Adam Tooze
Introducción

Si existe una sola palabra que puede resumir lo ocurrido en 2020, sin duda es «incredulidad». Entre el día en el que Xi Jinping reconoció pública­mente el brote de coronavirus, el 20 de enero de 2020, y el día de la toma de posesión de Joseph Biden como 46.° presidente de Estados Unidos un año exacto después, el 20 de enero de 2021, el mundo se vio sacudido por una enfermedad que en el espacio de doce meses había matado a más de 2,2 millones de personas y provocado que decenas de millones cayesen enfermas de gravedad. A finales de abril de 2021, cuando este libro iba camino de la imprenta, la cifra total de muertes superaba los 3,2 millones. El peligro interrumpía la rutina diaria de casi todos los habitantes del pla­neta, detenía gran parte de la vida pública, cerraba escuelas, separaba a las familias, cancelaba viajes nacionales e internacionales y provocaba que la economía mundial frenase en seco. Para contener las consecuencias, el apoyo del gobierno a los hogares, las empresas y los mercados alcanzaba dimensiones desconocidas hasta entonces en tiempos de paz. No solo era con diferencia la recesión económica más pronunciada desde la segunda guerra mundial, sino que además era cualitativamente única. Nunca antes se había producido la decisión colectiva, aunque también descoordinada y desigual, de paralizar grandes sectores de la economía mundial. Era, en palabras del Fondo Monetario Internacional (FMI), «una crisis como nunca se ha visto».1

La aparición del virus fue el detonante, pero incluso antes de que su­piéramos lo que se nos venía encima ya había muchas razones para pensar que 2020 podría ser un año tumultuoso. El conflicto entre China y Esta­dos Unidos estaba muy cerca de alcanzar el punto de ebullición.2 Una «nueva guerra fría» flotaba en el aire. El crecimiento mundial se había desacelerado gravemente en 2019. Al FMI le preocupaba el efecto desestabilizador que la tensión geopolítica podría tener en una economía global muy endeudada.3 Los economistas habían elaborado nuevos indicadores estadísticos para hacer un seguimiento de la incertidumbre que estaba atascando la inversión. Los datos sugerían que la fuente del problema estaba en la Casa Blanca.5 El 45.° presidente de Estados Unidos, Donald Trump, había logrado convertirse en una verdadera obsesión global. Trump se presentaba a la reelección en noviembre y parecía empeñado en desa­creditar el proceso electoral, incluso si conseguía la victoria. No en vano el lema de la edición de 2020 de la Conferencia de Seguridad de Munich —el equivalente a la Conferencia de Davos para los encargados de la se­guridad nacional— era «Westlessness». *6

Además de las preocupaciones relativas a Washington D.C., las inter­minables negociaciones del Brexit estaban tocando a su fin a comienzos de 2020, y lo que era aún más alarmante para Europa era la perspectiva de una nueva crisis de refugiados.7 En segundo plano acechaba tanto la ame­naza de una espantosa escalada final en la guerra civil siria como el pro­blema crónico del subdesarrollo. La única manera de impedir esto era dinamizar la inversión y el crecimiento en el sur global. El flujo de capi­tal, sin embargo, era inestable y desigual. A finales de 2019, la mitad de los prestatarios de ingresos más bajos en el África subsahariana ya esta­ban cerca de no poder pagar su deuda.

Y un aumento del crecimiento no era ninguna panacea, ya que traería más presión sobre el medio ambiente. El año 2020 era decisivo en la polí­tica del clima. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima, la llamada C0P26, estaba programada para celebrarse en Glasgow en el mes de noviembre, pocos días después de las elecciones estadounidenses,9 y marcaría el quinto aniversario del acuerdo climático de París. Si ganaba Trump, lo cual parecía muy posible a principios de año, el futuro del pla­neta estaría en juego.

Imagen: El Mundo

La omnipresente sensación de riesgo y ansiedad que flotaba alrededor de la economía mundial supuso un cambio significativo. No mucho antes, el aparente triunfo de Occidente en la Guerra Fría, el auge de las finanzas de mercado, los milagros de la tecnología de la información y el imparable al­cance del crecimiento económico parecían haber consolidado la economía capitalista como el motor de la historia moderna.10 En la década de 1990, la respuesta a la mayoría de las preguntas políticas parecía sencilla: «Es la economía, estúpido».11 A medida que el crecimiento económico iba transformando las vidas de miles de millones de personas, empezó a no haber, en palabras de Margaret Thatcher, «ninguna otra alternativa», es decir, que no había alternativa a un orden basado en la privatización, la escasa regulación y la libertad de circulación de bienes y capitales. En 2005, hace apenas unos años, el primer ministro británico, el centrista Tony Blair, llegó a declarar que discutir sobre el avance de la globalización tenía tanto sentido como discutir sobre si el otoño debería seguir al verano.

En 2020, sin embargo, tanto la globalización como las estaciones estaban en entredicho. La economía había pasado de ser la respuesta a ser la pregunta. La réplica obvia a «Es la economía, estúpido» había empezado a ser «¿La economía de quién?», «¿Qué economía?», o incluso «¿Qué es  la economía?». Una serie de profundas crisis que comenzaron en Asia a finales de la década de 1990 y pasaron al sistema financiero atlántico en 2008, a la eurozona en 2010 y a los productores mundiales de productos básicos en 2014— habían sacudido la confianza en la economía del mercado.13 Todas esas crisis habían sido superadas, pero solo gracias al gasto público, y las intervenciones de los bancos centrales pusieron en duda preceptos hasta entonces intocables sobre los «gobiernos poco intervencionistas» y los «bancos centrales independientes». ¿,Y quién salió ganando? Mientras que los beneficios seguían siendo privados, las pérdidas se socializaban, Las crisis habían si.do provocadas por la especulación. La magnitud de las intervenciones necesarias para estabilizarlas había sido histórica. Sin embargo, la riqueza de la élite mundial continuaba expandiéndose. ¿Quién podría sorprenderse de que el aumento de la desigualdad acabase provocando un auge populista?14 Lo que querían muchos votan-tes del Brexit y de Trump era poder recuperar «su» economía nacional.

Mientras tanto, el espectacular ascenso de China privó a la economía de su inocencia en un sentido distinto, Ya no estaba claro que los grandes dioses del crecimiento estuvieran del lado de Occidente, lo cual, según parece, alteró un importante supuesto sobre el que hasta entonces había consenso en Washington. En muy poco tiempo, Estados Unidos dejaría de ser el número 1. De hecho, estaba cada vez más claro que los dioses, al menos los representados por la diosa de la naturaleza, Gaia, no parecían estar de acuerdo con el. crecimiento económico15. El cambio climático, que en un principio había sido una preocupación exclusiva. del movimiento a favor del medio ambiente, pasó a convertirse en la representación de un desequilibrio más amplio entre la naturaleza y la humanidad. Los deba­tes sobre «acuerdos verdes» y transiciones energéticas comenzaban a sur­gir por doquier.

Con posterioridad, en enero de 2020, la noticia salía de Pekín. China se enfrentaba a una epidemia en toda regla provocada por un nuevo corona­virus, una epidemia ya entonces considerada peor que el brote del síndro­me respiratorio agudo (SARS) que en 2003 había provocado verdaderos escalofríos. Este era el «retroceso» natural del que los activistas ambien­tales nos habían advertido durante mucho tiempo, pero si bien el cambio climático nos había hecho expandir nuestras mentes a una escala planetaria y establecer un calendario en términos de décadas, el virus era micros­cópico, omnipresente y se movía a un ritmo de días y semanas. No afecta­ba a los glaciares y a las mareas oceánicas, sino a nuestros cuerpos. Se transmitía a través de nuestra respiración, y no solo ponía en entredicho las economías nacionales, sino también la economía global.

Imagen: Getty Images

El virus, que en enero de 2020 sería etiquetado como SARS-CoV-2, no era un cisne negro, es decir, un fenómeno inesperado e improbable. Era más bien como la extinción del rinoceronte gris, un riesgo que se había dado tanto por sentado que se había llegado a subestimar.16 Al emerger de las sombras, el rinoceronte gris SARS-CoV-2 tenía todo el aspecto de una ca­tástrofe anunciada. Era el tipo de infección altamente contagiosa, similar a la gripe, que los virólogos habían predicho, y que provenía de uno de los lugares de los que se esperaba que viniera: la región de intensa interacción entre vida salvaje, agricultura y poblaciones urbanas que abarca todo el este de Asia.17 Se extendió, como era de prever, a través de los canales de trans­porte y comunicación global, y, en rigor, podría haber llegado incluso antes.

En el campo de la economía se han generado muchos debates sobre la llamada «conmoción china», es decir, sobre el impacto de la globaliza­ción en los mercados laborales occidentales y el repentino aumento de las importaciones procedentes de China a principios de la década de 2000.18 El SARS-CoV-2 era una «conmoción china» en toda regla y con trazas de venganza. En los tiempos de la Ruta de la Seda, las enfermedades infec­ciosas habían viajado de este a oeste a través de Eurasia. En aquella época, la propagación se había visto limitada por el lento ritmo de los via­jes, ya que, en la era de la navegación marítima, los portadores de la enfermedad solían morir por el camino. En 2020, sin embargo, el coronavirus se movía tan rápido corno el avión y el tren de alta velocidad. En 2020, Wuhan era una próspera metrópolis de inmigrantes recientes. La mitad de la población dejaría la ciudad para celebrar el Año Nuevo chino. El SARS-CoV-2 tardaría solo unas semanas en propagarse desde Wuhan a toda China y a gran parte del resto del mundo.

Un año más tarde, el mundo se tambaleaba. En el registro histórico del capitalismo moderno nunca había habido un momento en el que cerca del 95 % de las economías del mundo sufrieran una contracción simultá­nea del PIB per cápita, como ocurriría durante el primer semestre de 2020.

Proporción de economías con una contracción anual en PIB per cápita. Prediciendo un desastre global, junio de 2020. Las zonas sombreadas indican recesiones globales. Los datos para 2020-2021 son predicciones. (Fuente: A. Kose y N. Sugawara, «Understanding the depth of the 2020 global recession in 5 charts», World Brink Blogs, 15 de junio de 2020)

Más de 3.000 millones de adultos fueron despojados de sus trabajos casi de la noche a la mañana, o empezaron, no sin muchos problemas, a trabajar desde casa.19 Cerca de 1.600 millones de jóvenes vieron inte­rrumpida de golpe su educación presencial.20 Aparte de la interrupción sin precedentes de la vida familiar, las estimaciones del Banco Mundial preveían que las pérdidas debido al capital humano podrían alcanzar los 10 billones de dólares. El hecho de que el mundo en toda su globali­dad llevase a cabo de forma voluntaria semejante paralización hacía de esta recesión algo completamente diferente a cualquier recesión anterior. Uno de los principales objetivos de este libro consiste en averiguar quién tomó las decisiones, dónde y en qué condiciones.

Era, como todos experimentamos, una perturbación que iba mucho más allá de todo lo que se podía observar en las estadísticas del PIB, el comercio y el desempleo. La mayoría de las personas nunca habían sufrido una inte­rrupción tan grave de su vida cotidiana, y ello provocó estrés, depresión y angustia mental, A finales de 2020, la mayor parte de la investigación cien­tífica sobre la COVID estaba dedicada a la salud mental.22

El alcance exacto de la crisis dependía de la localización y la naciona­lidad. En el Reino Unido y en Estados Unidos, 2020 se vivió no solo como una emergencia de salud pública o como una recesión importante, sino como la culminación de un período de crisis nacional creciente, resumido en las palabras «Brexit» y «Trump», respectivamente. ¿Cómo podrían los países que hasta entonces se habían jactado de su hegemonía mundial, y que habían sido líderes indiscutibles en asuntos de salud pública, fracasar de forma tan estrepitosa en la gestión de la enfermedad? Sin duda era la consecuencia de un malestar más profundo.23 ¿Era quizá su común entu­siasmo por el neoliberalismo? ¿O la culminación de un proceso de declive que se había extendido a lo largo de varias décadas? ¿O el aislamiento de sus culturas políticas?24

En la Unión Europea (UE), el término «policrisis» había surgido con fuerza durante la última década. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, había tomado prestada la idea del teórico francés de la complejidad, Edgar Morin,25 y la utilizaba para destacar la convergencia entre 2010 y 2016 de la crisis de la eurozona el conflicto en Ucrania, la crisis de los refugiados, el Brexit y el auge en toda Europa del populismo nacionalista.

Desinfección de un auditorio en Wuhan, China (foto: VCG/Getty Images)

El término refleja con exactitud la coincidencia en el tiempo de dife­rentes crisis, pero no nos dice mucho sobre cómo interactúan entre sí.27 En enero de 2019, el presidente de China, Xi Jinping, pronunció un dis­curso ampliamente comentado sobre el deber de los líderes del Partido Comunista Chino (PCC) de anticiparse a los riesgos tanto de cisnes negros como de rinocerontes grises.28 Ese verano Study Times y Qiushi, las dos publicaciones a través de las cuales el PCC suele comunicar declara­ciones doctrinales a sus líderes intelectuales, publicaron un ensayo de Chen Yixin que detallaba las observaciones aforísticas de Xi.29 Chen es un protegido de Xi Jinping y durante la crisis del coronavirus fue elegido para liderar la operación de limpieza del Partido en la provincia de Hubei.39 En su ensayo de 2019, Chen planteaba las siguientes cuestiones: ¿cómo se combinaban los riesgos? ¿Cómo se transformaban los riesgos económicos y financieros en riesgos políticos y sociales? ¿De qué forma los «riesgos del ciberespacio» se convertían en «riesgos sociales reales»? ¿Cómo se internalizaban los riesgos externos?

Para entender cómo tienden a desarrollarse las policrisis, Chen sugería que los funcionarios de seguridad chinos debían centrarse en «seis puntos cruciales».

A medida que China iba ocupando el centro de la escena mundial, debía protegerse contra el «reflujo» de las interacciones con el mundo exterior.

Al mismo tiempo, debía estar prevenida ante la posibilidad de que se produjese una «convergencia» en una única y nueva amenaza de lo que a primera vista podía considerarse como un conjunto de amenazas superfi­cialmente distintas. Las diferencias entre el interior y el exterior, lo nuevo y lo viejo, podían difuminarse con facilidad.

Aparte de lidiar con esta «convergencia», también había que hacerlo con el «efecto de estratificación», en el que «las peticiones y exigencias de grupos de interés de diferentes comunidades se superponen entre sí y pasan a generar problemas sociales estratificados: problemas vigentes con problemas históricos, problemas de interés tangible con problemas ideológicos, problemas políticos con problemas no políticos; todos se mezclan e interfieren unos con otros».

A medida que la comunicación iba siendo cada vez más fácil y rápida en todo el mundo, podían producirse «efectos de vinculación». Las comu­nidades «se comunican unas con otras a través de grandes distancias y se refuerzan mutuamente…».

Internet no solo había posibilitado el reflujo y la vinculación, sino que también había permitido la amplificación repentina de las noticias. El PCC tenía que contar, advertía Chen, con el «efecto magnificador», en función del cual «cualquier cosa pequeña puede llegar a convertirse en un […] remolino; unos pocos rumores […] pueden producir una «tormenta en una taza de té» y provocar abruptamente un verdadero «tornado» en la sociedad».

Por último, estaba el «efecto de inducción», en virtud del cual los problemas de una región provocaban de forma indirecta una reacción de identificación e imitación en otra región, alimentándose a menudo de problemas preexistentes no resueltos.31

La lista de Chen, aunque en un principio se había presentado en el rígido estilo del PCC, se adaptaba de forma asombrosa a la experiencia de 2020. El virus era un ejemplo de reflujo a gran escala, desde el campo chino a la ciudad de Wuhan, y de Wuhan al resto del mundo. Los políticos de Occidente, como los de China, debían enfrentarse a la convergencia, la estratificación y la vinculación. El hecho de que el movimiento de protesta Black Lives Matter («Las vidas negras iimportan») adquiriese relevancia en todo el globo fue una enorme demostración del poder de la magnificación y la inducción.32

De hecho, si se pasaba por alto su contexto original, la lista de control propuesta por Chen para la jerarquía del Partido podía incluso interpretarse como una guía para nuestras propias vidas privadas, como un manual de autoayuda para hacer frente a la crisis del coronavirus. ¿Cuántas familias, cuántas parejas, cuántos de los que estaban confinados y aislados por la cuarentena eran pruebas vivientes de los efectos de rnagnificación e inducción? En ocasiones, daba la impresión de que la amenaza invisible del virus estaba especialmente dirigida hacia las partes más frágiles de nuestras personalidades y hacia nuestras relaciones más íntimas.

Aeropuerto de Hong Kong en febrero de 2020 (foto: The New York Times)

A lo largo de la historia había habido pandemias mucho más letales. Lo que era novedoso en la del coronavirus en 2020 era la magnitud de la respuesta. Y ello suscitaba a su vez una pregunta. Como dijo el. principal comentarista económico del Financial Times, Martin Wolf:

¿Por qué […] ha sido tan grande el daño económico de una pandemia tan relativamente leve? La respuesta es simple: porque podía serio. Las personas prósperas pueden prescindir con facilidad de una gran proporción de sus gas-tos diarios normales, mientras que sus gobiernos pueden sostener a las personas y empresas afectadas a gran escala. La respuesta a la pandemia es un reflejo de las posibilidades económicas y de los valores sociales actuales, al menos en los países ricos.33

De hecho, uno de los aspectos más llamativos de 2020 es que los países pobres y de ingresos medios también se mostraban dispuestos a pagar un precio enorme. A principios de abril, la mayor parte del mundo fuera de China, donde el virus ya había sido contenido, estaba inmerso en un esfuerzo sin precedentes para detenerlo. Como dijo un demacrado Lenin Moreno, presidente de Ecuador, uno de los países más afectados: «Esta es la verdadera primera guerra mundial, […] Las otras guerras mundiales se localizaron en [determinados] continentes con muy poca participación del resto […], pero esto afecta a todo el mundo. No es algo localizado. No es una guerra de la que puedas escapar».34

Si bien era una guerra de la que no se podía escapar, también era una guerra a la que había que enfrentarse con decisión. Y esto era precisamen­te lo que en realidad justificaba describir los acontecimientos de 2020 como una crisis. En su sentido original, crisis o krisis (en griego) describe un punto de inflexión crítico en el curso de una enfermedad. Se asocia con la palabra krinein, que significa «separar», «decidir» o «juzgar», de la que derivamos los términos crítico y criterio, el estándar del juicio.35 Por lo tanto, parece una palabra acertada para describir el impacto de un virus, que obligó a las personas, a las organizaciones, a los gobiernos de todos los niveles, en todo el mundo, a tomar una serie de decisiones extremada­mente importantes y complicadas,

«Confinamiento» es un término que llegó a ser de uso común para describir nuestra reacción colectiva. La palabra es polémica en sí misma, ya que sugiere obligatoriedad. Antes de 2020 ya se asociaba al castigo colectivo en las prisio­nes, peto a partir de entonces hubo momentos y lugares en los que el término describía con bastante precisión la respuesta a la COVID. En Delhi, en Dur­ban, en París, La policía armada patrullaba las calles, tomaba nota de nombres y números, y castigaba a los que violaban el toque de queda,36 En la República Dominicana, la sorprendente cifra de 85.000 personas, casi el 1 % de la pobla­ción total, fue detenida en algún momento por no respetar el confinamiento.37

Incluso si no había violencia, un cierre ordenado por el gobierno de todos los restaurantes y bares podía sentirse como un acto de represión hacia sus propietarios y clientes. Sin embargo, si se observa el curso más amplio de los acontecimientos -y en particular si nos centramos, como hace este libro, en la reacción económica a la pandemia-, el confina­miento parece una forma unilateral de describir la reacción al coronavi­rus. La movilidad cayó en picado mucho antes de que se emitieran órde­nes gubernamentales. La huida hacia la seguridad en los mercados financieros comenzó a finales de febrero, cuando aún ningún carcelero había dado un portazo y cerrado con llave. Los inversores corrían para ponerse a salvo. Los consumidores se quedaban en casa. Las empresas cerraban, o sus empleados trabajaban desde casa. Los trabajadores de la confección en Bangladesh eran expulsados de sus lugares de trabajo antes de que se les ordenara quedarse en casa. A veces las acciones guberna­mentales se limitaban a replicar las decisiones privadas, y a veces incluso se anticipaban a ellas. A mediados de marzo, el mundo entero actuaba bajo la restricción de la observación y emulación mutuas. La paralización se convirtió en la norma. Aquellos que se encontraban fuera del espacio territorial nacional, como los cientos de miles de marinos que estaban navegando, se vieron atrapados en un limbo flotante.

Bombay, 15 de junio de 2020 (foto: Indranil Mukherjee/AFP via Getty Images)

La razón principal por la que se utilizaba el término «paralización» era la de mantener abierta la cuestión de quién decidía qué, dónde y cómo, y quién imponía qué a quién. El rechazo del término «confinamiento» no implicaba que el proceso fuera voluntario o una cuestión de libre albedrío, ya que desde luego no era ninguna de las dos cosas. El objetivo de este libro consiste en rastrear la relación económica entre las decisiones obligadas adoptadas en condiciones de enorme incertidumbre en diferentes niveles en todo el mundo, desde las calles hasta los bancos centrales, des­de las familias hasta las fábricas, desde las favelas hasta los manufacture­ros encorvados sobre puestos de trabajo improvisados en sótanos subur­banos. Las decisiones eran impulsadas por el miedo o por predicciones científicas, por órdenes del gobierno o por presión social, pero también podían estar motivadas por el movimiento de cientos de miles de millo­nes de dólares provocado por pequeñas variaciones intermitentes en los tipos de interés.

La adopción generalizada del término «confinamiento» es un claro in­dicio de lo polémicas que serían todas las políticas relacionadas con el virus. Las sociedades, las comunidades y las familias discutían amarga­mente por culpa de las mascarillas, el distanciamiento social y la cuaren­tena. Los riesgos a menudo parecían y a veces eran más existenciales que reales, y resultaba difícil distinguir unos de otros. Toda la experiencia era un ejemplo extremo de lo que en la década de 1980 el sociólogo alemán Ulrich Beck había denominado «sociedad de riesgo».38 Como resultado del desarrollo de la sociedad moderna, nos encontrábamos colectivamen­te atormentados por una amenaza invisible, o visible solo para la ciencia, un riesgo que permanecía abstracto e inmaterial hasta que algún desafortunado se ponía enfermo y se encontraba ahogándose en el fluido que se le acumulaba en los pulmones.

Una forma de reaccionar ante tal situación de riesgo era aferrarse a la negación. Eso podía funcionar, y sería ingenuo imaginar lo contrario. Siempre han existido enfermedades y males sociales generalizados, incluidos los que causan la pérdida de vidas a gran escala, que son ignorados y naturalizados de manera sistemática, considerados como meros «hechos de la vida». Con respecto a los mayores riesgos ambientales, en particular el cambio climático, se podría decir que nuestro comportamiento habitual ha tendido a ser la negación y la ignorancia deliberada a gran escala.39 Incluso las emergencias médicas a vida o muerte, como las pandemias, se han filtrado siempre a través de la política y el poder. Frente al coronavirus, algunos optaron por una estrategia de negación, lo cual implicaba realizar una apuesta y correr el riesgo de una politización repentina y escandalosa. Los pros y los contras se sopesaban una y otra vez. A menudo, a los defensores de limitarse a «pasar la enfermedad» les gustaba autoproclamarse defensores del sentido común y el realismo, solo para descubrir que su sang froid** era más convincente en la teoría que en la práctica.

Lo que la mayoría de la gente en todo el mundo intentaba hacer era enfrentarse a la pandemia, pero el problema, como señaló Beck, es que enfrentarse a los macrorriesgos modernos es algo más fácil de decir que de hacer.40 pues requiere llegar a un. acuerdo sobre cuál es el riesgo exactamente, lo cual incluye a la ciencia en nuestros argumentos y nos carga con la incertidumbre de la ciencia.41 También requiere un compromiso re-flexivo crítico con nuestro propio comportamiento y con el orden social al que pertenece. Requiere la voluntad de hacer frente a las opciones políticas, las opciones sobre la distribución de recursos y las prioridades en cada nivel. Esto choca de frente con el deseo predominante en los últimos cuarenta años de evitar precisamente eso, con el deseo de despolitizar, de utilizar los mercados o la ley para evitar tomar este tipo de decisiones.42 Este es el principal impulso que hay detrás de lo que se conoce como «neoliberalismo», o revolución del mercado: la despolitización de las cuestiones distributivas, incluidas las muy desiguales consecuencias de los riesgos sociales, ya sean debidos a cambios estructurales en el reparto mundial del trabajo, al daño medioambiental o a las enfermedades.43

La llegada del coronavirus puso en evidencia nuestra falta de prepara­ción institucional, lo que Beck llamó nuestra «irresponsabilidad organiza­da», y reveló la debilidad de los aparatos básicos de la administración es­tatal, corno los censos actualizados de ciudadanos y las bases de datos gubernamentales. Para enfrentarnos a la crisis, lo que necesitábamos era una sociedad que diera mucha más prioridad a los cuidados.44 En este sen­tido, fueron muchas las voces que reclamaron desde lugares inesperados un «nuevo contrato social», un contrato que valorase de manera adecuada a los trabajadores esenciales y tuviese en cuenta los riesgos generados por los estilos de vida globalizados de los más afortunados.45 Al igual que los programas en favor de un Nuevo Acuerdo Verde que han ido surgiendo desde el comienzo del milenio, estas grandes propuestas estaban pensa­das para inspirar.46 Estaban diseñadas para movilizar. Pedían a gritos una revisión del poder. Si hubiera un nuevo contrato social, ¿quién lo llevaría a cabo?

Imagen: Hudson Christie

Muchos de los llamamientos en pro de una gran reforma social en 2020 dejaron un extraño sabor de boca. A medida que la crisis del coronavirus se iba apoderando del mundo, la izquierda a ambos lados del Atlántico, al menos el sector liderado por Jeremy Corbyn y Bernie Sanders, iba a caer derrotada. La promesa de una izquierda radicalizada y revitalizada, orga­nizada en torno a la idea del Nuevo Acuerdo Verde, parecía disiparse en medio de la pandemia. La lucha contra la crisis recayó sobre todo en go­biernos de centro y de derechas, que conformaban un grupo peculiar. Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estados Unidos coqueteaban con la negación. Para ellos, el escepticismo climático y el escepticismo sobre el virus iban de la mano, Líderes nacionalistas como Rodrigo Duterte en Filipinas, Narendra Modi en la India, Vladímir Putin en Rusia y Recep Tayyip Erdogan en Turquía no negaban el virus, pero sus acciones se ba­saban en la apelación a la patria y en tácticas de intimidación. Los que más presión sufrían eran los gobiernos y gestores centristas.

Figuras como Nancy Pelosi y Chuck Schumer en Estados Unidos, Sebastián Piñera en Chile, Cyril Ramaphosa en Sudáfrica, y Emmanuel Macron, Angela Merkel, Ursula von der Leyen y sus homólogos en Euro­pa se ceñían a la ciencia. La negación no era una opción, y estaban dis­puestos a todo con tal de demostrar que eran mejores que los «populis­tas». Para hacer frente a la crisis, los políticos en teoría más centristas terminaron haciendo cosas muy radicales. La mayor parte de ellas se ba­saban en la improvisación y en el compromiso, pero, en la medida en que lograban otorgar un brillo programático a sus respuestas —ya fuese en forma del programa NextGen («Nueva Generación») de la VE o del pro­grama de reconstrucción denominado Build Back Better de Joe Biden en 2020—, en general provino del repertorio de modernización verde, el desarrollo sostenible y el Oreen New Deal («Nuevo Acuerdo Verde»).

El resultado fue una amarga ironía histórica. A pesar de que los defen­sores del Nuevo Acuerdo Verde fueron derrotados en la arena política, 2020 confirmaría con rotundidad el realismo de su diagnóstico. Fue el Nuevo Acuerdo Verde el que abordó la urgencia de enormes desafíos ambientales y los vinculó a cuestiones como la extrema desigualdad so­cial. Fue el Nuevo Acuerdo Verde el que insistió en que, al encarar estos desafíos, las democracias no podían dejarse obstaculizar por las doctrinas fiscales y monetarias conservadoras heredadas de las obsoletas batallas de la década de 1970 y desacreditadas por la crisis financiera de 2008. Fue el Nuevo Acuerdo Verde el que movilizó por fin a ciudadanos jóvenes enérgicos, comprometidos, orientados al futuro, de los que claramente dependía la democracia si esta quería tener un futuro esperanzador. El Nuevo Acuerdo Verde también exigía, por supuesto, que en lugar de par­chear sin cesar un sistema que producía y reproducía desigualdad, inesta­bilidad y crisis, se sometiera a una reforma radical. Esto era un reto para los centristas, pero uno de los atractivos de la crisis era que las cuestiones sobre el futuro a largo plazo podían dejarse de lado. En 2020 se trataba de sobrevivir.

La respuesta inmediata de la política económica a la crisis del coronavirus se basó en las lecciones de 2008. La política fiscal pasó a ser aún más amplia y más rápida. Las intervenciones del banco central pasaron a ser aún más espectaculares. Si se combinaban mentalmente ambas políticas —fiscal y monetaria—, se confirmaban las ideas esenciales de las doctri­nas económicas que en el pasado habían defendido los keynesianos radi­cales y que se habían modernizado recientemente con doctrinas como la Teoría Monetaria Moderna (TMM).47 Las finanzas estatales no están tan limitadas como las de los hogares. Si una autoridad monetaria se plantea organizar la financiación como algo más que un asunto técnico, eso es en sí mismo una opción política. Como Keynes había recordado a sus lecto­res durante la segunda guerra mundial: «Cualquier cosa que podamos ha­cer también podemos permitírnosla».48 El verdadero desafío, la verdadera cuestión política era ponernos de acuerdo en lo que queríamos hacer y averiguar cómo hacerlo.

Imagen: Diógenes Izquierdo

Los experimentos en política económica realizados en 2020 no se li­mitaron a los países ricos. Gracias a la abundancia de dólares proporcio­nada por la Reserva Federal (Fed), y aprovechando décadas de experien­cia con flujos de capital globales fluctuantes, muchos gobiernos de mercados emergentes mostraron una iniciativa notable en respuesta a la crisis, Pusieron en marcha un conjunto de herramientas políticas que les permitió cubrir los riesgos de la integración financiera global.49 Irónica­mente, a diferencia de lo ocurrido en 2008, el mayor éxito de China en el control del virus hizo que su política económica pareciese en cierto modo conservadora. Aquellos países, como México y la India, en los que la pan­demia se extendió con rapidez pero cuyos gobiernos no respondieron con una política económica a gran escala, parecían cada vez más desfasados.50 El año 2020 fue testigo de un hecho sin precedentes, en el que un gobier­no en teoría de izquierdas como el mexicano recibió una reprimenda por no incrementar lo suficiente su déficit presupuestario.

Era difícil evitar la sensación de encontrarnos ante un punto de in­flexión. ¿Era esta, al fin, la muerte de la ortodoxia que había prevalecido en la política económica desde la década de 1980? ¿Era esta la sentencia de muerte del neoliberalismo?51 Como ideología coherente de gobierno, tal vez. La idea de que la actividad económica podía ser ignorada o dejada en manos de los mercados estaba cada vez más alejada de la realidad. También lo estaba la idea de que los mercados podían autorregularse en relación con todas las perturbaciones sociales y económicas imaginables. Incluso con más urgencia que en 2008, la supervivencia dictaba interven­ciones a una escala inédita desde la segunda guerra mundial.

Todo esto dejó a los economistas doctrinarios sin aliento, lo cual no es algo sorprendente en sí mismo. La visión ortodoxa de la política econó­mica siempre había sido poco realista. Como práctica del poder, el neoli­beralismo siempre había sido radicalmente pragmático. Su verdadera his­toria había sido la de una serie de intervenciones estatales en aras de la acumulación de capital, incluido el despliegue contundente de la violen­cia estatal para destrozar a la oposición,52 Fuesen cuales fuesen los giros doctrinales, las realidades sociales con las que la revolución del mercado se había entrelazado desde la década de 1970 —la influencia arraigada de la riqueza sobre la política, la ley y los medios de comunicación, la reduc­ción del poder de los trabajadores— aún perduraban. ¿Y qué fuerza histórica fue la que reventó los diques del orden neoliberal? La historia que seguiremos en este libro no es la de un resurgimiento de la lucha de clases o de un desafío populista radical. Lo que causó el mayor daño fue una plaga provocada por el crecimiento global desenfrenado y por el enorme engranaje de la acumulación financiera.53

En 2008, la crisis había sido provocada por la sobreexpansión de los bancos y los excesos de titulización hipotecaria. En 2020, el coronavirus golpeó el sistema financiero desde el exterior, pero la fragilidad que este choque puso al descubierto se generó internamente. Esta vez el eslabón débil no eran los bancos, sino los propios mercados de activos. La conmo­ción afectó al corazón mismo del sistema, el mercado de los bonos del Tesoro estadounidenses, los activos que se suponen más seguros en los que se basaba toda la pirámide de crédito. Si este mercado se hubiera de­rrumbado, habría arrastrado al resto del mundo con él. Ya en la tercera semana de marzo de 2020, la City de Londres y Europa también estaban en crisis. Una vez más, la Reserva Federal, el Departamento del Tesoro y el Congreso* de Estados Unidos improvisaron un mosaico de interven­ciones que en la práctica respaldaban una gran parte del sistema de crédito privado. El efecto se extendió a través del sistema financiero basado en el dólar al resto del mundo. Lo que estaba en juego era la supervivencia de una red global de finanzas basadas en el mercado que Daniela Gabor bau­tizó acertadamente el consenso de Wall Street.54

En 2020, la magnitud de las intervenciones estabilizadoras fue impre­sionante, pues confirmaba la premisa básica del Nuevo Acuerdo Verde. según la cual, si existía la voluntad necesaria, los estados democráticos tenían a su alcance las herramientas adecuadas para ejercer el control so­bre la economía. Sin embargo, se trataba de un logro de doble filo, ya que, si bien tales intervenciones eran una afirmación del poder soberano, en realidad estaban impulsadas por la crisis.55 Al igual que en 2008, servían a los intereses de aquellos que tenían más que perder. En esta ocasión, no solo los bancos individuales, sino todos los mercados fueron declarados demasiado grandes para quebrar.56 La ruptura de este ciclo de crisis y estabilización, y la conversión de la política económica en un verdadero ejercicio de soberanía. democrática requeriría una reforma pro:funda y completa, lo cual a su vez exigiría un cambio de poder real, y las probabilidades de que tal cosa ocurriese no eran muy elevadas.

Ilustración: Foreign Affairs

La revolución del mercado de la década de 1970 supuso sin duda una revolución en las ideas económicas, pero también fue mucho más que eso. La guerra contra la inflación librada por Thatcher y Reagan fue una campaña integral contra una amenaza de agitación social, que a su modo de ver provenía de dentro y de fuera de sus países. Si se produjo con tanta ferocidad fue porque en la década de 1970, y principios de la década de 1980, el conflicto de clases en Europa, Asia y Estados Unidos todavía estaba condicionado por las luchas globales de la descolonización y la Guerra Fría.57 La campaña conservadora era aún más urgente debido al colapso del sistema de Bretton Woods entre 1971 y 1973, que desvinculó al dinero del oro y abrió la puerta a una política económica expansiva. Lo que estaba amenazado no era el decoroso keynesianismo de la época de la posguerra, sino algo mucho más radical. Para contener ese riesgo era necesario redefinir los límites del Estado y de la sociedad. En esa batalla, la medida institucional más decisiva fue separar el control del dinero de la política democrática, colocándolo bajo la autoridad de los bancos centrales independientes. Corno dijo en el año 2000 Rudiger Dombusch, uno de los economistas procedentes del MIT más influyentes de su generación: «Durante los últimos veinte años, el auge de los bancos centrales independientes se ha basado en la adopción de las prioridades correctas, esto es, deshacerse del dinero democrático que siempre es miope y nocivo».58

Esto tendría una amarga consecuencia. Si los bancos centrales desde 2008 ampliaron masivamente sus competencias fue por necesidad, para contener la inestabilidad del sistema financiero, El problema era que tal cosa era políticamente posible, y de hecho se podía llevar a cabo sin ningún tipo de fanfarria, porque las batallas de las décadas de 1970 y 1980 ya se habían ganado. La amenaza que atormentaba a la generación de Dombusch se había evaporado. La democracia ya no suponía un peligro como en los años de lucha del neoliberalismo. En el ámbito de la política económica, ello dio paso a la sorprendente revelación de que no había riesgo de inflación. A pesar de todo el estruendo centrista sobre el «populisrno», el antagonismo de clase se debilitó, la presión salarial fue mínima y las huelgas, inexistentes.

Por tanto, las masivas intervenciones de política económica de 2020, corno las de 2008, tenían un doble filo. Por un lado, su magnitud hacía estallar los límites de la moderación neoliberal, y su lógica económica confirmaba el diagnóstico básico de la macroeconomía intervencionista de Keynes. No podían sino aparecer corno presagios de un nuevo régimen más allá del neoliberalismo. Por otro lado, estas intervenciones se lleva­ron a cabo de arriba hacia abajo. Eran políticamente concebibles solo porque no había ningún desafío procedente de la izquierda, y su urgen­cia se veía impulsada por la necesidad de estabilizar el sistema finan­ciero. Y funcionaron. A lo largo de 2020, el patrimonio neto de los hoga­res estadounidenses se incrementaría en más de 15 billones de dólares. De forma abrumadoramente mayoritaria, casi todos los beneficios recaye­ron en los más ricos: en el 10% de la población que era propietaria del 84% de las acciones, y en especial, en el 1 % más rico, propietario de casi el 40%.59

Si se trataba de un «nuevo contrato social», era tan unilateral que no podía menos que causar inquietud. No obstante, sería un error ver la res­puesta a la crisis de 2020 solo como un saqueo cada vez más sangrante. Los centristas que luchaban por su supervivencia política no podían igno­rar la enorme fuerza de la crisis social y económica. La amenaza de la derecha nacionalista era seria. El llamamiento a una mayor solidaridad social para un restablecimiento de la economía nacional tenía una reso­nancia real. A pesar de estar en minoría, el movimiento político «verde» iba ganando cada vez más acleptos.60 Aunque la derecha jugaba con emo­ciones poderosas, el análisis estratégico ofrecido por los defensores del Nuevo Acuerdo Verde era acertado, y los centristas inteligentes lo sabían. Los líderes de la UE o del Partido Demócrata de Estados Unidos podían no tener agallas para realizar reformas estructurales, pero entendían la interconexión entre la modernidad, el medio ambiente, el crecimiento desequilibrado e inestable de la economía y la desigualdad. Después de todo, la situación era tan sombría que resultaba casi imposible ignorar todo eso. Así que 2020 sería un año no solo de saqueo, sino de experimen­tación reformista. En respuesta a la amenaza de una crisis social, se pro­baron nuevas vías de asistencia social en Europa, en Estados Unidos y en muchas economías de mercado emergentes. Y, en busca de una imagen positiva, los centristas adoptaron la política ambiental y el tema del cam­bio climático corno nunca habían hecho antes. Refutando el temor de que el coronavirus podría distraer de otras prioridades, la economía política del Nuevo Acuerdo Verde se generalizó. «Crecimiento verde», «Recons­truir mejor», «Acuerdo Verde»… Los eslóganes eran variados, pero todos ellos tenían en común la modernización verde como la respuesta cen­trista a la crisis.61

Oculus (Manhattan), mayo de 2020. Foto: Spencer Platt/Getty Images

El año 2020 puso claramente de manifiesto hasta qué punto la actividad económica dependía de la estabilidad del entorno natural. Una pequeña mu­tación del virus en un microbio podía amenazar la economía de todo el mundo. También expuso cómo, en una situación extrema, todo el sistema monetario y financiero podía dirigirse a apoyar los mercados y los medios de vida, lo que obligaba a preguntarse quién recibía ese apoyo y de qué for­ma. Ambos choques derribaron barreras que eran fundamentales para la economía política del ultimo medio siglo, líneas que separaban la economía de la naturaleza, la economía de la política social y de la política per se. Además de eso, en 2020 hubo un tercer cambio que contribuyó a diluir los supuestos básicos de la era del neoliberalismo: el ascenso de China.

Según la ciencia más avanzada disponible, no era de extrañar que el virus saliera de China. La rápida mutación zoonótica fue el resultado predeci­ble de las condiciones biológicas, sociales y económicas de la región de Hubei. El hecho de denominar el fenómeno corno un proceso natural ocultaba hasta qué punto había sido impulsado por factores económicos y sociales, pero siempre hubo quienes pensaron que había algo más que eso. Una de las teorías alternativas más plausibles era la de que el virus se había escapado de un laboratorio de investigación biológica chino.62 Por lo tanto, sería un incidente al estilo Chernóbil, pero a escala global y me­jor encubierto; un ejemplo de la sociedad de riesgo, pero no tanto una creación negligente de peligrosos efectos secundarios, sino más bien un intento de dominio de la naturaleza que salió mal. Más alarmista era la opinión de que el virus respondía a un programa de guerra biológica y de que Pekín había permitido deliberadamente su propagación con el fin de desestabilizar las sociedades occidentales.63 Pekín contribuyó a estas especulaciones al resistirse a todos los intentos de llevar a cabo una inves­tigación internacional independiente y al permitir la circulación de sus propias teorías conspirativas.64 En todo caso, cualquiera que fuese la in­terpretación defendida por unos y otros, estas teorías no se limitaban al virus y a su procedencia, ya que eran interpretaciones de la globalización y del auge de China. Este batiburrillo de ansiedades era algo nuevo.

Cuando en 2005 Tony Blair se burló de las críticas a la globalización, de lo que se burlaba en realidad era de sus temores. Blair comparó su ansiedad provinciana con la energía afirmativa y modernizadora de las naciones asiá­ticas, para las que la globalización ofrecía un horizonte brillante. Las únicas amenazas a la seguridad global que reconoció fueron el terrorismo islámico y las armas de destrucción masiva de Sadam Huseín, que sin duda eran ho­rribles. Si existían, podían causar numerosas bajas. Eran síntomas de una globalización fuera de control. No obstante, pese a toda su violencia, en realidad no tenían posibilidades de cambiar el statu quo. Ahí residía su irra­cionalidad suicida y mística. En la década posterior a 2008 fue esa confian­za en la solidez del statu quo lo que acabaría perdiéndose.

El resurgimiento de Rusia, reabastecido por las exportaciones mundia­les de petróleo y gas, fue el primero en mostrar la inocencia geopolítica de la globalización. El desafío de Rusia era limitado; el de China no lo era. En 2011, la administración Obama llevó a cabo su «giro hacia Asia».65 En diciembre de 2017, Estados Unidos publicó su nueva Estrategia de Segu­ridad Nacional, que por primera vez designaba al Indo-Pacífico como el escenario decisivo de la rivalidad entre grandes potencias.66 En marzo de 2019, la UE publicó un documento estratégico que apuntaba en una dirección similar.67 En 2020, los ministerios de Asuntos Exteriores de Francia y de Alemania siguieron su ejemplo.68 El Reino Unido, por su parte, realizó un giro de 180 grados, desde la celebración en 2015 de una nueva «edad de oro» de las relaciones chino-británicas, hasta el desplie­gue de un portaviones en el mar de la China Meridional.69

La lógica militar resultaba bastante familiar. Todas las grandes poten­cias siempre han tendido a ser rivales, o al menos así funciona la lógica «realista». En el caso de China se añadía el factor de la ideología. En 2021, el PCC hacía algo que su homólogo soviético nunca había llegado a ha­cer: celebrar su centenario. Pekín no ocultaba su adhesión a una herencia ideológica que se extendía de Marx y Engels hasta Mao, pasando por Le­nin y Stalin. Xi Jinping difícilmente podría haber sido más contundente respecto a la necesidad de aferrarse a esta tradición, ni podría haber sido más claro en su condena a Gorbachov por perder el control de la brújula ideológica de la Unión Soviética.70 Por lo tanto, la «nueva» guerra fría en Asia era realmente una resurrección de la «vieja» guerra fría, que Occi­dente, de hecho, nunca había ganado.

Xi Jinping (en la pantalla), pronuncia un discurso durante las celebraciones del centenario de la fundación del Partido Comunista de China en la Plaza de Tiananmen (foto: AFP)

Existían, sin embargo, dos notables diferencias que separaban lo viejo de lo nuevo. La primera era la economía, Si China era la amenaza que había llegado a ser, ello se debía a que había experimentado el mayor auge económico de la historia. Esto había perjudicado a algunos trabajadores manufactureros en Occidente, pero las empresas y los consumidores de todo el mundo occidental, y más allá, se habían beneficiado enormemente del desarrollo de China, y se habrían beneficiado aún más en el futuro. Esto creaba un dilema. Una nueva guerra fría con China tenía sentido desde todos los puntos de vista excepto desde el de «es la economía, estúpido».

La segunda novedad fundamental era el problema medioambiental global y el papel del crecimiento económico en su agravamiento. Cuando la política climática global surgió por primera vez en su forma moderna en la década de 1990, lo hizo bajo el signo de un período de tiempo unipolar: Estados Unidos era entonces el mayor contaminante, y también el más recalcitrante, mientras que China era pobre y sus emisiones apenas influían en el equilibrio global. En 2020, sin embargo, China ya emitía más CO2 que Estados Unidos y Europa juntos, y la brecha podía seguir ampliándose al menos durante otra década. Pretender solucionar el problema climático sin contar con China resultaba ya tan inimaginable como responder al riesgo de las enfermedades infecciosas emergentes sin la colaboración de ese país, que ya era la incubadora más poderosa de ambos fenómenos.

Los modernizadores verdes de la UE resolvieron este doble dilema en sus documentos estratégicos definiendo a China al mismo tiempo como un rival sistémico, como un competidor estratégico y como un socio en la lucha contra el cambio climático. Para no complicarse la vida, la administración Trump negó el problema climático, pero Washington también estaba empalado en los cuernos del dilema económico, entre la denuncia ideológica de Pekín, el cálculo estratégico, la inversión corporativa a largo plazo y el deseo del presidente de llegar a un acuerdo rápido. Era sin duda una combinación inestable, y en 2020 acabaría estallando. A pesar del acuerdo comercial de la Fase I que el presidente había estado dispuesto a celebrar a principios de año, cuando llegó el verano la competencia estratégica y la denuncia ideológica ya superaban al interés económico. China pasaba., por tanto, a ser redefinida como una amenaza para Estados Unidos, tanto desde el punto de vista estratégico como económico. Había usurpado los puestos de trabajo estadounidenses y se había apropiado ilícitamente de miles de millones en propiedad. intelectual estadounidense en beneficio de un régimen hostil.71 En represalia, las secciones de inteligencia, seguridad y judicatura del gobierno estadounidense declararon la guerra económica a China, y se dispusieron a sabotear de forma delibera­da el desarrollo del sector de la alta tecnología de China, el corazón de cualquier economía moderna.

Hasta cierto punto, fue una casualidad que esta escalada tuviese lugar cuando lo hizo. El ascenso de China era un cambio histórico global a lar­go plazo al que todo el mundo tendría que responder tarde o temprano. Sin embargo, el éxito de Pekín en la lucha contra el coronavirus y el aplo­mo con que la llevó a cabo eran una bandera roja para la administración Trump. Además, la atmósfera sobrecalentada de las elecciones estadouni­denses generaba poderosos efectos de magnificación e inducción, por usar el vocabulario algo eufemístico de Chen. El equipo de Trump no solo culpó a China por el virus, sino que extendió la guerra cultural que esta­ban desatando en casa a los colaboradores estadounidenses de China. Por añadidura, en el verano de 2020 ya era cada vez más innegable que algo más estaba sucediendo. Algo muy perturbador ocurría en Estados Unidos.

Imagen: democracyjournal.org

No era el primer momento de gran malestar en la historia moderna es­tadounidense. El presidente Carter se había hecho famoso por un discurso a la nación sobre ese mismo tema en el verano de 1979, en medio de las consecuencias de la revolución iraní y de la segunda crisis energética.72 Una de las promesas de la revolución del mercado de la década de 1980 fue que el «amanecer de Estados Unidos» de Ronald Reagan sacaría al país de su desplome, en la línea de lo que Thatcher había prometido para Gran Bretaña. Donald Trump, el chico amante de las fiestas de Manhattan en los años ochenta, era la encarnación viviente de esa nueva era de pavo­neo y fanfarronería. Por otro lado, Trump también personificaba la cruda verdad sobre ese momento, que era que la revolución del mercado había dejado atrás a una gran parte de la sociedad estadounidense. La enorme fuerza global de Estados Unidos en el ámbito de las finanzas, de la tecno­logía y del poder militar se apoyaba en unos pies de barro. Como expuso dolorosamente el coronavirus, su sistema de salud estaba destartalado y su red interna de seguridad social dejó a decenas de millones de personas en riesgo de pobreza. Si el «sueño chino» de Xi había llegado intacto has­ta 2020, no se podía decir lo mismo de su homólogo estadounidense. La crisis general del neoliberalismo en 2020 tenía así un significado específico y traumático para Estados Unidos, y en particular para una par­te del espectro político estadounidense. La visión del gobierno estadouni­dense, elaborada por las sucesivas administraciones demócratas a partir de Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, daba a los liberales esta­dounidenses herramientas con las que responder al desafío del coronavi­rus. Incluso la nueva generación de radicales estadounidenses liderados por Alexandria Ocasio-Cortez podía ver con agrado algunos aspectos del New Deal.73 Por el contrario, el Partido Republicano y sus circunscrip­ciones nacionalistas y conservadoras sufrieron en 2020 lo que puede des­cribirse como una crisis existencial, con consecuencias muy dañinas para el gobierno y la Constitución estadounidenses, y para las relaciones de Estados Unidos con el mundo en general. Esto culminaría en un período extraordinario entre el 3 de noviembre de 2020 y el 6 de enero de 2021, cuando convergieron los siguientes fenómenos: Trump se negó a recono­cer la derrota electoral; una gran parte del Partido Republicano apoyó ac­tivamente el esfuerzo por anular las elecciones; la crisis social y la pande­mia quedaron desatendidas, y, por último, el 6 de enero, el presidente y las principales figuras de su partido alentaron una invasión del Capitolio por parte de sus seguidores.

Por razones obvias, todo esto resultaba muy preocupante para el futuro de la democracia de Estados Unidos. De hecho, algunos elementos de la extrema derecha de la política estadounidense podían describirse sin amba­ges como fascistoides.74 Con todo, en 2020 faltaban dos elementos básicos de la ecuación fascista original en Estados Unidos. Uno de ellos era la gue­rra total. Los estadounidenses recordaban su guerra civil e imaginaban futu­ras guerras civiles. Recientemente habían participado en guerras expedicio­narias que habían sumido a la sociedad estadounidense en fantasías paramilitares y policías militarizados.75 Pero la guerra total tiene tendencia a reconfigurar la sociedad de una manera muy diferente, agrupándola en un cuerpo de combate único, no en los comandos individualizados de 2020.

El otro ingrediente que faltaba en la ecuación fascista clásica, el cual ocupa un lugar más central en este libro, es el antagonismo social, una amenaza, imaginada o real, para el statu quo social y económico. A medi­da que las nubes de tormenta constitucional se iban formando en 2020, los negocios estadounidenses se fueron alineando masiva y directamente contra Trump. Y, como veremos, las principales voces de las grandes corporaciones estadounidenses tampoco dudaron en aportar los argumentos empresariales para adoptar esta postura, corno el valor para los accionis­tas, los problemas de gestionar las empresas con fuerzas de trabajo políti­camente divididas, la importancia económica del Estado de derecho y, sorprendentemente, las pérdidas en las ventas que serían de esperar  en caso de una guerra civil. Esta alineación del dinero con la democracia en los Estados Unidos de 2020 debería ser tranquilizadora, al menos hasta cierto punto. Sin embargo, considere el lector por un segundo un escena­rio alternativo. Si el virus hubiera llegado a Estados Unidos unas semanas antes, la extensión de la pandemia habría generado un apoyo masivo a Bernie Sanders y a su llamamiento a la atención sanitaria universal, y las primarias demócratas probablemente hubiesen situado a un socialista de­clarado como candidato a la presidencia en lugar de a Joe Biden.76 No es difícil imaginar que, en tal escenario, todo el peso de los negocios esta­dounidenses se habría movido en la dirección opuesta, por las mismas ra­zones, y habría respaldado a Trump para intentar que Sanders no fuera elegido.77 ¿Y si Sanders hubiera ganado la mayoría? Entonces habríamos tenido una verdadera prueba para la Constitución americana, y de la leal­tad hacia ella de los intereses sociales más poderosos.

El Capitolio de Washington blindado tras la invasión del 6 de enero de 2021 (foto: Línea Directa)

Considerar lo ocurrido en 2020 como una crisis integral de la era neolibe­ral en lo que respecta a sus ingredientes medioambientales, a sus funda­mentos sociales, económicos y políticos internos, y al orden internacio­nal— nos ayuda a encontrar nuestro rumbo histórico. Vista en esos términos, la crisis del coronavirus marcaría el final de un proceso cuyo origen se remontaría a la década de 1970. También podría ser vista como la primera crisis integral de la era del Antropoceno, una era definida pi el desequilibrio en nuestra relación con la naturaleza?

Sin embargo, en lugar de intentar esbozar prematuramente las simili­tudes de ese medio siglo de historia, o en lugar de intentar una proyección especulativa hacia el futuro, este libro se centra, en la medida de lo posi­ble, en el momento en sí, Nos moveremos hacia atrás y hacia delante a medida que surja la necesidad de contextualizar ese momento, pero el foco estará puesto en la cadena de sucesos que tuvo lugar entre el brote del virus en enero de 2020 y la toma de posesión de Joe Biden.

Estos estrictos límites cronológicos son una elección deliberada. Es una forma de hacer más manejable esa tensión entre el pasado y el presen­te que define lo que significa escribir historia. Es, también, una estrategia personal para hacer frente a las tensiones intelectuales y psicológicas de un momento histórico que por lo demás fue abrumador.

Como les ocurrió a miles de millones de personas en todo el mundo, el coronavirus me obligó a cambiar de planes en 2020. Empecé el año trabajando en un libro sobre la historia de la politica energética, rastreando la economía política del carbono hasta la era de las crisis petroleras, y pro­fundizando en la historia previa al Nuevo Acuerdo Verde. Como tantos otros, me preocupaba el Antropoceno, una transformación impulsada por el crecimiento económico capitalista que había logrado poner en entredicho la separación entre la historia natural y la humana.79

En febrero, mientras el virus se propagaba en silencio por todo el mun­do, yo viajaba por África oriental, inmerso por primera vez en la historia del continente. Por el rabillo del ojo, me percaté de los inusuales controles de salud en los aeropuertos, pero, como la mayoría de la gente, ignoraba por completo el drama que estaba a punto de estallar, Fue en el camino de regreso, el viernes 6 de marzo, en los cavernosos pasillos del nuevo aero­puerto de Estambul, cuando comencé a ser consciente de lo que estaba ocurriendo. Viajeros de todas partes del mundo llevaban mascarillas deportivas de todas las formas y tamaños. Eran novedosas, inadecuadas, imposibles para un largo vuelo.

Imagen: aacp.org

Ese fin de semana en Nueva York, mientras yo me hallaba todavía bajo los efectos del jet lag, se desataron todos los infiernos. El virus esta­ba provocando una gigantesca contracción económica. De repente, me encontré ante una ola de preguntas procedentes de periodistas que me con­minaban a ayudarlos a entender lo que parecía una repetición de Crash, mi libro sobre la crisis financiera de 2008.

La historia narrada en Crash ya había sido en sí misma una historia que se había visto superada por los acontecimientos. Me había propuesto escribir un libro sobre el décimo aniversario de la crisis de 2008 y había terminado, tras el Brexit y la victoria de Trump, en medio de una crisis que se negaba a cerrarse, En ese momento, un amigo bromeó con cierta perspicacia diciendo que me estaba abriendo a la posibilidad de escribir una nueva historia interminable. En marzo de 2020, pude sentir toda la fuerza de su razonamiento. A medida que los precios de las acciones y los mercados de bonos se desplomaban, a medida que el mal funcionamiento de los mercados de recompras saltaba a los titulares y las líneas de can­je de los bancos centrales volvían a estar en el orden del día, el relato de Crash me estaba alcanzando.

En abril, ya me resultó insoportable tener que enfrentarme minuto a minuto a la situación presente mientras pensaba en las políticas energéti­cas de Jimmy Carter, así que me rendí al flujo inmediato de los acontecimientos.

El año 2020 adquirió la categoría de Historia con mayúscula, algo muy distinto a cualquier otra cosa que hubiéramos visto antes. Este libro, por lo tanto, es más contemporáneo incluso que Crash. Paradójicamente, esto hace que el riesgo de «perderse el momento» sea aún mayor. Cualquier esfuerzo por proyectar un marco narrativo sobre el tumulto que todavía estamos viviendo será seguramente parcial y estará sujeto a una futura revisión. Pero si queremos dar sentido a los acontecimientos que nos ro­dean, tenemos que asumir ese riesgo. El único consuelo es que no estamos solos en este esfuerzo. El año 2020 puede considerarse ante todo un año de debates, argumentos y análisis,

Un relato de este tipo puede ser prematuro, pero al proyectar una inter­pretación, al hacer una apuesta intelectual, sea correcta o incorrecta, se obtiene algo en verdad valioso: una comprensión más profunda de lo que en verdad implica la proposición de que toda historia verdadera es histo­ria contemporánea.80 De hecho, teniendo presente lo ocurrido en 2020, la visión de Benedetto Croce adquiere un nuevo significado. Al escribir so­bre la crisis climática desde la seguridad de un apartamento del Upper West Side de Nueva York, la transformación histórica de la naturaleza y sus implicaciones para nuestra historia podía parecer remota. El Antropo­ceno continuaba siendo una propuesta intelectual abstracta. Sin embargo, la crisis del coronavirus nos ha despojado de esa ilusión incluso a los más protegidos.

Notas

Notas del traductor:

  • Algo así como «Ausencia de Occidente», queriendo reflejar la preocupación creciente por el futuro del mundo occidental. (N. del traductor)

** Sangre fría. En francés en  el original. (N. del traductor)

*** En Estados Unidos, el Congreso (Congress) está formado por dos organismos legislativos: la Cámara de Representantes (House of Representatives), cuyo equivalente en España es el Congreso de los Diputados, y el Senado (Senate). Para evitar confusio­nes, cada vez que a lo largo del libro aparezca el término «Congreso», como en este caso, debe entenderse que se refiere a ambos organismos en su conjunto. Citando se hable de uno solo de ellos, se emplearán los términos «Cámara de Representantes» o «Senado». (N. del traductor)

  1. IMF, World Economic Outlook Update, junio de 2020;
  2. https:// www.imf.org/en/Publications/WEO/Issues/2020/06/24/WEOUpdatejune2020
  3. D. Westad, «The sources of Chinese conduct: Are Washington and Beijing fighting a new Cold War», Foreign Aff. 98 (2019): 86.
  4. IMF, World Economic Outlook, enero de 2020; https://www.imf.org/en/ Publications/WEO/Issues/2020/01/20/weo-update-january 2020.
  5. London, S. Ma, y B. A. Wilson, «Quantifying the Impact of Foreign Economic Uncertainty on te U.S. Economy», FED Notes, Board of Governors of the Federal Reserve System, 8 de octubre de 2019.
  6. P. Commins, «Uncertainty remains as long as Trump tweets», Financial Review, 14 de octubre de 2019.
  7. «Veranstaltungsbericht «Westlessness» — Die Münchner Sicherheits-­konferenz 2020»; https://securityconference.org/news/meldung/westlessness-diemunchener-sicherheitskonfenenz-2020/.
  8. A. Fotiadis, «Greece’ s refugee plan is inhumane and doomed to fail. The EU must step in», Guardian, 16 de febrero de 2020.
  9. International Monetary Fund. Strategy, Policy, & Review Department, World Bank, «The Evolution of Public Debt Vulnerabilities In Lower Income Economies», FMI, 10 de febrero de 2020.
  10. A. Tooze, «The fierce urgency of C0P26», Social Europe, 20 de enero de 2020.
  11. B. Milanovic, Capitalism, Alone: The Future of the System That Rules the World, Harvard University Press, 2019.
  12. M. Kelly, «THE 1992 CAMPAIGN: The Democrats — Clinton and Bush Compete to Be Champion of Change; Democrat Fights Perception of Bush Gain», New York Times, 31 de octubre de 1992.
  13. T. Blair, «Tony Blair’s conference speech 2005», The Guardian, 27 de septiembre de 2005.
  14. A. Tooze, Crashed: How a Decade of Financial Crises Changed the World, Viking, 2018 [hay trad. cast.: Crash, Ariel, 2018].
  15. Véase, por ejemplo, Janet Yelleen en febrero de 2020: S. Lane, «Yellen pins rise of populism, trade skepticism on economic ínequality», The Hill, 4 de febrero de 2020.
  16. B. Latour, Down to Earth: Politics in the New Climatic Regime, Polity, 2018,
  17. M. Wucker, The Gray Rhino: How to Recognize and Act on Obvious Dangers We Ignore, St. Martin’s Press, 2016.
  18. «The hunt for the origins of SARS-COV-2 will look beyond China», Economist, 25 de julio de 2020.
  19. D. H. Autour, D. Dorn y G. H. Hanson, «The China Shock: Learning from Labor-Market Adjustment to Large Changes in Trade», Annual Review of Economies 8, nº 1 (2016): 205-240.
  20. ILO, «COVID-19 and the World of Work» (5.ª ed.), OlT, 30 de junio de 2020.
  21. V. Strauss, «1.5 billion children around globe affected by school closu­re. What countries are doing to keep kids learning during the pandemic», Wash­ington Post, 27 de marzo de 2020.
  22. «COVID-19 Could Lead to Pennanent Loss in Leaming and Trillions of Dollars in Lost Earnings», Banco Mundial, 18 de junio de 2020.
  23. H, Else, «How a torrent of COVID science changed research publishing – in seven charts», Nature, 16 de diciembre de 2020.
  24. Para un excelente ejemplo, véase G. Packer, «We Are Living in a Failed State», Atlantic, junio de 2020.
  25. J. Konyndyk, «Exceptionalism Is Killing Americans», Asuntos Exterio­res, 8 de junio de 2020.
  26. E. Morin, Homeland EARTH: A Manifesto for the New Millennium (Ad­vances in Systems Theory, Complexity and the Human Sciences), Hampton Press, 1999.
  27. J.-C. Juncker, «Speech at the Annual General Meeting of the Hellenic Federation of Enterprises», 21 de junio de 2016; https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/SPEECH_16-2293.
  28. Para un análisis clásico que disecciona de forma brillante las primeras fases de una crisis, véase S. Hall, C. Critcher, T. Jefferson, J. Clarke y B. Ro­berts, Policing the crisis: Mugging, the state and law and order, Macmillan In­ternational Higher Education, 2013.
  29. Wo-Lap Lam, «Xi Jinping Warns Against the «Black Swans» and «Gray Rhinos» of a Possible Color Revolution» Jamestown Foundation, 20 de febrero de 2019.
  30. M. Hart y J. Link «Chinese President Xi Jinping’s Philosophy on Risk Management», Center for American Progress, 20 de febrero de 2020.
  31. J. Cai, «Beijing pins hopes on «guy with the emperor’s sword» to restore order in coronavirus- hit Hubei», South China Morning Post, 12 de febrero de 2020.
  32. M. Hart y J. Link «Chinese President Xi Jinping’s Philosophy on Risk Management», Center for American Progress, 20 de febrero de 2020.
  33. Para un mapa completo, véase https://www.creosotemaps.eorn/blm 2020/.
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  40. Sobre el Agnotoceno, véase «Agnotology», C. Bonneuil and J.-B. Fernbach, The Shock of the Anthropocene: The Earth, History and Us, Verso Books, 2016.
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  46. FT Series, The New Social Contract: https://www.ft.COM/CONTENT/774f3aef-aded-47f9-8abb-a323191f1e19.
  47. A. Pettifor, The Case for the Green New Deal, Verso Books, 2020. K. Aronoff, A. Battistoni, D. A. Cohen y T. Riofrancos, A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal, Verso Books, 2019.
  48. Popularizado en 2020 por S. Kelton, Deficit Myth: Modern Monetary Theory and the Birth of the People’s Economy, Public Affairs, 2020.
  49. J. M. Keynes, Obras completas, vol. XXVII, BBC Address, 1942.
  50. Informe Económico Anual del BPI, 30 de junio de 2019; https://www. his.org/publ/arpdf/ar2019e2.htm. 
  51. S. Hannan, K. Honjo y M. Raissi, Mexico Needs a Fiscal Twist: Respon­se to COVID-19 and Beyond, IMP Working Papers, 2020.
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  53. D. Harvey, A Brief History of Neoliberalism, Oxford University Press, 2007.
  54. Así lo explica de manera ejemplar D. Gabor, «Three Myths About EU’s Econornic Response to the COVID-19 Pandemie», Critical Finance, 15 de junio de 2020.
  55. D. Gabor, «The Wall Street Consensus», SocArXiv, 2 de julio de 2020.
  56. D. Gabor, «Revolution Without Revolutionaries: Interrogating the Return of Monetary Financing», Transformative Responses to the Crisis, 2020.
  57. Siguiendo una lógica brillantemente esbozada por D. Gabor, «Cri­tical macro-finance: A theoretical lens», Finance and Society 6, n.° 1 (2020): 45-55.
  58. Agradezco las observaciones de Barnaby Raine, que me aclararon este punto.
  59. Rudi Dombusch, Essays, 1998/2001; http://web.mit.edu/15.01.8/attach/Dornbusch,%20R.%20Essays%201998-2001.pdf.
  60. Louis Gave, «First and Last Line of Defense», 15 de enero de 2021.; htips://research.gavekal.com/article/first-and-last-line-defense/. 
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  68. «EU-China — A strategic outliook», European Commission, 12 de marzo de 2019; https://ec.europa.eu/info/sites/info/files/communication-eu-china-a­-strategic-oudook.pdf. 
  69. Francia: https://www.diplornatie.gouv.fr/en/country-file,s/asia-and­oceania/the-indo-pacific-region-a-priority-for-france/. Alemania: Imps://www. auswaertiges-amt.de/blob/2380514/f9784f7e3b3fa1bd7c5446d274a4169e/200901-indo-pazifik-leitlinien–1–data.pdf. Para una comparación, véa­se M. Duchátel y G. M.ohan, «Franco-German Divergences in the Indo­Pacific: The Risk of Strategic Dilution», insitur Montaigne, 30 de octubre de 2020.
  70. Sobre el giro de la City de Londres hacia China: J. Green, «The City’s pivot to China in a post-Brexit world: a uniquely vulnerable policy», London School of Economics, 15 de junio de 2018. Sobre el giro de la planificación de defensa del Reino Unido contra China en 2020, véase H. Warrell, «Britain’s ar­med forces pivot east to face growing China threat», Financial Times, 3 de julio de 2020.
  71. G. Yu, «Beijing Observation: Xi Jinping the Man», China Change, 26 de enero de 2013. T. Greer, «Xi Jinping in Translation: China’s Guiding ldeolo­gy», Palladium, 31 de mayo de 2019.
  72. USTR, «Investigation: Technology Transfer, Intellectual Property, and Innovation»; https://ustr.govtissue-areas/enforcement/section-301-investigations/section-301-china/investigation.
  73. K. Mattson, «What the Heck Are You Up To, Mr. President?» : Jimmy Carter, America’s «Malaise» and the Speech That Should Have Changed the Country, Bloomsbury Publishing USA, 2010.
  74. D. Kurtzleben, «Rep. Alexandria Ocasio-Cortez Releases Green New Deal Outline», All Things Considered, NPR, 7 de febrero de 2019.
  75. R. O. Paxton, «l’ve Hesitated to Call Donald Trump a Fascist, Until Now», Newsweek,11 de enero de 2021.
  76. A. Russell, «America’s forever wars have finally come home», Res­ponsible Statecraft, 4 de junio de 2020.
  77. J. Iadarola, «What if Bernie has already won this thing?», The Hill, 23 de febrero de 2020. S. Hamid, «The Coronavirus Killed the Revolution», The Atlantic, 25 de marzo de 2020.
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  79. A. Tooze, «We are living through the first economic crisis of the Anthro­pocene», Guardian, 7 de mayo de 2020.
  80. La mejor introducción resumida es C. Bonneuil y J.-B. Fernbach, The Shock of the Anthropocene: The Earth, History and Us, Verso Books, 2016.
  81. B. Croce, History: Its Theory and Practice, Russell & Russell, 1960.

Índice

Primera parte
ENFERMEDAD X

  1. Irresponsabilidad organizada
  2. Wuhan, no Chernóbil
  3. Febrero: perdiendo el tiempo
  4. Marzo: confinamiento global

Segunda parte
UNA CRISIS GLOBAL COMO NINGUNA

5. Caída libre

6. «Lo que sea necesario», otra vez

7. Economía en soporte vital

8. El kit de herramientas

Tercera parte
UN VERANO CALIENTE

9. UE Nueva Generación

10. El impulso chino

11. La crisis nacional de Estados Unidos

Cuarta parte
INTERREGNO

12. La carrera hacia la vacuna

13. Alivio de la deuda

14. Economías avanzadas: abriendo los grifos

Conclusión


Introducción y sumario de Adam TOOZE, El apagón. Cómo el coronavirus sacudió la economía mundial. Barcelona, Crítica, 2021. Traducción de Iván Barbeitos.

Portada: ilustración de la cubierta de la edición inglesa de El apagón

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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