Presentación

Cuatro décadas y media después de su muerte, el pensamiento de Hannah Arendt sigue muy vivo en nuestros días. Ya hace unos treinta años, no por casualidad justo tras la caída del muro de Berlín,  se comenta que su pensamiento está de moda, de una moda que sin embargo no se extingue y que, gracias a la continua publicación de escritos inéditos suyos, no cesa de renovarse y enriquecerse. Esta pensadora, que por cierto prefirió rehuir la etiqueta de filósofa, parece haberse consagrado como uno de los grandes referentes de la filosofía del siglo XX no ya solo por célebres reflexiones suyas como la de la banalidad del mal o su sesudo análisis del totalitarismo, sino también por su genuina reconsideración de la política. Entre otras cosas, su reinterpretación de conceptos centrales como los de poder, autoridad, violencia, acción, desobediencia civil, promesa, revolución o mundo ha sido extremadamente fecunda.

Hannah Arendt en 1924 (foto de autor desconocido incluida en el libro de Elisabeth Young-Bruehl: Hannah Arendt: For Love of the World, Yale University Press, 1982)

Como expone Máriam Martínez-Bascuñán en este texto, Arendt fue una pensadora inclasificable, pese a que tantas veces se la ha querido clasificar tanto en el pasado como en el presente. Unos para apropiársela y convertirla en una eximia representante de los propios posicionamientos; otros, para denigrarla y ponerla como una pensadora del otro lado. Hay que tener en cuenta que Arendt ha sido una autora que desde un buen principio levantó pasiones y, por ello mismo, también animadversiones, plasmadas ya en su momento entre ilustres intelectuales como Isaiah Berlin o Eric Hobsbawm. De ahí que otros no le hayan querido perdonar su proximidad, tanto intelectual como afectiva, con Heidegger o que hayan querido ver rastros nazis o filonazis en su pensamiento, pese a su clara vocación antinazi o a que su pensamiento político se construya sobre una revolucionaria natalidad que se contrapone al ser-para-ala-muerte del pensador alemán. Otros, en cambio, la han querido retratar como una pensadora antimarxista a pesar de que ella criticó más los usos de Marx que el pensamiento de este o que ella tuviera en Rosa Luxemburg uno de sus grandes referentes. Y otros más la han descrito como una judía antisionista e incluso antisemita pese a que ella, bajo la influencia de Kurt Blumenfeld, fuera de joven una activista sionista (y, por cierto, fue por ello detenida por la policía nazi) o que siempre sintiera que el destino de Israel le afectara de lleno.

Foto: dialoguesabouthumanities.wordpress.com

Todo ello se debe entender por la pocas veces bienvenida independencia de su pensamiento, tal y como su otro gran maestro Karl Jaspers definió su admirada labor intelectual, quien además la quiso plasmar en un libro que finalmente su muerte truncó. Arendt tuvo claro que lo realmente peligroso no era el pensamiento sino el mismo acto de pensar, un pensar que se le aparecía como el antídoto contra la banalidad del mal y que le obligaba a luchar contra los prejuicios y clichés acumulados a lo largo del tiempo; es decir, que le llevaba a repensar de nuevo las cosas como si nadie las hubiera pensado previamente. 

 Edgar Straehle

 

 

La filósofa alemana reflexionó sobre muchos de los temas que nos siguen preocupando: el peligro de las emociones en política, la confusión entre hechos y opiniones, la crisis de la cultura o el totalitarismo. Su obra vive un auténtico ‘boom’ editorial

 

 
 

Hannah Arendt, en la Universidad de Chicago en 1966.
Hannah Arendt, en la Universidad de Chicago en 1966. © ART RESOURCE / HANNAH ARENDT BLUECHER LITERARY TRUST

Decía Isak Dinesen que se puede soportar todo el dolor si lo convertimos en una historia. Algo parecido podría afirmarse de la inclasificable Hannah Arendt y su fecunda relación con la teoría política, un campo del saber que revindicó con ahínco y que le sirvió para sobrellevar todas las crisis políticas y personales de los amargos tiempos que le tocó vivir. Hoy, como entonces, el vocabulario que empleó para pensar y narrar el mundo, sus reflexiones y esa escritura tan bella, tan suya, nos ayudan a interpretar lo que nos ocurre, aunque solo sea como simples enanos mirando el mundo a hombros de gigantes. Ella, desde luego, lo fue, y siempre es una maravillosa sorpresa descubrir que, tras una obra brillante, hay también una vida que irradia luz. Fue así, curiosamente, como ella misma describió a sus referentes en Hombres en tiempos de oscuridadIsak Dinesen, la apasionada autora de Memorias de África, para quien relatar historias era “dejar que se vayan” y animaba a “repetir la vida en la imaginación”; Walter Benjamin, aquel “hombrecito jorobado” de poético pensamiento; o su maestro Karl Jaspers, cuya vida consagrada a la Humanität hizo que la luz de lo público terminara por “modelar toda su persona”.

Fue así como Arendt miró y describió a sus contemporáneos, con la misma empatía y honestidad intelectual con las que trató de contemplar y analizar las turbulencias políticas del siglo XX. Quien quiera encontrar en ella un pensamiento sistemático, un corpus teórico ordenado y coherente, es mejor que no acuda a sus escritos. La originalidad de Arendt radica precisamente en que sus libros escapan a cualquier clasificación. Cada uno obedece a un propósito y un tema diferentes, y en ellos disecciona conceptos con la precisión de un cirujano y la belleza de quien sabe que el lenguaje es un preciado tesoro, escapando de cualquier tentación de encerrar su pensamiento en un sistema, incluso de ofrecer una línea argumental que sirva de “barandilla” o “pasamanos”, como ella misma decía, para construirnos un refugio tranquilizador donde todo nos encaje. Muy al contrario, describió la actividad de pensar como entendió su propia vida, como un riesgo y desde una inspiración profundamente socrática, comprendida como un ejercicio que sacude y expulsa rutinas, que nos obliga a tejer y destejer constantemente nuestros pensamientos.

 
Hannah Arendt hacia 1961-62 (foto: Wesleyan University Library)

Arendt encaró los temas más complejos con el coraje y la prudencia del pensador que los mira de frente y los analiza desde la distancia y con el filtro de la reflexión. En sus obras, subrayó la importancia del juicio político como esa manera concreta que adopta el pensar en el mundo de la política, y habló también de nuestra responsabilidad, de la radicalidad del mal y su banalización, del totalitarismo como argamasa homogenizadora de sujetos atomizados, de la actividad del pensar y la artificialidad y evanescencia de la esfera pública, y de esa “brillante luz de la presencia constante de los otros”. No se arrugó ante ningún tema: la verdad y la mentira en política, el poder como acción concertada y su opuesto, la atracción por la violencia. Son solo algunos ejemplos de todo lo que Arendt se atrevió a pensar de forma genuina, controvertida e incisiva, siempre con voz propia: la única manera de pensar. Por eso no es casual que hoy sus palabras nos interpelen con tanta fuerza. Su poder está en su peculiar manera de abordar los grandes temas, de sacar a la luz sus muchos y paradójicos aspectos, de enlazar sutilmente conceptos y atreverse a hacer todas las preguntas.

Durante los últimos años, nos hemos visto obligados a tornar la mirada hacia Los orígenes del totalitarismo, donde disecciona las claves que explican esa extraña lealtad consustancial a los movimientos de masas que hoy buscan los populistas de toda ralea. El ejemplo paradigmático es, por supuesto, Trump, y aquellas escalofriantes palabras que pronunció en Iowa en la campaña de 2016: “Podría estar en medio de la Quinta Avenida y disparar a alguien, y no perdería votantes”. Este seguidismo acrítico estaba relacionado con esa idea que él supo activar en sus votantes y que Arendt describía en su obra magna: formaban parte de algo más grande que una fuerza política convencional; integraban un movimiento. Muchos de los fenómenos que describen esta era de la posverdad fueron explicados y desarrollados por Arendt al hablarnos de la adhesión inquebrantable a los nuevos demagogos de su tiempo. Superviviente de una época más convulsa que la actual, Arendt supo ver cómo tales movimientos presentan siempre sistemas de significado alternativos perfectamente coherentes, donde lo que convence a sus integrantes no son los hechos (“ni siquiera los hechos inventados”, nos dice) sino la consistencia aparente de aquello a lo que sentimos pertenecer. Aparece ya aquí la insoportable carga emocional con la que hoy nos adherimos a nuestra tribu.

Hannah Arendt en Jerusalem, durante el juicio a Eichmann en 1960 (foto: El País)

La autora de Verdad y política nos ayudó también a diferenciar entre verdades factuales y opiniones, advirtiéndonos que “la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”. De estas observaciones se destila la inmensa importancia que Arendt concedió a la esfera pública, ese espacio que permite la existencia de un “mundo común” y su inevitable conexión con la pluralidad de opiniones y la libertad humana. Porque solo con la discusión “humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos, aprendemos a ser humanos”. Nos alertaba Arendt del riesgo de colmar ese espacio de una única verdad, pues cualquier verdad “termina necesariamente el movimiento del pensamiento”. Así, pluralidad y libertad van en ella siempre de la mano, conectadas con la esfera pública desde su republicanismo, en ese espacio de aparición que posibilita la autonomía personal y política precisamente allí donde conviven voces disidentes, impulsando una discusión auténtica, capaz de generar un “mundo común”. Pero es la información objetiva la que garantiza que nos podamos pronunciar sobre algo con un anclaje en lo real, huyendo de realidades paralelas o de la tentación de trasladar a lo público meras inquietudes privadas. Las opiniones solo pueden formarse a condición de que existan esa información objetiva y una discusión auténticamente plural y abierta; de lo contrario, habrá “estados de ánimo, pero no opiniones”. Resulta inevitable pensar en la actual quiebra del espacio público derivada del absurdo poder de las redes, de su potestad para expulsar a las voces disidentes y colmar el debate de mera emocionalidad.

Foto: vozlibre.com

La reivindicación de la pura facticidad no le hizo eludir las preguntas políticas sobre cómo los hechos del pasado afectaban al presente, pero también al futuro. Su motivación, su impulso político estuvieron caracterizados por lo que ella misma denominó “amor del mundo”, por nuestra responsabilidad para con su cuidado. Por eso necesitamos a Arendt, porque construye a partir de la esperanza, convirtiéndola en categoría política. Hoy, cuando parece que todos los males residen en el futuro, Arendt nos recuerda que, mientras haya nuevas vidas, siempre existirá la posibilidad de “un nuevo comienzo”, porque “cada recién llegado” tiene la capacidad de “hacer algo nuevo”, la facultad de hacer y mantener nuevas promesas que permitan construir “islas de seguridad”. Dichas promesas son los pactos sobre los que se erigen las instituciones, el marco de referencia que permiten desarrollar el juego de nuestra vida en común. Sin ellas, no hay juego ni estabilidad posibles, pero tampoco, curiosamente, pluralidad, acción o movimiento. La ausencia de certezas no nos libera de la responsabilidad de cuidar el mundo que compartimos. Ese es el legado de Hannah Arendt. Quizá no sea un mal punto de partida.

Imagen: Hannah Arendt TV
LECTURAS

Hannah Arendt. Una biografía. Elisabeth Young-Bruehl. Paidós.

Hannah Arendt. Laure Adler. Ariel.

Eichman en Jerusalén. Hannah Arendt. Lumen/Debolsillo

Los orígenes del totalitarismo. Hannah Arendt. Alianza

La condición humana. Hannah Arendt. Austral

La vida del espíritu. Hannah Arendt. Paidós

Sobre la revolución. Hannah Arendt. Alianza

Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Hannah Arendt. Austral

Ensayos de comprensión. Hannah Arendt. Página indómita

Crisis de la República. Hannah Arendt. Trotta

Tiempos presentes. Hannah Arendt . Gedisa

Hombres en tiempos de oscuridad. Hannah Arendt. Gedisa

Diario filosófico. Hannah Arendt. Herder.

Poemas. Hannah Arendt. Herder


Fuente El País 30 de mayo de 2020 y Conversación sobre la Historia

Portada: sheldonkirshner.com

Imágenes: Conversación sobre la Historia

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