Arthur Lima de Avila[1]*
Traducción de Montserrat Moreda García y Quique Hervés
En el título de un libro del 2002, en el que se proponía «repensar el pasado en un mundo de cambios», el historiador norteamericano Eric Foner [1943] preguntaba a sus lectores y lectoras, quién era, finalmente, el dueño o la dueña de la historia. Como respuesta, el historiador norteamericano afirmó que esta pertenecía «a todos y a nadie», precisamente porque a sus ojos, el estudio del pasado (y del presente) sería «un víaje sin fin de descubrimientos» 1.
Foner estaba cuestionando así, el sentimiento compartido, muy extendido entre la historia académica, de que el pasado debía ser custodiado con riguroso celo. Por el contrario, afirmaba que la historia, aunque importante, apenas sería una de las múltiples maneras en las que los seres humanos, intentan darle sentido a sus existencias. Desde este punto de vista, la historia era sólo una entre las diversas disciplinas participantes en el debate sobre la forma en la que las comunidades vivieron, viven y les gustaría vivir.-Y esta pluralidad sería fundamental para la vida de nuestras democracias.
Sin embargo, ¿qué podemos hacer cuando el espacio público es ocupado, de forma cada vez más visible, por negacionismos de todo tipo que ansían no sólo respetabilidad historiográfica, sino hegemonía intelectual, es decir, el control más o menos estricto sobre cómo hemos de imaginar el pasado? Esta es la pregunta a la que trataré de responder en este artículo.
¿Negacionismo o revisionismo?
Tomemos como ejemplo el caso brasileño: recientemente varias iniciativas empresariales e intelectuales, de las cuales tal vez la más conocida sea Brasil Paralelo, han reconfigurado la historia de la dictadura cívico-militar (1964-1985), minimizando tanto su violencia como su autoritarismo y buscando rehabilitarla como un “momento fundacional» de la democracia brasileña, ya que supuestamente habría abortado una “revolución comunista » en curso durante el gobierno de Joâo Goulart.
Se recurre para ello, tal como observa el historiador Fernando Nicolazzi, a una serie de omisiones factuales, distorsiones en el registro histórico y silencios sobre datos inconvenientes del mismo período 2. En definitiva, lo que surge de la lectura del pasado por parte del grupo empresarial (pues hablamos de una empresa ) es una «interpretación» higienizada y -para despecho de las supuestas intenciones de imparcialidad de sus autores- manipulada ideológicamente para dar legitimidad a los proyectos políticos que actualmente gobiernan el país 3, cuyo Presidente de la República es un ferviente defensor del régimen instaurado en 1964. De este modo, es posible decir que, por lo que respecta a la historia brasileña reciente, esta iniciativa pone de manifiesto un intento de rehabilitación de la propia dictadura cívico-militar que equivaldría, o al menos esta sería una de las posibles interpretaciones, a una operación negacionista.
¿Qué quieren suprimir de la historia los negacionistas?
Con todo, la dictadura, no es el único objeto de rehabilitación en este tipo de narrativas, ni tampoco lo es específicamente en los proyectos de esa empresa. La esclavitud africana/afro-brasileña y el tráfico atlántico de seres humanos son igualmente desprovistos de sus horrores y violencias. Para alguno de los colaboradores de Brasil Paralelo, la esclavitud habría “dejado algunos legados”, sin que cite cuáles son ni qué efectos de esa esclavización masiva en la estructuración de nuestras profundas desigualdades sociales -su herencia, según el- serían superadas única y exclusivamente “con el paso del tiempo”. El desarrollo de la historia trataría, por tanto, de redimir la propia historia 4.
Utilizando otro ejemplo: es bastante sintomático que para el periodista y escritor Leandro Narloch, contratado para producir «opiniones políticamente incorrectas» sobre nuestra historia, el hecho de que los ex-cautivos hayan tenido esclavos, probaría, no la perversidad y amplia penetración de la esclavitud en la sociedad brasileña, sino «una carga compartida», lo que alejaría la posibilidad tanto de responsabilizar a los colonizadores de la creación del sistema esclavista y del tráfico de seres humanos, como de reconocer los privilegios históricos derivados de ello 5.
Entre estas percepciones y los despropósitos hay un pequeño paso. Merece la pena recordar aquel proferido por el actual Presidente cuando, durante la campaña electoral, afirmó que los portugueses “nunca han esclavizado a nadie” (según el político, lo habrían hecho los africanos). De minimización en minimización, llegamos al negacionismo.
Como todos los negacionistas, estos que observamos en Brasil no son políticamente inocentes, aunque pretendan ostentar visos de verosimilitud. Dicho de otro modo, evidencian sus esfuerzos por eliminar de nuestro horizonte intelectual y político, aquellas representaciones más fuertemente comprometidas con perspectivas democratizadoras de nuestra historia, especialmente de aquellas empeñadas en desvelar «heridas históricas» fundacionales 6. Historias que no ocultan, por tanto, todo lo que significaron para diversas colectividades, injusticias y brutalidades, todavía muy perceptibles, desde el racismo a las desigualdades sociales, pasando por la continua violencia estatal contra grupos específicos.
Atendiendo a sus fines, estas interpretaciones negacionistas intentan transformar el reconocimiento de esas heridas históricas, así como el debate abierto y honesto sobre ellas, en un conjunto de ideas violentamente rechazables, tachándolas de «adoctrinamiento izquierdista» o, utilizando un vocabulario recurrente entre los que rechazan la existencia de estas manchas, minucias[1]*.
La negación del pasado equivale, en este sentido, a la negación del presente: si ningún proceso histórico es causa de los problemas contemporáneos, éstos pueden ser interpretados de dos formas: por un lado, como el resultado de simples opciones individuales y, por el otro, como consecuencia de predisposiciones o talentos innatos. Del mismo modo, si, como afirman los colaboradores de Brasil Paralelo, la Constitución aún (¿aún?) vigente en el país es el resultado del retorno de los derrotados en 1964 al poder, entonces es la propia legitimidad de nuestra democracia la que está en cuestión. Algo que, evidentemente, coincide con los intereses inmediatos de aquellos que se habían imaginado fundando un nuevo orden después de las elecciones de 2018 y que, durante años, ya habían propalado reiteradamente opiniones de desprecio contra nuestro régimen democrático.
Ante todo eso, es natural que historiadoras e historiadores no sólo se pregunten sobre «¿qué hacer?», sino que también traten de encontrar los orígenes de estos problemas. Aún más: ¿qué hacer para resguardar la importancia de un conocimiento histórico digno para nuestra sociedad, que nos ayude también, a confrontar nuestros dilemas de forma inteligente y éticamente responsable?
Sabemos que estas preguntas no son nuevas y que no están circunscritas al debate brasileño, pues el fantasma del negacionismo está adquiriendo dimensiones globales en los últimos años: desde los intentos japoneses de negación de los crímenes cometidos durante su ocupación de Corea y Manchuria 7, la conocida insistencia de sectores ultraconservadores norteamericanos en rechazar el carácter racista y esclavócrata de la antigua Confederación sudista 8, que tanto defienden, pasando por las invectivas recientes del gobierno polaco contra las evidencias de complicidad de ciudadanos del país con el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial 9 y por la rehabilitación pseudocientífica del colonialismo europeo 10.
¿Es posible el diálogo entre las narrativas negacionistas y las Teorías de la Historia?
El ascenso de estas (im)posturas intelectuales hizo, según Ethan Kleinberg 11, que algunos historiadores e historiadoras levantaran su voz una vez más contra los «relativismos» y «escepticismos» referidos a la verdad histórica en los debates sobre la Teoría de la Historia de las últimas décadas. Una llamada de atención que retornó al escenario historiográfico ante el avance de las fake news y de la pos-verdad en el mundo de la política.
El argumento es más o menos simple: el negacionismo habría sido posibilitado por las crecientes dudas teóricas sobre la capacidad de la historiografía de alcanzar verdades plenas sobre el pasado y habría sido legitimado, de acuerdo con esta argumentación, por el surgimiento de ese «relativismo escéptico» y sus (supuestas) afirmaciones sobre la validez de cualquier interpretación histórica. Además, esto habría contribuido también a la actual proliferación de narrativas falsas sobre diversos acontecimientos y al descrédito público de una “historia verdaderamente científica».
Sin embargo, estos alegatos son vagos y, en última instancia, contraproducentes para combatir las falsas historiografías actuales, en la medida en que oscurecen los orígenes de los negacionismos contemporáneos, que poco o nada tienen que ver con las discusiones teóricas arriba mencionadas. Los negacionistas no son, por definición, «relativistas». Antes al contrario, su «escepticismo» está anclado en un deseo objetivista que no se diferencia demasiado del de la ya superada historiografía conservadora: revisionistas, negacionistas del cambio climático, el movimiento antivacunas, nacionalistas y supremacistas blancos y autoritarios no son, y no quieren ser considerados, posmodernos, construccionistas o deconstruccionistas. Desean ser considerados «realistas».
Es en este terreno donde hacen sus afirmaciones y es en este sentido en el que sus metodologías y postulados teóricos subyacentes se alinean con aquellos y aquéllas que culpan a la teoría posmoderna de la posverdad 12.
Y esto nos lleva, de nuevo, exactamente al centro del problema: ¿qué hacer? ¿qué hacer para, por un lado, asegurar un conocimiento histórico mínimamente responsable, y, por otro, garantizar que no caigamos en los mismos deseos absolutistas proyectados tanto por los negacionistas como por la concepciones monolíticas de la disciplina? En otras palabras, ¿cuáles son nuestras responsabilidades en esta coyuntura?
Consideraciones sobre el lugar de los historiadores en este escenario
En primer lugar, no se combatirá una mala historia con otra peor todavía, o sea, no debemos sustituir un deseo absolutista por otro, sólo que de signo contrario, pues esto significaría una cerrazón intolerable sobre lo que podemos y queremos pensar sobre nuestros pasados y presentes.
Es necesario, por tanto, reforzar la afirmación de Foner sobre que la historia es un «viaje sin fin de descubrimientos», en el que estamos constantemente revisitando el pasado de acuerdo con las necesidades que consideramos actuales, no sólo para obtener testimonio factual de lo que allí se produjo, sino, principalmente, para que podamos, como ciudadanos, interrogarnos sobre qué hacer con lo que se ha hecho y se hace con nosotros .
Más que un un ejercicio que enclaustra el pensamiento, como lo son los negacionismos y los absolutismos intelectuales de todo tipo, la historia, académica o no, debería ser la «introducción a la invención de la vida» para que los seres humanos puedan «descubrir qué desean y qué quieren ser” 13.
En este sentido, los negacionismos son formas de rechazo literal de estas posibilidades, no sólo porque apagan, silencian y ocultan la facticidad de los pasados que han generado nuestros presentes, sino también porque imponen sentidos únicos y autoritarios para la historia y para la vida. El peor de los mundos.
Por eso mismo, las Ciencias Humanas, y no sólo la historiografía, necesitan resaltar sus credenciales pluralistas, sin el temor de que esto pueda ser calificado de «relativismo». Si es necesario, siempre, desvelar la relación de cualquier narrativa con los poderes constituidos, incluso los que cuentan con nuestra simpatía. Hay que afirmar también que el buen conocimiento es poder; poder, sobre todo, para intervenir en el mundo y superar aquello que nos quieren imponer como destino, sino o cargas insuperables.
Esto, sin embargo, no es una invitación a la manipulación factual ni a la falta de rigor conceptual característicos de las malas historias, pues siempre podemos recurrir a la responsabilidad en el uso de las evidencias y del marco teórico-metodológico para diferenciar entre interpretaciones legítimas del pasado, meras opiniones, mala fe (aunque, quizás, sea inconsciente) y, finalmente, puras y simples mentiras. El pluralismo no es la aceptación acrítica de cualquier historia, una especie de «todo vale» intelectual que no distingue entre lo que es legítimo e ilegítimo en el trabajo historiográfico.
De la misma manera, frente a representaciones simplificadas del pasado, historiadores e historiadoras tienen la responsabilidad de -en palabras de Friedlander 14– «reintroducir la complejidad de los acontecimientos históricos, la ambigüedad del comportamiento humano y la indeterminación de procesos sociales más amplios», especialmente, aquellos que todavía forman parte del presente y afectan las vidas de millones de individuos. De esta manera, si la última palabra, según nos dijo Paul Ricoeur 15, es siempre de la ciudadana y del ciudadano, es necesario que, al tomar las decisiones que quieran tomar, estén informados, no por simplificaciones y negaciones de todo tipo, sino por las historias ética, teórica y empíricamente responsables. Aquí, así, reside la importancia de una historiografía disciplinada, francamente contraria a absolutismos diversos y comprometida con un pluralismo que rechaza el confinamiento de nuestras imaginaciones sobre el ayer y el hoy.
Conclusión
En definitiva, lo que anhelan los negacionismos no es la revisión, legítima, del conocimiento histórico, sino su clasificación en categorías estancas supuestamente ancladas en una verdad que no admite, por su carácter absoluto, contestación alguna. No es sorprendente que los negacionistas de todo tipo transformen sus iniciativas intelectuales en verdaderas cruzadas políticas, casi apocalípticas, porque, al fin y al cabo, es de eso de lo que se trata: de expulsar del horizonte político e intelectual cualquier contestación, siempre asociada a conspiraciones y doctrinas que difieran de sus narrativas.
Sus periódicas reapariciones nos recuerdan, así, que la historia es siempre algo discutido y discutible, utilizado y utilizable, para diferentes fines por diferentes actores sociales, y que no hay ninguna garantía de que, en un momento dado, las personas no opten por creer en sinsentidos variados. Eso ya ocurrió antes y no hay motivos, a no ser por un optimismo alejado de la realidad, para creer que no ocurrirá nuevamente.
Para nosotros, historiadores e historiadoras, son fundamentales la tenacidad y serenidad para afrontar tamaños problemas, incluso aunque nos parezcan absurdos, desesperanzadores, o un abandono de nuestras funciones. Es necesario rescatar nuestras promesas, siempre provisionales y pasajeras, pero no menos potentes, para con los vivos y para aquellos y aquellas que ya no están entre nosotros. Por último, debemos recordar con Walter Benjamin 16 que el avance de estos negacionismos y de los proyectos intelectuales y políticos a ellos asociados, nos recuerda que, en nuestras actuales circunstancias, ni los muertos están seguros.
* En el original se utiliza la onomatopeya mimimi, que remite al llanto o al sollozo, y que se aplica en Brasil peyorativamente a aquellos que siempre se están lamentando o quejando. Un ejemplo de su uso en el video “Bolsonaro: vamos mudar Brasil, chega de mi mi mi” (2018). Acceso [11/05/2019]
[1] FONER, Eric. Who Owns History? New York: Hill and Wang, 2002, p. XIX.
2 NICOLAZZI, Fernando. O Brasil Paralelo entre o passado histórico e a picanha de papelão.I/& NICOLAZZI, Fernando. A história da ditadura contada pelo Brasil Paralelo.
3 En el vídeo sobre la dictadura cívico-militar “1964: o Brasil entre armas e livros” (2019) producido por el grupo, uno de los colaboradores llega a preguntarse “¿que rayos de dictadura era aquella?”, en unha clara tentativa de minimizar o incluso negar, por ejemplo, las torturas acontecidas durante el régimen, o que, en otro momento, este sea calificado como “broma de niño” por un segundo comentarista. En relación a esto, habría que preguntarse si las torturas documentadas y descritas, entre otras, por Caroline Silveira Bauer (2011) en una obra de referencia sobre el tema, pueden ser consideradas “bromas de niño”. BAUER, Caroline Silveira. Brasil e Argentina: ditaduras, desaparecimentos e políticas de memória. Porto Alegre: ANPUHRS/Medianiz, 2014.
4 Vídeo “Escravidão no Brasil”, publicado no cala de YouTube do grupo em 2017. Consulta [11/05/2019]
5 NARLOCH, Leandro.Guia Politicamente Incorreto da História do Brasil. São Paulo: Leya, 2009.
6 CHAKRABARTY, Dipesh. History and the politics of recognition. In: MORGAN, Sue; MUNSLOW, Alun & JENKINS, Keith. Manifestos for History. London: Routledge, 2007. p. 66-67.
7 Ver BLACK, Jeremy. Clio’s Battles. Bloomington: Indiana University Press, 2015. p. 207-213.
8 Ver FONER, Eric. Battles for Freedom: the use and abuse of American history. New York: I. B. Tauris/The Nation, 2017. p. 175-190.
9 Ver washingtonpost
10 Me refiero a las polémicas que han rodeado tanto la lei francesa 2005-158, que instaba a los docentes a enseñar los “aspectos positivos del colonialismo” a los y las esdudiantes del país, luego parcialmente rechazada, y la polémica en torno a un artículo publicado en el 2017 en la revista Third World Quarterly, en la que el autor abogaba por un “nuevo colonialismo” para “civilizar África” y que, tras unha agria controversia, fue retirado (Nota del traductor: el artículo en cuestión, escrito por Bruce Gilley bajo el título “The Case for Colonialism”, provocó efectivamente un enorme revuelo. Ver al respecto: Colleen Flaherty Is Retraction the New Rebuttal? Publicado 19/09/2017. Acceso [11/05/2019])
11 KEINBERG, Ethan. Pandering to the timid.: the truth about post truth. Wild On Collective, 2019. In: http://theoryrevolt.com/post-truth.
12 KLEINBERG, Ethan. Pandering to the timid. p. 3.
13 FANON, Frantz. Black Skins, White Masks. New York: Grove Press, 2008, p. 204-205.
14 FRIEDLANDER, Saul. History, memory, and the historian: dilemmas and responsibilities. In:New German Critique, vol. 21, spring-summer 2000, p. 14.
15 RICOEUR, Paul. A memória, a história, o esquecimento. Campinas: Editoria Unicamp, 2007.
16 BENJAMIN, Walter. Teses sobre o conceito de história. In: Obras Escolhidas, vol. 1: magia e técnica, arte e política. São Paulo, Brasiliense, 2012. p. 244. [
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
- BAUER, Caroline Silveira. Brasil e Argentina: ditaduras, desaparecimentos e políticas de memória. Porto Alegre: ANPUHRS/Medianiz, 2014. Acceso [11/05/2019]
- BENJAMIN, Walter. Teses sobre o conceito de história. In: Obras Escolhidas, vol. 1: magia e técnica, arte e política. São Paulo, Brasiliense, 2012.
Disponibles en castellano, conforme a la traducción de Reyes Mate, con un estudio crítico de Raimundo Cuesta Acceso [11/05/2019]
- BLACK, Jeremy. Clio’s Battles. Bloomington: Indiana University Press, 2015. p. 207-213.
- CHAKRABARTY, Dipesh. History and the politics of recognition. In: MORGAN, Sue; MUNSLOW, Alun & JENKINS, Keith. Manifestos for History. London: Routledge, 2007. p. 66-67.
- FANON, Frantz. Black Skins, White Masks. New York: Grove Press, 2008, p. 204-205 [Existe edición en castellano: FANON, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Editorial Akal, 2009]
- FONER, Eric. Who Owns History? New York: Hill and Wang, 2002.
- FONER, Eric. Battles for Freedom: the use and abuse of American history. New York: I. B. Tau-ris/The Nation, 2017. p. 175-190.
- FRIEDLANDER, Saul. History, memory, and the historian: dilemmas and responsibilities. In: New German Critique, vol. 21, spring-summer 2000, p. 14
- KEINBERG, Ethan. Pandering to the timid.: the truth about post truth. Wild On Collective, 2019.
- NARLOCH, Leandro. Guia Politicamente Incorreto da História do Brasil. São Paulo: Leya, 2009.
- NICOLAZZI, Fernando. A história da ditadura contada pelo Brasil Paralelo.
- NICOLAZZI, Fernando. O Brasil Paralelo entre o passado histórico e a picanha de papelão.
- RICOEUR, Paul. A memória, a história, o esquecimento. Campinas: Editoria Unicamp, 2007.[Existe una reciente reedición española: RICOEUR, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Editorial Trotta, 2010]
[1]* Arthur Lima de Avila posee el grado en Historia por la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, máster em Historia por la Universidade Federal do Rio Grande do Sul y doctorado en Historia por la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, com beca del CNPq. Su tesis recibió el Premio Capes 2011 en Historia. Actualmente es Profesor Adjunto en el Departamento de Historia de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul. Tiene experiencia en el área de Historia, especialmente en Historia de América, Teoria de la Historia, Historiografía e Historia de los Estados Unidos. Imparte docencia principalemente en los siguientes temas: teoría de la historia, historia intelectual, usos del pasado, historiografía norteamericana, historia del Oeste norteamericano y de los Estados Unidos.
PULICACIÓN ORÍGINAL: AVILA, Arthur de Lima. Qual passado usar? A historiografia diante dos negacionismos : Café História – história feita com cliques. Publicado 29 abr. 2019. Acesso: [11/05/2019].
Foto de portada: Campo de Exterminio y Concentración de Auschwitz, Polonia. Foto: Peter 89ba – Pixabay.
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