Lucía Prieto Borrego
Universidad de Málaga
En la introducción de Viaje al sur (Juan Marsé, 2020) constan los avatares de su proceso editorial. Encargada por Ruedo Ibérico en 1962, tenía por objeto contrarrestar la propaganda franquista en el exterior. Se trataría de un libro de viajes, ilustrado por las fotografías de Albert Ripoll Guspi. Entregado a la editorial en 1963, no fue publicado. Llegó con el legado del director de Ruedo Ibérico al lugar que custodia la memoria libertaria: el Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdan.
Durante décadas el autor se resignó a la pérdida del manuscrito cuyo primer borrador fue hallado en 2012 por su biógrafo. También se habían extraviado las fotografías de Guspi. En su busqueda se afanaba un equipo que investigaba por entonces la recopilación de canciones antifranquistas por parte de musicólogos italianos. Aunque el editor no da muchos datos sobre aquella investigación, no hay duda de que se trata del proyecto impulsado por el Partido Comunista italiano del que resultó Canti della nuova resistenza spagnola 1939-1961 (Alberto Carrillo, 2012). Esta obra, prohibida por el franquismo, obligó a Fraga a compartir su ensañamiento contra Ruedo Ibérico. Fue el hallazgo de las fotos de Guspi lo que condujo al manuscrito original. En realidad no se había perdido, se buscó de forma equivocada. Marsé para evitar represalias lo entregó en 1963 bajo un seudónimo y con otro título pero lo olvidó. Recordó de repente, poco antes de morir, que el manuscrito podía haber sido archivado bajo estos registros, el original fue recuperado. Es el que hoy ofrece Lumen, capaz de fascinar al más exigente lector.
No fue Marsé el único escritor que se enfrentó al franquismo con letras viajeras. Viaje al Sur sigue la estela, por poner un solo ejemplo, de Juan Goytisolo: Campos de Níjar (1960) y La Chanca (1962). Tampoco fue el único retrato que se hizo de aquella España con una finalidad política. Diez años antes, con su conocido y controvertido ensayo fotográfico, «Spanish Village» (LIFE, 1951), W. Eugene Smith había pretendido evitar el préstamo de Estados Unidos a Franco. Estaba convencido de que la ayuda económica beneficiaría tan sólo a la dictadura. La pobreza y el fatalismo de un pueblo extremeño, retratado por Smith, prolonga el paisaje de posguerra que refleja Gerald Brenan en La faz de España (1950). En 1949, Pitt Rivers llegaba a Grazalema para escribir lo que se convertiría en la primera monografía de antropología social sobre España. Años después (1957) Ronald Fraser convirtió Mijas en el laboratorio de un nuevo paradigma historiográfico: la historia oral. En la mirada de antropólogos e historiadores foráneos quedó prendida la expresión de rostros hambrientos, imágenes del miedo, del aislamiento, del mercado negro y de la marginalidad social. Por supuesto en los medios del régimen, periodistas como Gaspar Gómez de la Serna y Wenceslao Fernández Flórez negarían que esas realidades representaran la situación en España.
El editor de Viaje al Sur aventura que el libro no fue publicado porque el director de Ruedo Ibérico, lo consideró demasiado literario e insuficientemente crítico con el Régimen. Sin embargo, la belleza del relato no oculta que el escritor focalizó su mirada en la memoria viva de una España negra que contradecía los logros del Plan de Estabilización Económica (1959).
El periplo andaluz del escritor, otro compañero y el fotógrafo se inicia en Sevilla, ciudad que seduce a los viajeros. Sin embargo, cualquier interés por su monumentalidad y belleza es desplazado por la atención prestada al Real Círculo de Labradores y Propietarios. Resulta obvia la intención de retratar la atmosfera que envuelve al grupo de poder históricamente hegemónico en Andalucía. El carácter elitista del Casino no le impide una rápida inspección en la que toma nota de los apellidos más representativos del caciquismo andaluz. El autor no disimula su desprecio.
El desinterés por los aspectos patrimoniales se repite en Jerez. El autor que viaja acompañado de un ejemplar de Los latifundios en España de Pascual Carrión (1932) reflexiona sobre la persistencia de la concentración de la propiedad agraria y sobre sus efectos, la emigración. Su mirada se posa en los aspectos que niegan la existencia en España del Estado del Bienestar: la situación de las escuelas, la desigualdad, la explotación infantil, el fanatismo religioso y la conflictividad laboral. La denuncia más aguda resulta del impresionante reportaje fotográfico realizado en un inmenso enclave chabolista de Barbate: “una negruzca mancha de aceite”. Es El Zapal, un submundo hecho de chapa y madera por el que corren niños desnudos y desnutridos pero bellos.
Tampoco interesan al autor las manifestaciones de la cultura andaluza ni el folklore. Considera a los pequeños grupos de escritores y poetas que conoce incultos, provincianos y despolitizados. No es su caso. Las impresiones anotadas en Rota concuerdan en plena Guerra Fría con el antiimperialismo y el antimilitarismo de la izquierda Europea. Se muestra tan despectivo con el militar americano como con el chulesco legionario que encuentra en Ronda.
De esta ciudad precisamente parten hacia la costa por una carretera que seguía siendo como en siglos anteriores, tortuosa.
El 22 de octubre cuando Kennedy anunció a los estadounidenses el descubrimiento de rampas de misiles en Cuba, los viajeros arribaron a Marbella. Encontraron un ambiente otoñal, las hojas cercaban las rejas, sobre la arena dormitaban las apagadas sombrillas… Aún algunas personas pasean junto a la orilla del mar. El viajero se fija en la piel rosada de las extranjeras, en la indecisión de quienes dudan sobre bañarse o no. Pero su atención de inmediato se proyecta sobre un hombre que camina pensativo. Lo identifica como “el joven cazador de extranjeras, ahora vacante que pasea su soledad”. Marsé traslada a la playa de Marbella a un arquetipo de masculinidad que ha conocido bien en las costas catalanas. La descripción de la representación, interpretada por la historia cultural, como la adaptación a la modernidad del mito de don Juan, es tan precisa como virtuosa. Pero el lector ignora si ese tipo, entre oportunista y desolado, provoca en Marsé rechazo o empatía.
Junto a ese joven, ocioso hasta el próximo estío, los protagonistas del relato son representaciones de las clases trabajadoras. El escritor charla con ellos en el Bar Agrícola, posiblemente se refiera al bar de la Casa Sindical en el que los viajeros comen callos y pescado frito. Allí charlan con campesinos, camioneros y albañiles sobre condiciones laborales y salarios. Fugazmente el relato refleja las expectativas que ofrece la construcción. En Marbella, según le cuenta un peón de Mijas, las jornadas son de diez horas pero los salarios son más altos. Trabaja en la actividad que transformará para siempre el litoral: el rebaje de la playa para la construcción de hoteles.
No hay en las palabras de este trabajador la desesperación del endémico parado andaluz sino las expectativas de un mundo en transformación: “gracias a Dios hay trabajo para muchos años aunque uno no pueda vivir decentemente”. En Marbella, escribe Marsé, no hay excepto “la fauna veraniega”, nada interesante. Reconoce que el pueblo es bonito y limpio pero no le seduce en absoluto. El desapego es tal que no se ocupa, como en los pueblos por los que ha pasado, de ningún referente arquitectónico urbano. Sorprendentemente el único elemento que llama su atención es el conjunto de hornacinas “de una catetez sublime en las paredes de las calles”. El ácido comentario no difiere de los que dedica a las manifestaciones religiosas pero sorprende que precisamente se fijara en esas modestas oquedades sin reparar en la belleza barroca de la Encarnación o en el ruinoso encanto de la Alcazaba.
El interés del viajero se desplaza del escenario a los actores que lo habitan. Pero los tipos que elige visibilizar no responden a la representación de la España atrasada que se pretende mostrar. Por el contrario tanto el canon de masculinidad del tardofranquismo como el tipo de trabajador retratado son evidencias de la modernidad y resultado del desarrollo turístico y económico.
En la Marbella de principios de los sesenta era imposible obviar la realidad de una prosperidad que era la principal seña de la ciudad en el imaginario colectivo.
Marsé parece asumir que su crónica no podría empañar el brillo de un icono que ya era internacional y formaba parte de la estrategia propagandística del Régimen. Pero no renunció a utilizar en contra de la imagen exterior de España, uno de los elementos que más daño podían hacer a la dictadura: la presencia de nazis en Marbella. Describe una imagen fugaz pero impactante: un hombre con botas de montar, sobre un caballo blanco, blandía su fusta “en el más estilo nazi”. Era, según la crónica del viaje, un antiguo SS, miembro de una comunidad de alemanes que el autor presupone muy activa e influyente.
La presencia de jerarcas del III Reich en las costas españolas ha venido alimentando variadas narrativas que abarcan desde la ficción al reportaje. Pero a principios de los sesenta esa evidencia podía estorbar el anhelo de una política exterior europeísta. El régimen de Franco había optimizado sus relaciones con la República Federal Alemana tras aceptar la devolución de bienes alemanes retenidos desde 1945. Albergar nazis en su territorio no facilitaría el anclaje de España en el bloque occidental.
En la inmediata posguerra, no pocos ciudadanos alemanes habían sorteado la demanda de extradición solicitada por los Aliados. En los años sesenta, el oscuro pasado, incluso de miembros de la Gestapo como Hans Hoffman, se había «olvidado» y nadie cuestionaba su permanencia en España (Cristian Cerón, 2008). Pero de forma paralela, en la República Federal Alemana, el fiscal Otto Bauer impulsaba la detención de Eichman, juzgado en Jerusalén en 1962. En Francia intelectuales comunistas apoyaban las demandas del grupo de Fráncfort que exigían la total desnazificación de Alemania.
Marsé no ignoraba que de la denuncia de la protección de criminales de guerra en España se derivaban ventajas para el movimiento antifranquista.
¿Quién era el hombre que sobre un caballo blanco vio Juan Marse en Marbella, el 22 de octubre de 1962?
La memoria oral de la época y la bibliografía local sobre aquel tiempo recoge la presencia de nazis en los establecimientos pioneros en la costa malagueña (Ana María Mata, 2005). Entre los primeros hoteles estuvo el Hotel Marbella Club, propiedad de la familia Hohenlohe, alemanes étnicos de Checoslovaquia (Antonio Rodríguez Feijóo, 2011). La vida de Max Egon zu Hohenlohe-Langenburg antes de su llegada a Marbella es hoy objeto de investigación por su importante papel en la Crisis de los Sudetes (Tereza Kozlová, 2016). Colaborador de Konrad Henlein, líder del partido nazi de aquel territorio, desarrolló una intensa labor diplomática para el reconocimiento de la incorporación de los Sudetes a Alemania, culminada por los Acuerdos de Múnich (1938). Pero el ocultamiento en la costa mediterránea de nazis no se explica por el asentamiento previo de familias de origen germánico sino por el apoyo total del régimen de Franco.
Hoy resulta bien conocida la identidad y la actividad de importantes jerarcas nazis que como Skorseny, el más famoso y peligroso, se afincaron en España. Pero posiblemente la mayor parte de los fugitivos nazis que vivieron en la Costa lo hicieron en el anonimato y bajo nuevas identidades. Una cosa es que el Régimen y sus representantes locales los protegieran y los ocultaran y otra que se exhibieran con una estética que los delataba. No se puede olvidar que vivían bajo otras identidades y que en Marbella habitaban franceses y británicos que los detestaban. No creo que el nazi que vio Marsé tuviera nombre propio y que paseara con cualquier signo que permitiera al viajero identificarlo como miembro de las SS. Más bien parece una representación literaria, quizá la única que el viajero encontró en Marbella para desprestigio del Régimen.
Bibliografía citada:
BRENAN, Gerald: The face of Spain, London, Turnstile Press, 1950 (La faz de España, Barcelona, Plaza & Janés, 1985).
CARRILLO-LINARES, Alberto: «Antifranquismo de guitarra y linotipia. Canciones de la nueva resistencia española (1936-1961)», Ayer, 87 (2012), pp. 195-224.
CARRIÓN, Pascual: Los latifundios en España, Madrid, Gráficas Reunidas, 1932.
CERÓN TORREBLANCA, Cristian: «Fugitivos nazis en la Costa del Sol», Andalucía en la Historia, 20 (2008), pp. 76-79.
FRASER, Ronald: MIJAS. República, guerra, franquismo en un pueblo andaluz, Barcelona, Antoni Bosch, 1985.
GOYTISOLO, Juan: Campos de Níjar, Barcelona, Seix Barral, 1960.
GOYTISOLO, Juan: La Chanca, París, Librería Española, 1962.
KOZLOVÁ, Tereza: Max Egon zu Hohenlohe-Langenburg a Československo. Diplomová práce. Univerzita Karlova, Filozofická fakulta, Ústav světových dějin. Vedoucí práce Horčička, Václav, 2016.
MARSÉ, Juan: Viaje al sur, Barcelona, Lumen, 2020.
MATA LARA, Ana María, Un hombre para una ciudad. Ricardo Soriano, Marbella, autoedición, 2005.
PITT-RIVERS, Julián A.: Un pueblo de la sierra: Grazalema, Madrid, Alianza, 1989.
RODRÍGUEZ FEIJÓO, Antonio: «Alfonso Hohenlohe Iturbe [1924-2004]», en Antonio PAREJO (dir.): Grandes empresarios andaluces, Madrid, LID,2011, pp. 644-651.
SMITH, W. Eugene: «Spanish Village», LIFE, 9 de abril de 1951.
Fuente: Publicado el 11 de enero de 2022 en Blog personal de Lucía Prieto Borrego
Portada: Cuesta del Tajo en Torremolinos, foto de Albert Ripoll Guspi incluida en el libro
Ilustraciones: Albert Ripoll Guspi
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