Enzo Traverso (1957) es uno de los historiadores e intelectuales críticos más importantes de la actualidad. Es autor de una potente bibliografía sobre el fascismo, el totalitarismo, la tradición judía, el pensamiento marxista o en torno al periodo de entreguerras. En castellano ha publicado recientemente Las nuevas caras de la derecha (Siglo XXI México, 2019) y Melancolía de izquierda (Galaxia Gutenberg, 2019). En esta entrevista conversamos con él sobre la figura y el legado de León Trotsky.

El trotskismo es una herencia del siglo XX, una época en la cual Trotsky hizo la revolución, teorizó la revolución, actuó y elaboró su pensamiento en contra de todas las formas de dominación. Es él quien encabeza en la izquierda la lucha contra el estalinismo, la socialdemocracia o el fascismo, esa es la herencia de Trotsky. Pero las revoluciones del siglo XXI no serán la Comuna de París o la toma del Palacio de Invierno. Entonces no es Trotsky el que puede ofrecernos las respuestas exactas a las preguntas que surgen de nuestro tiempo. Es un pensamiento que necesita ser historizado.

 

 

Brais Fernández y Xaquín Pastoriza: ¿Qué aportaciones teóricas de León Trotsky destacarías, cuáles consideras que conservan vigencia y cuáles han sido superadas?

Enzo Traverso: No es fácil responder a esta pregunta. Trotsky es una figura de la historia del siglo XX, del pensamiento revolucionario y de la teoría política del siglo XX y sus aportaciones son múltiples. Por ejemplo, si leemos La revolución traicionada, es un gran libro para interpretar el estalinismo y la historia de la revolución rusa, pero hay que inscribirlo en su contexto histórico. El estalinismo y la URSS ya no existen; por lo tanto, tiene un interés histórico, pero no una vigencia en la interpretación del mundo de hoy. Lo que me parece de actualidad en las ideas de Trotsky, y que todavía está vigente en los problemas a los que nos enfrentamos hoy, es su teoría de la revolución permanente y del desarrollo desigual y combinado, que es una clave para interpretar el proceso de globalización que se despliega hoy. Una clave entre otras, pero fundamental. La experiencia de las revoluciones árabes en la última década es una confirmación de la teoría de la revolución permanente: hay una relación simbiótica entre desarrollo y subdesarrollo, entre cómo las formas más viejas se articulan con las más avanzadas y cómo un proceso revolucionario por su propia naturaleza tiende a trascender los límites nacionales y a volverse un proceso global. Esto Trotsky lo había comprendido muy bien, formulándolo teóricamente después de la revolución de 1905 y reformulándolo en la década de los 20 después de la revolución en China. Esta es una clave para interpretar las revoluciones del siglo XX y, por lo que pudimos ver, las revoluciones de este comienzo del siglo XXI.

Esta teoría está vinculada a otra intuición genial de Trotsky, que elaboró durante la Gran Guerra. La idea de la crisis de los Estados nación, de que la globalización significa el fin de la nación como entidad jurídico-política, es matizada por Trotsky cuando explica que la crisis histórica de los Estados nación (y la Gran Guerra es la expresión de esta crisis) no significa el final de las culturas nacionales y de las potencialidades que están vinculadas a los idiomas, culturas y tradiciones. Hay un conjunto de ideas que me parecen vigentes y destacan en el pensamiento de un intelectual y teórico que pertenece a la primera mitad del siglo XX, que se formó intelectualmente al final del siglo XIX. Es un pensamiento que necesita ser historizado. Se puede hablar de la actualidad de Trotsky como se habla de la actualidad de Marx. Marx es un pensador del siglo XIX y no podemos sacar en la obra de Marx contestaciones mecánicas a los problemas de hoy, hay que historizarlo. Pero también son pensadores que nos hablan hoy.

Trotsky, Lenin y Kamenev en 1919 (foto: Wikimedia Commons)

F. y X. P.: Otra cuestión que nos parece interesante para situar a Trotsky dentro de la tradición comunista, entendiéndola como algo a renovar y actualizar, es su relación con Lenin. En algunos momentos su pensamiento, su práctica e incluso su relación personal se oponen con virulencia. Al final, Trotsky acaba siendo el más leninista de todos los bolcheviques.

T.: La relación de Trotsky con Lenin es muy compleja. No es para nada lineal, hay cambios. Hasta 1917 están separados, pertenecen a dos corrientes distintas del partido socialdemócrata. Creo que con nuestra sensibilidad de hoy, después de todos los movimientos, Occupy Wall Street, 15M, Nuit Debout, si vamos a releer las polémicas de Lenin y Trotsky después del famoso II Congreso de la socialdemocracia rusa, en el cual hay la escisión entre mencheviques y bolcheviques y Trotsky queda fuera de las dos corrientes, criticando con mucha fuerza el centralismo de Lenin con críticas bastante similares a las de Rosa Luxemburg, tendremos de manera espontánea mucha más afinidad con Trotsky que con el autoritarismo de Lenin.

Hay una convergencia en 1917, durante la revolución rusa, ya que finalmente Lenin asume la teoría de la revolución permanente y piensa y actúa para que la revolución rusa sea una revolución socialista y no una revolución burguesa, como había pensado hasta entonces. Posteriormente, hay una colaboración muy fuerte entre ellos en un momento trágico y terrible, durante la guerra civil rusa. Ambos teorizan la dictadura del partido bolchevique (la democracia socialista sería la dictadura del partido bolchevique), la militarización del trabajo, la censura, la violencia planificada, un conjunto de planteamientos muy lejanos de nuestra sensibilidad hoy, pero que hay que contextualizar. No se puede simplemente rechazar ese momento a partir de una sabiduría retrospectiva y posterior. No podemos trasladar una idea de democracia que pertenece a la izquierda radical del mundo occidental de hoy a la Rusia de 1918-1921.

Después, Trotsky fue exiliado y acusado de ser un traidor, el enemigo de Lenin, por lo que en sus escritos intenta subrayar su convergencia con Lenin, y por eso sus divergencias son disminuidas. Leyendo Historia de la revolución rusa eso queda claro. Insiste mucho en su convergencia con Lenin e incluso disminuye su propio papel, que fue fundamental. La forma con la que los bolcheviques toman el poder, con un acuerdo del II Congreso de los Soviets, fue un logro de Trotsky, no de Lenin. Esa voluntad de aparecer como el auténtico heredero de Lenin, en contra de Stalin, fue un obstáculo para que Trotsky pudiese llegar a un planteamiento crítico con respecto al legado de Lenin. Ambos son representantes de la tradición del marxismo clásico que intentan aplicar a Rusia. Lo hacen de una manera original y creativa, pero pertenecen a esa tradición. Lenin pertenece íntegramente a esa tradición. Cuando se lee su crítica del populismo, es un marxista clásico de finales del siglo XIX y principios del XX, tiene una idea de progreso, del socialismo como desarrollo de las fuerzas productivas. Esa es también la cultura de Trotsky, pero él es un representante del marxismo clásico que, por las circunstancias de su vida y trayectoria intelectual, lo matiza mucho, lo problematiza hasta casi poner en cuestión algunas de sus premisas. En 1940 formula la idea de que si la Segunda Guerra Mundial no acabase con una revolución socialista, tendríamos que poner en cuestión la idea de que el proletariado es la fuerza capaz de cambiar el mundo y dirigir un proceso de emancipación. Es un pensador clásico cuyas certezas están más problematizadas.

Dicho esto, si leemos alguna cosa que escribe en la década de los 20 sobre la dominación de la naturaleza por la tecnología hay formulaciones terribles leídas hoy. Hay un Trotsky eugenista, no en el sentido fascista pero sí reproduciendo la idea utópica que surge con la revolución rusa de que todo se puede cambiar, que todo está abierto a una transformación radical porque la capacidad humana de cambiar el mundo es inagotable. Es una idea que se inscribe en una tradición utópica muy fuerte desde el siglo XIX, basada en el mito del hombre nuevo, una mezcla de Aristóteles, de Goethe, de Marx. El socialismo sería casi un proceso de selección hasta el hombre nuevo, que sería una especie superior. No es el superhombre de Nieztsche, que surgiría en un mundo de esclavos gracias a la dominación de la muchedumbre. Esa no es la idea de Trotsky, el hombre nuevo surgiría de un proceso de autoemancipación del conjunto de los seres humanos. Hay una ósmosis de marxismo clásico, de fe en el desarrollo de las fuerzas productivas con, al mismo tiempo, un impulso utópico muy fuerte que lo acerca a las vanguardias de su tiempo, y una capacidad de poner en cuestión todas esas premisas que lo acerca a la Teoría Crítica. Es un pensador de transición en un momento en que las premisas del marxismo clásico empiezan a vacilar y hay que repensarlas. Desde este punto de vista, es un pensador más interesante para mí que Lenin, pues la trayectoria de Lenin se acaba en 1924. Trotsky es también una pluma, su estilo es mucho más pedagógico que el de Lenin.

Foto: finlandiaestacion.com

F. y X. P.: Hay una cosa muy interesante en lo que has dicho. En un momento dado, Trotsky defiende una posición política muy dura, incluso diríamos que autoritaria, por ejemplo en Terrorismo y comunismo, que hay que contextualizar como dices. Los bolcheviques sabían lo que le había pasado a la Comuna de París y tenían muy presente esa imagen, sin la cual no se entiende su política durante la guerra civil. Trotsky empieza su crítica al estalinismo, por ejemplo, en El nuevo curso, con la cuestión de la burocracia, del desarrollo económico. Hay un punto de ruptura en el propio Trotsky cuando hace esa crítica al modelo de desarrollo antihumanista que proponía el estalinismo. A pesar de que este se apropia del programa de la industrialización, lo critica por sus costes humanos. ¿Cómo caracterizarías esa crítica a la burocracia, al estalinismo? ¿Como encajaría eso en el relato de la derecha, que dice que Trotsky se hizo un demócrata porque perdió frente a Stalin?

T.: Hay también un planteamiento muy perverso, que dice que Trotsky, como jefe del Ejército rojo, si hubiera ganado contra Stalin, hubiera sido la puerta abierta al bonapartismo. No estoy convencido de eso, aunque durante la guerra civil Trotsky es muy autoritario. Hay una discrepancia entre el autoritarismo de la guerra civil y su crítica del estalinismo después, cuando defiende la idea de una democracia socialista, del pluralismo partidario, del pluralismo de las opiniones y de la libertad en conjunto. Lo que me molesta mucho en la obra de Trotsky, más que sus decisiones como jefe del Ejército rojo, es la manera como teoriza la dictadura del partido. Por ejemplo, hay textos de sectores anarquistas que apoyan el régimen soviético en los primeros años, pero que critican a los bolcheviques durante la guerra civil, con bastante razón. La democracia soviética se estaba destruyendo, el pluralismo estaba siendo arrinconado, la censura es peligrosa y nefasta. Esto es incontestable, como también cuando denuncian la creación de campos de concentración que se dirigen no solo contra enemigos de la revolución. El problema es que los anarquistas no tenían una alternativa a la política de los bolcheviques. Los bolcheviques se convierten en una dictadura muy autoritaria en un contexto en el que la revolución está luchando por su supervivencia. Una victoria de la contrarrevolución hubiera sido una masacre espantosa. El problema es que teorizan la vía del autoritarismo como una especie de autopista hacia el socialismo. Esto, visto retrospectivamente, es muy peligroso, ya que es algo que facilitó el estalinismo.

Trotsky en Noruega, 1936 (foto: marxist.com)

F. y X. P.: El fascismo es uno de los temas que tratas con más intensidad y, de hecho, tus escritos sobre ese tema han tenido bastante repercusión en España. ¿Cómo evalúas los análisis que hace Trotsky?

T.: Los escritos de Trotsky sobre el fascismo están entre los más innovadores y originales desde el punto de visto teórico y, además, tenían una relevancia política fundamental. Si hubiera sido escuchado por la izquierda alemana de los años 30, el nazismo podría haber sido evitado. Son fundamentales desde un punto de vista historiográfico, político y teórico. Trotsky es uno de los primeros pensadores políticos en los años de entreguerras que captan la naturaleza del fascismo como fenómeno político que pertenece a la modernidad. Es decir, si leemos todos los debates de los antifascistas italianos exiliados o las primeras reacciones en Alemania al estallido del nazismo en 1930, en ellos no se comprende la naturaleza del fascismo. Hasta 1930 es una peculiaridad mediterránea, italiana, vinculada a una tradición. Se antropologiza el fascismo. Con la crisis de Weimar, el fascismo ya aparece como un fenómeno europeo y luego, con Austria y la guerra civil española, como un fenómeno general. Trotsky es uno de los primeros que captan que el fascismo es producto de la crisis de la Europa de entreguerras, no una simple reformulación de viejas formas de bonapartismo vinculadas a una tradición conservadora antiilustrada. El fascismo es la contra-ilustración, pero también modernidad en términos industriales y tecnológicos. El fascismo, a diferencia de las viejas formas de autoritarismo, moviliza a las clases populares y Trotsky lo comprende. El fascismo es una forma de dominio de las élites, es apoyado por las élites financieras, la gran burguesía, pero tiene su propia dinámica. Sus fundadores y dirigentes no son de la clase dominante: son plebeyos. Tiene una intuición que tiene cierta vigencia hoy: los movimientos de la derecha radical hoy no son la vanguardia del neoliberalismo, pero en un contexto de crisis como la de Alemania en 1932/33, las clases dominantes aceptan apoyar este movimiento. No se puede descartar que lo mismo suceda hoy.

F. y X. P.: Trotsky fue uno de los últimos renacentistas: soldado, militante, historiador, dirigente político, pero también tenía interés por otras cuestiones como el arte. Por ejemplo, toda su polémica contra el formalismo ruso en Literatura y revolución, o por el psicoanálisis.

T.: Es una faceta muy interesante de su trayectoria. En este campo, la comparación con Lenin es ilustrativa. Lenin está en Zúrich durante la Gran Guerra, la capital del dadaísmo, pero la mentalidad y los gustos estéticos de Lenin están muy lejos del dadaísmo y de la vanguardia. Trotsky, en cambio, ya durante su exilio en Viena es muy sensible al psicoanálisis, a las corrientes estéticas de la vanguardia. Literatura y revoluciónes una interpretación y una crítica de los movimientos de vanguardia que surgen en Rusia después de la revolución. Tiene una relación crítica pero muy sensible a esta efervescencia estética, cultural y literaria. Critica el futurismo, el suprematismo y en particular la corriente del prolet-kult. Como marxista clásico piensa que el socialismo tiene que desarrollarse asimilando las conquistas de la civilización anterior. Piensa que no se puede construir una nueva sociedad y una nueva cultura haciendo tabla rasa. Creo que tiene razón, pero al mismo tiempo es muy sensible a las exigencias de estas corrientes vanguardistas, no las rechaza, dice que hay que dialogar con ellas. Es el gran pensador revolucionario de entreguerras que establece un diálogo provechoso con el surrealismo y con el psicoanálisis. Sus interlocutores en México durante su exilio son Diego Rivera y Frida Kahlo, y en su Manifiesto por un arte revolucionario, en la época del fascismo y del estalinismo, reivindica la libertad total de la creación en el campo del arte. Este es uno de los legados más fructíferos de Trotsky.

Natalua Sedova, Frida Kahlo, Trotsky y Diego Rivera  (foto: marx21.net)

F. y X. P.: Como historiador aplica mucho ese método conocido como materialismo histórico. Tiene obras muy ambiciosas, como Historia de la revolución rusa.

T.: Hay algunos grandes libros de Trotsky como historiador. Isaac Deutscher dedica un capítulo de su biografía a Trotsky como historiador. Tiene su libro sobre la revolución de 1905, que es un gran libro de historia. Su libro Historia de la revolución rusaes una de las grandes obras sobre historia de las revoluciones, que se puede comparar a la historia de la revolución francesa de Michelet. También su autobiografía Mi vida, que es un gran texto histórico y literario, es uno de los grandes libros sobre la historia de la primera mitad del siglo XX. Es un gran historiador, pero estoy de acuerdo con vosotros con que está obsesionado con la idea de las leyes de la historia, lo cual es un legado del materialismo histórico y de cierto positivismo teórico e historiográfico. Pero por su sensibilidad literaria y artística sobrepasa esos límites. Su historia de la revolución rusa y su autobiografía no son los libros de historia que escribe Kautsky o los de los marxistas estructuralistas que aplican categorías muy pesadas y rígidas. Es mucho más creativo en su manera de escribir la historia. Al principio de Historia de la revolución rusa explica que las leyes del desarrollo desigual y combinado son la clave para interpretar la historia de Rusia y la crisis del zarismo, pero después su libro toma una dimensión narrativa, con la capacidad de describir los acontecimientos históricos con la sensibilidad de un escritor y un artista. Y llegamos al final a la conclusión de que la revolución rusa no es el producto de leyes históricas, sino el resultado de la irrupción de la subjetividad de los oprimidos en el teatro de la historia. Son los seres humanos los que hacen la historia, los sujetos y los actores de la historia en circunstancias no elegidas. Es un libro extraordinario porque tiene todas estas dimensiones, narrativa, literaria y analítica; es una interpretación que restituye el aliento de la historia. Dentro de este punto de vista hay muy pocos historiadores marxistas. E.P. Thompson o C. L. R. James son grandes historiadores, pero no teorizan la revolución y, desde luego, no la dirigen. Trotsky es alguien que teoriza la revolución, lidera la revolución y luego se hace historiador de la revolución. Este es un recorrido único.

Foto: Prensa Obrera

F. y X. P.: Hay otra cuestión importante en la biografía de Trotsky, que es su condición de judío en la Rusia zarista. Es muy conocida la anécdota de cuando Lenin le ofrece un cargo y él responde que no es buena idea dar ese cargo a un judío en Rusia. La contrarrevolución internacional caricaturizó a Trotsky como el prototipo de judío bolchevique. Lo cierto es que hay una conexión entre judaísmo y marxismo que has explorado mucho.

T.: Yo creo que es una dimensión importante en su vida y no solo en el recorrido intelectual o político de Trotsky. Leyendo su autobiografía, él hasta el final de su vida suprime esa dimensión, en el sentido psicoanalítico. Se queda en su subconsciente y no es capaz de elaborarla. Tiene todo un conjunto de estrategias para evitar tomar en cuenta esta dimensión. Pero es fundamental, porque si intentamos ubicar a Trotsky en el paisaje intelectual y político del siglo XX, es una figura arquetípica, en el sentido weberiano, del judío intelectual y revolucionario. Él nace en Ucrania, se considera ruso, escribe en ruso, pero durante todos sus exilios (Viena, París, Noruega, México) tiene el recorrido de un cosmopolita por definición. Trotsky es la encarnación de lo que Isaac Deutscher definía como el “judío no judío”, un judío que no se reconoce ya en el judaísmo como religión o herencia cultural, ya que lo considera una herencia del pasado que hay que rechazar. Marx tenía la misma actitud, es un herético, un judío sin fe. Al mismo tiempo vive en un mundo impregnado de antisemitismo. Su judeidad es regularmente evocada por sus críticos, es algo que él no puede evitar, es el contexto en el que vive el que le asigna esa identidad. A pesar de sus raíces en la cultura rusa, es una figura global, ya que su pensamiento implica una mirada global, mucho más que en otros pensadores de su época, esa mirada incluye al Sur, a Asia y Latinoamérica. Es un judío en ese sentido y al final de su vida reconoce que hay una cultura judía que tiene sus derechos, tiene una visión crítica respecto al sionismo. En su correspondencia con los trotskistas norteamericanos aparece este tema. A pesar de que lideró una revolución y creó un nuevo régimen, durante buena parte de su vida fue un exiliado, un marginal, un bohemio, un intelectual fuera de las instituciones académicas o del Estado, que jugó un papel en el movimiento de exiliados, en el cual los representantes de las minorías, los estigmatizados, eran muy importantes. Cuando crea la IV Internacional se da cuenta de que muchos de los nuevos miembros son marginales, no líderes de masas. Y eso tiene algo que ver con su judeidad. Hace poco leí Un espectro se cierne sobre Europa, de Paul Hanebrink, un libro sobre el mito del judío bolchevique, en el que el autor dice que es un mito antisemita, una invención de los nazis. Los judíos bolcheviques sociológicamente eran una pequeña minoría entre los judíos rusos. Eso es verdad, eran una minoría, la idea de la conspiración judía internacional es ridícula, pero si vemos la historia de los movimientos revolucionarios podemos constatar que los judíos ocupan un lugar desproporcionado, son una minoría muy importante en esos movimientos. Hay que distinguir entre el mito antisemita del judeobolchevismo y la relación orgánica que se establece entre los intelectuales judíos como parias marginales y las ideas de vanguardia y revolucionarias.

Presidencia del segundo congreso de la IV Internacional (París, 1948). De izquierda a derecha, Pierre Favre (PCI Francia), S. Santen (RCP Holanda), Pierre Frank (PCI Francia), Jock Haston (RCP Gran Bretaña), Colin de Silva (LSSP, Sri Lanka) y G. Munis (España)(foto: en.communia.blog/)

F. X. P.: Has mencionado ahora el tema de la fundación de la IV Internacional y precisamente es uno de los más polémicos en el legado de Trotsky. Hablamos del trotskismo como corriente política. Una corriente que ha tenido desarrollos variados, ya que hay formas muy diferentes de ver el legado de Trotsky. En Francia, por ejemplo, existe un cierto trotskismo cultural aceptado. En los países anglosajones, en donde no ha existido una tradición estalinista poderosa, es visto como uno de los grandes marxistas clásicos, pero sin un contorno muy definido. Un buen ejemplo de ello es toda la lectura teórica en torno a la New Left Review. A día de hoy, el trotskismo como corriente política sigue existiendo muy fragmentado, muy estrafalario a veces. En algunos países la figura de Trotsky genera mucha polémica, es visto como un parteaguas por la izquierda de tradición comunista. En España, por ejemplo, es un anatema, ya que aquí ha existido una tradición estalinista muy fuerte.

T.: Me he planteado hace tiempo la cuestión, porque yo mismo vengo del trotskismo. Cuando era joven y empecé a hacer política, ser trotskista significaba ubicarse en un paisaje político, era hacer crítica del estalinismo, que era la corriente hegemónica de la izquierda y del movimiento obrero. Ser trotskista significaba defender una cierta idea de estrategia política y de partido político. Para hacer una revolución y cambiar el mundo había que crear un partido. Me acuerdo de todos los debates sobre la revolución mundial como una convergencia entre la revolución anticapitalista en Occidente, una revolución antiburocrática en los países del socialismo real y una revolución antiimperialista en el Sur. El trotskismo significaba algo, es decir, ofrecía una identidad intelectual y político-estratégica clara. El último representante de esta tradición sería Ernest Mandel. Cuando el siglo XX se iba acabando, Mandel siguió en este recorrido y aparecía como un ciego que no sabía ya caminar, porque todas sus referencias cayeron. Si este es el trotskismo, el trotskismo pertenece a una época acabada, el siglo XX. Desde este punto de vista yo no me considero un trotskista. El trotskismo es una herencia del siglo XX, una época en la cual Trotsky hizo la revolución, teorizó la revolución, actuó y elaboró su pensamiento en contra de todas las formas de dominación. Es él quien encabeza en la izquierda la lucha contra el estalinismo, la socialdemocracia o el fascismo, esa es la herencia de Trotsky. Desde ese punto de vista, creo que los movimientos revolucionarios del siglo XXI pueden inscribirse en una continuidad. Pero que no es una continuidad de categorías estratégicas o de una determinada visión del partido. En mi constelación intelectual, Trotsky y el trotskismo ocupan un lugar fundamental como la Comuna de París y como Marx, teniendo en cuenta el hecho de que las revoluciones del siglo XXI no serán la Comuna de París o la toma del Palacio de Invierno. Entonces no es Trotsky el que puede ofrecernos las respuestas exactas a las preguntas que surgen de nuestro tiempo.

Hay dos planteamientos que me molestan mucho. Por un lado, los que ocultan el pasado y consideran que Trotsky es el horror, una de las caras del totalitarismo. Por otro, una pequeña minoría que hace todos los esfuerzos posibles para demostrar que Trotsky fue ecologista, que se pueden sacar de Trotsky todas las ideas necesarias para armar un proyecto hoy. Ambas posiciones son muy estériles. Se puede reconocer el papel de Trotsky y asumir su herencia críticamente. Hay que historizar su pensamiento, ya que hay muchas ideas que escribió en las que no nos podemos reconocer hoy. Al mismo tiempo, ser los últimos defensores del Viejo, el culto a Trotsky, tampoco nos lleva muy lejos. Estamos hablando del problema de cómo transmitir esta herencia a las nuevas generaciones. Para ellas hablar de Trotsky no significa mucho, pero sí se debe explicar que fue uno de los defensores y líderes de las revoluciones, que luchó en contra del estalinismo, del zarismo, del fascismo, del capitalismo. Eso significa algo. Se puede establecer desde las nuevas izquierdas radicales una relación con el trotskismo como la que Black Lives Matter tiene con los Black Panthers. Los Black Panthers hicieron muchas locuras y cometieron errores que no hay que repetir, pero la imagen es muy potente. Para todos los que se movilizan en Black Lives Matter, esa herencia significa algo. Si se puede redescubrir la figura de Trotsky en ese sentido, significará algo muy importante.

Brais Fernández y Xaquín Pastoriza son miembros de la redacción y del Consejo Asesor de viento sur

Fuente: Viento Sur núm. 173, 3 de febrero de 2021

Portada: Trotsky lee The Militant, órgano de la Liga Comunista de EE.UU., en su despacho, 1931 (foto: i.imgur.com)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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