En el último número de Le Monde Diplomatique en español (nº 300, Octubre de 2020) el periodista e historiador Thomas Frank (autor de The People, No: A Brief History of Anti-Populism, (2020) o ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos (2008)), confiesa en su artículo “La locura se apodera de Estados Unidos” que este se ha convertido en “el peor año de nuestras vidas”. Cuando nada es verificable, la imaginación toma el control. El dogma cultural en estos tiempos de coronavirus –que todo debe exagerarse en busca de la máxima urgencia y miedo– ha revuelto esos viejos temores hasta convertirlos en un huracán de ansiedad que parece ganar potencia a medida que se acerca el día de las elecciones. “Me temo que estamos presenciando el fin de la democracia estadounidense”, reza un titular reciente en “The New York Times”. “El miedo –escribe Thomas Frank- se ha convertido en el gran motivo cultural de 2020: Los republicanos son unos virtuosos del miedo (…). Devolvedles el poder a esos liberales, advirtieron, y lo que tendréis no será una simple amenaza a la democracia, sino el fin de la civilización misma”.
El artículo de Patricia Simón (La Marea) no parte de este horizonte norteamericano porque su intención es la de criticar con una prosa ágil el “exhibicionismo de irresponsabilidad” al que estamos asistiendo antes y después del estado de alarma declarado en buena parte de la Comunidad de Madrid. Se necesita el antídoto de la memoria individual y colectiva (los artículos relacionados al final de esta publicación nos recuerdan un pasado que parece quiere olvidarse) para defendernos de ese peligro y del de una lucha de clases desigual donde el 1 % debería sacrificarse por el beneficio del 99 %. Ahora bien, aunque sea brevemente, la autora apunta alguna declaración de políticos de la derecha española que se escucha estos días por otros medios (AQUÍ, AQUÍ o AQUÍ) y que son reflejo de la pandemia del populismo de derecha -más o menos extrema- a uno y otro lado del Atlántico. Nos recuerdan, cito a T. Frank, a Donald Trump hijo: “el otro partido está atacando (…) la libertad de expresión. La libertad religiosa. El Estado de derecho…”. Y hoy -en la entrevista a Díaz Ayuso en “El Mundo”-: “La Justicia, Madrid y el Rey son los que impiden que Sánchez cambie el país por la puerta de atrás”. La lucha por el control del relato, de la hegemonía, continúa. Conversación sobre la historia
Patricia Simón *
Premio de la Asociación Española de Mujeres de los Medios de Comunicación
Dice El Mundo que “si usted vive en Madrid y quiere irse de puente, todavía está a tiempo”. Es la respuesta –o más bien, el desafío– del periódico a la entrada en vigor del estado de alarma que impedirá a sus habitantes salir de la comunidad.
Y a mí, ante tal exhibicionismo de irresponsabilidad, solo me queda confiar en la memoria. Individual y colectiva. En que hagamos memoria de aquel silencio, de aquel frío, de aquel temor que lo anegaba todo aquellos días. De aquel no terminar de entender cómo era posible que no pudiéramos saber cuándo podríamos volver a ver a nuestros padres y madres sin ponerles en riesgo, sin ser sus potenciales aniquiladores; de aquellos desvelos tras irse a dormir sin sueño, tras comer sin hambre, tras hablar por teléfono sin un ‘mañana nos vemos’; de aquel cruzar miradas tan desconocidas como ansiosas, enmarcadas por las mascarillas, que buscaban respuestas en las baldas del supermercado; de aquel intentar leer, ordenar ideas, pensar… y solo poder procrastinar. Porque bastante tenía nuestra mente con intentar aplacar el desasosiego de la impotencia, encajar el golpe de lo imprevisible e, incluso, entender lo, de repente, inaudito de nuestra intrascendencia.
Pero, sobre todo, no entiendo cómo algunos se atreven a hablar de “irse de puente”, o del intento de “estigmatizar” a una población o de la versión madrileña del ‘España nos roba’, cuando lo que sus palabras cristalizan en mi memoria es a Pepita Serra Grau y a Carmen Lecha Badía diciéndome, a sus más de 90 años en una residencia de Martorell (Barcelona), que lo que más miedo les daba no era morirse, “porque morirnos nos tenemos que morir” –añadían, entre risas amargas– , sino hacerlo sin poder despedirse de sus hijos, nietos y bisnietos, que estos no pudiesen ir a su entierro, que no les enterrasen junto a sus maridos.
No entiendo cómo la que fuese portavoz del Partido Popular durante los, hasta ahora, peores meses de la pandemia, Cayetana Álvarez de Toledo, se atreve a decir mediante un tuit que “Pedro Sánchez se ha propuesto hundir Madrid”, entre otras sinrazones, “porque Madrid es sinónimo de libertad”, cuando lo que traducen mis recuerdos al leerla es a esos hombres y mujeres con miradas espantadas, unos, en coma otros, cuyos pechos vi moverse penosamente gracias a los preciados respiradores de la UCI de un hospital público.
No entiendo cómo la presidenta de la Comunidad más afectada, de nuevo, en número de contagios y de muertes, Isabel Díaz Ayuso, se permite declarar: “No se trata de confinar al 100% para que el 1% se cure”, cuando ese número solitario al que le siguen todos los demás nos engloba a todas las personas: las que enferman, las que cuidan, las que esperan, las que lloran, las que mueren, las que velan,las que amortajan, las que entierran, las que no pueden acudir al entierro, las que velan, las que son veladas, las que paren bebés a los que sus seres queridos no pueden abrazar… Somos también el bebé sediento de abrazos y de tribu, el abuelo moribundo de cuya mano el bebé nunca paseará, somos la madre soltera febril que no tiene con quién dejarle, somos la maestra contagiada, la madre enferma, la abuela muerta, el nieto que no encuentra consuelo, la enfermera que no consiguió curar, la doctora que no consiguió salvar… nos.
Me resisto a pensar que todas estas declaraciones que pisotean nuestra autoestima y dignidad por parte de quienes, precisamente, tienen el deber de protegernos, ya sea como periodistas o responsables políticos, fuesen posible si no nos hubiesen borrado o arrebatado la memoria de una pandemia que está tan viva que sigue causando muertes.
A mediados de marzo, el escritor chino Yan Lianke les recordaba a sus alumnos en el discurso inaugural del curso de la Universidad de Hong Kong:
Siempre son otros los que deciden qué debe ser recordado y qué olvidado; cuándo es tiempo de silencio y cuándo de algarabía. La memoria individual se ha convertido en una herramienta de los tiempos; la memoria colectiva o nacional, en el olvido o asignación de recuerdos de la gente.
Por eso los periodistas nos empeñamos en escribir nuestro presente para que sea mucho más difícil en un futuro borrar nuestra memoria. Por eso los fotoperiodistas y videoperiodistas se empeñan en registrar lo que nos ocurre para que en un futuro nadie pueda decir que no ocurrió. Pero nunca imaginamos que sería tan pronto, cuando la pandemia aún no ha terminado. Es más, cuando ni siquiera sabemos cuándo o cómo acabará.
Los gobernantes que como Díaz Ayuso, Boris Johnson o Donald Trump hablan de sacrificar el 1% de la población en pos del 99%, en realidad, lo que están defendiendo, como demuestran con sus políticas cada vez que gobiernan, son los privilegios de ese 1% que nunca irá a un hospital público, ni tendrá problemas para hacerse una PCR en un centro privado, ni se tendrá que confinar durante meses en un piso de 30 metros cuadrados.
Por eso, es al 99% restante al que le toca hacer memoria, rebuscar en sus recuerdos, constatar que aunque el 2020 y la percepción del paso del tiempo sean un misterio aparte, no hace tanto que nos acosaban tantos miedos que queríamos cambiarlo todo. Me cuesta creer que El Mundo o Díaz Ayuso pudiesen hacer ese tipo de manifestaciones sin temer la recriminación social, el ostracismo y la pérdida de legitimidad como actores públicos si los medios hubiésemos consolidado una memoria incontestable del dolor, el sufrimiento y las muertes que está costando este virus y de los responsables –con nombres, apellidos y razón social– que esquilmaron nuestro sistema público de salud para su lucro: de sus riquezas están construidas nuestras lápidas. De su 1% el 99% de nuestras lágrimas.
Vayámonos de puente, sí, a nuestra memoria. Escribámosla entre todos y todas, para que no puedan borrarla, ni ningunearla ni vejarla. Acallemos su crispada indecencia con nuestros recuerdos en calma. No hay nada que les desquicie más que la sobriedad de los que labran su testimonio en piedra mientras ellos gritan en medio de la nada. Recordemos que debíamos ser un país en duelo, aunque algunas prefiriesen cortar lazos para inaugurar terrazas.
Fuente: La Marea 10 de octubre de 2020
Portada: Los amantes, de René Magritte (1928) (Australian National Gallery)(foto: Musartboutique.com)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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