El 19 de mayo se celebró en Huesca el homenaje a un hombre honrado que buscaba la verdad y defendía la libertad:  Eric Arthur Blair, Orwell para la historia universal de la literatura. Estuvo presente su hijo  Richard Blair  y contó  con nutrida asistencia. Una  vez descubierta la escultura  se procedió a enterrar  en la cápsula del tiempo, entre otros objetos, un ejemplar del libro Homenaje a Cataluña, editado por Macmillan, cuya Introducción de Helen Graham se publicó hace tres años en este blog. Nos ha parecido oportuno sumarnos al homenaje oscense volviendo a publicar aquel texto precedido de la crónica del acto a cargo de Víctor Pardo Lancina quien reivindica la exigencia    de memoria histórica y democrática de la celebración ahora que la ultraderecha se pasea con altivez por las instituciones.

 


 

Víctor Pardo Lancina

 

 

«Si alguna vez vuelvo a España,
Prometo firmemente tomarme un café en Huesca».

George Orwell, 1938

 

El domingo 19 de mayo George Orwell pudo cumplir con carácter simbólico su deseo de tomar café en Huesca mediante la inauguración de una escultura que, precisamente, lleva por título «Orwell toma café en Huesca», obra del artista altoaragonés Javier Sauras.

La Asociación Cultural Colectivo Ciudadano de Huesca y la entidad The Orwell Society han promovido el proyecto escultórico que ha sido financiado por suscripción popular a través de la venta de bonos de ayuda, micromecenazgo e ingresos en cuenta, también merced a la generosidad del Eton College y de Richard Blair. Más de quinientas personas han contribuido para hacer realidad la presencia en un lugar céntrico de la ciudad oscense del bajorrelieve en bronce que recrea la figura del autor de Homenaje a Cataluña, lo que le otorga un carácter cívico de monumento público.

Del mismo modo participativo se logró en la ciudad la colocación de una «pajarita» en la casa de Ramon Acín y Concha Monrás en la calle de Las Cortes en 2004 y también el memorial que en el antiguo cementerio civil recuerda a las víctimas de la represión franquista en Huesca, entre ellas Ramón y Concha.

Inauguración de la escultura en homenaje a Orwell en el parque Miguel Servet de Huesca. Foto: Mercedes Manterola

En la inauguración estuvo presente Richard Blair, hijo de Eric Arthur Blair, Orwell para la historia universal de la literatura, junto con Quentin Kopp, patrón y presidente de The Orwell Society, respectivamente. Kopp, a su vez, es hijo del comandante del POUM en la 29.ª División «Lenin» en la que se enroló el escritor en los frentes de Los Monegros y el cerco de Huesca. Su Homenaje, obra memorialista, novela y gran crónica periodística a un tiempo, bien podría haberse titulado «Homenaje a Aragón».

George Orwell vino a España en calidad de periodista el 26 de diciembre de 1936, pero era un hombre que pisaba el barro, sentía en su pulso el de la sociedad de su tiempo y no eludía el compromiso, lo asumía con todas sus consecuencias. Orwell era un antifascista militante y su contacto con la realidad española hizo que, sin dudarlo, cambiara la pluma por el fusil y se alistara como miliciano en la columna del POUM para defender la legalidad republicana.

En España se libraba la primera batalla contra el fascismo que se abría paso en Europa –Italia, Portugal o Alemania estaban siendo igualmente estranguladas por el terror y la barbarie– y el autor de Rebelión en la granja y 1984, enfrentaba la situación en primera línea, arriesgando su vida que, además, a punto estuvo de perder el 20 de mayo de 1937 en el asedio a Huesca. Una bala atravesó limpiamente su cuello y por milímetros no le causó una muerte fulminante. «Fue –escribió– más o menos como estar en el centro mismo de una explosión».

Richard Blair, hijo de Orwell, durante su intervención en el acto. En primer término, el bajorrelieve (foto: heraldo de Aragón)

Orwell combatió en España como un voluntario internacional, por tanto su figura, encastrada en la piedra arenisca, remite a la de miles de hombres y mujeres que desde más de cincuenta países vinieron a España a defender la libertad y la legalidad republicana frente al fascismo. Todos ellos, por tanto, salvando diferencias ideológicas y matices militantes, quedan simbólicamente representados, incorporados en bronce a la memoria histórica, de hecho y por derecho.

La celebración del 19 de mayo constituyó un acto de memoria. Una exigencia de memoria histórica y democrática que tuvo como eje principal a un hombre honrado que buscaba la verdad y defendía la libertad. Un hombre que se hubiera opuesto con toda la fuerza de su escritura y pensamiento crítico a la derogación de la Ley de memoria democrática aragonesa. Un hombre que ahora que la ultraderecha se pasea por las instituciones –Aragón y Huesca son ejemplos paradigmáticos– con impunidad y chulería propia de matonismo de barrio, rompiendo consensos y sembrando odio, hubiera estado a favor de las tesis de los relatores internacionales de la ONU en su defensa de los Derechos Humanos, de los postulados innegociables de verdad, justicia y reparación.

El monumento, subrayaron los organizadores, constituye un testimonio de dignidad y coraje democrático, así como una seria advertencia contra los totalitarismos.

Víctor Pardo (junto a Pilar Calvete), nombrado miembro honorario de la Fundación Orwell. Foto Mercedes Manterola

Crónica del acto: El Diario de Huesca 19 de mayo de 2024

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Agradecemos a Helen Graham habernos facilitado la edición en castellano de la Introducción de Homage to Catalonia de George Orwell, publicado por Macmillan Collector’s Library el 4 de marzo de 2021 (traducción de Silvia Mendlewicz y Sandra Souto).

Voluntarios del POUM. Orwell al fondo a la izquierda (foto: Agustí Centelles)

 

Introducción

 

Helen Graham

Catedrática de Contemporary European History en Royal Holloway College,
University of London

El Homenaje a Catalunya de George Orwell es, con toda probabilidad, el libro más leído en inglés sobre la guerra de España de 1936-39. Su prestigio se asienta, sobre todo –tal vez de modo abrumador– en la convincente inmediatez de su prosa (el estilo sin adornos que se convertiría en distintivo de Orwell), y en la luminosa humanidad que irradian sus páginas. El libro es un diario personal de guerra que Orwell escribió en los meses posteriores a su regreso de España, en junio de 1937. Con 34 años, todavía no era el afamado autor de Animal Farm (1945, traducido como Rebelión en la granja en castellano) y de 1984 (1949), pero ya había decidido como escritor darle importancia a las palabras sencillas y se había trasladado a España en busca de material que pudiera transformar en literatura. Sin embargo, desde el principio decidió no solo escribir, sino también luchar en favor de la asediada e internacionalmente aislada República, y de la promesa de igualdad social que consagraba. Llegó a Barcelona en diciembre de 1936, cinco meses después del comienzo de la guerra. La decisión de dirigirse a Barcelona en lugar de a Madrid estuvo determinada por la ubicación de sus contactos políticos. Lo que Orwell vio en Barcelona le llevó a creer que en aquel momento tenía una oportunidad de defender mucho más que la promesa de una reforma futura. Los indicios de un cambio espectacular le indicaron que se estaba desarrollando una revolución social. La industria, junto con buena parte de la actividad económica de la ciudad, se hallaba bajo control de las organizaciones obreras, cuyas milicias callejeras habían derrotado el golpe militar en contra de la República en el mes de julio. En el vecino Aragón rural, el frente militar al cual Orwell pronto sería destinado, se habían formado colectividades agrícolas y sus habitantes trabajaban las tierras en común. Pero más allá de estos grandes cambios que se alejaban de la producción económica capitalista, lo que realmente atrajo la imaginación de Orwell y alumbró su esperanza fue el ambiente que percibió en las calles de Barcelona: la posibilidad de vivir de modo diferente, de que los seres humanos se relacionaran unos con otros de forma igualitaria y fraternal. Así, las palabras más famosas en Homenaje a Catalunya son:

`Era la primera vez que me hallaba en una ciudad en donde la clase trabajadora llevaba las riendas’. (‘It was the first time that I had ever been in a town where the working class was in the saddle’.)  Orwell se da cuenta de cómo se han desvanecido los modos formales de tratarse: ‘Nadie decía “Señor” o “don”, ni siquiera “usted”; la gente se trataba entre sí de “Camarada” o de “Tú”, y decían “Salud” en lugar de “Buenos días” […] Todo esto era extraño y emocionante. Muchas cosas no las entendía, en algunos casos ni me gustaban, pero me di cuenta inmediatamente de que valía la pena luchar por aquel estado de cosas.’ (‘Nobody said “Señor” or “Don” or even “Usted”; everyone called everyone else “Comrade” and “Thou” and said “Salud!” instead of “Buenos días” […] All this was queer and moving. There was much in it that I did not understand, in some ways I did not even like it, but I recognized it immediately as a state of affairs worth fighting for.’)

George Orwell y Eileen O’Shaughnessy con voluntarios del Independent Labour Party (ILP) en Monflorite (Huesca), el 13 de marzo de 1937 (foto: libcom.org)

A medida que avanza el libro se vuelve evidente que el homenaje del título alude, sobre todo, a este sentimiento, a esta posibilidad de igualdad. Orwell rinde tributo a la Catalunya en guerra porque para él simboliza a aquellos que estaban dispuestos a luchar y morir por esta posibilidad. Este sueño de igualdad y de fraternidad se correspondía íntimamente con su propio deseo de un mundo más justo, que pudiera reemplazar al sistema de clases y castas que en todas partes oprimía y humillaba a la humanidad. El mismo Orwell había nacido dentro del relativo privilegio material de la clase media-baja de Inglaterra y su creciente, clarividente comprensión de la capacidad destructiva, tanto psicológica como física, de clases y castas nació en parte de su propia experiencia en instituciones destinadas a mantener sus desigualdades. En primer lugar, el sistema de las public schools inglesas (los colegios privados de más renombre): Orwell, de niño, fue becario en Wellington y Eton, donde se ajustó a las normas pero donde fue silenciosa, y tal vez profundamente, infeliz. Después, en su juventud se vio absorbido por las prácticas cotidianas del imperialismo británico, al continuar por cierto tiempo con la tradición familiar de trabajar como funcionario (en su caso, policía), en el servicio colonial en Birmania (parte de la India británica). Lo que presenció le cambió –tal vez, de modo decisivo, a través del ejercicio introspectivo de escribir sobre ello– y empezó a desarrollar una posición crítica. Al cabo de poco tiempo, Orwell, como escritor político, captó la relación entre las injusticias del muy jerarquizado sistema colonial y las de la extrema desigualdad perpetuada por el sistema de clases. En Down and Out in Paris and London (Sin blanca en París y Londres) y The Road to Wigan Pier (sin traducir al castellano) escribió sobre las privaciones sociales que afectaban a los pobres en Inglaterra. La emergencia del George Orwell escritor, crítico con su propia clase, con la desigualdad, y, pronto, socialista democrático fue gradual, compleja y, en cierto sentido, contradictoria. Pero su oposición visceral a los sistemas jerárquicos ya era clara, y apasionada, antes de su llegada a España.

Tras un entrenamiento ‘militar’ somero en Barcelona -algunos ejercicios anticuados y aburridos que Orwell, con su entrenamiento en el O.T.C[1]  de Eton y sus cinco años como policía colonial, miraba con escepticismo– le enviaron al tranquilo frente de Aragón, alejado de las batallas principales, y que, de hecho, permanecería tranquilo durante todo el primer año de la guerra, es decir, durante todo el tiempo que Orwell estuvo allí. Sin embargo, sus informes desde Aragón –sobre las severas prioridades impuestas por la guerra de trincheras: ‘Cinco cosas son importantes: leña, comida, tabaco, velas y el enemigo. En invierno […] eran importantes en este orden’ (‘five things are important: firewood, food, tobacco, candles, and the enemy. In winter […] they were important in that order’); sobre el olor omnipresente en la guerra ‘de excremento y comida en putrefacción’ en aquel paisaje ‘inhóspito y destrozado (of war’s ubiquitous smell ‘of excrement and decaying food’ in that ‘bleak and chipped’ landscape); la desagradable omnipresencia de los piojos y el auténtico tedio de la ‘guerra no-guerra’ en Aragón –son, sin duda, sobresalientes, aunque austeros. Por el contrario, el tono humano es cálido: Orwell comparte los detalles, nos muestra cómo, incluso en un frente poco activo como el de Aragón, el encuentro con la guerra estaba cambiando a las personas para siempre. Observa, con una exasperación llena de afecto, a los chicos de su milicia que no tienen la más mínima idea de disciplina militar. Algunos de ellos eran refugiados, casi niños. Otros eran chavales de los pueblos vecinos para quienes la disciplina primordial era la de las tareas agrícolas, sobre todo, la cosecha. Todavía no les parecía mal abandonar de vez en cuando las trincheras para atender dichas tareas, y no entendían la cólera que descendía sobre ellos cuando regresaban. En contraste con esta dura curva de aprendizaje, las descripciones que Orwell hace de Aragón también ponen de relieve las continuidades duraderas grabadas en su paisaje: la candidez y el estoicismo campesinos, los modos de vestir y las herramientas agrícolas, invariables durante décadas, incluso durante cientos de años. Queda horrorizado por la evidente dureza y desigualdad que denotaba esa continuidad, pero, al mismo tiempo, el lector siente cuán importante es para Orwell: tal vez porque, a través de su dureza y desigualdad, Aragón le estaba permitiendo, en cierto sentido, cuadrar el círculo imposible de su política radical y su profundo deseo de preservar estilos de vida del pasado. Orwell deseaba con pasión un mundo de seres humanos iguales que cooperaran libremente, pero también era muy leal a la memoria de un mundo bucólico idealizado, basado en la nostalgia de su propia infancia de clase media en la Inglaterra de 1900, un paraíso ‘recordado melancólicamente’, antes de la precipitación sin fin de los cambios, especialmente del crecimiento de las nuevas urbanizaciones de clase media que tanto odiaba. En la imaginación de Orwell, el Aragón de la guerra pasó a ser su utopía nostálgica, ya que parecía permitir que coexistieran el cambio revolucionario y la continuidad social.

Consejo de Aragón: imagen tomada a finales de 1936 en Caspe en la que puede verse a los consejeros José Ruiz Borau (UGT, Obras Públicas), Ángel Roig (IR, le relevaría en febrero de 1937, al pasar aquel a Hacienda), Luis Montoliu (CNT, Transportes y Comunicaciones), Paco Ponzán (CNT, responsable inicial de esa cartera), Miguel Chueca (CNT, Trabajo) y Miguel Jiménez (CNT, Información y Propaganda)(foto: Editorial Trece Robles)

Sin embargo, el George Orwell que se puso a redactar su diario personal de guerra, al volver a Inglaterra en los últimos meses de 1937, ya sabía que era imposible cuadrar ese círculo, sobre todo en España. La guerra estaba ya cambiando todo y a todos. A lo largo de 1937 cada vez se reclutarían más combatientes para el ejército republicano y más trabajadores para las industrias de guerra (incluyendo a muchas mujeres jóvenes de pueblos y ciudades). Ya cuando Orwell llegó a Barcelona a finales de 1936, la guerra se había intensificado en España, con amplios campos de batalla alrededor de Madrid. Y cuando se marchó en el verano de 1937, la guerra de alta tecnología había estallado también en el frente vasco.  Allí, el general Franco, gracias al apoyo de los nazis y de la Italia fascista, bombardeó Guernica hasta su completa destrucción. La extensa guerra de España no era la utopía revolucionaria de Orwell, era una pesadilla militar provocada por el enemigo. No era sólo que Hitler y Mussolini estaban armando a Franco incondicionalmente, sino que las democracias, lideradas por Gran Bretaña, estaban impidiendo que la República comprara armas para defenderse. El material de guerra que la República podía conseguir en el mercado negro (a precios astronómicos), o que le proporcionaban los escasos países dispuestos a ayudarla -como México o la Unión Soviética– era francamente escaso y, además, difícil de hacer llegar a una España republicana prácticamente bloqueada. Para sobrevivir, la República tenía que contar con sus propios recursos, tenía que centralizar, y, de hecho, reglamentar, tanto su defensa militar como su industria de guerra. Para ello, tenía que movilizar rápidamente a toda la población, gran parte de la cual se hallaba lejos de Catalunya y de Aragón y que no quería, ni siquiera entendía, la revolución que estaba produciéndose allí.

Estos son algunos de los muchos aspectos en los que el caos de la historia y los retos de un esfuerzo bélico en aumento irrumpieron en el preciado sueño igualitario de George Orwell. A finales de 1937, lo reconoce parcialmente cuando comenta, aunque sólo de pasada, la escasez extrema de armas que sufre la República, o, nuevamente por encima, cuando prevé la necesidad de la militarización: ‘En primer lugar, los desdichados chicos de mi sección, sólo se despertaban si los arrastrabas por los pies y, en cuanto te dabas la vuelta, abandonaban sus puestos y se deslizaban hasta un refugio.’ (‘The wretched children of my section could only be roused by dragging them out of their dug-outs feet foremost, and as soon as your back was turned they left their posts and slipped into shelter.’) En abril de 1937, un frustrado Orwell –‘Cualquier O.T.C de un colegio privado de Inglaterra se parece mucho más a un ejército moderno que nosotros’ (‘Any public school O.T.C. in England is far more like a modern army than we were’)– había intentado activamente ser trasladado desde Aragón al frente de Madrid, que ya estaba militarizado y que volvería a ser el centro de fuertes combates en julio de 1937. Sin embargo, después de tres meses y medio en las trincheras de Aragón, a Orwell se le había dado una licencia por lo que, a finales de abril, volvió a Barcelona. Lo que sucedió allí cambio definitivamente el curso de su propia guerra, y, como consecuencia, también el del libro que se convertiría en Homenaje a Catalunya.

Orwell con dirigentes del POUM y del PLI en Barcelona, 1937

En Barcelona, Orwell se vio envuelto en lo que se conoce como los hechos de mayo, cinco días de intensas luchas callejeras entre fuerzas del gobierno de la República y quienes se oponían a que se diera marcha atrás en la revolución anticapitalista y descentralizada de Catalunya. Los revolucionarios también fueron apoyados por los sectores populares de la ciudad de Barcelona, que habían sido los más afectados por la dislocación económica y el hambre que la guerra había causado. Fue una confrontación violenta, así como históricamente compleja, que puso mucho en juego. El gobierno republicano quería controlar directamente la industria catalana, que había pasado de industria textil a industria de guerra. Esto era fundamental ya que la industria pesada republicana en el norte de España estaba a punto de caer en manos de Franco, a medida que su ejército avanzaba hacia Bilbao. El gobierno también quería asegurarse el control de la agricultura de Aragón para abastecer a sus soldados y ciudades. En primer lugar, y, sobre todo, a la misma Barcelona, para la cual Aragón era la principal zona de abastecimiento agrícola. (La República controlaba la mayor parte de la población urbana de España, pero Franco controlaba las principales zonas de producción agrícola.) Por tanto, en nombre del esfuerzo bélico, en mayo de 1937, el gobierno republicano estaba dispuesto a destruir lo que quedaba de la revolución colectivista. También es cierto que esta revolución no gustaba a amplios sectores de la República, pero el imperativo de la guerra estaba lejos de ser una excusa, dada la desesperada situación de la República. De hecho, el gobierno también pensaba que acabar con la revolución podía apaciguar a los gobiernos de Gran Bretaña y Francia, cuyo apoyo todavía creía poder atraer, al menos para acabar con el embargo en la compra de armamento en el extranjero, que tanto dificultaba su capacidad de lucha.

Barricada en las Ramblas en mayo de 1937 (foto: Branguli/ANC)

Orwell, cuando escribía Homenaje a Catalunya, sin duda entendía todo lo que estaba en juego allí, de hecho, entendía que la España republicana era, en aquel momento, la primera línea de la resistencia europea contra el nazismo. Escribiría sobre esto, y sobre más cosas, en su ensayo de 1943 ‘Looking back on the Spanish War’ (‘Retrospectiva sobre la guerra de España’), que se incluye en este volumen. Pero ya lo entendía antes, cuando viajó a España – de hecho, esa fue su primera razón para ir: combatir el fascismo. Sin embargo, al contar los hechos de mayo en Homenaje a Catalunya, en gran medida estrecha su enfoque y se queda exclusivamente en su ‘vista desde la calle’ de los acontecimientos, que explica como si fueran exclusivamente un conflicto político restringido a la izquierda, un combate entre anarquistas y comunistas. El mismo Orwell tomó partido por una de estas organizaciones de izquierda, el POUM, a cuya milicia había ido a parar en Aragón. Este partido, de base casi exclusivamente catalana y, en ese momento, en una incómoda alianza con la CNT, la gran organización anarcosindicalista, se oponía frontalmente a la militarización y apoyaba la revolución colectivista a cualquier precio. Consta que Orwell discrepaba del POUM en este punto. Pero continuaría defendiendo al partido durante los hechos de mayo, y, posteriormente, en Homenaje a Catalunya y otros escritos, porque su sentido de la justicia quedó horrorizado por las mentiras que se dijeron acerca del POUM en la prensa comunista prosoviética. La posición ultrarrevolucionaria del POUM se declaró equivalente al fascismo, y se le acusó de apoyar de forma encubierta a Franco y a Hitler. El mismo Orwell leyó estas acusaciones en fuentes inglesas: no sabía suficiente catalán ni castellano para leer la prensa comunista prosoviética de España. Pero acusaciones similares sobre el POUM se hicieron en España y los comunistas del PCE y sus homólogos catalanes del PSUC fueron quienes se hicieron oír con más energía y agresividad como defensores de priorizar la guerra frente a la revolución colectivista, si bien estuvieron lejos de ser los únicos en establecer esta prioridad. Al final, las luchas en las calles de Barcelona fueron acalladas por fuerzas del gobierno republicano reclutadas fuera de Catalunya. Durante las semanas siguientes, el ambiente continuó siendo muy tenso en Catalunya, sobre todo en Barcelona – hubo arrestos y algunas represalias políticas violentas. El mismo Orwell se escondió antes de huir a Francia, por temor a ser encarcelado o, incluso, asesinado, si se quedaba. Todo ello hace que el final del libro sea tenso y apasionante, con muchos elementos de novela de misterio.

La Casa Lenin, cuartel general del POUM en las Ramblas de Barcelona (foto: Agustí Centelles)

De vuelta a Inglaterra, George Orwell redactó Homenaje a Catalunya bajo el peso directo de la conmoción y la tristeza provocadas por su experiencia personal en los hechos de mayo. Dedicó su tremendo talento literario, a pesar de su ya conocido estilo sin adornos, para hacer de su libro una elegía a una revolución perdida, que él plasmaba en el POUM, en una Barcelona idealizada y en los jóvenes milicianos del frente de Aragón. En el texto, algunas veces Orwell habla de los dilemas de la guerra en sentido amplio, pero son observaciones fragmentarias que no llevan a ningún lugar, los fantasmas de lo que hubiera podido ser un libro diferente: ‘Parecía terrible que los defensores de la República fueran esa multitud de niños en harapos con fusiles viejos que no sabían utilizar.’ (‘It seemed dreadful that the defenders of the Republic should be this mob of ragged children carrying worn-out rifles which they did not know how to use.’) Esta ambigüedad de Homenaje a Catalunya sobresale, en especial, si la leemos junto con ‘Looking back on the Spanish War’ ( ‘Retrospectiva sobre la guerra de España’). Incluso después de escribir este último ensayo, Orwell no parece haberse propuesto nunca una revisión cualitativa de Homenaje a Catalunya –más allá de una propuesta práctica (rara vez llevada a cabo) de desplazar a un apéndice los dos capítulos de comentarios políticos (5 y 11), que, de hecho, pueden resultar densos para un lector corriente.

Informe de seguimiento de los servicios de inteligencia soviéticos al matrimonio Blair y a otros voluntarios extranjeros relacionados con el POUM (foto: archivo de las Brigadas Internacionales, Moscú/Público)

Nada de esto hubiera sido importante, ni la misma ambigüedad de Orwell ni su falta de reflexión sobre el esfuerzo bélico, en sentido amplio, de la República, si los lectores hubieran acogido Homenaje a Catalunya como el diario personal de guerra que es. Pero Orwell murió pronto, en 1950, justo cuando la Guerra Fría empezaba a intensificarse. A partir de ese momento, su libro tendría una vida larga y tensa, y, a menudo, sería mal utilizado y mal entendido por parte de miopes comentaristas políticos empeñados en demostrar que el inmensamente complicado mundo de la República española en guerra podía reducirse a una parábola del ‘dominio comunista’ en la Guerra Fría, o incluso, de forma aún más ahistórica, del ‘dominio soviético de la República española’. En cierto sentido, también, la misma versión de Orwell de los hechos de mayo se presta a esa mala interpretación, por lo que omitió o calló, así como por lo que lo que simplemente no se podía esperar que supiera o comprendiera a partir de lo que veía desde la calle o desde el tejado de su casa (Orwell pasó algún tiempo en un puesto de vigilancia en el tejado de un cine que daba a la sede del POUM, que describe de forma evocadora en el capítulo 10).

Orwell junto a Stafford Cottman y otros miembros del ILP, verano de 1937 (foto: labarcelonadeorwell.wordpress.com)

Sin embargo, si en 2021 volvemos a considerar Homenaje a Catalunya como su diario personal de guerra, nos damos cuenta de que sus paradojas y contradicciones son las mismas que hallamos en el núcleo de todas las obras de Orwell. El gran presidente del gobierno republicano durante la guerra, Juan Negrín, que conoció a Orwell en 1940 en Londres, lo describiría más tarde, con perspicacia y hasta con cierto cariño, como una encarnación del espíritu de Don Quijote. Fue este idealismo de Orwell el que convirtió a Homenaje a Catalunya en algo más que un reportaje político, pues en él Orwell filtra su experiencia en España a través de su propio pasado, a través de sus esperanzas y deseos acumulados. Orwell insiste en la posibilidad de llevar a la práctica un sueño contra viento y marea y contra la historia. Y en Homenaje a Catalunya lo consigue con toda la belleza y la capacidad de persuasión de su ya legendaria prosa simple, lo que no significa que lo sea en realidad. A lo largo de los años, el impacto de su idealismo ha planteado no pocos problemas a los historiadores que investigan la guerra de España. Sin embargo, para muchos lectores lo que más importa es el don que Orwell tiene para articular la esperanza. Una esperanza que también nos permite repensar para tiempos nuevos por qué la lucha colectiva por un mundo más justo todavía vale la pena. Seguramente, pocos lectores de Homenaje a Catalunya olvidarán la evocación realizada por Orwell del desconocido miliciano voluntario italiano con el que se encontró antes de la lucha – cuando se habían dado la mano en los barracones de Barcelona (‘Nunca volví a verle. Se puede dar por sentado que murió’ (‘I never saw [him] again. It can be taken as quite certain that he is dead’)). Orwell empieza Homenaje a Catalunya y termina ‘Looking Back on the Spanish War’ en recuerdo de ese voluntario, un emigrante o refugiado político, probablemente ambas cosas: ‘Cuando recuerdo –¡oh, cuán claramente!– su uniforme raído y su cara inocente, conmovedora y penetrante, los complejos temas colaterales de la guerra parecen desvanecerse y veo claramente que no había ningún tipo de duda sobre quién tenía razón […] La pregunta es muy sencilla. ¿La gente quiere o no que a este soldado italiano se le permita tener una vida decente, totalmente humana, como es posible técnicamente en la actualidad? Yo quiero que esto ocurra más pronto que tarde, en algún momento de los próximos cien años, digamos, y no en algún momento de los próximos mil años. Esta era la auténtica cuestión de la guerra de España, y es el de la guerra actual, y tal vez de otras guerras que están por venir’. (‘When I remember – oh, how vividly! – his shabby uniform and fierce, pathetic, innocent face, the complex side-issues of the war seem to fade away and I see clearly that there was at any rate no doubt as to who was in the right […] The question is very simple. Shall people like that Italian soldier be allowed to live the decent, fully human life which is now technically achievable, or shan’t they? […] I want it to be sooner and not later – some time within the next hundred years, say, and not some time within the next ten thousand years. That was the real issue of the Spanish war, and of the present war, and perhaps of other wars yet to come’.)

Traducción: Silvia Mendlewicz y Sandra Souto

Fuente: Conversación sobre la historia y Diario de Huesca

Portada: Orwell en su apartamento de Canonbury Road. Octubre-noviembre de 1945. Fotografía de Vernon Richards’ Estate.

Ilustraciones: Conversación sobre la historia y Diario de Huesca

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1 COMENTARIO

  1. Sí, sí, sí, todo era muuuuuuy complejo. Lo que no quita que el PCE terminó defendiendo una República sin revolución social, siguiendo en ello estrictamente la política internacional de Stalin y la URSS, ansiosos (y confiados) en que así se ganarían el apoyo de las potencias «democráticas» (especialmente Gran Bretaña y Francia) ante la amenaza nazi. Apoyo que nunca existió, y alentó a un matón de barrio como Hitler a emprender una guerra que costó entre 65 y 80 millones de muertos (en su abrumadora mayoría soviéticos, no británicos, ni franceses ni estadounidenses), por no hablar de la tragedia de la interminable (e inacabada) dictadura del enano Franco para los propios españoles.

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