El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Lucía Prieto Borrego
Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin.
Esta frase es la primera de una «novela» que viene de la mano de una librera experimentada. No se trata de una obra de ficción pues nada hay en el relato que no sea realidad, pero esa realidad tamizada por la mirada de una niña parece imaginada. Lea, la protagonista crece como una crisálida envuelta en una madeja de mentiras que la protegen de la exclusión. Vive en una sociedad oprimida en la que su familia tiene cuentas pendientes por su pasado político. Tenía once años cuando al volver de la escuela se encontró con una multitud que gritaba la palabra democracia, no sabía que significaba. Asustada, se abrazó al gigante de bronce que según le habían enseñado amaba a los niños. Aquel día de diciembre de 1990 comenzó en Albania el proceso que condujo a la desaparición del sistema comunista. El mundo que Churchill había situado tras un metafórico Telón de Acero estaba prácticamente periclitado.
El año anterior, el muro de Berlín había caído. En el último bastión estalinista apenas se habló de ello. En la escuela el hecho se situó en el territorio de los enemigos de la patria: el imperialismo, el revisionismo y la URSS. Enver Hoxha, el jefe del Estado jamás aceptó que Nikita Jrushchov se hubiera aproximado a Tito tras desenmascarar a Stalin. A los niños albaneses les enseñaban que debían ser leales al purismo comunista. La pequeña Lea amaba tanto al Tío Enver como al dictador soviético, muerto en 1953. Ese amor germinó en una educación escolar basada en la más pura ortodoxia estalinista. Por otra parte, el relato del nacionalismo albanés se vertebraba en la lucha por la independencia. El país tan pequeño como orgulloso había mantenido su independencia frente a la invasión italiana y nazi gracias al arrojo de la guerrilla comandada por un brigadista de la Guerra Civil española, Enver Hoxha. El mito fundacional de la Albania posterior a la Segunda Guerra Mundial fue la resistencia partisana. Ausente de la sociedad comunista cualquier referente religioso, los partisanos eran objeto de un culto cívico y a su vez sujetos de la construcción de la memoria pública antifascista. No había mayor orgullo para los escolares que tener un ascendiente partisano. Lea no solo no lo tenía sino que su apellido, Ypi, era el mismo de uno de los personajes históricos más detestados, el primer ministro del gobierno monárquico que entregó el país a Mussolini. En el colegio su infelicidad era doble por más que reiterara a sus compañeros que nada vinculaba aquel colaboracionista con su familia.
La escuela, principal instrumento de socialización, es en Libre utilizada por la autora para diseccionar el entramado institucional de la República Popular Socialista de Albania. Junto a ese plano la narración va captando diversos aspectos de la vida cotidiana para perfilar el retrato del país bajo el socialismo. Esos aspectos en la percepción de la niña, lejos de ser sombríos tienen el brillo del recuerdo incontaminado de la infancia. En los años ochenta, la realidad material de Albania está muy lejos de las pautas de consumo y desarrollo de la sociedad occidental. Parece intencionada la atención prestada en el relato a la Coca-Cola. La bebida más icónica del «imperialismo» apenas era consumida. Su continente —una lata cilíndrica de color rojo— se recogía afanosamente cuando la tiraban los turistas. Su posesión era tan preciada porque las amas de casa las utilizaban como objeto decorativo. Occidente penetra en unos hogares en blanco y negro a través de la televisión italiana y del incipiente turismo. A Lea y a sus amigas los niños occidentales les parecen extraños. Les seducen sus ropas, sus golosinas y sus juguetes. Eran artículos que solo se vendían en tiendas para turistas y a los que ellos no tienen acceso. La maestra los consuela: en Occidente hay niños muy ricos o muy pobres, en Albania todos los niños son iguales.

Entre la escuela y la calle, la narración se proyecta sobre la vida de una familia de disidentes políticos. Lea ignora que lo son. Ni sus padres ni su abuela pueden permitirse poner en riesgo a la niña al manifestar su oposición al sistema que los despojó de todas sus posesiones materiales, su cultura y su religión. Sobre la historia familiar pesa el silencio que cualquier totalitarismo impone a los derrotados. De ahí que a medida que pasan los años, las respuestas evasivas sean para Lea cada vez menos convincentes. Solo tiene una certeza para ella incomprensible: en su casa, a diferencia de todas las demás, no había un retrato enmarcado del Tío Enver. No entendió que cuando Hoxha murió el 11 de abril de 1985, su familia siguiera el funeral por televisión sin derramar una lágrima. Por el contrario, ella creía que el mundo se hundiría sin el líder que gobernaba desde 1945. Realmente estaba en lo cierto. Aquel año, Mijail Gorbachov alcanzó la Secretaría General del Partido Comunista en la URSS. Comenzaba el Fin de la Historia.
Obviamente el subtítulo de Libre alude al célebre artículo de Francis Fukuyama «¿El fin de la historia?» publicado en The National Interes (1989). El argumento central de una de las teorías más controvertidas de los años noventa es la culminación de la evolución ideológica de la humanidad en la democracia liberal y que la consecución de esta es el Fin de La Historia. Una vez desaparecido el mundo soviético, desaparece también el comunismo. No existirán, pues, alternativas a la universalización del liberalismo. Será el fin de las ideologías; el triunfo del liberalismo en lo político y capitalista en lo económico.
La Transición al nuevo modelo liberal es el eje de la segunda parte de la obra. Prevalece el análisis político, económico y cultural sobre el discurso subjetivo. Aun así la autora no renuncia a dar voz a la niña que aún era cuando los albaneses dejaron de ser comunistas. Los niños se preguntaban ¿se celebrará la Navidad? ¿Qué haremos ahora los domingos? Los adultos tenían referentes de un mundo anterior, los más jóvenes no. Los musulmanes que nunca dejaron de serlo recobraron las mezquitas y los disidentes los recuerdos de su otra vida. Para Lea fue un desgarró enterarse de que el odiado primer ministro del rey Zog era en realidad su bisabuelo; que su familia pertenecía a la burguesía, la clase que le habían enseñado a odiar y que nunca habían amado ni a Hoxha ni a Stalin como los amaba ella. Los padecimientos de sus padres y sus abuelos —ambos represaliados— no la conmovieron. Al fin formaban parte de la humanidad privilegiada y quizá merecieron su castigo. El aprendizaje institucional había modelado a la pequeña con un cincel más fino que el mutismo familiar.

La manifestación más evidente y más inmediata de la Transición fue la destrucción de la estatua de Hoxha en el centro de Tirana y las nuevas pautas de consumo. Tras las primeras elecciones libres se implementaron las medidas destinadas a un cambio estructural en la economía. La autora recoge la presencia de James Baker, secretario general de los EEUU, en Tirana apadrinando la Transición y enumera los campos de actuación de la conocida Terapia de Choque: privatización de los Servicios Públicos y liberalización del mercado… En definitiva, la aplicación del pensamiento económico de la Escuela de Chicago. No sin ironía, Lea Ypi afirma que Milton Friedman y Von Hayek habían sustituido a Marx y Engels de la noche a la mañana.
La Terapia del Shock antes de su aplicación en los años noventa en las transiciones del Este había sido ensayada, bajo la inspiración de Friedman en el Chile de Pinochet. Décadas después, Naomi Klein en su famosa obra La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (2007) popularizó el término asociándolo al conjunto de medidas drásticas impuestas a una población traumatizada por desastres naturales: sustitución de la escuela pública por escuelas charter en Nueva Orleans, tras el huracán Katrina; ocupación por promotores urbanísticos de la costa de Sri Lanka tras el tsunami de 2004 o las privatizaciones masivas en Irak tras la intervención estadounidense. En Albania el capitalismo se impuso a costa de una sangría demográfica y de la guerra civil.
La niña que había sido feliz amando a Stalin y a Hoxha confiesa que sus años de adolescencia fueron muy desdichados. En 1990 fue por última vez a un campamento pionero, después desaparecerían los clubes de lectura, canto, ajedrez… que ocupaban las tardes de su infancia pero se abrían por primera vez bares y discotecas, la mayoría gestionadas por mafias dedicadas al narco-tráfico y a la Trata. Tras la remodelación de las empresas estatales el paro que primero afectó a la comunidad gitana se generalizó provocando una migración masiva a Italia. Lea conoce de primera mano la situación de sus compatriotas en el puerto italiano de Bari y es testigo de la dramática situación de miles de niños abandonados en los orfanatos. Esas experiencias conviven con una historia personal marcada por la desestructuración familiar, tras la huída de su madre y su hermano a Italia.

Lea Ypi, experta en Marxismo y en Teoría Política, nos ha dejado un testimonio de gran valor historiográfico, sin merma del literario. Su infancia transcurrió en la Albania que había rechazado el revisionismo del XX Congreso del Partido Comunista de la URSS y el antimarxismo de Jrushchov. Albania fue hasta 1990 el mismo estado y la misma sociedad retratada por el gran autor, también albanes, Ismail Kadaré en El gran invierno. Una novela centrada en el pulso que Hoxha planteó al dirigente soviético en 1961. El antiguo partisano enfrentó los ataques de todos los líderes comunistas del mundo. Entre ellos el de Dolores Ibárruri, «la vieja sin patria» a la que Kadaré da voz en su novela. De aquel episodio trascendental se derivó el inmovilismo y el retraso del reformismo en Albania. Un país tan pequeño que al nacer dejó fuera de sus fronteras a los albaneses de Macedonia y Kosovo. Si Albania había desafiado a la URSS, otros albaneses, los de Kosovo precipitaron el Fin de la Historia en Yugoslavia desafiando a Serbia.
El Fin de la Historia alcanzó al mundo socialista del Báltico al centro de Asia. Pero no fue el final feliz imaginado por Fukuyama. De aquel proceso no faltan análisis geopolíticos ni historiográficos. No es escasa la atención a los factores identitarios, responsables de procesos inacabados en Moldavia, Armenia y Azerbaiyán. Pero no dejan de ser útiles al historiador obras como la de Lea Ypi para Albania o las de Nino Haratischwili, autora de dos magnificas novelas: La luz perdida para la independencia de Georgia y La gata y el general para la guerra de Chechenia. La literatura que nos va llegando del Este sitúa el Fin de la Historia en escenarios de sangre para aproximar al lector al rostro más humano de la Historia.
Reseña del libro de YPI, Lea (2023): Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia. Traducción de Cecilia Ceriani. Barcelona: Anagrama.
Fuente:
Portada: imagen perteneciente al reportaje fotográfico “Paradoxes of communist Albania: State of slogans” de Ferdinando Scianna y Martin Parr, en telegrafi.com.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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