta Barcelona, al servicio del empresario Antonio López y López, y de su mujer, la criolla Luisa Bru Lassús. Sabemos que esta última abandonó la capital oriental de Cuba a finales de 1852, después de que un terrible terremoto destruyera muchos edificios en su ciudad natal y de que una epidemia de cólera asolara a su población, provocando más de dos mil muertos. Además de sus tres hijas pequeñas, en su viaje a Barcelona debieron acompañar a Luisa Bru al menos dos de sus criadas esclavas, llamadas Eloísa y Dorita. Dos mujeres que trabajaron durante muchos años al servicio de la primera marquesa de Comillas, fallecida en 1905, primero en Cuba y después en Cataluña.

Antonio López López, primer marqués de Comillas. Del libro LA COMPAÑÍA GENERAL DE TABACOS DE FILIPINAS. 1881-1981

En 1987, al cumplir 75 años, el banquero e historiador José María Ramón de San Pedro escribió el borrador de un libro, hoy día aún inédito, al que tituló Notas sobre el marqués de Comillas. Allí recoge, entre otras fuentes, anécdotas e informaciones proporcionadas por varios descendientes del matrimonio López Bru, a quienes trató personalmente. Y allí escribe, a partir de esas fuentes orales y familiares, un párrafo sobre aquella antigua esclava de la familia López llamada Dorita. Dice así:

En Puertaferrisa [Palacio de residencia de la familia, en Barcelona], y en Comillas, se recordaba la vida larga de una negra llamada Dorita, criada-niña que había sido en Santiago de la futura primera marquesa de Comillas. Ella quería mucho a “Su amita” y ésta mucho a Dorita, cuyo principal quehacer, además de cuidar la guardarropía de su Señora, consistía en guardar y acercarle los cigarros puros que Doña Luisa fumaba y fumó hasta poco antes de morir, según hábito frecuente en las damas criollas de su tiempo”.[27]

Eusebi Güell e Isabel López Bru (imagen: palauguell.wordpress.com)

Uno de los nietos del matrimonio López-Bru, Eusebio Güell López, publicó en 1947 en Barcelona una especie de memorias con un título sugerente: De Alfonso XII a Tutankamén. Perspectivas de la vida. Nacido en Barcelona, en 1877, el segundo vizconde de Güell daba en ese libro noticias de otra antigua esclava de sus abuelos maternos, llamada Eloísa López, a la que conoció y trató personalmente durante más de veinte años:

Una de las personas a quién queríamos como si fuera de la familia era una negra, comprada de doce años por el general López de Vega, en Cuba, y cedida a mi abuelo cuando tenía dieciséis. Vivió en casa hasta su muerte, cerca de los ochenta años. Era hija de un rey africano, y fue robada por los negreros. No sabía leer y sí sólo firmar”.[28]

Nacida en África y criada en Santiago de Cuba, Eloísa López (que había recibido el apellido de su propietario, Antonio López) residió durante casi cincuenta años en Barcelona, donde acabó falleciendo en 1900. Vivió siempre bajo el mismo techo que sus antiguos dueños, los marqueses de Comillas, quienes ingresaron puntualmente sus salarios en la cuenta que le habían abierto en la familiar Casa de Comercio. Tal y como recordaba el segundo vizconde de Güell, muchos años después de su muerte, Eloísa López “nunca se permitió disponer de las cantidades que mensualmente se le abonaban en el Banco de la familia, acumulándose al seis por ciento”. Por eso, aquella antigua esclava había conseguido acumular, en Barcelona una verdadera fortuna. Una fortuna que alcanzó las 118.815 pesetas en el momento de su muerte. Nunca disfrutó, sin embargo, de aquel dinero. Y cuando murió, convirtió al hijo de sus antiguos dueños, a Claudio López Bru, en su universal heredero. Lo hizo, por cierto, en un testamento que redactó, en su nombre, el afamado poeta catalán Ramon Picó i Campanar, puesto que la africana Eloísa López nunca aprendió a escribir. Su heredero, el segundo marqués de Comillas donó, a su vez, aquella notable cantidad al Seminario Pontificio de Comillas, precedente directo de la actual Universidad de Comillas.[29]

Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, retratado por Francisco Godoy (foto: territoriomuseo.com)

Aquella antigua esclava nacida en algún lugar del continente africano fue enterrada en el panteón que la familia López tenía en el llamado Cementerio del Este (hoy Cementiri del Poblenou), en Barcelona. Eloísa López, sin otro apellido, fue probablemente una de las últimas esclavas, sino la última, en vivir (y morir) en Cataluña.

 

 

[1] Gaceta de Madrid, 08.03.1837, pp. 3-4.

[2] Arturo Morgado García, Una metrópolis esclavista. El Cádiz de la modernidad, Granada, Editorial Universidad de Granada, 2013.

[3] José Miguel López García, La esclavitud a finales del Antiguo Régimen. Madrid, 1701-1837. De moros de presa a negros de nación, Madrid, Alianza Editorial, 2020.

[4] Àngels Solà, “Tres notes entorn les actituds i valors de l’alta burgesia barcelonina a mitjan segle XIX”, Quaderns de l’Institut Català d’Antropologia, 1981, 3, pp. 102-128.

[5] Eloy Martín Corrales, “La esclavitud negra en Cataluña entre los siglos XVI y XIX”, en Martín Rodrigo y Lizbeth Chaviano (eds.), Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX), Barcelona, Icaria, 2017, pp. 17-45.

[6] Diario de Barcelona, 30.11.1814, pp. 911-912.

[7] Diario de Barcelona, 06.06.1800, p. 643.

[8] Diario de Barcelona, 29.08.1801, p. 968.

[9] Diario de Barcelona, 01.06.1834, p. 1248.

[10] Diario de Barcelona, 07.11.1835, p. 2514.

[11] Diario de Barcelona, 04.03.1836, p. 516.

[12] Diario de Barcelona, 02.02.1802, p. 132.

[13] Diario de Barcelona, 17.07.1827, p. 4578.

[14] Diario de Barcelona, 06.03.1834, p. 534.

[15] Diario de Barcelona, 14.09.1817, pp. 1391-1392.

[16] Diario de Barcelona, 02.11.1842, pp. 4180-4181.

[17] Diario de Barcelona, 21.08.1844, p. 3432; El Genio de la Libertad, 26.08.1844, p. 3.

[18] Ibidem.

[19] Diario de Barcelona, 22.02.1844, p. 793.

[20] Aurelia Martín Casares, Margarita García Barranco, “Legislation on Free Soil in Nineteenth-Century Spain: The Case of the Slave Rufino and Its consequences (1858-1879””, Slavery & Abolition, 2011, 32/3, pp. 461-476.

[21] Gaceta de Madrid, 2 de octubre de 1866, p. 1.

[22] Archivo Histórico Provincial de Cienfuegos, escribanía de J. J. Verdaguer, manual de 1870, fols. 183-185, 20.04.1870.

[23] Archivo Histórico Provincial de Cienfuegos, escribanía de J. J. Verdaguer, manual de 1870, fols. 394-396, 27.04.1870.

[24] Tras pasar unos meses en su Rioja natal, Venancio Solozabal estableció su residencia en Barcelona, donde le encontró la muerte, en 1871. Lo mismo hizo su amigo y socio, Agustín Goytisolo, instalado en la capital catalana desde mayo de 1870, cfr. Martín Rodrigo, Los Goytisolo, una próspera familia de indianos, Madrid, Marcial Pons, 2016.

[25] Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Barcelona, Joaquín Serra, manual de 1869, tercera parte, fols. 3082-3085, 05.12.1869.

[26] Eloy Martín Corrales, “La esclavitud negra en Cataluña entre los siglos XVI y XIX”, en Martín Rodrigo y Lizbeth Chaviano (eds.), Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX), Barcelona, Icaria, 2017, p. 33.

[27] José María Ramón de San Pedro, Notas sobre el marqués de Comillas, trabajo mecanografiado inédito, 1987, pp. 28-29. Agradezco la gentileza de su hijo, Juan Claudio Ramón, por haberme facilitado la lectura de dicho manuscrito.

[28] Vizconde de Güell, De Alfonso XII a Tutankamen. Perspectivas de la vida, Barcelona, José Porter Editor, 1947, p. 53.

[29] Martín Rodrigo y Alharilla, Los marqueses de Comillas, 1817-1925. Antonio y Claudio López, Madrid, LID, 2000.

Portada: captura de un buque esclavista, la fragata Veloz Pasajera, por un buque inglés en 1832 (Royal Navy Museum)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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