RESUMEN
“La expulsión de las derechas” es un más que centenario y aguerrido artículo escrito por el filósofo Ortega y Gasset para el diario El Sol en 1918. En él defiende que, dada la actuación en el pasado y el presente de las derechas españolas, deberían quedar completamente desautorizadas, “expulsadas”, de participar en cualquier nuevo ensayo político que tratara de llevar a cabo las reformas necesarias para hacer frente a la delicada situación española de entonces (guerra mundial, revolución rusa, crisis orgánica española de 1917). El pensador convocó a las fuerzas vivas, desde esa celebre tribuna periodística, a emprender una tarea reformista, orillando expresamente a las derechas que sempiternamente se opusieron a la modernización y europeización de España. Resucitar este texto orteguiano y traerlo a colación en estas páginas se debe, entre otras razones, a que existe como una corriente soterránea tras sus acerbas palabras que nos resulta familiar, una música intempestiva que nos evoca algunas de las razones del infame círculo malicioso en el que se desenvuelve la política española actual
Como decía J. Ortega y Gasset en 1918: La expulsión de las derechas
Raimundo Cuesta
historiador- FEDICARIA
1.-Coordenadas históricas para situar un artículo políticamente incorrecto
José Ortega y Gasset, cuando escribió en El Sol el artículo motivo de esta glosa, contaba ya treinta y cinco años y, por consiguiente, no era un joven vocinglero dado a embestir cual jabalí a la menor incidencia. A la sazón, en verdad, ya llevaba sobre sus espaldas un temprano y ambicioso afán de erigirse en jefe indiscutible de una generación de intelectuales empeñados en la modernización y europeización de España. En 1914 su celebérrima conferencia, Vieja y nueva política, había removido muchas conciencias y logrado no pocas adhesiones para su causa reformista. Bien es cierto que el Ortega de 1918 no era ya el mismo de 1914, porque habían declinado sus primeros e intensos bríos juveniles, inspirados en la estela alemana de la pedagogía social y en un renovado liberalismo de simpatías socializantes. En efecto, se habían ido enfriando sus ardores primigenios y, a su vez, él mismo había ido tallando su vocación, en perpetua lucha entre la política y la filosofía, hacia una roturación más cuidadosa de su pensamiento filosófico, como empieza a mostrarse en su primer libro Meditaciones del Quijote (1914). A pesar de que progresivamente se vio poseído de lo que denominara “imperativo de intelectualidad” y de una cierta atenuación de la prístina radicalidad de sus ideas políticas, nunca en esta época dejó de empuñar el mando a distancia de la prensa para intentar dirigir y encauzar las aspiraciones de la ciudadanía culta. Por lo demás, la grave coyuntura histórica se prestaba a ello. En efecto, eran tiempos de grandes conmociones: guerra mundial, revolución rusa y crisis orgánica y crónica de la sociedad española desde 1917.
En esas dramáticas coordenadas, había escrito el 13 de junio de 1917 en El Imparcial, periódico de sus familiares y primer banco de pruebas de su ejecutoria como intelectual público, un afamado artículo titulado Bajo el arco en ruina, que propugnaba la apertura de un proceso constituyente a fin de dar salida a la grave situación y parálisis institucional ocasionada por la degradación del esclerótico sistema canovista. Tal pronunciamiento contra el régimen político significó la ruptura fulminante con los dueños de su periódico de cabecera. A partir de ese amargo suceso, las inquietudes periodísticas del maestro madrileño encontraron refugio en El Sol, “su” periódico hasta 1931. Este señero medio de comunicación había sido fundado por Urgoiti, un gran empresario modernizante que puso su capital al servicio de los talentos de Ortega, máximo exponente de esa nueva burguesía destinada a sacar al país de su inveterada incuria existencial.
Ortega vivió escindido y muy preocupado por la crisis del 17, y una vez apagados y reprimidos los rescoldos de los conflictos más graves (presiones de las Juntas de Defensa Militar, reunión en Barcelona de la Asamblea de Parlamentarios y la Huelga general de agosto de 1917), en un principio y a pesar de sus vacilaciones, procuró hallar alguna salida a la crisis desde dentro. Y así, desde El Sol, su nuevo trampolín, el 3 de abril de 1918 firmó su colaboración “Gobierno de reconstrucción nacional”, en la que concedía un voto de confianza al Gabinete de concentración interpartidista presidido por Antonio Maura, el valetudinario e incombustible líder del conservadurismo. A tal efecto, juzgaba que era preciso abrir paso a una “tregua nacional”, pensando que nuevo ejecutivo sería un ” paréntesis de nacionalización”. Empero no persistiría mucho tiempo en esa opinión porque el ejecutivo de Maura incurrió y agravó los vicios tradicionales que había denunciado el filósofo. Ya el día 11 de octubre, desde las páginas de El Sol, aseveró rotundamente en su texto Crisis resuelta que el Gobierno había fracasado[1]. A continuación, en ese mismo mes, redactó cuatro artículos en El Sol bajo el título de “Momentos supremos”. En ellos dictaminó, en tono de intelectual carismático quiénes debían estar presente y actuantes en a la hora de dar la alternativa al caduco régimen político imperante y en qué debería consistir su misión.
Ahí cobra pleno sentido el tercer artículo de la serie, La expulsión de las derechas, publicado el de 30 octubre de 1918 y que ahora es motivo de reproducción integral y recuerdo en estas páginas. No se trataba de un exabrupto aislado del autor. En la mesa de los invitados a modernizar España, según Ortega, no se debería convidar a las derechas tradicionales a causa del inmenso memorial de agravios históricos que pesaban sobre sus espaldas. El tono y el contenido agrio del filósofo no contribuyeron precisamente a que más tarde, cuando estos ardores se trocaron en calculada prudencia y silencio cómplice con la dictadura franquista, sus pecados nunca le fueran del todo perdonados. Lo que califica de “oscuras huestes tonsuradas” y otros valedores del nacionalcatolicismo nunca olvidaron su ofensa y le hicieron pagar la deuda con creces en la última etapa de su vida.
Traigo a colación en estas páginas el texto de Ortega porque, a pesar de la abundante agua que ha corrido bajo los puentes desde entonces y aunque muy poco tenga que ver la España de ayer con la de hoy, existe como una corriente soterránea de sus acerbas palabras que nos resulta familiar, una música intempestiva que nos evoca algunas de las razones del infame círculo malicioso en el que se desenvuelve la política española en la actualidad tras la frustración del cambio constituyente profundo del “régimen del 78”.

2.- Artículo de José Ortega y Gasset
LOS MOMENTOS SUPREMOS. LA EXPULSIÓN DE LAS DERECHAS
En pocos días, el Miedo, que es un rey sin cabeza, se ha conquistado un amplio reino. El miedo reina en las derechas españolas, de Gog hasta Magog. Leed sus periódicos, escuchad al paso sus diálogos, traducid sus gestos.
Señores, ¿por qué ese miedo? Durante centurias, vuestro lema desdeñoso e irónico era: ¡No pasará nada! Sabíais que en España nunca pasaba nada y por ello estabais seguros que se os pasaría siempre todo. Permitid que ahora os digamos: Señores, ¿por qué ese miedo? ¡Si no ha pasado nada! En la selva de España no se ha movido todavía una sola hoja: ¿por qué esa prisa en atemorizaros? ¡Voyons, señores, un poco de seriedad! ¡Para ese miedo es demasiado pronto! ¿O es que el temor no os llega de fuera, sino que sopla en acusadoras bocanadas del fondo de vuestras propias conciencias? ¡Ah! Eso ya sería ponerse en razón. Por fin, ha llegado la hora de que os asustéis de vosotros mismos. ¡Lástima de que para este susto sea demasiado tarde! Las derechas españolas han hecho estos días el descubrimiento del socialismo: créese que mañana harán lo propio con el Mediterráneo. Están ciertas de que les está prohibida la entrada en el tiempo nuevo y a toda prisa quieren fabricarse una máscara que les permita un ingreso subrepticio.
¡Inútil precaución! Cuando las cosas no pasan un poco todos los días, es que se acumulan para pasar todas en uno. Las derechas españolas se han negado a vivir en el tiempo debido siglos enteros de historia y ahora van a tener que recorrerlos en pocas horas. Se comprende que experimenten por anticipado una sensación de vértigo.
De una manera o de otra, ordenada o caóticamente, van a ser eliminadas de la dirección de nuestra raza. La eliminación ha de tener la rudeza y la ejemplaridad de un castigo.
¡Vuestras deudas son terribles, señores! No se trata ya de que hayáis cometido errores en la administración de España, de que os hayáis equivocado en la política de España. Vuestra responsabilidad es mucho más grave. Habéis sido los dueños, los amos de España durante siglos; habéis tenido en vuestra mano el Gobierno y el Ejército, el Concejo, la Escuela, la urbe y la campiña, durante centurias habéis ensayado el temple de los cetros, triturando con ellos todas las semillas generosas de una mejor cosecha espiritual. Mientras pudisteis, os festejabais quemando en las plazas públicas a los compatriotas más inteligentes; cuando no pudisteis hacer esto, les poníais cerco de hambre o, lo que es peor, de silencio. Os complacíais manteniendo al obrero en una servil ignorancia, y todavía hace poco más de un año, cuando ese obrero quería hacer política a su modo, que no era, naturalmente, el vuestro, sacabais las ametralladoras a la calle, las ametralladoras que los ametrallados os habían ayudado a pagar. ¡De este modo, un siglo y otro siglo y toda una época! Sois los gerentes de la historia moderna de España y como ésta ha concluido en una atroz bancarrota histórica, sois los responsables, no de un error administrativo, no de un error político, sino de la ominosa decadencia de una raza.
Por esto viene ya el día en que una generación de españoles os preguntará sañudamente: ¿Qué habéis hecho de nuestra raza? Fué en otro tiempo un pueblo prócer; hoy es un pueblo poco inteligente, desmedrado y sin nervio. Parió media América y hoy le habéis extirpado hasta el recuerdo de su prole. Sembrasteis concienzudamente, perversamente, por todo el planeta el desprestigio de nuestro nombre, que hoy significa atraso, torpeza e injusticia. Vivisteis halagando las bajas pasiones de una nación que dejabais inculta: le hicisteis creer, con vuestro terco casticismo, que poseía todas las altas tradiciones, todas las esencias y todas las gracias, todos los arrestos y todas las virtudes. ¡Ha concluído la inhumana farsa, señores! Vuestra equivocación ha sido mayor de lo que es lícito equivocarse; creíais que el mundo caminaba hacia un lado y el mundo da un brinco hacia el opuesto, lanzándoos al vacío, como la rueda del carro victorioso despide el barro de su llanta. Vuestro fracaso alcanza dimensiones históricas, y es preciso que las tenga también vuestra expulsión. ¡Atrás los esquilmadores, los aniquiladores de España! ¡Atrás los que hicisteis a España, raza egregia, un pasado bochornoso; atrás con vuestras oscuras huestes tonsuradas!
***
Todas las mudanzas políticas que se anuncian serán nulas si no se proponen, declarada y resueltamente, eliminar a las derechas del influjo público que hasta ahora ha ejercido.
No se trata de pasar el Gobierno de las manos de unos individuos a las manos de otros individuos. Se trata de sustituir radicalmente el eje histórico de la existencia nacional, de entregar España a otras clases y maneras de hombres. No es tiempo de blanduras ni acomodos. ¡Vosotros, los mejores, quienquiera que seáis, los que tenéis inteligencia y coraje suficientes, disponeos a resumir la historia no vivida de tres siglos en una historia ardiente de tres años!
José ORTEGA Y GASSET
[Transcripción literal con ortografía de época].
El Sol, 30 de octubre de 1918
[1] Hubo en Ortega una mar de indecisiones y dudas acerca de la hipotética salida política tras la buida crisis de 1917. Una consistió en propugnar un proceso constituyente dirigido por los partido y clases al margen del abanico político y social del régimen de 1876, con exclusión de las derechas, y la otra fue decantándose, ante la imposibilidad de la primera opción, por la apelación a favor de la vía militar (“La hora de Hércules “. El Sol, 20 de febrero de 1920).
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: La redacción de El Sol: en el centro de pie con barba Nicolás María de Urgoiti; a su derecha con bigote, José Ortega y Gasset; a su izquierda, Manuel Aznar y un poco más allá, de perfil, el dibujante Bagaría. Sentados de ellos Mariano de Cavia junto al director Félix Lorenzo (foto: archivo de El Español)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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