Enric Juliana

 

El relevo de Manuel Castells por Joan Subirats pone de manifiesto la influencia de un pequeño grupo político fundado en 1968. Bandera Roja hizo las funciones de academia de formación política durante la dictadura

Manuel Castells se va, entra Joan Subirats, y la organización Bandera Roja sigue sentada en el Consejo de Ministros. Esta podría ser una de las lecturas del cambio ministerial anunciado anoche. El profesor Manuel Castells abandona el ministerio de Universidades a punto de cumplir los ochenta años, por razones de orden personal, que tienen que ver con la edad, el cansancio y probablemente con el desencanto, y le sustituye el profesor Joan Subirats, diez años más joven, proveniente de la universidad catalana y de los círculos de izquierda que hace unos años ayudaron a forjar el movimiento que llevó a Ada Colau a la alcaldía de Barcelona.

Se va Castells y le sustituye uno de los más influyentes asesores que ha tenido la alcaldesa de Barcelona. Podemos considerar a Joan Subirats como uno de los arquitectos del movimiento político hoy conocido como los comunes, (Catalunya en Comú), que además de gobernar la capital catalana en coalición con los socialistas, también juega en estos momentos un papel relevante en el Parlament de Catalunya, puesto que su voto será decisivo para la aprobación de los presupuestos del 2022. En propiedad, el gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez lo forman PSOE, PSC, Unidas Podemos y Catalunya en Comú. Visto así, se comprende mejor porque la derecha española sigue teniendo como uno de sus principales objetivos la desestabilización interna de la sociedad catalana.

Castells se va, entra Subirats, y Bandera Roja sigue teniendo un sillón en el Consejo de Ministros. Esta es una interesante historia que nos remonta a los años sesenta. Quienes vivieron aquella época con interés por la política sabrán de qué estamos hablando. Puesto que han pasado muchos años y el número de veteranos va menguando, hay que volverlo a explicar. A mediados de la década de los sesenta, el Partido Comunista de España, en aquellos momentos la principal fuerza política de oposición a la dictadura del general Franco, sufrió una fuerte convulsión interna que culminó con la expulsión de tres de sus dirigentes con mayor perfil intelectual: Fernando Claudín, Jorge Semprún y Francesc  Vicens. Claudín, antiguo delegado del PCE en Moscú, era el número dos del partido. Semprún, bisnieto del primer ministro conservador Antonio Maura, había sido uno de los principales pivotes de la reorganización clandestina del partido en Madrid. Y Vicens, crítico de arte y futuro director de la Fundació Joan Miró, estaba al frente de la organización de intelectuales del PSUC, el partido comunista catalán, asociado al PCE.

Mitin de Bandera Roja (foto: oscar-bloquedeleste.blogspot.com)

Claudín y Semprún, con Vicens más en segundo plano, consideraban que los cambios que se estaban produciendo en la sociedad española como consecuencia del Plan de Estabilización del 1959 podían conducir a una mayor duración de la dictadura, pese al crecimiento de la conflictividad social, en las fábricas y en las periferias urbanas, donde se hacinaban miles y miles de personas emigradas del campo a la ciudad. Había más tensión en la sociedad, pero el éxito material del ‘desarrollismo’ ensanchaba la base social del régimen. Su diagnóstico era el siguiente: la dictadura va para largo y hay que prepararse para una evolución gradual de la misma. La dirección del PCE sostenía lo contrario: las huelgas generales en Asturias y el País Vasco, el gradual cambio de posición de la Iglesia católica y las protestas en la universidad son señal inequívoca de que la dictadura está perdiendo apoyos. El régimen puede caer si se produce una fuerte movilización en su contra. Hay que moverse rápido. Claudín y Semprún consideraban que la posición mayoritaria pecaba de voluntarismo y de “subjetivismo”, mientras que la plana mayor del PCE acusaba a los disidentes de cultivar un “objetivismo” desmovilizador. La discusión duró más de un año y concluyó con la expulsión de Claudín, Semprún y Vicens. Esa decisión causó un impacto muy negativo en no pocos militantes del PCE y del PSUC del ámbito universitario y profesional. Aspiraban a una discusión política más libre y más flexible. La clandestinidad exigía disciplina, pero la época reclamaba libertad de opinión. Estaba naciendo la figura del ‘disidente’. El ‘disidente’ Jorge Semprún (Federico Sánchez, en la clandestinidad) no tardó en convertirse en una figura de gran relieve intelectual en París.

(Año 1964.  Santiago Carrillo no quería ser cuestionado en el PCE y estaba muy atento a los cambios que, de nuevo, se estaban produciendo en Moscú. Nikita Kruschev, el secretario general del PCUS que había denunciado los crímenes del estalinismo en 1956, acababa de ser apartado del cargo por una coalición de burócratas encabezada por Leonid Breznev. Regresaba la ortodoxia y Carrillo entendió que debía estar en sintonía con aquel cambio de rasante. Mano dura con los disidentes. Cuatro años después se produciría la intervención soviética contra la ‘primavera de Praga’, el intento de liberalización del socialismo en Checoslovaquia ).

Hubo bajas y de aquellas bajas surgió la Organización Comunista de España ‘Bandera Roja’, fundada en Barcelona en 1968, al calor de los acontecimientos de París y de Praga, con admiración por el maoísmo (la moda de la época), con muchos círculos de debate y una clara predilección por el trabajo intelectual. La cuestión del maoísmo exigiría un artículo aparte. Los jóvenes izquierdistas europeos que profesaban admiración por Mao Zedong no tenían mucha idea de lo que estaba pasando en China en aquellos momentos, pero expresaban con ese lenguaje su rechazo a los veteranos burócratas que habían tomado el mando en la Unión Soviética. La URSS y la República Popular China habían roto relaciones y esa ruptura acabaría siendo un factor determinante de la política internacional, que Estados Unidos no tardó en entender y gestionar con el célebre viaje de Richard Nixon a Pekín.  Hubo maoístas europeos ingenuos y abnegados. Y hubo maoístas un poco más perspicaces, que, con el paso del tiempo, acabarían siendo mandarines. (Zhou Enlai, el gran consejero de Mao, era hijo del mandarinato imperial chino). Los caminos de la progresión social son inescrutables, así en Barcelona como en Pekín.

Alfons Carles Comin y Jordi Solé Tura, en en 1974 pasaron de Bandera Roja al PSUC (foto del blog Almeda, memoria de un barrio obrero)

Bandera Roja alcanzó un notable arraigo en la universidad de Barcelona, con presencia en otros puntos de España, especialmente, Madrid. Muchos estudiantes y profesores, pero también jóvenes sindicalistas. Una de sus aportaciones, sobre todo en Barcelona, fue dar mucha importancia al trabajo en las asociaciones de vecinos. Un joven partido de cuadros, en el que bajo una ligera patina ‘maoísta’, imperaba una cierta mirada antidogmática. Una rara combinación de izquierdismo, elitismo y pragmatismo. Claudín y Semprún no militaron nunca en Bandera Roja, tampoco Francesc Vicens, pero dos de sus discípulos, Jordi Solé Tura y Jordi Borja se convirtieron en figura destacadas de aquel joven partido antifranquista.

Agobiado por los efectos de la invasión de Checoslovaquía, Santiago Carrillo dio otro golpe de timón a principios de los setenta. Se alejó más de la URSS y ofreció a Bandera Roja el reingreso en el PCE y el PSUC, creyendo que ese gesto también le permitiría la reconciliación con su viejo camarada Fernando Claudín. La dictadura se acercaba a su final, ahora sí, y Carrillo, siempre sagaz, intuía que necesitaba un partido más flexible, más ‘liberal’ y mejor conectado con las jóvenes generaciones. El reingreso se produjo básicamente en Catalunya con el consiguiente fortalecimiento del PSUC. No todos los militantes de BR siguieron, sin embargo, ese camino. Algunos abandonaron la militancia política y otros empezaron vislumbrar que el PSOE era la mejor opción de futuro. Así fue como Jordi Solé Tura, un hombre de gran coherencia personal, se convirtió en uno de los principales dirigentes del Partido Comunista en la transición y en ponente de la Constitución. En líneas generales, la gente de Bandera Roja fue puntal de la línea “eurocomunista”, la línea pactista que hizo del PCE-PSUC un relevante protagonista de la transición, ganándose la enemistad del sector comunista que recelaba del pragmatismo del grupo dirigente y deseaba una mayor sintonía con la URSS. Esas contradicciones acabaron estallando en el PSUC con una fuerte escisión que significó en términos reales la muerte de un partido fundamental en la historia de Catalunya desde 1936. La política catalana cambió de signo con la muerte clínica del PSUC: Jordi Pujol pudo desplegar con mayor comodidad su proyecto de hegemonía. En aquellas circunstancias, la pequeña galaxia Bandera Roja se dispersó.

Un paciente trabajo astronómico aún permite localizar antiguos fragmentos de BR en lugares destacados de la actual vida política y profesional. A izquierda, pero también a la derecha. Lo hemos visto antes:  BR fue un partido de cuadros. Pasaron por Bandera Roja siendo jóvenes universitarios al menos tres ministros de José María Aznar: Josep Piqué (Asuntos Exteriores), Pilar del Castillo (Educación) y Celia Villalobos (Sanidad). Jordi Solé Tura acabó siendo ministro de Cultura con Felipe González, sucediendo en el cargo a Jorge Semprún.  Otros exmilitantes de BR trabajaron con sucesivos gobiernos socialistas, como Antonio Zabalza, secretario de Estado de Hacienda, y José Luis Martín Palacín, subsecretario de Interior. Jordi Borja se integró, durante unos años, en el equipo del alcalde Pasqual Maragall. (Borja también contribuiría muchos años más tarde a la candidatura de Ada Colau a la alcaldía de Barcelona). Alfonso Carlos Comín, promotor de la corriente Cristianos por el Socialismo, una de las figuras más relevantes de aquel partido, murió demasiado joven y no tuvo que hacer frente a los dilemas de los años ochenta. Izquierda y derecha. Un joven militante de BR llamado Regino García Badell acabaría siendo jefe de gabinete de Esperanza Aguirre y hoy forma parte de los círculos de apoyo a Isabel Díaz Ayuso. También hay fragmentos de BR en el independentismo catalán. Ferran Mascarell, antiguo concejal y consejero de Cultura de Pasqual Maragall, fue fichado en 2011 por Artur Mas, convirtiéndose en uno de sus principales colaboradores. Después de la marcha de Carles Puigdemont a Bruselas, este dudó a la hora de designar un presidente de la Generalitat vicario: tenía la opción de Mascarell sobre la mesa, pero optó por Joaquim Torra, al que creía más obediente. Si hubiese elegido a Mascarell, Junts per Catalunya hoy conservaría la presidencia de la Generalitat.

Ferran Mascarell, a la derecha, junto a Josep M. Cadena y Josep M. Huertas Claveria (foto: archivo del diario Ara)

BR también está en la genealogía de profesionales que han destacado en el mundo de la empresa. Pertenece a ese linaje uno de los principales colaboradores de José Luís Rodríguez Zapatero entre 2004 y 2008, Miguel Barroso, entonces secretario de Estado de Comunicación y hoy destacado ejecutivo de una empresa de comunicación. También se atribuye una antigua militancia en BR al radiofonista Federico Jiménez Losantos, furibundo anticomunista y tenaz promotor  del liderazgo de Díaz Ayuso en la derecha española. Un frondoso árbol con muchas ramas.  Y así llegamos hasta a Manuel Castells y su sucesor, Joan Subirats, ministros de Pedro Sánchez.

En pocas palabras, Bandera Roja hizo las funciones de academia de formación política en unos años en que sólo se podía aprender política en las organizaciones del Movimiento y en los principales grupos de oposición a la dictadura, en aquellos momentos encabezados por los comunistas. También se aprendía política en el veterano PCE y en Comisiones Obreras (ahí estuvo el padre de Yolanda Díaz), en algunas parroquias y secciones de la  Acción Católica, en el Partido Nacionalista Vasco y la Universidad de Deusto, y en los ámbitos nacionalistas que fue ensanchando Jordi Pujol en Catalunya. El PSOE reabrió aulas en 1975 con el apoyo de la fundación Friedrich Ebert, vinculada al Partido Socialdemócrata Alemán. La academia de Bandera Roja fue un caso singular. Sin ánimo de ofender a nadie, podríamos decir que ha sido el Opus Dei de la izquierda. Selectos, influyentes y bien colocados.

Fuente: La Vanguardia 17 de diciembre de 2021

Portada: grupo de amigos a finales de los años 60, la mayoría de ellos miembros de Bandera Roja, entre otros Teresa Eulàlia Calzada (de pie, a la derecha) y Jordi Solé Tura (abajo, segundo por la izquierda)(foto: archivo del diario Ara)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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3 COMENTARIOS

  1. Conozco lo que explica por experiencia en el periodismo, el feminismo, la universidad en Barcelona desde los 70.
    Excelente y enriquecedor análisis como todos los de Juliana que honra el periodismo.

  2. Pues sí, interesante artículo, aunque un poco de brocha gorda. La Cataluña del final del franquismo era bastante más diversa políticamente de lo que dice. Formación política también la hubo en el grupo de Manuel Sacristán, que se mantuvo dentro del PSUC casi hasta el final, como la tenían los demás grupos de izquierda: los trotskistas, el Movimiento comunista (que sí era maoísta, algo que no veo en Bandera Roja, más atentos a la moda estructuralista), Comisiones, teorizando el sindicato como movimiento político-social, incluso los anarquistas. No así los socialistas, no porque no tuvieran «teoría», sino porque brillaban por su ausencia.
    Aunque la nómina de BR se podría alargar (Laly Vintró, Vidal Villa, Xavier Vidal-Folch…), sin embargo, la relación de Castells con Bandera Roja me parece traída un poco por los pelos, ya que en esa época estaba en el extranjero. (Otra cosa es que se moviera en un mundo intelectual y político semejante). Y en los años ochenta Castells estaba más bien cerca del PSOE, con el que colaboró en el «Programa 2000», que dirigió Alfonso Guerra. Por entonces publicó «El desafío tecnológico. España y las nuevas tecnologías» (1987), con prólogo de Felipe González, entonces presidente del gobierno.
    Pues lo que sí deja muy claro Juliana es que ese grupo es de «culos inquietos», con perdón: su evolución política tipo sería como sigue: en origen están en el PSUC, se escinden (algo característico entonces, las escisiones) para formar Bandera Roja, vuelven al PSUC y acaban en el PSOE… o en el PP. O en una especie de liberalismo culterano, como Vidal Folch.
    También cabe señalar la atención que BR prestó al movimiento vecinal y a las cuestiones urbanas en general, razón por la cual varios de ellos asesoraron al PCE y al PSUC en la campaña de las elecciones locales de 1979, junto con Ramón Tamames y Alonso Zaldívar. Ahí estaba también Castells.

  3. La mayoría de militantes no éramos intelectuales. La excesiva fragmentación de los comunistas a la izquierda del PCE (OCBR, PCI,PCEML,MC,LC,LCR,PT…) supuso la desaparición de las organizaciones Un y la frustración de muchos militantes al final del franquismo que, de repente, quedaron huérfanos.
    La OC(BR) era de lo más sensato que corría en aquellos tiempos pero tampoco pudo adaptarse al cambio de régimen. Sobre todo, éramos más jóvenes…

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