Gracias a un exhaustivo uso de fuentes, un enfoque micro y un sugerente relato de los sentimientos que canalizan las conductas humanas, este libro aporta una interpretación holística de la violencia política, económica y social vivida en una ciudad de la retaguardia republicana que sufrió, a continuación, la dura venganza de los vencedores. El libro ofrece la trazabilidad de una represión que intercambió víctimas y represores durante la guerra y la posguerra, huyendo tanto de trincheras historiográficas como de una impostada equidistancia, y proporciona herramientas metodológicas novedosas para completar el mapa de la violencia de una “larga” guerra civil.
Ángel Luis López Villaverde
Profesor Titular de Historia Contemporánea, UCLM
Conocí al autor en las aulas del antiguo Colegio Universitario de Ciudad Real, durante el primer año de la Licenciatura de Geografía e Historia, a comienzos del otoño de 1981. Y compartimos en los dos últimos años de carrera en Madrid piso y Facultad, la de Filosofía B de la Complutense, entre 1985 y 1986. Aunque elegimos especialidades diferentes (él la historia medieval y yo la contemporánea), pudimos intercambiar las confidencias que no habíamos tenido en los años anteriores y descubrimos que teníamos un pasado común. Su abuelo (Isidro Buitrago Rincón, presidente del sindicato de albañiles de Ciudad Real) y el mío (G. Alberto López Crespo, un maestro republicano, dirigente almagreño de Izquierda Republicana y concejal del Frente Popular) habían sido fusilados en la posguerra, tras la farsa de unos juicios sumarísimos de urgencia cuya sentencia estaba escrita antes desde su detención. No consta que se conocieran entre sí, pero nuestra historia familiar traumática nos unió de manera muy especial. Posteriormente, yo me dediqué a la investigación de los años de la República y la Guerra Civil y cumplí mi sueño de dedicarme a la docencia (para continuar la tradición de un abuelo paterno al que no conocí, cuya vida truncó la dictadura), mientras a Juan Carlos, la vida profesional le llevó a terrenos alejados de la universidad. Aunque seguimos, con reuniones anuales, para no perder una amistad que nos había unido en aquellos años universitarios.
La vocación investigadora de Juan Carlos Buitrago, que pude comprobar en sus últimos años de carrera, en los que se interesó ávidamente por la Inquisición en Ciudad Real y por el alfoz de esta villa fundada por Alfonso X el Sabio, derivó, tres décadas después, en el estudio de la represión en su ciudad natal, siguiendo las huellas de su abuelo asesinado. Al fin y al cabo, las acusaciones en los procedimientos de guerra sumarísimos de urgencia tenían demasiados paralelismos con los inquisitoriales. Pero comprendió que no podía entender bien lo sucedido con su abuelo sin remontarse a los orígenes del conflicto y escudriñar el origen y evolución de aquella inquina para “purgar al vecino”. Su interés por desentrañar su pasado traumático familiar coincidió con el mío por sacar a la luz el de mi abuelo paterno y, desde entonces, se incrementó aún más nuestra complicidad. Por mero interés investigador, pues carecía de ambición académica alguna, y habiendo culminado su carrera profesional, decidió convertir su deseo en realidad. Y lo animé. Como se había alejado tantos años del mundo universitario, lo remití a quien mejor le podía dirigir y orientar, al catedrático de historia contemporánea de la UCLM Francisco Alía Miranda, cuya tesis doctoral había versado sobre la Guerra Civil en Ciudad Real. La culminación del proceso llegó el 28 de junio de 2022, con la lectura de una tesis doctoral homónima al libro que ahora ve la luz, publicado por la editorial Almud, la misma que me publicó el relato microhistórico en torno a mi abuelo cuatro años antes. El círculo se cerró cuando formé parte del tribunal que juzgó la tesis, presidido por el catedrático de la Universidad Carlos III, Eduardo González Calleja, integrado también por la profesora Lucía Prieto Borrego, de la universidad de Málaga. El entonces doctorando obtuvo la máxima calificación.
El libro Purgar al vecino (con un largo subtítulo: soberbia, codicia, venganza. La represión en una capital de provincia durante la Guerra Civil y la posguerra. Ciudad Real, 1936-1944) es solo una parte de aquella tesis. La principal, con algunas correcciones señaladas por los miembros del tribunal y ciertas adaptaciones necesarias para un formato diferente al que fue concebido. En los próximos meses saldrá otro libro basado en las reseñas biográficas que acompañaban la tesis, un trabajo de documentación encomiable que complementa esta obra.
El autor, Juan Carlos Buitrago Oliver, consigue destripar el pasado complejo de una comunidad, la representada por una capital de provincias manchega, en algo más de seiscientas páginas, entre las que incluye un detallado aparato bibliográfico. Partiendo de un amplio manejo de fuentes primarias y secundarias, y apoyándose en un vistoso y utilísimo apoyo de cuadros, gráficos y mapas, analiza minuciosamente la violencia política y la represión en una ciudad de la retaguardia republicana desde un enfoque micro y siguiendo el hilo conductor de la historia de las emociones durante los años previos a la guerra civil, los propiamente bélicos y durante la posguerra.
Como dice su director de tesis en el prólogo, Juan Carlos ha demostrado ser un “científico activo, que trabaja arduamente con las fuentes, que asimila y reflexiona para no solo contar la historia, sino para explicarla, arriesgando con valentía en la elaboración de teorías que contribuyen a rebasar lo estrictamente descriptivo”. Aceptando un reto muy complejo, ha conseguido “rebatir algunas hipótesis ya publicadas con anterioridad, modificar la visión de numerosos acontecimientos e impulsar una visión innovadora que desde lo local nos sirve para contribuir a la explicación general de la guerra en todo el territorio republicano, donde se ubicaba la capital manchega (…)” (pág. 13).
Estamos, por consiguiente, ante un trabajo de investigación solvente y bien documentado de microhistoria de la violencia. El autor relata “un pasado sucio” (parafraseando el reciente ensayo de José Álvarez Junco sobre el tema), marcado por la violencia revolucionaria y la contrarrevolucionaria ejercida entre vecinos a lo largo de casi una década, con el municipio de Ciudad Real como escenario por el que se mueven múltiples actores, víctimas y represores (término que el autor prefiere al de victimarios).
El libro, como la tesis, se estructura en tres capítulos de diferente amplitud. Dos de ellos llevan el título de pecados capitales identificados por el cristianismo, la venganza –aunque en sí, no es un pecado capital, sí lo es una de sus formas, la ira— y la soberbia; y una enfermedad moral, la codicia, que, según Platón, era capaz de corromperlo todo en la ciudad. Un contenido riguroso, capaz de llegar a un público amplio gracias a su pulso narrativo, especialmente atractivo en la introducción de cada capítulo, porque el autor escribe con rigor, pero no con rigor mortis -una expresión que suele usar Ángel Viñas-, algo no demasiado habitual en trabajos académicos.
Buitrago muestra sus intenciones en la introducción del libro (págs. 19-30), donde confiesa aspirar a construir un relato interpretativo de lo pretérito que sea útil para el presente. Metodológicamente apuesta por ampliar el foco, desde una mirada micro, siguiendo como hilo conductor la historia de las emociones o de la experiencia. De modo que lo local se convierte en el método, y no en el objetivo. Este pasa a ser la naturaleza emocional de la realidad social, los sentimientos desde los que se canalizan las conductas, en este caso, las violentas. Tras una buena fundamentación metodológica, el autor se muestra con soltura en la definición de violencia, adentrándose en terrenos movedizos, pero necesarios, si se trata de trascender la cuantificación para responder a las preguntas básicas en este tipo de investigaciones.
El primer capítulo, “Soberbia” (págs. 31-86) comienza confrontando dos personalidades contrapuestas: el alcalde socialista José Maestro y el director del diario católico El Pueblo Manchego, Manuel Noblejas. Y demuestra que es capaz de atraer al lector con unos personajes y un lenguaje que tendría una fácil traducción como guion literario o cinematográfico, como le ocurre en los capítulos siguientes con otros protagonistas. Lo más destacable de este capítulo es el interesante resumen de la campaña electoral.
El siguiente capítulo, “Codicia” (págs. 87-174) empieza como el anterior, con la comparación de otros dos protagonistas: en este caso, el falangista Juan Antonio Solís (propietario de una empresa de transportes de personas y mercancías, que poseía un gran patrimonio) y el concejal Calixto Pintor (responsable de la UGT). Aunque entiende que la violencia de las guerras civiles precisa del análisis de las dimensiones económicas que las sustentan, en la codicia intervienen otros factores, pues hay más ambigüedad. El contenido se centra en la destitución (cesantía) de funcionarios en ambas retaguardias, las incautaciones, la extorsión (oficial, con recibos, y extraoficial, con impuesto “revolucionario” y “donativos” o saqueos), los tribunales (populares y de responsabilidades políticas franquistas) y la delincuencia. Especial interés tiene su detallado análisis de las colectividades y controles urbanos. De nuevo, la larga duración en torno a una temática concreta supera la compartimentación meramente cronológica, para una mejor comprensión.
Calixto Pintor Martín, alcalde en 1937-1939, fusilado en 1940 (izquierda)
y el falangista Juan Antonio Solis Huéscar (derecha)
El último capítulo, “Venganza”, es el más largo y novedoso, ilustrado con numerosos gráficos (págs. 175-429). El análisis de caso en su inicio lo ocupa aquí la familia Prado Cejuela, de víctima a verdugo. Una de sus principales aportaciones es la trazabilidad en relación a las víctimas y su detenido estudio sobre el modus operandi en las ejecuciones. Su otra gran aportación contradice la tesis de los “círculos concéntricos” mantenida por Fernando del Rey en Retaguardia roja (subtitulado Violencia y revolución en la guerra civil española, Galaxia Gutemberg, 2019) en la provincia de Ciudad Real [reseña aquí]. Buitrago no aprecia esa supuesta red comarcal o redes de la muerte en la capital, al igual que yo tampoco las detecté al enfrentarme a la microhistoria de la violencia en Almagro en El ventanuco. Tras las huellas de un maestro republicano (Almud, 2018).
Más controvertido resulta su calificación de la “justicia revolucionaria”, como “una violencia planificada”. Probablemente es una cuestión meramente semántica. Pero no es menor, y así lo llevo discutiendo con el autor desde hace años. Si recurrimos a la RAE, “planificación” implica un “plan general, metódicamente organizado y frecuentemente de gran amplitud, para obtener un objetivo determinado”, mientras que “organizar” es “establecer o reformar algo para lograr un fin, coordinando las personas y los medios adecuados”. A mi juicio, algo “metódicamente organizado” añade un adverbio que no se puede obviar, como también hay diferencias entre un “plan general” y una coordinación. Porque, si no hay un organismo centralizado provincial, si hay una organización autónoma de los comités locales ¿cómo se puede hablar propiamente de planificación? En cualquier caso, una discrepancia semántica como esta no resta un ápice de interés al libro. Al contrario, pues contribuye a alimentar un debate que está vivo.
Especialmente interesante resultan los últimos epígrafes de este capítulo. En “las víctimas y los represores. Nosotros y ellos” (págs. 271-353), el constructo “nosotros, ellos” le sirve para documentar cómo actúan los humanos desde las emociones, no para transmitir una imagen de “equiviolencia”, que el autor evita. A su juicio, buena parte de las víctimas fueron condenadas por su pretérito conjugado en singular: primero, desde una lógica preventiva, y más tarde desde “una planificación de la profilaxis para la limpieza revolucionaria”; y singular, porque afectó a unos sí y a otros no. También elude Buitrago el uso de expresiones tan gruesas como “genocidido” o “exterminio” y se cuestiona, como yo también lo hago, la pertinencia del uso del sintagma “persecución religiosa”.
Y muy recomendable resulta el siguiente epígrafe, “Ahora nosotros somos ellos y ellos nosotros. La justicia al revés” (353-429), donde analiza la quinta columna, a los delatores cuasi profesionales y evidencia la colaboración de la sociedad española en el engranaje de la maquinaria judicial. Muy pormenorizado y riguroso es su análisis de las causas incoadas por los tribunales franquistas a los vecinos de Ciudad Real. Interesante es así mismo su estudio sobre cómo la comisión de “examen de penas” no sirvió para unificar criterios y cómo la cierta relajación que fue produciéndose se debió a que la profilaxis estaba ya hecha. También merece la pena su estudio sobre el sistema penitenciario franquista, la dispersión, masificación y nomadismo penitenciario, la solidaridad y ayuda mutua de los presos, los batallones de trabajo, las enfermedades carcelarias, la censura, las dificultades para la concesión de la libertad condicional o los destierros.
El apartado de conclusiones resulta muy clarificador. En este sentido hay dos vías: la que prioriza la brevedad y la que, por el contrario, trasciende la mera síntesis del contenido planteando nuevas preguntas. En este caso, mantiene un equilibrio entre ambas.
En definitiva, se trata de un libro que, desde un paradigma interpretativo, con un uso exhaustivo de fuentes y un relato sugerente, huyendo de trincheras historiográficas, pero también de una impostada equidistancia, aporta un enfoque holístico de la violencia, a través de los sentimientos que canalizan las conductas humanas, en un entorno micro y un marco cronológico que trasciende lo coyuntural. Sus aportaciones no tienen por qué ser extrapolables, pero ofrece herramientas metodológicas novedosas para completar el mapa de la violencia política, económica y social, su trazabilidad y complejidad, durante esa “larga guerra civil”, prolongada mientras estuvo vigente el estado de guerra.
Reseña del libro de BUITRAGO OLIVER, Juan Carlos (2022), Purgar al vecino: soberbia, codicia y venganza. La represión en una capital de provincia durante la Guerra Civil y la posguerra. Ciudad Real, 1936-1944. Toledo, Almud.
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: Imagen de un grupo de presos antifranquistas en la Prisión Provincial de Ciudad Real al poco de finalizar la guerra, reproducida del libro “La Guerra Civil en retaguardia. Ciudad Real” de Francisco Alía Miranda.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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Lo triste de nuestra guerra civil, que aún hay
fusilado sin hallar y puedan descanses en paz.Los española que no acabaron asesinos fueron a campo de concentración y acabar con ello/as..por su ideas..
En la guerra hubo dos bandos. Los dos sufrieron por igual. Parece que sólo sufrió y murió una parte y no es así. No hay que mirar atrás cómo a cada uno nos guste. Respeto a ambos bandos!!! Y lo mejor, olvidarlo ya de una vez, más de 80 años han pasado ya.
Grave por tu parte esa reflexión Silvia, pues demostrado queda que todo. Pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo. Y tus formas suelen ser disculpas del que no quiere que su historia familiar sea muy conocida. Si mi conciencia está tranquila y limpia que miren en mi pasado lo que quieran.
Y eso de que ¿ sufrieron por un igual.. ? . Bueno mejor lo dejamos hay. Esta calculado que en tiempos de la República 30 mil. muertos por represalias republicanas. Pero en posguerra y hasta los fusilamientos de los Etarras en el proceso de Burgos pasan de160. 000. LUEGO IGUAL IGUAL
Un prólogo muy interesante y bien trazado sobre una obra que no considero neutral. Más que nada por ser muy distintas las mentes actuales que han tenido todo para desarrollarse, con las mentes de aquellos que impulsados por muy distintos motivos, se convirtieron en señaladores. Hay que tener en cuenta la huída de grandes pensadores, del sistema, al ver la atrocidad que se estaba cometiendo.
Otro motivo por el que no considero la obra neutral, se debe a que todos sabemos el cariño que ofrecen la abuelas. Y me imagino a la abuela del autor contándole las peripecias que vivió su abuelo. Es el mismo caso de Zapatero, únicamente, que el de autor, se ha documentado, pero seguro que ha hecho algunas pequeñas trampas, ocultando informes y de datos.
Enhorabuena por su gran prologo, en el que dice mucho, sin contar nada.
muy buen articulo y libro.
se ve muy objetivo, en cada bando hubo sus odios-venganzas-codicias ….
se agradece este enfoque amplio y documentado, lejos de las consignas politicas al uso.
bravo por este trabajo.
Lo triste de la guerra civil es pensar que un bando fue más cruel que el otro
Los franquistas con sus distintas familias de falangistas, requetés , tradicionalistas ….no fueron peores que comunistas , anarquistas , socialistas….
En absoluto… Y si hubieran ganado los rojos o republicanos las bajas del otro lado hubieran seguido durante años..
Y como eso es sabido cualquier guerra civil futura acabará igual
No juguemos con fuego.