Carlos Gil Andrés

Profesor de historia. IES Inventor Cosme García

 

Un general da un discurso… y las mujeres de negro lloran. Así son las guerras, escribe Svetlana Aleksiévich. La autora bielorrusa, premio Nobel de Literatura, vive ahora en Alemania con un permiso de residencia después de escapar de la represión del régimen de Lukashenko. Ella creía, al ver las protestas populares del verano de 2020 en Bielorrusia, que se abría una nueva época. Pero el pasado ha vuelto con su puño de hierro. La imagino ahora, en su piso de acogida de Berlín, consternada ante las imágenes de la guerra en Ucrania.

No es la primera vez que sale al exilio. Ya lo hizo una década antes por las amenazas que sufrió al publicar Los muchachos de Zinc, un relato con entrevistas a soldados y familiares de combatientes en la guerra de Afganistán. El libro se abre con la voz desgarrada de una madre que tiene que ir a la cárcel a visitar a su hijo, un joven enviado a la guerra que al volver a casa, incapaz de regresar a la vida civil, se había convertido en un criminal. “Me habían devuelto a otra persona. Ese no era mi hijo”. Afganistán se lo quitó. Allí todos mataban, y él también. Los llamaban héroes y les daban medallas por hacerlo. Y ahora era una madre con un dolor innombrable y preguntas sin respuesta.

La guerra huele a hombre. Lo repite Aleksiévich en La guerra no tiene rostro de mujer, donde recoge las experiencias de las mujeres soviéticas en la Segunda Guerra Mundial. Todos los olores son masculinos. Impregnan las armas, las botas y los uniformes; están también en el hambre y la violencia sexual, en la suciedad y el frío. En El fin del “Homo sovieticus” lo confiesa sin ambages un veterano de la guerra de Chechenia: “todo lo que veíamos eran ruinas, saqueos, cadáveres (…) Eras un cerdo borracho con un fusil automático en las manos. Y en la cabeza, teníamos espermatozoides en lugar de neuronas”. Sangre y testosterona, el rastro indeleble de la historia del siglo XX.

Funeral por soldados ucranianos muertos en la Iglesia de los Apostoles Pedro y Pablo, en Lviv (foto: Carlos Villanueva/El País)

El siglo que Putin tiene grabado a fuego en su cabeza, aunque la suya sea una visión como de segunda mano; el siglo que los europeos parece que hemos olvidado. Lo avisaba Tony Judt hace más de una década, poco antes de fallecer: dejamos atrás el siglo xx con demasiada confianza y muy poca reflexión, como si en nuestra época todo fuera nuevo e irreversible, como si el pasado no tuviera nada de interés que enseñarnos. Hemos olvidado muy pronto las luchas, dogmas, ideales y temores que alimentaron e incendiaron el mundo; hemos olvidado los traumas políticos y sociales de la inseguridad masiva; hemos olvidado, en fin, el significado de la guerra.

Desgraciadamente, en las últimas semanas los profesores de historia parece que tenemos más relevancia. Aquí y allá nos preguntan por las raíces del conflicto de Ucrania y las supuestas lecciones del pasado. Los que nos dedicamos a enseñar a los más jóvenes deberíamos destacar una de las mejores herencias de ese siglo XX de progreso y barbarie: el grito de las mujeres contra la guerra.

Conviene recordar que el feminismo creció vinculado al pacifismo. “La paz es el primer artículo de nuestro programa”, decía María de la O Lejárraga en medio de la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Si las madres del mundo compartieran las responsabilidades del gobierno “¿creen ustedes que hubiese podido llegar a realidad el espanto indecible de la guerra actual?”. La escritora riojana estaba convencida de que las guerras, que emborrachan a los hombres, morirían cuando las mujeres interviniesen en los gobiernos. ¿Por qué? Porque las mujeres, como proveedoras de cuerpos, conocen el valor de las vidas que se destruyen, saben lo que cuestan. Los hombres lo ignoran. Pero la Gran Guerra no fue la “dura escuela de sudor, sangre y llanto” que esperaba. María de la O Lejárraga vivió con horror la Guerra Civil española, padeció después la ocupación nazi en Francia y lamentó años más tarde, desde la amargura del exilio, que de alguna manera las mujeres habían fallado en su misión, “que era precisamente la de poner humanidad”.

La policía rusa detiene a una mujer que se manifestaba en Moscú contra la invasión de Ucrania (foto: Alexander Nemenov/AFP/Getty)

Durante la Segunda Guerra Mundial, desde las mismas tierras de sangre de Ucrania, Vasili Grossman denunciaba la responsabilidad de los hombres ante la violencia bélica: “todos los hombres son culpables ante una madre que ha perdido un hijo en la guerra; y a lo largo de la historia de la humanidad todos los esfuerzos que han hecho los hombres por justificarlo han sido en vano”. Entonces como ahora. Mientras los hombres empuñan las armas contamos ya miles de muertes civiles y más de dos millones de refugiados, sobre todo mujeres y niños.

Pero las mujeres no son sujetos pasivos de la historia. No sabemos lo que pasará en los próximos días, en las semanas amenazadoras que vienen. Las guerras tienen lógicas que escapan al control de quienes las inician. Pero si la valerosa defensa ucraniana es aplastada puede que la resistencia civil de la población haga fracasar la ocupación militar.

La resistencia de las mujeres dentro de Ucrania y también la protesta de las mujeres rusas contrarias al criminal de guerra que ocupa el Kremlin. No hay que olvidar que en 1917 la Revolución Rusa empezó con una manifestación de mujeres hartas de la guerra. Y que en Moscú, en 1991, fueron también las mujeres, en buena medida, las que frustraron el intento de golpe de Estado. Los grupos de mujeres que rodeaban los carros blindados y daban bocadillos a los jóvenes tanquistas mientras les preguntaban si estaban dispuestos a disparar. La esperanza tiene nombre de mujer.

Fuente: La Rioja, 12 de marzo de 2022

Portada: Ciudadanos esperan su turno para cruzar el río Irpin, en la localidad del mismo nombre, una ciudad dormitorio muy próxima a la capital Kiev (foto: Felipe Dana/AP)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

Artículos relacionados

La gran oreja del mundo (Svetlana Alexiévich)

El combate feminista contra la guerra en Europa (1900-1918)

¿Cómo se desvirtúan las revoluciones? Sobre Vida y destino, de Vasili Grossman

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí