Ignacio Sánchez-Cuenca

 

Por debajo de la espuma de las olas se desplazan grandes masas de agua. Durante las últimas semanas, una ola política ha roto contra las rocas y hemos visto la espuma en forma de mociones de censura, transfuguismo, una convocatoria anticipada de elecciones y la dimisión del vicepresidente segundo del Gobierno. ¿Ha sido una ola solitaria o es el anuncio de una marejada que sacudirá de nuevo la política española?

Para responder a la pregunta, es preciso recordar de dónde venimos. A partir de las elecciones europeas del 2014 comenzó a constatarse la grave crisis de los dos grandes partidos es­pañoles, PSOE y Partido Popular. Surgieron nuevos partidos, Podemos primero, Ciudadanos después y más tarde Vox. Los indi­cadores de legitimidad y confianza política estaban en niveles mínimos. En las elecciones del 2015, tras unos años dominados por los escándalos de corrupción y los mayores ajustes fiscales de nuestra historia democrática, el PP de Mariano Rajoy perdió la mayoría absoluta. Se abrió entonces una posibilidad real de configurar un bloque alternativo de gobierno: la suma de PSOE, Podemos e IU daba 161 diputados; con los apoyos de Esquerra y PNV ya se alcanzaba una mayoría absoluta.

Sin embargo, las divisiones internas del Partido Socialista impidieron explorar esa vía. Sánchez, sin apenas margen, llegó a un acuerdo con Ciudadanos, pero fue tan solo un golpe de efecto, sin mayor recorrido. Hubo que repetir las elecciones en el 2016 y la izquierda retrocedió a los 156 escaños. En cualquier caso, con el apoyo de todas las fuerzas nacionalistas, los números para un gobierno progresista daban otra vez. El dilema sobre los pactos acabó rompiendo al PSOE: el aparato del partido destituyó al secretario general, Pedro Sánchez, y los socialistas, en medio de los escándalos de corrupción que ahogaban a la derecha, se abstuvieron para permitir que Rajoy formara gobierno.

Pedro Sánchez con Pablo Iglesias y Albert Rivera en 2016 (fotos: Gtres)

Tras unas primarias traumáticas en el PSOE que permitieron el regreso de Sánchez a la secretaría general, el PSOE por fin dio el paso en el 2018 y ganó la moción de censura con el apoyo de las izquierdas y los nacionalistas. A pesar del éxito de la operación, en el Partido Socialista no se disiparon las dudas existenciales sobre la política de alianzas. De hecho, tras las elecciones de abril del 2019, no fue posible configurar un gobierno de coalición PSOE-Podemos. Gracias a la recuperación del PSOE, que pasó a tener 123 diputados, la coalición sumaba 163 diputados, más que en los dos comicios anteriores. Pero a Sánchez un ejecutivo con Iglesias le quitaba el sueño: en lo que tal vez haya sido la decisión más cuestionable de su trayectoria política, convocó unas segundas elecciones en noviembre de ese mismo año. Los resultados en la izquierda fueron parecidos, aunque abrieron la puerta a Vox, y, esta vez sí, cuatro años después de la ruptura del bipartidismo, no tuvo más remedio que armar el gobierno de coalición.

Si PSOE y Podemos hubieran mostrado mayor madurez política tras las elecciones del 2015, podrían haber formado gobierno entonces. Habrían evitado la degradación de la política española que tuvo lugar durante los últimos y agónicos años de Rajoy y, lo que resulta quizá más importante, es muy probable que la crisis catalana hubiera evolucionado de un modo muy distinto. El lento aprendizaje de las izquierdas ha tenido un coste elevado para el país.

Desde la quiebra del bipartidismo, en España solo ha habido dos opciones realistas de gobierno: o una coalición del PSOE con las derechas (la de Ciudadanos o la del PP) o una coalición del PSOE con las izquierdas y los partidos nacionalistas. Buena parte de la inestabilidad política que hemos experimentado en estos años se debe a las vacilaciones y contradicciones internas del PSOE con respecto al rumbo que tomar.

Tanto los dirigentes del PSOE como su electorado están muy divididos sobre la política de alianzas. Los conflictos que ha vivido en su seno estos años (incluyendo la brutal defenestración de Sánchez por el aparato y su regreso triunfal con el apoyo de las bases) son consecuencia de estos dilemas irresueltos. La moción de censura del 2018 pareció establecer el inicio de una ruta, pero las elecciones de abril del 2019 mostraron que seguía habiendo muchas dudas. Las dudas parecieron resolverse después de los resultados de las elecciones de noviembre, pero el PSOE, después de poco más de un año de coalición, ha comenzado a mirar de nuevo hacia la derecha, buscando acuerdos con Ciudadanos para hacerse con el poder en varias comunidades gobernadas por el PP.

Reunión del Consejo Político Federal del PSOE en 2015 (foto: Efe)

Esta vacilación con respecto al bloque formado por izquierdas y nacionalistas ha bastado para provocar una conmoción política. Todos los actores han corrido a realinearse y vuelven los rumores de unas elecciones anticipadas. En el momento en el que el PSOE manda señales de replanteamiento de sus alianzas, la inestabilidad vuelve a enseñorearse de la política española.

Siempre se dice, y a mi juicio es verdad, que el PSOE es el partido que mejor refleja la sociedad española. Pero la sociedad se encuentra muy dividida en estos momentos y esa división se traslada a los dirigentes socialistas: el arco que une a Emiliano García-Page con Francina Armengol es ciertamente amplio. Las divisiones más fuertes no tienen que ver con las políticas sociales, sino, más bien, con la monarquía y, sobre todo, la cuestión nacional-territorial. En aquellos lugares en los que el nacionalismo español ha cobrado mayor fuerza, el rechazo del PSOE a la coalición con Podemos es más fuerte y, por descontado, cualquier intento de negociar una salida al problema catalán se enfrenta con una fuerte incomprensión.

Pablo Iglesias ha repetido en varias ocasiones que la derecha no volverá a gobernar en España durante mucho tiempo. Esa afirmación, más propia de un analista que de un vicepresidente del Gobierno, depende, en lo fundamental, de que el PSOE quiera mantener el bloque formado por la izquierda y el nacionalismo. En el momento en que deje de ser así, entraremos en un nuevo ciclo de inestabilidad y no cabe descartar en absoluto que la mayoría electoral cambie de signo ideológico. La mala gestión de los desacuerdos en el seno de la coalición por parte de los dos partidos, PSOE y Podemos, no ayuda precisamente a consolidar el bloque progresista. Más les vale a ambas fuerzas no tirar de la cuerda ni más hacia la izquierda ni más hacia el centro. Si se rompe esa cuerda, cada vez más tensionada, el oleaje se transformará en tempestad.

Fuente: La Vanguardia, 2 de abril de 2021

Portada: ejecutiva del PSOE a comienzos de 2020 (foto: Vozpópuli)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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