El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Una nación cristiana
Jack Hanson escribe sobre el nacionalismo cristiano estadounidense, su rechazo del universalismo paulino, sus calumnias contra los cristianos de Palestina y la cierta ruptura que representa con respecto a la tradición protestante fundadora del país.
Jack Hanson*
El difunto Christopher Hitchens sacaba mucha punta a una frase que supuestamente pronunció Miriam A. Ferguson, la primera mujer gobernadora de Texas,[1] en respuesta a una propuesta de introducir biblias en español en las escuelas públicas: «Si el inglés del rey[2] es suficientemente bueno para Jesucristo, también lo es para los niños de Texas». Ma, como se la llamaba con cariño, era una demócrata contraria a la Ley Seca que concedió miles de indultos, se opuso al Ku Klux Klan, introdujo reformas laborales de gran envergadura y, con toda probabilidad, no dijo lo que Hitchens afirmaba que dijo. En realidad, la sentencia parece una de esas frases hechas imposibles de atribuir a nadie en concreto, que se sacan a pasear para burlarse de los ignorantes cada vez que muestran su inclinación, vergonzosa y a menudo peligrosa, a esquivar a Dios y a la patria, la cruz y la bandera, la fe y el patriotismo. Debería utilizarse estos días más de lo que se utiliza.
Hace una o dos semanas, un tertuliano trumpista cuyo trabajo diario consiste en dirigir una imitación reaccionaria de The Onion[3] publicó una serie de posts en X acerca de los católicos de Gaza. En respuesta al ataque del ejército israelí contra la iglesia de la Sagrada Familia, en el que murieron tres civiles, y a las condenas posteriores de la conducta de Israel por parte del papa León XIV y el cardenal Pizzaballa, este voluntarioso muchacho afirmó en primer lugar que «hay doscientos católicos declarados viviendo todavía en Gaza, y todos apoyan a Hamás»; y en segundo, que, aunque haya todavía cristianos «auténticos» en Gaza, su práctica tiene que ser clandestina, ya que los únicos cristianos visibles son los que compran su libertad religiosa al precio de apoyar al régimen.

A primera vista, esto no era más que una nueva contribución a la contradictoria lógica genocida que subyace al apoyo continuo a la matanza de palestinos en Gaza por parte de Israel: es mentira que esté ocurriendo, y se lo merecen. Los vituperios —obvios, y obviamente correctos— que se lanzaron contra este tertuliano tenían que ver ante todo con la monstruosidad moral de esta variante particular de culpabilización de la víctima. Pero a mí me llamaron más la atención aquellos que salieron en su defensa, siguiendo lo que ahora parecen ser dos líneas básicas que han confluido en un solo punto.
La primera iba en contra del tipo de crítica que acabo de mencionar. Los defensores afirmaban, en contra del discernimiento moral más básico, que esta calumnia contra los cristianos palestinos es perfectamente válida, ya que, al fin y al cabo, los blancos del ataque eran palestinos. Esta postura, espantosamente extendida, no merece que se debata sobre su contenido, ya que sus efectos son evidentes para quienquiera que quiera verlos. Es el tipo de sentimiento que trae a la memoria el lamento de Noam Chomsky en American power and the new mandarins [«El poder estadounidense y los nuevos mandarines»]:[4]«cuando se acepta la presunción de legitimidad del debate sobre ciertos temas, uno ya ha perdido su humanidad». Nuestra mente se estremece a diario, pero estas son las condiciones en las que todos hemos vivido durante mucho tiempo.
La segunda línea de defensa iba en contra de los ataques desde dentro de casa, por así decir. Entre todo el vendaval de críticas que recibió este tertuliano, hubo algún ataque antisemita contra el cristianismo supuestamente «judaizado» que le llevaba a apoyar a Israel. Según parece, esta es una de las zanjas internas que se abren en la actualidad en el mundo MAGA:[5] a un lado, la oposición a Israel como una conspiración judía que socava la soberanía estadounidense; a otro, el apoyo inquebrantable a Israel como aliado y baluarte en la guerra civilizatoria contra el islam. Todo esto lo dicen de forma abierta y explícita sus diversos partidarios, como si se tratara de posiciones políticas legítimas y no de los delirios febriles de un Streicher o un Fritsch,[6] actualizados para el mundo poscolonial. De todos modos, las fracturas internas del trumpismo no me interesan en realidad, salvo en la medida en que parecen desatar los gases nocivos que circulan bajo la superficie de nuestra vida política compartida.

Uno de esos venenos, que pretende ser incoloro e inodoro, aunque se sabe cuándo se infiltra en nuestras casas, es el nacionalismo cristiano. Por supuesto, no es algo nuevo en absoluto en la vida estadounidense, pero una de sus características más curiosas y poderosas es su capacidad para no solo reinventarse, sino que siempre parezca que acabara de salir de una larga pugna por nacer. Pero no se trata solo de una cuestión de autopromoción delirante. Se podría argumentar, de forma crítica o aprobatoria, que el país hunde sus raíces no solo en el cristianismo protestante, sino en un tipo particular de disidencia cristiana protestante; que el auténtico cristianismo estadounidense es inherentemente iconoclasta y construye su poder posicionándose en contra de un supuesto statu quo represivo. Es fácil olvidar, por ejemplo, que los puritanos no recibieron ese nombre por sus enseñanzas morales abstemias —en realidad eran relativamente laxos en ese sentido, sobre todo en materia sexual—, sino por su deseo de purificar la Iglesia reformada de las influencias católicas que aún conservaba. La fuente inmediata de su versión actual es la Mayoría Moral de Jerry Falwell[7] de los años setenta y ochenta, que se presentaba como un movimiento clandestino que salía al fin de las sombras; una vox populi reprimida durante mucho tiempo por las maquinaciones —sí— de los comunistas gais. «Es hora de que el pueblo de Dios salga del armario», solía decir Falwell, sin un ápice de ironía. Incluso hoy en día, el movimiento sigue siendo fundamentalmente reactivo. El destacado teólogo nacionalista cristiano Douglas Wilson responde de este modo a la pregunta «¿qué es el nacionalismo cristiano?» en la sección de preguntas frecuentes de su propio blog: «El nacionalismo cristiano es la opinión de que el secularismo es una construcción vacía, que ahora se revela en clara bancarrota». Solo «adicionalmente» hace Wilson alguna afirmación positiva propia.
Esta pose reaccionario-revolucionaria es una constante de la derecha estadounidense, y no cuesta trabajo entender por qué. Se trata de una autoimagen muy potente y fácil de mantener: la de estar siempre en marcha, siempre al filo de la victoria, con la tierra prometida siempre a la vuelta de la esquina, esperando a que eliminemos al adversario siguiente y último. El pasado no tiene cabida en esta imagen, salvo en lo que contribuye a trazar una visión de ese futuro glorioso, impulsando al soldado cristiano hacia delante. Los progresistas reciben muchas críticas (en mi opinión, con razón) por ceder la labor política al «arco moral del universo»,[8] pero nada tan teleológico como la mentalidad conservadora estadounidense, tanto más segura de sí misma cuantos más rivales e inconvenientes se interponen en su camino.

Así pues, no fue ninguna sorpresa descubrir que, cuando la controversia inicial sobre la difamación de los cristianos palestinos se apaciguó y comenzaron a aparecer implicaciones más amplias, muchos derechistas se negaran a aceptar parentesco alguno con los que se refugiaban en la iglesia de la Sagrada Familia. Un tertuliano se ofendió por el hecho de que tantas personas con nombres que sonaban extranjeros trataran de discutir con él sobre el cristianismo. Otro insistió en que los cristianos estadounidenses no tienen ninguna necesidad de «comunidades antiguas», porque tienen la Biblia.
La primera afirmación es simple xenofobia adolescente, y fue objeto de burlas generalizadas como tal. La segunda es más interesante, porque muestra cuánto se distingue el nacionalismo cristiano estadounidense incluso de sus propios antecesores protestantes. Una de las enseñanzas fundamentales de Martín Lutero es la de la sola scriptura, «solo las Escrituras», que sostiene que las Escrituras reveladas son la fuente principal de autoridad para el desarrollo doctrinal, en contraposición a la noción católica de que tanto las Escrituras como la tradición de la Iglesia son manantiales de la revelación divina y, por tanto, fuentes de autoridad que se sostienen la una a la otra. Como habrán adivinado, yo prefiero la visión católica de este tema, en gran parte porque tiene más sentido: aunque aceptemos la suposición de que las Escrituras están inspiradas por Dios, eso no significa que nuestro acceso al texto sea irrelevante para esa inspiración. Para muchos Padres de la Iglesia, la fuente divina de las Escrituras solo se activa en la tarea interpretativa de su difusión, es decir, en la comunidad y la tradición de la Iglesia. En otras palabras, «la Biblia» solo existe gracias a la Iglesia, por más que la Iglesia solo exista gracias a la Biblia. (No me refiero a la Iglesia católica romana ni a ninguna otra confesión concreta, sino a la entera comunión de la historia cristiana, en toda su variedad). No es exactamente que Lutero discuta esto, pero debido a su más fundamental enseñanza acerca de de la depravación generalizada —que toda acción humana es plenamente corrupta y, por lo tanto, requiere la gracia pródiga de Dios para la salvación—, el manadero de la autoridad doctrinal debe encontrarse muy lejos de nuestra influencia. Para Lutero, las Escrituras son tan misteriosas como la revelación misma.
No hace falta decir que esto no es lo que los dispensacionalistas,[9] evangélicos y fundamentalistas estadounidenses entienden por «la Biblia». El literalismo que caracteriza a estos movimientos margina, ignora e incluso rechaza —considerándolo oscurantismo subversivo— las cuestiones de traducción e interpretación que han vertebrado el debate teológico y la autocomprensión de los fieles durante la mayor parte de la historia cristiana. Para estas iglesias, la fe no es una vocación que perseguir, ni un misterio que discernir, sino una identidad que se tiene o no se tiene; una nación que defender por todos los medios necesarios. El universalismo proclamado en la carta de Pablo a los Gálatas, según el cual «ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer», solo puede ser ignorado o distorsionado hasta dejarlo irreconocible, a fin de convertir ese nacionalismo en una forma viable de práctica y creencia cristianas.

El nacionalismo cristiano es una distorsión profunda de la tradición, una forma netamente moderna de tiranía ideológica que, al igual que sus múltiples componentes y afluentes —el capitalismo, el Estado-nación, el literalismo bíblico—, exige la reducción de la multiplicidad humana a un único término, erigido por encima de todos los demás como superior. Para este movimiento, ser cristiano es ser estadounidense y viceversa, y cualquier desviación e incluso complicación de eso es constitutivo de deslealtad y herejía. En otras palabras, exige vasallaje en nombre de la libertad.
Muchos de nosotros aprendimos hace mucho tiempo a considerar esto como un fenómeno distintivo de Estados Unidos. Si bien hay buenas razones para establecer esa conexión, ello escamotea lo extraño que resulta este desarrollo para una nación fundada sobre el rechazo de la autoridad inherente y la elevación del gobierno y el derecho procesales; por no hablar de su dependencia histórica, para su desarrollo social, de la inmigración y el encuentro multicultural. Por supuesto, esto es un relato optimista de la vida estadounidense; yo solo pretendo señalar sus mejores aspectos, sus más altas posibilidades. Allá arriba, a pesar de sus muchos fracasos y decepciones, contradicciones y crímenes, hay algo en Estados Unidos que no deja de ser antitético a todo el proyecto del nacionalismo cristiano.
Desde hace años se viene diciendo que Palestina es el centro del mundo. Hay muchas formas de pensar en esta aseveración, pero la relevante en este momento es hasta qué punto todas las fuerzas del orden político mundial han confluido en esta crisis y han abandonado, intencionadamente o no, los diversos disfraces que ocultaban su verdadera naturaleza. Pero lo que se revela, salvo en unos pocos casos, no es una simple identidad o propósito, sino más bien las contradicciones que subyacen a nuestra autopercepción colectiva. Tal vez sean pocos los que se sorprendan por el chovinismo que exhiben los fundamentalistas estadounidenses. Pero el sacrificio explícito de compañeros cristianos en el altar del militarismo nacionalista no debería dejar lugar a dudas sobre la singularidad de esta formación religiosa y la profundidad de la fractura que atraviesa nuestra propia sociedad, entre aquellos que incluso aceptan la posibilidad de una humanidad común y aquellos que solo aprecian la identidad.

Notas
[1] Lo fue en dos etapas, la primera entre 1925 y 1927, y la segunda de 1933 a 1935. (N. del T.)
[2] La expresión King’s English se refiere en inglés al dialecto considerado como más culto y prestigioso, el estándar ideal, generalmente asociado con el sur de Inglaterra. (N. del T.)
[3] The Onion («La Cebolla») es una publicación satírica, más o menos similar a la española El Mundo Today. (N. del T.)
[4] El primer libro del eminente lingüista, publicado en 1969. No está traducido al castellano. (N. del T.)
[5] Siglas de Make America Great Again [«Hacer a Estados Unidos grande otra vez»], el lema trumpista. (N. del T.)
[6] Julius Streicher (1885-1946) fue el fundador y editor del semanario antisemita Der Stürmer, que llegó a ser parte importante de la maquinaria propagandista nazi. Fue ejecutado tras los Juicios de Núremberg. El también alemán Theodor Fritsch (1852-1933) fue un editor y periodista adepto al movimiento völkisch, cuyos escritos antisemitas contribuyeron grandemente a alimentar el odio popular alemán a los judíos a finales del siglo XIX y principios del XX. (N. del T.)
[7] Jerry Falwell (1933-2007) fue un pastor y telepredicador bautista fundamentalista, icono de la derecha religiosa estadounidense, adepto al sionismo cristiano (evangélicos —sobre todo, pero no solo— que apoyan con entusiasmo a Israel). En 1979 fundó Moral Majority [«Mayoría Moral»], un grupo de presión vinculado al ala derecha del Partido Republicano, que alcanzó su máxima influencia sobre el Gobierno federal durante las presidencias de Ronald Reagan y los dos Bush. Pregonaba que la mayoría social se identificaba con los valores morales, religiosos y familiares tradicionales. (N. del T.)
[8] La expresión «arco moral del universo» se refiere a la convicción de que la historia está de parte de los progresistas y proviene de Martin Luther King, que la popularizó en la época del movimiento por los derechos civiles. La frase completa es: «el arco moral del universo es largo, pero se inclina hacia a la justicia». (N. del T.)
[9] El dispensacionalismo es un marco de interpretación teológica de la Biblia que sostiene que la historia se divide en múltiples épocas llamadas «dispensaciones», en las que Dios interactúa con su pueblo elegido de diferentes maneras. Cada dispensación sería «un período durante el cual el hombre es probado en lo que respecta a alguna revelación específica de la voluntad de Dios». Habría siete: la Inocencia en la época de Adán y Eva, la Conciencia en el período que va de la Caída a Noé, el Gobierno Civil entre Noé y Abraham, la Promesa con Abraham, la Ley entre Moisés y Jesús, la Gracia desde Jesús hasta nuestros días y, en el futuro, el Reino, cuando Jesús regrese y reine sobre la Tierra durante un milenio tras el cual Satanás será liberado, con el objeto de probar por última vez la fe del ser humano. (N. del T.)
*Jack Hanson es profesor (lecturer) de la Universidad de Yale, donde se doctoró en estudios religiosos en 2024 con una disertación sobre la crítica de la modernidad en el catolicismo; editor asociado de The Yale Review y colaborador de The New York Review of Books, The Drift, The New York Times Book Review, The Paris Review, The Nation, 4Columns, PN Review y otros medios en los que escribe sobre religión, literatura y cultura, así como poesía. Asimismo, gestiona un blog de Substackllamado Phantom Heresy. Reside en Brooklyn (Nueva York).
Fuente: A Christian Nation, “Una nación cristiana” Artículo originalmente publicado en Phantom Heresy, el blog del autor en Substack, el 28 de julio de 2025.
Traducción de Pablo Batalla Cueto en El Cuaderno Digital, 19 de agosto de 2025
Portada: El presidente Trump posa con una biblia en las manos el 1 de junio de 2020 frente a la iglesia episcopaliana de St. John’s Episcopal Church, cercana a la Casa Blanca y conocida como la iglesia del Presidente, durante las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter (foto oficial de la Casa Blanca por Shealah Craighead)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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