La próxima aparición de un libro colectivo de la asociación Memoria y Libertad sobre las cartas en capilla de los condenados a muerte por la dictadura franquista ha dado lugar a una serie de artículos en la prensa periódica (EL PAÍS, El Diario.es). Con el recurso de estos textos, bibliografía especializada en el tema y documentación original proponemos una lectura historiográfica de los mismos y debatimos sobre su papel para facilitar la conexión entre la vieja clase obrera y los nuevos movimientos sociales como el movimiento memorialista. Además, a la hora de interpretar las cartas postreras, la historiografía ha de desacralizarlas abriendo paso a interpretaciones socioculturales, de los lenguajes y del poder. Esta misión no está reñida con que las asociaciones memorialistas y el público sigan valorando, y emocionándose, con la carga emotiva de las mismas. Los historiadores debemos cumplir una función formadora que facilite la emancipación, mas ésta nunca debe ser domesticadora

 

Óscar Rodríguez Barreira 
Universidad de Almería

 

Tengo en mi pensamiento las ideas más tristes
que pueda tener persona en el mundo,
solamente en pensar que de un momento a otro
puedo ser pasado por las armas

Rufino Marín, Cárcel de Arnedo (Logroño), 30-8-1936

 

Hace casi 21 años, siendo becario de investigación, tuve ocasión de conocer al ilustre y poderoso Santos Juliá. Recuerdo que estaba nervioso, quizás incluso tembloroso, y que fue en un congreso sobre Franquismo en la UNED de Almería. Antes de su charla, cuando nos presentaron, el catedrático me preguntó así, casi a bocajarro, por las razones por las que mi generación estaba interesada en la dictadura. Yo intenté articular, balbucear una respuesta y él sentenció: para nosotros –su generación– el franquismo es un “aburrimiento horripilante”. Ese fugaz encuentro, y la inconclusa e inarticulada respuesta, me dejaron clavada una espina. Dos o tres horas después pensé mil y una airosas salidas, también que en ese preguntar por el franquismo debí hablarle de mi bisabuelo y de la socialización política en mi familia materna. El problema no era solo el franquismo sino la Memoria Democrática. Una de mis primeras lecciones sobre historia fue la tragedia y las cartas postreras de Máximo Blanco, un niño de la inclusa de Astorga: mi bisabuelo materno. Máximo fue peluquero y fue asesinado por las autoridades rebeldes en Ponferrada debido a su militancia e ideas socialistas y a permanecer fiel a la República.[1]

Años después, en el acto de lectura de mi tesis doctoral, recuperé esas cartas y muy especialmente unas frases finales en las que Máximo vindicaba: “No quiero bajo ningún pretexto que se me aplique misa alguna, ni oraciones, pero sí recuerdos para mi memoria”. A lo que añadía “Si os dejan, y tenéis valor, id al Cementerio por si podéis saber dónde me entierran para que podáis visitar mi tumba alguna vez. No te preocupes del luto exterior”. Frases que bien podrían estar garabateadas a lápiz en cualquiera de esas letras postreras que los condenados a muerte escribieron a sus familiares o bien estar grabadas a cincel en cualquier monolito dado que dan sentido tanto a la lectura de una tesis doctoral como a la publicación de un libro como el recientemente compilado por el colectivo Memoria y Libertad o como el recuperado y escrito por Jesús Vicente Aguirre en La Rioja. Tal y como ha mostrado Paloma Aguilar la memoria de los “desaparecidos” ha sido cultivada en privado por sus familiares y, dado lo irresuelto del problema de la memoria y las fosas en este país, muchas de las iniciativas relacionadas con ésta ha sido llevada a cabo por familiares de segunda o tercera generación. La implicación de éstos ha sido muy fuerte siendo al tiempo un motivo de miedo pero también de profundo orgullo.[2]

Máximo Blanco y su esposa Alberta González (foto: Diario de León)

De estas cuestiones, entre otras  muchas, podría haber hablado al, tristemente fallecido, catedrático y algunas de ellas estaban detrás del impulso que se recogió desde el 2000 para dar un empujón, muy importante, a la historiografía sobre la represión y la dictadura franquista. Mas una cosa son los motivos, otra, distinta, los datos, los argumentos, las interpretaciones, los resultados. Como historiadores debemos diferenciar  la emotividad y la carga afectiva contenidas en esas cartas postreras –o en las fotografías, o en otros de esos objetos personales, reliquias, conservados– de la información y lectura historiográfica que se puede hacer de las mismas. Verónica Sierra Blas nos propuso en su Cartas Presas un esquema o marco que suele vertebrar y dar sentido a las cartas de los condenados a muerte. Según la experta en escritura popular estas misivas comenzarían, por norma general, con la noticia de la sentencia de muerte y de la inminente ejecución. Un ejemplo es el de unas letras dirigidas por un reo a su  esposa Raimunda «Me apena mucho escribirte esta carta pero no tengo más remedio. Dentro de unos instantes, seguramente de unas horas, terminará todo». Otro ejemplo es el de Humberto Alonso quien, desde la Cárcel de El Coto (Gijón, Asturias), decía a su mujer e hijo: «El destino me separa de vosotros, me elimina de la vida; lo afronto con entereza».[3]

El siguiente paso, en ese tour de force que es la escritura postrera, suele ser el de consolar a los destinatarios. Los reos muestran entonces una actitud serena para tratar de tranquilizar a sus familiares y amigos. Emiliano León Matute de Aldeanueva de Ebro (La Rioja) incluso lo hacía en verso:

«Ya que personalmente
no os puedo saludar
os recomiendo en mi nombre
paciencia y serenidad»[4]

Postal enviada a su familia por Emiliano León Matute

Esa tranquilidad que quieren trasladar y que no es, sino, muestra de valentía les lleva a la siguiente etapa que es la de la proclamación de la inocencia, la denuncia de las injusticias cometidas por las autoridades. Así es como debemos entender las palabras de Joan Curto a su mujer desde la Cárcel de Pilatos (Tarragona): «No me arrepiento de mi vida, ni de cómo pensé, ni de cómo sentí, ni de cómo obré. Mis hijas pueden levantar la cabeza con orgullo»; o las de mi propio bisabuelo cuando explicaba:

«A todos, unos y otros, os da el último adiós este condenado a muerte por los Asesinos que con el nombre de su Dios asesinan vilmente a los verdaderos inocentes creyendo así salvar a su España que pronto perderán. Mi sangre y la de todos mis compañeros asesinados aquí y fuera de aquí servirá para que en ella se ahoguen todos ellos»[5]

Estas líneas muestran que las cartas tienen, al mismo tiempo, la función de confirmar las ideas propias y la virtualidad de servir como justificación del óbito. Como indica Verónica Sierra éste se produce por un ideal superior: el triunfo de la clase trabajadora –según Máximo– la libertad, la patria, la justicia, el orden legítimamente establecido… Eugenio Pérez Carralero, lo sintetizaba explicándoselo, en julio de 1943, a su esposa. Le indicaba: «Tú piensa que yo no he hecho sino dar mi vida por un ideal, como la han dado y la darán tantos otros».[6]

Dado que han muerto por una causa justa y que han sido asesinados de manera indigna, los reos no podían hacer otra cosa que pedir memoria. El «que mi nombre no se borre en la historia» que escribió Julita Conesa el fatídico 5 de agosto de 1939. La petición que dirigía Román Velarde a su mujer y sus hijos: «solo os pido que todos los años, en este día, tengáis un recuerdo para este padre y compañero que morirá pensando en vosotros […] es mi deseo que no se borre de tu corazón mi recuerdo» o el ruego encarecido de Encarnita Magaña a sus amigas Anita y Peligros, que tan presente tuvo Petra Álvarez:

«me marcho tranquila de que vosotras me recordareis y en vuestras oraciones no me olvidareis. Os lo pide la que tan falta de comprensión se aleja de vosotras, y que no desoiréis el ruego encarecido de que ¡no me olvidéis!» [7]

Carta de Encarnita Magaña (foto: Eusebio Rodríguez Padilla/diario Público)

Una vez cumplidos los objetivos principales de las cartas: notificar el inminente óbito y ofrecer consuelo a los deudos, los reos emplean sus hojas en dejar constancia de sus preocupaciones –fundamentalmente dejar indefensa a su familia– y en dejar todo en orden antes de partir. Así, no serán infrecuentes las cartas que disponen cómo legar los diferentes objetos o pequeñas posesiones de los condenados. De este modo, se convierten en pequeños testamentos que ordenan y acomodan los futuros relicarios. Un ejemplo es el de Tomás Montero que enviaba a un compañero de prisión los siguientes bienes: «ahí te mando el monedero con 6 pesetas y mi sortija para que tengas un recuerdo mío, adiós para siempre». Más acaudalado era Julio quien dejaba ordenado «el cuero, el reloj, una cartera, […] una libreta del Banco mercantil 1.500 ptas., un resguardo de 150 ptas. del Banco Bilbao, un resguardo de 300 ptas. sobre el Banco de España…».[8]

Finalmente, en la última parte de las cartas los reos suelen pedir perdón por todos aquellos errores que hayan cometido y expresan, además, su agradecimiento por toda la felicidad que han compartido. No obstante, las últimas líneas son las más moldeadas pero, al tiempo, aquellas que muestran los últimos y más emotivos sentimientos de amor y cariño. Es el caso de Virginio Puente quien cerraba su carta con esta declaración de amor y afecto a su mujer e hijos.

«Sin más, muchos besos y abrazos. Y para ti te envío un millón de besos y abrazos, los últimos de mi vida. Adiós, por última vez de mi vida. Adiós, Cionina mía de mi corazón. Adiós, hasta la eternidad» [9]

 

Carta de Julita Conesa, una de las «Trece Rosas»

***

En otro lugar hemos defendido que muchas de las cartas en capilla suponen, con sus peculiaridades, un magnífico ejemplo de lo que James C. Scott denomina discurso oculto. Aquel que, sin exponerse a la mirada, oídos y control de los dominadores, subvierte la supuesta aquiescencia con el poder. Expone los deseos y fantasías de los subordinados. Esa prosa insurgente quedaría marcada y guardada junto a fotografías y otras reliquias permitiendo la subsistencia del relato de la vieja clase obrera. Las letras del más allá también permitieron y facilitaron la explosión del movimiento por la recuperación de la memoria histórica dado que son textos esencialmente subversivos, de contestación al legado franquista.[10]

No obstante, y a pesar de su carácter emotivo la historiografía ha de desacralizar estas reliquias abriendo paso a una interpretación sociocultural, de los lenguajes y del poder. Esta misión, no obstante, no está reñida con que las asociaciones memorialistas y el público sigan valorando, y emocionándose, con la carga afectiva de las mismas. Los historiadores debemos cumplir una función formadora que facilite la emancipación mas ésta nunca debe ser domesticadora. Probablemente ese era el debate que perdí ocasión de tener con Juliá, si bien, probablemente, tampoco yo estuviera preparado para tenerlo.

Encarnita Magaña, fusilada en Almería el 11 de agosto de 1942 (izquierda) y Julita Conesa, fusilada en Madrid el 5 de agosto de 1939 (derecha)(fotos: diario Público/Wikimedia Commons)

Fuentes
Fuentes archivísticas

Archivo Intermedio de la Cuarta Subinspección General del Ejército.

AJTMT-43. Causa 158-36.

Archivo Personal Familia Barreira Blanco.

Cartas de Máximo Blanco, Cárcel de Ponferrada (León), 16-12-1936.

Archivo Personal Antonio Torres.

Carta de Encarnita Magaña, Cárcel de Gachas Colorás (Almería), 10-8-1942.

Fuentes hemerográficas

Avilés Pozo, Alicia; «‘Pronto terminará todo’: publican las despedidas de presos del franquismo y las respuestas de familiares 80 años después», elDiario.es, 16-4-2023.

Junquera, Natalia; «Cartas desde la cárcel de los condenados a muerte del franquismo: ‘Aunque esté frío, dame un beso’», EL PAÍS, 15-4-2023.

Junquera, Natalia; «‘Muero tranquilo y orgulloso…’», EL PAÍS, 28-3-2009.

Sierra Blas, Verónica; «‘Adios, hasta la eternidad’», EL PAÍS (Babelia), 5-6-2015.

Bibliografía

Aguilar Fernández, Paloma (2020): «From mourning severed to mourning recovered: Tribute and remembrance strategies for families of the victims of Francoist repression», Memory Studies, 13-3, 277-294.

Aguirre González, Jesús Vicente (2021): Escríbeme a la tierra. Las cartas de los que van a morir. La Rioja, 1936. Logroño, Pepitas de calabaza.

Fonseca, Carlos (2004): Trece rosas rojas: la historia más conmovedora de la Guerra Civil. Barcelona, Temas de hoy.

Moreno Andrés, Jorge (2014): «La vida social de las fotografías de represaliados políticos durante el franquismo», Anales del Museo Nacional de Antropología 16, 83-103.

Rivera Menéndez, José y Gutiérrez Navas, Manuel (coord.) (2003): Sociedad y política almeriense durante el régimen de Franco. Actas de las Jornadas celebradas en la UNED, 8 al 12 de abril de 2002. Almería, IEA.

Rodríguez Barreira, Óscar (2016): «Señor ten piedad… Discurso público, cultura popular y resiliencia en las cartas de los presos al Generalísimo» en Míguez Macho, Antonio (ed.); Ni verdugos ni víctimas. Actitudes sociales ante la violencia. Granada, Comares, pp. 59-77.

Scott, James C. (2003): Los dominados y el arte de la resistencia. Tafalla, Txalaparta.

Scott, James C. (1985): Weapons of the Weak, New Haven, Yale University Press.

Sierra Blas, Verónica (2016): Cartas presas. La correspondencia carcelaria en la Guerra Civil y el Franquismo. Madrid, Marcial Pons.

Sierra Blas, Verónica (2007): «‘El ultimo abrazo’. Cartas en capilla de los condenados a muerte (España, 1936-1951)» en Cuesta Bustillo, Josefina (dir.): Memorias Históricas de España (Siglo XX). Madrid, Fundación Largo Caballero, pp. 280-312.

Filmografía

Asociación de Memoria ROCAMAR (2010): El Parte Inglés: La represión franquista en Almería, 1942. Documental. Almería, 29 Letras.

Tarjeta dibujada por Fernando Izquierdo para su familia (foto: Memoria y Libertad)
Notas

[1] Archivo del Juzgado Togado Militar Territorial nº 43. Causa 158-36. Rivera Menéndez y Gutiérrez Navas, 2003.

[2] Archivo Personal Familia Barreira Blanco. Carta de Máximo Blanco a Alberta González, Cárcel de Ponferrada (León), 16-12-1936. Aguirre González, 2021 y Aguilar Fernández, 2020, p. 279.

[3] Sierra Blas, 2016, pp. 233-253; Sierra Blas, Verónica; «‘Adios, hasta la eternidad’», EL PAÍS (Babelia), 5-6-2015 y Avilés Pozo, Alicia; «‘Pronto terminará todo’: publican las despedidas de presos del franquismo y las respuestas de familiares 80 años después», elDiario.es, 16-4-2023.

[4] Aguirre González, 2021, p. 165.

[5] Archivo Personal Familia Barreira Blanco. Carta de Máximo Blanco a Tomás del Palacio, Cárcel de Ponferrada (León), 16-12-1936. Sierra Blas, Verónica; «‘Adios, hasta la eternidad’», EL PAÍS (Babelia), 5-6-2015

[6] Sierra Blas, 2016, pp. 238-239; Junquera, Natalia; «Cartas desde la cárcel de los condenados a muerte del franquismo: ‘Aunque esté frío, dame un beso’», EL PAÍS, 15-4-2023 y Archivo Personal Familia Barreira Blanco. Carta de Máximo Blanco a Alberta González, Cárcel de Ponferrada (León), 16-12-1936.

[7] Archivo Personal Antonio Torres. Carta de Encarnita Magaña a Ana y Peligros, Cárcel de Gachas Colorás (Almería), 10-8-1942. Fonseca, 2004; Sierra Blas, 2016, p. 241 y ROCAMAR, 2010.

[8] Sierra Blas, 2007, p. 308 y Junquera, Natalia; «‘Muero tranquilo y orgulloso…’», EL PAÍS, 28-3-2009.

[9] Sierra Blas, 2007, p. 311 y Sierra Blas, 2016, pp. 253-254.

[10] Rodríguez Barreira, 2016, p. 73, Scott, 2003 y 1985 y Moreno Andrés, 2014.

 

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: zapatillas bordadas por Martina Barroso, una de «las Trece Rosas» para su sobrina (foto:Memoria y Libertad/eldiario.es)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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