Paloma Torres

 Ha muerto el poeta Joan Margarit, a los 82 años de edad, y quisiera recuperar para su recuerdo algunas anotaciones del encuentro que tuvimos la mañana del 13 de mayo del año 2015 en la Residencia de Estudiantes de Madrid, gracias a la entrevista que concedió al suplemento ABC Cultural y que se publicó algunos días después, el 6 de junio. “Tu mente, tu pasado, tu futuro, tus esperanzas. Esto es tu instrumento. Hay gente que no sabe ni que tiene un instrumento. Ayer yo te di mi propia interpretación de esa partitura que es un poema. Pero tú has de tener la tuya”. Así comenzó él a hablar sobre su recital de poesía del día anterior, donde leía en voz alta con una voz fuerte y clara, los mismos rasgos de sus poemas. Parecía darle mucha importancia a leer en voz alta.

Ya en aquel tiempo se definía a sí mismo como un hombre viejo. Fue un hombre viejo muy celebrado y premiado, pero un hombre joven que resistió al silencio y al fracaso, que se sorprendía de su propia perseverancia en una lucha dura con el arte; le sorprendía haber seguido adelante considerando durante tanto tiempo que los poemas que escribía eran malos poemas.

Llamaba la atención que su lenguaje era muy preciso y sus ideas claras, y las expresaba con amabilidad y vehemencia. Se entendían bien y parecían el resultado sintético de muchos años dedicados a pensar. A la pregunta de si sentía cansancio al conceder tantas entrevistas contestó que cuando uno dice lo que verdaderamente piensa no se cansa.

De la conversación tuve estas impresiones: que quizá Margarit será recordado también por sus ideas, que sorprendían por su intensidad. En sus poemas (quizá sea algo universal de la poesía) la fuerza del sentimiento que transmite está anclada en el pensamiento, igualmente intenso, en la lucidez con la que se ha logrado contemplar la realidad anterior al poema. Ya en el epílogo de la primera edición de uno de sus libros más importantes, Casa de Misericordia (2006), por el que recibe el Premio Nacional de Poesía, escribe que la poesía es quizá una cuestión de intensidad, que tiene que ver naturalmente con el sentimiento, pero necesita a la razón como catalizador. Margarit fue también un poeta del pensar, un pensar lleno de afecto, en relación con la vida, emocionado por ella. Le bastaba reconocer algo, tenerlo presente, y no necesitaba gastar tiempo en definirlo. En ese sentido Joan Margarit simplificaba maravillosamente al reflexionar durante la conversación, parecía aceptar con serenidad los límites de la razón humana (“no me pregunte usted ahora, como harían los teólogos, qué quiere decir…”); las intuiciones le parecían muy respetables y se dejaba guiar por ellas, la íntima conciencia de haber encontrado algo valioso era suficiente como guía y como serio acicate, aunque quedara algo de tiniebla alrededor: no necesitaba haber llegado al final de un camino para ponerse a escribir, escribía mientras caminaba, mientras vivía, o sin dejar de vivir; esta era la sensación que daba, la sensación de que era un hombre muy libre.

Merece la pena leer los prólogos y epílogos a sus poemarios, en ellos se encuentran concentrados sus pensamientos. En ese mismo texto expresa uno de los más centrales: la poesía es un consuelo, ayuda a soportar el dolor. Y allí se lee el origen de este pensamiento vivido: visitó una exposición sobre la Casa de Misericordia, con fotografías y documentos sobre estas instituciones que le parecieron frías y severas, incluso malas, así lo escribe. Pensaba en las solicitudes de las madres y concluyó que la intemperie debía de ser aún peor y que por eso intentaban que sus hijos entrasen allí. Pensó que lo mismo era la poesía para el mundo: “Mucho más triste es la intemperie sin los versos. La poesía: una especie de Casa de Misericordia”. En el epílogo de Se pierde la señal (2012) llama así a sus poemas: “mis casas de misericordia”.

Joan Margarit nació en 1938 en Sanhauja, niño de la posguerra que no iba al colegio y vagabundeaba por la ciudad. Le marcó, y lo ha recordado mucho, que, al escucharle hablar en catalán, un guardia le dio un coscorrón y le regañó: “¡Habla en cristiano!”. Él no abandonó nunca su lengua materna, es autor de hermosos poemarios en dos lenguas, y es interesante porque no traduce directamente la una de la otra, sino que vuelve a escribir el poema. Contó algunas cosas sobre su proceso de escritura: primero, a mano (enseña una libreta finísima con versos abigarrados y algunos tachados), y cuando ya casi no se puede leer sobre el papel por las correcciones escribe el poema en el ordenador, ya en dos lenguas, para continuar corrigiéndolos durante varios meses más. Creía que ver un poema limpio en el ordenador tenía algunas ventajas para la autocrítica, que consideraba una capacidad básica para un poeta: “Si tú vas a tu libreta y ves tu letra, siempre tiendes a decir: ‘mi letra, maravilloso poema’. En cambio, si ves una cosa escrita en el ordenador, al menos tienes la décima de segundo primero en que te preguntas: ‘¿Pero quién ha escrito esta estupidez?’”.

Contó también, para terminar, una anécdota: unos quince o veinte días antes le habían entrevistado, y recordaba que el titular había sido: Joan Margarit: “La mayoría de los maestros españoles no han leído un poema en su vida”. Le escribió entonces, indignada, una maestra de Pontevedra, y el poeta, al relatarlo, la citaba en primera persona: “‘Yo tengo cuarenta años, he leído poesía, explico poesía y es usted un cretino y tiene un ego como una catedral, ¿qué se ha pensado?’. Había algo sano en su cabreo. Entre líneas yo vi a una persona santamente cabreada. Y le contesté razonando lo que en la entrevista no se razona. ‘La mayoría es la mitad más uno. En un país donde la mitad de la gente no lee nada, ¡no me dirá usted que los maestros leen poesía! Yo creo que me he quedado corto y que los que leéis poesía no pasáis del diez por ciento’. Me contestó contenta, pidiendo perdón por los insultos, dándome muestras de que había leído mis poemas”.

 

Algunas ideas de Joan Margarit

(Tomadas principalmente de la entrevista citada que está en el origen de estas páginas y también de dos de las últimas que concedió y de alguno de sus poemarios).

La verdad

La verdad es necesaria, es imprescindible, es deslumbrante, pero a la vez hace daño. La mente no busca la verdad por sí misma, hay que enseñarle que la verdad vale la pena; que el esfuerzo y el dolor que produce valen la pena. La moraleja de un poema sería: “la verdad duele, pero es necesaria”. Viene a ser una versión poética de lo que nos decía nuestro padre cuando éramos chicos: “Si pica, cura”. ¿Cómo va a curar, si no pica?

 (ABC Cultural, 6 de junio de 2015).

 

La verdad es el objetivo profundo de la poesía. Por eso, la poesía que se ha leído, como la música que se ha escuchado, son algunos de los elementos, y seguramente no los menos importantes, que intervienen para conformar esa esencia.

(Epílogo del libro Se pierde la señal).

 

El mal poeta es aquel que cree que solo debe producir belleza. La belleza, cuando vulnera la verdad, pierde los peligros que conlleva.

(El País Semanal, 23 de diciembre de 2020, entrevista de Jesús Ruiz Mantilla).

 

El fracaso. El arte no es democrático

Yo quise ser poeta a los 16 años y escribo cada día desde entonces. No se me han caído los anillos cuando he visto que el libro publicado no valía. Yo, hasta los cuarenta años, exactamente hasta los cuarenta y dos, en que publico Llup de pluvia (Luz de lluvia), yo soy básicamente un poeta fracasado. En cambio, un poeta con una fe en mí mismo que ahora me asombra. Cuando veo a estos poetas que se desesperan porque han empezado a escribir un libro, han ido a un premio y no se lo han dado… ¡pero qué idea! ¡La poesía es una cosa en la cual te vas jugar toda tu vida! Es así de duro. Y como sólo quedan los nombres de los que más o menos han funcionado, la gente imagina que debe ser así. ¡No! Eso es la excepción y alrededor hay un desastre completo.

¡Oiga, yo he tenido cuatro hijas, y se me han muerto dos, y una de ellas era deficiente, y he tenido que trabajar de arquitecto, y he ido a las obras, y todo eso junto con la poesía! Y mi vida ha sido de alguna manera determinada por la maldita poesía que estaba allí, en el primer lugar. Ahora parece que se quieren todas las ventajas de haber logrado escribir un buen poema, y ninguno de los inconvenientes. Yo he gastado treinta años para escribir un poema. ¿Y usted quiere escribirlo a la primera? ¡Váyase usted al carajo! El arte es un lío profundo. No te puedes meter si no lo llevas dentro. Y, si lo llevas, eso no garantiza nada. Lo más probable es que fracases. Y llevarlo dentro y fracasar es muy duro.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015, respuesta ampliada).

 

La intemperie. Dar cultura es dar un arma

¿Qué es la intemperie moral sobre la que usted escribe?

Hay dos intemperies. La intemperie física, que ya no nos referimos a ella porque nos la ha resuelto la técnica, que es la ciencia. Dejémosla aparte. Somos personas sin problema de intemperie física. Pero ¿qué pasa si me deja la persona a la cual yo amo, si se muere alguien querido, si he fracasado en algo? ¿Qué hago con estas? ¿Qué elementos tengo? ¿Llamo a la ciencia para que me haga lo mismo que le ha hecho a la calefacción, para que me dé alguna cosa con un botón para que lo apriete? La ciencia me dice que no, que no existe eso.

Entonces pregunto qué existe, miro qué existe que me pueda ayudar a resolver ese dolor, y me encuentro con esto: con la poesía, con la música, con la pintura, con la filosofía, con la religión algunos… Bien, son cinco o seis cosas. Esas cosas tienen una característica brutalmente terrible: para gozar de las herramientas que te garantizan que no te ataque la intemperie física, no te pide nadie que seas científica ni que seas una gran técnica. Instantáneamente te ayuda. En cambio, estas otras necesitas haberte convertido en un auténtico especialista –no de las obras, pero de ti mismo– para que te ayuden. Tú no puedes decir: se ha muerto mi mujer, traigan a Montaigne. Montaigne te contesta: “deberías haberme traído hace veinte años. Ahora ya me conocerías, y te sería útil”. Pero, en frío, no sirve para nada.

Por eso es imprescindible dar cultura a la gente. Porque dar cultura es dar esta arma. La educación, que es la base de la cultura, no te da a Montaigne, te da caminos para que tú misma elijas a Montaigne. Pero te han de dar primero la educación, que te dice dónde puedes buscar. Y, segundo, suscitar en ti el interés suficiente para que lo busques. Entonces esto se convierte en la calefacción en el territorio moral. Y para eso sirve la poesía. No es un adorno, señor Bert. Por eso lo recortan, porque creen que es un adorno cuando es una herramienta básica. Que pueda parecer que lo suple no hay más que el entretenimiento. Por eso cuanto más inculta es una sociedad, la industria del entretenimiento aumenta. Si tú no sabes ni que existe Montaigne, no te queda más remedio que ir a la montaña rusa.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015, respuesta ampliada).

 

La religión

¿Qué piensa usted de la religión?

Es un mito. Estamos rodeados de mentira, en el sentido de que hemos creado mundos inexistentes para no morirnos de miedo en este existente. Esto empieza de manera muy rudimentaria, luego se va elaborando, y la máxima elaboración yo creo que es el monoteísmo. No hay manera de resolver este tema, por la distancia. Estamos tan lejos de poder obtener ninguna prueba que cada uno busca su manera de estar en el mundo con cierta honradez. El problema es la honradez y la intensidad (y no me pregunte, como harían los teólogos, qué es la honradez y qué es la intensidad, porque nos estamos entendiendo perfectamente). Si algo te permite estar honradamente e intensamente en el mundo, eso es válido.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015)

 

La muerte

CAMINOS

Más allá de la playa reflejada en el viento
ha de haber un país
donde, como las olas, mi añoranza
muera cuando los sueños me hayan abandonado.
Si un camino no lleva hasta la muerte,
es tan sólo un camino sin salida.

(Del libro El orden del tiempo).

 

¿Ha escrito mucho durante este año raro?

Con este año que me he tenido que pegar, sí, he vivido dos vidas paralelas. Una maravillosa, el confinamiento. Yo he buscado toda mi vida estar confinado, pero no he podido. Y otra terrible, con un tratamiento por linfoma del que no sé cómo saldré y que, te digo también, tanto me da. Tanto me da, pero de verdad. Por decirlo rápido. No sé si al final acabará bien o no. Pero tengo 82 años y estafado no me puedo sentir. Bueno, si va mal, me moriré a los 83 y agradecido con la vida.

(El País Semanal, 23 de diciembre de 2020).

 

Dejemos de hablar de la muerte como de un personaje. Hábleme del fin de la vida, que es lo que es. Hay un poema en Amar es dónde que dice que si Durero volviera a grabar el esqueleto con la guadaña hoy día grabaría una calle estrecha y oscura con una ventana encendida al fondo.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015)

 

La lectura

¿Qué recomendaría a un joven que pregunta “qué leer”?

No recomiende nunca un libro mediocre. Recomiende sin duda un libro bueno.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015)

 

El dolor

¿El dolor transforma la manera de escribir?

Vivir. Porque el dolor puro no existe. Incluso en los puntos más tremendos, hay algo de felicidad. Si no, te matarías. Por eso no puedes escribir poemas solo de un lado o solo del otro. En el prólogo de Joana, que fue un libro escrito en un momento muy difícil para mí [murió su hija], cuento que vulnero uno de los principios fundamentales de cualquier arte: no escriba usted en caliente. Yo creo que los poemas de Joana lo son con todas sus exigencias. Pueden ser poemas con un cierto aspecto de terrible, pero que no son terribles. Tú terminas el libro y no dices: “He leído un libro de muerte”, más bien dices: “He leído un libro de amor”.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015).

El pasado, amor y supervivencia

AMOR Y SUPERVIVENCIA

Destruido ya el pasado, no cesamos
de intentar reconstruirlo, igual que un caserón.

Pero hoy allí no vive nadie.
No queda ni siquiera la liturgia
que hay de madrugada en la autopista.
Comprendo poco ya de aquellos días.

Quedan los resultados. Duros en ocasiones.
El afecto, una casa de muñecas,
llegaron a ocultar tu soledad.
Heridas feas bajo vendas blancas.
Camino bajo lunas impecables
de tu niñez y siento un orden
de cuentos para cuando te dormías.

Pienso en la dignidad de aquella niña
que dejaba a su hermana –la más débil
su lugar de princesa. No hay errores que puedan,
sin que nos demos cuenta, llegar hasta tan lejos
como los cometidos con la infancia.

(Del libro Misteriosamente feliz).

 

Tienes que tener suerte también con la infancia, porque se aprenden muchas cosas. En este sentido, yo empecé muy bien. Después de la guerra, mis padres lo pasaban mal. Fui muy poco a la escuela y estuve muy solo, entre los seis y los diez años. Vivía en Girona y me hartaba de dar vueltas a solas; fue una escuela fantástica de la soledad y más tarde salió el poeta.

(La Vanguardia, 17 de enero de 2021, entrevista de Magí Camps).

 

La Residencia de Estudiantes y la opulencia de la sociedad

Hay una armonía entre lo que se hace en este lugar y este edificio. Tiene mucho que ver con el tema arquitectónico. Para mí esta época es quizá la más brillante de la arquitectura, donde culmina la idea de belleza de la arquitectura anterior desde el románico, combinada con el progreso… A partir de aquí, empiezan las estupideces. Hacemos edificios torcidos, que es lo contrario de esta sencillez. Por primera vez nuestra sociedad ha cruzado la línea roja de tener más de lo que necesita. Nunca una sociedad entera había cruzado esta línea. Esto significa una pérdida de dignidad brutal. La persona que se está acercando a la línea roja, pero no llega, es digna. La persona que ya la ha cruzado, es indigna. Y yo creo que esta es la crisis. La opulencia ha de ocultar la verdad. ¿Las torres torcidas de Bankia (dejando a un lado que sean de Bankia) cómo van a ser verdad? No, hombre, no, la verdad es esto.

Y Joan Margarit hace aspavientos con las manos y mira a su alrededor.

(ABC Cultural, 6 de junio de 2015)

Fuente: Frontera digital 5 de marzo de 2021

Portada: Joan Margarit. Foto (fragmento): Carlos A. Schwartz. Fuente: joanmargarit.com

 

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