Libros de referencia

Por Xosé Ramón Quintana Garrido

La primera vez que oí hablar del par Menocchio/Ginzburg fue a un profesor e historiador de la economía de aspecto precozmente grunge que, en aquellos lejanos años, estaba curiosamente abierto a lo social y lo cultural (después derivaría al estudio exclusivo, riguroso pero convencional y aburrido, de empresas y empresarios, pero esa es otra historia). Su recomendación me llevó a la compostelana librería Follas Novas y a hacerme con un ejemplar de la innovadora editorial Muchnik Editores, en concreto con la tercera edición española de 1986 (la primera había sido en 1981). Era, pues, el italiano Carlo Ginzburg un historiador ya conocido en España, sobre todo por esta obra, si bien nadie me había dicho nada de él ni de ella en la tradicional facultad santiaguesa de Geografía e Historia, a pesar de haber tenido un buen profesor de historiografía que, sin embargo, temáticamente quedara en Leopold von Ranke y epígonos por falta de tiempo (aunque estaba bien informado de las tendencias historiográficas del momento).

Como le ha sucedido a miles y miles de lectores que en el mundo entero a lo largo de los años han leído este clásico indiscutible, desde el primer momento quedé absolutamente fascinado por el molinero friulano del siglo XVI Domenico Scandella, conocido por Menocchio. Después de un deslumbrante Prefacio, en el que el autor expone su programa de investigación y su orientación teórico-metodológica, que sigue siendo, hoy, una magistral muestra de concisión y claridad, conducidos por la mano de una excelente narración se nos fue iluminando con exactitud e imaginación controlada la vida, ideas y circunstancias históricas de alguien que habría permanecido en el más oscuro de los anonimatos si no fuese porque las huellas de su paso por el mundo quedaron registradas y conservadas en sendos interrogatorios de la Inquisición, que pudieron ser desempolvados por Ginzburg.

La segunda vez que volví a encontrarme con el molinero fue años más tarde con motivo de una obligación académica. Por fortuna, en ese momento ya existía un cierto cupo bibliográfico sobre Carlo Ginzburg en particular y sobre la microhistoria en general (en el ámbito hispano, entre otros, los trabajos de Carlos Aguirre Rojas o Anaclet Pons/Justo Serna), una bibliografía que no ha cesado de crecer exponencialmente en las últimas décadas, como se puede comprobar tecleando Ginzburg/Menocchio/microhistoria en buscadores como Google Scholar (artículos, entrevistas, libros). El nuevo y tercer encuentro fue ocasional y reciente, consecuencia de aparecer en un tema general sobre cultura popular dentro de una materia de teoría literaria que cursó un familiar muy directo y querido. La pregunta fue: ¿Conoces este libro? Y la respuesta: Sí, aquí está, dije extrayéndolo algo polvoriento de un estante bajo.

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Carlo Ginzburg es, probablemente, de los historiadores italianos el más conocido y reconocido mundialmente por su original, erudita y amplia obra de historia cultural. Fue uno de los principales artífices de la renovación historiográfica conocida como microhistoria, exportada desde Italia al resto del mundo. Su obra de mayor impacto internacional ha sido justamente El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (ed. original italiana: 1976), que ha rebasado con creces el círculo de los historiadores, para ser leída y utilizada no solo por lingüistas o teóricos de la literatura, por filósofos o especialistas en estudios culturales, sino por el público en general. En sus propias palabras, el propósito de la obra es «reconstruir un fragmento de lo que se ha dado en llamar “cultura de las clases subalternas” o “cultura popular”», decantándose tanto contra una concepción aristocratizante de la cultura, que reduce el saber popular a la condición de subproducto de la alta cultura (como «cultura impuesta a las clases populares»), como contra la eventual idealización de una cultura popular presuntamente autónoma y autosuficiente.

La suya era una propuesta historiográfica que nacía de la insatisfacción con los resultados de la entonces en boga historia estructural serial-cuantitativa, bien fuese en historia social o en historia de las mentalidades, defendida de un modo imperialista por historiadores vinculados a la segunda generación de la llamada Escuela de los Annales (paradójicamente, uno de sus más fervorosos defensores también haría, por las mismas fechas, su propia incursión micro en una comunidad campesina: Emmanuel Le Roy Ladurie, Montaillou, aldea occitana, de 1294 a 1324, ed. original francesa: 1975). Los resultados de este tipo de historia implicaban una representación el pasado de una forma básicamente ahistórica e inmóvil, en la que el cambio cultural o social no eran perceptibles y la estructura opacaba a los individuos y su capacidad, limitada pero real, de actuación en los márgenes y de adaptación a escenarios y circunstancias cambiantes. Metafórica e irónicamente dicho en sus palabras, su propuesta vendría a ser «casi un retorno al telar manual en la época del telar mecánico».

Frente a todo ello, Ginzburg va a proponer y desarrollar una historia de la(s) cultura(s) subalterna(s) en el Antiguo Régimen a través de un estudio de caso o micro («lo excepcional normal») referido a un hombre del común: el molinero Menocchio, aplicando para tal menester una metodología que denominaría paradigma indiciario. Gracias a la conservación y uso intensivo de las actas de los dos procesos inquisitoriales a los que fue sometido, acusado de herejía y condenado a la hoguera, se reconstruye el pensamiento y las vicisitudes del molinero y se contrasta con el saber hegemónico representado por los interrogadores de la Inquisición. Así las cosas, el autor muestra cómo un hombre humilde, aunque no especialmente pobre, fue capaz de construir y exponer con audacia una propia cosmovisión personal sincrética que, entre otras cosas, negaba que Dios fuese el creador del Universo (todo surgió del caos «del mismo modo que el queso está hecho de leche, y los gusanos surgen de él») o plantear dudas sobre la virginidad de María y criticar el comportamiento de la Iglesia.

En la persona de Menocchio concurrían una primaria alfabetización que le permitió acceder a la cultura de la palabra impresa (lecturas de la Biblia o el Corán) en una época marcada por la confrontación Reforma/Contrarreforma, unas creencias populares provenientes de una tradición ancestral oralmente transmitida y una recepción de ideas propaladas por sectas heréticas. Pero más que considerar los libros leídos como fuentes de sus creencias, lo fundamental es saber cómo los leía e interpretaba, es decir, cómo los procesaba. Ginzburg llega a la conclusión de que tal procesamiento se realizaba al margen de cualquier modelo preestablecido, en una mezcla particular que recreaba la página impresa y la cultura oral rural.

Por tanto, el molinero no sería una simple caja de resonancia de ideas circulantes, sino una inteligencia activa que se apropia de una parte del conocimiento disponible, lo tamiza y lo reelabora a su manera (asistemática y bastante contradictoria). La categoría de apropiación hace referencia, pues, a que, para construir su propia cosmovisión, el molinero hacía propias ideas ajenas, procedentes tanto de los libros como de sus adversarios inquisidores, pero reformulándolas y resemantizándolas siempre en función de sus propias necesidades intelectivas. De ahí las contradicciones y la ambigüedad de su discurso (ni puramente tradicional-premoderno ni enteramente libresco o moderno, a caballo entre el mythos y el logos), lo que permite al historiador abordar la dinámica de las vertientes culturales que en él confluyen. Esta categoría, la de apropiación, es hoy central en el estudio de la cultura popular y de la cultura de masas, interpretadas como procesos complejos de hibridación y mestizaje entre lo culto y lo popular o entre la alta y la baja cultura.

De su investigación Ginzburg concluye, entre otras cosas, que gran parte de la alta cultura europea, medieval y postmedieval, tenía importantes raíces populares («Figuras como Rabelais y Brueghel no fueron probablemente espléndidas excepciones»), que a un período de fecunda interacción cultural entre los diferentes grupos sociales siguió uno de adoctrinamiento unilateral (o aculturación) de las clases subalternas por los estamentos dominantes a partir de la mitad del siglo XVI, y que el caso del molinero Menocchio se inscribe en una política de control social por medio de la represión de la cultura popular.
Menocchio
Lo mismo que había ocurrido con otra obra de orientación microhistórica análoga, la de la historiadora norteamericana Natalie Zemon Davis (El retorno de Martín Guerre, ed. original inglesa: 1983), que estudiaba el caso de una impostura en una comunidad rural francesa durante el siglo XVI, y que fue llevada al cine en dos ocasiones (Francia: 1982, EE.UU:1992), ahora es la apasionante historia del molinero contada por Ginzburg en su magistral libro la que ha sido llevada recientemente a la pantalla grande: Menocchio (2018), una coproducción italo-rumana de 103 minutos dirigida por Alberto Fasulo, que aún no hemos tenido ocasión de ver. Sin duda, es una excelente oportunidad para revisitar otra vez este libro, original en su concepción y magistral en su realización.
 
 

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