Dani Rodrik (Estambul, 1957), profesor de economía política internacional en Harvard, es bien conocido por el trilema de la globalización: un triángulo cuyos vértices son la globalización económica, la soberanía nacional y la democracia. ¿El problema? Solo se pueden escoger dos, y los demócratas liberales han tratado de tener las tres al mismo tiempo, provocando el descontento de sus votantes. En esta colaboración cuestiona la burbuja en la que suele encerrarse el análisis económico lo que impide ver el mundo en toda su variedad y tomar las decisiones correctas. Esta advertencia resulta pertinente en un momento en que se está implantando una política económica de controlar la inflación con la subida de tipos de interés obligando a los trabajadores a aceptar salarios más bajos con el añadido del desempleo. ¿Es la única política posible?
Conversación sobre la historia
Aunque los economistas finalmente están abordando los desequilibrios raciales y de género de su profesión, la economía no será una disciplina verdaderamente global si no se produce una mayor representación de voces de fuera de América del Norte y Europa Occidental.
Al principio de su carrera, el economista Joseph E. Stiglitz pasó una larga estancia en Kenia, donde le llamaron la atención varias rarezas en el funcionamiento de la economía local. La aparcería era una de esas anomalías. Si se exigía a los agricultores que entregaran la mitad de su cosecha a los terratenientes, se preguntaba Stiglitz, ¿no supondría esto un sistema muy ineficiente, equivalente a un impuesto del 50% sobre la actividad del trabajador? ¿Por qué persiste este sistema?
La búsqueda de Stiglitz para resolver esta paradoja lo llevó a desarrollar sus teorías fundamentales sobre la información asimétrica, por las que más tarde recibiría el Premio Nobel de Economía. «El tiempo que pasé en Kenia», recuerda, «fue fundamental para el desarrollo de mis ideas sobre la economía de la información».
Del mismo modo, el economista Albert O. Hirschman estaba en Nigeria cuando observó un comportamiento que le pareció desconcertante. La compañía de ferrocarriles, durante mucho tiempo un monopolio público, había empezado a enfrentarse a la competencia de los camioneros privados. Pero en lugar de responder a esta presión abordando sus numerosas y evidentes ineficiencias, la empresa simplemente se deterioró aún más. La pérdida de consumidores, razonó Hirschman, había privado a la empresa estatal de una valiosa retroalimentación. Esta observación sobre el transporte ferroviario en Nigeria fue la semilla que dio lugar a su fenomenal e influyente libro Exit, Voice, and Loyalty [Salida, voz y lealtad]. (Hirschman también merecía plenamente un Premio Nobel, pero nunca lo obtuvo).
Estas historias atestiguan el valor de poder ver el mundo en toda su variedad. Las ciencias sociales se enriquecen cuando la sabiduría recibida se enfrenta a comportamientos o resultados «anómalos» en entornos desconocidos, y cuando se tiene plenamente en cuenta la diversidad de las circunstancias locales.
Esta observación debería ser incontestable. Sin embargo, no lo sabríamos por la forma en la que está organizada la disciplina económica. Las principales revistas de economía están pobladas predominantemente por autores con sede en un puñado de países ricos. Los guardianes de la profesión proceden de instituciones académicas y de investigación de esos mismos países. La ausencia de voces del resto del mundo no es meramente una inequidad; empobrece la disciplina.
Cuando recientemente asumí la presidencia de la Asociación Económica Internacional, busqué datos sobre la diversidad geográfica de los colaboradores de las publicaciones económicas, pero me encontré con que la información exhaustiva y sistemática era sorprendentemente escasas. Afortunadamente, los datos recogidos recientemente por Magda Fontana y Paolo Racca, de la Universidad de Turín, y Fabio Montobbio, de la Università Cattolica del Sacro Cuore de Milán, ofrecen unos primeros resultados sorprendentes.
Como sospechaba, sus datos muestran una extrema concentración geográfica de la autoría en las principales revistas económicas. Casi el 90% de los autores de las ocho revistas más importantes se encuentran en Estados Unidos y Europa Occidental. Además, la situación parece similar con los miembros del consejo de redacción de estas publicaciones. Dado que estos países ricos solo representan alrededor de un tercio del PIB mundial, la extrema concentración no puede explicarse totalmente por la insuficiencia de recursos o la menor inversión en educación y formación en el resto del mundo, aunque estos factores seguramente deben desempeñar algún papel.
De hecho, algunos países que han hecho grandes progresos económicos en los últimos años siguen estando muy poco representados en las revistas de alto nivel. Asia oriental produce casi un tercio de la producción económica mundial, pero los economistas de la región aportan menos de 5% de los artículos de las principales revistas. Del mismo modo, los porcentajes de publicaciones de Asia meridional y el África subsahariana son ínfimos, y considerablemente inferiores al ya escaso peso de estas regiones en la economía mundial.
Más allá de los recursos y la formación, el acceso a las redes es clave en la generación y difusión del conocimiento. Que un trabajo de investigación se tome en serio depende fundamentalmente de que los autores hayan acudido a las escuelas adecuadas, conozcan a las personas adecuadas y viajen por el circuito de conferencias adecuado. En economía, las redes relevantes están basadas predominantemente en Norteamérica y Europa Occidental.
La objeción previsible en este caso es que muchos de los economistas más destacados de la actualidad proceden de los propios países en desarrollo. Es verdad que, en cierto modo, la economía se ha vuelto más internacional. El número de investigadores nacidos en el extranjero en los principales departamentos de economía y redes de investigación de Norteamérica y Europa Occidental ha aumentado. Como estudiante de Turquía que llegó por primera vez a Estados Unidos a los 18 años, no cabe duda de que me beneficié de estas redes.
Los investigadores de las economías avanzadas también han prestado más atención a los países en desarrollo, lo que refleja que la economía del desarrollo se ha convertido en un campo mucho más prominente dentro de la disciplina. En el programa de máster de economía del desarrollo que dirijo en la Universidad de Harvard, por ejemplo, solo una minoría de los profesores proceden de Estados Unidos. El resto son de Perú, Venezuela, Pakistán, India, Turquía, Sudáfrica y Camerún.
Pero ninguno de estos desarrollos positivos puede sustituir por completo el conocimiento y la percepción locales. Los economistas occidentales nacidos en el extranjero suelen estar absorbidos en un entorno intelectual dominado por los problemas y preocupaciones de los países ricos. La exposición del economista visitante a diversas realidades locales permanece limitada a la casualidad y la coincidencia, como en las historias sobre Stiglitz y Hirschman. Basta pensar en todas las ideas importantes que quedan sin descubrir porque los investigadores de la periferia académica carecen de un público receptivo.
La economía atraviesa actualmente un período de examen de conciencia con respecto a sus desequilibrios raciales y de género. Se están llevando a cabo muchas iniciativas nuevas en América del Norte y Europa Occidental para abordar estos problemas. Pero la diversidad geográfica permanece en gran parte ausente de la discusión. La economía no será una disciplina verdaderamente global hasta que también hayamos abordado este déficit.
*Es profesor de Política Económica Internacional en la Escuela John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. Es autor de Una economía, muchas recetas. Globalización, instituciones y crecimiento económico (FCE, Ciudad de México, 2011) y La paradoja de la globalización. La democracia y el futuro de la economía mundial (Antoni Bosch, Barcelona, 2011).
Fuente: Project Syndicate según Nueva Sociedad, septiembre 2021 (título original, «Los déficits de diversidad de la economía y sus consecuencias»
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