Capítulo 7

Javier Moreno Luzón
Universidad Complutense de Madrid
 

 

“¡Eternicen su imagen el bronce y la piedra;
pero queme, a su gloria, nuestra sangre en la entraña!
¡de pie, por el que lleva la bandera de España,
Don Miguel de Cervantes Saavedra!”
Eduardo Marquina[1].

 

 

A lo largo del año 2008, la agenda de Juan Carlos I estuvo llena de actos protocolarios y discursos públicos, muchos de ellos dedicados a definir y exaltar las distintas facetas de la identidad nacional española, dentro y fuera del país. Nada extraño había en ello, puesto que la Constitución de 1978, al establecer la monarquía parlamentaria como forma política, convertía al rey en “símbolo de la unidad y permanencia” del Estado y en su “más alta representación” dentro de las relaciones internacionales, “especialmente con las naciones de su comunidad histórica”[2]. Algunas de esas intervenciones se centraron en el pasado y en el recuerdo de los emblemas seculares de España. El 23 de abril, aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, el monarca entregó en Alcalá de Henares el premio que lleva el nombre del escritor –considerado el Nobel de las letras españolas—al poeta argentino Juan Gelman, ante el cual valoró el tesoro de “este hermoso, rico, sonoro y claro idioma de cultura, de creación y de creciente peso internacional”. Unos días más tarde, el 2 de mayo, viajó a Móstoles, también en las cercanías de Madrid, para conmemorar la llamada de su alcalde en 1808 a luchar contra la invasión francesa, lo mismo que había hecho su abuelo Alfonso XIII cien años antes. Allí interpretó aquel levantamiento como una afirmación de la soberanía nacional, comienzo de un ciclo al que pertenecían la Constitución de 1812 y las independencias americanas, enraizadas en los mismos valores liberales. A finales de ese mismo mes habló en Zaragoza del bicentenario de los Sitios y en junio, cuando inauguró la exposición internacional zaragozana dedicada al agua, elogió el impulso de la Hispano-Francesa de 1908[3].

Si la primavera regia estuvo marcada por estas conmemoraciones, el otoño no se quedó atrás. Entre el 9 y el 13 de octubre, el rey presidió el patronato del Instituto Cervantes, encargado de difundir la lengua y la cultura españolas por el mundo; la fiesta nacional del 12, conocida como día de la Hispanidad y compuesta por un desfile militar y una recepción, ese año acompañada en Madrid por un multitudinario festival de los inmigrantes latinoamericanos, menos encorsetado que los eventos oficiales; y la entrega del premio internacional Don Quijote de la Mancha, creado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la Fundación Santillana. El galardón correspondió al presidente de Brasil, Lula da Silva, a quien se reconocía el mérito de extender la enseñanza de la lengua española; y al escritor mexicano Carlos Fuentes, que entonó un canto a Cervantes como el autor que había dado a los hispanohablantes “la voz que nos une” y, más allá, una gran imaginación a los lectores de todos los países. Del 20 al 29, una serie de encuentros diplomáticos culminó en la XVIII Cumbre Iberoamericana, celebrada en El Salvador, donde Juan Carlos I animó a festejar los bicentenarios de las independencias y el de la Constitución de Cádiz, el primer texto constitucional, dijo, “en el que aparece el concepto de Comunidad Iberoamericana”. De una manera o de otra, la conmemoración de las convulsiones políticas de inicios del siglo XIX se vinculaba con la vertiente transatlántica de la identidad nacional, anclada en los efectos del descubrimiento de 1492 y consubstancial a la vez con las grandezas del idioma encarnado por la obra de Cervantes[4].

Estas confluencias no representaban una mera casualidad. Los mitos y símbolos nacionalistas consolidados en las conmemoraciones de comienzos del siglo XX, durante el periodo de centenariomanía que siguió al desastre, conformaron una suerte de núcleo central del imaginario español, que disfrutó de buena salud y logró sobrevivir –con altibajos—más de cien años. A golpe de aniversarios y centenarios, o al margen de ellos, estos elementos fundamentales superaron los numerosos vaivenes políticos y las consiguientes pugnas por imponer diversos relatos colectivos acerca del pasado. Cada opción dispuso de sus propios hitos e incluso estableció su calendario y su propia fiesta nacional: la Segunda República recordaba su advenimiento festivo, en 1931, al llegar el 14 de abril; la dictadura franquista prefería el 18 de julio, fecha del alzamiento militar que dio inicio a la Guerra Civil en 1936. Pero nadie pudo prescindir de los grandes emblemas y mitos patrióticos, que aparecieron en los soportes más variopintos, desde la literatura hasta la pintura, en el cine y en la televisión, de la publicidad al dinero y los sellos de correos, hasta destilar verdaderos iconos. La fuerza y la popularidad de que disfrutaron les permitieron resistir posturas encontradas y mantener una sorprendente vigencia. Para perdurar, estos componentes identitarios tuvieron que reunir varios rasgos imprescindibles. En primer lugar, la verosimilitud, es decir, que su relieve no pareciera forzado o producto de tergiversaciones interesadas sino que resultase aceptable para una buena porción del público. En segundo término, la polivalencia, es decir, la capacidad de avenirse a interpretaciones diversas –incluso contrarias—en pro de intereses políticos muy alejados. Múltiples actores relevantes admitieron su importancia e hicieron todo lo posible por apropiárselos, por utilizarlos para legitimar sus posiciones de poder y sus objetivos. Y, en tercer lugar, y como resultado de los dos anteriores, su presencia en coyunturas muy distintas, abandonando algunos de sus significados y adquiriendo otros, aunque sin perder su lugar privilegiado en la identidad española.

No hubo muchos personajes o historias que puedan clasificarse entre los ganadores en esta carrera identitaria. Pensemos en algunos que tuvieron una gran notoriedad, como el Cid Campeador, campeón de la Reconquista cristiana contra el dominio musulmán; o los Reyes Católicos, autores de la unidad de España. Hace tiempo que dejaron atrás su atractivo, quizá por los abusos a que los sometió el franquismo o por sus connotaciones islamófobas, aunque el reciente repunte españolista haya atraído cierta nostalgia hacia ellos. Entre los más duraderos destacaron tres, precisamente los que, cultivados en mayor o menor medida durante el siglo XIX, protagonizaron las celebraciones regeneracionistas entre 1905 y 1918: la Guerra de la Independencia contra Napoleón, epopeya española por antonomasia; el descubrimiento de América, inspiración para una fiesta nacional que sobrevivió hasta ocupar el primer puesto en la agenda patriótica; y la pareja Miguel de Cervantes-Don Quijote de la Mancha, sin duda el símbolo de la españolidad más aceptado y compartido por el grueso de los opinantes. Todos ellos fueron sometidos a versiones en conflicto durante el primer tercio del XX y asimilados luego por el longevo dominio de Francisco Franco. Semiolvidados o readaptados en la posterior transición a la democracia, han resurgido, ya sin complejos, con motivo del renacimiento que ha experimentado el nacionalismo español desde la última década del siglo hasta la actualidad.

Cartel de Josep Renau estableciendo la analogía entre la resistencia contra el golpe de 1936 y el levantamiento de 1808
La epopeya nacional

Cuando pasó el furor de su primer centenario, el repertorio mítico de la Guerra de la Independencia siguió disponible para fomentar nuevas actitudes patrióticas, fuera en su versión liberal, adaptada por las fuerzas izquierdistas, o en la católica y conservadora. Las batallas contra Napoleón llenaron durante décadas los libros de texto que se leían en las escuelas, donde su importancia era comparable a la del Cid o los Reyes Católicos y tan sólo se veía superada por la de la conquista de América[5]. Pero su gran momento llegó con la Guerra Civil, cuando ambos bandos actualizaron las interpretaciones ya probadas de la contienda. Los dos veían la de 1936 como una repetición de la sempiterna lucha española contra los invasores: para unos, ahora la amenaza provenía de fascistas italianos y nazis alemanes, apoyados como en 1808 por las corruptas oligarquías autóctonas; para otros, eran los soviéticos y sus secuaces de la revolución mundial, atea y masónica lo mismo que la precedente francesa. En consecuencia, el pueblo hispano, auténtico depósito de las esencias patrias, se veía obligado a salir de nuevo en defensa de la independencia nacional. Lo llamativo era que a ese discurso recurrieran fuerzas en principio ajenas a los sofocos nacionalistas, como las izquierdas que identificaban a los milicianos republicanos con los chisperos y las manolas del 2 de mayo madrileño, redivivo en la resistencia del Madrid antifascista contra el avance de las tropas sublevadas; o con los guerrilleros de la mitología romántica. Eran dignos sucesores de personajes como el guerrillero Juan Martín, El Empecinado, o las heroínas Manuela Malasaña y Agustina de Aragón, que salieron a pasear en carteles, canciones, artículos y arengas socialistas, comunistas e incluso anarquistas. La dirigente del PCE Dolores Ibárruri, por ejemplo, advertía en agosto de 1937 que “ya España tuvo una guerra de independencia, y que nuestro pueblo escribió en ella páginas heroicas y gloriosas de Gerona, de Zaragoza, de Bailén y de Madrid”. Las fuerzas republicanas, con especial ardor el Partido Comunista, reformulaban la lectura liberal-popular de la francesada. A falta de datos contundentes para los tiempos de paz, su omnipresencia en la propaganda de guerra probaba la penetración de los mitos nacionalistas en las mentalidades populares, que para ser movilizadas precisaban de estos reclamos. O al menos así lo creían los responsables del esfuerzo bélico[6].

En el lado franquista también supieron aprovechar el capital movilizador de estas conmemoraciones. Su alzamiento militar se presentaba como un nuevo 2 de mayo y, de hecho, esa fue la primera fiesta nacional establecida por los rebeldes. Aunque sólo rigiese de manera efímera, sustituida luego por el 18 de julio y relegada a un lugar secundario. En un discurso radiado en 1937, el escritor nacional-católico José María Pemán decía que España se había levantado otra vez “en su papel de guardiana de las esencias del espíritu y la civilización cristiana” y, por supuesto, debía celebrar un “Dos de Mayo sin Cortes de Cádiz”. Como demostraba la milagrosa salvación del santuario del Pilar en los bombardeos, la virgen volvía a estar al lado de los verdaderos españoles, los que luchaban por ella: la cruzada de hoy se entendía como continuación de la de ayer. Pero, más que al tradicionalista de otras fechas, el Dos de Mayo se prestaba a un nacionalismo telúrico o racial. Por eso, el homenaje a los héroes o caídos de la independencia, entre los cuales se mezclaban los de 1808 y los recientes, se encauzó durante unos años a través de ceremonias ordenadas por la Delegación Nacional del Frente de Juventudes y adquirió un inconfundible aire falangista, con guardias juveniles ante los obeliscos erigidos por doquier. Hasta que la relativa desfasticización de la dictadura acarreó la decadencia de la efeméride[7]. Mientras tanto, la memoria de la guerra antinapoleónica se mantuvo viva en las escuelas y en las ciudades que conmemoraron, por separado y sin un calendario nacional, su 150 aniversario a partir de 1958. Zaragoza, embarcada en un remedo de 1908, recordó aquel momento de esplendor urbano con un programa académico, religioso, militar y zarzuelero que hasta incluía una exposición histórica hispano-francesa[8]. Como medio siglo atrás, lo local se impuso.

La persistencia de los relatos heroicos en la cultura popular podía comprobarse a través de medios diversos, del teatro a los cromos, pero el cine tuvo entre ellos, desde los años veinte, un papel protagonista. En la época de Primo de Rivera se hicieron películas patrióticas como El Dos de Mayo (de José Buchs, 1927) y Agustina de Aragón (de Florián Rey, 1928), aunque su apogeo llegaría bajo el franquismo, cuando se produjo una avalancha de estrenos. Hubo en ellos una evolución de lo solemne a lo banal. Durante los años de la postguerra, el cine histórico y nacionalista, acartonado y declamante, de producciones como las de la compañía CIFESA, se fijó en la Guerra de la Independencia y en otros hitos del glorioso pasado español como el descubrimiento de América. Por ejemplo, con una nueva versión de Agustina de Aragón (de Juan de Orduña, 1950), una perfecta alegoría de la España eterna. A partir de los cincuenta, y tras el éxito de Lola la Piconera (de Luis Lucia, 1951) –la heroína de Pemán engañada por los liberales en el Cádiz de las Cortes—, ese molde fue sustituido por el de películas musicales pensadas para el lucimiento de estrellas de la llamada canción española, como Manolo Escobar, cuya música destilaba un patriotismo de fácil consumo en títulos como Los guerrilleros (1963). Ya en plena transición a la democracia, la televisión estatal buscó argumentos para sus series en la misma guerra. Una de ellas, Curro Jiménez (1976-1978), la de más audiencia hasta entonces, combinaba el nacionalismo popular antifrancés con un marcado énfasis en la justicia social. Tras ella llegaron otras como Los desastres de la guerra (1983), que adoptaba la perspectiva de Francisco de Goya, adaptada a la visión dolorida de la historia de España que, tras las fanfarrias franquistas, cundía en aquellos primeros años de régimen constitucional[9].

En el terreno de las conmemoraciones oficiales, el Dos de Mayo inició una nueva andadura como fiesta de la comunidad autónoma de Madrid en la década de 1980. No era el único caso –también lo hizo Castilla y León con los Comuneros—en que los poderes regionales recién establecidos recurrían al viejo imaginario nacional para sus celebraciones. Según justificaba la ley que la instituyó en 1984, aprobada por una mayoría socialista, porque “ese día el pueblo de Madrid cobró un protagonismo decisivo en la historia, en la defensa de la Nación española[10].  En realidad, la vigencia pública de la francesada decayó de manera notable durante la segunda mitad de los años ochenta y los noventa. Pero la proximidad del bicentenario que empezó en 2008 resucitó los veteranos mitos. En novelas históricas y revistas de divulgación y en un alud de exposiciones, artículos de prensa, libros de historia y hasta recreaciones de batallas a cargo de asociaciones especializadas. Una vez más, cada ciudad y cada pueblo redescubrieron los trances adecuados para reforzar sus propias identidades. En Zaragoza, un lugar donde la conmemoración alcanzaba siempre gran intensidad, el recuerdo de los sitios convivió con una apuesta por la modernidad que diluyó su vertiente historicista: la exposición dedicada al agua y al desarrollo sostenible. Desde el mirador del nacionalismo español, lo más visible fue sin duda el programa conmemorativo que puso en marcha el gobierno de la Comunidad de Madrid, del Partido Popular y presidido por Esperanza Aguirre, que, trascendiendo lo local, mostró las intenciones nacionalizadoras más explícitas del periodo democrático. El contexto animaba a ello, no sólo por el auge de la política españolista abrazada por los populares desde mediados de los noventa, sino también para dar la réplica a la ola descentralizadora que agudizó el conflicto identitario español a raíz de la reforma del estatuto de autonomía de Cataluña entre 2003 y 2006.

Esperanza Aguirre y Arturo Pérez Reverte en la inauguración de la exposición Madrid, 2 de mayo 1808-2008. Un pueblo, una nación en 2008 (foto: Bernardo Pérez/El País)

La derecha madrileña, pese a sus vínculos con la Iglesia, no recuperó el discurso nacionalista católico que había aparecido en el centenario de 1908-1914 y durante la Guerra Civil y que podía darse por extinguido. Todo lo contrario: reflotó el antiguo relato liberal, que asimilaba la nación española al pueblo y se miraba en los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Una visión actualizada y difundida por el famoso novelista Arturo Pérez Reverte, ideólogo del bicentenario y comisario de una gran exposición que reconstruía la jornada heroica y donde los visitantes acababan siendo tiroteados, de manera figurada, en un escenario que reproducía Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya. Según el escritor, se trataba de recobrar “la narración objetiva, el pulso de la epopeya de un pueblo indefenso que creyó su deber y su dignidad alzarse en armas, y que a partir del día siguiente fue secundado por una nación entera[11]. La Comunidad de Madrid, entregada a estas labores de reafirmación patriótica, puso a su servicio abundantes recursos económicos y dio a sus actividades –a través de la Fundación 2 de Mayo, Nación y Libertad—un carácter didáctico. Con un afán nacionalizador de regusto decimonónico, repartió entre los estudiantes 250.000 ejemplares de un volumen con tres narraciones de aquel día inolvidable: el Episodio correspondiente de Galdós, una carta del periodista liberal José María Blanco White y El siglo de las luces del premio Cervantes cubano Alejo Carpentier, una novela sobre el impacto de la Revolución Francesa que terminaba en el turbulento Madrid de 1808[12]. La administración madrileña financió asimismo obras de teatro, series de televisión y la película Sangre de Mayo (de José Luis Garci, 2008), basada en los textos galdosianos y tan cara como poco afortunada en la taquilla.

El mensaje que transmitían estas iniciativas autonómicas era claro: lo ocurrido en Madrid, como la guerra entera, demostraba que la nación española ya formada en 1808. La capital se adelantó y representó a toda España, en una insurrección protagonizada por un pueblo que sentía su nacionalidad en lo más hondo. Lo cual enlazaba en este relato, de forma un tanto deslavazada, con la revolución antiabsolutista que culminó en Cádiz. Pues, en expresión de Aguirre, “Los españoles del Dos de Mayo afirmaron entonces nuestra ambición de ser una patria común de ciudadanos libres e iguales y de construir la Nación de derechos, libertades y responsabilidades en la que vivimos”. El mismo argumento que esgrimió el rey Juan Carlos en Móstoles y que dejaba atrás los recelos reaccionarios a la herencia del doceañismo. Es decir, el lenguaje de la izquierda liberal en 1908 se había transformado en el de la derecha liberal-conservadora cien años más tarde, mientras los socialistas, encabezados desde el gobierno de España por José Luis Rodríguez Zapatero, jugaban con la idea de un estado plurinacional, abominaban de la clásica parafernalia españolista y preferían una celebración de perfil bajo, con enfoques más académicos o neutros. Algunos sectores del PSOE no renunciaban a la inspiración de 1812, pero el discurso de sus élites acerca de la España plural desentonaba con el modelo unitario gaditano. Hubo que esperar a la irrupción de un nuevo izquierdismo radical, el de Podemos, para ver recuperado el lenguaje populista republicano sobre la francesada, con un deje antioligárquico: en la Puerta del Sol de Madrid, su jefe Pablo Iglesias Turrión reivindicó en 2015 el ejemplo de 1808, cuando se habían alzado contra los invasores “los de siempre, los de abajo, los humildes”, “frente a unos gobernantes que solo defendían sus privilegios”, para enlazar luego ese movimiento con la proclamación de la Segunda República y con la protesta de los jóvenes del 15-M en 2011, tres sucesos acaecidos en el mismo espacio emblemático de la capital[13].

El centenario de Cádiz se presentó, pues, cargado de contenido político. Ya en 2010, todavía bajo mandato socialista, los presidentes del Congreso y del Senado se trasladaron a San Fernando para honrar a los diputados doceañistas, con un ritual cívico-militar y religioso parecido al de 1910. Y 2012 coincidió con un gobierno del Partido Popular, que había enarbolado la intangible unidad constitucional de la nación como un baluarte frente a las demandas soberanistas, cada vez más audaces, del catalanismo. No en vano, en 2006 los conservadores habían arrancado su campaña por un referéndum de rango estatal sobre el nuevo estatut de Cataluña en Cádiz, donde su jefe Mariano Rajoy había reivindicado el legado liberal: “es la ciudad símbolo del moderno constitucionalismo español, donde se firmó Constitución de 1812 y donde se dijo que todos teníamos los mismos derechos y todos los ciudadanos representábamos la soberanía nacional[14]. El ejemplo de aquel texto se reflejaba en el de 1978. Sin embargo, la conmemoración, como cien años atrás, dejó un sabor agridulce. No faltaron autoridades de varios colores partidistas ni esta vez tampoco el rey, en ceremonias que fueron del oratorio de San Felipe Neri al monumento a las Cortes, pero se dejó notar el clima lastrado por la aguda crisis económica iniciada en 2008 y los eventos adquirieron un marcado carácter localista, sin réplicas en otros territorios. La ciudad andaluza, que no llegó a tiempo de inaugurar las infraestructuras planeadas, vivió jornadas festivas al grito de ¡Viva la Pepa! No obstante, también destacó su dimensión transnacional, pues diversos medios situaron las reivindicaciones gaditanas de libertad frente a la tiranía en la misma onda histórica que había detonado los movimientos independentistas en Ultramar, una tesis que subrayó la cumbre de los jefes de estado y de gobierno iberoamericanos reunidos en Cádiz ese mismo año. Si en 1912 aquella vertiente tenía algo de promesa, en 2012 se trataba más bien de contener el declive de la influencia española en América Latina. Nadie propuso que el 19 de marzo se declarara fiesta nacional[15].

Comic editado por XL Semanal para conmemorar el bicentenario de la Constitución de 1812 sobre una idea de Arturo Pérez Reverte, con guion de Hernán Migoya e ilustraciones de Rubé y Carlos del Rincón
Por qué España es grande

La conmemoración del descubrimiento y la conquista de América se expandió a lo largo del siglo XX hasta alumbrar una fiesta nacional –el 12 de octubre—que, pese a controversias ocasionales, se erigió en el mínimo común denominador de los esfuerzos españolistas. Lo cual indicaba el enorme peso adquirido por el hispanoamericanismo en el imaginario patriótico. Porque la gesta americana remitía a la grandeza de un imperio en la que los habitantes de la disminuida España contemporánea podían encontrar un reconfortante consuelo. Porque sus referencias al año 1492, inicio de la epopeya ultramarina pero cierre asimismo de la Reconquista –la toma de Granada por los Reyes Católicos—, aludían a la unidad nacional. Y también, y sobre todo, porque su legado en la América hispana permitía a España presentarse como cabeza de una amplia comunidad internacional cimentada por la historia y la cultura, de una civilización que se llamó, de manera sucesiva, la Raza, la Hispanidad e Iberoamérica. Una especie de súper-España que, a falta de verdaderas capacidades para influir en el mundo, hizo soñar a las élites políticas e intelectuales españolas con un papel de primera fila en la arena global, o al menos en la europea, y orientó buena parte de su política exterior. Como la Guerra de la Independencia, el 12 de octubre se sometió a diferentes interpretaciones y vio enfrentarse al menos a dos idearios nacionalistas: uno, conservador y confesional, empeñado en reivindicar la obra evangelizadora de la monarquía española y en exaltar la memoria de descubridores y conquistadores; otro, más secularizado y prospectivo, el de muchos liberales y demócratas que, orgullosos de una lengua hablada en un territorio inmenso, veían al otro lado del Atlántico oportunidades para modernizar el país. Pero, hablaran de la madre patria y sus hijas o de sus hermanas, unos y otros compartían lo fundamental: España sólo volvería a ser grande si aprovechaba lo más grande que en el pasado había hecho y, de la mano de las repúblicas hispanoamericanas, emprendía un nuevo camino de engrandecimiento nacional.

Esta fiesta tuvo la particularidad de instituirse de abajo arriba, empujada por un variopinto movimiento americanista que desde finales del XIX animó su consagración. El cuarto centenario del descubrimiento, en 1892, cuando el 12 de octubre vivió una efímera notoriedad oficial, anunció lo que podía lograrse. Pero el estallido del hispanoamericanismo no se produjo hasta después de la derrota de 1898, que alejó a España de su imagen colonial en América e hizo girar a varios gobiernos latinoamericanos, recelosos ante la potencia emergente de Estados Unidos, hacia el entendimiento con la vieja metrópoli. La raza, concebida en sentido primordialmente cultural, podía reemplazar, al menos en términos retóricos, al imperio perdido, ahora bajo la protección simbólica del rey regenerador, Alfonso XIII. Se multiplicaron tanto los gestos diplomáticos como las asociaciones americanistas, que confluyeron con los emigrantes españoles en América y los intelectuales de ambas orillas en torno al primer centenario de las independencias, al de la Constitución de Cádiz y, sin solución de continuidad, a los del descubrimiento del Océano Pacífico y la muerte de Cervantes. Todos ellos pavimentaron el camino para que el 12 de octubre se erigiera en fiesta nacional española[16]. La oficialización del Día de la Raza en la Argentina de 1917, un eslabón más en la cadena que había iniciado la República Dominicana cinco años antes, dio el impulso definitivo a la efeméride oficial. Que no sólo se implantó de abajo arriba, a través de las conmemoraciones del asociacionismo hispanoamericanista y de ayuntamientos como el de Madrid, sino también –y hasta cierto punto—de fuera adentro, por influjo americano. En 1918, bajo un gobierno de concentración pluripartidista –el llamado gobierno nacional que presidía el conservador Antonio Maura—, se aprobó la ley que instituía el 12 de octubre como Fiesta de la Raza. “No puede faltar nuestra bandera entre las que son izadas en la anual conmemoración”, rezaba el decreto que la presentó en las Cortes[17].

Desde aquel momento, las instancias estatales y locales promovieron el nuevo feriado con eventos de todo tipo. Su nombre no escapó a la polémica, pues había quien deseaba sustituirlo por el de Fiesta de la Lengua, una clara mención al nexo cultural común que evitaba las ambigüedades retóricas acerca de la raza. Tal era la opinión de Miguel de Unamuno, cuya autoridad intelectual no logró cambiarlo. Con objetivos confluyentes, algunos propusieron celebrar también el 9 de octubre, fecha del bautizo de Cervantes[18]. En fin, la fiesta nacional se consolidó en años sucesivos con el patrocinio de la dictadura españolista del general Primo de Rivera, que veía en la política hispanoamericana una palanca para renacionalizar el país y desplegar una diplomacia digna de tal nombre. La impronta progresista del cambio de siglo se tornó reaccionaria. En numerosas ciudades se articularon ceremoniales con una fuerte carga religiosa y militar, un tanto fríos y con mayor arraigo allí donde se asociaban con festividades religiosas como la del Pilar, aragonesa y también española e hispánica. Los niños protagonizaban uno de sus números principales, las ofrendas a Cristóbal Colón, lo cual contribuía a extender el culto a los héroes de la epopeya, con el descubridor e Isabel la Católica al frente. Se utilizaron asimismo medios como la radio y el cine, y el vuelo transatlántico de un aeroplano llamado Plus Ultra en 1926 se presentó como una reedición de las hazañas pasadas[19].

El régimen dictatorial hizo realidad en 1929 la Exposición Iberoamericana de Sevilla, un proyecto con casi dos décadas de recorrido que aspiraba a escenificar esa comunidad presidida por España, ampliada gracias a la asistencia de Portugal, Brasil y hasta de Estados Unidos, que edificó un pabellón en el Spanish style californiano. El director de la muestra afirmó en la inauguración que “desde la fecha del 12 de octubre de 1492 no hubo un solo hecho en la historia de América, de mayor transcendencia y de más alta significación española”. En sus edificios de estilos historicistas –del neoplateresco al neomudéjar pasando por el regionalista sevillano—se acumularon las piezas que ilustraban los vínculos transatlánticos, mientras las repúblicas latinoamericanas desplegaban alusiones prehispánicas o neocoloniales[20]. Cervantes merecía una plaza y en otra se reunían las estatuas de exploradores y conquistadores en torno a la de España, con los rasgos de una dama ibérica. El 12 de octubre, el dictador recibió el collar de la orden de Isabel la Católica en la catedral, donde yacían los restos de Colón, e inauguró el servicio telefónico con Argentina y Uruguay. Pocos días más tarde, una impresionante cabalgata recorría el recinto para contar en detalle la historia de la raza hispana, que arrancaba de los celtíberos y culminaba con el ideal del descubrimiento, la pacificación subsiguiente y los logros civilizadores en América. Una alegoría de la Madre, rodeada de veinte niñas en el papel de sus hijas ultramarinas, daba fin al relato. Como decía el folleto explicativo que se repartió al público que presenciaba el espectáculo, España llamaba “al mundo para que olvide prejuicios injustos que concibió algún día contra ella, y admirado, contemple en la Exposición Ibero Americana la epopeya sublime de su Raza”. Es decir, los organizadores concebían aquella carnavalada, y el conjunto de la muestra sevillana, como una rotunda refutación de la persistente leyenda negra que obsesionaba a los círculos conservadores[21].

Monumento a La Raza erigido con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929, con unos versos de Rubén Darío (foto: visitarsevilla.com)

Pese a los vaivenes políticos, el 12 de octubre se ha mantenido hasta la actualidad como una jornada feriada, bajo diferentes advocaciones. El día de la Raza siguió celebrándose con la Segunda República, que dio continuidad a los homenajes hispanoamericanos ante la estatua de Colón en Madrid, y tampoco se olvidó en ambas zonas durante la Guerra Civil. La dictadura de Franco apostó por el concepto nacionalista católico de Hispanidad, promovido ya antes de la contienda por intelectuales como Ramiro de Maeztu, con un contenido confesional que sublimaba la labor evangelizadora llevada a cabo por los españoles como una misión universal que marcaba el destino de España. Las veleidades imperialistas de la Falange, más afecta a las interpretaciones raciales y los proyectos de un espacio vital hispánico, duraron lo que los avances fascistas en la Segunda Guerra Mundial. Así que la virgen del Pilar compartió con la de Guadalupe los honores de su reinado ultramarino y desde 1958 la fiesta se denominó Día de la Hispanidad. Para las élites franquistas, la política iberoamericana, volcada en los intercambios promovidos por el Instituto de Cultura Hispánica, servía también para salir del aislamiento internacional y legitimar su pervivencia. La fiesta se potenció, desde el punto de vista oficial, con su itinerancia por diversas ciudades a lo largo de los años cincuenta, sesenta y setenta, sin despreciar las connotaciones locales y como reclamo turístico, aunque la acogida popular oscilara y la espontaneidad quedase atrincherada en los festivales religiosos y en los de los hispanoamericanos residentes en España. La de 1960, por ejemplo, se dedicó en Mallorca a la figura de fray Junípero Serra, que se usaba como paradigma de la evangelización española y también como vínculo con Estados Unidos, protector del franquismo durante la Guerra Fría[22].

Una vez desaparecido Franco, el 12 de octubre adquirió poco a poco la categoría de primera fiesta nacional en sustitución del 18 de julio. Siguió peregrinando de ciudad en ciudad –por ejemplo, en 1982 se ligó en Cádiz al recuerdo de la Constitución de 1812—y su carácter solemne contó con el refuerzo de la monarquía. Pues Juan Carlos I, desde el comienzo de su reinado en 1975, quiso dotarse de funciones simbólicas iberoamericanas, para lo cual la corona aglutinó las inercias paternalistas con la recuperación del relato liberal-democrático, que incluía la asociación entre modernidad e igualdad de trato y el énfasis en el nexo lingüístico. Según su discurso de 1980, “americanos y españoles compartimos la convicción de que nuestro común destino histórico está fundado sobre la lengua y sobre el descubrimiento”. Era obligado que los símbolos nacionales se desprendieran de sus connotaciones franquistas: así se hizo con la bandera rojigualda, de la que se cayó el escudo imperial en 1981, y lo mismo debía pasar con la fiesta nacional. Y había una alternativa clara: otorgarle esa categoría al Día de la Constitución, el 6 de diciembre, fecha del referéndum constitucional de 1978. Una opción que implicaba poner el patriotismo cívico –con la transición a la democracia como mito fundador de una España reconciliada—por delante del nacionalismo etnocultural que, anclado en la historia y en la lengua, había predominado hasta entonces[23].

Pero el consenso se hizo esperar: mientras el Partido Socialista, el principal de la oposición, defendía el 6 de diciembre, el gobierno de Unión de Centro Democrático prefería el 12 de octubre, cuyo contenido implicaba reconocer que la nación española no había surgido en 1978 sino que tenía una larga y gloriosa historia. La fiesta fue certificada por un decreto de 1981. Con los socialistas ya en el poder, nuevos debates parlamentarios desembocaron en un acuerdo por el cual la mayoría de las opciones políticas aceptaba los argumentos historicistas. Así pues, una ley aprobada en 1987 explicaba que “la fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un periodo de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. Con un lenguaje algo retorcido y eufemístico, se subrayaban no obstante los hitos tradicionales: la unidad estatal y la expansión ultramarina. Lo más grande que España había hecho, lo que merecía la pena conmemorar[24].

El triunfo del 12 de octubre se explicaba asimismo porque todas las élites democráticas apostaron por Iberoamérica –un término sin las resonancias nacional-católicas de la Hispanidad, que no desapareció por completo—como una línea esencial en sus estrategias internacionales, compatible con la necesaria integración española en las instituciones europeas. La nueva España debía ocupar un lugar destacado en la escena mundial como puente entre Europa y América. En este contexto, la proximidad del quinto centenario del descubrimiento alimentó planes iniciados por la UCD y asumidos con energía por los socialistas de Felipe González, que gobernaron entre 1982 y 1996 e hicieron de la modernización del país el eje de su discurso. Su patriotismo enlazaba con el liberal-regeneracionista y ponía el foco en el progreso, la solidaridad entre comunidades autónomas y una activa política exterior. Las inevitables referencias históricas tiraban de personajes como Bartolomé de las Casas, adalid de los indígenas, o el libertador Simón Bolívar, y reivindicaban una identidad múltiple que no olvidaba la expulsión de los judíos en 1492. El proyecto estelar del centenario, la Exposición Universal de Sevilla en 1992, se dedicó a la era de los descubrimientos y articuló una estrategia política y cultural de largo alcance: frente a la nostalgia imperial de 1929, España se presentaba como un país puntero en la era de la globalización, que disponía de un dorado precedente gracias a la gesta colombina. Dotada de presupuestos estatales inéditos hasta entonces en estas tareas, la conmemoración interpretó lo acaecido cinco siglos atrás como el encuentro entre dos mundos, lo cual intentaba obviar las sombras de la conquista que en aquella coyuntura ponían sobre el tablero mundial los grupos indigenistas y quienes trataban de corregir el relato optimista del evento. Se fomentaron los estudios americanistas, se imprimieron billetes de banco con temas alusivos y se patrocinaron grandes producciones cinematográficas de alcance mundial, como 1492: Conquest of Paradise (de Ridley Scott, 1992). Un relativo éxito en términos de imagen[25].

Sellos editados en 1992 para conmemorar el Quinto Centenario del Descubrimiento de América

El quinto centenario se dejó sentir, más allá de la Expo’92, en la proyección transatlántica de la política española. A partir de 1991, las cumbres iberoamericanas, que reunían cada año –en fechas cercanas al 12 de octubre—a los jefes de estado y de gobierno de unos veinte países de América, junto a los de España y Portugal, se convirtieron en una de las herramientas preferidas de la acción exterior diseñada por Madrid. Su razón de ser se hallaba en la denominada Comunidad Iberoamericana de Naciones, espacio común cimentado en lazos históricos y valores culturales cuyo entendimiento debía promover la visibilidad de España. Una España rica y con intereses empresariales crecientes en sus antiguas colonias, que ahora prescindía de la antigua retórica materno-filial para no herir sensibilidades. Su posición sobresaliente se enfatizaba por otros medios, como la continua presencia del rey Juan Carlos, que, más allá del empeño compartido desde la transición a la democracia por identificar patria y monarquía parlamentaria, se había transformado en una especie de patriarca supranacional, el único protagonista de las conferencias que no cambiaba año tras año. Más activo en estas lides que Alfonso XIII, ese papel simbólico se realzó además con viajes constantes. En 2013, su mala salud le impidió por vez primera acudir a una cumbre, la celebrada en Panamá para coincidir con el quinto centenario del avistamiento del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa, objeto de eventos académicos y expositivos que remarcaban el papel de España en el Pacífico[26].

Sin embargo, la ola contestataria que promovieron desde el cambio de siglo los políticos de la izquierda bolivariana, acaudillados por el presidente venezolano Hugo Chávez, descafeinó los logros anteriores. Arreciaron las denuncias del genocidio desatado en 1492 contra las poblaciones originarias y de la prepotencia de los nuevos conquistadores empresariales. Venezuela declaró el 12 de octubre en 2002 Día de la Resistencia Indígena y marcó el camino a otros países como Nicaragua (que lo dedicó también a la resistencia), Bolivia (a la descolonización), Argentina (al respeto a la diversidad cultural) o Ecuador (a la interculturalidad). Más que desaparecer, la conmemoración mutó de contenido, al tiempo que comenzaron a desmontarse las estatuas de Colón y de otros personajes asociados a la colonia, en una tendencia que también golpeó a Estados Unidos y a su Columbus Day. Un célebre rifirrafe entre el rey y Chávez, en 2007, hizo patentes las fricciones entre los españoles y algunos de sus socios en las cumbres iberoamericanas. Desde 2014, su deterioro–con múltiples ausencias y escasos resultados—obligó a hacerlas bianuales. En esa atmósfera, la participación de España en los bicentenarios de las independencias americanas resultaba incómoda, de manera que su diplomacia se volvió más que prudente: no podía permitirse, como recomendaba un analista, “hablar más alto que los países latinoamericanos” en semejante ocasión, aunque intentó no pasar desapercibida. El gobierno español creó una comisión para el evento y nombró embajador extraordinario al expresidente Felipe González, con abundantes contactos americanos. Pero el papel de España, secundario o inexistente, contrastó de forma drástica con su protagonismo de 1910-11. Así ocurrió en Argentina, donde la presidenta peronista –Cristina Fernández—quiso marcar distancias con el centenario de un siglo atrás, apoteosis de una oligarquía antidemócrata que había “traído como protagonista central de los festejos a un miembro de la Casa Real de España”. La colectividad española se limitó a figurar, sin distingos, junto a las demás comunidades de inmigrantes. México, dirigido por el conservador Partido Acción Nacional, se mostró más hispanófilo e invitó a militares y deportistas, mientras ambos gobiernos intercambiaban banderas históricas. De todos modos, un tono muy por debajo de las ambiciones hispánicas de otros tiempos[27].

Entre tanto, la fiesta nacional española perdió de forma gradual su naturaleza iberoamericanista. A partir de 1996, la llegada del Partido Popular al poder trajo consigo un intento consciente de renacionalización de España, que a juicio de los conservadores se veía en peligro por el avance de los nacionalismos subestatales, ante todo el catalán y el vasco, que había amparado el estado autonómico. La ministra de Educación Esperanza Aguirre propugnó, sin muchos resultados, el refuerzo de la historia de España en los programas escolares, al tiempo que se desplegaba una centenariomanía que afectaba por ejemplo a Antonio Cánovas del Castillo, el arquitecto de la Restauración asesinado en 1897 y referente del conservadurismo español; a los monarcas del siglo XVI, alabados por sus sentimientos renacentistas; y al hito insoslayable de 1898, releído en clave normalizadora. La bulimia conmemorativa alcanzó de lleno a España y dio pábulo a la creación de múltiples comisiones y sociedades estatales[28]. Dentro de ese marco, el gobierno de José María Aznar dio mayor envergadura a las ceremonias del 12 de octubre en 1997, trasladando el desfile de las fuerzas armadas a ese día y el acto de recuerdo a los caídos por España –que hasta entonces se desarrollaba ante el monumento a los héroes del Dos de Mayo, del siglo XIX—a la plaza de Colón. Un espacio enorme, rodeado de referencias al descubrimiento y adecuado para homenajear a la bandera nacional. El 12 de octubre de 2001 se instaló en esa plaza -síntesis emblemática del renacido españolismo- una enseña gigantesca que los nacionalistas periféricos consideraron una afrenta y que se izó desde entonces en fechas señaladas, como la de la fiesta nacional[29].

El 12 de octubre acentuó de ese modo su carácter casi exclusivamente militar, con la gran parada como número central retransmitido por televisión, aunque hubiera una recepción en palacio y otros actos. No se libró de conflictos, como el levantado -ya bajo mandato social-demócrata- por el papel protagonista otorgado a un veterano de la División Azul falangista en 2004 o por los repetidos abucheos al presidente Rodríguez Zapatero a cargo de derechistas airados, síntoma de partidismo que se reavivó contra Pedro Sánchez a partir de 2018. La que había comenzado como una conmemoración promovida por la sociedad civil era ya una festividad oficial desprovista de un eco popular que superara el de los espectadores que contemplaban el desfile o el de la masiva ofrenda de flores zaragozana a la virgen del Pilar. Tan sólo el festival Viva América, un evento cultural que terminaba con una marcha folclórica de los inmigrantes latinoamericanos por el centro de Madrid, recordó entre 2007 y 2011 el origen hispánico de la celebración[30].

Desfile del 12 de octubre (foto: Efe)

No obstante, el agudizamiento de los contenciosos nacionalistas revitalizó la fiesta durante la década pasada. En un complejo proceso que arrancó con claridad en 2012, los pujos soberanos del nacionalismo catalán dieron paso a una abierta búsqueda de la independencia respecto al Estado español. Ante las manifestaciones secesionistas, que cada 11 de septiembre –la Diada catalana—sacaban a la calle a cientos de miles de personas, los partidarios de mantener a Cataluña dentro de España otorgaron al 12 de octubre un nuevo significado, de defensa del statu quo político y más extendido a ras de suelo. En Barcelona se concentraban, convocadas por la emergente sociedad civil constitucionalista, gentes de diversas organizaciones provistas de banderas españolas y catalanas, contrapuestas a las estelades del independentismo. Aparecieron también pequeños grupos ultraderechistas y se sumó Vox, el partido recién nacido que, con su españolismo xenófobo, más se beneficiaba del clima de tensión en curso. A su vez, los gobernantes catalanes boicoteaban la fecha y la consideraban laborable[31].

Por otro lado resurgieron los debates sobre una efeméride que incomodaba a una parte de la opinión. La izquierda de Podemos rechazaba sus concomitancias coloniales –incluso genocidas—y su carácter militarista, y algunas voces en su seno proponían sustituirla por el 19 de marzo o el 23 de abril. También hubo quienes añoraban, desde posiciones más templadas, el 6 de diciembre. Cuando el gobierno de la Generalitat convocó un referéndum ilegal de autodeterminación el 1 de octubre de 2017, la fiesta española movilizó a la ciudadanía y a las instituciones en torno al rey Felipe VI, quien había intervenido para garantizar la unidad del país. Las derechas intelectuales y políticas endurecieron el lenguaje y recuperaron la exaltación de la Hispanidad. Así, María Elvira Roca Barea, ensayista de enorme éxito y defensora incansable del imperio español frente a la leyenda negra protestante, habló aquel día 12 de una “Hispanidad con futuro”, basada en el mestizaje y la lengua compartida. Pablo Casado, presidente del Partido Popular, afirmó en 2018 que la Hispanidad era “el hito más importante de la humanidad, sólo comparable a la romanización”. Más nacionalismo no significaba más consenso[32].

La conmemoración que no cesa

La recreación mítica de Miguel de Cervantes y de sus criaturas literarias constituyó todo un éxito, tal vez el de mayores repercusiones para la moderna identidad española. Los supuestos en que se basaba se consolidaron con el paso del siglo XIX al XX y muchos de ellos, transformados, siguen todavía en vigor. Naturalmente, la importancia que adquirieron estos emblemas no les libraron de discrepancias entre las versiones nacionalistas más consolidadas, cuyos respectivos partidarios trataron de apropiárselos. Pero tales matices pasaron a un segundo plano ante las ventajas de mostrar como española –incluso como quintaesencia de lo español—una creación reconocida como una de las más sobresalientes de la literatura universal. En todo caso, casi nadie discutió la necesidad de que todos los españoles, para serlo en plenitud, conocieran y amasen el Quijote. Las exaltadas conmemoraciones cervantinas, tras su arranque en 1905 y 1916, se prolongaron hasta el cuarto centenario de su nacimiento en 1947. En 2005 y en su coda de 2016, al festejarse los cuatrocientos años del Quijote y de la muerte del escritor, se abandonaron algunas interpretaciones y se actualizaron otras. Entre tanto, ese siglo de efemérides asentó la presencia de Cervantes y su obra en la escuela, como instrumento privilegiado de nacionalización, y renovó su recuerdo en el día del libro, transformando cada 23 de abril –aniversario de su fallecimiento—en una fiesta de importancia nacional creciente e inusitado consenso.

De los centenarios de comienzos de siglo quedaron los tropos nacionalistas, varias ediciones de los clásicos y algunos museos y estatuas. La dictadura del general Primo de Rivera procuró, dentro de sus campañas españolistas, la finalización del gran monumento de Madrid, que ilustró –junto a la efigie del escritor y una escena del Quijote—los billetes de cien pesetas diseñados entonces, aunque no pudo inaugurarlo completo el día 12 de octubre de 1929, como había previsto. Lo esencial ya estaba hecho, pero el repudio de las fuerzas republicanas hizo que lo rematasen las autoridades franquistas: sus últimas piezas se incorporaron en 1960. Sin embargo, al final el desgraciado monumento tuvo algo de suerte, porque la gigantesca fachada del Edificio España, terminado a su espalda en 1953 con un lenguaje afín, nacionalista de matices barrocos, le proporcionó un encuadre grandioso y una perspectiva fotogénica, salvados in extremis de la última reforma de la plaza. Sus figuras aparecieron en imágenes turísticas y sellos conmemorativos, y un atentado del grupo independentista canario MPAIAC decapitó en 1978 la alegoría de la literatura, lo cual confirmaba su identificación con España[33]. En su estela se multiplicaron las representaciones monumentales de Cervantes y el Quijote, promovidas por organismos y autoridades locales. Ya en la década de 1980, el alcalde socialista de Madrid, Enrique Tierno Galván, regaló copias de la pequeña estatua ubicada en la plaza de las Cortes a sus ciudades hermanas de Moscú, Nueva York, La Paz y Pekín. Incluso se reprodujeron las esculturas de Coullaut Valera en la plaza de Cervantes de San Sebastián y también en la de España de Bruselas, con motivo de la presidencia española de la Comunidad Europea en 1989. Pese a sus controvertidos inicios, su valor como iconos nacionales parecía ya indiscutible.

El monumento a Cervantes en la Plaza de España de Madrid en los años 20 (foto: secretosdemadrid.es)

Los personajes cervantinos se volvieron omnipresentes en toda clase de manifestaciones culturales. Durante la Guerra Civil se utilizaron en la propaganda bélica, mezclados con otras imágenes nacionalistas. Así, en la zona republicana se asociaban al amor por la justicia y la libertad, tenido por un rasgo consubstancial del pueblo español. Por ejemplo, el pabellón de España en la exposición internacional de París de 1937 recogía en sus paneles frases de don Quijote: On doit exposer sa/vie pour la liberté. Y en la película anarquista Aguiluchos de la FAI por tierras de Aragón (1936) se alababa al miliciano Buenaventura Durruti en estos términos: “Durruti, protagonista de mil aventuras heroicas, desciende de El Empecinado y de don Quijote, posee la valentía y la temeridad del bravo guerrillero de la independencia que, con sus cachorros, hundió en el fango las glorias del invasor Bonaparte; y posee también los fervores justicieros del hidalgo de la Mancha, esencia de nuestro propio espíritu”. Para el anarquismo, don Quijote simbolizaba el indómito carácter revolucionario de los españoles[34]. Más adelante, la interpretación esencialista de la obra subsistió entre los exiliados que consideraban a Cervantes uno de los suyos, parte de esa sana tradición española que se fundía con la lucha popular contra las injusticias. La autoridad moral y el dolor del destierro permitían comprender mejor que nunca el legado patriótico del escritor. Los muchos poemas que le ofreció León Felipe veían en don Quijote la encarnación de aquel pueblo, derrotado pero aún vivo; mientras un famoso boceto de Pablo Picasso, publicado en 1955 por una revista francesa con el fin de conmemorar el 350 aniversario del Quijote, se erigía en una de las imágenes más reconocibles del caballero. Para el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes en 1947, el servicio en español de la BBC, encabezado por un grupo de republicanos en el exilio, emitió una ambiciosa versión de la novela en forma de radioteatro[35].

El franquismo empleó a Cervantes en sentido contrario, como representación de otra España inmortal, la hidalga y cristiana. El centenario de 1947-1948 acogió múltiples actividades organizadas por el Movimiento Nacional y por el Ministerio de Educación, con un eco dispar. La conmemoración permitió reconstruir la capilla de Alcalá donde había sido bautizado Cervantes, destruida por republicanos en 1936 y reinaugurada por el dictador. Proliferaron también iniciativas locales a cargo de municipios, cajas de ahorros, escuelas, instituciones culturales y bibliotecas. Se fomentaron rutas turísticas y publicaciones de lo más diverso. A juicio de las élites dictatoriales, el centenario podía aprovecharse para responder al ostracismo internacional recurriendo a un hito que recordaba las glorias de España y su ascendiente sobre la Hispanidad. Se hacía patente la voluntad de ensalzar la importancia de un idioma, el de Cervantes, en el que tantos millones de personas hablaban y rezaban. Y la Asamblea de Cervantistas celebrada por entonces se concebía como una reunión de intelectuales que luego podrían contar fuera la verdad sobre el país, para lo cual se les sometió a un régimen de excursiones, ceremonias religiosas y actos solemnes[36]. En los discursos del ministro José Ibáñez Martín se afirmaba que los españoles defendían como don Quijote sus ideales y que, frente a la nueva amenaza que venía de oriente, la “del gran turco de la hoz y el martillo”, la España antimaterialista se disponía de nuevo a la lucha, acompañada por sus naciones hermanas[37].

Cervantes era ante todo, para los círculos franquistas, un católico comprometido con la monarquía española, militar y héroe en la batalla de Lepanto. Entre los homenajes más sentidos figuró el del Cuerpo de Caballeros Mutilados de Guerra por la Patria, presidido por el general legionario José Millán Astray y al frente de cuyo escalafón figuraba el genio, “herido y mutilado en la más alta ocasión que vieron los tiempos pasados, los presentes y esperan ver los venideros[38]. El peso de Lepanto fue tan grande que en 1947 se solaparon y confundieron los centenarios de Cervantes y de don Juan de Austria, comandante que había derrotado a los turcos. Los cervantistas visitaron en el monasterio de El Escorial la tumba de don Juan y emitieron loas a Franco como gobernante tradicional y cristiano. Y el 7 de octubre, aniversario de la batalla y del nacimiento de Cervantes, recorrió el centro de Madrid una procesión en la que desfilaron estandartes e imágenes sagradas que habían viajado con la flota en 1571 como el Cristo de Lepanto, traído desde la catedral de Barcelona, que también había presidido las ceremonias de la victoria franquista en 1940. El llamado cristo de las batallas, parado ante el balcón donde el caudillo, con uniforme de la armada, se codeaba con los asambleístas cervantinos, resumía bien la filosofía del centenario. Una ocasión que, según uno de sus impulsores, José María Pemán, había pecado de una excesiva presencia oficial y carecido de libros importantes[39]. Aunque sí dejó una película notable, Don Quijote de la Mancha (de Rafael Gil, 1947). Era la primera gran producción española sobre el tema, respaldada con dinero público y estrenada con las bendiciones de la dictadura. En el estilo teatral y acartonado de CIFESA, daba al relato un sesgo que subrayaba la fe católica del protagonista y su fama posterior. Otros filmes se dedicaron bajo el franquismo a glosar escenas o personajes del Quijote, aunque con menos frecuencia y alcance que los centrados en la Guerra de la Independencia[40].

De la misma manera, la conmemoración adquirió un especial relieve en algunos países latinoamericanos, donde seguían vivas las lecturas hagiográficas o evangélicas de la obra cervantina, con numerosos ensayos, sesiones literarias y otros actos de fuerte contenido identitario. Como en Cuba, donde la apropiación nacional de estos símbolos se volcó en fiestas que abarcaron publicaciones, conferencias y exposiciones en centros académicos y clubes privados, representaciones callejeras de los Entremeses, emisiones radiofónicas y concursos en las sociedades de emigrantes. El poeta José Martí, padre de la patria, se elevaba a la categoría de héroe quijotil, personificación del “sacrificio ante el ideal[41]. O en Argentina, donde los homenajes a Cervantes de la intelectualidad antifranquista se contraponían al del presidente Juan Domingo Perón, uno de los escasos apoyos exteriores de Franco, que dedicó un discurso el Día de la Raza al asunto: a su juicio, recordar a Cervantes significaba “reverenciar a la Madre Patria”, origen de “una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte y una continuidad histórica que tiene raíces”, cuya manifestación viva era el Quijote. Al mismo tiempo, en varios puntos del continente se celebraba el quijotismo como algo muy hispánico: el individualismo llevado hasta sus últimas consecuencias. El escritor y político mexicano José Vasconcelos renovaba para la ocasión la creencia en la identidad quijotesca común, pues españoles y americanos habían forjado su alma con la lengua de Castilla y el espíritu del Quijote, presente tanto en la conquista como en las independencias. En el centenario –afirmaba al modo de Rodó—aquella obra podía hablar “por veinte repúblicas, para decir que prefiere la locura insensata, pero sublime, del héroe de Cervantes a la prudente cautela de Hamlet, cuyos vástagos lograron dominar la tierra”. Los tópicos cuajados a comienzos de siglo seguían vigentes[42].

Inauguración de la restauración de la pila bautismal de Cervantes en presencia de Franco, el 3 de octubre de 1947 (foto: web del Ayuntamiento de Alcalá de Henares)

Los centenarios promovieron, como uno de sus efectos más perdurables en España, la presencia del Quijote en las escuelas. Muchas se bautizaron durante el siglo con el nombre de Cervantes, empezando por las graduadas que desde sus inicios aspiraban a modernizar los métodos de enseñanza. Lo mismo que teatros, calles y plazas de todo el país, mientras sus libros salpicaban los programas didácticos. Pero el Quijote no era una lectura cualquiera, sino uno de los vehículos fundamentales de nacionalización de los españoles. Fue éste un empeño especial de los regeneracionistas liberales. Como Eduardo Vincenti, político especializado en asuntos educativos que publicó una edición escolar en 1905 porque, a su juicio y el de otros reformadores, los niños debían aprender a “venerar el santo nombre de la Patria en la celebración de una de sus más legítimas glorias”. Para ser un buen ciudadano español había que conocer la Biblia nacional. Si los alemanes estudiaban a Goethe y los ingleses a Shakespeare, aquí tocaba hacer lo propio con Cervantes. Después de varios intentos, ese anhelo se logró a partir de 1920: por decisión de otro liberal, el ministro Natalio Rivas, en las escuelas nacionales los maestros debían dedicar todos los días el primer cuarto de hora de clase a leer y explicar un fragmento del libro. Y ello pese a las recomendaciones en contra de pedagogos e intelectuales que no consideraban aquel tomazo en castellano del siglo XVII una buena guía para aprender a leer. No faltaron quienes pensaran que la obligatoriedad provocaba más rechazo que otra cosa. Pero las disposiciones oficiales incrementaron las adaptaciones y ediciones infantiles, o las colecciones de fragmentos comentados de la obra. La lectura del Quijote se introdujo, entre los años veinte y los cincuenta, en la rutina diaria de los escolares españoles[43].

Había que dominar el texto, pero sobre todo extraer lecciones de su interior, con frecuencia sobre España y la manera de ser de los españoles. Aunque muchos pensaran que del Quijote podían sacarse enseñanzas sobre cualquier disciplina, el imperativo patriótico conformaba la principal razón para aproximarse a él. En sus versiones más entregadas, como en los libros infantiles del escritor nacional-católico Manuel Siurot, don Quijote se comunicaba con otras glorias patrias como el Cid para convertir España en su nueva Dulcinea[44]. Además, desde 1901 los ejercicios escritos y orales del examen de ingreso, obligatorio a los diez años de edad para pasar de la primera a la segunda enseñanza, se hacían sobre textos del Quijote, una norma que estuvo vigente nada menos que hasta 1970 y que obligó a familiarizarse con el libro a sucesivas cohortes enfrentadas a la prueba[45]. Su uso en la escuela persistió hasta nuestros días. Mantuvo su posición central entre las herramientas para enseñar la lengua castellana durante la primera etapa de la dictadura franquista, con numerosas reediciones, y desde los años cincuenta su estudio se refugió en la historia de la literatura[46]. En el tardofranquismo, cuando las exaltaciones nacionalistas se relajaron un tanto, los libros de lectura más difundidos, como los de la editorial Santillana, desarrollaban un canon literario que, en buena ortodoxia castellanista, partía del romancero medieval y, con el Quijote como núcleo, hacía hincapié en la generación del 98.

En cualquier caso, la conmemoración más recurrente de las ofrecidas a Cervantes en el siglo XX hay que buscarla en el recuerdo de su fallecimiento cada 23 de abril, en la Fiesta o Día del Libro. Antes de instituirse como tal, ya era la fecha elegida por la Real Academia Española para sus honras fúnebres anuales. Pero en la década de los treinta se convirtió en una celebración de alcance y acuerdo inusitados. Al principio se situó la festividad el 7 de octubre, supuesto cumpleaños cervantino, y fue una iniciativa de los profesionales, en concreto de la Cámara Oficial del Libro y de la Propiedad Intelectual de Barcelona, donde el editor Vicente Clavel deseaba dedicar un día a “la exaltación de los valores culturales y patrióticos que en el libro se refunden”. El gobierno de Primo de Rivera la aceptó y dio en 1926 orden de “propulsar la cultura, rendir pleitesía a los genios de la raza, divulgar las concepciones de los escritores nacionales y facilitar la expansión de la lengua y del alma hispánicas[47]. Se previeron actos en todos los centros culturales y educativos, militares, de beneficencia y penitenciarios; además de la creación de bibliotecas y el reparto de ejemplares. Tuvieron un papel protagonista las cámaras gremiales, sobre todo la de Barcelona, y pronto se impuso el carácter comercial de la festividad, pues esa semana se aplicaba un descuento en el precio de los libros. En 1930 el ministerio decidió trasladarla a abril para que no coincidiese con el comienzo de curso y con el 12 de octubre, por lo que desde 1931 se consagró el día de San Jorge a recordar, decía un diario conservador, “la figura excelsa (…) que simbólicamente representa a España y a la raza”. La coincidencia con el mercado de rosas en Barcelona dio lugar a la tradición de regalar también flores ese día. La feria del libro de Madrid, inaugurada en 1933, acompañó aquel año a los festejos que proliferaron por diversas ciudades a lo largo del periodo republicano para democratizar el acceso a la lectura. Durante la Guerra Civil se celebró en ambas zonas y se impregnó de matices militantes[48].

La época franquista asistió a una cierta decadencia de la fiesta, que no obstante dio lugar a distintas manifestaciones, como cabalgatas con motivos cervantinos a cargo de estudiantes y coros de la Sección Femenina de Falange o las ofrendas florales ante el monumento de la Plaza de España. En los años sesenta se montaron grandes festivales infantiles para distribuir miles de ejemplares y el Ministerio de Información y Turismo patrocinó campañas en favor del libro español. Los contenidos nacionalistas se diluyeron en el auge mercantil, que tenía en Barcelona, donde los escritores famosos firmaban sus obras ese día, su punto álgido. En realidad, la expansión del día del libro se produjo ya en la transición a la democracia. La nueva monarquía le proporcionó desde 1976 un gran esplendor cultural cada año en la Universidad de Alcalá con la entrega, que solían presidir los reyes, del premio Miguel de Cervantes de literatura en lengua española al conjunto de la obra de un escritor. Una ceremonia muy emotiva, en la cual los premiados dedicaban sus discursos a glosar la obra cervantina y que se puso al servicio de la reconciliación nacional cuando, como en 1984 con Rafael Alberti, se reconoció a un escritor del exilio. Pero el 23 de abril adquirió además connotaciones populares gracias a instituciones locales, centros de enseñanza y asociaciones que honraron a Cervantes en exposiciones, concursos o programas de radio. La actividad más visible a nivel nacional fueron las lecturas públicas del Quijote, a veces en su totalidad y de una manera ininterrumpida, liturgias casi religiosas –de comunión alrededor del libro sagrado—y muy participativas. La del Círculo de Bellas Artes de Madrid, con asistencia de gentes famosas, se celebró desde 1996 y la iniciaba el premio Cervantes. La fecha adquirió asimismo un carácter internacional cuando la UNESCO la declaró Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor, en 1995, y Naciones Unidas Día del Idioma Español, en 2010.

Clausura de los actos del IV centenario de la muerte de Cervantes (foto: web de la RAE)

El culto cervantino se desarrolló de un modo extraordinario en los tiempos democráticos recientes. Se perdió en buena parte el esencialismo de inicios del Novecientos, con su búsqueda incansable de lo español, pero persistió el enaltecimiento de la lengua castellana, celebrando su expansión por el mundo y su valor económico. Los mensajes dominantes subrayaron que, en contraste con las otras culturas peninsulares, la española disponía de un idioma hablado en dos continentes por trescientos o cuatrocientos millones de personas; y que, como creyeron opinantes de cualquier procedencia, todo español había de conocer –y disfrutar—la obra cumbre de su cultura. Los distintos gobiernos se esforzaron por difundirla. Por ejemplo, a través de la televisión pública, TVE, que emprendió grandes proyectos sobre el Quijote. Como una serie de dibujos animados de 1979-1981, supervisada por un académico y un cervantista, acompañada por una campaña de difusión entre el público infantil de juguetes, cómics y discos. Años más tarde, la emisora oficial, ahora bajo un gobierno socialista, abordó una ambiciosa producción, con actores de primera fila y guiones encargados a Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura en 1989. Es decir, provista de todos los efectivos disponibles para ganar prestigio y éxito. Sólo se realizó la primera parte, dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón y estrenada en 1992, más innovadora y menos grandilocuente que la versión de Gil[49]. En vísperas del quinto centenario del descubrimiento de América, en 1991, se creó el Instituto Cervantes, a imagen del British Institute o del Goethe alemán, para enseñar y difundir la lengua española en el mundo. Su patronato se reunía todos los años en torno al 12 de octubre, y ante él y junto a los embajadores americanos, el rey pronunciaba discursos de tonos nacionalistas en los que ligaba las loas al idioma castellano con las referidas a la comunidad iberoamericana. De algún modo, ese día se erigió también en fiesta cervantina. La España al fin europeizada que entró en la unión monetaria eligió la efigie de Cervantes –como la de don Quijote, habitual en los billetes y sellos de varias épocas—para las monedas de 10, 20 y 50 céntimos de euro.

Todo este despliegue culminó con la celebración del cuarto centenario de la publicación del Quijote en 2005. Las polémicas sobre el mismo reflejaron el ambiente político de los años previos, muy tenso por el duro enfrentamiento entre las políticas nacionalistas de José María Aznar y las respuestas de la izquierda, que llegó al poder en 2004 con voluntad de rectificar el rumbo aznarista y orquestó la conmemoración en mitad de un debate identitario acerca de los nuevos estatutos de autonomía. Desde muy pronto –así lo expuso ya en un debate de 2001—el jefe socialista, Rodríguez Zapatero, se propuso hacer del centenario el centro de la política cultural española. “Queremos –declaraba poco antes de ganar las elecciones—que el Quijote sea nuestro embajador en el mundo. Queremos que sea el estandarte por el que nos identifiquen y por el que nos valoren[50]. Más aún, este político se identificaba con el quijotismo, entendido como categoría moral de quienes deseaban transformar la sociedad o practicar la tolerancia europeísta. En contraste con la apuesta bélica de Aznar, que se había unido en 2003 a la guerra emprendida por Estados Unidos en Irak, la cultura, con el Quijote en su centro, debía servir para promover la paz y evitar el choque de civilizaciones[51]. Frente a este discurso, los medios intelectuales y políticos contrarios reaccionaron de manera muy tajante y atacaron la idea de Cervantes como símbolo pacifista. Así, José María Marco, autor de algunos libros firmados por Aznar, recordaba la misión histórica de España, de “defensa de Occidente” desde la Reconquista hasta Lepanto, muy actual porque nuestra civilización estaba en crisis, como en tiempos de Cervantes, y se la jugaba en Irak. El filósofo Gustavo Bueno sentenciaba que, lejos de ser un emblema de tolerancia, el Quijote alababa el empleo de las armas y justificaba una visión del imperio español capaz de inspirar guerras como las que España tenía que emprender a comienzos del siglo XXI[52].

Más allá de estas opiniones, el cuarto centenario se vivió, en plena expansión económica, con decenas de congresos y ciclos de conferencias, publicaciones de distinta índole, ediciones baratas, concursos literarios y escolares, semanas de cine, funciones de teatro, música y danza y rutas turísticas, con abundantes recursos y multitud de páginas en Internet. Destacaron las grandes exposiciones sobre el Quijote en las artes o la España del Quijote. Y el Instituto Cervantes organizó actividades para reivindicar lo español y lo hispano. Las celebraciones, en paralelo a las de un siglo atrás, tuvieron un fuerte sabor localista y regional. Como la semana cervantina de Alcalá de Henares, donde el 9 de octubre –día del bautizo de Cervantes—es fiesta local, pues “Alcalá es a Cervantes, lo que Stratford a Shakespeare, lo que Nantes a Julio Verne o lo que Salzburgo a Mozart[53]. O la exhibición cultural de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, el poder autonómico que hizo del Quijote el emblema más significativo de la identidad regional construida de arriba abajo durante tres décadas. Los gobernantes castellano-manchegos presumían de haberse adelantado al gobierno de España con su programación conmemorativa y de prever 2005 actos para aquel año. Su presidente, el socialista José María Barreda, no tenía dudas: “conmemoramos un libro y celebramos una tierra[54]. Hubo voces, como la del académico Francisco Rico, que abominaron del uso del Quijote como símbolo nacional, pero eso no impidió que muchos protagonistas retomaran viejos argumentos: todos los españoles tenían que acceder, casi como si ejercieran un derecho, al Quijote en ediciones buenas y baratas; y la conmemoración debía tener dimensiones hispanoamericanas. El cuarto centenario festejó la riqueza de una lengua cuyo uso se extendía cada vez más, aumentando su influencia y su capacidad para generar negocios[55].

Desde entonces, las conmemoraciones cervantinas sufrieron los efectos de la crisis económica y la agudización de los conflictos nacionalistas en España. La de 2016 fue una versión reducida de la de 2005, con una notable proyección internacional. Como había ocurrido cien años antes, resultaron inevitables las comparaciones melancólicas con los festejos shakespearianos. En cuanto a los impulsos nacionalistas, uno de los más chocantes consistió en la renovada búsqueda de los restos mortales del escritor, en el convento de Madrid donde al parecer estaban enterrados. La alcaldesa conservadora Ana Botella, esposa de Aznar, patrocinó el hallazgo y le elevó un monumento funerario para saldar, dijo, “una deuda de orgullo con el extraordinario legado de historia y cultura de la gran nación que es España[56]. En Cataluña, la fiesta de Sant Jordi cada 23 de abril, en la que hasta entonces habían convivido sin problemas la promoción de la lengua catalana con las alabanzas a Cervantes, se vio contaminada por el procés. Mientras el independentismo procuraba marcarla con sus emblemas y terminó por inundarla de rosas amarillas –el color de la protesta contra el encarcelamiento de sus dirigentes en 2017—, los constitucionalistas denunciaban la politización de una fecha popular. La deriva soberanista convirtió asimismo a Cervantes, por vez primera de un modo tan explícito, en arma arrojadiza: los sectores radicales del nacionalismo catalán reivindicaron su improbable catalanidad o prefirieron boicotear los homenajes que se le rendían desde el lado contrario[57].

Inauguración del monumento funerario erigido en 2015 en el convento de las Trinitarias de Madrid tras el hallazgo de sus supuestos restos de Miguel de Cervantes. De izquierda a derecha, Pedro Corral, Joaquín Martín Abad, Darío Villanueva, Ana Botella y el general Antonio Nadal pérez (foto: Ayuntamiento de Madrid)

Lo que no cambió en estos últimos años fue la dimensión latinoamericana de las celebraciones. No sólo por los intercambios culturales entre España y los otros países de lengua castellana en 2005 o 2016, sino también por la pujanza del culto a Cervantes en ciertos lugares. Como la ciudad mexicana de Guanajuato, cuyo museo inconográfico del Quijote –construido sobre la colección del exiliado español Eulalio Ferrer—le proporcionó una seña idiosincrática inconfundible y un gran festival de artes escénicas. Y la argentina de Azul, en torno a una biblioteca cervantina; o la colombiana de Popayán, donde, en un alarde de realismo mágico, sostenían que allí estaba enterrado el hidalgo manchego. La novela todavía se consideraba una lectura provechosa para los escolares y la población en general: los gobiernos de México y Venezuela, por ejemplo, distribuyeron un millón de ejemplares gratuitos cada uno en 2005. Las academias de la lengua colaboraron para alumbrar ese año una nueva edición popular. El programa español de 2016, en fin, se centraba en América Latina y aprovechaba la red oficial de centros culturales –como los del Instituto Cervantes—para divulgar la obra cervantina, al tiempo que se expandía la costumbre de leerla de forma colectiva. Era este un terreno en el que no se apreciaban discrepancias de fondo entre unos estados u otros, si bien las tendencias políticas más conservadoras recreaban los lazos históricos con España y las izquierdistas preferían ensalzar los valores universales del desfacedor de entuertos que buscaba un mundo mejor. En palabras de Hugo Chávez, de 2005, “somos, en cierto modo, adeptos de Don Quijote[58].

*          *          *

En definitiva, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, el imaginario nacional español se ha nutrido de unos cuantos mitos y emblemas muy poderosos, capaces de persistir en las más diversas coyunturas. Las principales versiones del españolismo –la confesional autoritaria y la liberal-democrática, por no mencionar la fascista o las de la izquierda obrera—reconocieron su relevancia y su utilidad, aunque a menudo les otorgaran contenidos distintos. Las dictaduras difundieron a través de ellos visiones que concebían a España como una nación católica y jerarquizada, cuya imposición provocó tanto la aquiescencia de unos como el hastío y el rechazo de otros. Para superarlos, la democracia actualizó discursos liberales que buscaban las potencialidades modernizadoras de los relatos españolistas. Con sus conmemoraciones, en aniversarios y centenarios, los distintos agentes nacionalistas se apropiaron de ellos y los difundieron a través de diferentes vías nacionalizadoras. De la escuela y los monumentos al cine y la televisión, de las exposiciones y los ciclos de conferencias a las ceremonias religiosas y militares.

Pese a las transformaciones sufridas en cuanto a sus medios y su envergadura, las conmemoraciones patrióticas mostraron algunos rasgos duraderos. Como el anclaje de los festejos en las identidades locales y regionales, compatibles en su mayor parte con las exaltaciones nacionalistas porque constituían caminos de acceso a la identidad nacional. Esa característica, muy arraigada en el nacionalismo español, aseguraba la participación popular en las efemérides y les aportaba por tanto eficacia y solidez. Del mismo modo, el Estado no siempre actuó como principal incitador de las empresas españolistas, sino que el protagonismo correspondió a veces a la sociedad civil. A lo largo de cien años, eso sí, pudo advertirse una tendencia constante al crecimiento de la intervención pública, fuera de las administraciones centrales, de las municipales y, en las últimas décadas, de las autonómicas. La corona representó además un papel simbólico destacable, ya en el reinado de Alfonso XIII pero sobre todo en el de su nieto Juan Carlos I, quien, con altibajos, logró representar a la nación asociándose a sus mitos.

La historia se reveló, como en otros nacionalismos, una cantera inagotable de motivos con los que movilizar a la población y, con mayor frecuencia, legitimar los poderes establecidos. Así ocurrió con la Guerra de la Independencia o con el descubrimiento –y, en menor medida—la conquista de América, epopeyas del pasado a las que se podía recurrir para sublimar el orgullo nacional, promover la cohesión de la sociedad y proyectar tareas comunes. Sin embargo, el conjunto simbólico-mitológico que más adhesiones concitó y cuyo desarrollo resultó más llamativo, el formado por Cervantes y el Quijote, remitía a la lengua castellana como componente fundamental de lo español y, por extensión, de lo hispánico. Esa carga cultural, tan apegada al idioma, tenía la ventaja de eliminar los aspectos más peliagudos de los conflictos históricos pero dificultaba la construcción de un imaginario integrador que incorporara a las culturas españolas no castellanas en una identidad política compartida. Una y otra vez, los patriotismos cívicos –por ejemplo, el vinculado a la Constitución—cedieron ante la reivindicación de factores étnico-culturales, mucho más atractivos. El grueso de la contestación, no muy beligerante hasta hace poco tiempo, provino pues de los sectores nacionalistas subestatales.

El nacionalismo español, tal y como mostraron sus conmemoraciones entre 1905 y 2016, generó polémicas y experimentó vaivenes, pero no podría considerarse un nacionalismo raquítico o demediado. Más aún, los tres mitos centrales aquí estudiados se vincularon y reforzaron entre sí. El 12 de octubre, la fiesta nacional más longeva y la única que resultó viable a largo plazo, se solapaba con la festividad religiosa de la virgen del Pilar, ligada a los sitios de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia. Pero las coincidencias provenían ante todo del peso que América adquirió en el imaginario español, que sublimó en ella añoranzas imperiales y ambiciones internacionales hasta hacerlo dependiente de esa vertiente exterior. Cervantes –cumbre de la lengua—se enarboló como bandera de la comunidad hispanoamericana imaginada que aspiraba a encabezar España. Como aseguró Carlos Fuentes, a ambos lados del Océano Atlántico se extendía el territorio de La Mancha[59].

[1] Marquina, Eduardo, “Don Miguel de Cervantes” (1936),  en García Montero, 2005, pp. 93-96 (cita en p. 96).

[2] Citas en artículo 56 de la Constitución española de 1978.

[3] Discursos de 23 de abril (cita), 2 y 31 de mayo y 13 de junio, en “Discursos de S.M. el Rey Don Juan Carlos” (https://www.casareal.es/ES/FamiliaReal/rey/Paginas/rey_discursos.aspx).

[4] Discursos de 9, 13 y 29 (cita) de octubre de 2008 (https://www.casareal.es/ES/FamiliaReal/rey/Paginas/rey_discursos.aspx). El País, 13 y 14 (cita de Carlos Fuentes) de octubre de 2008.

[5] Campos, Lara (2010), Los relatos de la nación. Iconografía de la idea de España en los manuales escolares (1931-1983), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

[6] Núñez Seixas, Xosé M. (2006), ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica durante la guerra civil española (1936-1939), Madrid, Marcial Pons Historia (cita en p. 79).

[7] García, Hugo (2008), «La Guerra de la Independencia en la cultura española», en Álvarez Barrientos (ed.), pp. 351-378.; Hernández Burgos, Claudio (2011), «La “cultura del tiempo” en España: la Guerra de la Independencia en el discurso del franquismo», Historia Actual Online, núm. 25, pp. 145-158.

[8] Peiró, Ignacio (2008), La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958 y 2008), Zaragoza, Institución Fernando el  Católico.

[9] Maroto de las Heras, 2007, Guerra de la Independencia. Imágenes en cine y televisión, Madrid, Cacitel. Alonso López, 2008, «1808-1950: Agustina de Aragón, estrella invitada del cine histórico franquista», en Álvarez Barrientos (ed.), pp. 379-400.

[10] Ley 8/1984, de 25 de abril, declarando fiesta de la Comunidad de Madrid la jornada del 2 de mayo.

[11] Pérez Reverte, Arturo, “La paradoja del 2 de Mayo”, en XL Semanal, nº 1070 (27 de abril al 3 de mayo de 2008). Duarte, 2012, «Spagna 2008: il bicentenario del 2 maggio. Capolinea?», en Baioni, Conti y Ridolfi (eds.), pp. 364-379.

[12] Carpentier, Alejo; Pérez Galdós, Benito, y Blanco White, José María (2008), 1808. El Dos de Mayo, tres miradas, Madrid, Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad.

[13] Cita en Fundación 2 de Mayo, Nación y Libertad, Memoria 2009, p. 1. Duarte, 2012, «Spagna 2008: il bicentenario del 2 maggio. Capolinea?», en Baioni, Conti y Ridolfi (eds.), pp. 364-379. eldiario.es, 31 de Enero de 2015

[14] Andaluciainformacion.es, 24 de septiembre de 2010. Cita de Rajoy en El País, 31 de enero de 2006.

[15] Montobbio, Manuel, “La ‘Pepa’ y los bicentenarios de la independencia”, El País, 19 de marzo de 2012. Juliana, Enric: “España se agarra a la efeméride de 1812 para estrechar lazos con América”, La Vanguardia, 19 de marzo de 2012. http://cadiz2012.lavozdigital.es/noticias/cadiz-ya-esta-en-el-imaginario-de-europa-e-iberoamerica-20121121.html

[16] Véanse los capítulos 3-6.

[17] Cita en RD 8 de mayo de 1989. Ley 15 junio de 1918.

[18] Serrano, Carlos (1999), El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos, nación, Madrid, Taurus, pp. 318-329. Rabaté y Rabaté, En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil, Madrid, Marcial pons 2018, p. 129.

[19] Pozo Andrés, María del Mar, Currículum e identidad nacional. Regeneracionismos, nacionalismos y escuela pública (1890-1939), Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp. 262-266. Marcilhacy, David, Raza hispana. Hispanoamericanismo e imaginario nacional en la España de la Restauración, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. 2010.

[20] Cita de José Cruz-Conde, en Braojos Garrido, 1992, p. 107. Storm 2010, 2019.

[21] Abc, 13 de octubre de 1929. Cita en Cabalgata histórica de la Raza Hispano-Americana organizada por el Comité de la Exposición, Sevilla, Imprenta de la EIA, 1929, p. 24. Boyd, 1997, 2000, p. 168.

[22] Box, Zira (2010), España, año cero. La construcción simbólica del franquismo, Madrid, Alianza Editorial, pp. 242-257. García Sebastiani, Marcela, y Marcilhacy, David (2013), «América y la fiesta del 12 de octubre», en Moreno Luzón y Núñez Seixas (eds.), pp. 364-398. García Sebastiani, (2016), «América y el nacionalismo español: las fiestas del 12 de octubre, del franquismo a la democracia», Historia y Política, núm. 35, pp. 71-94.

[23] Cita en “Palabras de S.M. el Rey a la comunidad iberoamericana el Día de la Hispanidad”, Valladolid, 12 de octubre de 1980 ((https://www.casareal.es/ES/FamiliaReal/rey/Paginas/rey_discursos.aspx). Moreno Luzón, Javier y Núñez Seixas, Xosé M. (2017), Los colores de la patria. Símbolos nacionales en la España contemporánea, Madrid, Tecnos, pp. 339-357.

[24] Vernet i Llobet, 2003, «El debate parlamentario sobre el 12 de octubre, Fiesta Nacional de España», Ayer, núm. 51, pp. 135-152.. Humlebaek, 2004, «La Constitución de 1978 como lugar de memoria en España», Historia y Política, núm. 12, pp. 187-210. Cita en Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre.

[25] Trouillot, Michel-Rolph (1995), Silencing the Past. Power and the Production of History, Boston, Beacon Press., pp. 136-140. Maddox, Richard (2004), The Best of All Possible Islands. Seville’s Universal Exposition, the New Spain, and the New Europe, Albany NY, State University of New York Press. Quaggio, Giulia (2016), «1992: la modernidad del pasado. El PSOE en busca de una idea regenerada de España», Historia y Política, núm. 35, pp. 95-122.

[26] Arenal, Celestino del (2005), Las cumbres iberoamericanas (1991-2005). Logros y desafíos, Madrid, Siglo XXI-Fundación Carolina., Moreno Luzón, 2013, «¿“El rey de todos los españoles”? Monarquía y nación», en Moreno Luzón y Núñez Seixas (eds.), pp. 133-167. El País, 14 de octubre de 2013.

[27] Malamud, Carlos (2008), Los riesgos de España frente a los bicentenarios: populismos, nacionalismos e indigenismos, Madrid, Real Instituto Elcano, Documento de Trabajo núm. 34/2008, cita en p. 3. http://www.bicentenarios.gob.es/. El País, 24 de mayo de 2010. Cita de Cristina Fernández, en su discurso presidencial del bicentenario, 25 de mayo de 2010, en Perochena, Camila (2013), De oligarcas y revolucionarios: el Kirchnerismo argentino y el Panismo mexicano frente a sus centenarios, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, p. 15.

[28] Elorza, Antonio, “De Mao al Escorial”, El País, 16 de junio de 1998. Nora, Pierre (dir.) (1992, 1997), Les lieux de mémoire, París, Quarto Gallimard.

[29] Abc, 13 de octubre de 1997. El País, 3 de octubre de 2002. Moreno Luzón, Javier y Núñez Seixas, Xosé M. (2017), Los colores de la patria. Símbolos nacionales en la España contemporánea, Madrid, Tecnos, pp. 386-393.

[30] El País, 13 de octubre de 2004. García Sebastiani, Marcela, y Marcilhacy, David (2013), «América y la fiesta del 12 de octubre», en Moreno Luzón y Núñez Seixas (eds.).

[31] Véanse La Vanguardia, 13 de octubre de 2012 y 12 de octubre de 2018; y El País, 11 de octubre de 2012, 12 de octubre de 2013 y 14 de octubre de 2016.

[32] Podemos, en El País, 14 de octubre de 2015 y Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados. Comisiones, nº 641, 23 de octubre de 2018. “Discrepar de la fiesta”, El País, 13 de octubre de 2016. Roca Barea, María Elvira, “Hispanidad con futuro”, El Mundo, 12 de octubre de 2017. Cita de Casado, en El País, 15 de octubre de 2018.

[33] El País, 3 de febrero de 1978. Decreto de 20 de noviembre de 2018, por el que se declara Bien de Interés Patrimonial de la Comunidad de Madrid el monumento a Cervantes en la plaza de España, en Madrid.

[34] Alix Trueba, Josefina (1987), Pabellón español 1937. Exposición internacional de París, Madrid, Ministerio de Cultura.

[35] Pulido, Genara (2008), «El Quijote en el pensamiento literario de los exiliados españoles del 39», en Garrido Gallardo y Alburquerque García (coords.), pp. 447-468. Glondys, Olga (2016), «El homenaje a Cervantes en la revista Realidad (1947), la construcción de una tercera vía al margen de la guerra político-cultural entre el Franquismo y el Exilio», Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, núm. 18, pp. 341-354.  Ayuso-Rodríguez, Elena (2019), «Génesis y realización del primer radioteatro de Don Quijote producido por la BBC en 1947», Index. comunicación, vol. 9 (2), pp. 35-53..

[36] Mostaza, Bartolomé (1948), «Crónica cultural», Revista de Estudios Políticos, núm. 37-38 (enero-febrero), pp. 224-240..

[37] Símbolos hispánicos del Quijote. Discurso pronunciado en la Real Academia de la Lengua por el Excmo. Sr. D. José Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional, con motivo de las Fiestas del IV Centenario de Miguel de Cervantes (s.c., s.e., s.a.) (cita en p. 10).

[38] Millán Astray, José (1947), «Miguel de Cervantes, caballero mutilado de guerra por la Patria», Medicina y Cirugía de Guerra. Revista Informativa del Cuerpo de Sanidad Militar, núm. 9, s. p., p. 616.

[39] Abc, 8 de octubre de 1947. Pemán, José María, “Balance cultural de 1947”, La Vanguardia Española, 1 de enero de 1948.

[40] Herranz, Ferran (2005), El Quijote y el cine, Madrid, Cátedra, pp. 51-72.

[41] Fernández, 2005, p. 12. Baujín, 2015. Revista Cubana, vol. XXII (1947), cita en p. 5. Vida Gallega (La Habana), 25 de julio de 1947, p. 27.

[42] Cita en Abc, 14 de octubre de 1947. Mañach, Jorge (1950), Examen de quijotismo, Buenos Aires, Editorial Sudamericana. Vasconcelos, José (1947), «Cervantes y América», Revista Iberoamericana, vol. XIII/25, pp. 13-21.

[43] Pozo Andrés, María del Mar. (2000), Currículum e identidad nacional. Regeneracionismos, nacionalismos y escuela pública (1890-1939), Madrid, Biblioteca Nueva., pp. 192-196. Tiana Ferrer, Alejandro (2004), «Ediciones infantiles y lectura escolar del Quijote. Una mirada histórica», Revista de Educación, núm. extraordinario, pp. 207-220; Guereña, Jean-Louis (2008), «¿Un icono nacional? La instrumentalización del Quijote en el espacio escolar en el primer tercio del siglo xx», González Faraco, Juan Carlos (2010), Lecturas educativas del Quijote. Textos e iconografía escolar, Madrid, Biblioteca Nueva, vol. 110/1,, cita en p. 159.

[44] González Faraco, Juan Carlos (2010), Lecturas educativas del Quijote. Textos e iconografía escolar, Madrid, Biblioteca Nueva p. 128.

[45] Ruiz Berrio, Julio (2007), «Las lecturas del Quijote en la escuela», en Castro (coord.), pp. 103-152.

[46] Tiana Ferrer, Alejandro (2004), «Ediciones infantiles y lectura escolar del Quijote. Una mirada histórica», Revista de Educación, núm. extraordinario, pp. 207-220.

[47] Cendán Pazos, Fernando (1989), La Fiesta del Libro en España. Crónica y miscelánea, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, citas en pp. 15 y 17. La última, en RD de 6 de febrero de 1926.

[48] Cita en Abc, 22 de abril de 1931, p. 29. Véase también, por ejemplo, Luz, 24 de abril de 1933.

[49] Herranz, Ferran (2005), El Quijote y el cine, Madrid, Cátedra, pp. 72-98 y 279-293.

[50] “Reportaje: los planes de Zapatero.- Cultura. La legislatura del ‘Quijote’. Objetivo: exportar conocimiento”, El País, 21 de marzo de 2004.

[51] “La ministra defiende la paz como principio esencial”, El País, 24 de abril de 2004. Sanroma Aldea, José, “Cervantes, don Quijote, Bush y Bin Laden”, Abc, 21 de octubre de 2004.

[52] Marco, José María, “El ejemplo de Cervantes”, El Mundo, 13 de mayo de 2004. Bueno, 2005.

[53] http://www.alcalacultural.com/eventos-culturales/Semana+Cervantina/11.

[54] Marchamalo, Jesús, “Quijote que algo queda”, ABCD Cultural, 12 de febrero de 2005, citas en p. 12.

[55] Rodríguez Lafuente, 2005; Molina, César Antonio, “Y Cervantes se va a América”, en El País, 1 de marzo de 2005.

[56] “El IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes finaliza con la participación de más de 3,2 millones ciudadanos en 519 actividades”, Nota de prensa del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 1 de junio de 2017. “Inglés, rico; español, pobre”, El Mundo, 17 de abril de 2016. “Un monumento funerario recuerda desde hoy a Cervantes en las Trinitarias”,  http://www.rae.es/noticias/un-monumento-funerario-recuerda-desde-hoy-cervantes-en-las-trinitarias.

[57] La Vanguardia, 24 de abril de 2017 y 2018. Abc, 8 de junio de 2018.

[58] Comisión Nacional para la Conmemoración del IV Centenario de la Muerte de Cervantes, Programa de actividades, Madrid, s.e., 2016. Chaparro Domínguez, María Ángeles (2012), «Las celebraciones del III y IV Centenario del Quijote en Hispanoamérica a través de la prensa española de 1905 y 2005», Anales Cervantinos, vol. XLIV, cita de Chávez en p. 77.

[59] Fuentes, Carlos, “Territorio de La Mancha”, El País, 24 de marzo de 2007.

Fuente:  Javier Moreno Luzón, Centenariomanía. Conmemoraciones hispánicas y nacionalismo español, Madrid, Marcial Pons, 2021, capítulo 7

Portada: José Garnelo y Alda, José (Enguera, Valencia, 1866 – Montilla, Córdoba, 1945), Las glorias de España (La cultura española a través de los tiempos), Real Academia de San Fernando

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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