Premio Nobel de Economía 2024:
“Los tres galardonados apelaron a la historia sin darse cuenta de que a menudo contradecía ella sus teorías”.
Gérard BÉAUR
Director Emérito de Investigación, CNRS y Director de Estudios, EHESS, en el Centre de recherches historiques, CRH, París
Pablo F. LUNA
Historiador, Centre de recherches historiques, CRH, París
Dos historiadores, Gérard Béaur y Pablo F. Luna, expresan su sorpresa en un artículo publicado en Le Monde por el hecho de que el Premio Nobel se haya concedido a tres economistas cuyas teorías han quedado invalidadas por los hechos históricos.
“Es como en un cóctel, siempre hay gente que llega cuando todos los demás ya se están yendo”. Este comentario irónico y desilusionado, de un agudo observador de la política económica francesa a principios de la década de 2010, podría aplicarse a la elección del trío de economistas galardonados con el premio del Banco de Suecia en homenaje a Alfred Nobel (el “Nobel de la economía”): Daron Acemoglu, James A. Robinson y Simon Johnson.
Esta decisión corona las investigaciones de economistas partidarios del neo-institucionalismo, una teoría que tuvo su momento de gloria a finales del siglo XX, a raíz de los trabajos de Douglas North (1920-2015), y que atribuye a las instituciones un papel decisivo en el proceso de desarrollo. En el corazón de ese reactor benéfico, según tales economistas, se encuentran los derechos de propiedad, como criterio fundamental para garantizar el éxito o el fracaso económico de las naciones.
Como algo que satisface a la mente, puesto que sería necesario y suficiente cambiar las instituciones para lograr el progreso. Es lo que sugiere, más o menos explícitamente, Daron Acemoglu y Simon Johnson, cuando creen que existe una relación mecánica entre el nivel del producto interior bruto (PIB) y la calidad de las instituciones.
Ejemplos a prueba
Este es el argumento principal de la obra maestra de Daron Acemoglu y James A. Robinson, Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, [Why Nations Fail. The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (Profile Books, 2013), obsérvese que la traducción oficial, permuta Nations por países, ndt], cuando abordan con hipótesis actualizadas cuestiones que en su día intrigaron al historiador David Landes (1924-2013) en La riqueza y la pobreza de las naciones. ¿Por qué algunas son tan ricas y otras tan pobres? [The Wealth and Poverty of Nations. Why Some Are so Rich and Some so Poor (W. W. Norton, 1998)].
Por desgracia para esos economistas, los historiadores llevan más de una década poniendo a prueba la mencionada teoría. Y nada parece confirmar que haya sido avalada por la experiencia histórica, incluida la más reciente. Tomemos algunos ejemplos sencillos.
Cuando Daron Acemoglu se propone demostrar que las reformas institucionales emprendidas en las zonas de Alemania ocupadas por Napoleón estuvieron en el origen del posterior desarrollo de la zona del Rin, Michael Kopsidis y Daniel Bromley demuestran fácilmente que el comienzo de tal crecimiento fue muy anterior y que las transformaciones institucionales logradas bajo la influencia francesa no fueron más que un episodio de una larga historia.
Acontecimientos fuera de las instituciones
Cuando el historiador argentino Jorge Gelman (1956-2017) demuestra que, en la Argentina del siglo XIX, la “clarificación” de los derechos de propiedad fue posterior al crecimiento económico, establece su naturaleza política, ya que fue impuesta por propietarios que se consolidaron precisamente gracias al crecimiento previo, que a su vez se logró con “derechos de propiedad” e instituciones bastante indefinidos.
Kenneth Pomeranz ha demostrado que la desigualdad en el desarrollo entre China y Occidente debía poco a sus instituciones, pero todo al acceso a las materias primas que ofrecía a Occidente la expansión colonial y la mayor disponibilidad de recursos energéticos que ofrecía el carbón.
¿Acaso los historiadores ingleses no se han resignado y renunciado a la idea de una supremacía agrícola basada en los cercados? ¿No se ha desmentido el supuesto “atraso francés” con la abolición mucho más temprana del feudalismo institucionalizado? ¿No han cuestionado los historiadores franceses la supuesta irracionalidad de los derechos y prácticas colectivos (pastoreo del ganado en los campos después de la cosecha, etc.), así como el presunto carácter sistemáticamente perjudicial del uso comunal de la tierra?
Una solución sencilla a un problema complejo
Siguiendo los pasos de los neo-institucionalistas, los tres “Nobelizados” actuales adoptaron la misma postura. Apelaron a la Historia sin darse cuenta de que a menudo contradecía ésta sus teorías. A pesar de algunas contorsiones y arrepentimientos, al promover las instituciones como el alfa y el omega del desarrollo de las sociedades, o en todo caso como un requisito previo ineludible, creyeron haber encontrado una solución sencilla a un problema complejo.
Esto no quiere decir que sea ilegítimo preferir las buenas instituciones a las malas, pero es ignorar todos los demás factores que pesan más que ellas. ¿Debemos realmente descartar el papel de los contextos históricos, políticos, sociales, demográficos, medioambientales y tecnológicos?
Si seguimos esta línea de argumentación, todo lo que tenemos que hacer es introducir instituciones nuevas y beneficiosas y los países “fracasados” despegarán. Es fácil ver las peligrosas conclusiones implícitas que algunos podrían sacar de esto.
Economistas, hagan otro esfuerzo…
Detrás de la adopción de “buenas instituciones”, que a veces parece ser un pretexto, puede haber una incitación a la apertura al libre comercio y al mercado en Estados Unidos y Europa, pero también y sobre todo en el “Sur”; algo que no sólo tiene lados positivos. ¿Acaso no conduce al acaparamiento de propiedades a través del mercado de la tierra y al land grabbing, es decir, al control y posesión de tierras por parte de Estados depredadores, con el apoyo de organizaciones financieras internacionales?
La individualización de los derechos de propiedad es un arma de doble filo: hace más segura la propiedad de los bienes, pero también nos hace vulnerables ante agentes sin escrúpulos que utilizan esa clarificación para explotar los recursos naturales y apropiarse de los productos agrícolas de los países afectados.
En definitiva, este Premio Nobel es una buena noticia. Demuestra que algunos economistas saben hablar entre ellos, incluso cuando afirman querer hacerle preguntas a la historia. Es una pena, sin embargo, que no vayan mucho más allá de sus presuposiciones o intuiciones. Economistas, un esfuerzo más (¡!) …
Bibliografía mínima (agregada por los autores):
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Fuente: Le Monde 23 de octubre de 2024 [Traducción de los autores a partir del texto original en francés].
Portada: Acemoglu, Johnson y Robinson (imagen: NobelPrize/Niklas Elmehed)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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