Alejandro Lillo

Doctor en Historia Contemporánea y profesor en la Universidad de Valencia

 

 

El gran medievalista francés Marc Bloch, en un conocido pasaje de su Introducción a la historia, alude a una anécdota que le aconteció con Henri Pirenne, otro notable historiador belga. Andaban ambos por Estocolmo decididos a conocer mejor la ciudad cuando surgió la pregunta: “¿Qué vamos a ver primero?”. Pirenne entonces, de manera un tanto sorprendente, comentó que, antes que acercarse a disfrutar de edificios o monumentos antiguos, él prefería visitar el nuevo ayuntamiento de la ciudad. Y, como para evitar la sorpresa de su colega, añadió: “Si yo fuera anticuario sólo me gustaría ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida”.

Marc Bloch evoca esta anécdota para llamar la atención sobre un aspecto importante referido al estudio de la historia: si bien es cierto que uno de sus objetivos esenciales es comprender el cambio, conocer cómo las sociedades se han transformado a lo largo del tiempo, no es menos cierto que nuestra disciplina también ha de captar lo vivo, aquello que, aun proviniendo del pasado, permanece en el presente.

Estas reflexiones vienen a mi cabeza tras leer un artículo publicado en El País el pasado 15 de noviembre, por el reconocido historiador Joan Maria Thomàs, uno de los mayores expertos en la Falange y el fascismo que hay en España. En dicho artículo, titulado “Por qué Vox podría seguir creciendo”, Thomàs analiza el auge del partido liderado por Santiago Abascal e introduce algunas matizaciones que, a su juicio, deberían hacerse con respecto al “supuesto carácter franquista-fascista” de la formación.

La posición del profesor de la Universidad Rovira i Virgili podría sintetizarse del siguiente modo: Vox “es la versión española del nacional-populismo”, una corriente política encarnada en una serie de partidos de extrema derecha que se están reproduciendo por toda Europa. De igual modo, a pesar de que Vox comparte un conjunto de elementos propios de la Falange Española de Primo de Rivera y del Movimiento Nacional de Franco, el autor no considera que estos partidos puedan equipararse con Vox. De hecho, junto a esos aspectos “franquistas”, habría otros que explicarían mejor “su crecimiento presente”. Por último, la solución al auge de Vox vendría dada porque los partidos progresistas aplicasen “políticas de empleo y sociales” y “ofrezcan soluciones reales” tanto a los sectores sociales más desfavorecidos como a los “problemas de articulación interna de España”.

Para Joan Maria Thomàs, por tanto, Vox no sería un partido fascista, sino nacional-populista. Y tan sólo poseería algunos rasgos, secundarios respecto a su éxito electoral, vinculados con el fascismo o el franquismo. Aunque la explicación es sugerente, creo que en el artículo del profesor Thomàs existen una serie de comentarios referentes al no-fascismo de Vox que no comparto y sobre los que me parece importante debatir. El diagnóstico es fundamental a la hora de saber ante qué nos enfrentamos.

El primer aspecto llamativo en relación con el carácter de Vox puede encontrarse en el segundo párrafo del texto. Thomàs enumera algunas de las características de Vox que entroncarían con ese nacional-populismo europeo, y que por supuesto comparto: xenofobia e islamofobia, rechazo a la Unión Europea, cuestionamiento de las políticas de género, concepción esencialista de la nación española, intención de acabar con las autonomías, neoliberalismo radical, etc., etc. Sin embargo, al final del párrafo, Thomàs afirma: “Pero todo ello se plantea desde el constitucionalismo y desde la aceptación de la democracia”.

La conjunción adversativa “pero” cumple una función fundamental en la frase, pues contrapone unos rasgos negativos a otros positivos. La impresión general que transmite el párrafo, por tanto, es que aunque Vox despliega ideas y propuestas extremadas, muy escoradas a la derecha, lo hace desde la aceptación de los principios democráticos y constitucionales. La pregunta, sin embargo, dada la realidad política e institucional española y una vez analizado el programa de ese partido, sería: ¿acaso desde Vox tienen otra opción? ¿Podrían presentarse ante la ciudadanía de otra manera?

O, dicho de otro modo: ¿Adolf Hitler no participó en la lucha electoral durante la República de Weimar? ¿Benito Mussolini no hizo lo propio en la Italia de Vittorio Emanuele III? Una de las diferencias de entonces con respecto a la España actual es que tanto Italia como Alemania eran Estados prácticamente en descomposición; Estados que, por sus propias circunstancias internas y la propia coyuntura internacional, permitieron a estos grupos practicar una constante violencia desde abajo mientras que desde arriba participaban en el juego político.

Eso es algo que Vox nunca podría hacer en la España de hoy. Por eso no tiene más remedio que aceptar las normas de la democracia y el parlamentarismo, a pesar de que su proyecto sigue unas líneas maestras esencialmente antidemocráticas, contrarias al Estado de Derecho, la libertad y los derechos humanos tal como los entendemos en la actualidad. Vox quiere aprovecharse del sistema para destruirlo desde dentro. La misma estrategia, aunque en diferente contexto, que la empleada por los partidos fascistas en Italia y Alemania.

El edificio del Reichstag en llamas (Archivo La Vanguardia)

El segundo elemento que llama la atención se encuentra en el tercer párrafo del artículo. En él, el profesor Thomàs niega rotundamente que Vox sea “un partido de tipo fascista” como lo fue la Falange Española. Y alude al nulo éxito que a nivel electoral han tenido distintos partidos falangistas actuales que, “inasequibles al desaliento”, siguen planteando “el programa joseantoniano de 1934”.

De este análisis se infiere una idea global que no comparto: la de que el fascismo es un fenómeno histórico prácticamente único e irrepetible. Sólo aquellas organizaciones atrapadas por el pasado fascista, que siguen punto por punto el ideario falangista de los años 30, pueden ser consideradas fascistas en la actualidad. Esta explicación resulta en todo punto insuficiente para descartar a Vox como fascista, pues precisamente lo que ha hecho está formación política (y muchas otras por todo el mundo) ha sido actualizar el ideario fascista, modernizarlo, adaptarlo a los nuevos tiempos. Los contextos en historia cambian y, por tanto, los efectos que tienen similares hechos serán muy distintos (e impredecibles) según acontezcan en una época u otra. Pero aunque los contextos sean muy diferentes,hay un fondo que permanece, un fondo que los historiadores debemos identificar y señalar. El fracaso de esos partidos fascistas actuales a los que alude Thomàs se debe precisamente a que están atrapados e inmovilizados por el pasado. Vox no. Vox construye su discurso fascista mirando al futuro y es hacia allí hacia donde dirige sus mensajes. Algo que, por cierto, también caracterizó al fascismo italiano y alemán del período de entreguerras.

El último aspecto que querría resaltar del artículo tiene que ver con su parte final. Mi objeción se resume en forma de pregunta: ¿cuántas características fascistas debe tener un partido político para ser considerado un partido fascista?

En el artículo, el profesor Thomàs afirma que el ascenso de Vox “incluye factores franquistas, sí, pero también otros que seguramente explican en mayor medida su crecimiento presente”. Y en el párrafo siguiente, apenas una línea más abajo, comienza a enumerar un conjunto de características del partido.

Todas ellas son propias de los regímenes fascistas que se han dado históricamente. Alude al nacionalismo extremo de Vox, característica esencial de los fascismos. También explica la crítica que hace Vox de todos los políticos, que viven “a costa y de espaldas al pueblo sano”, lo que automáticamente nos traslada a la teoría de la “puñalada por la espalda” nazi y a la de la “victoria mutilada” fascista. Se refiere al racismo y a la xenofobia de Vox, otro rasgo propio de los fascismos. Alude a la animadversión de Vox hacia las políticas de género y hacia los colectivos LGTBI, característica ésta, una vez más, constitutiva del fascismo, implacable con cualquier corriente ideológica partidaria de la igualdad, la libertad sexual, distintos modelos de familia, etc.

Prácticamente todos los principios con los que el artículo describe a Vox son propios del fascismo. Y es que la corriente que describe a organizaciones racistas, ultranacionalistas, anti-políticas, anti-democráticas, machistas y violentas, se llama fascismo. Con todas las letras. Y aunque ese fascismo no es el “original”, y aunque el contexto de los años 30 es muy diferente al nuestro, la estructura del fascismo permanece. Está viva. Y los historiadores, creo, deberíamos dar cuenta de ello.

Publicado en InfoLibre, 21 de noviembre de 2019

Réplica al artículo  «¿Por qué Vox podría seguir creciendo?» (El País 15 Noviembre 2019)


 Imagen de portada

STEVE BANNON, SANTIAGO ABASCAL Y ALEXANDER DUGIN. IMÁGENES VÍA WIKIMEDIA COMMONS Y LA CUENTA DE FLICKR DE VOX ESPAÑA. MONTAJE POR VICE

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