¿Del capitalismo al tecnofeudalismo? Disensiones con Varoufakis (*)

 

Ricardo Robledo

 

El viernes 19 de julio pudo convertirse en otro viernes negro cuando una actualización de un antivirus provocó un apagón en millones de ordenadores de todo el mundo y desató el caos en negocios y servicios públicos por todo el planeta. Ha sido una de las mayores caídas informáticas de la historia, y su alcance deja en evidencia la vulnerabilidad de la infraestructura tecnológica global, tanto por la elevada concentración de servicios en torno a unas pocas multinacionales (las 15 mayores compañías del sector controlan el 62% de las tecnologías, los productos y los servicios relacionados con la protección informática) como por la externalización generalizada de los sistemas operativos y de almacenamiento en la Nube que utilizan las compañías en su día a día. Uno de cada siete ciudadanos del mundo utiliza Microsoft ­Office y más de trescientos millones, el producto Windows 365 –el que falló el viernes–, que ofrece sus servicios en la lla­mada Nube para permitir guardar y almacenar datos y ­programas (Editoriales de El País y La Vanguardia 20 de julio). Por su parte ABC se preguntaba en el suplemento semanal ¿Hay  que matar el capitalismo… para salvar el capitalismo? Es como si volviera  el eco de aquella literatura episódica de “refundar el capitalismo” sobre bases éticas (2008) que ha acabado muy poco éticamente  en el caso de sus mentores como Sarkozy condenado por corrupción.

La rapidez en solventar en pocos días  una situación catastrófica que afectó a millones  de pasajeros y usuarios (más del 70% de los ordenadores del planeta utiliza Windows) parece haber apaciguado las criticas sistémicas si bien se ha comparado con la pandemia y no han faltado alegorías a la “pantalla azul de la muerte” por  matar al paciente que se quería proteger. Mas de un analista recurrió a Varoufakis -que no hace mucho había publicado Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo, Deusto, 2023-  por haber previsto, digamos con ironía,  ‘la caída del sistema’.

Antes de nada ¿qué se puede entender por tecnofeudalismo? Si recurrimos  a la forma de clasificar las sociedades según los modos de producción (comunismo primitivo>esclavitud>feudalismo>capitalismo), la estrategia de  los gigantes tecnológicos habría retrocedido al estadio anterior donde dominaba  la expropiación de los señores -expropiación política- y no existía la lógica del mercado capitalista. Mientras el feudalismo vive de tributos, de la renta feudal, en el capitalismo reinaría el beneficio que es el motor de la inversión y del progreso histórico.

Un resumen de algunas de las ideas principales de Varoufakis:

  1. El controvertido concepto de tecnofeudalismo sugiere que hemos pasado del capitalismo a algo aún peor: una nueva era con inquietantes características feudales. Desde esta perspectiva, los capitalistas dependen ahora principalmente del poder político establecido y de las rentas para extraer capital. De confirmarse, esta forma de extracción feudal representaría un drástico alejamiento de los mecanismos convencionales del capitalismo. Y, lo que es más importante, marcaría un alejamiento de los atributos fundacionales del capitalismo, como la competencia y la innovación. (CTXT 18 julio 2024)
  2. Lo que habría matado al capitalismo es… el propio capitalismo. No el capital tal y como lo conocemos desde el amanecer de la era industrial, sino una nueva forma, una mutación que ha arraigado en las dos últimas décadas, mucho más potente que su predecesor que, como un virus estúpido y celoso, ha acabado con su huésped. ¿Qué ha sucedido? Dos cosas. La privatización de Internet por las grandes tecnológicas estadounidenses y chinas. Y la manera en la que los gobiernos occidentales y los bancos centrales respondieron a la gran crisis financiera de 2008» (Entrevista Ethic 10. junio 2024)
  3. Desde propietarios de fábricas en el Medio Oeste de Estados Unidos hasta poetas que luchan por vender su última antología, desde conductores de Uber en Londres hasta vendedores ambulantes indonesios, todos dependen ahora de algún feudo en la Nube para acceder a los clientes. Es una especie de progreso. Atrás quedó la época en la que, para cobrar el alquiler, los señores feudales empleaban matones para romper las rodillas de sus vasallos o derramar su sangre. Los ‘cloudalistas’ [quienes controlan el capital en la nube] no necesitan desplegar alguaciles para confiscar o desalojar. En cambio, todo capitalista vasallo sabe que con la eliminación de un enlace del sitio de su vasallo en la Nube podría perder el acceso a la mayor parte de sus clientes. Y con la eliminación de uno o dos enlaces del motor de búsqueda de Google o de un par de sitios de comercio electrónico y redes sociales, podrían desaparecer por completo del mundo online. Un terrorismo tecnológico saneado es la base del tecnofeudalismo (Persuasion 29 abril de 2024)

Estos párrafos del exministro de finanzas griego -que se ha prodigado en multitud de entrevistas- ayudan a comprender el gran miedo (o más bien susto) del 19 de julio que sintieron particulares y organizaciones. Retrata bien la vulnerabilidad del mundo on line que puede evaporarse sin pedir permiso, como desaparecen las nubes (nunca mejor dicho) cuando llueve… La correlación terrorismo tecnológico/tecnofeudalismo que establece Varoufakis no deja de ser atrevida…

Creo que conviene contextualizar algunas aportaciones que han ido creando el concepto de tecnofeudalismo. Como es sabido, hacia 2010-2012 empezó a extenderse una literatura crítica sobre las recetas para salir de la crisis económica. Varoufakis, bien experimentado, resumió a la perfección el error de la austeridad  cuando se preguntaba en 2020 si el poscapitalismo había llegado.

Para reflotar el sistema financiero, los bancos centrales canalizaron olas de liquidez muy barata al sector financiero, a cambio de una austeridad fiscal universal que limitó el gasto de los hogares de bajos y medianos ingresos. Al no poder beneficiarse de los consumidores golpeados por la austeridad, los inversores pasaron a depender de las constantes inyecciones de liquidez de los bancos centrales, una adicción con efectos colaterales graves para el propio capitalismo

A título de ejemplo de esta literatura crítica valga citar a David Graeber, Debt: The First 5.000 Years (2011) que no necesitó recurrir al feudalismo para mostrar la incoherencia de la receta oficial de la austeridad impuesta a diestra y siniestra. De forma distinta, el influyente Michael Hudson se refirió en 2012 a una clase financiera que había usurpado el papel que solían desempeñar los terratenientes. Con la ayuda de la exuberancia financiera estábamos asistiendo a la “canibalización” del capital industrial, así como de la remuneración del trabajo. La deriva del capital financiero sería el “neofeudalismo”. La destrucción creativa de Schumpeter no habría funcionado.[1]

Posteriormente,  en 2018-2020, hubo dos autores que tuvieron especial impacto.  El libro de Shoshana Zubof, La era del capitalismo de la vigilancia reseñado en este blog,  analizó en 2018 las bases de la riqueza y el poder de los gigantes tecnológicos. Parafraseando el edicto real de 1513 que confería la autoridad a los adelantados y la sumisión de los indígenas, Zuboff relata la lógica de las tecnológicas en estos términos:

Reclamamos la experiencia humana como material bruto listo para ser apropiado libremente. Sobre la base de esta reivindicación ignoramos los derechos, intereses, conciencia y comprensión de los usuarios. Afirmamos nuestro derecho a transformar este material bruto en datos conductuales derivados de la experiencia humana. Es nuestro derecho tomar y poseer lo que los datos revelan. Es nuestro derecho decidir cómo usar nuestro conocimiento.

Dos años después el economista francés Cédric Durand publicó Techno-féodalisme: Critique de l’économie numérique, París, 2020. El tecnofeudalismo sería “la nueva gleba digital”. Las medidas de rescate que siguieron a la crisis financiera de 2008 aceleraron las dinámicas de desposesión y para­sitismo, suprimiendo la innovación. [2] En resumidas cuentas, el imaginario feudal es una socorrida metáfora en cuyo núcleo encontramos un sistema atrasado donde domina la expropiación, no de la mano invisible del mercado sino del Leviatán de los señores. El tipo peculiar de capitalismo se bautizó tecnofeudalismo.

La pregunta es hasta qué punto el uso (o el abuso) que se ha efectuado de la economía feudal para iluminar las mutaciones del capitalismo de las plataformas resiste bien la comparación de la historia. Es desde este campo desde el que muestro el disenso con los partidarios del tecnofeudalismo con dos observaciones y una sugerencia.

No se puede generalizar la oposición renta/beneficio: ingreso del terrateniente contra la remuneración del capital, que fundamentó teóricamente el economista David Ricardo hacia 1820.  Tanto en el feudalismo tardío como en las grandes fortunas de los siglos XIX y XX solía coincidir el rentista de la tierra y el inversor con riesgo. ¡Cuántos capitales han nacido de la renta  y cuántos industriales han salvado su quiebra apoyados en la explotación de la tierra!    Al creer que los gigantes tecnológicos estaban girando hacia el feudalismo, identificado como “vivir de rentas”, se ha extrapolado en exceso un marco teórico que nació en una coyuntura muy concreta. La Inglaterra de mediados del XIX convertida en la fábrica del mundo necesitaba exportar a los países no industrializados e importar trigo a lo que se oponían los terratenientes feudales. El verdadero conflicto para  D. Ricardo  -quien según Milanovic disfrutaba de una fortuna de 615.000 libras (392 millones de € de 2020) [3]– era el que se producía entre capitalistas y terratenientes, no como diría Marx entre capitalistas y obreros. El esquema de Varoufakis parece más ricardiano que marxista: proletarios y burgueses contra el capitalismo ‘feudodigital’.[4]

La segunda observación remite a la idoneidad o no del mundo feudal para interpretar la estrategia de las grandes tecnológicas. Salvo el horizonte que dibuja la explotación insostenible de los recursos medioambientales del planeta[5],  la crisis final del capitalismo parece que no acaba de llegar. No estamos ante el fin del capitalismo sino ante una fase de concentración de poder económico que aún no ha tenido una respuesta política para controlarlo. La Nube no es un territorio, al igual que no lo es Internet. Son aparatos conectados que dan servicios, son bienes de capital sonantes y contantes que se venden y alquilan, pero, sobre todo, se deprecian constantemente, como buenos bienes de capital que son. No son tierra de la que extraer una renta, y menos una renta feudal. Salvo las dictaduras, en la Nube e Internet es difícil establecer normativas nacionales. Esto hace que los capitalistas que han concentrado el poder en este sector ejerzan como “señores” de un aparente “territorio” donde los Estados nacionales parecen incapaces de poner ley (véase la tarea de la UE por crear jurisdicción en la IA y aledaños). Esa imagen de los magnates de las grandes tecnológicas es muy fácil convertirla en una suerte de “tecnoseñores feudales”. [6]

Imagen: Intelligencer/Getty Images/New York Magazine

Si aceptamos que Google está en el negocio de la producción de mercancías consistentes en resultados de búsqueda (un proceso que requiere una inversión masiva de capital) no hay gran dificultad en tratarla como una empresa capitalista más, dedicada a la producción capitalista normal. Pero ¿por qué habría que calificar a Google de un mero rentista y no de una empresa capitalista standard guiada por la inversión/innovación? [7]

Finalmente, la sugerencia: ¿por qué desviar la mirada sobre los orígenes del capitalismo para fijarla sobre el atrasado mundo del feudalismo? Creernos como dice Varoufakis que los atributos fundacionales del capitalismo son la competencia y la innovación es dejar más de una cara oculta del proceso histórico. Para empezar, el invento de la manufactura está lejos de imitar la visión romántica/schumpeteriana del empresario innovador. Hay una frase de Walter Benjamin muy citada, aunque de forma incompleta, que refleja a la perfección cómo sentía el fabricante la lucha de clases en el siglo XIX,

Chaque fabricant vit dans sa fabrique comme les planteurs des colonies au milieu de leurs esclaves, un contre cent; et la sédition de Lyon est une espèce d’insurrection de Saint-Domingue.[8]

La fábrica textil tenía la función de controlar  la fuerza de trabajo tanto o más que la de lograr la eficiencia tecnológica, porque, como nos enseñó el venerable artículo de Marglin en 1977, los cambios en la organización conducen a cambios en las mentalidades.[9] La maquinaria no se inventó con el único único objetivo de frenar el alza salarial. Mientras Marx escribía El Capital, la desigualdad de la riqueza en el Reino Unido no solo iba en aumento, sino que era excepcionalmente alta: “el uno por ciento más rico suponía alrededor del 60% de la riqueza del país algo inaudito probablemente antes, e incluso después”.[10] Quizá influyera el empleo tanto de las mujeres como el de los niños que ofrecían mano de obra relativamente barata, lo que sugiere una ruta alternativa a la industrialización que evitaba los salarios altos para muchas industrias. [11]  Si tenemos en cuenta que más de la mitad de las exportaciones de Estados Unidos de 1815-1860 eran de fibra de algodón trabajada con mano de obra esclava,  cuya “productividad” se multiplicó por cuatro sin que hubiera innovación tecnológica alguna, [12] disponemos de indicadores más allá de la innovación y la competencia para valorar la deriva del capitalismo.

Hace poco nos dejó Jaume Torras, un maestro en utilizar la caja de herramientas precisas para no confundir los problemas derivados de cambios socioeconómicos de los que eran “problemas de la profesión”, es decir interpretaciones estrechamente ligadas a posiciones políticas o de otro tipo. Así ocurrió con el debate de la transición del feudalismo al capitalismo planteado muy “por analogía a lo que uno imagina que debe ser la transición del capitalismo a otra cosa que nadie sabe exactamente lo que puede ser”, manifestó en un debate con Amelang y otros historiadores en 1987. Pues algo así podría decirse de este texto  sobre la transición del capitalismo al feudalismo o “a otra cosa que nadie sabe exactamente lo que puede ser”. Podríamos concluir, siguiendo a C. Hill, que el  tecnofeudalismo es un buen ejemplo de cómo  a menudo se inventan categorías de análisis  para nuestra propia comodidad que nos impiden luego captar las complicadas interrelaciones de las sociedades.[13]

 

Imagen: Chelsea Saunders/Current Affairs

 

(*) Proyecto de Investigación “El regionalismo franquista desde Cataluña: prácticas y discursos centrípetos”. UOC. (PID2021-125227NB-I00

Notas

[1] Michael Hudson, “The Road to Debt Deflation, Debt Peonage, and Neofeudalism”, Levy Economics Institute of Bard College. February , Working Paper  708, 2012. Del mismo año The bubble and beyond: fictitious capital, debt deflation and the global crisis.

[2] Evgeny Morozov, “Critique of Techno-Feudal Reason”. New Left Review 2022: 125. La lectura de este artículo ha resultado útil para seguir la fronda de las publicaciones del tecnofeudalismo que ha sido utilizado tanto por la derecha como por la izquierda.

[3] B. Milanovic, Miradas desde la desigualdad. De la Revolución Francesa al final de la Guerra Fría, Taurus, 2024, p. 453.

[4] “El capital-nube ha matado a los mercados y los ha sustituido por una especie de feudo digital en el que no solo los proletarios sino también los burgueses producen plusvalía para los capitalistas vasallos. Están produciendo rentas” Entrevista citada en CTXT

[5] Al acabar el año 2019 el blog Conversación se hizo eco de un Informe de la ONU  La comunidad científica advierte del fin inminente del capitalismo. “El capitalismo tal como lo conocemos se ha acabado”. Es posible que “las tensiones y presiones a las que hemos sometido a los ecosistemas con nuestro comportamiento nos [hayan] empujado cerca, o incluso más allá, de un punto de inflexión con consecuencias catastróficas» Peter Frankopan, La tierra transformada. El mundo desde el principio de los tiempos, Barcelona, Crítica, 2024, p. 54.

[6] Debo esta observación a Santiago López.

[7] Sigo textualmente a Mozorov, art. cit.

[8] “Todo fabricante vive en su fábrica como los dueños de las plantaciones entre sus esclavos” W. Benjamin, Libro de los Pasajes, Akal, 2005, p. 48. La sedición de Lyon es la revuelta de los canuts en 1831. La frase citada   en Journal des Débats  8-XII-1831.

[9] Stephen A.  Marglin, “Orígenes y funciones de la parcelación de tareas. ¿Para qué sirven los patronos?” En A. Gorz, Crítica de la división del trabajo. Barcelona, Laia, 1977.

[10]  Milanovic, Miradas desde la desigualdad, 137

[11] Sara Horrell, Jane Humphries, “Children’s work and wages in Britain, 1280–1860”, Explorations in Economic History, 73, 2019.

[12] Josep Fontana (2019) Capitalismo y democracia 1756-1848. Cómo empezó este engaño. Barcelona, Crítica. Para la relación entre capitalismo y genocidio colonial junto con ‘democracia de los señores’ Domenico Losurdo, El pecado original del siglo XX. Madrid, Disenso, 2015

[13] C. Hill: Los orígenes intelectuales de la revolución inglesa, Crítica, Barcelona 1980, p. 342.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Technofeudalism (medium.com)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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