Edgar Straehle

Licenciado en historia,  filosofía y  antropología
(Universidad de Barcelona).
Doctorado con una tesis sobre el pensamiento de
 Hannah Arendt. Autor de  Claude LefortLa inquietud de la política (2017)

 

No solo se deben valorar los libros por lo que dicen, e Imperiofobia dice muchas cosas y no todas sus reivindicaciones son improcedentes, como cuando se compara la conquista española de América con la británica de Estados Unidos, ni sus afirmaciones desdeñables. También, y a veces más, es muy importante y sumamente revelador lo que omiten. Roca Barea ha proporcionado en Imperiofobia una voluminosa y no rigurosa recolección de críticas contra España. Ahora bien, el primer problema reside en que en no pocas ocasiones el blanco al cual apuntaban no era el que ella nos cuenta, pues a la hora de la verdad se podían centrar en un monarca en concreto, en la religión católica, en la Inquisición, etc… que luego, tomando la parte por el todo, ha pasado a identificar como críticas o injurias contra España.

Este recurso también se manifiesta de otro modo y Roca Barea lo usa tanto para defender a España como para desacreditar a sus oponentes históricos: si en la Reforma hubo insultos contra los españoles, toda ella pasa a ser hispanófoba; si la Brevísima contiene exageraciones, eso desautoriza todo lo expuesto en el libro; si varios miembros de la Ilustración defendieron el degeneracionismo, toda ella queda manchada por esta creencia, etcétera. Por el otro lado, como hemos visto, ella también puede invisibilizar oportunamente su vertiente católica. O pasar por alto los aspectos más oscuros de la conquista de América o de la Inquisición. Esas partes no interesa resaltarlas. Y lo que con ello hace es extinguir la complejidad o las numerosas tonalidades grises de la historia.

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Saqueo de Amberes (grabado de Frans Hogenberg)

Además, muchos de los episodios narrados por Roca Barea están sintomáticamente incompletos. Por ejemplo, invoca el caso del virrey Solís, condenado por 22 cargos en 1762 (pp. 308-309) para elogiar el funcionamiento y la seriedad de los juicios de residencia, sin decir que poco después fue exonerado en un juicio de segunda instancia que, además, pasó a elogiar su conducta pasada. En otro momento, ella tiene razón cuando denuncia la matanza de 19 clérigos católicos en Gorkum en 1572 por parte de Lumey y los mendigos del mar (pp. 245-246), lo que sin embargo no cuenta es que Guillermo de Orange intentó evitarlo. De los “enemigos” solo se permite resaltar los aspectos negativos y calla los menos condenables. Respecto al caso flamenco, por cierto, se centra en hablar de la Leyenda Negra, pero Roca Barea prefiere olvidar aquí las tesis de su querido Arnoldsson. A la luz de la conducta del duque de Alba y del saqueo de Amberes, había apuntado el hispanista sueco que

la representación de los españoles en la propaganda neerlandesa como rapaces, crueles y lascivos tiene en estos hechos una pavorosa base de realidad. Los conceptos propagandísticos se originaron en aquellas tristes experiencias y en un odio tanto más ardiente por cuanto que había sido reprimido durante muchos años (…). Nos parece por tanto evidente que la versión neerlandesa de la Leyenda Negra, cuya principal manifestación es la Apología del príncipe Guillermo, tiene su origen en el propio suelo de los Países Bajos (p. 138).

Un caso más interesante es el de Pardo Bazán. A ella se le atribuye el origen de la expresión Leyenda Negra, pero no se dice que a esta apenas le dedica unas líneas en su célebre conferencia la España de ayer y de hoy. Además, tampoco se quiere comentar que su texto es ante todo una dura crítica contra una leyenda dorada de la que se arrepiente haber formado parte, pues “al persuadirnos de que no nos faltaba cualidad ni virtud, nos sugirió que no debíamos variar, e impidió que aprendiésemos con el ejemplo de otras naciones más activas y prósperas”. En otros momentos Pardo Bazán se refiere de forma negativa al “imperialismo de los Austria” o apunta que “ya es la Inquisición y el fanatismo religioso, ya el teutonismo y despotismo de Carlos V, que anularon nuestras tradiciones de libertad y de justicia popular”. ¿Fue el origen de la Leyenda Negra en sí mismo negrolegendario?

Pardo Bazán conferencia de Paris

En Imperiofobia hay otros olvidos o lagunas que merecen un comentario. Para empezar, algo que sorprende en un estudio tan exhaustivo sobre la Leyenda Negra: la ausencia de un análisis o una aproximación al contexto de sus orígenes, el cual puede ayudar a comprender a qué interlocutores o qué coyuntura estaban respondiendo Pardo Bazán, Julián Juderías y sus contemporáneos (como Andrenio o Blasco Ibáñez).

Pensemos por ejemplo en Fernando Tarrida del Mármol, un personaje no mencionado por Roca Barea. Este anarquista, nacido en Santiago de Cuba, denunció con gran éxito en el extranjero la conducta del gobierno español en los procesos de Montjuïch, que él había sufrido en primera persona. A causa de estos procesos se exilió inicialmente a París y en esta ciudad, en 1896 y muy poco antes de la célebre conferencia de Pardo Bazán, escribió los artículos Un mois dans les prisons d’Espagne, Le drame de Montjuich y Aux inquisiteurs d’Espagne, que tuvieron un gran eco internacional, en especial (mas no solamente) entre los anarquistas. De la traducción al inglés del tercero, por ejemplo, afirma Paul Avrich que solo en Filadelfia se distribuyeron más de 50.000 ejemplares.

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Ilustración publicada durante la campaña de prensa contra los procesos de Montjuic

La tesis de Tarrida del Mármol, que según comenta en realidad le fue comunicada por un juez español, era que la Inquisición había resucitado en España en 1894, algo que desarrolló en su libro, no traducido al castellano, Les inquisiteurs d’Espagne. Es decir, no afirma que la Inquisición no hubiera muerto, sino que había retornado bajo la forma de un régimen religioso y militar que se había cebado con los anarquistas españoles. Ahora no importa la validez histórica de esta afirmación, más simbólica que real y que bebe del tenebroso y poco definido recuerdo de la Inquisición, sino que en los círculos anarquistas será bastante habitual hablar en estos términos. El 12 de mayo de 1900, por ejemplo, lo hará Piotr Kropotkin en Les martyrs de Montjuich, publicado en la portada de Les temps nouveaux.

Tarrida les inquisiteurs d'espagne

La actuación española en los procesos de Montjuïch suscitó una de esas oleadas de indignación de la época que se extendió por muchos países. Uno de los que se apuntó fue el futuro primer ministro Georges Clemenceau, quien también en la portada del diario La Justice escribió el artículo En Espagne (agosto de 1897), donde, tras manifestar su admiración y amor por el pueblo de España, critica su régimen represivo, hace referencia a Tarrida del Mármol y apunta que “los recuerdos de la Inquisición están todavía vivos en España”. ¿Hasta qué punto pudo influir todo esto en la gestación de eso que poco después se llamará Leyenda Negra? ¿Hasta qué punto lo hizo en la propaganda estadounidense, aderezada con una oportunista reedición de la Brevísima de Fray Bartolomé de Las Casas, que preparó la guerra de 1898? Nada de esto se comenta en Imperiofobia (y creo que en las obras sobre la Leyenda Negra solo se aproxima a ello la de Jesús Villanueva). La cuestión, sin embargo, es muy relevante. ¿Cómo queda mediado el pasado por cada presente en que es recordado, denunciado o reivindicado? ¿Y qué elementos aparecen o desaparecen de ese pasado en cada coyuntura histórica? ¿Y cuál es la relación entre la realidad histórica que se denuncia y la memoria que se evoca? Es decir, lo que se echa en falta es un estudio de la dimensión pragmática de la memoria.

Esta cuestión remite a otra. La Leyenda Negra se manifestó en cada país, época e incluso persona de un modo, al menos ligeramente, diferente. Sería interesante no solo estudiarla desde la perspectiva de la España denigrada u ofendida, donde cada una de las críticas pasa a sumarse a la memoria de las injurias recibidas y como si todos los “hispanófobos” compartiesen todos sus elementos, sino desde el otro lado: cómo en cada contexto espaciotemporal diferente se impulsó una imagen distinta que en buena medida obedecía a los intereses en liza en el presente. ¿Acaso los insultos antisemitas de los italianos siguen formando parte de la Leyenda Negra actual? ¿Y también la construcción del mito de Don Carlos? ¿Y cómo dialogan los prejuicios de cada época con el presente? Eso no importa en Imperiofobia. La Leyenda Negra es un todo que es aceptado o rechazado y donde se presupone un no explicado hilo de continuidad entre la baja Edad Media y los tiempos presentes. ¿Y no olvidamos entonces casos como la no citada por Roca Barea oleada de admiración que generó en toda Europa la enconada resistencia española contra las tropas de Napoleón?

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Además, un análisis de la dimensión pragmática de la memoria observaría un aspecto muchas veces desatendido. Es cierto que España tiene la mala suerte de ser la antagonista de muchos de los relatos fundacionales de las naciones europeas, algo que ha contribuido a que ocupe un espacio negativo en su memoria, a la propagación de la Leyenda Negra y a la pervivencia de algunos de sus aspectos, por ejemplo, en no pocas películas de Hollywood. Ahora bien, habría que preguntarse hasta qué punto son vigentes los retratos que se hicieron entonces de los españoles. No solo en la actualidad, pues ya en tiempos pasados la rememoración de algunos de esos episodios no se hizo desde una perspectiva (digamos) hispanófoba. Por ejemplo, el recuerdo en una clave heroica de la guerra de Flandes fue repetidamente cultivado por los holandeses en la segunda mitad del siglo XVII, especialmente a partir de la Guerra Franco-Neerlandesa (1672-1678), pero como una herramienta de movilización contra el nuevo enemigo principal: un Luis XIV de Francia que también se intentó erigir en el campeón del catolicismo. La referencia al peligro español del pasado se convertía entonces en una manera indirecta de hacer alusión al enemigo francés del presente. Por su parte, las referencias británicas a la Armada Invencible, no por casualidad, se recuperaron en tiempos de Napoleón y de Hitler, cuando se temió una nueva invasión desde el continente. Por ello, lo que habría que preguntarse es cuál es el grado de hispanofobia real de esas ficciones basadas en unos episodios tan lejanos en el tiempo. O, por el contrario, cuáles son las fobias o antagonismos que forman parte del relato histórico de España e interrogarnos si perviven hoy en día o no.

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Otra cuestión relevante es que ciertamente los imperios hegemónicos pueden ser envidiados, combatidos desde muchos flancos y ser fruto de campañas de propaganda injustas o difamatorias. Ahora bien, a menudo, como sucedió con el caso español, la envidia y el resentimiento no dejaron de combinarse con la admiración. De ahí que la Leyenda Negra conviviese con un siglo de oro español muy admirado a nivel público e imitado en buena parte de Europa, en especial en Francia, tal y como ha estudiado Jean-Frédéric Schaub en La Francia española (que por desgracia Roca Barea no menciona) y donde escribe cosas como que “hasta en el núcleo de los argumentos, en la pluma de hombres que se prestaron al ejercicio del antiespañolismo panfletario, es posible evidenciar los signos de una profunda admiración por España” (p. 312). ¿Cómo tachar sin más de hispanófobos a quienes a la vez encomian la cultura hispana y se basan en ella para desarrollar y regenerar la propia? ¿Hasta qué punto la hispanofobia de Roca Barea no mezcla muchos elementos, de lo político y lo religioso a lo cultural y social? ¿Y no tiende a entender las culturas o naciones como totalidades homogéneas, cerradas y unidimensionales?

De hecho, se puede ir más allá y destacar que muchos de los aspectos que conforman la Leyenda Negra fueron usados en unos conflictos internos, como en la Francia o en la Inglaterra del siglo XVI, donde la España vilipendiada, y por cierto no al margen de las disputas, pasaba a ser a menudo defendida y elogiada por quienes se mantuvieron en el lado católico. En la medida en que España apareció como el paladín de la fe católica fue muy injuriada por sus enemigos religiosos, pero también apoyada por los contrincantes de estos, muchos de los cuales también defendieron la conquista de América o la Inquisición. Como ha escrito Jesús Villanueva, “la demonización de lo español tiene como contrapartida un fenómeno de admiración desbordada por la monarquía hispana en la opinión católica de los mismos países de los que habría partido la leyenda negra” (p. 20). Curiosamente, Roca Barea cita mucho, y de manera digamos selectiva, a Heinz Schilling para su análisis de la Leyenda Negra en Alemania, pero lo que no comenta es que también estudia cómo “la Contrarreforma y la reactivación y dinamización del nuevo catolicismo confesional propiciaron que se produjera una revalorización de los españoles en los territorios y núcleos sociales de confesión católica dentro del Imperio que conllevaría la formación de un estereotipo nacional positivo” (p. 50). En una Alemania dividida a nivel religioso también la imagen de España variaba según la confesión de cada uno de sus territorios.

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Joseph de Maistre retratado por Granger

Además, la reivindicación de esta España “negra” no se detuvo en los siglos XVI o XVII y llegó hasta el siglo XX. Un ilustre ejemplo fue Joseph de Maistre, autor de la Lettre à un gentilhomme russe sur l’Inquisition espagnole (1822), tampoco traducida al castellano. El pensador conservador ensalza en el texto a España (“una nación llena de sabiduría y de elevación”, p. 14) y asimismo la eficacia de un tribunal eclesiástico que, sin embargo, no deja de retratar como un espacio de equidad y el mejor instrumento del monarca para evitar trastornos políticos como la Revolución Francesa. De hecho, escribe que “es la Inquisición la que ha salvado a España; es la Inquisición la que la ha inmortalizado. Ella ha conservado este espíritu público, esta fe y este patriotismo religioso que han producido los milagros que usted ha visto y que, según las apariencias, al salvar a España ha salvado a Europa” (p. 91). Pocas palabras más elogiosas se han escrito sobre la Inquisición y, sin embargo, sea por desconocimiento o por la incomodidad que genera este pensador, no constan en los escritos sobre la Leyenda Negra. Paradójicamente, esta también se alimentó de la hispanofilia.

Más aún, como se sabe, España fue objeto de una admiración exotizante en el siglo XIX y de lo que García Cárcel ha llamado una leyenda no negra ni rosa sino amarilla. España, en buena medida folklorizada e identificada con una Andalucía imaginada, atrajo viajeros entusiastas de todo el continente, algo estudiado de manera ejemplar por Xavier Andreu en El descubrimiento de España. ¿Cómo se relaciona esta visión con la Leyenda Negra, donde se quiso convertir España en un país radicalmente diferente para, al menos a menudo, exaltarlo y oponerlo a una Europa civilizada y cada vez más industrializada? ¿Hasta qué punto esta exotización a menudo bienintencionada de España contribuyó a la pervivencia de una imagen compatible con la de la Leyenda Negra?

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Ilustración de Gustave Doré para L’Espagne de Jean-Charles Davillier (1874)

Dando una vuelta de tuerca más, se debe apuntar que las posiciones de quienes forman parte de “los enemigos de España” no tenían por qué ser del todo homogéneas o ir dirigidas contra todo lo español. De ahí que a menudo las críticas a unos aspectos sean compatibles con los elogios de otros fenómenos o hechos de la historia de España. García Cárcel dedica un amplio espacio y un gran número de referencias de diferentes países y épocas en su citada monografía sobre este reverso de la Leyenda Negra, los cuales no solo afectan a Italia (donde Roca Barea acaba por admitir esta ambivalencia).

Lo curioso es que incluso el demonizado Nicolas Masson de Morvilliers, quien desde hace siglos está más que redimuerto (la palabra la robo de Menéndez Pelayo) para el resto del mundo pero sigue pertinazmente vivo en nuestro país por esas hirientes preguntas “¿Qué se debe a España? Desde hace dos, cuatro, diez siglos, ¿qué ha hecho España por Europa?”, no deja de hacer algunas menciones positivas al pueblo español en su criticado, despreciativo y poco lúcido artículo sobre España, como estas líneas casi nunca leídas y menos aún citadas:

¿Qué pueblo habitó un país más bello? ¿Qué pueblo tuvo una lengua más rica, unas minas más preciosas, o unas posesiones más vastas? ¿Cuál de las naciones fue provista de más cualidades morales y físicas (un alma noble y naturalmente dirigida hacia las grandes cosas, una vasta y exaltada imaginación así como una constitución física que hace héroes tanto en el crimen como en la virtud?). ¡Y yo añadiría la sobriedad, la paciencia, la bravura, un amor a las leyes y al orden. En fin, esta estabilidad de carácter que hace a las naciones eternas!

Masson de Morvilliers

Como en muchos otros casos, más que su odio, fue seguramente su desprecio y sentimiento de superioridad hacia España lo que desató las iras en nuestro país, y convertirlo en fobia no es más que una manera de querer dar una relevancia o una centralidad a España que entonces ya no se le reconocía. Además, Masson de Morvilliers había especificado que solo acusaba al gobierno español, pese a que sus comentarios infamantes ciertamente parecen ir más allá; unos comentarios, por cierto, no exentos de un paternalismo optimista, pues echaba en falta una Ilustración española que, en su opinión, ya comenzaba a recoger sus primeros frutos y a la cual le dedica unas palabras de ánimo y esperanza (Encore un effort; qui fait alors à quel point peut s’élever cette superbe nation!). Por todo ello, de ahí no se explica que, sin basarse en ninguna fuente histórica, Roca Barea afirme con rotundidad que

Joseph Pérez le quita importancia al asunto con el argumento de que, en el fondo, Masson de Morvilliers era un «plumífero» de tercera. Pérez no capta la perversa sutileza del asunto. Esto es precisamente lo importante: que se encargue la entrada sobre España para un diccionario que pretende ser una obra de referencia en Europa a un insolvente y que este alcance una notoriedad de la que carecía demostrando sus quilates ilustrados con el recurso a los tópicos hispanófobos. El éxito de Morvilliers, como el de Chomsky, es una clave para entender este enrevesado complejo de la imperiofobia. Ambos suministran un producto del que hay una gran demanda, porque proporciona confort y autocomplacencia casi gratis.

Por su parte, también se puede mencionar que Voltaire, otro de los conspicuos malos de la Leyenda Negra y bien conocido por sus críticas a la Inquisición (por cierto, el auto de fe que describe en Cándido tiene lugar no en España sino en Lisboa y él también condenó repetidamente a Calvino por la ejecución de Servet), rechazó el mito de Don Carlos y cuestionó el relato de las masacres españolas en América, tachando la Brevísima de Las Casas de exageración en su Ensayo sobre las costumbres (p. 96). Además, en su Diccionario Filosófico, como respuesta a quienes acusaban al duque de Lerma y a España del asesinato de Enrique IV, escribe: “¿Por qué insultar a una nación noble como la española, sin tener ni asomo de prueba contra ella?”. ¿Acaso son esas las palabras de un hispanófobo? ¿No deberíamos tener cuidado con el uso, o abuso, de esta expresión?

auto de fe en el Terreiro do Paço, Lisboa
Auto de fe en el Terreiro do Paço (Lisboa), acuarela basada en un grabado de 1682

¿Cómo es que Roca Barea no menciona estos hechos u otros semejantes? Probablemente porque entonces sería más difícil hablar en unos términos como los de fobia y porque la comparación de la imperiofobia con el antisemitismo se mostraría como carente de todo sentido. De hecho, no lo tiene, pues por lo menos hay una gran diferencia entre la Leyenda Negra, más allá del muy diferente grado de intensidad o la persistencia a lo largo del tiempo. Hasta 1948, el antisemitismo se dirigió contra un pueblo sin Estado, mientras que la gestación de la Leyenda Negra cabe entenderla ante todo desde las guerras o conflictos en los que intervino la monarquía española. El antisemitismo sí que se fundó en una judeofobia que afectaba a todos los ámbitos de su cultura y de su existencia y se dirigió contra un colectivo minoritario y a menudo privado de derechos, a diferencia de una Leyenda Negra que, entre otras cosas, iba dirigida contra la potencia hegemónica del momento y que no impidió la difusión e imitación del Siglo de Oro por toda Europa. En el intento de querer equiparar la hispanofobia con el antisemitismo, además, se oculta otro elemento: que se injuriara a los españoles desde prejuicios antisemitas, eso no debe hacer olvidar que también la cultura española de aquella época era antisemita.

Canovas historia de la decadencia de españa

Por añadidura, es preciso recordar que muchas de las críticas a la historia pasada de España lo fueron en nombre no de una hispanofobia sino de un proyecto alternativo de España. Por ejemplo, los liberales de inicios del XIX criticaron la España de los Austrias y de la Inquisición como males a extirpar, y sin duda no de una manera fiel a los hechos, pero con el fin de construir o promover otra España. Mucho más tarde, el mismo Cánovas del Castillo defendió en parte esta interpretación del pasado en su Historia de la decadencia de España desde Felipe III hasta Carlos II. ¿Lo convierte eso en un hispanófobo? ¿Fue un cómplice de la Leyenda Negra? Algo semejante se podría decir de muchos otros pensadores o también de esa izquierda de la que Roca Barea explícitamente abomina. A menudo, lo que hay en juego no es una crítica contra España en sí sino contra una parte de la historia o de una concepción determinada de España, y no pocas veces también en nombre de España, que se quiere superar. Muchas críticas, se quiera ver o no, tienen un reverso constructivo y regenerador fundamental. El problema se da cuando la idea de España queda patrimonializada por unos cuantos que expulsan a los demás a la Antiespaña y les impiden hablar en nombre y a favor de España. Por cierto, ya se ha querido hacer lo mismo con Villacañas, pese a que este pensador se posicione a favor de España (de una que, eso sí, no se cierre en sí misma y se abra a Europa).

Ahí es donde se encuentra el quicio del problema. ¿Dónde comienza y dónde acaba la hispanofobia? ¿Tiene sentido, como hace Roca Barea, aplicarla a un novelista como Arturo Pérez-Reverte? ¿Y extenderla a grandes historiadores como Pierre Chaunu, Joseph Pérez, Henry Kamen o John H. Elliott que justamente han ayudado a enriquecer el conocimiento histórico de España y a cuestionar la Leyenda Negra? ¿Acaso se debe olvidar que Kamen ha sido uno de los principales historiadores a la hora de resquebrajar la visión clásica de la Inquisición? ¿Acaso no es consciente Roca Barea de que buena parte de sus afirmaciones las ha podido hacer gracias a los frutos de investigaciones realizadas por autores a quienes coloca bajo el rótulo de hispanofobia?

Esta elasticidad de la hispanofobia es lo que resulta más desconcertante. Cualquier crítica contra España puede hacer que su enunciador merezca ser incluido bajo ese rótulo. O que lo haga un movimiento entero. De la Ilustración, por ejemplo, Roca Barea no solo dice que adolece de hispanofobia, asevera incluso que “la hispanofobia en Francia no ocupa un lugar excéntrico y marginal, sino que forma parte del cuerpo central de ideas de la Ilustración” (p. 356) o que “la hispanofobia es nuclear en la Ilustración francesa” (p. 356). En otro momento ahonda en esta convicción y llega a decir que “si privamos a Europa de la hispanofobia y el anticatolicismo, su historia moderna se torna un sinsentido” (p. 478). ¿No se cae entonces en un difícilmente justificable hispanocentrismo?

Además, todo ello le conduce a un relato que, pese a criticar el nacionalismo, no deja de recaer constantemente en él. Esto también se percibe en que la moralización de la historia en la que incurre conduce a que explique la historia en términos no solo de buenos y malos, sino de culpables e inocentes. Y donde para explicar la historia de España incurre en lo que Pascal Bruckner denominó La tentación de la inocencia. Por ejemplo, resulta interesante observar cómo se esfuerza por exculpar a los españoles del Saco de Roma (1527) y del Saqueo de Amberes (1576) por el hecho de que la mayoría de los causantes eran mercenarios extranjeros (y cuyos datos ha problematizado Juan Eloy Gelabert). Menos atención presta a la reacción que hubo en la corte de Carlos V al primero y los no pocos intentos que hubo de justificar lo que había sucedido. Según el libro de Dandelet “era vital para el emperador elaborar una historia que le echara la culpa a otros y que consolidara su reputación como pilar de la Iglesia” (p. 57). Lo que no se le ocurrió fue aducir que sus tropas eran mercenarias y por ello extranjeras. En el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma de Alfonso de Valdés, obra encargada para salvar la reputación del emperador, se expuso que la culpa no era de Carlos V sino del Papa por haberse entrometido en el conflicto y que el saqueo había sido un merecido castigo divino. Al fin y al cabo, no debemos olvidar que Carlos V mismo había nacido en Gante (la misma Roca Barea se refiere a él como un flamenco). ¿Y cómo juzgar entonces las acciones militares de los enemigos de España que a menudo también estaban protagonizadas por mercenarios extranjeros?

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Saco de Roma (1527), de Francisco Javier Amérigo y Aparici (1887).

Estos apuntes abrigan la intención de repensar con mayor profundidad, y menos apasionamiento, la Leyenda Negra. Y por convertirla más en un problema histórico que en una discusión política contemporánea. No se trata tanto de aportar nuevos datos como de señalar perspectivas para evitar que la Leyenda Negra sea, como en Imperiofobia, un relato maniqueo, homogéneo y unilateral, uno que simplifica una cuestión mucho más compleja. El problema, además, reside en que la politización de esta cuestión no redundará sino en el cultivo y acrecentamiento de esta simplificación, en un relato de buenos y malos teñido de juicios de intenciones, falacias ad hominem y valores morales. Cuanto más se politice esta cuestión más perderemos la perspectiva histórica y más nos hallaremos no solo con la Leyenda Negra, sino con la leyenda de esa Leyenda Negra, una leyenda cuyo terreno ya no se mueve principalmente en el pasado. Lo curioso es que, por mucho que se luche, la conclusión de Imperiofobia no invita al optimismo precisamente:

Los muros invisibles dentro de los que viven las autojustificaciones del protestantismo, la superioridad indiscutible de las razas nórdicas y el ego social de Francia están construidos con los ladrillos de la leyenda negra. Cada generación, según su necesidad, va a añadir un capítulo nuevo para convencerse de que ellos están en el lado bueno, porque dejaron a los malos en la otra orilla (p. 400).

En este caso, como avisábamos al principio, el libro abandona del todo el campo de la historia. Ya no alude al pasado, ni siquiera se detiene en el presente, sino que se abre al futuro. La Leyenda Negra es expuesta así como un destino ineluctable. La Leyenda Negra ha existido, existe y existirá, es lo que se dice. Y la pregunta lógica es la siguiente: ¿acaso hay gente interesada en que no muera? A la cual sigue otra: ¿y eso puede ayudarnos o perjudicarnos a la hora de encarar el presente y forjar un horizonte mejor de futuro? Al respecto, Unamuno, el mismo que había salido en defensa de España tras la crisis de imagen ocasionada por la represión de la Semana Trágica, reivindicó años más tarde la españolidad en el poco conocido artículo Nuestra leyenda negra (1918), un texto publicado en Desde el mirador de la guerra (p. 452) y en el que escribió las siguientes líneas:

El golpe de 1898 fue terrible, pero no sirvió para que despertase nuestro pueblo, sino para acrecentar su pesadilla. Aquello era el último acto —así le decía al pueblo— de una conspiración del mundo entero contra España, a la que desde el siglo XVI se le venía persiguiendo. La manía persecutoria colectiva, esa triste vesania colectiva que nos ha impedido ingresar de lleno en la sociedad de las democracias civiles, esa frenopática obsesión de que en dondequiera se nos desdeñaba y despreciaba, la sombría quisquillosidad y recelosidad que ha sido nuestra tradición desde hace cuatro siglos, esto es lo que se ha cultivado más en España desde 1898 hasta hoy. No se nos ha hablado sino de nuestra leyenda negra, y hablando de ella hemos ido ennegreciéndola más aún y obstinándonos en no ver nuestras faltas. Y a los que decíamos la verdad, por dolorosa que fuese, se nos decía; ¡Eso no se puede decir!

Principal bibliografía citada

Arnoldsson, Sverker, La leyenda negra: estudio sobre sus orígenes, Göteborg, Elanders Boktryckeri Aktiebolag, 1960.

Bennassar, Bartolomé (et alii), Inquisición española: poder político y control social, Barcelona, Crítica, 1981.

Dandelet, Thomas, La Roma española: 1500-1700, Barcelona, Crítica, 2002.

García Cárcel, Ricardo, La leyenda negra: historia y opinión, Madrid, Alianza, 1992.

García Cárcel, Ricardo, El demonio del sur: la leyenda negra de Felipe II, Madrid, Cátedra, 2017.

Juderías, Julián, La leyenda negra: estudios acerca del concepto de España en el extranjero, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2003.

Maltby, William, La leyenda negra en Inglaterra: desarrollo del sentimiento antihispánico 1558-1660, México, FCE, 1982.

Parker, Geoffrey, España y la rebelión de Flandes, Madrid, Nerea, 1989.

Pérez, Joseph, La leyenda negra, Madrid, Gadir, 2009.

Powell, Philip, Árbol de odio: la leyenda negra y sus consecuencias en las relaciones entre Estados Unidos y el Mundo hispánico, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1972.

Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el imperio español, Madrid, Siruela, 2018.

Schaub, Jean-Frédéric, La Francia española: las raíces hispanas del absolutismo francés, Madrid, Marcial Pons, 2004.

Schilling, Heinz, “Del Imperio común a la leyenda negra: la imagen de España en la Alemania del siglo XVI y comienzos del XVII”, en Vega Cernuda, Miguel Ángel y Wegener, Henning (eds.), España y Alemania, Madrid, Editorial Complutense, 2002.

Unamuno, Miguel de, Desde el mirador de la guerra: colaboración al periódico La Nación de Buenos Aires, París, Centre de Recheches Hispaniques, 1970.

Villacañas, José Luis, Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Otra historia del imperio español, Madrid, Lengua de Trapo, 2019.

Villanueva, Jesús, Leyenda Negra: una polémica nacionalista en la España del siglo XX, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2011.


Resto de entregas
 

Historia y leyenda de la Leyenda Negra (I). El retorno de la leyenda negra y Roca Barea

Historia y leyenda de la Leyenda Negra (II). La respuesta de Villacañas a Imperiofobia

5 COMENTARIOS

  1. Acabo de terminar de leer las tres entradas de esta «crítica» 15M a Elvira Roca Barea y, me gustaría haber encontrado algo enriquecedor, pero no lo veo por ninguna parte:

    1. se critica a Elvira Roca Barea por escribir un libro que no va destinado a los investigadores, sino a la divulgación. Normal que haya una parte de exaltación, de animar al personal contra los efectos deshumanizantes de la leyenda negra. Es precisamente lo más interesante del libro, que toma partido.
    2. Usted habla de antisemitismo en la españa del antiguo régimen? en serio? antisemitismo? es usted poco riguroso a la hora de utilizar algunos conceptos, por anacrónicos. los reyes castellanos se enorgullecían de considerarse descendientes de una de las tribus de israel. el problema con los judíos ha sido siempre político-cultural, una cuestión de lucha por la hegemonía. No de racismo.
    3. tres artículos espesos repitiendo una y otra vez la misma idea. acusa a elvira roca de no darse cuenta de lo nacionalista que es, como si eso fuera malo, sabiendo que usted es partidario de la independencia de cataluña.
    4. no comprende usted la relación del catolicismo con la historia de españa, y lo menciona, al parecer como una parte de esta, como si el fenómeno religioso no tuviese una base material, política y cultural sino que fuera una parte de un todo. Eso es como decir que la URSS y la Rusia Zarista eran lo mismo. En fin, ridículo.

    y bueno, más cosas que de verdad, demuestran que la leyenda negra sigue vigente, que ustedes condenan a Elvira Roca por hablar bien del catolicismo, que aquí sólo la progresía como usted y el eurocomunista de Shaw y su amigo Villacañas pueden hablar de la historia porque forman parte del bando de los buenos, y que es mejor que un católico (Elvira no lo es, era del PSOE creo y ahora de Ciudadanos) no se meta a dar su opinión ni a defenderse porque no puede.

    • Muy atinado lo suyo. Lo que hace Barea es poner en evidencia la lamentable falta de personalidad y rigor por parte de un mundo académico español colonizado que repite obsecuentemente lo publicado afuera de España acerca de lo que ese «afuera» define como España y, en consecuencia, Hispanoamérica.
      Por otra parte, cierta cri’tica deja de lado que sus dos libros ma’s destacados se inscriben en el g’enero ensayístico que busca objetivos, en su subjetividad, que le proporcionen una libertad que el libro erudito restringe.
      Roca Barea es una voz fresca y valiente para aquellos hispanoamericanos que deseamos huir del suicidio cultural que supone el ignorante desprecio hacia una de nuestras raíces.

  2. Muchísimas gracias por estos artículos. Me ha parecido impresionante que las palabras de Unamuno en 1918 o esas poco citadas de Masson de Morvilliers aún antes sean de completa actualidad …

    Esperemos que se escriban más artículos y libros como este, críticos y constructivos, para que en España se pueda cultivar algún día algo que no sea la «manía persecutoria colectiva». «¡Un esfuerzo más y quién sabe hasta qué punto puede elevarse esta magnífica nación!»

  3. De lo que no cabe ninguna duda es que el libro en cuestión le ha hecho a usted trabajar y tomarse la molestia de contestar, total, si es un libro de divulgación popular y su autora ni siquiera es historiadora ¿por qué tomarse tanta molestia?, libros de divulgación histórica se publican a montones ¿replica usted a todos? Algo debe tener este que usted se ha ocupado tanto de él.

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