Jaume Claret
«Creo en la novela como forma democrática de literatura». Visto con perspectiva, era evidente que esta frase, además de destilar el pensamiento de Antonio Scurati (Nápoles, 1969), se elevaba como una ofensa para los que se posicionan contra el conocimiento, la verdad, la belleza, la libertad y la democracia. La letra impresa puede parecer frágil, pero cuando expresa ideas y convicciones se transforma en contundente y poderosa.
No es casual que Woody Guthrie pinte en su guitarra «this machine kills fascists», sembrando por los Estados Unidos de ahora hace un siglo canciones sobre derechos civiles, sobre luchas sindicales y sobre una forma comprometida de entender el mundo –encarnado por Scoot McNairy en el biopic sobre Bob Dylan A Complete Unknown –. No es casual que todo régimen totalitario haga de la censura y de la destrucción física del libro una de sus políticas definitorias. Ya lo dejaba escrito el rector franquista de la Universidad de Zaragoza, Gonzalo Calamita: «el fuego purificador es la medida radical contra la materialidad del libro»; y hace un recorrido histórico el máximo responsable de la prestigiosa Bodleian Library, Richard Ovenden, en su Quemar libros. Una historia de la destrucción deliberada del conocimiento (traducida por Silvia Furió, Crítica, 2021).
A Scurati, de momento, no lo han querido quemar, pero el gobierno de Giorgia Meloni lo ha puesto en su punto de mira. Ya fruncieron la nariz cuando en 2022, coincidiendo con la toma de posesión, publicaba el ensayo Fascismo y populismo (Debate, 2024, traducción de Carlos Gumpert). Pero la gota que colmó el vaso, fue el monólogo que este profesor de la Universidad Libre de Lengua y Comunicación de Milán tenía que pronunciar en la RAI el 25 de abril del año pasado, con motivo del Día de la Liberación. El texto acusaba al gubernamental Hermanos de Italia de no haber roto con sus orígenes y simpatías fascistas. Nunca fue emitido.
Ante las protestas provocadas por la cancelación, la propia presidenta italiana se apresuró a desmentirla en las redes sociales y a atribuirlo todo a un desacuerdo económico. Aunque más sibilina, la intención última se hace evidente si se pone en relación con otras actuaciones precedentes como las denuncias contra medios de docenas de periodistas e intelectuales por señalar los vínculos neofascistas de Meloni. Ha sido el caso de los ataques al prestigioso historiador Luciano Canfora (Bari, 1942), quien finalmente no tendrá que comparecer ante los tribunales porque la presión pública ha forzado la retirada de la demanda el pasado octubre.
Mussolini por cinco
La relevancia de Scurati trasciende la esfera académica italiana por ser el autor de una obra magna: una novela documental, por su «estricta adhesión a los hechos históricos», que a lo largo de cinco volúmenes reconstruye el ascenso, gloria, miserias y caída de Benito Mussolini. Alrededor de 4.000 páginas donde cada breve capítulo inyecta vida a través de las técnicas ficcionales a una documentación inteligente, parte de la cual se reproduce al final de cada pieza. En 2018 apareció el primer volumen y el quinto está previsto –no por casualidad— el 25 de abril de 2025.
El impacto de esta obra en curso ha sido impresionante, puesto que se habla de más de un millón de ejemplares vendidos en 40 países. En el caso español, los actuales cuatro volúmenes publicados –todos ellos en Alfaguara y traducidos por el ya citado Gumpert— se han recibido con un éxito de crítica y público, un tráiler del éxito italiano y del prestigioso Premio Strega en 2019. Toda la obra comparte como título una «M» que evoca al protagonista y que adapta su diseño al estilo dominante en cada paréntesis histórico. Además de este detalle gráfico, el subtítulo también singulariza cada volumen. Así, el primero se titula M. El hijo del siglo (2020) y sigue la inverosímil ascensión de Mussolini hasta la presidencia del Gobierno, demostrando que: «La política es el circo de los vicios, no de las virtudes. La única virtud que se requiere es la paciencia.»
El hombre de la providencia (2021) son los años de la expansión del proyecto fascista, cuando la hegemonía parece posible y cuando incluso el personaje deslumbra a parte de la esfera internacional. Se trata de un Mussolini dominante y retador: «La historia nos enseña que, cuando te toca en suerte un cataclismo, hay que obedecer a un único criterio: vivir. Vivir y perdurar. Sobrevivir como hombres del porvenir. Nada distinto, nada más, nada menos». En cambio, en el tercer volumen – M. Los últimos días de Europa (2023)— se empiezan a percibir los límites y surge la tentación nazi, con un primer vínculo común a las trincheras de la guerra civil española: «Barcelona ha caído. Ha caído la ciudad que desde la Edad Media fue símbolo de libertad y refugio de los hombres perseguidos por el poder. A Benito Mussolini le llega la noticia mientras está esquiando en Terminillo».
Y, mientras no llega la quinta entrega, la cuarta se explaya en las miserias: las de un fascismo de cartón-piedra y las de un dictador de una crueldad ya descarnada. M. La hora del destino (2024) es el más crudo –si ello fuera posible— de todos los volúmenes: «Otra vez ese pedregal desolado, tan solo esa modesta colina. La mirada es ciega, el mapa es un engaño, esta guerra es solamente un inmenso equívoco». El mismo Scurati, en una entrevista en El País el pasado octubre lo expresaba claramente: «[sus dudas] a mis ojos hacen a Mussolini, si cabe, aún más culpable que Hitler. Él no tenía la ceguera ideológica de Hitler, veía la cara demoníaca del nazismo, le asustaba. Y, aún así, persevera en esta indiferencia ante el sufrimiento de su pueblo y de otros pueblos.»
‘Hagamos que Italia vuelva a ser grande’
Para acabarlo de remachar, en la pasada edición del Festival de Venecia se presentó la versión televisiva firmada por Joe Wright en Sky Italia y protagonizada por Luca Marinelli. Esta temporada inaugural de ocho capítulos lleva a la pequeña pantalla de manera extraordinaria el primer volumen. A pesar de que la paréntesis histórica incluye hechos tan relevantes como la Marcha sobre Roma o la ocupación de Fiume por Gabriele De Annunzio, la atención del espectador queda secuestrada por dos dobles parejas.
En primer lugar, está el duelo entre el diputado y secretario del PSI, Giacomo Matteotti, y el jefe fascista, él mismo exsocialista. El líder de izquierdas es su contrafigura y es, a la vez, la voz de la conciencia y de la decencia política y ciudadana, ante un país que se deja deslumbrar, asustar y abrumar por la violencia y la retórica de los radicales. Su asesinato el 10 de junio de 1924 en Roma –había nacido en Fratta Polesine en 1885— fue el punto de no retorno fascista y, a la vez, también dinamitaba al otro dúo principal de esta primera temporada: el vínculo entre il Duce y su mano derecha Cesare Rossi, Cesarino . Fiel hasta el paroxismo, conocedor de todos los secretos del líder –incluida su agitada vida sexual y unas debilitantes (y psicosomáticas) úlceras— y con una relación de odio y dependencia por parte de Mussolini, será señalado para asumir la culpa del magnicidio. Y entonces se rebelará.
Con todo, la serie no se limita a poner imágenes a los libros de Scurati, sino que juega a fondo con la experimentación del expresionismo al surrealismo, aprovecha los juegos visuales, usa canciones de otros períodos o, directamente, rompe la continuidad histórica y la cuarta pared para interpelar al espectador.
Así, de repente, Mussolini nos mira y suelta: «Make Italy Great Again». Nada más coherente con el pensamiento de un Scurati defensor de dos ideas para combatir los nuevos movimientos antiliberales: «la historia de la democracia ha sido siempre una lucha por la democracia, un trabajo cotidiano, un heroísmo menor como el que nos exige la educación de nuestros hijos. Y la otra es poner en marcha esta gran pasión política de la esperanza. Los partidos progresistas deben hacerlo. Contar que estos inmigrantes nos ayudan a construir una sociedad mejor, más justa, menos contaminada. Es difícil, pero es eso o ganarán los alfiles del miedo».
Fuente: Política&Prosa, 31 de marzo de 2025
Portada: Arco del Triunfo, levantado en honor a la visita de Mussolini a Verrès, municipio italiano del Valle de Aosta, en 1939. Fotografía de autor desconocido. Wikipedia.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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Esa misma “M” mussoliniana es la que enmarca la entrada a la pirámide de los italianos en el puerto de El Escudo (Burgos), monumento al que la Junta de Castilla y León intenta dar protección como “bien de interés cultural” y los municipios de la zona aprovechamiento turístico. Según declaró allí el ex-vicepresidente de la Junta, el alevín fascista García Gallardo, “tenemos que acudir a la historia para aprender”. La zona, que fue frente durante el primer año de la Guerra civil, se presta a ello. A pocos kilómetros de la pirámide están el monumento de Sagardía y el altar a los caídos de Falange. Yendo hacia el este también se puede visitar el monumento el general Mola, en Alcocero de Mola. No faltan en la zona recuerdos de la víctimas de la Guerra civil (la represión fue muy dura), pero no son tan visibles, pues están en los cementerios o en la cercanía de fosas exhumadas.