Miguel Ángel del Arco Blanco

Universidad de Granada

Cuando se acaban de cumplir 85 años del asesinato de Federico García Lorca el interés por el poeta granadino parece no decrecer. Las causas, el desarrollo y las responsabilidades de su fusilamiento siguen atrayendo la atención de investigadores y del gran público. No obstante, no debemos olvidar algo esencial: la constante atención que todavía prestamos a su trágico final viene determinada por la valía y fuerza de su obra, universal y de una actualidad inaudita.

Al contrario de lo que muchos pudieran pensar, no quedan por desentrañar demasiados detalles sobre el asesinato de García Lorca. Numerosas investigaciones lo han hecho posible: desde los primeros tanteos de Gerald Brenan en la posguerra, a los esenciales descubrimientos de Agustín Penón en la Granada franquista de los años cincuenta, o a las claves aportaciones de Ian Gibson y de Eduardo Molina Fajardo. Ellos reconstruyeron las últimas horas del poeta con un lujo de detalle del que no han gozado la mayoría de las víctimas de los rebeldes de julio de 1936. Después llegaron otros investigadores que, con trabajos meritorios, han completado, refutado o aportado nuevas visiones de lo sucedido (Miguel Caballero, Manuel Titos Martínez o Víctor Fernández). Hoy está clara la motivación política para segar su vida: en aquella España, su comportamiento, su forma de pensar y de vivir, su compromiso con la causa de la República (como refleja la co-dirección del grupo de teatro “La Barraca”), sus amistades y familiares con puestos de responsabilidad, o su firma de manifiestos eran elementos suficientes para subrayar su posicionamiento político. También sabemos que fue denunciado por el militante de la CEDA Ramón Ruiz Alonso, quién fue a prenderlo el 16 de agosto de la casa de la familia de los falangistas hermanos Rosales, que fue conducido al gobierno civil y que algunos trataron de interceder por él, que fue conducido a Víznar donde, tras esperar su trágico final en La Colonia (edificación hoy inexplicablemente en ruinas), fue fusilado en la zona del barranco de Víznar en la madrugada del 18 de agosto de 1936.

Celebración del tricentenario de Góngora en el Ateneo de Sevilla en diciembre de 1927. De izquierda a derecha: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Romero Martínez (presidente de la sección de literatura del Ateneo), Manuel Blasco Garzón (presidente del Ateneo de Sevilla), Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego (foto: Universo Lorca)

Por tanto, no quedan por desentrañar demasiados detalles sobre el asesinato de Lorca, aunque el admirador del poeta siempre esté ansioso de ampliar lo que se conoce. Quizá restan, a nuestro juicio, dos elementos clave por determinar. El primero, quién dio la orden para acabar con él: los investigadores se debaten entre responsabilizar al gobernador militar de Granada, el comandante Valdés; otros apuntan al mismo Queipo de Llano, “virrey de Andalucía” a partir de aquel sangriento verano de 1936. La cuestión no es baladí, pues subrayaría la mayor o menor responsabilidad del “Nuevo Estado” en su asesinato.

La segunda cuestión es dónde está el cuerpo de García Lorca. Existen diversas teorías de dónde fue ejecutado, todas basadas en testimonios orales de personas que ya han desaparecido. Según parece, fue enterrado bajo un olivo junto con las otras tres víctimas con las que pareció aquella noche de agosto (el maestro Dióscoro Galindo y los dos banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas). Sin embargo, las investigaciones arqueológicas realizadas no han hallado ni su fosa ni ningún resto humano. Algunos barajan incluso que el cuerpo fuese exhumado y trasladado a otro lugar, como ya en 1957 la amiga granadina del poeta escribiese en una carta a Agustín Penón (“El que estaba allí ya no está”). La familia del poeta guarda un discreto silencio y se opone a más intervenciones en el barranco de Víznar. Y mientras tanto, en conversaciones con interesados por el poeta o por las calles de Granada todos parecen tener una teoría sobre la nueva localización del cuerpo: la Huerta de San Vicente, una capilla en el pueblo granadino de Láchar, el cementerio de Granada e incluso Estados Unidos.

Federico García Lorca (segundo por la izquierda) con los componentes de La Barraca (1933). Fotografía anónima. Colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Podríamos pensar, como escribió hace tiempo Agustín Penón, que la “fantasía” sigue siendo uno de los mayores problemas para desentrañar la muerte del poeta universal de Fuentevaqueros. Mirado en perspectiva, hoy ya esto no es así. Aunque en ocasiones la voluntad de conocer lo sucedido en aquellas últimas horas lleva a formular afirmaciones sin demasiada prudencia o carga de prueba, lo cierto es que conocemos muchos detalles del trágico final de García Lorca. Y además, contamos con el inestimable avance de la historiografía sobre la violencia en la guerra civil española, que nos ofrece un fantástico escenario en el que centrar el último drama del literato.

Federico García Lorca es quizá el mayor símbolo de la brutalidad de la guerra civil y de la violencia rebelde. Ello lo convierte en una figura de esencial importancia para la recuperación y dignificación del pasado republicano. Pero no lo olvidemos. Si Lorca es quien es tras 85 años de su asesinato, es porque se trata quizá de nuestro poeta más universal. Un escritor enorme, una personalidad única, con capacidad para crear un mundo propio en todo lo que escribía. Para tomar lo popular y convertirlo en universal. Para mirar a lo pequeño y dotarlo de valor inaudito. Para acercarse a los marginados, a los pobres y comprenderlos, ponerlos en el centro de la escena, como simbólicos personajes donde se encuentran lo humano, lo auténtico, la libertad y el amor. Como diría en una entrevista en El Sol en diciembre de 1934, poco después de la revolución de Asturias: “yo siempre soy y seré partidario de los pobres. Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada”.  Los negros de Harlem, los niños atravesados por monedas, los contrabandistas, los gitanos, los moriscos, y por supuesto ese jinete que nunca llegaba a Córdoba. También las mujeres colman su mundo, como personalidades protagonistas por sentido propio de su teatro y también de su poesía.

Homenaje al pintor Hernando Viñes en la hostería Cervantes de Madrid el 13 de mayo de 1936. En ella aparecen entre otros asistentes Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Luis Buñuel y María Teresa León (foto: Literland)

Por todo ello, sigamos mirando al pasado traumático. Investigando lo sucedido en la guerra civil, en el bando republicano y en el rebelde. Sigamos conociendo y explicando el franquismo desde dentro. Y también, claro, desvelemos las incógnitas que restan sobre el asesinato de García Lorca. Pero ante todo, conozcamos y disfrutemos de su obra.

Transcurridos los 80 años legítimos del embargo de propiedad intelectual, hoy Lorca está al alcance de todos. Puede encontrarse incluso en internet, como sucede con la página que os presentamos: federicogarcialorca.net. En ella puede accederse a prácticamente toda su obra. Hay recursos audiovisuales: fotografías desde su niñez hasta sus últimos días; audios de sus poesías, recitadas o cantadas por voces imponentes; e incluso grabaciones de 1931 con Lorca al piano. Está su poesía completa, desde los libros más relevantes a poemas sueltos (incluso sus “Seis poemas galegos” de 1935). La página también recoge su prosa, como su primerizo “Impresiones y Paisajes” (1918) o su participación en homenajes; y por supuesto, encontramos sus conferencias, en las que el poeta también destacaba por sus originales ideas y reflexiones. Y claro está, no podía faltar el teatro: ese género en el que García Lorca desplegó su lírica, mostrando que la poesía y el drama pueden ir de la mano. El poeta de lo dramático, siempre palpando lo popular, siempre atento a lo social. Su obra puede ser, entonces, no sólo motivo para disfrutar de lo que es capaz el género humano, sino también guiar en algunas claves de lo que debería ser nuestra forma de mirar al pasado y de escribir historia. Por encima de cualquier silencio, como gritase Bernarda Alba a sus hijas desde un pueblo andaluz.

 

→ → VIDA Y OBRA DE FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Portada: Federico García Lorca en una audición en Radio Stentor durante su estancia en Buenos Aires en 1933 (foto: Buenos Aires en el recuerdo)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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