El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza

Conversación sobre la historia


 

Enrique Faes Díaz
Profesor del Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político
UNED

 

¿Quién era Georges Laurent Rivara? ¿Por qué su detención en Barcelona, en 1958, precipitó el primer gran escándalo financiero de alcance internacional en lo que iba de franquismo? ¿Cómo se resolvió ese impacto, que puso en aprietos a la banca, los dirigentes políticos, el sistema judicial de la dictadura y las relaciones diplomáticas entre España y Suiza?

Para empezar a responder a esa secuencia de preguntas es conveniente observar cómo Georges Rivara se dispone a irse un día de Barcelona, y reparar en que tan importante es lo que hay en su equipaje como lo que no lleva consigo. Entre sus pertenencias hay ropa elegante, útiles de fumador, algo de dinero en metálico: lo imprescindible para prolongar su viaje por España unas semanas más, porque Rivara es ciudadano suizo y está aquí solo de paso. Lo que también necesita, pero no puede llevar encima, sabrá dónde conseguirlo. Son los listados en papel de cientos de clientes españoles de la Société de Banque Suisse (uno de los grandes bancos del paraíso fiscal helvético), a quienes ha venido a atender en persona, tal como lleva haciendo desde 1953, dos veces por año, sin que hasta ahora haya ocurrido nada. Ha puesto sus identidades en manos de personas de confianza en Barcelona, Madrid, Bilbao y San Sebastián, las ciudades donde opera. Y, para protegerlas de miradas indiscretas, lo ha disfrazado todo mediante un sofisticado sistema de nombres en clave.

Según se mire desde Madrid o desde Berna, Georges Laurent Rivara parece dos hombres distintos al mismo tiempo. Para el gigante financiero que lo envía a España, es un empleado de la escala intermedia, metódico y tranquilo, eficiente, casi anodino, con veinte años de experiencia en el oficio, gestor de una cartera de clientes que, sin ser desdeñable, está lejos de una primera línea. Hace lo que puede por multiplicar el dinero de quienes se lo han confiado, invirtiéndolo, por lo general, en acciones de empresas extranjeras, y lo hace bien. También facilita la posesión de dólares o francos suizos en cuentas corrientes de la sucursal donde trabaja, en el corazón de la vieja Ginebra; capta nuevos ahorradores a la mínima ocasión y, tras un carrusel de seis semanas de visitas a domicilio y almuerzos comerciales, regresa a su ciudad igual que ha venido, conduciendo su modesto Opel Olympia Rekord a través de Francia. Un viajante profesional, sin mucho más adorno.

Georges Rivara, de camino a unas vacaciones familiares a Menorca, a mediados de los años cincuenta. Cortesía familia Rivara

Para el franquismo, en cambio, Rivara es un inquietante agente de evasión de capitales. En absoluto es el único en el negocio, pero una combinación de fuerzas hace que sea él quien caiga en un momento crítico. Hacia finales de 1958, que es cuando todo se precipita, las reservas españolas de divisas terminan de evaporarse, pese al empeño oficial en intervenir el mercado de cambios. Sigue siendo un delito tener cuentas en el exterior, manejar dólares o participar en compañías extranjeras sin permiso previo del Estado. O dicho de otro modo, todo lo que no sea pensar en pesetas conlleva demoras, formularios, búsqueda de contactos, un engorro administrativo en el que nada garantiza que la transacción deseada vaya a salir bien. Así que quien más, quien menos, se lanza por su cuenta a sortear el cerco: lo atestiguan los alrededor de 125 millones de pesetas, al cambio, que Rivara gestiona en Ginebra a espaldas de la dictadura, y que, aun equivaliendo más o menos a la mitad de lo que el franquismo destina durante un año entero a gastos de educación (por darle un sentido a la cifra), son apenas un detalle en el aluvión, mucho más impactante, de los capitales españoles en fuga hacia Suiza ya desde antes de la guerra. Es algo que se sabe, y se comenta. Y, sin embargo, Rivara y sus colegas de la banca transnacional siguen adoptando rutinas clandestinas que los harían pasar por espías mientras se mueven por el país. Es una fotografía fiel de lo que está pasando con la economía mundial en los años cincuenta, al fin y al cabo: en superficie hay unas reglas rígidas; en el subsuelo, proliferan los circuitos para burlarlas.

Una mañana fría de noviembre, a la puerta del hotel donde se alojaba, a Georges Rivara le corta el paso un coche cualquiera. De él se apea un inspector de la Brigada de Investigación Criminal de Barcelona. Mala espina. Antes de que termine el día, un exhaustivo interrogatorio digno de una secuencia de cine negro, combinado con un dispositivo de seguimientos que Rivara no había advertido, dará al traste con su carrera. No hay maltrato físico, aunque se extrema la persuasión mediante técnicas aprendidas en centros de formación policial y en aulas de la Universidad local, donde algunos agentes se suman, por estas fechas, a la primera promoción de titulados en Criminología. Una parte de la policía franquista se está poniendo al día ante lo que la dictadura etiqueta como delincuencia económica internacional. Es sobre todo esa voluntad de cambio y profesionalización policial lo que, en un principio, se lleva por delante al agente suizo. La instrucción preliminar es precisa, la obtención de pruebas de cargo en las cuatro capitales donde Rivara trabaja se completa en unos pocos días. Y hay un estímulo que no es menor: cuando acometen su investigación, los policías no imaginan hasta qué punto el caso les saldrá rentable, porque la ley contempla que cobren una comisión de aproximadamente un 10 por ciento de las multas que se impongan, y esto se traducirá en unos 6 millones de pesetas limpios. Una fortuna para un particular, en la España de la época.

Sobre la policía está el juez, que en esta ocasión solo puede ser uno. Veinte años después de que la dictadura en ciernes nombrara a un magistrado especial para asuntos monetarios (aún en plena guerra civil y con la intención de reservarle al nuevo Estado preciadas divisas con las que financiar un último esfuerzo bélico), la ley y el propio juez siguen siendo los mismos. Los casi 900 expedientes personales que la detención de Rivara genera, uno por cada cliente investigado, le caen de golpe a José Villarias Bosch, titular del Juzgado Especial de Delitos Monetarios. Su gran problema es el tiempo. La obsoleta legislación franquista determina que debe ventilar su trabajo, como mucho, en dos meses desde que un expediente llega a sus manos. Esta exigencia le costará una actividad febril a él y a su reducido equipo, pero lo logra. Con algunas salvedades, a primeros de 1959 Villarias ya ha descartado motivadamente a quienes cree inocentes, y firmado 369 sentencias condenatorias. Aunque, de acuerdo con la naturaleza de toda dictadura, la ley le confiere manga ancha para decidir con estimable arbitrariedad «según su conciencia», el juez opta por no hacer mucha sangre e impone multas que podrían haber sido mucho peores: unos 120 millones de pesetas. Todo se complica cuando, además, Villarias Bosch decreta la confiscación del metálico y los valores que los clientes españoles de la Société mantienen a buen recaudo en Ginebra. Algo impensable en el paraíso fiscal suizo.

…Que por los servicios de información de esta Dependencia se tuvo conocimiento de la estancia en Barcelona de un súbdito suizo que se alojaba en el Hotel Avenida Palace de esta capital y que se afirmaba había frecuentado España en numerosas ocasiones, y que estas visitas tenían por objeto la preparación o realización de operaciones bancarias encubiertas, constituyendo un tráfico ilícito monetario hecho a través de un Banco Suizo y a cuya Entidad representa en España el citado extranjero”.

Diligencia policial inicial sobre la detención de Georges Rivara en noviembre de 1958. Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares.

Parte de la lista de clientes de Rivara que se publicó en el BOE de 9 de marzo de 1958

De hecho, la obstrucción permanente de los banqueros a que el dinero que tanto les ha costado atraer vuele de vuelta a España representa una de las más fuertes corrientes subterráneas en el desenlace del caso. Desconcertados en un primer momento, enojados luego al ver que el asunto, lejos de apaciguarse, no para de crecer, los directivos de la Société de Banque Suisse sucumbirán a la tentación de hacer de Rivara el único culpable, y no escatimarán contactos políticos para intentar, sin éxito, que el escándalo se encauce de algún modo con tal de que no estalle. Pero no, el golpe es peor de lo que se esperaba. En marzo de 1959, con la diplomacia suiza en vilo y Rivara retenido en un hotel de Madrid, sucede algo inédito. Los nombres y apellidos de los 369 clientes condenados como autores de un delito monetario aparecen, uno por uno, en el Boletín Oficial del Estado, acompañados de la multa que se les ha impuesto y del detalle de las divisas y valores que ocultaban en Ginebra. Un terremoto en los medios financieros.

Lo sienten bajo sus pies los colegas de Georges Rivara sobre el terreno, arracimados en algunas casas de banca catalanas y, fuera de Barcelona, ligados al Banco de Bilbao (donde el propio Rivara se había iniciado en el oficio). Lo experimenta también la pequeña legión de ahorradores que, para poder pagarse viajes por Europa o enviar a sus hijos a estudiar al extranjero, le ha ido entregando su dinero. Con certeza, quienes más sienten el temblor son los clientes vinculados al mundo de los negocios, que son muchos, y que han acudido a la Société para disponer de medios de pago en el exterior con los que importar materiales para sus fábricas, adquirir patentes, invertir en otras compañías o costear los gastos de sus ejecutivos cuando viajan en misión comercial por Europa. De todo hay. En la cartera de clientes de Georges Rivara conviven representantes de empresas con intereses millonarios (Singer, La Papelera Española, Nestlé, Transfesa, Laboratorios Grífols, toda una constelación de sociedades textiles catalanas, entre otras), propietarios de negocios de tamaño más discreto y particulares que apenas han inyectado en la red mil o dos mil pesetas.

A todos los une la mala fortuna de que el franquismo haya decidido, precisamente aquí y ahora, admitir, investigar, publicitar y castigar su primer gran escándalo financiero internacional en las dos décadas que la dictadura lleva en marcha. La clave del porqué hay que buscarla en la trastienda política del régimen, que tras caminar un tiempo sobre el alambre por una suma de rivalidades internas, episodios de descontento social y el horizonte real de una bancarrota financiera, afronta un volantazo. Falange vive horas bajas, postergada de los ministerios decisivos. España intenta sumarse a las instituciones económicas del bloque occidental, con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a la cabeza, y para ello se estudia una cierta liberalización económica que el propio FMI deberá tutelar y que, sobre todo, requerirá que una lluvia de dólares caiga sobre Madrid para financiar el cambio. Colapsada la apuesta autárquica, en un mundo donde todo alrededor empieza a mutar rápido, la gestión de la economía se ha encomendado a los llamados tecnócratas, con Laureano López Rodó a la cabeza y Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres situados, respectivamente, en los ministerios de Hacienda y Comercio. Son los llamados a controlar el escándalo con alguna solución técnica. Se piensa en emitir un empréstito sufragado con el dinero que está en Ginebra. Se valora la enésima oportunidad de plantear una amnistía fiscal, a cambio de que los clientes de Rivara accedan a traerse de vuelta sus capitales. Pero todo fracasa pronto, en cuanto Falange ve en el caso una oportunidad de oro para desplegar su vieja retórica antiplutocrática y exige airear las identidades de esos españoles acomodados que, sostienen los falangistas más combativos, se están haciendo cada vez más ricos a costa de escamotearle al país un dinero que necesita para fortalecerse. La publicación de todos los nombres y apellidos en el BOE es cosa suya.

El agente suizo, en San Sebastián, en el transcurso de una de sus misiones comerciales en España, en 1955. Cortesía familia Rivara

A partir de ese punto de no retorno, el camino se complica. Los diplomáticos suizos se tiran de los pelos al respirar el enorme descrédito que el escándalo supone para la Société de Banque Suisse en particular, y para toda la banca helvética en general, y se niegan a considerar a Georges Rivara como único responsable. El problema es más profundo, piensan, habrá que buscar soluciones a largo plazo. Tampoco la policía del país está muy atinada, al menos en los primeros momentos del caso. A diferencia de sus colegas de Barcelona, empeñados en destapar una trama de fuga de capitales contraria a las leyes franquistas, lo que preocupa a inspectores y comisarios de Berna es que, con la detención de Rivara, se haya violado el secreto bancario. Y eso, allí, son palabras mayores. Por eso lo esperan en la frontera para interrogarlo en cuanto regrese, y por eso se planteará la posibilidad -luego desechada por falta de evidencias- de procesar al empleado bancario imputándole esa quiebra del secreto.

El epílogo de la historia es trágico para su actor principal. Dos meses de prisión preventiva entre Madrid y Barcelona al inicio de la investigación, otros diez de cautiverio vigilado en un hotel de la Puerta del Sol, un accidente allí que le deja con el fémur fracturado, una multa millonaria que su banco admite pagar a regañadientes, repudio general de su clientela, pérdida de su empleo en la Société y una reconversión laboral lejos del sector financiero, con tierra de por medio de su ciudad, Ginebra, a la que ya no regresará nunca. El drama vivido le pasa factura: morirá poco después de volver a Suiza, con solo 46 años, en circunstancias no del todo claras.

Diez años antes de que, en 1969, el caso Matesa sacuda de nuevo los cimientos de la dictadura (la constatación de que una gran empresa textil venía obteniendo millones de pesetas en créditos a la exportación por envíos inexistentes), el franquismo ya había gestionado un gran escándalo financiero con implicación internacional. Es cierto que las sumas comprometidas en las agendas de contactos de Georges Rivara están lejos de las verificadas en torno a Matesa, y que, aun habiendo ciertos paralelismos entre ambos casos, las diferencias son notables. Pero un hilo común envuelve los dos episodios: la pelea asordinada, en las entrañas políticas del régimen, por hacerse con su timón y consolidar de una vez la dictadura a medida de las aspiraciones, distintas entre sí, de unos u otros grupos. De lo sucedido con Matesa ya sabíamos bastante. La historia del agente bancario Georges Laurent Rivara, en cambio, estaba por contar.

Enrique Faes, autor de El agente suizo, frente al hotel barcelonés donde Georges Rivara fue detenido en 1958. (Foto: Quique García, EFE)
Índice de la obra

El enigma y el misterio

1. Banqueros y viajantes

Un tipo corriente: el agente Rivara
El Método Kern
La Banque de Bilbao, escuela de oficios
Confiance, Sécurité, Discrétion: SBS y las reglas del juego

2. Comisarios e inspectores
Un inconformista: el comisario Ureta
«Una atmósfera de terror»
Una transformación en marcha
«Un contrabando monetario en gran escala»
Tres visitas incómodas y una buena recompensa
Los desvelos del inspector Ritschard
3. Jueces y abogados
Suena el teléfono en el Juzgado de Delitos Monetarios
«De ideología apasionadamente derechista»
«Madame Rivara está destrozada»
872 nombres en el BOE
A Garrigues «desde su origen»
4. Un asunto de estado
Nestlé como símbolo
«La situación podría degenerar muy rápidamente» .
Anatomía de una caída
Suiza, «admirable petit país»
5. Una explicación: Falange en la trastienda
«Un capitalismo antinacional y delictivo»
«Una amnistía de hecho, no de derecho»
¿Entre 100 y 280 millones de dólares?
Un día cualquiera: 21 de julio de 1959
6. La mitad de la mitad
59 millones y medio (pero de pesetas)
Como un dragón, de cola a cabeza
«La afición que domina a nuestra familia es la música»
«Sin dar cuenta jamás a sus clientes de lo que van a hacer»
De Canadá a Sudáfrica: el imperio después del imperio
7. Empresas, inversores, ahorradores
Hasta en la playa de Lloret de Mar
Empresas sin divisas, divisas sin empresas
Las finanzas en torno a Jorge
…Y Marujita Díaz
8. Nadie quiere problemas
Ni flores, ni visitas
«Nuestra banca no ha jugado un papel glorioso»
Diez años antes de Matesa

Fuente: Conversación sobre la historia. Una versión ligeramente diferente se publicó en La Aventura de la Historia (número de octubre).

Portada: Georges Rivara en Bilbao, durante una de sus misiones comerciales a mediados de los años cincuenta. CORTESÍA DE LA FAMILIA RIVARA

Ilustraciones: Conversación sobre la historia y Enrique Faes

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